Un dragón sin su jinete es una tragedia.
Un jinete sin su dragón está muerto.
—ARTÍCULO UNO, SECCIÓN UNO
DEL CÓDIGO DE JINETES DE DRAGONES
El Día de Reclutamiento siempre es el más mortífero. Quizá por eso el amanecer está especialmente hermoso, pues sé que, para mí, podría ser el último.
Ajusto las correas de mi pesada mochila de lona y subo como puedo por la ancha escalera de la fortaleza de piedra a la que llamo hogar. Mi pecho se agita por el esfuerzo y, para cuando llego al pasillo de piedra que lleva a la oficina de la general Sorrengail, mis pulmones están ardiendo. Esto es lo que gané con seis meses de entrenamiento físico intenso: la capacidad de apenas subir seis pisos con una mochila de catorce kilos.
Estoy jodida.
Los miles de veinteañeros que esperan afuera de la puerta para entrar a servir en el cuadrante de su elección son los más fuertes e inteligentes de Navarre. Cientos de ellos se han estado preparando desde que nacieron para el Cuadrante de Jinetes, para tener la oportunidad de ser parte de la élite. Yo tuve exactamente seis meses.
Los guardias inexpresivos que flanquean el ancho pasillo al final de la escalera esquivan mi mirada al verme pasar, pero eso no es nada nuevo. Además, ser ignorada es el mejor escenario posible para mí.
El Colegio de Guerra Basgiath no es famoso por ser amable con… pues, con nadie, ni siquiera con los que tenemos madres al mando.
Todos los oficiales navarros, ya sea que escojan la educación de curanderos, escribas, infantes o jinetes, son moldeados dentro de estos crueles muros durante tres años, aprendiendo a usar las armas hasta la perfección para proteger nuestras descomunales fronteras de los violentos intentos de invasión del reino de Poromiel y sus jinetes de grifos. Aquí no sobreviven los débiles, especialmente no en el Cuadrante de Jinetes. Los dragones se aseguran de eso.
—¡La estás enviando a su muerte! —Una voz conocida resuena desde el otro lado de la gruesa puerta de madera de la general y yo ahogo un grito. Solo hay una mujer en el continente lo bastante tonta como para levantarle la voz a la general, pero se suponía que estaba en la frontera con el Ala Este. «Mira».
Desde la oficina se escucha una respuesta ahogada y acerco mi mano a la perilla de la puerta.
—No tiene ninguna oportunidad —grita Mira mientras empujo la pesada puerta y mi mochila, al moverse hacia adelante, casi me tira. «Mierda».
La general suelta un insulto entre dientes desde su escritorio y yo me agarro del respaldo del sofá tapizado de color carmín para recuperar el equilibrio.
—Carajo, mamá, ni siquiera puede con su mochila —suelta Mira mientras viene corriendo hacia mí.
—¡Estoy bien! —La vergüenza enciende mis mejillas y me obligo a pararme derecha. Lleva cinco minutos de haber vuelto y ya tiene que venir a salvarme. «Porque necesitas que te salven, tonta».
No quiero hacer esto. No quiero tener nada que ver en esta mierda del Cuadrante de Jinetes. No es como que tenga impulsos suicidas. Habría estado mejor reprobar el examen de admisión a Basgiath para irme directo al ejército con la mayoría de los reclutas. Pero sí puedo con mi mochila, y sí voy a poder conmigo misma.
—Ay, Violet. —Unos ojos cafés llenos de preocupación me miran mientras las manos fuertes me toman por los hombros.
—Hola, Mira. —Una sonrisita se asoma en las comisuras de mi boca. Quizá vino a despedirse, pero me alegra ver a mi hermana por primera vez en años.
Sus ojos se suavizan y sus dedos se doblan sobre mis hombros como si quisiera envolverme en un abrazo, pero solo da un paso atrás y se da la vuelta para ponerse a mi lado, quedando de frente a nuestra madre.
—No puedes hacer esto.
—Ya está hecho. —Mamá se encoge de hombros y las líneas de su uniforme negro y entallado suben y bajan con el movimiento.
Suelto una risita burlona. Adiós a la esperanza de un indulto. Aunque no había razón para que esperara o siquiera soñara con un poco de misericordia de parte de una mujer que es famosa por no tenerla.
—Pues deshazlo —exige Mira, furiosa—. Ha pasado toda su vida entrenando para ser escriba. No fue criada para ser jinete.
—Sin duda ella no es tú, ¿verdad, teniente Sorrengail? —Mamá posa las manos sobre la superficie inmaculada de su escritorio y se inclina ligeramente hacia adelante mientras se levanta, nos mira desde arriba con esos ojos entrecerrados y observadores que se parecen tanto a los de los dragones tallados en las enormes patas de los muebles. No necesito el poder prohibido de leer mentes para saber qué es exactamente lo que ve.
A sus veintiséis años, Mira es una versión joven de nuestra madre. Es alta, con músculos fuertes y poderosos, tonificados por los años de entrenamiento con armas y cientos de horas sobre el lomo de su dragón. Su piel prácticamente brilla de lo saludable que está, y lleva el cabello rubio castaño corto y listo para el combate, igual que el de mamá. Pero más allá de la apariencia, tiene la misma arrogancia, la misma convicción de que su lugar está en el cielo. Es una jinete hecha y derecha.
Es todo lo que yo no soy, y la forma con la que mamá niega decepcionada con la cabeza indica que ella también lo cree. Yo soy demasiado bajita. Demasiado frágil. Las curvas que tengo deberían ser músculos, y mi cuerpo traidor me hace vergonzosamente vulnerable.
Mamá se acerca a nosotras y sus botas negras bien lustradas brillan bajo las luces mágicas que bailan en los candeleros. Toma la punta de mi larga trenza y suelta una risa burlona al ver la sección que comienza sobre mis hombros, donde los mechones cafés van perdiendo la calidez del color y poco a poco se convierten en un plateado metálico que llega hasta las puntas.
—Piel clara, ojos claros, cabello claro —dice tras soltar mi trenza. Su mirada exprime hasta la última gota de seguridad que me quedaba en la médula—. Es como si esa fiebre te hubiera robado el color junto con la fuerza. —Por un instante, hay pena en sus ojos y sus cejas se fruncen—. Le dije que no te tuviera en esa biblioteca.
No es la primera vez que la escucho maldecir la enfermedad que casi la mata mientras estaba embarazada de mí o la biblioteca que papá convirtió en mi segundo hogar cuando ella se instaló en Basgiath como instructora y él como escriba.
—Amo esa biblioteca —le respondo. Ha pasado más de un año desde que el corazón de mi padre al fin falló; los Archivos siguen siendo el único lugar que siento como un hogar en esta enorme fortaleza, el único lugar donde aún percibo la presencia de mi padre.
—Hablas como la hija de un escriba —dice mamá en voz baja, y de pronto puedo ver a la mujer que era cuando papá estaba vivo. Más tierna. Más amable… al menos con su familia.
—Soy la hija de un escriba. —La espalda me está matando, así que me quito la mochila de los hombros, la dejo en el suelo y tomo la primera bocanada profunda de aire desde que salí de mi habitación.
Mamá parpadea y la mujer amable desaparece, dejando solo a la general.
—Eres la hija de una jinete, tienes veinte años, y hoy es Día de Reclutamiento. Voy a dejar que termines la tutoría, pero como te lo dije la primavera pasada, no voy a permitir que una hija mía entre al Cuadrante de Escribas, Violet.
—¿Porque los escribas son muy inferiores a los jinetes? —pregunto, aunque sé perfectamente que los jinetes están en lo más alto de la jerarquía social y militar. Ayuda mucho que sus dragones a los que están unidos achicharren gente por diversión.
—¡Sí! —Su compostura de siempre vacila—. Y si te atreves a cruzar el túnel hacia el Cuadrante de los Escribas hoy, te voy a sacar de ahí jalándote de esa ridícula trenza y yo misma te pondré en el parapeto.
El estómago se me revuelve.
—¡Papá no querría esto! —exclama Mira, y el rubor le va subiendo por el cuello.
—Amaba a tu padre, pero ya está muerto —dice mamá, como quien da el reporte del clima—. Dudo que quiera cosas.
Tomo aire, pero mantengo la boca cerrada. Discutir no me llevará a ningún lado. Mi madre nunca ha escuchado nada de lo que yo tengo que decir, y hoy no será distinto.
—Enviar a Violet al Cuadrante de Jinetes es lo mismo que darle una sentencia de muerte. —Supongo que Mira no va a dejar de discutir. Mira nunca deja de discutir con mamá, y lo frustrante de eso es que mamá siempre la ha respetado por eso. ¿Alguien dijo doble moral?—. ¡No es lo suficientemente fuerte, mamá! Ya se rompió un brazo este año, cada dos semanas se esguinza algo y no tiene la altura necesaria para montar a ningún dragón lo bastante grande para mantenerla viva en una batalla.
—¿En serio, Mira? —Qué. Diablos. Está. Haciendo. Las uñas se me entierran en las palmas por la fuerza con la que cierro los puños. Saber que mis posibilidades de sobrevivir son mínimas es una cosa. Que mi hermana me eche mis deficiencias en cara es otra—. ¿Me estás diciendo débil?
—No —dice, apretando mi mano—. Solo… frágil.
—Eso no es mejor. —Los dragones no se vinculan con mujeres frágiles. Las incineran.
—Sí, es pequeña. —Mamá me mira de arriba abajo, observando la amplitud de la túnica color beige con cinturón y los pantalones que elegí esta mañana para mi posible ejecución.
Suelto un resoplido burlón.
—¿Ya solo estamos haciendo una lista de mis defectos?
—Nunca dije que fuera un defecto. —Mamá se voltea hacia mi hermana—. Mira, Violet enfrenta más dolor antes del almuerzo del que tú en toda la semana. Si hay una de mis hijas capaz de sobrevivir al Cuadrante de Jinetes, es ella.
Mis cejas se enarcan. Eso sonó muchísimo como un cumplido, pero con mi mamá nunca puedo estar segura.
—¿Cuántos candidatos a jinete mueren el Día de Reclutamiento, mamá? ¿Cuarenta? ¿Cincuenta? ¿Tantas ganas tienes de enterrar otro hijo? —Mira está furiosa.
Hago una mueca de pesar cuando la temperatura en el cuarto baja de golpe, cortesía del clásico poder de mi mamá para manipular tormentas, el cual canaliza a través de su dragón, Aimsir.
Siento un peso en el pecho al recordar a mi hermano. Nadie se ha atrevido a mencionar a Brennan o a su dragón en los cinco años que han pasado desde que murieron peleando en la rebelión de Tyrrish en el sur. Mamá me tolera y a Mira la respeta, pero a Brennan lo amaba.
Y papá también. Sus dolores en el pecho comenzaron justo después de la muerte de Brennan.
La quijada de mamá se tensa y sus ojos amenazan con represalias mientras observa a Mira con rabia.
Mi hermana traga saliva, pero se mantiene firme en la competencia de miradas.
—Mamá —digo—, ella no quiso decir…
—Sal. De. Aquí. Teniente. —Las palabras de mamá son unas suaves volutas de vapor en la gélida oficina—. Antes de que le reporte tu ausencia sin permiso a tu unidad.
Mira se yergue, asiente una vez, se da la vuelta con precisión militar y sale por la puerta sin decir nada más, tomando una pequeña mochila en su camino.
Es la primera vez que mamá y yo hemos estado solas en meses.
Sus ojos se encuentran con los míos y la temperatura se eleva mientras inhala profundamente.
—Quedaste entre los primeros lugares de velocidad y agilidad en el examen de ingreso. Te va a ir bien. A todas las Sorrengail les va bien. —Pasa los dorsos de sus dedos por mi mejilla, apenas me acaricia la piel—. Te pareces tanto a tu padre —susurra antes de aclararse la garganta y retroceder algunos pasos.
Supongo que no hay premios al mérito por disponibilidad emocional.
—No podré tratarte como familia durante los próximos tres años —dice, mientras se sienta en la orilla de su escritorio—, pues, al ser comandante general de Basgiath, seré tu oficial de más alto rango.
—Lo sé. —Es la menor de mis preocupaciones, teniendo en cuenta que casi nunca me trata como familia.
—Y tampoco recibirás ningún trato especial solo por ser mi hija. Si acaso, te tratarán con más dureza para que demuestres tu valía. —Enarca una ceja.
—Me queda claro. —Qué bueno que he estado entrenado con el comandante Gillstead durante los últimos meses, desde que mamá lanzó su decreto.
Ella suspira y finge una sonrisa.
—Entonces, te veré en el valle de la Trilla, candidata. Aunque para el atardecer ya serás cadete, supongo.
«O cadáver».
Ninguna de las dos lo dice.
—Buena suerte, candidata Sorrengail. —Dicho esto, se acomoda detrás de su escritorio, lista para que yo me vaya.
—Gracias, general. —Me acomodo la mochila en los hombros y salgo de su oficina. Un guardia cierra la puerta detrás de mí.
—Está loca de remate —dice Mira desde el centro del pasillo, justo entre dos guardias que están en sus puestos.
—Le van a decir lo que dijiste.
—Como si no lo supiera —suelta entre dientes—. Vámonos. Solo nos queda una hora antes de que todos los candidatos tengan que reportarse, y en mi vuelo de llegada vi a miles esperando afuera de las puertas. —Comienza a caminar y me lleva por la escalera de piedra y los pasillos hacia mi cuarto.
Bueno… el que solía ser mi cuarto.
En los treinta minutos que han pasado desde que me fui, todas mis cosas fueron empacadas en cajas de madera que ahora están apiladas en la esquina. El corazón se me aplasta. Mi madre metió mi vida entera en cajas.
—Carajo, sí que es eficiente, eso no te lo voy a negar —masculla Mira antes de darse la vuelta hacia mí y recorrerme con los ojos con gesto analítico—. Tenía la esperanza de hacerla cambiar de opinión. No estás hecha para el Cuadrante de Jinetes.
—Ya lo comentaste. —Enarco una ceja, mirándola—. Varias veces.
—Perdón. —Hace un gesto de pesar, se sienta en el suelo y comienza a vaciar su mochila.
—¿Qué haces?
—Lo que Brennan hizo por mí —dice en voz baja, y siento cómo la pena se me atora en la garganta—. ¿Puedes usar una espada?
Niego con la cabeza.
—Son demasiado pesadas. Pero soy muy rápida con las dagas. —Jodidamente rápida. Como un rayo. Lo que me falta de fuerza, lo compenso con velocidad.
—Eso pensé. Bien. Ahora, suelta tu mochila y quítate esas botas horribles. —Busca entre las cosas que trajo y me entrega unas botas nuevas y un uniforme negro—. Ponte esto.
—¿Qué tiene de malo mi mochila? —Le pregunto, pero de todos modos la suelto. Ella la abre de inmediato y saca despreocupadamente todo lo que empaqué con tanto cuidado—. ¡Mira! ¡Eso me tomó toda la noche!
—Traes demasiadas cosas, y tus botas son una trampa mortal. Te vas a resbalar del parapeto con esas suelas tan lisas. Te mandé a hacer unas de jinete con suela de goma por si acaso, y esto, mi querida Violet, es el peor de los casos. —Los libros comienzan a volar y caen cerca de la caja.
—Oye, solo puedo llevarme lo que pueda cargar, ¡y quiero esos! —Me lanzo sobre el siguiente libro antes de que mi hermana pueda aventarlo y salvo por poco mi colección favorita de fábulas oscuras.
—¿Estás dispuesta a morir por esto? —me pregunta, y hay severidad en sus ojos.
—¡Puedo cargarlo! —Todo esto está mal. Se suponía que iba a dedicarle mi vida entera a los libros, no a tirarlos en un rincón para aligerar mi carga.
—No. No puedes. Con trabajos pesas el triple que tu mochila, el parapeto tiene más o menos veinte centímetros de ancho, está a más de sesenta metros del suelo y, la última vez que me asomé, las nubes que se acercan eran de lluvia. No te van a dar tregua con la lluvia solo porque el puente podría ponerse un poco resbaloso, hermanita. Te vas a caer y te vas a morir. ¿Ahora sí me vas a escuchar? ¿O te vas a unir a los demás candidatos muertos durante el pase de lista de mañana? —Ya no hay ni un rastro de mi hermana mayor en la jinete que está frente a mí. Esta mujer es calculadora, artera y un tanto cruel. Esta es la mujer que sobrevivió a los tres años con una sola cicatriz, la cual su propio dragón le hizo durante la Trilla—. Porque eso es lo único que serás. Otra tumba. Otro nombre grabado con fuego en piedra. Deshazte de los libros.
—Papá me dio este —murmuro, con el libro pegado a mi pecho. Quizá es infantil, solo una colección de cuentos que nos advierten sobre el atractivo de la magia e incluso satanizan a los dragones, pero es lo único que me queda.
Ella suspira.
—¿Es ese viejo libro de folclor sobre alimañas de la oscuridad y su guiverno? ¿No lo has leído mil veces?
—Probablemente más —reconozco—. Y son venin, no alimañas.
—Papá y sus alegorías —dice—. Solo no intentes canalizar un poder sin estar unida a un dragón y no habrá monstruos de ojos rojos bajo tu cama, esperando para secuestrarte en sus dragones de dos patas para que te unas a su ejército oscuro. —Saca el último libro que había empacado de mi mochila y me lo entrega—. Deshazte de los libros. Papá no puede salvarte. Lo intentó. Yo también lo intenté. Decide, Violet. ¿Vas a morir como escriba o vas a vivir como jinete?
