CAPÍTULO 7

Los primeros documentos escritos

En los años 3800 a 2400 a.C., sumerios y egipcios empiezan a utilizar sellos y signos

La historia escrita dio comienzo alrededor del año 3000 a.C. Al comienzo del milenio, existían dos cosas lo suficientemente importantes como para ser transmitidas en el espacio y el tiempo: las gestas de los grandes hombres y la propiedad de vacas, cereales y ovejas. En las ciudades de Sumer comenzó a gestarse una gran literatura épica, y comenzó a formarse una burocracia que pudiera contar la riqueza acumulada.

Teniendo en cuenta la naturaleza humana, es natural que la burocracia apareciera antes. La génesis de la escritura se halla no en la celebración del espíritu humano, sino en la necesidad de poder decir, con plena seguridad, «Esto es mío, no tuyo». Pero a medida que ese código artificial que registraba la propiedad fue evolucionando, los contables ofrecieron un regalo a los cronistas: una vía para convertir a sus héroes en seres inmortales. Desde sus orígenes, la literatura estuvo vinculada al comercio.

Desde los tiempos de las cavernas, los seres humanos han utilizado señales y marcas para contar objetos. Estas marcas se encuentran en el origen de la escritura; una marca no quiere decir: «Mira, una marca», sino algo más. Pero una marca no va más allá en el espacio y el tiempo. Son señales sin voz, a menos que su hacedor se siente a su lado y nos diga: «Esto es una vaca; esto, un antílope; y esto de aquí son mis hijos».

En Sumer, el uso de las señales fue progresando. Muy pronto, aquellos sumerios que eran dueños de recursos de valor (cereales, leche o aceite) comenzaron a cerrar sus sacos de grano colocando una bola de arcilla sobre el nudo. Después, colocaban un sello sobre la bolsa. El sello, cuadrado o cilíndrico, estaba esculpido con un diseño particular. Cuando la bola de arcilla se secaba, la marca del propietario (que gritaba «¡Este saco es mío!») quedaba grabada en el barro. La marca representaba la presencia del propietario: vigilaba el grano en ausencia de éste.

Estos sellos, al igual que las marcas del pintor de las cavernas, dependían de un conocimiento compartido. Todo aquel que viera el sello sabía a quién representaba la señal, antes incluso de que le llegara el mensaje «Esto pertenece a Ilshu». Pero frente a las marcas del pintor prehistórico, un sello era un elemento distintivo. Una marca podía representar a un hombre o a una oveja, un hombre, una vaca. Un sello, una vez que se conocía su significado, representaba a una única persona. Ilshu ya no tenía que hacer acto de presencia para explicar su significado.

El ser humano había dado el primer paso para controlar el espacio.

Quizás al mismo tiempo, comenzó a utilizarse otro tipo de señal. Al igual que los pintores prehistóricos, los sumerios utilizaban marcas y tarjas para contar el número de vacas o de sacos de grano que les pertenecían. Las tarjas utilizadas para contar sus posesiones se almacenaban a menudo en pequeños círculos de arcilla llamados «contadores». Los contadores se habían venido utilizando durante siglos, desde que los primeros agricultores y ganaderos tuvieron animales a su cargo. Pero alrededor del año 3000 a.C., los sumerios más ricos (aquellos que tenían muchos contadores que vigilar) colocaron estos mismos contadores sobre una fina capa de barro, doblaron la hoja sobre los mismos, y colocaron un sello sobre la juntura. Al secarse, el barro formaba una especie de sobre.

Por desgracia, la única forma de abrir el sobre era rompiendo la arcilla, en cuyo caso quedaba inutilizable. La forma más económica de saber cuántos contadores había en el interior consistía en llevar la cuenta en el exterior, mostrando el número de contadores que había en el interior.

