CAPÍTULO 11

Primera victoria sobre la muerte

En Egipto, los faraones de la III y IV Dinastía (2686-2566 a.C.) construyen hogares para sus muertos

En Egipto, los faraones de la III Dinastía iniciaron su propia búsqueda épica para conquistar a la muerte.

Zoser, faraón temprano de la III Dinastía, llevó a cabo una serie de expediciones relativamente pacíficas hacia las minas de cobre y turquesa del Sinaí.* La burocracia egipcia empezó a tomar forma; Egipto se dividía en provincias, cada una bajo la égida de un gobernador que respondía directamente ante la familia real. Zoser, por su parte, contribuyó a la construcción de un imperio, ampliando los límites de la frontera sur de Egipto hasta la Primera Catarata. Según cuenta una tradición posterior grabada en una inscripción de Asuán, Zoser dedicó parte de la tierra recién conquistada a la divinidad local, Jnum, en agradecimiento por haber puesto fin a una hambruna de siete años.1 Puede que «siete» sea una metáfora para querer decir «demasiados» años; en cualquier caso, la inscripción apoya la teoría de que la disminución experimentada por las crecidas del Nilo había dificultado las pretensiones de poder divino de los faraones.

En tiempos de Zoser, el papel del faraón como obstáculo frente a los cambios se había solidificado a través del ritual. Un relieve nos muestra a Zoser tomando parte en un festival anual (el festival de heb-sed) en el que el rey corre de forma ceremonial en una pista. Del faraón se esperaba que ganara esta competición física, dando con ello a entender que su fuerza estaba de algún modo vinculada al bien del país. La victoria en la carrera de heb-sed reafirmaba el poder del faraón para proteger Egipto y asegurar el continuo fluir de las aguas.

El hecho de que los egipcios sintieran la necesidad de celebrar una fiesta de estas características es indicativo de cierto temor a que el poder del faraón desapareciera si no era ritualmente reforzado. Sin lugar a dudas, el faraón poseía aún cierta aura de divinidad, pero las luchas de las dos primeras dinastías habían evidenciado en exceso su lado humano.

Cuando una idea comienza a perder el brío que inicialmente la animaba, comienza a rodearse de rituales y estructuras, afirmaciones de apoyo que con anterioridad resultaban innecesarias. En este caso, el liderazgo carismático dio lugar a una maquinaria centrada en el gobierno y la sucesión. Las manifestaciones naturales de poder quedaron circunscritas a la celebración de festivales; el lado mortal del faraón quedó oscurecido mediante un ejercicio de voluntad nacional.

Cuando Zoser finalmente murió, no recibió sepultura en el cementerio tradicional de Abidos; el faraón ya había construido su propia tumba más al norte, en Saqqara. Zoser abandonó también la tumba característica de la II Dinastía, construida con ladrillos de arcilla. Su tumba se construyó con piedra: una tumba que duraría eternamente, puesto que no sería un punto de partida para el viaje de su espíritu hacia el otro mundo, sino un lugar en el que el faraón seguiría viviendo.

Alrededor de la tumba de Zoser se construyó una ciudad entera para albergar su espíritu. Al sur se construyó una carretera para el heb-sed, donde el faraón podría continuar sus rejuvenecedoras carreras. Alrededor del complejo funerario, varios edificios recreaban, en piedra, los materiales de las casas tradicionales egipcias: paredes de piedra, excavadas de tal forma que se asemejaran a esteras de junco, columnas con forma de haces de junco e incluso una valla de madera con una puerta semiabierta, todo ello tallado en piedra. Los juncos y la madera no se desintegrarían: permanecerían en la tierra para siempre, al igual que el espíritu del faraón. En una pequeña cámara, conocida con el nombre de serdab, se asentaba una estatua a tamaño natural de Zoser mirando hacia el este, envuelta en un manto de caliza blanca. Las paredes del serdab tenían dos agujeros con forma de ojos para que la estatua pudiera contemplar la salida del sol. En un altar situado debajo de los ojos, los sacerdotes realizaban una ofrenda de comida: Zoser podía regalarse espiritualmente con los aromas que desprendían los alimentos.

