Poco después, en Sumer, acaece un gran diluvio
No ha llovido durante meses. En un campo cerca de la cabecera salada del golfo, una mujer recoge espigas de trigo marchitas. Detrás de ella, las murallas de la ciudad se levantan contra un cielo de color plomizo. Bajo sus pies, un suelo pedregoso. Los embalses, que alguna vez contuvieron agua de las crecidas anuales, no contienen ahora más que unos pocos centímetros de barro. Los canales de irrigación están vacíos.
Una gota de agua muerde el polvo de sus brazos. La mujer mira hacia el cielo; las nubes se acercan por el horizonte. La mujer grita en dirección a las murallas, pero las calles ya están llenas de hombres y mujeres que arrastran vasijas, palanganas y cuencos hacia la calle. Con frecuencia, las ráfagas de viento soplan fuerte en la llanura.
Pero no en esta ocasión. Las gotas de agua no dejan de caer, cada vez con más intensidad. El agua se acumula, la tierra se encharca y crece. A lo lejos, un estruendo desconocido va tomando fuerza y agita la tierra.
Los pueblos de la Antigüedad que carecían de pozos, presas o fuentes de agua metropolitanas pasaban gran parte de sus vidas buscando agua, acarreándola, almacenándola, calculando el tiempo que podrían vivir en caso de no encontrarla y rezando desesperadamente para que el agua cayera del cielo o emanara de la tierra. Sin embargo, en Mesopotamia, a esta preocupación vital le ha acompañado siempre un temor inesperado al agua. En las profundidades del agua merodean el mal y la malicia; el agua es fuente de vida, pero allí donde hay agua, la catástrofe no anda lejos.
Los geólogos nos cuentan que la historia de la Tierra se ha visto salpicada de grandes catástrofes que en apariencia han acabado con grupos enteros de seres vivos. Pero solamente nos han llegado los ecos de una de estas catástrofes, a través de las palabras y las historias narradas por una docena de etnias diferentes. Ninguna historia universal comienza diciendo: «Y entonces, comenzó a hacer mucho, mucho frío».
En algún punto de la memoria narrativa viva de la raza humana, el agua amenazó el precario dominio que el hombre ejercía sobre el planeta. Los historiadores no pueden ignorar el Diluvio Universal: esta catástrofe constituye lo más parecido a una historia universal de la especie humana.
Además de una breve mención del diluvio en la lista de los reyes, la historia sumeria de la catástrofe nos ha llegado sólo indirectamente, traducida varios miles de años después al acadio (una lengua semítica que se hablaría posteriormente en Mesopotamia) y conservada en una biblioteca asiria. Enlil, rey de los dioses, se desespera por momentos porque el rugido de los hombres sobre la tierra le impide conciliar el sueño; convence a los demás dioses para hacer desaparecer a la humanidad, pero el dios Ea, que ha jurado proteger a la humanidad, transmite las noticias de la conspiración al sabio Utnapishtim en un sueño.* Y entonces...
los dioses del abismo se levantaron
Los diques de las aguas se rompieron
Los sietes jueces del infierno encendieron la tierra con sus antorchas
La luz del día se convirtió en noche,
La tierra se quebró como una copa
El agua corrió sobre la gente como una marea en una batalla.1
Utnapishtim, puesto sobre aviso, escapa con su familia en una barca, algunos animales y todos aquellos a quienes pudo salvar.
La versión babilónica de esta historia recibe el nombre de «Poema de Atrahasis» (la traducción aproximada del nombre Atrahasis sería «Muy sabio»). Atrahasis, el rey más sabio sobre la faz de la tierra, recibe aviso de la catástrofe que se acerca. Construye un arca y, sabedor de que únicamente podrá salvar a unos pocos, invita a sus súbditos a un gran banquete para que puedan disfrutar de un día de alegría antes del fin. Los invitados comen y beben, y le agradecen su generosidad. Pero el propio Atrahasis, sabedor de que ésta es una última cena, duda, atormentado por la pena y el sentimiento de culpa:
Y comieron de su abundancia
Bebieron de su plenitud,
Pero él no hizo sino entrar y salir,
Entrar y salir,
Sin sentarse,
De lo enfermo y desesperado que se hallaba.2
Y es que aun el rey más sabio de la tierra era incapaz de asegurar la supervivencia de su pueblo en el momento de enfrentarse a una catástrofe de tal magnitud.
Pero, sin lugar a dudas, la versión más célebre del Diluvio es la que nos narra el Génesis: allí, Dios decide eliminar la corrupción existente en su propia creación, y ordena a Noé, un hombre «sin mácula entre su gente», que construya un arca que le salvará, a él y a su familia, de la destrucción. Cae la lluvia, y «se hendieron todas las fuentes del gran abismo y las compuertas del cielo se abrieron», y el agua hizo desaparecer la tierra.