Ahora, las marcas del exterior del «sobre» representaban los contadores del interior, que a su vez contenían marcas representando el número de vacas propiedad de un individuo. En otras palabras, las marcas del exterior estaban dos niveles por encima de los objetos que representaban. La relación entre objeto y señal comenzaba a hacerse más abstracta.1

El siguiente paso fue ir más allá de las marcas. A medida que las ciudades sumerias iban creciendo, la propiedad fue haciéndose más compleja. Había más clases de cosas que podían transferirse a los demás y de las que era posible ser propietario. Los contables necesitaban algo más que meras señales: necesitaban pictogramas (es decir, representaciones gráficas de lo contado) y tarjas.

Los pictogramas utilizados fueron simplificándose progresivamente. Para empezar, solían escribirse sobre arcilla, lo cual no permitía ofrecer gran detalle. Resultaba además bastante costoso dibujar una vaca entera, cuando cualquier observador podía saber fácilmente que una figura cuadrada con una cabeza rudimentaria y una cola quería decir «vaca», al igual que el monigote que dibuja un bebé quiere decir «mamá», aún cuando resulte prácticamente irreconocible y no sea ni siquiera una figura humana, porque evidentemente mamá está ahí mismo.

Siguió existiendo un sistema de marcas, pero no podemos hablar aún de un sistema de escritura propiamente dicho. Por otro lado, este sistema se fue volviendo cada vez más complejo.

Después, los sellos volvieron a hacer acto de aparición, pero esta vez transmitían un mensaje completamente diferente. El Ilshu de nuestra historia, que había utilizado sus sellos para marcar el grano y el aceite, podía ahora colocarlo en la parte inferior de una tablilla en la que quedasen registradas, mediante pictogramas, las ventas de vacas de su vecino de la izquierda a su vecino de la derecha. Puesto que ninguno de los dos vecinos confiaba en el otro, ambos habían pedido a nuestro Ilshu que estuviera presente el día de la venta; Ilshu se convirtió así en testigo de la transacción. El sello de Ilshu, situado en la parte inferior de la tablilla ya no quería decir «Aquí estuvo Ilshu», ni siquiera «Esto es propiedad de Ilshu». Ahora, decía algo así como «Ilshu, que estuvo aquí, fue testigo de esta transacción y puede explicarla si alguien tiene alguna pregunta».

Ya no estamos hablando de meras marcas, pues: los pictogramas trataban de comunicar un mensaje el lector.

Hasta este momento, la «escritura» sumeria dependía de los recuerdos de todos los implicados; era algo más parecido a una cuerda atada alrededor del dedo que un sistema avanzado de símbolos. No obstante, las ciudades siguieron comerciando, la economía crecía y las tablillas de barro debían contener cada vez más información sobre la clase y cantidad de los bienes intercambiados. Agricultores y mercaderes necesitaban registrar cuándo se plantaban las cosechas, y qué tipo de granos se cultivaban; a qué sirvientes se les había encomendado una tarea determinada; cuántas vacas se habían enviado al Templo de Enlil a cambio del favor divino, en caso de que los sacerdotes se equivocaran al hacer la cuenta; cuánto tributo se había enviado al rey, en caso de que el rey contara mal y exigiera más. Para transmitir toda esta información, los sumerios necesitaban signos que representasen ideas, no solamente objetos. Necesitaban un pictograma para decir «vaca», pero también pictogramas que representaran palabras como «envié» o «compró»; un pictograma para «trigo», pero también pictogramas que transmitieron la idea de «plantar» o la idea de «destrucción».

A medida que la necesidad de señales se iba multiplicando, los códigos de escritura podían ir en dos direcciones distintas. Los signos podían multiplicarse, cada uno de ellos representando una palabra individual. O bien, los pictogramas podrían evolucionar hacia un sistema fonético, en el que los signos representase sonidos, esto es, partes de palabras y no palabras enteras; así, con un número limitado de signos era posible escribir un número ilimitado de palabras. Después de todo, cuando un habitante de Sumer veía el pictograma que representaba la palabra «vaca» y la pronunciaba en voz alta, el sonido formaba parte del proceso de lectura. No había que recorrer un gran trecho para que el pictograma «vaca» se convirtiera, con el tiempo, en un símbolo que representase el primer sonido de la palabra. Posteriormente, podía utilizarse el mismo símbolo para escribir cualquier palabra que empezara por la palabra «vaca».