Bajo la vista hacia los libros en mis brazos y tomo mi decisión.
—Eres una pesadilla. —Dejo las fábulas en una esquina, pero me quedo con el otro tomo entre las manos y me volteo para ver a mi hermana.
—Soy una pesadilla que te va a mantener con vida. ¿Ese para qué es? —pregunta con tono retador.
—Para matar gente. —Se lo entrego.
Una sonrisa le va llenando lentamente la cara.
—Bien. Ese sí puedes quedártelo. Ahora, ve a cambiarte mientras yo me encargo de este desastre. —La campana suena desde lo alto. Nos quedan cuarenta y cinco minutos.
Me visto rápido, pero todo se siente como si fuera de alguien más, aunque obviamente está hecho a mi medida. Mi túnica es reemplazada por una camisa negra entallada que me cubre los hombros, y mis pantalones frescos se intercambian por unos de cuero que abrazan todas mis curvas. Luego, mi hermana me pone un corsé tipo chaleco que va sobre la camisa y amarra las cintas.
—Evita las rozaduras —me explica.
—Como lo que se ponen los jinetes para la batalla. —Tengo que admitir que la ropa se ve bastante ruda y genial, aunque me sienta como una impostora. «Dioses, esto está pasando en serio».
—Exacto, porque a eso es a lo que vas. A la batalla.
La combinación de cuero y tela que no reconozco me cubre desde el pecho hasta debajo de la cintura, envuelve mis senos, cruza hacia arriba y sube por mis hombros. Toco las fundas que están discretamente cosidas en diagonal por las costillas.
—Son para tus dagas.
—Solo tengo cuatro. —Las tomo de la pila que está en el piso.
—Te vas a ganar más.
Acomodo mis dagas en las vainas, y es como si mis costillas se estuvieran convirtiendo en armas. El diseño es ingenioso. Entre mis costillas y las vainas en mis muslos, es fácil tomar los cuchillos.
Apenas me reconozco en el espejo. Me veo como una jinete. Aunque me sigo sintiendo como una escriba.
Minutos después, la mitad de lo que empaqué está apilado en las cajas. Mi hermana reorganizó mi mochila, descartando cualquier cosa que consideró innecesaria y casi todo lo sentimental mientras vomitaba consejos sobre cómo sobrevivir en el cuadrante. Luego me sorprende haciendo la cosa más sentimental del mundo: decirme que me siente entre sus rodillas para que pueda trenzarme el cabello para formar una corona.
Es como si fuera una niña de nuevo en vez de toda una mujer, pero lo hago.
—¿Qué es esto? —Toco el material que está sobre mi corazón, rascándolo con la uña.
—Algo que yo misma diseñé —me explica, apretándome la trenza tan fuerte que me duele la cabeza—. Pedí que lo hicieran especialmente para ti con escamas de Teine, así que cuídalo.
—¿Escamas de dragón? —Giro la cabeza para verla—. ¿Cómo? Teine es enorme.
—Conozco a un jinete con el poder de hacer que las cosas grandes se vuelvan muy pequeñas. —Una sonrisa pícara se dibuja en sus labios—. Y las cosas pequeñas… muchísimo más grandes.
Hago un gesto de fastidio. Mira siempre ha sido mucho más abierta para hablar de sus hombres que yo… de los dos que he tenido.
—Pero ¿qué tanto más grandes?
Se ríe y me da un jalón en la trenza.
—Echa la cabeza hacia adelante. Deberías haberte cortado el cabello. —Jala los mechones para que queden bien apretados y sigue trenzando—. Es un problema en los enfrentamientos y batallas, además es un enorme blanco. Nadie más tiene un cabello que se destiña hasta volverse plateado como el tuyo, y ya deben tenerte en la mira.
—Sabes bien que al parecer el pigmento natural abandona mi cabello gradualmente sin importar el largo. —Mis ojos son igual de indecisos, de un color claro y avellanado que mezcla distintos azules y ámbares, pero no parece decidirse por ninguno de los dos—. Además, fuera de lo mucho que a todos les preocupa el tono, mi cabello es lo único perfectamente saludable que tengo. Cortarlo se sentiría como si estuviera castigando a mi cuerpo por hacer al fin algo bien, y no es como que yo tenga la necesidad de esconder quién soy.
—No la tienes. —Mira me jala la trenza para que eche la cabeza hacia atrás, y nuestros ojos se encuentran—. Eres la mujer más inteligente que conozco. Que no se te olvide. Tu cerebro es tu mejor arma. Véncelos con tu inteligencia, Violet. ¿Me entendiste?
Asiento y ella deja de jalarme el cabello con tanta fuerza, termina la trenza y me hace ponerme de pie mientras sigue resumiendo sus años de conocimientos en quince apresurados minutos, casi sin respirar.
—Mantente atenta. Está bien ser callada, pero asegúrate de notar todo y a todos los que te rodean para usarlo a tu favor. ¿Leíste el Código?
—Un par de veces. —El libro de reglas del Cuadrante de Jinetes tiene solo una parte de la extensión que los de las demás divisiones. Probablemente porque a los jinetes les cuesta trabajo seguir las reglas.
—Bien. Entonces ya sabes que los otros jinetes te pueden matar en cualquier momento y que los cadetes despiadados seguro lo van a intentar. Entre menos cadetes, más posibilidades tendrás en la Trilla. Nunca hay suficientes dragones dispuestos a formar un vínculo y, de cualquier modo, quien sea tan insensato como para que lo maten no se merecía un dragón.
—Salvo cuando esté durmiendo. Atacar a un cadete mientras duerme es una infracción que merece castigo. Artículo tres…
—Sí, pero eso no significa que estarás a salvo durante las noches. Duerme con esto si puedes. —Me da unos golpecitos a la altura del estómago sobre el corsé.
—Se supone que los jinetes deben ganarse el vestir de negro. ¿Estás segura de que no debería usar mi túnica hoy? —Paso las manos sobre el cuero.
—El viento en el parapeto se aprovechará de cualquier tela suelta como si fuera una vela. —Me entrega mi mochila, que ahora está mucho más ligera—. Entre más entallada sea tu ropa, mejor te va a ir allá arriba y en el ring cuando comiences a entrenar para las peleas. Usa la armadura todo el tiempo. Lleva las dagas contigo todo el tiempo. —Señala hacia las fundas en sus muslos.
—Alguien va a decir que no me las gané.
—Eres una Sorrengail —dice, como si eso fuera respuesta suficiente—. Que se metan sus opiniones por donde les quepan.
—Y ¿no crees que las escamas de dragón son trampa?
—No existen las trampas cuando subes a la torre. Allá solo sobrevives o mueres. —La campana suena; quedan treinta minutos. Mira traga saliva—. Ya casi es hora. ¿Lista?
—No.
—Yo tampoco estaba lista. —Una sonrisa juguetona eleva una comisura de su boca—. Aunque me pasé toda la vida entrenando para eso.
—No voy a morir hoy. —Me acomodo la mochila sobre los hombros y respiro con un poco más de facilidad que esta mañana. Está infinitamente más soportable.
Los pasillos de la parte central y administrativa de la fortaleza están escalofriantemente silenciosos mientras vamos bajando por varias escaleras, pero el ruido de afuera se va volviendo más fuerte entre más descendemos. Por las ventanas puedo ver a miles de candidatos abrazando a sus seres queridos y despidiéndose en los campos verdes frente a la puerta principal. Por lo que he visto año con año, la mayoría de las familias se aferra a sus candidatos hasta que suena la última campana. Los cuatro caminos que llevan a la fortaleza están atascados de caballos y carretas, especialmente donde convergen frente al colegio, pero son los vacíos en la orilla de los campos los que me hacen sentir náuseas.
Son para los cuerpos.
Justo antes de que doblemos la última esquina que nos llevará al patio, Mira se detiene.
—¿Por qué te…? Aaay. —Mi hermana me jala hacia su pecho y me abraza con fuerza en la relativa privacidad del pasillo.
—Te quiero, Violet. Recuerda todo lo que te dije. No te conviertas en otro nombre en la lista de los muertos. —La voz le tiembla y yo la envuelvo con mis brazos, apretándola con ganas.
—Voy a estar bien —prometo.
Ella asiente y su barbilla choca con la parte de arriba de mi cabeza.
—Lo sé. Vamos.
Eso es lo único que dice antes de jalarme para ir hacia el patio lleno de gente, justo detrás de la puerta principal de la fortaleza. Instructores, comandantes y hasta nuestra madre están reunidos de manera informal, esperando que la locura de afuera de los muros se transforme en el orden de adentro. De todas las puertas en el colegio de guerra, la entrada principal es la única por la que no entrará ningún cadete este día, pues cada cuadrante tiene su propia entrada e instalaciones. Es más, los jinetes tienen su propia ciudadela. Malditos pretenciosos y egocéntricos.
Sigo a Mira, caminando rápidamente para alcanzarla.
—Busca a Dain Aetos —me dice mientras cruzamos el patio con dirección a la puerta abierta.
—¿A Dain? —No puedo evitar una sonrisa al pensar en volver a ver a Dain, y mi pulso se acelera. Ya pasó un año, y cómo he extrañado sus ojos color café claro y la forma en que se ríe, haciendo que su cuerpo entero se le una. Extraño nuestra amistad y los momentos en que creí que podría convertirse en algo más si se dieran las circunstancias. Extraño cómo me veía, como si yo fuera alguien a quien vale la pena ponerle atención. Lo extraño.
—Apenas llevo tres años fuera del cuadrante, pero por lo que he escuchado, le va bien y podrá mantenerte a salvo. No sonrías así —me regaña Mira—. Va a estar en segundo año. —Agita su dedo frente a mí—. No te metas con los de segundo. Si quieres acostarte con alguien, y vaya que deberías —enarca una ceja—, considerando que no se sabe qué pasará durante el día, métete con gente de tu año. No hay nada peor que los cadetes corriendo el chisme de que conseguiste estar a salvo a punta de acostones.
—O sea que puedo llevarme a la cama a quien quiera de primer año —digo, con una sonrisita—, pero a nadie de segundo o tercero.
—Exacto. —Guiña.
Salimos de la fortaleza cruzando las puertas y nos unimos al caos organizado que está al otro lado.
Cada una de las seis provincias de Navarre envió a sus candidatos de este año para el servicio militar. Algunos vienen como voluntarios. Para otros es un castigo. La mayoría son conscriptos. Lo único que tenemos en común aquí en Basgiath es que aprobamos el examen de admisión, tanto el escrito como el de agilidad, que aún no puedo creer que yo haya pasado, lo que significa que al menos no terminaremos como carne de cañón para la infantería de primera línea.
La atmósfera está tensa por el nerviosismo mientras Mira me lleva por el desgastado camino de adoquín hacia el torreón del sur. La parte principal del colegio está construida en la ladera de la montaña Basgiath como si fuera un crecimiento más de la formación. La enorme y maravillosa estructura se cierne sobre la multitud de candidatos ansiosos y sus familias acongojadas con sus almenas de varios pisos, construidas para proteger la alta fortaleza al centro, y sus torreones de defensa en cada esquina, en una de las cuales están las campanas.
La mayoría de la gente avanza para ponerse en fila en la base del torreón norte, que es la entrada al Cuadrante de Infantería. Una parte de la multitud se va hacia la puerta que está detrás de nosotras, el Cuadrante de Curanderos que ocupa todo el lado sur del colegio. La envidia me aplasta el pecho cuando veo a unos cuantos dirigiéndose hacia el túnel central con dirección a los archivos debajo de la fortaleza para entrar al Cuadrante de Escribas.
La entrada al Cuadrante de Jinetes no es más que una puerta reforzada en la base de la torre, al igual que la entrada de infantería al norte. Pero los candidatos de infantería pueden llegar caminando a su cuadrante, que está a ras de suelo, mientras que nosotros, los candidatos a jinetes, tenemos que escalar.
Mira y yo nos ponemos en la fila de los jinetes esperando para registrarnos y aquí cometo el error de levantar la vista.
Allá arriba, cruzando el valle sobre el río que divide la parte principal del colegio de la altísima e imponente ciudadela del Cuadrante de Jinetes, en la cresta de una montaña al sur, está el parapeto, el puente de piedra que separará a los candidatos a jinete de los cadetes durante las próximas horas.
No puedo creer que estoy a punto de cruzarlo.
—Y pensar que llevo todos estos años preparándome para el examen escrito de los escribas. —Mi voz está llena de sarcasmo—. Debí pasarlos jugando en una barra de equilibrio.
Mira me ignora mientras la fila avanza y los candidatos van desapareciendo por la puerta.
—No dejes que el viento les quite firmeza a tus pasos.
Dos candidatos delante de nosotras, una mujer llora mientras su pareja la arranca de un muchacho, la pareja se separa de la fila y se aleja entre lágrimas por la ladera hacia la multitud de seres queridos que ya flanquean los caminos. No hay más padres delante de nosotros, solo unas cuantas docenas de candidatos que avanzan hacia los que tienen las listas.
—Mantén los ojos fijos en las piedras frente a ti y no veas hacia abajo —me dice Mira, y su expresión se tensa—. Los brazos abiertos para el equilibrio. Si la mochila se te resbala, tírala. Es mejor que se caiga la mochila y no tú.
Miro detrás de nosotras, donde parece que han llegado cientos de personas en unos cuantos minutos.
—Quizá debería dejarlos pasar primero —susurro mientras el pánico me envuelve el corazón y lo va apretando. ¿Qué diablos estoy haciendo?
—No —responde Mira—. Entre más esperes en estos escalones —señala hacia la torre—, más oportunidad le das a tu miedo para crecer. Cruza el parapeto antes de que el terror se apodere de ti.
La fila avanza y la campana suena de nuevo. Son las ocho en punto.
Como era de esperarse, la multitud de cientos de personas detrás de nosotras ya se terminó de separar en sus respectivos cuadrantes y todos están en fila para registrarse y comenzar su servicio.
—Enfócate —ordena Mira, y de inmediato giro la cabeza—. Esto puede parecer duro, pero no busques amistades allá, Violet. Crea alianzas.
Ya solo quedan dos adelante de nosotras, una mujer con una mochila llena, cuyos altos pómulos y su rostro oval me recuerdan los dibujos de Amari, la reina de los dioses. Su cabello café oscuro está tejido en varias líneas de trencitas que apenas tocan la igualmente oscura piel de su cuello. El segundo es un hombre rubio y musculoso con una mujer llorando sobre él. Este trae una mochila aún más grande.
Miro más allá del par, hacia el escritorio de enlistamiento, y los ojos se me abren de par en par.
—¿Es…? —susurro.
Mira echa un vistazo y suelta una maldición entre dientes.
—¿Un chico separatista? Sí. ¿Ves esa marca brillante que comienza en su muñeca? Es una reliquia de la rebelión.
Enarco una ceja, sorprendida. La única reliquia de la que había escuchado es cuando un dragón usa magia para marcar la piel del jinete con el que se unió. Pero esas reliquias son símbolo de honor y poder y, generalmente, tienen la forma del dragón que las otorgó. Estas marcas son ondas y cortes que parecen más una advertencia que una marca de propiedad.
—¿Un dragón le hizo eso? —susurro.
Ella asiente.
—Mamá dijo que el dragón del general Melgren se los hizo a todos cuando mató a sus padres, pero no la vi muy dispuesta a seguir hablando del tema. No hay nada mejor que castigar a los chicos para que otros padres olviden sus intenciones de cometer traición.
Parece… cruel, pero la primera regla de la vida en Basgiath es que nunca hay que cuestionar a un dragón. Tienden a incinerar a cualquiera que les parezca grosero.
—La mayoría de los chicos que tienen reliquias de la rebelión son de Tyrrendor, claro, pero hay unos cuantos cuyos padres se volvieron traidores de otras provincias… —La sangre le abandona el rostro, me agarra por las correas de la mochila y me da la vuelta para que la mire de frente—. Me acabo de acordar. —Su voz se vuelve un susurro y tengo que acercarme para escucharla, tengo el corazón acelerado ante la urgencia en su tono—. Nunca te acerques a Xaden Riorson.
El aire se me escapa de los pulmones. Ese nombre…
—Sí. Ese Xaden Riorson —confirma, con miedo velándole la mirada—. Es de tercero, y ten por seguro que te matará en cuanto descubra quién eres.
—Su padre fue el Gran Traidor. El líder de la rebelión —digo en voz baja—. ¿Qué hace aquí Xaden?
—Reclutaron a todos los hijos de los líderes como castigo por los crímenes de sus padres —susurra Mira mientras caminamos de lado, avanzando en la fila—. Mamá me contó que no esperaban que Riorson pasara del parapeto. Luego supusieron que un cadete lo mataría, pero cuando su dragón lo eligió… —Niega con la cabeza—. Bueno, ya no quedaba mucho que pudiera hacerse. Ha alcanzado el rango de jefe de ala.
—Qué estupidez —digo furiosa.
—Juró su lealtad a Navarre, pero no creo que eso lo detendrá en lo que a ti respecta. Cuando cruces el parapeto, porque te aseguro que lo vas a cruzar, busca a Dain. Él te pondrá en su pelotón y esperemos que esté lejos de Riorson. —Toma las correas de mi mochila con más fuerza—. Mantente. Lejos. De. Él.