Tres culturas, tres historias: demasiadas coincidencias para despreciarlas.*
Los geólogos decimonónicos, con el Génesis como guía, buscaron los restos del Diluvio y, con frecuencia, los encontraron: capas geológicas desordenadas, cascarones sobre la cima de las montañas. Pero el lento avance de las capas de hielo también podría explicar muchas de las formaciones geológicas atribuidas al Diluvio Universal, una idea que debemos a las teorías desarrolladas por Louis Agassiz en 1840. Las teorías de Agassiz estaban en consonancia con el creciente consenso científico de la época, que postulaba que el desarrollo del universo fue un proceso uniforme y gradual, afectado siempre por los mismos procesos lógicos y siempre moviéndose hacia adelante, siguiendo un patrón predecible en el que los acontecimientos singulares e irrepetibles no tendrían cabida.**
Aun así, las historias sobre el Diluvio Universal pervivieron. Los estudiosos de Mesopotamia siguiendo defendiendo la existencia de un gran diluvio: ya no de un diluvio universal —posición ésta que había dejado de ser respetable desde un punto de vista filosófico— pero sí de un diluvio de alcance mesopotámico lo suficientemente destructivo como para ser recordado durante miles de años. El arqueólogo Leonard Woolley, conocido por sus excavaciones en Ur, escribió: «No quiere decir esto, evidentemente, que la raza humana al completo fuera destruida, ni tan siquiera que lo fueran todos los habitantes del delta. [...] Pero sí que el daño fue lo suficientemente considerable como para convertirse en un hito histórico que definió toda una época».3 No es sorprendente que Wolley encontrara las huellas del diluvio: una capa de cieno de unos tres metros de profundidad, que dividía los primeros asentamientos mesopotámicos de los asentamientos posteriores al diluvio.
Setenta años después, los geólogos William Ryan y Walter Pitman sugirieron que las historias del diluvio representan no ya la inundación de Mesopotamia, sino una inundación permanente, «una inundación que nunca retrocedió [...] [que] expulsó a la gente de sus hogares y les obligó a buscar un nuevo lugar en el que vivir».4 A medida que el hielo se descongelaba y el nivel del Mediterráneo fue subiendo, el estrecho del Bósforo (por aquel entonces un tapón de tierra firme) se abrió. El mar Negro inundó las orillas del estrecho, y se asentó en su nuevo lecho, anegando para siempre los pueblos que se asentaban en los márgenes; las gentes que escaparon se dirigieron al sur, llevándose consigo el recuerdo del desastre.
Se han sugerido también explicaciones menos espectaculares para la catástrofe. Quizá la historia del diluvio fuera representativa de una cierta ansiedad generalizada por las inundaciones y crecidas del agua, que indudablemente tenían lugar con bastante frecuencia en las proximidades de las corrientes entrelazadas que atravesaban Mesopotamia.5 O quizá la historia del diluvio que transformó la tierra fuese un reflejo de la reconfiguración del territorio sumerio a medida que el golfo fue avanzando hacia arriba, engullendo pueblos enteros.

Mapa 2.1. Antes del diluvio de Ryan-Pitman.
Ninguna de estas teorías está libre de problemas. La capa de cieno de Leonard Wooley, tal como demostraron excavaciones posteriores, era demasiado pequeña como para que los habitantes de Mesopotamia pudieran considerarla causante del fin de la civilización (además, se ha datado cerca del año 2800 a.C., lo que la sitúa justo en el periodo medio de la civilización sumeria). Es difícil ver cómo tras varios siglos de inundaciones constantes, en los que las inundaciones iban y venían continuamente, podían haberse transformado en un único evento de proporciones cataclísmicas que cambiarían para siempre la faz de la tierra. Y, si bien es probable que la crecida del golfo anegara pueblos enteros, las aguas fueron subiendo a un ritmo de medio metro al año aproximadamente, lo cual no debió de haber causado una especial angustia entre sus habitantes.
La teoría de Pitman y Ryan, basada en muestras tomadas del fondo del mar Negro, es más interesante. Pero su diluvio se remonta hasta el año 7000 a.C., lo que deja un interrogante sin responder: ¿cómo se integraron las historias del diluvio universal en las tradiciones orales de tantos y tantos pueblos, que en el año 7000 a.C. se encontraban tan lejos de Mesopotamia?