A lo largo de seiscientos años, los pictogramas sumerios fueron evolucionando hasta formar un conjunto de símbolos fonéticos.* Estos símbolos, creados sobre arcilla húmeda con una pluma afilada en forma de cuña, tenían una forma distintiva, más ancha en la parte superior de la incisión que en la parte inferior. Nunca sabremos cómo denominaron los sumerios a su sistema de escritura. Resulta prácticamente imposible reconocer una tecnología que cambiaría el mundo en su etapa inicial, y los propios sumerios no hicieron ningún comentario sobre su propia invención. Pero hacia el año 1700, un estudioso de la Antigua Persia llamado Thomas Hyde dio a esta escritura el nombre de cuneiforme, término que utilizamos hoy en día. El nombre, derivado del latín para «cuña» y «forma», no reconoce la importancia de este estilo de escritura. Hyde debió pensar simplemente que los símbolos marcados en la arcilla eran una especie de borde decorativo.

En Egipto, los pictogramas comenzaron a utilizarse algo más tarde que en Sumer. Cuando Egipto devino un imperio, ya se utilizaban con frecuencia. En la Paleta de Narmer, justo a la derecha de la cabeza del rey Narmer, encontramos un pictograma que representa la palabra «bagre». Es el nombre de Narmer, escrito sobre su retrato.

Ilustración 7.1. Tablilla cuneiforme. Esta tablilla, fechada hacia el 2600 a.C., registra la venta de una casa y un terreno. Museo del Louvre, París.

Fotografía: Erich Lessing/Art Resource, NY.

Los pictogramas egipcios, que hoy conocemos con el nombre de «jeroglíficos», no parecen haber evolucionado a partir de ningún sistema de contaduría. Lo más probable es que los egipcios aprendieran la técnica de los pictogramas de sus vecinos del noreste. Pero frente a los signos cuneiformes sumerios, que habían perdido el parecido inicial con los pictogramas originales, los jeroglíficos egipcios conservaron su forma reconocible durante largo tiempo. Después incluso de que los jeroglíficos se convirtieran en signos fonéticos que representaban sonidos y no objetos, eran reconocibles en tanto que cosas: un hombre con las manos en alto, el cayado de un pastor, una corona, un halcón. La escritura jeroglífica era heterogénea: algunos signos siguieron funcionando como pictogramas; otros, en cambio, eran símbolos fonéticos; a veces un halcón representaba un sonido, otras era simplemente un halcón. Los egipcios inventaron entonces los llamados determinantes, unos signos que colocados juntos al jeroglífico mostraban si el pictograma era un símbolo fonético o un pictograma.

No obstante, ni la escritura jeroglífica ni la cuneiforme evolucionaron hacia una forma plenamente fonética, es decir: no llegaron a convertirse en alfabetos.

Los sumerios no tuvieron la oportunidad. La lengua sumeria fue sustituida por el acadio, la lengua de los conquistadores de Sumer, antes de que la escritura se hubiera desarrollado por completo. Los jeroglíficos, por otra parte, existieron durante miles de años sin perder su carácter pictórico. Es probable que este hecho guarde relación con la propia actitud de los egipcios hacia la escritura. Para los egipcios, la escritura representaba la inmortalidad. Escribir era una fórmula mágica en la que las propias líneas acarreaban poder y vida. Algunos jeroglíficos eran demasiado poderosos como para escribirse en lugares mágicos; sólo podían escribirse en zonas con menos poder, a menos que quisieran invocarse fuerzas no deseadas. El nombre de un faraón esculpido en un jeroglífico sobre un monumento o una estatua le daba una presencia que se prolongaba más allá de su muerte. Desfigurar el nombre de un faraón era sinónimo de matarlo eternamente.

