Alrededor del 2350 a.C., un rey sumerio declara la guerra a la corrupción y la pobreza y pierde el trono
Resulta difícil imaginar a los sumerios, tan independientes, concediendo a sus gobernantes un poder como el que disfrutaron los faraones egipcios. Lo más probable es que los ciudadanos sumerios se hubieran rebelado si se les hubiera pedido que sudaran durante veinte años para construir un monumento que celebrase la magnificencia de su gobernante. Los reyes sumerios no tenían tampoco la capacidad de conseguir esta clase de obediencia. La coalición de cuatro ciudades de Gilgamesh fue lo más cerca que los sumerios habían estado de un reino unificado, pero la coalición apenas sobrevivió al propio Gilgamesh. Su hijo Ur-Lugal heredó el trono e intentó mantener la coalición unida, pero los enfrentamientos constantes habían debilitado a las ciudades. Y, mientras Egipto no tenía que enfrentarse a ninguna amenaza procedente de fuera de sus fronteras, no podía decirse lo mismo de Sumer. Al este, esperaban los elamitas.
Los elamitas habían habitado sus propios asentamientos urbanos al este del golfo desde que los sumerios comenzaron a ocupar la llanura mesopotámica. Como ocurre con casi todos los pueblos antiguos, los elamitas eran un pueblo de origen desconocido, pero establecieron sus ciudades no sólo al sur del mar Caspio sino también a lo largo de la frontera sur de la gran meseta desértica al este de los montes Zagros.
Alrededor del año 2700 a.C., los elamitas ya tenían reyes. Las ciudades hermanas de Susa y Awan constituían el núcleo central de la civilización elamita. Awan (cuya ubicación exacta se desconoce) era la más importante de las dos. Siempre que un monarca ejercía su jurisdicción sobre todo el territorio elamita, se trataba del rey de Awan, de forma similar a su homólogo sumerio de Kish.
Una serie de inscripciones fechadas dos siglos después de Gilgamesh nos permiten vislumbrar una agitada competición: los elamitas y las ciudades de la llanura mesopotámica (Uruk y Kish, pero también las ciudades de Ur, Lagash y Umma, cada vez más fuertes) se enfrentaron por la supremacía en infinidad de luchas.
En la lista de reyes sumerios faltan algunos nombres; dado que la lista tiende a nombrar reyes de diferentes ciudades que reinaron simultáneamente como si se hubieran sucedido entre sí, no resulta tarea fácil construir una cronología exacta. Sabemos que después de que el hijo de Gilgamesh heredara el reino de su padre, la ciudad de Ur conquistó Uruk y que a continuación Ur fue «derrotada en la batalla y su reino trasladado a Awan». Todo parece indicar que se produjo una gran invasión elamita; de hecho, los siguientes reyes de Kish tienen nombres elamitas.
Pero no todas las ciudades sumerias cayeron bajo dominio elamita. Poco después de la invasión elamita, el rey sumerio de otra ciudad (Adab), situada exactamente en el centro de la llanura mesopotámica, reunió a sus hombres y amenazó la supremacía de Elam.
Este rey, Lugulannemundu, gobernó hacia el 2500 a.C. Para expulsar a los elamitas, se enfrentó a una enorme coalición de trece ciudades controladas por Elam. Según reza la inscripción que se refiere a su victoria, Lugulannemundu salió victorioso del enfrentamiento; se dio a sí mismo el nombre de «rey de los cuatro dominios» (en otras palabras, del mundo entero) y declaró que «había obligado a todas las tierras extranjeras a pagarle un tributo; trajo la paz a las gentes [...] y restauró Sumer».1

Mapa 12.1. Ciudades enfrentadas de Sumer y Elam.