Lejos de viajar hasta los dominios de Osiris (con o sin cortesanos sacrificados para la ocasión), el faraón seguía estando presente: utilizaba los edificios, se alimentaba con los alimentos sacrificiales y se rejuvenecía en la pista de heb-sed (y con él, Egipto). Ya no era necesario sacrificar a ningún cortesano para su comodidad: los vivos estaban ahora a su servicio, en su ciudad de los muertos.

En el centro de la ciudad de los muertos, construida sobre la propia tumba, se elevó la primera pirámide egipcia: la Pirámide Escalonada. Seis niveles de bloques de piedra se elevaban de forma escalonada hasta una altura aproximada de sesenta metros. Debajo, varios conductos llevaban a las tumbas de la familia real, excavadas bajo la capa situada en el nivel inferior.

Se supone que fue el visir de Zoser, Imhotep, el encargado de concebir, diseñar y dirigir la construcción de esta extraña estructura. Manetón cuenta que Imhotep fue el primer hombre de la historia en haber diseñado un edificio de piedra labrada. Desconocemos qué razones llevaron a Imhetop a concebir una tumba tan novedosa, si bien los arqueólogos sugieren que la forma de la Pirámide Escalonada responde simplemente a una extensión de una forma arquitectónica preexistente en Egipto. Ya las tumbas de Abidos estaban cubiertas por estructuras de piedra llamadas mastabas. La Pirámide Escalonada es, es esencia, una enorme mastaba con otras cinco mastabas de menor tamaño apiladas sobre ella. Quizás Imhotep diseñó una enorme mastaba que habría de ser colocada en el centro del complejo de Zoser y posteriormente decidió apilar las demás mastabas encima de la primera.

No existe, sin embargo, ninguna razón de peso para apilar mastabas una encima de otra. Es más probable que Imhotep tomara prestada la idea de la Pirámide Escalonada de los sumerios, que utilizaban para el culto templos escalonados llamados zigurat. Dada la profusión de rutas comerciales del mundo antiguo, no cabe duda de que los egipcios conocían estos templos, que se elevaban en el cielo sumerio.

La función de los zigurat sumerios no está del todo clara. Puede que siguieran un diseño predeterminado. En los lugares santos de Sumer, como por ejemplo en la ciudad antigua de Eridu, los templos que se iban degradando eran derruidos y sellados ceremonialmente bajo una capa de arcilla y tierra apisonada. A continuación, un nuevo templo se construía encima. Una vez que el proceso se había repetido varias veces, daba lugar a una serie de plataformas escalonadas, cada una de ellas rodeada por un muro de retención que impedía el corrimiento de la tierra. Es posible que, con el transcurrir de los siglos, estas construcciones escalonadas se hubieran ganado el favor de las gentes: santificadas por el paso del tiempo, resultaban útiles porque la parte superior del zigurat, donde los sacerdotes sumerios llevaban a cabo rituales que nos son desconocidos, estaba cerca del cielo.* La parte superior de los zigurat pudo haber servido como pedestal para los dioses, es decir, lugares en la tierra donde los dioses podían colocar los pies.*

No estamos seguros de lo que el espíritu de Zoser debía hacer con la Pirámide Escalonada, pero la innovación de Imhotep le permitió disfrutar de honores múltiples. En la base de la pirámide, una estatua de Imhotep fechada durante el reinado de Zoser contiene un listado de sus títulos: Tesorero del Rey en el Bajo Egipto; Primero Después del Rey en el Alto Egipto; Administrador de Palacio y Sacerdote Supremo en Heliópolis; y Sirviente del dios-sol.2 No mucho después, fue deificado como dios de la medicina, otro de los campos del descubrimiento iniciados por los hombres para protegerse de la muerte.3

La Pirámide Escalonada (la primera de las grandes pirámides de Egipto), constituye algo más que un simple esfuerzo por redefinir la muerte como una ausencia del cuerpo y presencia del espíritu. Es una muestra del comienzo de un nuevo reino en Egipto: un reino pacífico y unificado con una burocracia metódica y disciplinada. Zoser reinó sólo durante diecinueve años, un periodo de tiempo relativamente breve para completar un proyecto en piedra de tales dimensiones. En esos diecinueve años, la piedra hubo de ser extraída de las canteras con herramientas de cobre y acarreada a través de enormes distancias; según Heródoto, la piedra de las pirámides se transportó desde las montañas situadas al oeste del mar Rojo.4 La propia pirámide debió ser construida por equipos organizados de hombres fuertes que pudieran quedar libres de las tareas agrícolas y militares. La construcción de la pirámide exigía prosperidad, paz y dinero procedente de los impuestos: el título de «visir» o «canciller» del propio Inmhotep sugiere que la supervisión de la recolección de impuestos era parte de su trabajo. Por primera vez, Egipto contaba con una Hacienda pública.