—Entendido. —Asiento.
—Siguiente —dice una voz desde detrás de la mesa de madera que tiene las listas del Cuadrante de Jinetes. El jinete marcado que no conozco está sentado junto a un escriba que sí conozco, y las cejas plateadas del capitán Fitzgibbons se enarcan sobre su rostro envejecido—. ¿Violet Sorrengail?
Asiento, tomo la pluma y pongo mi nombre junto a la siguiente línea vacía en la lista.
—Pero pensé que irías al Cuadrante de Escribas —comenta el capitán Fitzgibbons en voz baja.
Envidio su túnica color beige, y no encuentro palabras para responderle.
—La general Sorrengail decidió otra cosa —comenta Mira.
Los ojos del anciano se llenan de tristeza.
—Qué pena. Tenías mucho potencial.
—Dioses —exclama el jinete que está junto al capitán Fitzgibbons—. ¿Eres Mira Sorrengail? —Se queda boquiabierto, y puedo oler cómo idolatra a la heroína desde aquí.
—Sí soy —responde ella, asintiendo—. Ella es mi hermana, Violet. Entrará a primer año.
—Si sobrevive al parapeto —comenta burlonamente alguien detrás de mí—. Puede que el viento la derribe.
—Peleaste en Strythmore —continúa diciendo el jinete que está detrás de la mesa, maravillado—. Te dieron la Orden de la Garra por acabar con toda una tropa detrás de las líneas enemigas.
Las risitas se apagan.
—Como estaba diciendo… —Mira me pone una mano en la espalda baja—. Ella es mi hermana, Violet.
—Ya conoces el camino. —El capitán asiente y señala hacia la puerta abierta del torreón. El interior se ve ominosamente oscuro, y tengo que controlar el impulso de salir corriendo como loca.
—Conozco el camino —le asegura Mira, alejándome de la mesa para que el imbécil de las risitas que estaba detrás de mí pueda anotarse en la lista.
Nos detenemos en la puerta y quedamos frente a frente.
—No te mueras, Violet. No se me antoja ser hija única. —Sonríe y se va, pavoneándose junto a la fila de candidatos que la miran boquiabiertos mientras se corre la voz de quién es ella y lo que ha hecho.
—Te dejaron la vara muy alta —dice la mujer que está delante de mí, ya dentro de la torre.
—Así es —reconozco, aferrándome a las correas de mi mochila para adentrarme a la oscuridad. Mis ojos se ajustan rápidamente a la tenue luz que se cuela por las ventanas equidistantes que recorren la escalera curvada.
—¿Sorrengail como…? —pregunta la mujer, mirando sobre su hombro mientras comenzamos a subir los cientos de escalones que nos llevarán a nuestras posibles muertes.
—Sí. —No hay barandal, así que mantengo una mano contra la pared de piedra mientras seguimos subiendo más y más.
—¿La general? —pregunta el rubio que va adelante de nosotras.
—La misma —respondo, ofreciéndole una breve sonrisa. Cualquiera cuya madre lo haya abrazado con tantas fuerzas no puede ser tan malo, ¿verdad?
—Guau. Y qué buenas prendas de piel traes. —Me devuelve la sonrisa.
—Gracias. Son cortesía de mi hermana.
—Me pregunto cuántos candidatos se habrán caído por la orilla de los escalones y murieron antes de llegar al parapeto —dice la mujer, echando un vistazo hacia el centro de las escaleras mientras seguimos subiendo.
—Dos el año pasado. —Inclino la cabeza hacia un lado cuando voltea a verme—. Bueno, tres si cuentas a la chica sobre la que cayó uno de los tipos.
Los ojos cafés de la mujer se encienden, pero se da la vuelta y sigue subiendo.
—¿Cuántos escalones son? —pregunta.
—Doscientos cincuenta —le respondo, y seguimos subiendo en silencio por los próximos cinco minutos.
—No está tan mal —dice con una enorme sonrisa cuando nos acercamos al final de la escalera y la fila se detiene—. Soy Rhiannon Matthias, por cierto.
—Dylan —responde el chico rubio, agitando la mano con entusiasmo.
—Violet. —Les ofrezco una sonrisa tensa, ignorando descaradamente la sugerencia que me hizo Mira, hace apenas un rato, de evitar las amistades y solo crear alianzas.
—Siento como si hubiera esperado toda mi vida para este momento. —Dylan se acomoda la mochila sobre la espalda—. ¿Pueden creer que al fin lo vamos a hacer? Es un sueño hecho realidad.
Claro. Obviamente, todos los candidatos, que no son yo, están emocionados de estar aquí. Este es el único cuadrante de Basgiath que no acepta conscriptos, solo voluntarios.
—Apenas puedo esperar, carajo. —La sonrisa de Rhiannon crece más—. O sea, ¿quién no quiere montar un dragón?
«Yo». Y no es que no parezca divertido en teoría. Claro que sí. Son solo las horrorosas probabilidades de sobrevivir a la graduación las que me hacen querer vomitar.
—¿Sus padres están de acuerdo? —pregunta Dylan—. Porque mi mamá pasó meses rogándome que cambiara de opinión. Le insistí en que tendré más oportunidades de crecimiento como jinete, pero ella quería que entrara al Cuadrante de Curanderos.
—Los míos siempre supieron que esto era lo que yo quería, así que me han apoyado bastante. Además, tienen a mi gemela para canalizar en ella todos sus mimos. Raegan ya está viviendo su sueño, casada y esperando un bebé. —Rhiannon voltea a verme—. ¿Y tú? Déjame adivinar. Con un apellido como Sorrengail, apuesto a que fuiste la primera en ofrecerse como voluntaria este año.
—Más bien me ofrecieron. —Mi respuesta es mucho menos entusiasta que la suya.
—Entiendo.
—Y los jinetes tienen muchos más beneficios que otros oficiales —le digo a Dylan mientras la fila comienza a avanzar de nuevo. El candidato burlón que estaba detrás de mí nos alcanza, sudoroso y colorado. «Mira quién se quedó sin risitas»—. Mejor paga, más indulgencias con la política de uniformes —continúo—. A nadie le importa un carajo qué usen los jinetes mientras sea negro. Las únicas reglas que aplican a los jinetes son las que nos memorizamos del Código.
—Y el derecho a presentarte como alguien rudísima —agrega Rhiannon.
—Eso también —reconozco—. Estoy bastante segura de que te entregan un ego junto con la ropa de vuelo.
—Además, he escuchado que los jinetes tienen permitido casarse antes que los de los demás cuadrantes —comenta Dylan.
—Es cierto. Justo después de la graduación. —Si sobrevivimos—. Creo que tiene algo que ver con que quieren continuar con las estirpes. —Los jinetes más exitosos tienen un linaje.
—O porque solemos morirnos antes que los de los otros cuadrantes —reflexiona Rhiannon.
—Yo no me voy a morir —dice Dylan con mucha más confianza de la que yo siento mientras se saca una cadena de debajo de la túnica para mostrarnos el anillo que lleva como dije—. Según ella, es de mala suerte proponerle matrimonio antes de que me fuera, así que vamos a esperar hasta después de la graduación. —Besa el anillo y lo vuelve a guardar bajo el cuello de su ropa—. Los próximos tres años van a ser largos, pero valdrán la pena.
Contengo un suspiro, aunque puede que eso haya sido lo más romántico que he escuchado en la vida.
—Quizá tú sí logres cruzar el parapeto —comenta el tipo detrás de nosotros, burlándose de nuevo—, pero ella está a una brisa de terminar en el fondo del barranco.
Hago un gesto de fastidio.
—Cállate y enfócate en lo tuyo —le ordena Rhiannon, mientras escucho el golpeteo de sus pies sobre los escalones de piedra conforme seguimos subiendo.
El final de la escalera aparece ante nuestros ojos y, con él, la puerta llena de luz turbia. Mira tenía razón. Las nubes van a crear un caos, y tenemos que llegar al otro lado del parapeto antes que ellas.
Otro paso, otro golpe de los pies de Rhiannon.
—Déjame ver tus botas —digo en voz baja para que el imbécil que va detrás de mí no me alcance a escuchar.
Su ceño se frunce y la confusión llena sus ojos cafés, pero me muestra sus suelas. Son suaves, igual que las que yo traía antes. Las tripas se me retuercen.
La fila vuelve a avanzar, y se detiene hasta que estamos a un par de metros de la entrada.
—¿De qué número calzas? —le pregunto.
—¿Qué? —me responde confundida.
—Tus pies. ¿De qué número son?
—Del cinco —me responde, y se forman dos líneas entre sus cejas.
—Yo del cuatro —digo de inmediato—. Te va a doler horrible, pero quiero que te pongas mi bota izquierda. Cámbiamela por la tuya. —Tengo una daga en la derecha.
—¿Disculpa? —Me está mirando como si me hubiera vuelto loca, y quizá sí.
—Estas son botas de jinete. Se agarran mejor a la piedra. Vas a traer los dedos aplastados y sufrirás, pero al menos tendrás la oportunidad de no caerte cuando empiece a llover.
Rhiannon echa un vistazo hacia la puerta abierta, luego al cielo que se va oscureciendo y de nuevo a mí.
—¿Estás dispuesta a intercambiar una bota?
—Solo hasta que estemos del otro lado. —Me asomo por la puerta abierta. Tres candidatos ya van caminando por el parapeto con los brazos bien abiertos—. Pero tenemos que hacerlo rápido. Ya casi es nuestro turno.
Rhiannon aprieta los labios, pensando qué hacer por un momento, y luego acepta e intercambiamos nuestras botas izquierdas. Apenas logro terminar de amarrarme la mía antes de que la fila comience a avanzar de nuevo y el tipo que viene detrás me golpea en la espalda baja, haciendo que dé unos pasos tambaleantes hacia la plataforma y al vacío.
—Avanza. Algunos tenemos cosas que hacer al otro lado. —Su voz me tensa hasta el último nervio del cuerpo.
—No vale la pena enfocarme en algo como tú en este momento —mascullo, recuperando el equilibrio mientras el viento azota mi piel con toda la humedad de esa mañana de verano. «Qué bueno que me trenzaste el cabello, Mira».
La parte alta del torreón está despejada, las almenas de piedra suben y bajan a lo largo de la estructura circular a la altura de mi pecho y no hacen nada por obstaculizar la vista. De pronto el barranco y el río de allá abajo se sienten muy muy lejos. ¿Cuántas carretas tienen esperando allá abajo? ¿Cinco? ¿Seis? Conozco las estadísticas. El parapeto acaba más o menos con un quince por ciento de los candidatos a jinetes. Cada prueba en el cuadrante, incluida esta, está diseñada para evaluar la habilidad de un cadete para montar. Si alguien no puede caminar por el ventoso tramo del delgado puente de piedra, es segurísimo que no podrá mantener el equilibrio y luchar sobre el lomo de un dragón.
Y ¿la tasa de mortalidad? Supongo que casi todos los jinetes piensan que la gloria hace que valga la pena el riesgo, o tienen la arrogancia de creer que no se caerán.
Yo no estoy en ninguno de esos dos campos.
Las náuseas me obligan a apretarme el estómago; tomo aire por la nariz y lo saco por la boca mientras avanzo hacia la orilla detrás de Rhiannon y Dylan, acariciando con los dedos la piedra mientras nos acercamos al parapeto.
Tres jinetes esperan en la entrada, que no es más que un enorme agujero en la pared del torreón. Uno, que trae las mangas arrancadas, registra los nombres de los candidatos que van saliendo hacia la peligrosa prueba. Otro, que se rapó todo el cabello salvo por una franja sobre la cabeza, al centro, le da instrucciones a Dylan mientras toma su lugar, dándose unas palmaditas en el pecho como si el anillo que trae ahí escondido le fuera a dar suerte. Espero que así sea.
El tercero voltea hacia mí y mi corazón simplemente… se detiene.
Es alto, con el cabello negro revuelto y cejas oscuras. Tiene una quijada fuerte y cubierta de una cálida piel bronceada y barba incipiente y también oscura, y cuando cruza los brazos sobre su torso, los músculos de su pecho y sus brazos se mueven de una forma que me obliga a tragar saliva. Y sus ojos… Sus ojos tienen el color del ónix con salpicaduras doradas. El contraste es sorprendente, incluso fascinante… todo en él lo es. Sus rasgos son tan duros que parece que se los hubieran hecho de tajo, pero a la vez son increíblemente perfectos, como si un artista se hubiera pasado toda la vida esculpiéndolo y, al menos, un año solo en su boca.
Es el hombre más exquisito que he visto en mi vida.
Y, al vivir en el colegio de guerra, he visto a muchísimos hombres.
Hasta la cicatriz diagonal que parte en dos su ceja izquierda y marca la esquina de arriba de su mejilla lo hace ver más sexy. Insoportablemente sexy. Imposiblemente sexy. Te-mete-en-problemas-y-te-hace-disfrutarlos-mente sexy. De pronto, no puedo recordar con exactitud por qué Mira me dijo que no me anduviera metiendo con nadie que no fuera de mi año.
—¡Las veo del otro lado! —dice Dylan sobre su hombro con una sonrisa emocionada antes de entrar al parapeto con los brazos bien abiertos.
—¿Listo para quien sigue, Riorson? —pregunta el jinete de las mangas arrancadas.
«¿Xaden Riorson?».
—¿Estás lista, Sorrengail? —me pregunta Rhiannon, acercándose.
El jinete de cabello negro planta su mirada sobre mí, girándose para quedar completamente de frente, y mi corazón se desboca por las razones más equivocadas del mundo. Una reliquia de la rebelión, curvándose en ondas y surcos, comienza en su muñeca izquierda desnuda y luego desaparece bajo su uniforme negro para reaparecer de nuevo en su cuello y subir hasta su mentón.
—Mierda —susurro, y sus ojos se entrecierran, como si pudiera escucharme sobre el aullido del viento que me sacude la trenza bien amarrada.
—¿Sorrengail? —Da un paso hacia mí y yo levanto la vista… y luego la levanto más.
Dioses, no le llego ni a la clavícula. Es enorme. Seguro mide más de uno noventa.
Me siento exactamente como me dijo Mira: frágil, pero asiento una vez y el brillante ónix de sus ojos se transforma en el más profundo y frío odio. Casi puedo saborear el desprecio que emana, como un perfume amargo.
—¿Violet? —pregunta Rhiannon, avanzando hacia mí.
—Eres la hija menor de la general Sorrengail. —La voz del jinete es profunda y acusadora.
—Eres el hijo de Fen Riorson —respondo a la defensiva, pues el reafirmar esta revelación me cala hasta los huesos. Levanto la quijada y me esfuerzo por tensar cada músculo de mi cuerpo para no empezar a temblar.
«Te matará en cuanto descubra quién eres». Las palabras de Mira rebotan en mi cabeza y el miedo me forma un nudo en la garganta. Me va a aventar por la orilla. Me va a cargar para tirarme por el torreón. No tendré siquiera la oportunidad de caminar por el parapeto. Moriré siendo exactamente lo que mi madre siempre intentó no llamarme: débil.
Xaden toma aire y el músculo en su quijada se tensa una vez. Dos veces.
—Tu madre capturó a mi padre y supervisó su ejecución.
Espera. ¿Cree que él es el el único que tiene derecho a sentir odio? La rabia me corre por las venas.
—Tu padre mató a mi hermano mayor. Me parece que estamos a mano.
—No realmente. —Su mirada llena de furia me recorre como si estuviera memorizando cada detalle o buscándome puntos débiles—. Tu hermana es jinete. Supongo que eso explica la ropa.
—Supongo. —Lo miro a los ojos, como si el ganar esta competencia de miradas me fuera a dar el pase al cuadrante en vez de cruzar el parapeto que está detrás de él. Como sea, lo voy a cruzar. Mira no va a perder a sus dos hermanos.
Sus manos se cierran en puño y su cuerpo se tensa.
Me preparo para el golpe. Puede que me vaya a tirar de esta torre, pero no se la voy a poner fácil.
—¿Estás bien? —me pregunta Rhiannon, con sus ojos yendo y viniendo de Xaden a mí.
Él la mira.
—¿Son amigas?
—Nos conocimos en las escaleras —dice ella, irguiendo los hombros.
Él baja la mirada, nota nuestros zapatos que no hacen par y enarca una ceja. Sus manos se relajan.
—Interesante.
—¿Me vas a matar? —Levanto la quijada un par de centímetros más.
Su mirada se estrella con la mía al mismo tiempo que el cielo se abre y suelta un diluvio que me empapa el cabello, la ropa y las piedras que nos rodean en segundos.
Un grito parte el aire y Rhiannon y yo nos volteamos de inmediato hacia el parapeto justo a tiempo para ver cómo Dylan se resbala.
Ahogo un grito y siento que el corazón se me atora en la garganta.
Él logra detenerse, aferrándose con los brazos al puente de piedra mientras sus pies patalean en el aire, buscando algo en qué apoyarlos, aunque no lo hay.
—¡Jálate con los brazos, Dylan! —le grita Rhiannon.
—¡Ay, dioses! —Me llevo una mano a la boca, pero Dylan no logra seguirse sosteniendo de las piedras resbalosas por el agua y se cae, desapareciendo de nuestra vista. El viento y la lluvia se roban cualquier sonido que pueda hacer su cuerpo en el valle allá abajo. Y también se roban el sonido de mi grito ahogado.