Los sumerios, dotados de una mentalidad más práctica, no atribuían este sentido a su escritura. Al igual que los egipcios, los sumerios tenían una deidad dedicada a los escribas: la diosa Nisaba, que también era (por lo que hemos podido saber) diosa de los cereales. Los egipcios creían que la escritura había sido inventada por el dios Tot, el escriba divino que se había inventado a sí mismo con el poder de su propia palabra. Tot era el dios de la escritura, pero también el de la sabiduría y la magia. Medía la tierra, contaba las estrellas y registraba las acciones de todos aquellos que serían juzgados tras su muerte. No era precisamente un dios que se entretuviera contando sacos de grano.

La actitud egipcia hacia la escritura contribuyó a preservar la forma pictórica de los jeroglíficos, puesto que los egipcios creían que los propios dibujos tenían este poder. De hecho, lejos de ser representaciones fonéticas, los jeroglíficos se habían diseñado para resultar indescifrables, a menos que el lector poseyera la clave de su significado. Los sacerdotes egipcios, guardianes de esta información, se guardaban de que nadie tuviera acceso a su conocimiento para controlar esta herramienta. Desde entonces, el dominio de la escritura y la lectura ha sido un acto de poder.

De hecho, los jeroglíficos eran tan poco intuitivos que la habilidad para leerlos se fue perdiendo, incluso cuando Egipto seguía existiendo como nación. Incluso en el año 500 d.C. seguimos encontrando egipcios greco parlantes que escribieron larguísimos tratados explicando la relación ente los signos y su significado. Horapolo, por ejemplo, explica en su Hieroglyphika los distintos significados del jeroglífico con forma de buitre intentando desesperadamente (y de forma incorrecta) adivinar la relación entre el signo y su significado. «Cuando quieren hablar de una madre, de la vista, de las fronteras o de la presciencia», escribe Horapolo,

dibujan un buitre. Una madre, porque en esta especie no existen los machos [...] el buitre representa la vista, porque de entre todos los demás animales es el que está dotado de mejor visión [...] Representa también las fronteras, ya que cuando está a punto de estallar una guerra, limita el lugar en el que se desarrollará la batalla y lo sobrevolará durante siete días. [Y por último] representa la presciencia, porque [...] espera ávidamente la cantidad de cuerpos que la carnicería le permitirá comer. 2

Una vez que el conocimiento de los jeroglíficos hubo desaparecido, los escritos de los egipcios siguieron siendo un misterio hasta que un grupo de los soldados que acompañaron a Napoleón encontraron, mientras excavaban los cimientos de un fuerte que el general francés quería desenterrar en el delta del Nilo, una piedra de basalto de más de quinientos kilos de peso; en ella se reproducía la misma inscripción en escritura egipcia tardía y en griego. Esta piedra, conocida con el nombre de Rosetta, ofreció a los lingüistas las herramientas necesarias para empezar a descifrar el código. El ejército de Napoleón, que había descubierto material suficiente para sostener las investigaciones literarias por siglos venideros, ayudó a recuperar los primeros poemas e historias épicas. La gran literatura no ha estado nunca desvinculada de la guerra, al igual que no puede tampoco desvincularse del comercio.

Los jeroglíficos pudieron preservar su naturaleza mágica y misteriosa porque los egipcios habían inventado un nuevo sistema de escritura para el uso diario: la escritura hierática, que no era sino una versión simplificada de la escritura jeroglífica y en la que los signos pictóricos se reducían a apenas unas líneas (W. V. Davies habla de una «versión en cursiva» de la escritura jeroglífica). La escritura hierática se convirtió en el estilo de escritura preferido para los negocios, la burocracia y la administración. Su existencia dependía de otro invento egipcio: el papel. Independientemente de lo sencillas que fueran las líneas trazadas, resultaba muy difícil escribir con rapidez sobre la arcilla.

