
Tras la muerte de su madre, Cenicienta vivía feliz con su padre, hasta que este se casó otra vez. A partir de ese momento, la familia de Cenicienta se amplió con su madrastra, Lady Tremaine, y sus dos hermanastras, Drizella y Anastasia. Pero las tres tenían celos del encanto y la belleza de Cenicienta.


Después de que falleciera su padre, Cenicienta dormía en el desván y la madrastra la trataba como a una criada. A pesar del maltrato al que la sometían, Cenicienta mantenía la esperanza de un futuro mejor.
Mientras hacía las tareas domésticas, cantaba y cuidaba de sus únicos amigos, los pájaros y los ratones.
Un día, el rey decidió dar un baile. Envió invitaciones a todas las doncellas casaderas del reino con la esperanza de que su hijo se enamorara de una de ellas y se casara.
Lady Tremaine aceptó que Cenicienta fuera al baile con la condición de que antes acabara todas las tareas domésticas y encontrara una vestimenta adecuada. Por suerte, Cenicienta había guardado un vestido de su madre.
—¿No os parece precioso? —preguntó, mostrándoselo a sus amigos—. Con algunos retoques, ¡quedará perfecto!
Sin embargo, la joven no tuvo tiempo de ocuparse del vestido.
¡Su madrastra y sus hermanastras no paraban de ordenarle cada vez más tareas!


Indignados por tanta injusticia, los ratones y los pájaros se encargaron de los trabajos de costura. Gracias a la ayuda de sus amigos, Cenicienta estuvo lista a tiempo.
Al verla tan bella, ¡Drizella y Anastasia, locas de envidia, le rasgaron el vestido!
Con el corazón roto, la joven serefugió en el jardín.
—¡Ya no me queda nada en lo que creer! —dijo Cenicienta, llorando.
—Venga, cariño, no puedes ir al baile en este estado —le respondió la voz dulce de su Hada Madrina, que había llegado en su ayuda.


Con una sacudida de su varita mágica, el hada le proporcionó un vestido lujoso, unos zapatos de cristal y una carroza.
—Cuidado, pequeña —le advirtió el hada—. Tras la última campanada de la medianoche, el hechizo se romperá y todo volverá a ser como siempre.
En el baile, el príncipe quedó fascinado al ver a Cenicienta. Los dos jóvenes se enamoraron el uno del otro al instante. Después de bailar toda la noche y justo cuando estaban a punto de besarse, sonó la primera campanada que marcaba la medianoche.
¡Cenicienta huyó enseguida! Con las prisas, perdió uno de los zapatos de cristal. Cuando se rompió el hechizo, ya estaba lejos del palacio.


Nadie sabía quién era la desconocida del baile, de manera que el rey pidió al Gran Duque que fuera a todas las casas del reino para encontrarla.
El príncipe se casaría con la doncella que pudiera calzarse el zapato perdido.
¡Drizella y Anastasia estaban seguras de que serían las elegidas!
Sin embargo, la única quese pudo poner el zapato ala primera fue Cenicienta, para gran desesperación de su madrastra y sus hermanastras.
Por fin, la joven pudo liberarse de su tiranía. Los sueños de Cenicienta se habían cumplido, y ahora se preparaba para vivir una vida larga y feliz junto a su querido príncipe.
