Hacia el año 2700 a.C., Gilgamesh, rey de Uruk, se impone a sus vecinos en Mesopotamia
Cuando los sumerios empezaron a utilizar la escritura cuneiforme, comenzaron a transitar el camino que les llevaría del «érase una vez» a un pasado conocido. Empezaron a escribir historias sobre las batallas ganadas, las transacciones comerciales realizadas, los templos que habían construido. La lista de los reyes se elaboraría a partir de entonces en tablillas e inscripciones oficiales.
Las narrativas épicas, que con frecuencia preservan la esencia de los éxitos terrenales disfrazados bajo una capa de oponentes diabólicos y poderes sobrenaturales, siguen siendo útiles. Sin embargo, ahora podemos entender estas gestas épicas dentro del contexto de narrativas que tienen como propósito ofrecer una visión más o menos real de lo acontecido. Todo ello, evidentemente, no quiere decir que las inscripciones sean una muestra de objetividad novedosa y sorprendente: no dejan de ser inscripciones grabadas por escribas al servicio de los mismos reyes cuyas hazañas registran, lo que naturalmente las hace inclinarse siempre del lado del gobernante de turno (según las inscripciones asirias, por ejemplo, son muy pocos los reyes asirios que alguna vez perdieron una batalla). Sin embargo, al comparar las inscripciones correspondientes a dos reyes supuestamente victoriosos y enfrentados entre sí, podemos llegar a deducir cuál de los dos ganó la batalla.
En Sumer, donde la civilización nació con el fin de separar a los ricos de aquellos que menos tenían, las ciudades batallaron esporádicamente entre sí desde el menos el año 4000 a.C. Es posible reconstruir la historia de las primeras batallas a partir de las inscripciones de los templos, la lista de los reyes, y diversas colecciones de historias que nos han llegado hasta hoy: son las primeras crónicas bélicas de la historia.
Hacia el año 2800 a.C., el rey sumerio Meskiaggasher gobernaba sobre la ciudad de Uruk. Uruk, convertida hoy en la ciudad de Warka en el sureste iraquí, era una de las ciudades más antiguas de Sumer. Estaba habitada desde al menos el año 3500 a.C.* Durante el reinado de Meskiaggasher era, también, la ciudad más grande de Mesopotamia (hasta donde podemos saber): sus murallas se extendían a lo largo de casi diez kilómetros, y estaba habitada por cerca de cincuenta mil personas. Dos grandes complejos sagrados se levantaban dentro del recinto urbano. En el templo de Kullaba, los sumerios se reunían para adorar al lejano y reticente dios del cielo An; en Eanna, veneraban aún con más vigor a Inanna, la muy accesible diosa del amor y la guerra.**
A Meskiaggasher debía molestarle que su histórica gran ciudad no fuera de hecho la joya de la corona sumeria. Ese honor seguía correspondiéndole a Kish, la ciudad cuyo rey podía reclamar para sí el derecho formal a dominar la región. Para entonces, Kish ya había extendido su protección y control sobre la ciudad sagrada de Nippur, en la que se levantaban los santuarios a Enlil, la divinidad más importante, y en la que todos los monarcas sumerios realizaban sus sacrificios y buscaban el reconocimiento de los demás. Si bien no era la ciudad más fuerte de Sumer, Kish parece haber ejercido una influencia desproporcionada sobre la región: una especie de Nueva York, no era capital administrativa ni militar, pero a pesar de ello seguía estando en el centro de la civilización; especialmente, para quienes la veían desde fuera.
Pero Meskiaggasher no parece haber sido el tipo de hombre que podía vivir feliz en su papel de segundón. Probablemente, usurpó el trono de Uruk de manos de su legítimo propietario; la lista de reyes sumerios lo nombra como hijo del dios-sol Utu, un linaje utilizado con frecuencia por los usurpadores para legitimar sus aspiraciones al trono. Y, tal como nos cuenta la lista, durante su reinado «se adentró en los mares y subió montañas». Parece ésta una descripción más directa que la ascensión de Etana a los cielos. Una vez que se hizo con el control de Uruk, Meskiaggasher extendió su poder: no sobre otras ciudades sumerias (aunque Uruk no era lo suficientemente poderosa como para conquistar Lagash, Kish y ciudades similares), pero sí sobre las rutas comerciales que le llevarían a través de mares y montañas.

Mapa 8.1. Las rutas comerciales de Meskiaggasher.