Xaden no me ha quitado los ojos de encima, me observa en silencio con una expresión que no sé interpretar mientras regreso mis ojos horrorizados hacia los de él.
—¿Por qué desperdiciaría mi energía matándote cuando el parapeto lo hará por mí? —Una sonrisa perversa le curva los labios—. Es tu turno.
Se tiene la idea equivocada de que en el Cuadrante de
Jinetes se trata de morir o matar. Los jinetes, en general, no
buscan asesinar a otros cadetes… a menos que haya escasez
de dragones ese año o que el cadete sea un lastre para su ala.
En ese caso, las cosas se pueden poner… interesantes.
—GUÍA DEL COMANDANTE AFENDRA PARA EL CUADRANTE
DE JINETES (EDICIÓN NO AUTORIZADA)
No voy a morir hoy.
Estas palabras se convierten en mi mantra y las repito en mi cabeza mientras Rhiannon le da su nombre al jinete que pasa lista en la entrada del parapeto. El odio en los ojos de Xaden me quema la mejilla como una llama física, y ni siquiera la lluvia que me golpea la piel con cada ráfaga de aire aplaca el calor, ni el escalofrío aterrado que me recorre la espalda.
Dylan está muerto. Solo es un nombre, una próxima lápida más en los infinitos cementerios que flanquean los caminos hacia Basgiath, otra advertencia para los ambiciosos candidatos que prefieren arriesgar su vida con los jinetes que elegir la seguridad de cualquier otro cuadrante. Ahora entiendo por qué Mira me advirtió que no hiciera amigos.
Rhiannon se aferra a cada lado de la abertura en el torreón y luego voltea a verme.
—Te esperaré al otro lado —grita sobre la tormenta. El miedo en sus ojos es el reflejo del que hay en los míos.
—Te veo del otro lado. —Asiento, y logro ofrecerle una mueca que es casi una sonrisa.
Sale al parapeto y comienza a caminar, y aunque estoy segura de que hoy está muy ocupado, le hago una oración silenciosa a Zihnal, el dios de la suerte.
—¿Nombre? —me pregunta el jinete en la orilla mientras su compañero sostiene una capa sobre la lista en un intento inútil por mantener seco el papel.
—Violet Sorrengail —respondo, al mismo tiempo que un trueno estalla sobre mí. El sonido es extrañamente reconfortante. Siempre me han encantado las noches en que las tormentas azotan la ventana de la fortaleza, iluminando y creando sombras sobre el libro con el que estoy acurrucada, aunque este aguacero podría costarme la vida. De reojo, veo los nombres de Dylan y Rhiannon que ya se están corriendo por las orillas, donde el agua alcanzó la tinta. Es la última vez que el nombre Dylan se escribirá en otro lugar que no sea su lápida. Al final del parapeto habrá otra lista para que los escribas tengan sus amadas estadísticas de muertes. En otra vida, sería yo quien leería y registraría la información para el análisis histórico.
—¿Sorrengail? —El jinete levanta la vista y sus cejas se enarcan en gesto sorprendido—. ¿Como la general Sorrengail?
—La misma. —Maldita sea, ya me estoy hartando de eso y sé que solo se va a poner peor. No hay forma de evitar las comparaciones con mi madre, y más cuando ella está al mando en este lugar. Lo peor es que probablemente creen que soy una jinete con talento natural como Mira o una brillante estratega como era Brennan. O me echarán un vistazo, se darán cuenta de que no me parezco en nada a ninguno de los tres y me convertiré en su presa.
Pongo las manos a los lados del torreón y arrastro los dedos sobre la piedra. Sigue caliente por el sol de la mañana, pero la lluvia la va enfriando sin piedad; está resbalosa, pero no tanto como si tuviera musgo o algo así.
Adelante, Rhiannon sigue avanzando, con las manos extendidas para mantener el equilibrio. Va como a un cuarto del camino y su silueta se va volviendo más borrosa conforme avanza entre la lluvia.
—Pensé que solo tenía una hija —comenta el otro jinete, acomodando la capa cuando otra ráfaga de viento nos azota. Si aquí se siente fuerte, cuando tengo la mitad del cuerpo protegida por el torreón, ya me imagino el infierno que va a ser en el parapeto.
—Me lo dicen mucho. —Tomo aire por la nariz y lo suelto por la boca, obligándome a respirar pausadamente para que el galope de mi corazón pueda bajar a un trote. Si entro en pánico, voy a morir. Si me resbalo, voy a morir. Si… «Ya, carajo». No hay nada más que pueda hacer para prepararme.
Doy el primer paso hacia el parapeto y me aferro a la pared de piedra cuando viene otra ráfaga que me azota de lado contra la abertura en el torreón.
—¿Y crees que vas a poder montar un dragón? —pregunta burlonamente el candidato imbécil que está detrás de mí—. Vaya Sorrengail con ese equilibrio. Pobre del ala en la que te quedes.
Recupero el equilibrio y me acomodo las correas de la mochila con un jalón.
—¿Nombre? —pregunta de nuevo el jinete, pero sé que no me está hablando a mí.
—Jack Barlowe —responde el que viene detrás—. Apréndete el nombre. Algún día voy a ser jefe de ala. —Hasta su voz apesta a arrogancia.
—Más te vale que empieces a avanzar, Sorrengail —ordena la voz profunda de Xaden.
Echo un vistazo sobre mi hombro y lo veo aplastándome con la mirada.
—¿A menos que necesites una ayudadita? —Jack se me acerca con las manos levantadas. Mierda, me va a aventar.
El miedo me corre por las venas y me muevo, dejando la seguridad del torreón para entrar de lleno al parapeto. Ya no hay vuelta atrás.
El corazón me late tan rápido que lo puedo escuchar en mis oídos como un tambor.
«Mantén los ojos fijos en las piedras frente a ti y no veas hacia abajo». El consejo de Mira se repite en mi cabeza, pero es difícil seguirlo cuando cada uno de mis pasos podría ser el último. Extiendo los brazos para mantener el equilibrio y luego voy dando los pasitos bien medidos que practiqué con el comandante Gillstead en el patio. Pero con el viento, la lluvia y la caída de más de sesenta metros, esto no se parece en nada a la práctica. Las piedras bajo mis pies están mal acomodadas y la argamasa que las une hace que sea más fácil resbalarse. Me concentro en el camino frente a mí para no ver mis pies. Tengo los músculos tensos para afianzar mi centro de gravedad, y mantengo una postura recta.
Siento que la mente se me va nublando mientras mi pulso se acelera sin control.
«Calma». Tengo que mantener la calma.
No puedo cantar o siquiera tararear, así que distraerme con música no es opción, pero soy académica. No hay un lugar más relajante que los archivos, así que me pongo a pensar en eso. Hechos. Lógica. Historia.
«Tu mente ya sabe la respuesta, así que solo cálmate y permítele que la recuerde». Eso me decía siempre papá. Necesito algo que evite que el lado lógico de mi cerebro me haga dar la vuelta e irme derechito de regreso al torreón.
—El continente alberga dos reinos, y hemos estado en guerra desde hace cuatrocientos años —recito, usando la información básica y sencilla que me hicieron machetearme al estudiar para el examen de escribas. Paso a paso, voy cruzando el parapeto—. Navarre, mi hogar, es el reino más grande, con seis provincias únicas. Tyrrendor, nuestra provincia más grande y más al sur, comparte frontera con la provincia de Krovla en el reino de Poromiel. —Cada palabra calma mi respiración y reduce mi ritmo cardiaco, lo que a su vez aminora el mareo.
»Al este de nuestro reino están las dos provincias que quedan en Poromiel, Braevick y Cygnisen, y las montañas Esben forman una frontera natural. —Paso la marca de pintura que anuncia que llegué a la mitad del puente. Estoy en el punto más alto, pero no puedo pensar en eso. «No veas hacia abajo»—. Más allá de Krovla, más allá de nuestro enemigo, están el lejano Páramo, un desértico…
El trueno retumba, el viento me azota y sacudo los brazos.
—¡Mierda!
Mi cuerpo se mece hacia la izquierda por el vendaval y me agacho en el parapeto, aferrándome a las orillas y acuclillándome para no perder el equilibrio, haciéndome lo más pequeña posible mientras el viento aúlla a mi alrededor. Con el estómago revuelto, siento cómo mis pulmones amenazan con hiperventilarse cuando el pánico me amaga a punta de navaja.
—Dentro de Navarre, Tyrrendor fue la última de las provincias fronterizas en unirse a la alianza y jurar lealtad al rey Reginald —grito ante el viento salvaje, obligando a mi mente a seguir moviéndose contra la amenaza muy real de la ansiedad paralizante—. También fue la única provincia que buscó la secesión seiscientos veintisiete años después, lo cual habría dejado a nuestro reino indefenso si lo hubieran logrado.
Rhiannon sigue delante de mí, como a tres cuartos del camino. Bien. Se merece llegar al otro lado.
—El reino de Poromiel está formado principalmente por llanuras arables y pantanos, y es conocido por sus textiles excepcionales, sus vastos campos de cereal y las gemas cristalinas y únicas que son capaces de amplificar magias menores. —Me atrevo a echarles un rápido vistazo hacia las nubes oscuras sobre mi cabeza antes de avanzar un poco más, poniendo un pie con mucho cuidado frente al otro—. En contraste, las regiones montañosas de Navarre ofrecen un gran suministro de minerales, la resistente madera de nuestras provincias al este y una cantidad infinita de ciervos y caribús.
Mi siguiente paso avienta unos pedazos de argamasa suelta, y me detengo mientras mis brazos se sacuden hasta que recupero el equilibrio. Trago saliva y evalúo mi peso antes de seguir adelante.
—El Acuerdo Comercial de Resson, firmado hace más de doscientos años, garantiza el intercambio de carne y madera de Navarre por las telas y la agricultura de Poromiel cuatro veces al año en el puesto fronterizo de Athebyne, entre Krovla y Tyrrendor.
Desde aquí puedo ver el Cuadrante de Jinetes. Los enormes cimientos de piedra de la ciudadela se levantan por la montaña hasta la base de la estructura, donde sé que termina este camino, si es que logro llegar. Tras limpiarme la lluvia de la cara con el cuero sobre mi hombro, miro hacia atrás para ver dónde está Jack.
Está atorado poco después de la marca del primer cuarto, y su silueta fornida está completamente inmóvil… como si estuviera esperando algo. Tiene las manos a los lados. Parece como si el viento no afectara en nada a su equilibrio, qué suerte tiene el bastardo. Podría jurar que está sonriendo allá, a lo lejos, pero quizá solo es la lluvia en mis ojos.
No puedo quedarme aquí. Si quiero vivir para ver el amanecer tendré que seguir moviéndome. El miedo no puede gobernar mi cuerpo. Apretando las piernas una contra la otra para mantener el equilibrio, suelto lentamente la piedra que está debajo de mí y me pongo de pie.
«Brazos extendidos. Camina».
Necesito avanzar lo más posible antes de que llegue la próxima ráfaga de viento.
Miro sobre mi hombro para ver dónde está Jack y la sangre se me hiela.
Está de espaldas a mí, viendo al siguiente candidato, que se tambalea peligrosamente mientras se acerca. Jack toma al muchacho desgarbado por las correas de la mochila sobrecargada que trae y veo, con el shock tensándome los músculos, cómo Jack avienta al escuálido candidato por la orilla del parapeto cual si fuera un saco de cereal.
Un grito llega hasta mis oídos por un instante antes de perderse mientras él cae y desaparece de mi campo de visión.
Mierda.
—¡Sigues tú, Sorrengail! —grita Jack, y alejo mi vista del barranco para encontrármelo apuntándome con un dedo y una siniestra sonrisa en sus labios. Luego viene hacia mí y sus pasos devoran la distancia entre nosotros a una velocidad aterrorizante.
«Muévete. Ya».
—Tyrrendor comprende la parte sureste del continente —recito, y mis pasos son firmes pero llenos de pánico sobre el estrecho y resbaloso camino. Mi pie izquierdo se resbala un poco cada que doy otro paso—. Conformado por un terreno hostil y montañoso, y flanqueado por el mar Emerald al oeste y el océano Arctile al sur, Tyrrendor es casi impenetrable. Aunque está separado geográficamente por los riscos de Dralor, una barrera protectora natural…
Un nuevo vendaval me azota y el pie se me resbala sobre el parapeto. El corazón me da un vuelco. El parapeto llega de inmediato a mi encuentro cuando me tropiezo y me caigo. Mi rodilla se azota contra la piedra y suelto un grito de dolor. Mis manos buscan desesperadamente algo de qué agarrarse mientras mi pierna izquierda cuelga por la orilla de este puente infernal. Jack no está muy lejos. Entonces, cometo el espantoso error de mirar hacia abajo.
El agua me corre por la nariz y la barbilla, goteando sobre la piedra antes de caer para unirse al río que viaja por el valle de allá abajo, a más de sesenta metros. Trago saliva para deshacer el creciente nudo en mi garganta y parpadeo, luchando para calmar mi pulso.
No voy a morir hoy.
Aferrándome a los lados de la piedra, pongo el máximo peso de mi cuerpo que calculo que soportarán las piedras resbaladizas para agarrarme y echo la pierna derecha hacia arriba. Mi antepié encuentra el puente. Ya no hay suficiente información en el mundo que pueda calmar mi mente. Necesito poner el pie derecho debajo de mí, el que tiene mejor agarre, pero con un solo movimiento equivocado descubriré qué tan frío está el río de allá abajo.
«Morirás por el impacto».
—¡Voy por ti, Sorrengail! —escucho detrás de mí.
Me levanto de la piedra y les pido a los dioses que mis botas encuentren el camino mientras me pongo de pie. Si me caigo, bueno, será porque cometí un error. Pero no voy a permitir que este imbécil me asesine. «Mejor llega al otro lado, donde espera el resto de los asesinos». No es que todos en el cuadrante vayan a intentar matarme, solamente los cadetes que piensan que seré un lastre para el ala. Hay una razón por la que la fuerza es de lo más valorado por los jinetes. La eficiencia de un pelotón, de una sección, de un ala se mide por su eslabón más débil, y si ese elemento se rompe, pone a todos en peligro.
O Jack piensa que yo soy ese eslabón, o es un imbécil desquiciado al que simplemente le gusta matar. Probablemente ambas cosas. Como sea, necesito avanzar más rápido.
Extendiendo los brazos hacia los lados, me enfoco en el final del camino, el patio de la ciudadela, donde Rhiannon ya está segura, y sigo avanzando pese a la lluvia. Mantengo el cuerpo tenso, mi centro firme, y extrañamente agradezco ser más bajita que la mayoría.
—¿Vas a gritar por todo el camino? —se burla Jack, que sigue gritando, pero su voz se escucha más cerca. Me está alcanzando.
No hay lugar para el miedo, así que lo bloqueo, imaginando cómo meto esa emoción a una celda con rejas de acero en mi cabeza. Ya puedo ver el final del parapeto y a los jinetes que esperan a la entrada de la ciudadela.
—Es imposible que alguien que no puede ni siquiera cargar una mochila llena haya pasado el examen de admisión. Eres un error, Sorrengail —dice Jack, y su voz se escucha más clara, pero no me arriesgo a perder velocidad por voltear a ver qué tan cerca está—. La verdad es que sería lo mejor que acabara contigo desde ahora, ¿no crees? Es mucho más compasivo que dejar que los dragones se encarguen de ti. Comenzarán comiéndose una de tus piernas raquíticas y luego la otra mientras sigues con vida. En serio —agrega con voz lisonjera—. Sería un placer para mí ayudarte.
—Púdrete —murmuro. Solo faltan unos cuantos metros para llegar a las afueras de los enormes muros de la ciudadela. Mi pie izquierdo se resbala y me tambaleo un poco, pero solo pierdo un segundo antes de seguir avanzando. La fortaleza va apareciendo desde atrás de esas gruesas almenas, tallada en la montaña con altos edificios de piedra que forman una L y están hechos a prueba de fuego, por obvias razones. Los muros que rodean el patio de la ciudadela tienen tres metros de grosor y dos y medio de alto, con una sola entrada y… ya casi. Estoy. Ahí.
Ahogo un sollozo de alivio cuando la piedra se eleva a mis lados.
—¿Crees que vas a estar a salvo ahí? —la voz de Jack suena seria… y cerca.
Ya segura por ambos lados gracias a las paredes, cruzo corriendo los últimos diez metros y el corazón me late a toda velocidad mientras la adrenalina me recorre el cuerpo al máximo. Los pasos de Jack se aceleran detrás de mí. Se lanza contra mi mochila, pero falla, y su mano me da en la cadera cuando llegamos a la orilla. Me apresuro y bajo de un salto los treinta centímetros que separan el parapeto elevado del patio, donde esperan dos jinetes.
Jack suelta un gruñido de frustración y el sonido aprieta mi corazón como un puño.
Me doy la vuelta y saco una daga de su funda en mis costillas justo cuando Jack se detiene derrapando sobre mí en el parapeto, con la respiración entrecortada y el rostro enrojecido. Se ven las ganas de matar en sus gélidos ojos azules entrecerrados que desde allá arriba me observan… a mí y al lugar donde la punta de mi daga está haciendo presión sobre la tela de sus pantalones, contra su entrepierna.
—Creo. Que por ahora. Estaré. A salvo —digo, casi sin aliento, con los músculos temblando, pero la mano más que firme.