Solamente un Estado fuerte y próspero podía permitirse enviar a sus trabajadores a las canteras, alimentarlos y vestirlos. Egipto había alcanzado un nuevo nivel de prosperidad y organización. Por ello, el inicio de la construcción de la pirámide marca también el comienzo de una nueva era en la historia egipcia: el «Imperio Antiguo» de Egipto. Son nueve los intentos de construcción de pirámides que nos han llegado de las primeras dos dinastías del Imperio Antiguo, algunos más exitosos que otros; todos ellos representan, sin embargo, el mismo control sobre los recursos y hombres disponibles. Tras Zoser, el siguiente faraón, Sejemjet, intentó realizar la misma proeza. No sabemos mucho de Sejemjet, salvo que aparentemente era un faraón inseguro: en una muestra típica de aires de superioridad, la pirámide de Sejemjet debía elevarse en siete niveles, no en seis como la pirámide de Zoser. Pero la pirámide de Sejemjet quedó inconclusa: el faraón murió seis años después de haber ascendido al trono, y la construcción de la Pirámide Inacabada se dio por terminada en el primer nivel.

Jaba, el cuarto faraón de la III Dinastía, construyó también su propia pirámide. La Pirámide Estratificada de Jaba se construyó no en Saqqara, sino varios kilómetros más al norte, en el Bajo Egipto; las tensiones existentes entre norte y sur parecían haber menguado durante este periodo. Lo más probable es que la pirámide hubiera tenido siete alturas, elevándola por encima de la pirámide de Zoser. Pero Jaba quería abarcar demasiado: también esta pirámide quedó incompleta. La última pirámide de la III Dinastía, la Pirámide de Meidum, quedó asimismo inconclusa; se construyó también durante el reinado del último faraón de la III Dinastía, Huni. Habría tenido ocho niveles.

Frente a las dos pirámides precedentes, la construcción de esta tercera pirámide se llevó a término bajo el reinado del primer faraón de la siguiente dinastía. Desde nuestro punto de vista actual, la IV Dinastía se distingue de la III Dinastía fundamentalmente en que los faraones de la primera acertaron, finalmente, a construir una pirámide.

Seneferu empezó con mucho ímpetu. En primer lugar, terminó de construir la Pirámide de Meidum y llevó a cabo algunas reformas. En primer lugar, la cámara funeraria de la pirámide de Meidum estaba situada dentro de la propia pirámide, no enterrada bajo la misma ni en sus inmediaciones, como había ido el caso de las pirámides Escalonada e Inacabada que la precedieron. Seneferu dotó también a la pirámide de Meidum de una calzada elevada: un pasaje amplio que conducía desde la pirámide hasta un «templo mortuorio», un edificio sagrado que miraba al este, hacia el lugar donde salía el sol y podían realizarse sacrificios. Estas dos innovaciones se convirtieron pronto en el nuevo estándar a seguir.

Más interesante aún fue el intento de Seneferu de proteger la pirámide de Meidum con una especie de revestimiento. Las primeras cuatro pirámides habían sido todas ellas escalonadas, con laterales en forma de escalón al igual que los zigurat. Pero los montones de ruinas que rodean la pirámide de Meidum muestran que los trabajadores que la construyeron intentaron cubrir sus huellas con una fina capa de piedra.5

De haber funcionado, la Pirámide de Meidum habría sido la primera de todas las pirámides de lados pulidos que conocemos en la actualidad. Sin embargo, el arquitecto de Meidum (que no fue divinizado) carecía de la pericia de Imhotep: la pirámide se colapsó. Hoy en día, la estructura de la pirámide de Meidum tiene el aspecto de una especie pastel de bodas a medio comer, rodeado por montones de escombros.

La pirámide inacabada no acogió nunca a ningún faraón. Tampoco el templo diminuto y sin ventanas situado al final del largo pasadizo sorprendió a nadie como un logro espectacular. Varios siglos más tarde, algún egipcio que merodeaba por las inmediaciones grabó estas palabras sobre la piedra: «El hermoso templo del Rey Seneferu». Es el primer ejemplo de graffiti sarcástico de la historia.