El control de estas rutas comerciales debía preceder necesariamente a cualquier guerra. Meskiaggasher necesitaba espadas, hachas, cascos y escudos, pero en las llanuras mesopotámicas no había metal. Los herreros de Kish podían conseguir metales del norte, procedentes de la ruta fluvial que llevaba a la ciudad; Uruk necesitaba encontrar una fuente de provisión más al sur de la llanura situada entre los dos ríos.
Existía una fuente de metales al sur: las fabulosas Montañas de Cobre, situadas en Magan (el actual Omán), en el sureste arábigo. Mencionadas en las tabletas cuneiformes de Lagash y otras ciudades, las Montañas de Cobre (la denominada cordillera de Al Hajar) albergaban en su seno, desde la más remota antigüedad, minas excavadas a más de veinte metros de profundidad y hornos para fundir el mineral de hierro.
No había una ruta fácil que atravesara el desierto arábigo para llegar a Magan. Pero las naves sumerias, construidas con juncos, enmasilladas con betún y capaces de acarrear hasta veinte toneladas de metal, podían intercambiar el cobre a cambio de grano, lana y aceite en los puertos de Magan. Los primeros planes de Meskiaggasher para la guerra consistieron, lógicamente, en asegurarse (bien mediante negociaciones, bien librando batallas) de que los comerciantes de Uruk pudieran llegar sin problemas a Magan, en el golfo de Omán.
No obstante, los herreros de Sumer necesitaban algo más que cobre puro. Trescientos años antes de que Meskiaggasher reinara, se había empezado a añadir un diez por ciento de estaño o arsénico al cobre; la combinación daba como resultado bronce: un material más fuerte que el cobre, más fácil de moldear y afilar.*
Para obtener un bronce de la mejor calidad, Meskiaggasher necesitaba estaño. El bronce fabricado con arsénico era de peor calidad y resultaba más difícil de afilar. Se corría también el peligro de que el arsénico terminara con la vida de los mejores artesanos; así, no resultaba factible construir ningún arsenal. De modo que la ascensión de Meskiaggasher a las montañas aconteció, probablemente, como consecuencia de la necesidad de encontrar el estaño que se escondía en las faldas rocosas de los montes Zagros, o incluso más al norte, en las heladas laderas de los montes Elburz situados junto al mar Caspio. Meskiaggasher condujo a sus soldados a través de estrechos pasos de montaña y obligó a las tribus de las montañas a proveerle del metal necesario para convertir el cobre en bronce.
Uruk ya tenía armas, pero Meskiaggasher no vivió para ser testigo de su victoria. Al morir, su hijo Enmerkar heredó el trono.
Enmerkar tenía la nada afortunada carga de igualar la fama de su padre; es complicado ir más allá de un hombre que había surcado los mares y ascendido montañas. Una narrativa épica de época posterior, llamada «Enmerkar y el Señor de Aratta», nos da idea de sus esfuerzos por alcanzar la fama.
Aratta no era una ciudad sumeria. Estaba situada en las montañas situadas más al este, ligeramente al sur del mar Caspio. Sus habitantes eran elamitas, un pueblo que hablaba un idioma sin ninguna relación con el sumerio (lengua que, por cierto, aún no ha sido descifrada). Las ciudades elamitas no tenían cobre o estaño, pero sí metales y piedras preciosas (plata, oro y lapislázuli). Durante años, habían intercambiado piedras semipreciosas con los sumerios a cambio de grano.
Enmerkar, que vivía a la sombra del hombre que había surcado mares y montañas, decidió iniciar una pelea con su principal socio comercial. No existía ninguna razón política de peso para hacerlo, pero Aratta era tentadora: si Enmerkar llegaba a dominarla, controlaría una ciudad a la que Uruk siempre había admirado por sus riquezas, sus herreros y sus hábiles canteros. Su fama estaría asegurada.
Enmerkar envió un mensaje a la ciudad de Aratta, anunciando que Inanna (que era también la dios principal de esta ciudad) prefería Uruk, y que las gentes de Aratta debían reconocer este hecho enviando su oro, plata y lapislázuli a Enmerkar... sin coste alguno.