Si en verdad Lugulannemundu llevó a cabo estas conquistas, su imperio temporal fue mucho más grande que el de Gilgamesh. Pero las hazañas del monarca, que posiblemente recuperó Sumer de manos de los elamitas y preservó su independencia cultural durante algún tiempo, no alimentaron la imaginación de sus contemporáneos. Ninguna epopeya de tintes épicos narra sus conquistas, y su reinado no duró más que el de Gilgamesh. El siguiente incidente notable sobre la llanura Mesopotámica del que tenemos constancia es una disputa fronteriza entre las ciudades de Lagash y Umma: una pelea corriente y aburrida por una tierra sin importancia que eventualmente causaría el fin de la cultura sumeria.
Las inscripciones que registran los comienzos de la disputa se escribieron tan sólo dos o tres generaciones después del reinado de Lugulannemundu, pero para entonces su reinado ya se había desintegrado. Los reyes sumerios gobernaban gracias a la fuerza de las armas y a su carisma. No existía una burocracia establecida que sostuviera sus reinos. Cuando la corona pasaba de un guerrero dinámico a su no tan talentoso hijo, la fragmentación del reino era inevitable.
El reino de Lugulannemundu se desintegró tan rápidamente que la ciudad de Adab dejó incluso de ser un centro de poder en la escena sumeria. Cuando Lagash y Umma iniciaron su disputa, otro rey (el rey de Kish, que había vuelto a ganar relevancia) intervino. Las dos ciudades, separadas por unos ochenta kilómetros, llevaban tiempo entrando sin permiso en el territorio de la otra ciudad. Mesilim, rey de Kish, intervino para anunciar que Sataran, el juez-dios sumerio, le había mostrado la ubicación correcta de la frontera que ambas ciudades deberían respetar. Colocó una estela (una piedra con una inscripción) para establecer la demarcación: «Mesilim, rey de Kish —dice la inscripción que conmemora el evento— lo midió siguiendo las palabras de Sataran».2 Ambas ciudades parecieron aceptar el acuerdo; el argumento de que un dios había hablado era tan difícil de rebatir como lo es en la actualidad.
Sin embargo, el acuerdo no tardó en romperse. Tras la muerte de Mesilim, el nuevo rey de Umma derribó al estela y se anexionó el territorio en disputa (lo que sugiere que fue el temor a Mesilim, más que el respeto por el dios Sataran, lo que había conseguido imponer la paz temporal). Umma dominó el territorio durante dos generaciones; posteriormente, el rey de Lagash (Eannatum), de mentalidad guerrera, lo recuperó.
Sabemos más de Eannatum que sobre cualquier otro rey sumerio, porque le gustaban las inscripciones y monumentos. Eannatum dejó tras de sí uno de los monumentos más famosos de Sumer: la Estela de los Buitres. Sobre este bloque de piedra se suceden una serie de escenas estilo cómic que narran la victoria de Eannatum sobre Umma. Los hombres de Eannatum marchan sobre cadáveres, armados con cascos, escudos y lanzas. Los buitres picotean los cuerpos esparcidos y se alejan con sus cabezas entre el pico. «Eannatum amontonó sus cuerpos sobre la llanura —clarifica una inscripción— y ellos se postraron y lloraron por sus vidas.»3
La Estela de los Buitres muestra un estado de guerra avanzado. Los hombres de Eannatum están armados no sólo con lanzas, sino también con hachas de guerra y alfanjes; su armamento es idéntico, lo que demuestra que el concepto de un ejército organizado (frente a las bandas de guerreros independientes) había ganado en aceptación; los hombres marchan en una falange apretada que años después Alejandro Magno utilizaría mortíferamente contra los territorios por los que atravesó; el propio Eannatum aparece representado sobre un carro de guerra tirado por lo que parece ser una mula.*
Eannatum de Lagash utilizó su organizado ejército para luchar no sólo contra Umma, sino prácticamente con todas las demás ciudades de la llanura sumeria. Se enfrentó a Kish, luchó contra la ciudad de Mari y se enfrentó a los invasores elamitas. Tras dedicar su vida a la guerra, murió en el campo de batalla y fue sucedido por su hermano.