Pero Seneferu no se rindió. Fuera de los registros acerca de las ya habituales expediciones a las minas del Sinaí y los puertos comerciales del Líbano, sabemos muy poco acerca de este primer faraón de la IV Dinastía (conocemos también una historia que nos ha llegado a través del Papiro de Westcar, en la que Seneferu, aburrido, ordenó a las veinte muchachas más hermosas de su harén que se pasearan a su alrededor en el lago de palacio vestidas únicamente con redes de pescar). A falta de otra cosa, Seneferu era tenaz: tras el experimento fallido de Meidum, empezó a construir otra pirámide, esta vez en Dahshur, al sur de Saqqara.

Desde el inicio, esta pirámide fue diferente: se diseñó para que fuera una pirámide con laterales en pendiente construidos en caliza pulida, que la hiciera brillar al sol.

Las pirámides han sido objeto de especulación constante, pero uno de los misterios sin resolver que rodean su construcción es por qué Seneferu, que no ha visto reconocido su ingenio por haber inventado una nueva forma arquitectónica, pensó en construir las pirámides como estructuras de lados pulidos y no escalonados. ¿Tuvo esta decisión una base religiosa? ¿Simbolizó, quizás, una nueva forma de pensar sobre las pirámides, quizá como marcas en el paisaje más que como complejos para el espíritu?

No lo sabemos; pero la nueva pirámide de lados pulidos de Seneferu recibió el nombre de «pirámide acodada», por la sencilla razón de que el faraón aún no había descubierto una manera de lidiar con el problema de los ángulos. La pirámide debería haber tenido cuatro caras pulidas y muy empinadas, pero a mitad de la construcción, Seneferu y su jefe de obras parecieron darse cuenta de que las medidas no cuadraban. Si la pirámide seguía elevándose, el peso de las piedras elevadas sobre una base relativamente pequeña terminaría por colapsar la estructura, de manera que diseñaron una rápida modificación en el ángulo de la misma. El resultado es que la pirámide quedó acodada: uno de sus laterales realiza un giro hacia la derecha.

Ilustración 11.1. La llamada «pirámide acodada». El ángulo de la pirámide cambia bruscamente.

Fotografía: Richard Seaman.

La pirámide terminó de construirse, pero nunca se utilizó. Seneferu no había conseguido construir un lugar en el que descansar durante toda la eternidad. Cerca del final de su reinado, inició los trabajos de una tercera pirámide.

La Pirámide Norte, situada apenas un kilómetro y medio más al note de la Pirámide Acodada, era más grande, ancha y de menor altura que las pirámides que la precedieron. La Pirámide Acodada había visto su ángulo modificado, de 52 grados a un ángulo de 43 grados; desde el principio, la Pirámide Norte se diseñó con un ángulo de 43 grados. En este último intento, el diseño de Senerefu fue tan correcto que incluso ahora, cuatro mil años más tarde, no existen grietas en las paredes o techos de las cámaras enterradas debajo de dos millones de toneladas de piedra.

La Pirámide Norte, conocida también por su apodo de «la Pirámide Roja» (dado que la caliza que la cubría comenzó a desaparecer y dejó al descubierto la arenisca que brillaba al sol), fue casi con toda probabilidad el último lugar de descanso de Seneferu. Los arqueólogos encontraron en ella un cuerpo y lo enviaron al Museo Británico para ser identificado, pero el cuerpo se perdió, y nunca más se ha sabido de él.

Dondequiera que esté el cuerpo de Seneferu, este triple proyecto arquitectónico sugiere que las creencias egipcias sobre la naturaleza aún presente del faraón muerto se había consolidado en forma de ritual. Seneferu estaba decidido a crear un lugar de descanso final que no fuera únicamente un emplazamiento por el que su espíritu vagara después de la muerte, sino un lugar que se distinguiera de los lugares en los que descansaban los faraones que le habían precedido. En cierto sentido, se puede decir que el faraón había domesticado a la muerte. Los faraones se habían asentado en el relativo consuelo que les proporcionaba la creencia de que seguían viviendo entre su pueblo. Ahora, eran capaces de dedicar sus esfuerzos a superar al faraón que les había precedido.