—¿En serio? —Jack se estremece por la rabia, sus gruesas cejas rubias le aplastan los glaciares ojos azules y cada parte de su monstruoso cuerpo se inclina hacia mí. Pero no da otro paso.
—Es ilegal que un jinete le haga daño a otro. Estando en formación en un cuadrante o bajo la supervisión de un cadete de rango superior —recito del Código. Aún siento como si el corazón me latiera en la garganta—. Pues minaría la eficiencia del ala. Y dada la multitud que está detrás de nosotros, me parece que se puede decir sin lugar a duda que estamos en formación. Artículo tres, sección…
—¡Me importa un carajo! —Él avanza, pero yo me mantengo firme y mi daga corta la primera capa de sus pantalones.
—Te sugiero que reconsideres. —Me reacomodo, por si él no lo hace—. Se me podría ir la mano.
—¿Nombre? —dice con tono aburrido la jinete que está junto a mí, como si fuéramos lo menos interesante que ha visto en todo el día. Me volteo para verla por un milisegundo y ella se acomoda el mechón rojo fuego que le llega a la altura de la barbilla detrás de la oreja con una mano y sostiene la lista con la otra, observando la escena que tiene enfrente. Las tres estrellas plateadas de cuatro puntas que tiene bordadas en el hombro de su capa me informan que está en tercero—. Eres muy pequeña para ser jinete, pero parece que lo lograste.
—Violet Sorrengail —respondo, pero el cien por ciento de mi concentración está puesto en Jack de nuevo. La lluvia cae por el borde inclinado de su ceja—. Y, antes de que preguntes, sí, soy esa Sorrengail.
—Con esa maniobra, no me sorprende —dice la mujer, que sostiene una pluma, como la que usa mamá, sobre la lista.
Puede que este sea el mejor cumplido que me han hecho en la vida.
—Y ¿cómo te llamas? —pregunta de nuevo. Estoy bastante segura de que se lo está preguntando a Jack, pero me encuentro muy ocupada estudiando a mi oponente para voltear a verla.
—Jack. Barlowe. —Ya no está la sonrisita siniestra en sus labios ni los comentarios juguetones sobre cómo disfrutaría matándome. En su rostro ya no hay más que malicia y una promesa de venganza.
Un escalofrío nervioso me eriza los pelos de la nuca.
—Bueno, Jack —dice lentamente el jinete a mi derecha, rascando las líneas bien definidas de su oscura barba de candado. No trae capa y la lluvia le empapa el montón de parches que tiene cosidos en su desgastada chamarra de cuero—. La cadete Sorrengail te tiene agarrado de los huevos, en más de un sentido. Y es cierto lo que te dijo. Las reglas indican que durante la formación no debe haber más que respeto entre los jinetes. Si quieres matarla, tendrás que hacerlo en el ring o en tu tiempo libre. Eso, claro, si ella decide dejar que te bajes del parapeto. Porque técnicamente aún no estás en el patio, así que tú no eres un cadete. Y ella sí.
—¿Y si decido torcerle el cuello en cuanto me baje? —gruñe Jack, y la expresión de sus ojos dice que lo hará.
—En ese caso, te encontrarás anticipadamente con los dragones —responde la pelirroja con tono neutral—. Aquí no nos esperamos al juicio. Ejecutamos y ya.
—¿Qué vas a decidir, Sorrengail? —pregunta el jinete—. ¿Harás que Jack comience como eunuco?
Mierda. ¿Qué voy a decidir? No lo puedo matar, no desde este ángulo, y cortarle los huevos solo va a lograr que me odie más, si eso es posible.
—¿Vas a seguir las reglas? —le pregunto a Jack. La cabeza me da vueltas y siento el brazo horriblemente pesado, pero mantengo el arma en su lugar.
—Supongo que no tengo otra opción. —Una orilla de su boca se curva en una sonrisa burlona y su postura se relaja mientras eleva las manos con las palmas hacia afuera.
Bajo mi daga, pero la mantengo en la mano y lista mientras me recorro hacia un lado, acercándome a la pelirroja que tiene la lista.
Jack se baja al patio, su hombro choca con el mío al pasar a mi lado y se detiene para acercarse más a mí.
—Estás muerta, Sorrengail, y yo voy a ser quien te mate.
Los dragones azules descienden de la extraordinaria estirpe Gormfaileas. Conocidos por su impresionante tamaño, son los más despiadados, especialmente en el caso del inusual Azul Cola de Daga, cuyos afilados picos al final de su cola pueden destripar a un enemigo con un solo golpe.
—GUÍA DE CAMPO DE LOS DRAGONES DEL CORONEL KAORI
Si Jack me quiere matar, va a tener que formarse en la fila. Además, tengo la sensación de que Xaden Riorson le va a ganar.
—Hoy no —le respondo a Jack, con el mango de mi daga firme en la mano, y de alguna manera logro contener el temblor cuando él se me acerca más e inhala. Me está olfateando como si fuera un maldito perro. Luego hace un sonido de repugnancia y se va hacia la multitud de cadetes y jinetes que están celebrando en el gran patio de la ciudadela.
Aún es temprano, probablemente son como las nueve, pero ya puedo ver que hay menos cadetes que los candidatos que esperaban en la fila delante de mí. Basándome en la abrumadora presencia del cuero, aquí están también los de segundo y tercero, observando a los nuevos cadetes.
La lluvia amaina hasta convertirse en llovizna, como si solo hubiera venido para hacer que la prueba más difícil de mi vida fuera aún más complicada… pero lo logré. Estoy viva. Lo hice.
Mi cuerpo comienza a temblar y un dolor punzante se despierta en mi rodilla izquierda, la que azotó contra el parapeto. Doy un paso y amenaza con tirarme. Tengo que vendármela antes de que alguien lo note.
—Creo que te conseguiste un enemigo —dice la pelirroja, acomodándose casualmente la ballesta letal que trae colgada sobre el hombro. Me mira sobre la lista con expresión calculadora en sus ojos color avellana que me recorren de arriba abajo—. Si yo fuera tú, me andaría con cuidado cerca de ese tipo.
Asiento. Voy a tener que andar con mucho más que cuidado.
El siguiente candidato se acerca por el parapeto cuando alguien me toma por el hombro desde atrás y me da la vuelta.
Mi daga ya va a medio camino al momento en que me doy cuenta de que es Rhiannon.
—¡Lo logramos! —Con una expresión de felicidad, me da un apretón en los hombros.
—Lo hicimos —repito, con una sonrisa forzada. Los muslos me tiemblan, pero logro envainar la daga sobre mis costillas. Ahora que estamos aquí y ambas somos cadetes, ¿puedo confiar en ella?
—No sé ni cómo agradecerte. Hubo al menos tres veces en las que me habría caído si no me hubieras ayudado. Tenías razón. Mis suelas son horriblemente resbalosas. ¿Ya viste a la gente de aquí? Podría jurar que vi a una de segundo año con mechones rosas en el cabello, y un tipo tiene tatuadas escamas de dragón en los bíceps.
—La conformidad es para los de infantería —digo mientras ella entrelaza su brazo con el mío y me jala hacia la multitud. Mi rodilla protesta por el dolor que ya me sube hasta la cadera y me baja al pie. Cojeo y mi peso se apoya en el costado de Rhiannon.
Maldita sea.
¿De dónde salieron estas náuseas? ¿Por qué no puedo dejar de temblar? Me voy a caer en cualquier momento, no hay forma de que mi cuerpo pueda mantenerse erguido con este terremoto en mis piernas o el zumbido en mi cabeza.
—Hablando de eso… —dice, mirando hacia abajo—. Tenemos que cambiarnos las botas. Hay una banca…
Una figura alta vestida con un impecable uniforme negro sale de entre la multitud caminando apresuradamente hacia nosotros, y aunque Rhiannon logra esquivarla, yo me estrello contra su pecho.
—¿Violet? —Unas manos fuertes me toman por los hombros y levanto la vista para encontrarme con un par de ojos cafés conocidos y maravillosos que están muy abiertos por la sorpresa.
El alivio me va llenando e intento sonreír, pero probablemente se ve como una mueca distorsionada. Se ve más alto que el verano pasado, la barba que le atraviesa el mentón es nueva y su cuerpo se ensanchó de un modo que me obliga a parpadear… o quizá es solo que mi visión se está poniendo borrosa. La sonrisa hermosa y relajada que ha sido protagonista de tantas de mis fantasías está muy lejos del gesto que le tensa la boca, y todo en él parece más… duro, pero le va bien. La fuerza de su barbilla, la dureza de sus cejas, hasta los músculos de sus bíceps se sienten rígidos bajo mis dedos mientras intento recuperar el equilibrio. En algún momento del último año, Dain Aetos pasó de atractivo y lindo a guapísimo.
Y yo estoy por vomitar sobre sus botas.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —exclama, y la sorpresa en sus ojos se transforma en algo desconocido, algo mortal. Este no es el mismo chico con el que crecí. Ahora es un jinete de segundo año.
—Me da gusto verte, Dain. —Eso se queda corto, pero los temblores se convierten en sacudidas violentas, la bilis me sube por la garganta y el mareo solo hace que las náuseas empeoren. Mi rodilla se rinde.
—Carajo, Violet —murmura él, jalándome para que me ponga de pie. Con una mano sobre mi espalda y la otra bajo mi codo, rápidamente me aleja de la multitud hacia un hueco en el muro, cerca del primer torreón de defensa de la ciudadela. Es un punto sombrío y escondido con una banca de madera, en la cual me sienta y luego me ayuda a quitarme la mochila.
La boca se me llena de saliva.
—Voy a vomitar.
—Pon la cabeza entre las rodillas —me ordena Dain con un tono severo que no estoy acostumbrada a escuchar de él, pero lo hago. Luego me acaricia la espalda baja haciendo círculos mientras tomo aire por la nariz y lo suelto por la boca—. Es la adrenalina. Dale un minuto y se te pasará. —Escucho que unos pasos se acercan sobre la grava—. ¿Quién diablos eres tú?
—Rhiannon. Soy… amiga de Violet.
Yo miro fijamente la grava bajo mis botas que no hacen par y le ordeno a todo lo que hay en mi estómago que se quede donde está.
—Escúchame, Rhiannon. Violet está bien —dice él con tono autoritario—. Y si alguien te pregunta, le responderás exactamente lo que acabo de decir, que solo es la adrenalina saliendo de su sistema. ¿Entendido?
—Nadie tiene por qué andar preguntando qué le pasa a Violet —responde ella, con un tono tan severo como el de él—. Así que no les responderé nada. Y menos porque ella es la razón por la que logré cruzar el parapeto.
—Más te vale que lo digas en serio —le advierte Dain, y el tono de amenaza en su voz no concuerda con los incesantes y suaves círculos que está trazando sobre mi espalda.
—Yo también podría preguntarte quién diablos eres tú —dice ella.
—Es uno de mis amigos más antiguos. —Los temblores han ido bajando poco a poco y las náuseas aminoran, pero no estoy segura de si es por el tiempo o por la posición, así que mantengo la cabeza entre las rodillas mientras me pongo a desatarme la bota izquierda.
—Ah —responde Rhiannon.
—Y un jinete de segundo año, cadete —agrega él con un gruñido.
La grava cruje, como si Rhiannon hubiera dado un paso atrás.
—Nadie te puede ver aquí, Vi, así que tómate tu tiempo —dice Dain con voz suave.
—Porque vomitar descontroladamente después de sobrevivir al parapeto y al imbécil que quería tirarme al abismo sería considerado como algo de débiles. —Me levanto lentamente hasta quedar erguida sobre la banca.
—Exactamente —responde él—. ¿Te lastimaste? —Su mirada me recorre con una expresión desesperada, como si necesitara revisar cada centímetro él mismo.
—Me duele la rodilla —reconozco en un susurro, porque es Dain. Dain, a quien conozco desde que teníamos cinco y seis. Dain, cuyo padre es uno de los consejeros en los que mi madre más confía. Dain, quien me consoló cuando Mira se fue al Cuadrante de Jinetes y luego cuando Brennan murió.
Me toma por la barbilla con el pulgar y el índice, moviéndome la cara hacia la izquierda y a la derecha para revisarme.
—¿Eso es todo? ¿Estás segura? —Sus manos me recorren los costados y se detienen en mis costillas—. ¿Traes dagas?
Rhiannon se quita mi bota y suelta un suspiro de alivio mientras mueve los dedos de su pie.
Asiento.
—Tres en mis costillas y una en la bota. —Gracias a los dioses, porque no creo que estaría aquí de no tenerlas.
—Oh. —Dain baja la mano y me mira como si fuera la primera vez que me ve, como si yo fuera una total desconocida, pero luego parpadea y el gesto desaparece—. Cámbiense las botas. Se ven ridículas. Vi, ¿confías en esta? —Señala a Rhiannon con la cabeza.
Ella pudo haberme esperado en la seguridad de los muros de la ciudadela para aventarme como Jack lo intentó, pero no lo hizo.
Asiento. Confío en ella más de lo que cualquiera puede confiar en otra persona de primer año en este lugar.
—Bueno. —Dain se levanta y voltea a verla. Él también tiene vainas en la ropa, pero todas tienen dagas mientras las mías siguen vacías—. Me llamo Dain Aetos y soy el líder del Segundo Pelotón, Sección Llama, Ala Dos.
¿Líder del pelotón? Mis cejas se levantan. Los rangos más altos entre los cadetes del cuadrante son líder de ala y líder de sección. Ambas posiciones se les dan a las élites del tercer año. Todos los demás son simplemente cadetes antes de la Trilla, cuando los dragones eligen con quién se van a vincular, y luego se convierten en jinetes. Aquí la gente muere con demasiada frecuencia como para andar dando rangos prematuramente.
—La prueba del parapeto se terminará en un par de horas, dependiendo de qué tan rápido crucen o se caigan los candidatos. Ve a buscar a la pelirroja de la lista, suele traer una ballesta, y díganle que Dain Aetos las puso a ti y a Violet Sorrengail en su pelotón. Si te cuestiona, dile que está en deuda conmigo por salvarle la vida en la Trilla el año pasado. Yo llevo a Violet al patio en un rato.
Rhiannon me mira y yo asiento.
—Vete antes de que alguien nos vea —ordena Dain.
—Ya voy —responde ella, metiendo su pie en la bota y amarrándosela a toda velocidad mientras yo hago lo mismo con la mía.
—¿Cruzaste el parapeto con una bota de montar que te quedaba grande? —pregunta Dain y su expresión es de incredulidad.
—Se habría muerto si no se la hubiera cambiado. —Me levanto y hago un gesto de dolor cuando mi rodilla protesta y amenaza con doblarse.
—Y tú te vas a morir si no encontramos la manera de sacarte de aquí. —Me ofrece un brazo—. Tómalo. Tenemos que ir a mi habitación. Necesitas vendarte esa rodilla. —Sus cejas se enarcan—. A menos que hayas encontrado una cura milagrosa de la que no estoy enterado durante el último año.
Niego con la cabeza y lo tomo del brazo.
—Carajo, Violet. Carajo. —Se acomoda mi brazo discretamente en su costado, toma mi mochila con la mano desocupada y me lleva hacia un túnel al final de otra abertura en el muro que ni siquiera había visto. En los candeleros brilla la luz mágica a nuestro paso y se extingue cuando nos vamos—. No deberías estar aquí.
—Lo sé bien. —Como aquí nadie puede vernos, me permito cojear un poco.
—Deberías estar en el Cuadrante de Escribas —continúa, furioso, mientras me guía por el túnel en el muro—. ¿Qué diablos pasó? Por favor dime que no te ofreciste como voluntaria para el Cuadrante de Jinetes.
—¿Tú qué crees que pasó? —le respondo con tono retador mientras llegamos a una puerta de hierro que parece construida para que no se escape un troll… o un dragón.
Dain maldice.
—Tu madre.
—Mi madre. —Asiento—. Todos los Sorrengail son jinetes, ¿no sabías?
Llegamos a unas escaleras circulares y subimos el primer y segundo piso hasta detenernos en el tercero y abrir otra puerta que rechina con el sonido del metal contra el metal.
—Este es el piso de segundo año —me explica en voz baja—. Lo cual significa…
—Que yo no debería estar aquí, obviamente. —Me acerco un poco más a él—. No te preocupes, si alguien nos ve, diré que me ganó la lujuria de solo verte y no podía esperar ni un segundo más para quitarte los pantalones.
—Tú y tus planes. —Una sonrisa divertida se le dibuja en los labios mientras caminamos por el pasillo.
—Hasta puedo soltar unos cuantos gemidos de «ay, Dain» cuando estemos en tu habitación para darle credibilidad —sugiero, y lo digo en serio.
Él suelta un resoplido burlón mientras deja mi mochila frente a una puerta de madera y luego gira la mano frente al picaporte. Claramente se escucha cómo se quita el seguro.
—Tienes poderes —digo.
Claro que no es novedad. Es un jinete de segundo y todos los jinetes pueden hacer magia menor cuando sus dragones eligen canalizar el poder… pero es… Dain.
—¿Por qué te sorprende tanto? —Hace un gesto de fastidio y abre la puerta, cargando mi mochila mientras me ayuda a entrar.