La arcilla había sido el material tradicional para la escritura durante siglos, tanto en Sumer como en Egipto: era abundante, y podía ser reutilizada. Los signos trazados sobre una tablilla de barro secada al sol podían leerse durante años, pero bastaba con humedecer ligeramente la tablilla para que lo escrito pudiera alterarse; los registros podían corregirse o modificarse. Aquellos registros que debían ser protegidos de las falsificaciones podían cocerse; las marcas se convertían así en un archivo inalterable y permanente.

Pero las tablillas de arcilla eran pesadas, difíciles de almacenar y de transportar de un sitio a otro. Además, la cantidad de escritura que podía incluirse en cada tablilla era limitada (el lector puede imaginarlas como una especie de opuesto a la prolijidad permitida por los actuales procesadores de texto). Alrededor del año 3000 a.C., un escriba egipcio se dio cuenta de que el papiro, utilizado como material de construcción en las casas egipcias (las cañas reblandecidas y cruzadas formando un patrón, aplastadas hasta formar una masa fina y posteriormente secadas en finas láminas), podía servir también como superficie sobre la que escribir. El escriba hierático, provisto de pincel y tinta, podía escribir con gran rapidez sobre el papiro.

En Mesopotamia, donde el material para fabricar papiros no existía, las tabletas de arcilla siguieron utilizándose durante siglos. Mil quinientos años más tarde, cuando Moisés sacó a los descendientes semitas de Abraham de Egipto y los condujo a las tierras áridas de Oriente Medio, Dios escribió sus instrucciones sobre tablas de piedra, no sobre papel. Los antiguos israelitas tuvieron que construir un arca especial para transportar estas tablas.

Por el contrario, el papel era mucho más fácil de transportar. Los mensajes podían enrollarse y ser transportados bajo una prenda de abrigo o en un bolsillo. Los burócratas del valle del Nilo, separados entre sí por grandes distancias, necesitaban contar con un método de comunicación sencillo entre norte y sur; resulta evidente la desventaja de despachar mensajeros acarreando veinte kilos de tablillas de barro Nilo arriba, Nilo abajo.

Ilustración 7.2. Tabla con diversos alfabetos que muestra la transformación de tres letras desde el egipcio al latín. Richie Gunn.

Los egipcios recibieron esta eficaz y novedosa tecnología con los brazos abiertos. Los jeroglíficos siguieron ocupando las paredes de tumbas, monumentos y estatuas. Pero las cartas, las solicitudes, las órdenes y las amenazas se escribían en papiro; un material que se disolvía al contacto con el agua, se agrietaba al envejecer y poco después desaparecía pulverizado.

Las poco manejables tabletas de arcilla que viajaban entre las ciudades de Mesopotamia nos permiten conocer las dificultades por las que atravesó la familia del rey Zimri-Lim. Pero sabemos muy poco de la vida diaria de los faraones y sus oficiales después de la invención del papiro. Sus lamentos, sus mensajes urgentes, se han perdido; las historias cuidadosamente registradas por sus escribas han desaparecido sin rastro, como nuestros mensajes electrónicos de hoy. Hace cinco mil años aparecieron las primeras muestras de escritura, el primer invento tecnológico que se volvería en contra de la humanidad.

La escritura cuneiforme sumeria murió y quedó enterrada. Pero las líneas de la escritura jeroglífica han llegado hasta nosotros. Una forma de escritura más tardía, que llamamos protosinaítica (ya que ha aparecido en varios lugares en la península del Sinaí), tomó prestados casi la mitad de sus signos de los jeroglíficos egipcios. La escritura protosinaítica, a su vez, parece haber prestado sus letras a los fenicios, que las utilizaron en su alfabeto. Los griegos tomaron prestado el alfabeto fenicio, cambiaron su dirección y se lo transmitieron a los romanos, quienes nos lo legaron a nosotros. Así, podemos de hecho decir que los signos mágicos de los egipcios han llegado más cerca de la inmortalidad que cualquier otro invento conocido.