El hecho de que Seneferu hubiera sido capaz de terminar una pirámide y construir dos más sugiere que Egipto era un lugar más rico y pacífico, amén de más sujeto a la autoridad del faraón, que nunca. Jufu, hijo de Seneferu, heredó el poder de éste y lo ejercitó de forma absoluta.* Jufu, o Keops, continuó las expediciones militares que se habían convertido en parte rutinaria de la vida egipcia: envió expediciones al Sinaí, comerció con turquesas, y planificó la construcción de su propia pirámide.

Según Heródoto, Jufu reinó durante cincuenta años. Los egiptólogos hablan de un reinado de unos veinticinco años, tiempo que habría bastado para iniciar el proyecto arquitectónico más monumental de la historia. La pirámide de Jufu, conocida como la Gran Pirámide, se construyó sobre un complejo basado en una mejora de los diseños de Senerefu: el complejo estaba compuesto por la propia pirámide, una calzada que conducía al templo, un templo para ofrendas situado al oeste y tres pirámides de menor tamaño, probablemente destinadas a las reinas de Jufu.

La pirámide, construida sobre la llanura de Giza, tenía una altura de 146 metros y una pendiente de 51° 52’, mayor aún que la de la Pirámide Norte de Senerefu, pero sin llegar a alcanzar la inclinación de la Pirámide Acodada; el jefe de obras de Jufu había tomado buena nota del trabajo de sus predecesores. Las caras de la Gran Pirámide son singularmente uniformes: cada una de ellas tiene una longitud aproximada de 230 metros. El corredor del lado norte que asciende hasta la Cámara del Rey apunta directamente hacia la estrella polar.

Si bien sabemos muy poco de la vida de Jufu, nos han llegado varias historias sobre su reinado. Una de ellas cuenta que, para conseguir agua suficiente para los cientos de miles de trabajadores que construyeron la Gran Pirámide, Jufu construyó la primera gran presa de la historia: Sadd al-Kafara, situada a unos veinticinco kilómetros de El Cairo. El embalse creado por la presa, de unos veinticinco metros de profundidad, se convirtió así en la primera reserva pública de aguas. Otra historia narra cómo el constructor de la Gran Pirámide se burló de los dioses durante años, hasta que se arrepintió y compuso varios libros sagrados.6 Por último, Heródoto escribe que para construir la Gran Pirámide, Jufu «redujo Egipto a una condición miserable [...] y obligó a todos los egipcios a trabajar para él».7 Añade, en tono remilgado: «Fue un hombre muy malo».

Heródoto, que nombra a todos los faraones en el orden equivocado, es sin embargo una fuente más fiable para esta cuestión. Los libros sagrados nunca se han encontrado, probablemente porque nunca existieron. Pero la tradición que nos habla de la maldad de Jufu y que nos ha llegado a través de diferentes fuentes, es interesante. Para construir su monumento (una estructura de piedra compuesta por algo más de dos millones y medio de bloques de piedra, cada uno de ellos con un peso de cerca de dos toneladas y media), Jufu movilizó a una cantidad ingente de trabajadores. Aun cuando los trabajadores no se vieran reducidos a un estado de esclavitud abyecta, la capacidad del faraón para reclutar a un número tan grande de obreros ilustra su habilidad para oprimir a su propio pueblo. Las pirámides se erigen en símbolos de su poder.

Mapa 11.1. Las pirámides del Imperio Antiguo.

Las historias referentes a la crueldad de Jufu sugieren que su voluntad para el ejercicio del poder en beneficio propio y a expensas de su pueblo no cayeron demasiado demasiado bien. Su ambición le condujo a la impiedad: Jufu estaba tan ocupado construyendo la pirámide que cerró los templos y ordenó que se detuvieran los sacrificios. Una historia especialmente ácida transmitida por Heródoto nos cuenta que Jufu, necesitado de dinero, instaló a su hija en una habitación con órdenes precisas de que atendiera a todos los hombres que quisieran visitarla y posteriormente le entregara el dinero conseguido; su hija así lo hizo, pero cuando los visitantes se marchaban, escuchaban la petición de la muchacha de apilar una piedra más en el complejo por ella. El resultado habría sido la Pirámide de la Reina, situada en las inmediaciones de la Gran Pirámide, símbolo quizá del papel de cortesana representado por la joven.8