El mensaje constituía toda una declaración de guerra. Los habitantes de Aratta resistieron. Desafortunadamente, Enmerkar pareció haber sobreestimado su fuerza. En la gesta épica, tras una serie de encuentros entre ambos reyes, la diosa Inanna resolvió la disputa, asegurando a Enmerkar que, si bien Uruk era su ciudad predilecta, también quería a la ciudad de Aratta, y preferiría que el soberano de Uruk no arrasara la ciudad. Finalmente, los elamitas de Aratta se libraron del gobierno de Enmerkar. 1
Dado que la historia nos ha llegado en su versión sumeria y no en su versión elamita, lo más probable es que este ambiguo final simbolice una aplastante derrota sumeria. Enmerkar murió sin dejar hijos, sin haber extendido el imperio de su padre: la dinastía de Meskiaggasher conoció un final repentino.
A Enmerkar lo sucedió uno de sus guerreros, un hombre llamado Lugulbanda, protagonista de varios episodios épicos. Después de Lugulbanda, varios guerreros no relacionados entre sí asumieron el control de la ciudad. El sistema sucesorio de padres a hijos pareció romperse, y desde Uruk no volvió a intentarse el asedio de ninguna otra ciudad.
Entonces, quizá cien años más tarde, Uruk volvió a intentar tomar las riendas del poder sumerio. La ciudad tenía un nuevo soberano: otro usurpador, esta vez de nombre Gilgamesh.
Según nos cuenta la lista de los reyes, el padre de Gilgamesh no había sido rey. Lo más probable es que hubiera sido un sacerdote en el templo de Kullaba, dedicado al culto del dios An y poseedor de cierta reputación. Aparece nombrado en la lista de los reyes como un lillu, palabra que lleva implícito el uso de poderes demoníacos. Aun cuando los reyes sumerios habían ejercido también funciones sacerdotales, esa época ya había pasado. Durante algunos años, la administración religiosa y política de las ciudades sumerias se había mantenido separada; es posible que Gilgamesh hubiera heredado los poderes sacerdotales de su padre, pero al mismo tiempo se hizo con la autoridad real, a la que no tenía ningún derecho.
En la epopeya épica que se escribió poco después de su reinado, Gilgamesh asegura que su padre es Lugulbanda, el compañero guerrero de Enmerkar. Su aseveración no tenía sentido: Lugulbanda había ocupado el trono décadas antes del nacimiento de Gilgamesh. Pero desde el punto de vista de un hombre que deseaba reescribir su historia personal, Lugulbanda no constituía una mala elección: había sido un brillante rey-guerrero, un hombre con una habilidad especial para sobrevivir a brutales campañas bélicas y salir indemne de las mismas, listo para iniciar el combate en otras latitudes. En época de Gilgamesh, Lugulbanda (que ya llevaba muerto tres décadas o más) iba camino de alcanzar el estatus de héroe. Cien años después, se le consideraría un dios. Lugulbanda permitió a Gilgamesh recubrirse con una fina capa de poder secular.
Toda vez que la primera empresa de Gilgamesh (tomar el trono de Uruk) finalizó con éxito, el nuevo rey se dispuso a iniciar su siguiente tarea. Kish seguía siendo inconquistable; su monarca protegía la ciudad sagrada de Nippur, y reclamaba para sí esa molesta e indefinible sensación de superioridad que concede el prestigio.
Si separamos a Gilgamesh, joven rey de la ciudad de Uruk, de las epopeyas que lo precedieron y que posteriormente se vincularon a su persona, seguimos encontrándonos ante una personalidad muy activa. Gilgamesh lo quería todo: compañeros leales, el trono de Uruk, un título real, el título de «rey de Kish» y, en última instancia, la inmortalidad.
Los primeros preparativos de Gilgamesh, antes de declarar la guerra a sus vecinos, consistieron en fortificar sus murallas. «En Uruk —nos cuenta el prólogo de la epopeya de Gilgamesh—, [Gilgamesh] construyó murallas exteriores y un gran muro defensivo. Ahí siguen hoy en día: la muralla exterior brilla como el cobre; la muralla interior no tiene parangón.»2
El comentario referido al cobre es una exageración añadida posteriormente. Las murallas de Uruk no eran de piedra, mucho menos de cobre: eran de madera traída de las tierras del norte. El viaje que Gilgamesh hizo para conseguir la madera se cuenta en la epopeya. En ella, Gilgamesh se adentra en los bosques de cedros del norte para construir un monumento a los dioses, pero antes de poder construirlo debe enfrentarse al gigante de los bosques: «un gran guerrero, un gran ariete», llamado Humbaba (Gigante) en lengua sumeria.3 En realidad, Gilgamesh se habría enfrentado no a un gigante, sino a las tribus elamitas que vivían en el bosque y que no estarían muy dispuestas a entregar pacíficamente su recurso más preciado.