Durante las tres o cuatro generaciones siguientes, Lagash y Umma lucharon para delimitar sus fronteras en una amarga y sangrienta disputa doméstica, ocasionalmente interrumpida por los invasores elamitas. El siguiente rey de Umma quemó las estelas, tanto la de Mesilim como la Estela de los Buitres; una medida inútil —ya que las estelas eran de piedra—, pero que seguramente apaciguó su ánimo. El hermano de Eannatum cedió al trono de Lagash a su hijo, que fue derrocado por un usurpador.4

Ilustración 12.1. Estela de los buitres. Los buitres arrancan las cabezas de los conquistados. La Estela de los buitres conmemora las victorias del rey de Lagash. Louvre, París.
Fotografía: Erich Lessing/Art resource, NY.
Aproximadamente cien años después del inicio de la disputa, ésta continuaba. El rey Urukagina gobernaba ahora sobre Lagash. Este monarca, una especie de Jimmy Carter de Oriente Medio, fue el primer rey sumerio con conciencia social. Su punto fuerte fue también su debilidad.
La guerra con Umma no era el único problema al que debía enfrentarse la ciudad de Lagash. Varias inscripciones fechadas durante el reinado de Urukagina describen el estado de la ciudad: gobernada por sacerdotes corruptos y por los más ricos, los débiles y los pobres vivían hambrientos y atemorizados. Propietarios sin escrúpulos se habían adueñado de las tierras del templo, que supuestamente debían utilizarse en beneficio de las gentes de Lagash. Los trabajadores se veían obligados a mendigar por un pedazo de pan, y los aprendices no recibían paga y tenían que escarbar entre la basura para comer. Los administradores exigían el pago de tasas para realizar cualquier actividad, desde esquilar ovejas hasta enterrar a sus muertos (el enterramiento de un padre, por ejemplo, costaba siete jarras de cerveza y 420 hogazas de pan). Los impuestos se habían vuelto tan insoportables que los padres se veían obligados a vender a sus hijos como esclavos para pagar sus deudas.5 «Desde el mar hasta la frontera: allí estaba el recolector de impuestos», nos dice en tono quejumbroso una inscripción, expresión de una frustración que resuena incluso en la actualidad.6
Urakagina se deshizo de la mayor parte de recolectores de impuestos y bajó las tasas. Canceló las tasas de los servicios básicos. Prohibió a funcionarios y sacerdotes tomar como pago las tierras o posesiones de otros y amnistió a los deudores. Redujo radicalmente la burocracia de Lagash, llena de cargos innecesarios, como por ejemplo un jefe de barqueros, un inspector de la pesca o un «supervisor de la tienda de cereales». Aparentemente, quitó también autoridad a los sacerdotes, al separar las funciones religiosas de las civiles. Se impidió así ejercer el tipo de autoridad que había permitido a Mesilim clavar su estela con la autoridad del dios Sataran: «De un confín a otro —nos cuentan las crónicas— dejó de hablarse de los jueces-sacerdotes [...] Los sacerdotes dejaron de invadir los huertos de los hombres humildes».7
La intención de Urukagina era devolver a Lagash el estado de justicia que los dioses habían querido para la ciudad. «Liberó a los habitantes de Lagash de la usura [...] del hambre, y del asesinato —escribe el cronista—. Estableció el amagi. Viudas y huérfanos dejaron de estar a merced de los ricos: fue por ellos que Urukagina estableció su alianza con Ningirsu.»8 El símbolo cuneiforme que designa a la palabra amagi parece indicar la libertad de vivir sin miedo y la creencia de que los ciudadanos de Lagash podían gobernar sus vidas mediante un código certero y no cambiante, y no a través de los caprichos de los poderosos. Si bien cabe debatir sobre esta cuestión, ésta parece ser la primera vez que la palabra «libertad» aparece en un lenguaje humano escrito; amagi significaba, literalmente, «retorno a la madre», y describe el deseo de Urukagina de devolver la ciudad de Lagash a un estado anterior de mayor pureza. La Lagash de Urukagina honraría los deseos de los dioses, especialmente del dios de la ciudad Ningirsu. Sería una Lagash como la de sus primeros tiempos, de vuelta a un pasado idealizado. Desde el principio, la nostalgia por un pasado brillante y desaparecido irá de la mano de la idea de reforma social.*