En China, donde dos culturas agrícolas independientes (la cultura de Yang-shao y la de Longshan) se desarrollaron al tiempo que los sumerios construían sus ciudades, un líder guerrero traidor desgarra el cielo y el agua empieza a manar, cubriendo la tierra y ahogando a todos sus habitantes. La única superviviente sería una reina noble que se refugia en lo alto de una montaña junto con un pequeño grupo de guerreros. En la India, un pez avisa al rey Manú que se aproxima una gran inundación y le dice que debe construir un barco antes de que las aguas comiencen a subir. «Las aguas se llevaron por delante los tres cielos —nos dice el Rig Veda—, y Manú fue el único en salvarse.»6
Más misteriosas aún son las historias del diluvio de las Américas, algunas de las cuales mantienen extraños paralelismos con las historias mesopotámicas y parecen ser anteriores a la llegada de los misioneros cristianos que trajeron consigo el Génesis, si bien este punto no está del todo claro. En la versión maya, «cuatrocientos hijos» sobrevivieron al diluvio y se convirtieron en peces; después, celebraron su liberación emborrachándose, momento en el que ascendieron a los cielos y se convirtieron en las Pléyades (el lector atento se dará cuenta de los extraños paralelismos con la historia de Noé; también allí aparecen señales en el cielo, y Noé se emborracha una vez que llega a tierra firme). En Perú, una llama se niega a comer; cuando su propietario le pregunta el porqué de su negativa, la llama le avisa de que en cinco días el nivel de las aguas crecerá y cubrirá toda la tierra. El hombre sube a la montaña más alta, sobrevive y repuebla la tierra (en un desafortunado descuido en la historia, ninguna mujer sube con él). Si las historias americanas del diluvio guardan relación con las historias mesopotámicas, el diluvio no pudo haber tenido lugar en el año 7000 a.C.; tal como sugiere el historiador John Bright, este desastre compartido debió haber ocurrido antes del 10000 a.C., fecha en la que los cazadores asiáticos migraron atravesando el estrecho de Bering.7
Entonces, ¿qué fue lo que ocurrió en realidad?
Las aguas inundaron el mundo de los hombres; y alguien sospechó, antes de que el diluvio lo inundara todo, que el desastre era inminente.
Después del diluvio, la tierra se secó. La humanidad empezó de nuevo, en un mundo mucho más cruel que el que había existido con anterioridad. Algo se había perdido. En el Génesis, Noé recibe permiso para matar un animal para comer; en la historia sumeria del diluvio, los dioses se lamentan de la destrucción del mundo anterior:
Ojalá la hambruna hubiera destruido el mundo
No el diluvio.
Ojalá la pestilencia hubiese acabado con la humanidad
No el diluvio.8
Seguramente, no es coincidencia que las historias sobre la creación de muchas regiones comiencen hablando de aguas caóticas que deben retroceder para que el ser humano pueda comenzar a vivir en tierra firme. En la historia acadia de la creación, descubierta en una serie de tablillas rotas junto con la Epopeya de Gilgamesh, las primeras líneas dicen:
Cuando allá arriba aún no se habían levantado los cielos;
Cuando allá abajo en la tierra las plantas no habían crecido;
El abismo no había abierto aún sus límites:
El caos Tiamat era la madre de todos ellos.9
En el momento de la creación, la criatura marina Tiamat es asesinada y la mitad de su cuerpo es arrojada a los cielos para que las mortales sales marinas no cubran tierra firme, ya seca.
«En el año y el día de las nubes —comienza la leyenda de la creación mixteca—, el mundo estaba oscuro. Las cosas carecían de orden, y el agua cubrían la tierra, rebosante de cieno.»10 «Ciertamente —nos cuenta el Satapatha-Brahamana de la India—, en el principio fue el agua, nada salvo un gran mar de agua.» Así comienza también el mito bantú: «En el principio, en la oscuridad, sólo había agua». Y, quizá más conocidas para el lector nacido dentro del cristianismo o el judaísmo, son las palabras del Génesis: «En el principio la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas ocupaban las faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas».
No podemos saber qué es lo que las aguas destruyeron. Pero al igual que otros muchos pueblos, los sumerios narraron su propia historia de un paraíso perdido. En el antiguo poema sumerio de Enki y Ninhusag, el paraíso se describe como un lugar en el que
El león no mata,
El lobo no captura al cordero,
El perro salvaje, devorador de niños, es desconocido,
Aquel a quien le duele la vista no dice: «Me duelen los ojos».
Y aquel a quien le duele la cabeza no dice: «Me duele la cabeza».11
Pero la humanidad perdió esta ciudad de ensueño, llena de árboles frutales y regada por frescas corrientes de agua no corrompidas por la sal.
Hoy en día, el agua sigue fascinándonos, incluso cuando inunda los espacios secos y ordenados en los que vivimos. Pensemos, por ejemplo, en nuestra continuada obsesión por el Titanic: las cubiertas se inclinaron, el agua comenzó a subir y los oficiales que podían haber anticipado la catástrofe no supieron cómo impedirla. Las historias sobre las profundidades marinas siguen asustándonos y atrayéndonos al mismo tiempo; es como si, tal como sugiere el filósofo Richard Mouw, «las imágenes vinculadas con las “profundidades hostiles” tuvieran una influencia perdurable sobre la imaginación humana que tiene muy poco que ver con nuestra geografía particular».12
Éste, sin embargo, es el terreno de los teólogos y los filósofos. El historiador únicamente puede observar cómo la fermentación de la cerveza se ha llevado a cabo desde que la agricultura comenzó, y que el vino más viejo del mundo (encontrado en un poblado del actual Irán) apareció hace seis milenios. Desde que el ser humano comenzó a cultivar cereales, ha intentado recuperar, aunque sólo fuera temporalmente, ese mundo de color de rosa que ya no puede encontrarse en ningún mapa.