Una vez fortificadas sus murallas, Gilgamesh estaba listo para enfrentarse al rey de Kish.
El Rey de Kish se llamaba Enmebaraggesi, que gobernaba Kish desde antes de que Gilgamesh se hubiera hecho con las riendas del poder en Uruk.* No sólo era rey de Kish: también era el protector de la sagrada Nippur. Una inscripción encontrada en esta ciudad nos dice que Enmebaraggesi construyó en Nippur la «Casa de Enlil», un templo dedicado al principal dios sumerio del aire, los vientos y las tormentas, dueño de las Tablas del Destino y que en consecuencia tenía poder sobre el destino de los hombres. Enlil, a quien se le atribuía haber enviado el diluvio en un momento de malhumor, no era precisamente un dios al que se pudiera tomar el pelo. Pero dado que el templo construido por Enmebaraggesi era el favorito de Enlil, el rey de Kish confiaba en la protección de la divinidad. Es poco probable que le preocuparan las andanzas del joven aspirante del sur.
Entretanto, Gilgamesh había comenzado a movilizar sus fuerzas en Uruk. Su maquinaria de guerra se puso en marcha: soldados de a pie equipados con escudos de piel, lanzas y hachas; maquinaria para el asedio fabricada con maderas del norte, arrastrada por bueyes y hombres sudorosos; grandes troncos de cedro arrastrados corriente arriba por el Éufrates, que se utilizarían como arietes para echar abajo las puertas de la ciudad de Kish. La guerra era la habilidad más desarrollada en el mundo antiguo. Ya en el año 4000 a.C., los relieves muestran hombres equipados con lanzas, prisioneros, tanto vivos como ejecutados, puertas derribadas, murallas asediadas.
Gilgamesh inició su ataque... y fracasó. Lo sabemos porque la lista de los reyes dice que Enmebaraggesi murió de viejo y fue sucedido pacíficamente por su hijo Agga al trono de Kish.4
¿Por qué se retiró Gilgamesh?
En todas las leyendas que nos hablan de su personalidad, la figura central es siempre la misma: un hombre joven, agresivo e impetuoso, de una vitalidad casi sobrehumana; Gilgamesh pertenecía a esa clase de hombre que duerme tres horas y salta de la cama para seguir trabajando, que funda una compañía aérea antes de los veinticinco años, que funda y vende cuatro compañías antes de los veintiocho y escribe su autobiografía antes de los treinta. Otra constante de estas historias es cómo la vitalidad de Gilgamesh agota continuamente a su pueblo. En la epopeya, su pueblo está tan cansado de sus continuos saltos aquí y allá que ruega a sus dioses que lo libere. En realidad, su pueblo se resistió; y, sin su apoyo, Gilgamesh se vio obligado a retroceder.
Después de todo, los soberanos de las ciudades sumerias no eran monarcas absolutos. En la historia de la expedición de Gilgamesh hacia el norte, el monarca se ve obligado a contar con la aprobación de un consejo de ancianos antes de iniciar el viaje. Los sumerios, obligados a pelear codo con codo con sus vecinos para poder sobrevivir, parecían haber desarrollado un agudo sentido de sus propios derechos. Fueron los primeros en escribir sus leyes, inscribiendo en sus códigos los límites de la libertad ajena para no dejar lugar a duda. Es poco probable que sufrieran los abusos de un monarca sin quejarse y, en este caso, simplemente se negaron a seguir guerreando.
Pero Gilgamesh seguía convencido de querer conquistar Kish. Por otro lado, Agga el rey de Kish, se inclinaba hacia la paz. El poema titulado «Gilgamesh y Agga de Kish» cuenta cómo Agga envió representantes a Gilgamesh, aparentemente con el objetivo de establecer relaciones amistosas.