El propio Urukagina no se benefició de estas medidas. Resulta del todo imposible saber, casi cinco mil años más tarde, qué le pasaba por la cabeza al soberano, pero sus acciones muestran a un hombre poseído de una piedad que iba más allá de cualquier posible idea de obtener algún rédito político con sus acciones. La rectitud moral de Urukagina fue, sin embargo, un suicidio político: el recorte de los abusos de los sacerdotes disminuyó su popularidad entre las élites religiosas. Peor aún: sus acciones en defensa de los pobres le hicieron ganarse la antipatía de los ricos de la ciudad. Los reyes sumerios gobernaban con la ayuda de una doble asamblea de ancianos y jóvenes; la asamblea de ancianos estaba llena de ricos propietarios. Estos hombres, los llamados lugals (o «grandes propietarios») de Lagash, habían sido el objeto de severas críticas en las inscripciones de Urukagina, por haber abusado de sus vecinos más pobres.9 Es probable que la censura pública provocara su resentimiento.
Mientras tanto, un hombre codicioso y muy ambicioso llamado Lugalzaggesi había heredado el trono de Umma, la vieja enemiga de Lagash. Lugalzaggesi cargó contra Lagash, y la ciudad de Urukagina cayó.
La conquista fue, aparentemente, rápida. La ciudad apenas resistió. «Cuando Enlil, señor de todas las tierras, hizo rey a Lugalzaggesi —anuncia la inscripción de la victoria—, y tras haberle mostrado las tierras que van del occidente al oriente y había hecho que todos se postraran ante él [...] la Tierra se regocijó con su gobierno; todos los jefes de Sumer [...] se postraron frente a él.»10 El lenguaje utilizado en esta inscripción da a entender que no sólo los sacerdotes de Lagash, sino también los de Nippur (la ciudad sagrada de Enlil) colaboraron con los conquistadores.11 Es improbable que a los poderosos sacerdotes de Nippur les entusiasmara el recorte de poderes sacerdotales que estaba teniendo lugar más al sur: era un mal precedente. Y, aunque la asamblea de ancianos no tomara parte en el derrocamiento de Urukagina, ciertamente tampoco defendieron al monarca como debían. Las reformas de Urukagina pusieron fin de forma violenta a su carrera política y, muy posiblemente, a su vida.
Una historia escrita por un escriba convencido de la rectitud de Urukagina promete que el buen rey será vengado: «El ummaíta que destruyó los ladrillos de Lagash —avisa el escriba— pecó contra Ningirsu; Ningirsu cortará las manos de quienes se levantaron contra él.»
La historia termina con una petición a la deidad personal del propio Lugalzaggesi; el escriba pide que incluso esta diosa haga pagar a Lugalzaggesi las consecuencias de su pecado.12
Animado por la fácil victoria alcanzada ante Lagash, Lugalzaggesi extendió sus redes: pasó veinte años luchando a lo largo y ancho de Sumer. En sus propias palabras, sus dominios se extendían «desde el mar inferior junto al Tigris y al Éufrates hasta el mar superior». 13 Probablemente resulte exagerado dar el nombre de «imperio» a sus dominios. La referencia de Lugalzaggesi sea probablemente un comentario referido a una peculiar expedición que llegó hasta el mar Negro.14 No cabe duda, no obstante, de que el soberano realizó un esfuerzo sobrehumano para controlar todas las ciudades de Sumer.
Pero mientras Lugalzaggesi se paseaba por su imperio, dando la espalda el Norte, llegó el momento de la venganza.