Su cuarto es sencillo, con una cama, un tocador, un escritorio y un ropero. No hay nada personal aquí fuera de unos cuantos libros sobre el escritorio. Con una pequeña explosión de alegría veo que uno es el tomo sobre el idioma krovlano que le regalé el verano pasado antes de que se fuera. Siempre ha tenido un don para los idiomas. Hasta la manta sobre su cama es sencilla, negra como la ropa de los jinetes, como para no olvidarse de por qué está aquí mientras duerme. La ventana es un arco y me acerco para asomarme por ahí. A través del cristal, puedo ver el resto de Basgiath al otro lado del barranco.
Es el mismo colegio de guerra, pero está a un mundo de distancia. Aún quedan dos candidatos en el parapeto, pero desvío la mirada antes de clavarme viéndolos solo para que terminen por caer. Las personas tenemos un límite de muertes que podemos ver en un día y yo ya llegué a mi máximo.
—¿Traes vendas aquí? —Dain me pasa mi mochila.
—Me las dio el comandante Gillstead —respondo, asintiendo, mientras me siento en la orilla de su cama perfectamente tendida y comienzo a buscar en mi mochila. Por suerte, Mira es muchísimo mejor para empacar que yo y es fácil encontrar las vendas.
—Siéntete como en tu casa. —Me sonríe, se recarga en la puerta cerrada y cruza los tobillos—. Aunque odio que estés aquí, debo decir que me da mucho gusto verte, Vi.
Levanto la vista y nuestros ojos se encuentran. La tensión que he tenido en el pecho desde la semana pasada, no, desde hace seis meses, se aminora un poco y, por un segundo, solo existimos nosotros dos.
—Te extrañé. —Quizá estoy mostrando un punto débil, pero no me importa. Dain sabe casi todo sobre mí.
—Sí. Yo también te extrañé —dice él en voz baja, y su mirada se suaviza.
Mi corazón se detiene y hay algo entre nosotros, una sensación casi tangible de… anticipación mientras me mira. Quizá tras todos estos años, al fin sentimos lo mismo el uno por el otro. O quizá solo se siente aliviado por ver a una vieja amiga.
—Más vale que te vendes esa pierna. —Se da la vuelta para quedar de frente a la puerta—. No miraré.
—No hay nada que no hayas visto antes. —Arqueo la cadera y me bajo los pantalones de cuero por los muslos hasta que quedan debajo de las rodillas. Mierda. La izquierda está hinchada. Si alguien más se hubiera caído así, le habría salido un moretón, quizá se hubiera raspado, pero ¿yo? Yo me tengo que reacomodar la rótula para que quede donde tiene que estar. No solo mis músculos son débiles. Los ligamentos que unen mis articulaciones también son una porquería.
—Bueno, sí, pero no estamos escapándonos para nadar en el río, ¿verdad? —comenta con tono juguetón. Crecimos juntos en todos los puestos en los que estuvieron nuestros padres, y estuviéramos donde estuviéramos, siempre encontramos un lugar para nadar y árboles que trepar.
Me aprieto la tela sobre la rodilla y luego envuelvo y acomodo la rótula como lo he hecho desde que tuve la edad suficiente para que los curanderos me enseñaran a hacerlo. Son movimientos tan bien practicados que podría hacerlos dormida, y hacer algo tan conocido casi me relaja, si no fuera porque implica que tendré que empezar en el cuadrante lastimada.
En cuanto lo aseguro con el pequeño seguro de metal, me levanto y me subo el pantalón sobre las nalgas y lo abotono.
—Todo listo.
Dain se da la vuelta y me mira.
—Te ves… diferente.
—Es la ropa. —Me encojo de hombros—. ¿Por qué? ¿Lo diferente es malo? —Me toma un segundo cerrar mi mochila y echármela al hombro. Gracias a los dioses, el dolor en mi rodilla es soportable con el vendaje.
—Solo es… —Niega lentamente con la cabeza, mordiéndose suavemente el labio de abajo—. Diferente.
—¿Por qué, Dain Aetos? —Sonrío y voy hacia él para tomar el picaporte que está a su lado—. Me has visto en trajes de baño, túnicas y hasta en vestidos de fiesta. ¿Me estás diciendo que el cuero es lo que te prende?
Él suelta un sonidito burlón, pero hay un cierto rubor en sus mejillas y su mano cubre la mía para abrir la puerta.
—Me alegra ver que el año que estuvimos separados no te quitó el filo de la lengua, Vi.
—Oh —murmuro sobre mi hombro mientras salimos al pasillo—. Puedo hacer muchas cosas con mi lengua. Te sorprenderías. —Mi sonrisa es tan grande que casi me duele y, por un segundo, me olvido de que estamos en el Cuadrante de Jinetes o de que acabo de sobrevivir al parapeto.
Sus ojos se encienden. Supongo que a él también se le olvidó. Pero, claro, Mira siempre ha dicho que los jinetes no son muy pudorosos dentro de estos muros. No hay buenas razones para reprimirte cuando es posible que al día siguiente estés muerto.
—Tenemos que sacarte de aquí —dice, sacudiendo la cabeza como si necesitara deshacerse de sus pensamientos. Luego hace de nuevo la cosa con la mano y escucho que se pone el seguro. No hay nadie en el pasillo y rápidamente llegamos a la escalera.
—Gracias —digo mientras bajamos—. Ya siento mejor la rodilla.
—Todavía no puedo creer que tu madre haya pensado que ponerte en el Cuadrante de Jinetes sería una buena idea. —Prácticamente puedo sentir la ira vibrando en él, que va caminando junto a mí por las escaleras. No hay barandal de su lado, pero eso no parece molestarle, aunque un solo paso en falso sería su fin.
—Yo tampoco. La primavera pasada anunció su orden sobre cuál sería mi cuadrante después de que pasé el examen de admisión inicial, y de inmediato comencé a trabajar con el comandante Gillstead. —Se va a sentir muy orgulloso cuando lea la lista mañana y vea que no estoy ahí.
—Hay una puerta al final de la escalera, bajo el nivel principal, que lleva al pasaje hacia el Cuadrante de Curanderos en lo alto del barranco —me comenta mientras nos acercamos al primer piso—. Vamos a cruzar por ahí para ir al Cuadrante de Escribas.
—¿Qué? —Me detengo cuando mis pies llegan al descanso de piedra pulida en la planta baja, pero él sigue descendiendo.
Ya me lleva tres escalones de ventaja cuando se da cuenta de que no lo estoy siguiendo.
—El Cuadrante de Escribas —dice lentamente, dándose la vuelta para quedar de frente a mí.
Desde este ángulo me veo más alta que él, así que lo miro con odio desde aquí arriba.
—No puedo ir al Cuadrante de Escribas, Dain.
—¿Disculpa? —Sus cejas se elevan.
—Mi madre no lo va a aceptar. —Niego con la cabeza.
Su boca se abre, pero luego se cierra y sus manos se tensan en puño a sus costados.
—Este lugar te va a matar, Violet. No puedes quedarte aquí. Todos lo van a entender. No te ofreciste como voluntaria… no realmente.
La rabia me corre por la médula y mis ojos entrecerrados se clavan en Dain.
—Para empezar —digo, ignorando si me ofrecí o me ofrecieron—, sé bien cuáles son mis probabilidades aquí, Dain, y en segundo lugar, por lo general el quince por ciento de los candidatos no pasa del parapeto, y yo estoy aquí, así que supongo que ya estoy venciendo esas probabilidades.
Él sube otro escalón.
—No estoy diciendo que no te esforzaste para llegar aquí, Vi. Pero tienes que irte. Te acabarán la primera vez que te pongan en el ring de combate, y eso es antes de que los dragones perciban que eres… —Niega con la cabeza y desvía la mirada, apretando los dientes.
—¿Que soy qué? —Estoy furiosa—. Vamos, dilo. ¿Cuando perciban que soy menos que los otros? ¿Eso es lo que quieres decir?
—Carajo. —Se pasa una mano sobre sus rizos café claro muy cortos—. Deja de poner palabras en mi boca. Sabes lo que quiero decir. Aunque sobrevivas a la Trilla, no hay garantía de que un dragón elegirá vincularse contigo. Apenas el año pasado tuvimos treinta y cuatro cadetes sin dragón que se la pasaron sin hacer nada, esperando empezar el año con este grupo para tener otra oportunidad de encontrar un vínculo, y todos son perfectamente saludables…
—No seas cretino. —Esto me revuelve el estómago. Solo porque Dain podría tener razón no significa que quiero escucharlo… o que quiero que digan que no soy saludable.
—¡Quiero que sigas viva! —grita, y su voz hace eco en las paredes de piedra de la escalera—. Si te llevamos al Cuadrante de Escribas en este momento, aún podrás pasar el examen y tener una historia increíble para contar cuando salgas a beber. Si te regreso allá afuera —señala hacia la puerta que lleva al patio— ya no estará en mis manos. No podré protegerte. No del todo.
—¡No te estoy pidiendo que me protejas! —Un momento… ¿no quiero que me proteja? ¿No fue eso lo que Mira sugirió?—. ¿Por qué le dijiste a Rhiannon que me pusiera en tu pelotón si solo querías sacarme por la puerta trasera?
El puño que aprieta mi corazón se cierra más. Además de Mira, Dain es la persona que mejor me conoce en todo el maldito continente, y hasta él cree que no podré hacerla aquí.
—¡Para que se fuera y pudiera sacarte de ahí! —Sube dos escalones, acortando la distancia entre nosotros, pero la posición firme de sus hombros no cede. Si la determinación tuviera una forma física, sería la de Dain Aetos en este momento—. ¿Crees que quiero ver morir a mi mejor amiga? ¿Crees que sería divertido ver lo que harán, sabiendo que eres la hija de la general Sorrengail? Ponerte ropa de cuero no te convierte en una jinete, Vi. Te van a hacer pedazos, y si no lo hace la gente, lo harán los dragones. En el Cuadrante de Jinetes, o te gradúas o te mueres, y lo sabes. Permíteme salvarte. —Toda su postura se encorva y la súplica en sus ojos acaba con un poco de mi indignación—. Por favor, permíteme salvarte.
—No puedes —susurro—. Mi madre dijo que me regresaría a rastras. De aquí solo puedo salir como jinete o como un nombre en una lápida.
—No lo dijo en serio. —Niega con la cabeza—. No lo pudo haber dicho en serio.
—Lo dijo en serio. Ni siquiera Mira logró hacerla cambiar de opinión.
Dain me mira a los ojos y se tensa, como si en ellos hubiera encontrado la verdad.
—Mierda.
—Sí, mierda. —Me encojo de hombros, como si no fuera mi vida de lo que estamos hablando.
—Bueno. —Puedo ver cómo va cambiando los planes en su mente, reajustándolos a la nueva información—. Encontraremos otra manera. Por ahora, vámonos. —Me toma de la mano y me lleva al hueco por el que desaparecimos—. Sal y vete con los demás de primero. Yo regresaré para entrar por la puerta del torreón. Pronto descubrirán que nos conocemos, pero no hay que darles armas. —Me suelta de la mano tras darle un apretoncito y se va sin decir más hasta desaparecer en el túnel.
Me agarro de las correas de mi mochila y camino por el patio bajo el sol veteado. Las nubes ya se están disipando y la llovizna se seca mientras la grava cruje a mis pies en mi camino hacia los jinetes y cadetes.
El enorme patio, en el que fácilmente cabrían mil jinetes, es idéntico al del mapa que está en los archivos. Tiene la forma de una gota angular, con una muralla exterior en la parte redondeada de al menos tres metros de ancho. A los lados están los pasillos de piedra. Sé que el edificio de cuatro pisos con la parte redondeada que está incrustado en la montaña es para los estudios, y en el de la derecha, que se eleva sobre el risco, están los dormitorios, adonde me llevó Dain. La imponente rotonda que une a los dos edificios también es la entrada al salón de reuniones, el área común y la biblioteca que está detrás. Dejo de mirarlo todo con la boca abierta y me doy la vuelta para quedar de frente al muro exterior. En el lado derecho del parapeto hay una tarima de piedra que está ocupada por dos hombres uniformados que sé que son el comandante y el comandante ejecutivo, ambos vestidos de militares y con sus medallas brillando bajo el sol.
Me toma un rato más encontrar a Rhiannon entre la creciente multitud, y la veo hablando con otra chica que trae el cabello negrísimo tan corto como el de Dain.
—¡Ahí estás! —La sonrisa de Rhiannon es genuina y está llena de alivio—. Ya me había preocupado. ¿Está todo…? —Levanta una ceja.
—Ya estoy lista. —Asiento y miro a la otra mujer mientras Rhiannon nos presenta. Se llama Tara y es de la provincia de Morraine, al norte, en la costa del mar Emerald. Tiene el mismo aire de seguridad que Mira y sus ojos brillan de emoción mientras habla con Rhiannon sobre cómo las dos han estado obsesionadas con los dragones desde que eran niñas. Pongo atención, pero apenas lo suficiente para recordar los detalles si necesitamos formar una alianza.
Pasa una hora y luego otra, de acuerdo con las campanas de Basgiath, las cuales podemos escuchar desde aquí. Luego el último cadete llega al patio seguido de tres jinetes que salen del otro torreón.
Xaden viene entre ellos. No es solo su altura lo que lo hace destacar entre la multitud, sino también la manera en que los demás jinetes parecen moverse cuando están cerca de él, como si fuera un tiburón y los demás pececitos que se quieren poner a salvo. Por un instante, no puedo evitar preguntarme cuál será su sello, el poder único que le dio el vínculo con su dragón, y si será por eso que hasta los de tercero parecen huir de él mientras avanza hacia la tarima con una elegancia letal. Ya son diez de ellos allá arriba, y por la manera en que el comandante Panchek avanza hacia el frente, mirándonos…
—Creo que estamos por comenzar —les digo a Rhiannon y Tara, y ambas se voltean hacia la plataforma. Todos lo hacen.
—Trescientos uno de ustedes sobrevivieron al parapeto para convertirse en cadetes el día de hoy —comienza a decir el comandante Panchek con la sonrisa de un político mientras nos señala. El tipo siempre ha hablado con las manos—. Buen trabajo. Sesenta y siete no lo lograron.
El pecho se me aplasta mientras mi cerebro hace rápidamente los cálculos. Casi el veinte por ciento. ¿Fue la lluvia? ¿El viento? Es más que el promedio. Sesenta y siete personas murieron intentando llegar hasta aquí.
—Escuché que ese puesto es solo una punta de lanza para él —susurra Tara—. Quiere el trabajo de la general Sorrengail y luego el del general Melgren.
El general comandante de todas las fuerzas de Navarre. Los ojillos malvados de Melgren me han incomodado cada que nos los hemos encontrado durante la carrera de mi madre.
—¿Del general Melgren? —susurra Rhiannon a mi otro lado.
—No lo conseguirá —digo en voz baja mientras el comandante nos da la bienvenida al Cuadrante de Jinetes—. El sello que le da su dragón a Melgren es la capacidad de ver cuál será el resultado de una batalla antes de que se lleve a cabo. No hay forma de vencer eso, y no te pueden asesinar si sabes lo que pasará.
—Como dice el Código, ¡ahora comenzará lo difícil! —grita Panchek y su voz viaja sobre los quinientos cadetes que calculo que estamos en este patio—. Sus superiores los pondrán a prueba, sus compañeros los cazarán y sus instintos los guiarán. Si sobreviven a la Trilla, y si son elegidos, serán jinetes. Y ya veremos entonces cuántos de ustedes logran graduarse.
Las estadísticas dicen que un cuarto de nosotros llegaremos vivos a la graduación, unos más o unos menos según el año, pero al Cuadrante de Jinetes nunca le faltan voluntarios. Todos los cadetes en este patio creen que tienen lo que se necesita para ser parte de la élite, de lo mejor que tiene Navarre… un jinete de dragón. Y yo no puedo más que preguntarme por un brevísimo segundo si quizá yo también lo tengo. Tal vez pueda hacer algo más que sobrevivir.
—Los instructores les enseñarán —promete Panchek, señalando con un movimiento de mano hacia la fila de profesores frente a las puertas del área académica—. Ustedes deciden qué tanto aprenderán. —Nos apunta con su dedo índice—. La disciplina les corresponde a sus unidades, y su líder de ala tiene la última palabra. Si yo me tengo que meter… —Una sonrisita siniestra le va llenando la cara—. No quieren que yo me tenga que meter.
»Dicho esto, los dejo en manos de sus líderes de ala. ¿El mejor consejo que les puedo dar? No se mueran. —Se baja de la tarima con el comandante ejecutivo, dejando solo a los jinetes en el escenario de piedra.
Una mujer morena con hombros anchos y una mueca de desdén pasa al frente, y los picos dorados que lleva en los hombros de su uniforme brillan bajo la luz del sol.
—Soy Nyra, líder mayor del cuadrante y jefa del Ala Uno. Líderes de sección y de pelotón, tomen sus lugares.
Mi hombro se sacude cuando alguien pasa entre Rhiannon y yo. Otros lo siguen hasta que unas cincuenta personas están frente a nosotros, en formación.
—Secciones y pelotones —le susurro a Rhiannon, por si no creció en una familia militar—. Hay tres pelotones en cada sección y tres secciones en cada una de las cuatro alas.
—Gracias —responde Rhiannon.
Dain está en la sección del Ala Dos, de frente a mí, pero esquivando mi mirada.
—¡Primer pelotón! ¡Sección Garra! ¡Ala Uno! —grita Nyra.
Un hombre que está cerca de la plataforma levanta la mano.