Gilgamesh debió interpretar esta acción como una señal de debilidad, y no como un gesto de paz. Según cuenta la historia, reunió a los ancianos de la ciudad y les transmitió el mensaje de Agga. En lugar de aceptar la oferta de paz, sugirió lanzar un nuevo ataque contra Kish: «Hay demasiado pozos sobre la tierra cuya propiedad debe ser reclamada. ¿Deberíamos someternos al poder de la casa de Kish? ¡No! ¡Deberíamos golpearla con nuestras armas!»5
El consejo de ancianos declinó volver a atacar la ciudad de Kish y le dijo a Gilgamesh que buscara sus propios pozos y dejara en paz los pozos ajenos. Pero entonces Gilgamesh decidió consultar a otra asamblea: la asamblea de los jóvenes. «¡Nunca antes os habéis sometido al poder de Kish!», les dice. La retórica de Gilgamesh convence a los jóvenes, que le animan en su empresa. «Listos para servir, en fila, escoltando al hijo del rey [de Kish], ¿quién se apresta?», le gritan. «Los dioses te aman, hombre de gran exuberancia.»
¡No te sometas a la Casa de Kish!
¿No deberíamos nosotros, hombres jóvenes, destrozarla con nuestra armas?
Los dioses crearon Uruk,
Cuyas enormes murallas tocan las nubes.
El ejército de Kish es pequeño,
Y sus hombres no pueden mirarnos a la cara.
De manera que, con este apoyo, Gilgamesh decidió volver a atacar Kish.
Esta estructura del doble parlamento de ancianos (sabios que habían dejado atrás el hábito del combate) y jóvenes (capaces, pero impulsivos) era una estructura común en el gobierno de las ciudades sumerias. Durante siglos, siguió vigente en el antiguo Oriente Próximo; mucho después, el hijo del gran rey hebreo Salomón, al ascender al trono, dividiría a su reino en dos al ignorar el consejo pacífico de su asamblea de ancianos en favor de las acciones propuestas por su asamblea de hombres jóvenes.
Gilgamesh siguió el mismo curso. Lo lamentaría. De nuevo, el ataque sobre Kish se prolonga en el tiempo; nuevamente, las gentes de Uruk protestaron; y, una vez más, Gilgamesh se vio obligado a batirse en retirada. Lo sabemos porque la ciudad de Kish no fue derrotada por Gilgamesh, sino por el rey de Ur, que reclamaría para sí los títulos de rey de Kish y protector de Nippur.
Ur, situada más al sur que Uruk y muy lejos de Kish, había ido ganando fuerza y poder sigilosamente durante décadas. Su rey, Mesannepadda, parece haber sido extraordinariamente longevo. Cuando Gilgamesh intentó conquistar Kish por segunda vez sin éxito, Mesannepadda ya llevaba décadas ocupando su trono. Era mucho más viejo que Gilgamesh, quizá más que el por entonces ya fallecido Enmebaraggesi. También quería ser rey de Kish, y no era precisamente aliado de Uruk.
Sin embargo, el soberano de Ur había estado dispuesto a esperar antes de lanzar su propio ataque. Cuando Gilgamesh se retiró, dejando a la ciudad de Kish debilitada, Mesannepadda atacó Kish con éxito, derrotó a la Primera Dinastía de Kish y se hizo con el control de la ciudad sagrada de Nippur. La energía sobrehumana de Gilgamesh seguía detrás de las murallas de su ciudad, confinada por la nula disponibilidad de su pueblo a apoyar otro ataque.
Nuevamente, la dinámica hereditaria volvió a jugar un papel relevante. Kish había caído derrotada después de que Enmebaraggesi muriera y de que la defensa de la ciudad hubiera quedado encomendada a su hijo. Gilgamesh esperó a que el anciano y poderoso Mesannepadda muriera y dejara a su hijo Meskiagunna como soberano del triple reino de Ur, Kish y Nippur (y muy probablemente, hasta que los mismos ancianos que habían sido testigos de su doble derrota hubiesen muerto también). Entonces, Gilgamesh atacó por tercera vez.*
Esta vez, Gilgamesh triunfó. En una lucha cruenta, derrotó a Meskiagunna, reclamó para sí la ciudad y conquistó todos los territorios que Meskiagunna habían ganado en la guerra. Finalmente, Gilgamesh se había convertido en dueño y señor de las cuatro grandes ciudades de Sumer: Kish, Ur, Uruk y la sagrada Nippur.
Tras haber pasado varias décadas urdiendo la conquista de Kish, Gilgamesh gobernó sobre un territorio mayor del que ningún otro rey había controlado con anterioridad. Pero lo hizo por poco tiempo. Ni siquiera la energía sobrehumana de Gilgamesh estaba a salvo de los embates de la edad. Al morir poco después de haber logrado su victoria, su reino, el título de rey de Kish y todas las historias que se contaban sobre su figura pasaron a su hijo.