En tiempos de Jufu, el propósito inicial de aquella primera necrópolis construida por Imhotep había caído en el olvido. La Gran Pirámide y los monumentos que la sucedieron son el ejemplo más visible que nos ha llegado de la llamada «arquitectura monumental»: edificios con un tamaño o un diseño excesivamente más elaborados de lo que las necesidades del momento requieren. En palabras del arqueólogo Bruce Trigger, «La habilidad para consumir energía, especialmente en forma de trabajo ajeno en proyectos no utilitarios, es el símbolo de poder más básico y comprendido a escala universal».9 Cuanto menos necesarias y útiles eran las pirámides, mejores testigos eran del poder de sus constructores. La casa del espíritu se había convertido en reluciente testimonio del poder.

Prácticamente todo lo que sabemos de Jufu se centra en su pirámide. Sus otros logros, fueran cuales fueran, se han perdido.

La gran pirámide ha sido, más que cualquier otra estructura en la historia (con la posible salvedad de Stonehenge) el centro de innumerables teorías. Las teorías relativas a la construcción de las pirámides van desde teorías racionales que señalan la enorme dificultad de ejecución del proyecto, hasta teorías que rozan el absurdo. Entre ella citaremos por ejemplo la teoría que afirma que las pirámides de Giza reproducen en la tierra la constelación de Orión (quizá, pero faltan demasiadas estrellas para que esta teoría resulte atractiva); que la Gran Pirámide es el centro geográfico de la tierra (teoría que funciona únicamente si utilizamos una proyección Mercator, práctica bastante improbable en tiempos de los antiguos egipcios); que los egipcios utilizaron una corriente de energía o caduceo conectada con una «red enérgica planetaria» que les habría permitido hacer levitar los bloques de piedra hasta colocarlos en su posición actual, etc. No deja de tener su encanto, pese a lo anacrónico de la sugerencia, la idea de que «el principal panel de control de esta red sería el Arca de Noé».10 Se ha sugerido también que las pirámides fueron construidas por los habitantes de Atlantis, que habrían navegado desde su continente mítico en botes igualmente míticos para construir las pirámides, sin ninguna razón aparente, para después abandonarlas. Otras teorías insisten en que la Gran Pirámide es «una maqueta del hemisferio» y que quienquiera que la construyó «conocía la medida precisa de la circunferencia del planeta y la longitud del año, decimales incluidos».11

El decano de las teorías más extrañas y peculiares acerca de las pirámides es Erich von Däniken, un hotelero suizo que comenzó a escribir en la década de 1960 y publicó un libro titulado El retorno de los dioses. Däniken insiste en que las pirámides no pudieron haber sido construidas por los egipcios, ya que éstos carecían de la capacidad tecnológica necesaria; es más, asegura que las pirámides aparecieron repentinamente, lo cual necesariamente implicaría que fueron construidas por extraterrestres.

Es cierto que los egipcios no tenían inclinación por el pensamiento matemático abstracto. Sin embargo, la concepción de las líneas rectas de la base de una pirámide no es una tarea complicada: requiere, eso sí, realizar un cálculo competente, pero no una amplia comprensión de complejos principios matemáticos. La tarea de trasladar enormes bloques de piedra es sin duda una labor hercúlea, pero no representa sino una dificultad mecánica. Heródoto nos dice que los bloques se elevaban sobre rampas, una labor ciertamente posible; los experimentos realizados demuestran que cien hombres podrían levantar un bloque de dos toneladas y media con una cuerda de papiro,12 especialmente si cuentan con piezas de dolomita, un mineral duro, deslizadas bajo la piedra para actuar como ruedas.

En cuanto a atlantes y extraterrestres, la progresión de las pirámides fracasadas que precedieron a la de Jufu muestra claramente que la construcción de las pirámides no fue un invento repentino de una raza de alienígenas. El desarrollo de las pirámides es fácilmente identificable en una línea de progresión continua que va desde la ciudad original de Zoser dedicada al espíritu hasta el colosal lugar de descanso de Jufu. Las pirámides son testamento no de visitas de alienígenas, sino de la escasa disposición egipcia a abandonar el poder en el momento de enfrentarse a la muerte. Gilgamesh se dirigió a las montañas para no volver, pero para los egipcios, que siempre podían observar el hogar del espíritu real en la distancia, la fuerza de los faraones siempre estaba presente.