—Cadetes, cuando digan su nombre, fórmense detrás de su líder de pelotón —instruye Nyra.
La pelirroja de la ballesta y la lista da un paso adelante y comienza a recitar nombres. Uno por uno, los cadetes van saliendo de entre la multitud para ir a sus lugares, y yo voy contando y haciendo juicios a botepronto basándome en la ropa y en la arrogancia. Parece que cada pelotón tendrá unas quince o dieciséis personas.
A Jack lo llaman a la Sección Llama del Ala Uno.
A Tara la llaman a la Sección Cola, y pronto comienzan con el Ala Dos.
Suelto un suspiro de agradecimiento cuando el líder de ala da un paso al frente y no es Xaden.
A Rhiannon y a mí nos llaman al Segundo Pelotón, Sección Llama, Ala Dos. Nos formamos rápidamente, acomodándonos en un cuadrado. Una mirada rápida me deja saber que tenemos un líder de pelotón, Dain, que no me mira, una líder ejecutiva de pelotón, cuatro jinetes que parece que podrían estar en segundo o tercero y nueve de primer año. Una de las jinetes con dos estrellas en el uniforme y la cabeza rapada a la mitad con la otra mitad del cabello rosa tiene una reliquia de la rebelión que le corre por el brazo, desde la muñeca hasta arriba del codo, donde desaparece bajo su uniforme, pero desvío la mirada para que no note que estoy viéndola.
No decimos nada mientras llaman al resto de las alas. El sol ya está en su punto más alto, dándome de lleno sobre el cuero y quemándome la piel. «Le dije que no te tuviera en esa biblioteca». Las palabras que mamá me dijo esta mañana aún me atormentan, pero no es como que me hubiera podido preparar para esto. Tengo exactamente dos tonos en relación con el sol: pálido y quemado.
Cuando suena la orden, todos nos damos la vuelta para quedar de frente a la tarima. Intento mantener la mirada fija en la mujer de la lista, pero mis ojos se mueven como los traidores que son y mi pulso se acelera.
Xaden me está observando con una expresión fría y calculadora que me hace suponer que está planeando mi muerte desde su puesto como líder del Ala Cuatro.
Levanto la barbilla.
Él enarca la ceja en la que tiene una cicatriz. Luego le dice algo al líder del Ala Dos y de pronto todos los líderes de ala se meten en lo que obviamente es una acalorada discusión.
—¿De qué crees que estén hablando? —susurra Rhiannon.
—Silencio —ordena Dain, con rabia.
Mi espalda se tensa. No puedo esperar que sea mi Dain aquí, no en estas circunstancias, pero su tono me hiere.
Al fin, los líderes de ala se dan la vuelta para mirarnos y la discreta curva en los labios de Xaden me pone incómoda de inmediato.
—Dain Aetos, tú y tu pelotón van a hacer un intercambio con el de Aura Beinhaven —anuncia Nyra.
«Un momento. ¿Qué? ¿Quién es Aura Beinhaven?».
Dain asiente y luego se voltea hacia nosotros.
—Síganme. —Con esto, avanza entre la formación para que lo sigamos. Pasamos junto a otro pelotón de camino a… a…
El aire se me hiela en los pulmones.
Vamos hacia el Ala Cuatro. El ala de Xaden.
Pasa un minuto, quizá dos, y tomamos nuestros puestos en la nueva formación. Me tengo que obligar a respirar. El rostro arrogante y hermoso de Xaden ostenta una maldita sonrisa de satisfacción.
Ahora estoy completamente a su merced, soy solo una subordinada en su cadena de poder. Me puede castigar como se le dé la gana por la más mínima transgresión, aunque sea imaginaria.
Nyra observa a Xaden mientras termina de dar órdenes y él asiente y da un paso al frente, con lo que al fin termina nuestro concurso de miradas. Estoy bastante segura de que él ganó, teniendo en cuenta que mi corazón está galopando como un caballo fugitivo.
—Ahora son cadetes. —La voz de Xaden se escucha por todo el patio, más fuerte que las demás—. Miren a su pelotón. Estas son las únicas personas que el Código garantiza que no los matarán. Pero que ellas no puedan acabar con su vida no significa que otras no lo harán. ¿Quieren un dragón? Gánenselo.
La mayoría de la gente vitorea, pero yo ni siquiera abro la boca.
Hoy, sesenta y siete personas se cayeron o murieron de una u otra manera. Sesenta y siete como Dylan, cuyos padres van a recoger sus cuerpos o a ver cómo los entierran al pie de la montaña bajo una piedra cualquiera. No me puedo obligar a soltar vítores por sus pérdidas.
Los ojos de Xaden encuentran los míos y el estómago se me retuerce antes de que él desvíe la mirada.
—Y apuesto a que se sienten muy rudos en este momento, ¿verdad, primerizos?
Más vítores.
—Se sienten invencibles después de lo del parapeto, ¿no? —grita Xaden—. ¡Creen que son intocables! ¡Están en el camino para ser parte de la élite! ¡De los pocos! ¡De los elegidos!
Con cada declaración se enciende otra ronda de gritos emocionados que suenan cada vez más fuertes.
No. No son solo gritos de emoción, es el sonido de unas alas obedientes batiendo en el aire.
—Ay, dioses, son hermosos —susurra Rhiannon junto a mí cuando un montón de dragones aparece en nuestro campo de visión.
He pasado toda mi vida alrededor de los dragones, pero siempre desde lejos. No toleran a los humanos que no han elegido. Pero ¿estos ocho? Están volando hacia nosotros… a toda velocidad.
Justo cuando creo que están a punto de volar sobre nuestras cabezas, se lanzan en vertical, azotan el aire con sus enormes alas semitranslúcidas y se detienen, creando con sus aleteos unas ráfagas de viento tan poderosas que casi me voy de espaldas cuando aterrizan en el muro semicircular exterior. Las escamas de su pecho vibran con el movimiento y sus garras afiladas se entierran a cada lado de la orilla del muro. Ahora entiendo por qué las paredes tienen un grosor de tres metros. No es una barrera. Lo que rodea a la fortaleza es una maldita percha.
Me quedo con la boca abierta. En los cinco años que llevo viviendo aquí, nunca había visto algo como esto, aunque, claro, nunca se me había permitido ver lo que pasa en el Día de Reclutamiento.
Algunos cadetes gritan.
Supongo que todos quieren ser jinetes de dragones hasta que están a unos seis metros de ellos.
El vapor me llega a la cara cuando el azul marino que está justo frente a mí exhala por sus enormes fosas nasales. Sus brillantes cuernos azules se elevan sobre su cabeza en un arco elegante y letal, y sus alas se extienden brevemente antes de volver a su lugar, con la punta de su articulación superior coronada por un pico salvaje. Sus colas son igualmente fatales, pero desde aquí no puedo verlas y mucho menos saber de qué raza es cada uno sin ese dato.
Todos son letales.
—Vamos a tener que traer a los mamposteros de nuevo —masculla Dain mientras unos pedazos del muro se van soltando bajo las patas de los dragones para azotar contra el patio en rocas del tamaño de mi torso.
Hay tres dragones con distintos tonos de rojo, dos verdes, como Teine, el dragón de Mira, uno café, como el de mamá, uno naranja y el enorme azul marino que está frente a mí. Todos son gigantescos y tapan la estructura de la ciudadela mientras nos miran entrecerrando sus ojos color oro, juzgándonos a más no poder.
Si no nos necesitaran a los insignificantes humanos para desarrollar sus habilidades únicas al vincularse y extender su protección sobre Navarre, estoy bastante segura de que nos comerían a todos y san se acabó. Pero les gusta proteger el valle que está detrás de Basgiath y que los dragones consideran su hogar, defenderlo de los despiadados grifos, y sobre todo, a nosotros nos gusta vivir, por eso aquí estamos formando las parejas más extrañas del mundo.
Mi corazón amenaza con salirse del pecho y le doy toda la razón, porque yo también quisiera irme corriendo. Tan solo pensar que se supone que debo montar uno de esos es jodidamente ridículo.
Un cadete se escapa del Ala Tres, corriendo y gritando en su camino hacia la torre de piedra que está detrás de nosotros. Todos volteamos a verlo cómo huye a toda velocidad hacia la enorme puerta de arco que está en el centro. Casi puedo ver las palabras grabadas en el arco desde aquí, pero ya me las sé de memoria. «Un dragón sin su jinete es una tragedia. Un jinete sin su dragón está muerto».
Cuando se crea el vínculo, los jinetes ya no pueden vivir sin sus dragones, aunque la mayoría de los dragones no tiene problemas en seguir sin nosotros. Por eso eligen con tanto cuidado, para no enfrentar la humillación de haber elegido a un cobarde, aunque un dragón jamás reconocería haber cometido ese error.
El dragón rojo de la derecha abre su enorme boca, mostrando unos dientes como de mi tamaño. Esas fauces me triturarían como a una uva si quisieran. Sobre su lengua corre fuego, que luego sale disparado en la flama macabra hacia el cadete que se echó a correr.
Antes de que pueda alcanzar la sombra de la torre, ya es una pila de ceniza sobre la grava.
«Sesenta y ocho muertos».
Siento el calor de las llamas en un lado de mi cara cuando giro para ver al frente. Si alguien más se echa a correr y termina muerto de la misma manera, no lo quiero ver. Se escuchan más gritos a mi alrededor. Tenso la quijada lo más que puedo para no hacer ruido.
Siento otras dos ráfagas de calor, una a mi izquierda y la otra a mi derecha.
«Ya son setenta».
El dragón azul marino parece inclinar la cabeza hacia mí, como si sus desconfiados ojos dorados pudieran ver mi interior, el miedo que me aplasta el estómago y la duda que me envuelve insistentemente el corazón. Apuesto a que incluso puede ver el vendaje en mi rodilla. Sabe que estoy en desventaja, que soy demasiado pequeña para trepar por su pata y montarlo, demasiado frágil para andar sobre él. Los dragones siempre saben.
Pero no voy a correr. No estaría aquí si hubiera renunciado cada que algo me parecía imposible de lograr. «No voy a morir hoy». Las palabras se repiten en mi cabeza como antes de subir al parapeto y mientras lo estaba cruzando.
Me obligo a enderezar los hombros y levantar la cara.
El dragón parpadea, lo cual puede ser una señal de aprobación o de aburrimiento, y mira hacia otro lado.
—¿Alguien más quiere cambiar de opinión? —grita Xaden, observando con la misma mirada calculadora del dragón azul que está detrás de él, a las filas de cadetes que quedan—. ¿No? Excelente. Más o menos la mitad de ustedes habrá muerto antes del próximo verano. —La formación se queda en silencio, salvo por unos desafortunados sollozos a mi izquierda—. Un tercio de ustedes morirá al año siguiente, y lo mismo en el último año. Aquí a nadie le importa quién es su mami o su papi. Hasta el segundo hijo del rey Tauri murió en la Trilla. Así que díganme ahora: ¿todavía se sienten invencibles por haber entrado al Cuadrante de Jinetes? ¿Intocables? ¿De la élite?
Nadie celebra.
Hay otra ráfaga de calor y esta vez viene directamente hacia mi rostro, así que tenso todos los músculos de mi cuerpo, preparada para que me incineren. Pero no son llamas, solo es… vapor que echan los dragones cuando terminan su exhalación colectiva. Las trenzas de Rhiannon se mueven hacia atrás. Los pantalones del sujeto de primer año que está frente a mí se ponen más oscuros y ese color baja por sus piernas.
Querían asustarnos. Y lo lograron.
—Porque para ellos no son intocables ni especiales. —Xaden señala hacia el dragón azul marino que se inclina ligeramente hacia adelante, como si nos fuera a contar un secreto, y me mira a los ojos—. Para ellos, no son más que una presa.
El ring de lucha es donde se crean o se quiebran los jinetes. Después de
todo, ningún dragón que se respete elegiría a un jinete que no puede
defenderse solo, y ningún cadete que se respete permitiría que una
amenaza como esa para su ala siguiera entrenando.
—GUÍA DEL COMANDANTE AFENDRA PARA EL CUADRANTE
DE JINETES (EDICIÓN NO AUTORIZADA)
—Elena Sosa, Brayden Blackburn. —El capitán Fitzgibbons está leyendo la lista de muertos, flanqueado por otros dos escribas en la tarima mientras los demás esperamos silenciosamente en formación en el patio, con los ojos entrecerrados para protegerlos del sol matutino.
Esta mañana todos estamos vestidos con el negro de los jinetes y tengo una sola estrella plateada de cuatro puntas en el cuello, la marca de alguien de primero, y un parche del Ala Cuatro en el hombro. Ayer nos dieron uniformes estándar, túnicas veraniegas entalladas, pantalones y accesorios cuando se terminó lo del parapeto, pero no nos dieron ropa de cuero para volar. No tiene caso darnos los uniformes de combate, que son más gruesos y ofrecen más protección, cuando la mitad de nosotros no llegaremos a la Trilla en octubre. El corsé de armadura que Mira me hizo no es lo normal, pero se pierde entre los cientos de uniformes modificados que me rodean.
Tras las últimas veinticuatro horas y una noche en las barracas del primer piso, he comenzado a darme cuenta de que este cuadrante es una extraña mezcla de un hedonismo del tipo podríamos-morir-mañana y una eficiencia brutal por la misma razón.
—Jace Sutherland —continúa el capitán Fitzgibbons, y los escribas a sus lados se reacomodan en su lugar—. Dougal Luperco.
Creo que ya vamos por los cincuenta, pero perdí la cuenta cuando leyó el nombre de Dylan hace unos minutos. Este es el único homenaje que tendrán esos nombres, la única vez que se pronunciarán dentro de la ciudadela, así que intento concentrarme, aprenderme cada nombre, pero son demasiados.
Tengo la piel maltratada por usar la armadura toda la noche como Mira me sugirió y me duele la rodilla, pero contengo el impulso de inclinarme y ajustarme la venda que logré ponerme en la inexistente privacidad de mi catre en las barracas de primero antes de que alguien más se despertara.
Somos ciento cincuenta y seis en el primer piso del edificio de dormitorios y nuestros catres están acomodados en prolijas filas en el espacio abierto. Aunque a Jack Barlowe lo pusieron en los dormitorios del tercer piso, no voy a dejar que nadie vea mis debilidades. No hasta que sepa en quién confiar. Las habitaciones privadas son como la ropa de cuero para el vuelo: no te dan una hasta que sobrevives a la Trilla.
—Simone Casteneda. —El capitán Fitzgibbons cierra la lista—. Que sus almas estén con Malek. —El dios de la muerte.
Esto me sorprende. Supongo que estábamos más cerca del final de lo que pensé.
No hay una conclusión formal a la ceremonia ni un último momento de silencio. Los nombres en la lista se bajan de la tarima con los escribas y la paz se rompe mientras los líderes de pelotón se dan la vuelta y comienzan a hablar con sus grupos.
—Espero que todos hayan desayunado, porque no van a poder comer nada hasta la hora del almuerzo —dice Dain, mirándome a los ojos por un breve instante para luego fingir indiferencia.
—Es un experto en fingir muy bien que no te conoce —susurra Rhiannon junto a mí.
—Sí lo es —respondo con el mismo tono. Una sonrisa se quiere asomar en mis labios, pero mantengo una expresión lo más neutral posible mientras lo miro sin recato. El sol juega con su cabello del color de la arena, y cuando gira la cabeza, veo que una cicatriz que no noté ayer se asoma entre su barba por el mentón.
—Asumo que los de segundo y tercero ya saben adónde ir —continúa Dain mientras los escribas siguen caminando hacia la orilla del patio a mi derecha con dirección a su cuadrante. Ignoro la vocecita en mi cabeza que se queja de que ese debería ser mi cuadrante. Obsesionarme con lo que pudo ser no me ayudará a sobrevivir para ver otro amanecer.
Los cadetes mayores, que están adelante de nosotros, hacen unos sonidos de confirmación. Los que somos de primero estamos en las últimas dos filas del pequeño cuadro que conforma el Segundo Pelotón.
—Para los de primer año, al menos uno de ustedes debería haberse aprendido de memoria su horario de clases desde que se los entregaron ayer. —La voz de Dain retruena sobre nosotros, y es difícil pensar en este líder serio y de gesto severo como el tipo sonriente y divertido que siempre ha sido para mí—. Manténganse juntos. Espero que todos sigan vivos para cuando nos reunamos por la tarde en el gimnasio de lucha.
Carajo, casi se me había olvidado que hoy íbamos a entrenar lucha. Solo iremos al gimnasio dos veces a la semana así que, mientras pueda salir ilesa de la sesión de hoy, estaré a salvo por un par de días más. Al menos tendré algo de tiempo para recuperarme antes de tener que enfrentar el Guantelete, que es la aterradora pista vertical de obstáculos que nos dijeron que tendremos que dominar en dos meses, cuando las hojas cambien de color.
Si logramos llegar a lo alto del Guantelete, cruzaremos el cañón semicerrado que está arriba y que lleva al campo de vuelo para la Presentación, donde los dragones de este año que están dispuestos a crear vínculos verán por primera vez a los cadetes que quedan. Dos días después de eso, la Trilla tendrá lugar en el valle bajo la ciudadela.
Miro a mi alrededor para ver a mis nuevos compañeros de pelotón, y no puedo evitar preguntarme cuáles de nosotros, si es que alguno, llegará a ese campo de vuelo, ya ni siquiera al valle.
«No busques los problemas de mañana».
—¿Y si no lo hacemos? —pregunta el graciosito de primero que está detrás de mí.
Ni siquiera me molesto en voltear a verlo, pero Rhiannon sí lo hace y pone un gesto de fastidio cuando vuelve a mirar hacia el frente.
—En ese caso, no tendré que molestarme en aprenderme su nombre, porque mañana en la mañana estará en la lista de muertos —responde Dain, encogiéndose de hombros.
Una de segundo año que está adelante de mí suelta una risotada y el movimiento le sacude las pequeñas arracadas que trae en el lóbulo derecho, pero la de cabello rosa que está a su lado permanece en silencio.
—¿Sawyer? —Dain mira al de primero que está a mi izquierda.
—Yo los llevo —dice el cadete alto y enjuto cuyo delgado cuerpo está cubierto de pecas, y asiente una sola vez. Su quijada pecosa da un saltito, y siento mucha compasión por él. Es uno de los que están repitiendo, un cadete que no consiguió vínculo en la Trilla y ahora tiene que empezar todo el año desde cero.
—Váyanse ya —ordena Dain, y nuestro pelotón se dispersa al mismo tiempo que los demás, transformando el patio de una formación ordenada a una multitud de cadetes parlanchines. Los de segundo y tercero se van en otra dirección, incluyendo a Dain.
—Tenemos unos veinticinco minutos para llegar a clase —nos grita Sawyer a los cuarenta y ocho que somos—. Cuarto piso, segunda aula a la izquierda en el ala académica. Vayan por sus tiliches y no lleguen tarde. —No se molesta en confirmar que lo escuchamos antes de comenzar a caminar hacia el dormitorio.
—Debe ser difícil —dice Rhiannon mientras seguimos a la gente hacia los dormitorios—. Quedarte atrás y tener que repetir todo esto.
—Es mejor que estar muerto —comenta el graciosito, que va pasando junto a nosotras por la derecha, con su cabello rebotando sobre la piel morena de su frente con cada paso que da el bajito cadete. Se llama Ridoc, si mal no recuerdo de las breves presentaciones que hicimos anoche antes de la cena.
—Es cierto —respondo mientras entramos al embotellamiento que se formó en la puerta.
—Escuché a uno de tercero diciendo que cuando alguien de primero sobrevive a la Trilla sin un vínculo, el cuadrante le permite repetir el año e intentarlo de nuevo si quiere —agrega Rhiannon, y no puedo dejar de pensar en cuánta determinación se necesitará para sobrevivir a tu primer año y estar dispuesto a repetirlo solo por la posibilidad de convertirte en jinete algún día. Fácilmente podrías morir en el segundo intento.
Un pájaro trina a la izquierda y miro sobre la multitud con el corazón acelerado, porque inmediatamente reconozco el tono. Es Dain.
El sonido se repite y lo ubico cerca de la puerta de la rotonda. Está parado sobre la ancha escalera y, en cuanto nuestros ojos se encuentran, señala hacia la puerta con un sutil movimiento de cabeza.
—Voy a… —empiezo a decirle a Rhiannon, pero ya se dio cuenta de lo que estoy viendo.
—Yo me llevo tus cosas y te veo allá. Están bajo tu catre, ¿verdad? —pregunta.
—¿No te molesta?
—Tu catre está junto al mío, Violet. No es problema. ¡Ve! —Me ofrece una sonrisa cómplice y choca su hombro contra el mío.
—¡Gracias! —Sonrío y de inmediato me abro paso entre la gente hasta que salgo por la orilla. Por suerte, no hay muchos cadetes yendo al área común, lo que significa que no hay muchos ojos sobre mí cuando me cuelo por una de las cuatro puertas gigantes de la rotonda.
Los pulmones se me llenan de aire ante mi expresión sorprendida. Es como las representaciones que he visto en los Archivos, pero no hay dibujo ni medio artístico que pueda capturar lo impactante que es este lugar, lo exquisito de cada uno de sus detalles. Es posible que la rotonda sea la pieza más hermosa de arquitectura no solo en la ciudadela, sino en todo Basgiath. El lugar tiene tres pisos, desde sus lustrosos pisos de mármol hasta el domo de cristal por el que se cuela la suave luz de la mañana. A la izquierda están dos enormes puertas de arco que llevan al ala académica, las cuales se repiten a la derecha, pero estas llevan a los dormitorios. Al subir media docena de escalones, frente a mí aparecen cuatro puertas que llevan al salón de reuniones.
En puntos equidistantes alrededor de la rotonda y brillando en distintos colores, rojo, verde, café, naranja, azul y negro, están seis abrumadores pilares de mármol con forma de dragón, tallados de manera que parece que estuvieran bajando a toda velocidad desde el techo. Hay espacio suficiente entre las fauces en la base de cada uno para meter al menos cuatro escuadrones, pero en este momento está vacío.
Paso junto al primer dragón, esculpido en mármol rojo oscuro, y una mano me toma por el codo y me jala detrás del pilar, donde hay un hueco entre la garra y la pared.
—Soy yo —dice Dain en voz muy baja mientras se da la vuelta para quedar de frente a mí. Cada parte de su cuerpo irradia tensión.
—Ya sabía, porque me lo dijo un pajarito. —Sonrío y niego con la cabeza—. Ha usado ese trino desde que éramos niños y vivíamos cerca de la frontera de Krovla mientras nuestros padres estaban ahí con el Ala Sur.
Su ceño se frunce mientras me recorre con la mirada, claramente buscando nuevas heridas.
—Solo tenemos unos minutos antes de que este lugar se llene. ¿Cómo va tu rodilla?
—Me duele, pero sobreviviré. —He tenido heridas mucho peores y ambos lo sabemos, pero no tiene caso pedirle que se relaje cuando obviamente no lo va a hacer.
—¿Nadie intentó hacerte nada anoche? —La preocupación le arruga la frente y yo me tengo que cruzar de brazos para no estirar la mano y suavizar esas líneas con mis dedos. Su angustia me aplasta el corazón.
—¿Es malo si me hicieron algo? —pregunto con tono pícaro, obligándome a sonreír.
Dain baja los brazos hacia sus costados y suspira tan fuerte que el sonido hace eco por toda la rotonda.
—Ya sabes que no me refiero a eso, Violet.
—Nadie intentó matarme anoche, Dain, ni siquiera lastimarme. —Me recargo en la pared para quitar un poco del peso de mi rodilla—. Estoy bastante segura de que todos estábamos demasiado cansados y aliviados de estar vivos como para empezar a matarnos entre nosotros. —Las barracas se quedaron en silencio casi inmediatamente después de que se apagaron las luces, prueba del agotamiento emocional del día.
—Y comiste, ¿verdad? Sé que los hacen salir a toda prisa del dormitorio cuando suenan las campanas de las seis.
—Comí con los demás de primero, y antes de que se te ocurra sermonearme, me acomodé los vendajes de la rodilla bajo la sábana y me trencé el cabello antes de que sonaran las campanas. Llevo años viviendo con horarios de escriba, Dain. Se levantan una hora antes. De hecho, me dan ganas de ofrecerme como voluntaria para hacer el desayuno.
Observa la apretada trenza con puntas plateadas que amarré en un chongo contra el cabello más oscuro cerca de la parte alta de mi cabeza.
—Deberías cortártelo.
—No empieces con eso. —Niego con la cabeza.
—Hay una razón por la que las mujeres aquí lo llevan corto, Vi. En cuanto alguien te agarre el cabello en el ring de lucha…
—El cabello es la última de mis preocupaciones en el ring —le respondo.
Esto lo hace abrir exageradamente los ojos.
—Solo quiero que estés a salvo. Tienes suerte de que no te haya echado con el capitán Fitzgibbons esta mañana para rogarle que te saque de aquí.
Ignoro su tono de amenaza. Estamos perdiendo tiempo, y necesito que Dain me dé cierta información.
—¿Por qué ayer pasaron a nuestro pelotón del Ala Dos a la Cuatro?
Él se tensa y desvía la mirada.
—Dime. —Necesito saber si estoy viendo cosas donde no las hay.
—Carajo —masculla, pasándose las manos por el cabello—. Xaden Riorson te quiere muerta. Después de ayer, ya todos los líderes lo saben.
No. No estaba exagerando.
—Cambió al pelotón para tratar directamente conmigo para poder hacer lo que se le dé la gana sin que nadie lo cuestione. Soy su venganza contra mi madre. —Mi corazón ni siquiera se altera al confirmar lo que ya sabía—. Eso pensé. Solo necesitaba asegurarme de que mi mente no estaba inventando cosas.
—No voy a permitir que te pase nada. —Dain da un paso al frente y toma mi cara entre sus manos, acariciándome el pómulo en suaves círculos con el pulgar.
—No hay mucho que puedas hacer. —Me alejo de la pared y me separo de él—. Tengo que ir a clases. —Ya se escuchan algunas voces haciendo eco en la rotonda de los cadetes que van cruzando.
Su quijada se tensa por un segundo y vuelven los surcos entre sus cejas.
—Solo te pido que mantengas un perfil bajo, especialmente en Informe de Batalla. Aunque los colores de tu cabello te delatan, esa es la única clase que toma todo el cuadrante. Veré si alguien de segundo puede hacer guardia…
—Nadie me va a asesinar en la clase de historia. —Hago un gesto de fastidio—. La parte teórica es lo único de lo que no tengo que preocuparme. ¿Qué me puede hacer Xaden? ¿Sacarme de la clase para apuñalarme con una espada en el pasillo? O ¿en serio crees que me mataría a medio Informe de Batalla?
—Sí lo creo capaz. Es un tipo despiadado, Violet. ¿Por qué crees que lo escogió su dragón?
—¿El azul marino que se paró detrás de él en la plataforma ayer? —Se me revuelve el estómago al recordar la manera en que me examinaban esos ojos dorados…
Dain asiente.
—Sgaeyl es una hembra Azul Cola de Daga, y es… feroz. —Traga saliva—. Y no es que los demás no lo sean. Cath es terrible cuando se enfurece, todos los Rojo Cola de Espada lo son, pero incluso la mayoría de los dragones se mantiene lejos de Sgaeyl.
Miro a Dain, a la cicatriz que define su mentón y la severidad en sus ojos que me parecen tan conocidos y a la vez no.
—¿Qué? —me pregunta. Las voces van subiendo de volumen a nuestro alrededor y cada vez se escuchan más pasos que van y vienen.
—Te vinculaste con un dragón. Tienes poderes que no conozco. Abres puertas con magia. Eres líder de pelotón. —Digo las frases con lentitud, esperando comprenderlas, entender realmente lo mucho que ha cambiado—. Es difícil para mí hacerme a la idea de que sigues siendo… Dain.
—Sigo siendo yo. —Su postura se suaviza y levanta la manga corta de su túnica para mostrarme la reliquia de un dragón rojo sobre su hombro—. La única diferencia es que ahora tengo esto. Y en cuanto a los poderes, Cath canaliza mucha magia en comparación con otros dragones, pero aún no soy ni de cerca un experto. No he cambiado mucho. De la magia menor que me da el vínculo de mi reliquia, puedo hacer cosas típicas como abrir puertas, moverme más rápido y crear plumas de tinta en vez de andar con la monserga de mojar la punta de las de las aves.
—¿Cuál es tu sello? —Todos los jinetes pueden hacer magia menor cuando su dragón comienza a canalizarles poder, pero el sello es una capacidad especial, la habilidad más fuerte que se da como resultado del vínculo entre el dragón y su jinete.
Algunos jinetes tienen los mismos sellos. Manipular el fuego, manipular el hielo y manipular el agua son solo algunos de los sellos más comunes, y todos son muy útiles en la batalla.
Y luego están los sellos que hacen que un jinete sea extraordinario.
Mi madre puede manipular el poder de las tormentas.
Melgren puede prever el resultado de las batallas.
Me pregunto cuál será el sello de Xaden, y si lo usará para matarme cuando menos me lo espere.
—Yo puedo leer los recuerdos recientes de las personas —admite Dain en voz baja—. No soy como los inntinncistas que pueden leer la mente, yo tengo que poner mis manos sobre las personas, así que no represento un riesgo para la seguridad. Pero mi sello no es muy conocido. Creo que me usarán como arma secreta. —Señala el parche de compás que lleva al hombro bajo el del Ala Cuatro. Ese sigilo indica que un poder es demasiado secreto, y no lo noté ayer.
—No lo puedo creer. —Sonrío y tomo aire para relajarme mientras recuerdo que el uniforme de Xaden no tenía ningún parche.
Él asiente y una sonrisa de emoción le curva la boca.
—Aún estoy aprendiendo, y obviamente lo hago mejor entre más cerca estoy de Cath, pero sí. Solo tengo que poner mis manos en la sien de alguien y puedo ver lo que vio esa persona. Es… increíble.
Ese sello sin duda hará que Dain se destaque. Lo convertirá en una de las herramientas más valiosas que tenemos para los interrogatorios.
—Y dices que no has cambiado —comento, y no lo digo tan en broma.
—Este lugar puede pervertir casi todo en una persona, Vi. Se lleva la falsa cortesía y los modales y revela quién eres en realidad. Quieren que sea así. Quieren romper todos los vínculos que tenías antes para que tu lealtad esté con tu ala. Es una de las muchas razones por las que los de primero no tienen permitido cartearse con su familia y amigos, porque sabes que, de haber podido, te hubiera escrito. Pero un año no cambia que aún te considere mi mejor amiga. Sigo siendo Dain, y para el próximo año, tú seguirás siendo Violet. Seguiremos siendo amigos.
—Si sigo viva —bromeo mientras suena la campana—. Debo irme a clases.
—Sí, y yo voy a llegar tarde al campo de vuelo. —Señala hacia el borde del pilar—. Mira, Riorson sigue siendo líder de ala. Va a ir por ti, pero encontrará la forma de hacerlo dentro de las reglas del Código, al menos cuando haya testigos. Yo era… —Sus mejillas se ruborizan—. Muy buen amigo de Amber Mavis, la actual líder el Ala Tres, el año pasado, y créeme que el Código es sagrado para ellos. Ahora, vete tú primero. Te veo en el gimnasio de lucha. —Me ofrece una reconfortante sonrisa.
—Te veo allá. —Le devuelvo la sonrisa y me doy la vuelta para rodear el enorme pilar y salir hacia la rotonda semillena. Hay un par de docenas de cadetes que van de un edificio a otro, y me toma un momento ubicarme.
Veo las puertas hacia el área académica entre los pilares naranja y negro y voy para allá, perdiéndome entre la multitud.
Los vellos de la nuca se me erizan y un escalofrío me recorre la espalda cuando voy cruzando por el centro de la rotonda. Me detengo de golpe. Los cadetes se siguen moviendo a mi alrededor, pero mis ojos se elevan para ver hacia lo alto de las escaleras que llevan al salón de reuniones.
«Mierda».
Xaden Riorson me está viendo con los ojos entrecerrados, las mangas de su uniforme enrolladas sobre sus enormes brazos que tiene cruzados sobre el pecho, mostrando como advertencia la reliquia que le cubre el brazo mientras uno de tercero que está a su lado le dice algo que él ignora abiertamente.
El corazón me da un vuelco y se me atora en la garganta. Nos separan unos seis metros. Mis dedos se mueven, listos para tomar una de las armas envainadas sobre mis costillas. ¿Lo va a hacer aquí? ¿En medio de la rotonda? El piso de mármol es gris, así que al equipo de intendencia no se le complicaría tanto limpiar la sangre.
Inclina la cabeza y me estudia con esos ojos imposiblemente oscuros, como si estuviera decidiendo dónde soy más vulnerable.
Debería echarme a correr, ¿verdad? Pero, si me quedo aquí, al menos podré ver que se acerca.
Su atención cambia de blanco, se enfoca a mi derecha y vuelve a mirarme con una ceja enarcada.
El estómago se me retuerce al ver que Dain va saliendo de detrás del pilar.
—¿Qué estás ha…? —comienza a decir Dain, con el ceño fruncido en gesto de confusión.
—En lo alto de la escalera. Cuarto piso —susurro, interrumpiéndolo.
La mirada de Dain va subiendo mientras la multitud se disipa a nuestro alrededor y él suelta una maldición entre dientes, acercándose no muy sutilmente a mí. Entre menos personas, menos testigos, pero no soy tan tonta como para creer que Xaden no me mataría frente a todo el cuadrante si se le da la gana.
—Ya sabía que sus padres son cercanos —grita Xaden, y una sonrisa cruel se dibuja sobre sus labios—. Pero ¿es necesario que sean tan estúpidamente obvios?
Los pocos cadetes que siguen en la rotonda voltean a vernos.
—Déjenme adivinar —continúa Xaden, pasando la mirada de Dain a mí—. ¿Amigos de la infancia? ¿Su primer amor, quizá?
—No puede lastimarte sin razón, ¿verdad? —susurro hacia Dain—. Sin razón y sin tener quórum de líderes de ala, porque eres líder de pelotón. Artículo Cuatro, Sección Tres.
—Correcto —me responde, sin molestarse en bajar la voz—. Pero tú no eres líder.
—Esperaba que te esforzaras más en ocultar dónde está tu corazón, Aetos. —Xaden comienza a bajar por la escalera.
Mierda. Mierda. Mierda.
—Corre, Violet —me ordena Dain—. Ya.
Y corro tan rápido como puedo.