Año 2600 a.C. en Sumer, Gilgamesh se convierte en leyenda
Apenas cien años después de su muerte —casi al mismo tiempo en que los soberanos de Egipto luchaban por establecer su propia autoridad divina—, el rey sumerio Gilgamesh se había convertido en un héroe legendario. Había matado al gigante Humbaba, eliminado al Toro Celeste, rechazado las iniciativas románticas de la diosa Inanna y entrado en el jardín de los dioses, donde el olor de su mortalidad sorprendió al propio dios-sol. La personalidad del Gilgamesh histórico sigue resonando en la actualidad, cinco mil años después de su muerte, gracias a la Epopeya de Gilgamesh, la primera narrativa épica conocida.
La relación entre el Gilgamesh literario y el histórico no es muy diferente de la que existió entre el Macbeth de Shakespeare y Maormor Macbeda, que en el año 1056 pagó con su propia vida por el crimen de haber asesinado a su rey y pariente. Los sucesos de la vida real ofrecen una especie de trampolín que permite construir una historia verdaderamente extraordinaria; la esencia del protagonista nos llega, magnificada y distorsionada, pero real en lo esencial.
Es mucho más fácil conocer los hechos históricos que se esconden detrás del Macbeth de Shakespeare. Para empezar, los detalles de la vida de Maormor Macbeda se describen en otras fuentes. Sin embargo, la vida de Gilgamesh está descrita en apenas un par de inscripciones fuera de la propia epopeya, en la propia lista sumeria de los reyes y en uno o dos poemas. La historia de la misión de paz que Agga envió a Gilgamesh, citada en el capítulo anterior, es uno de estos poemas; está escrita en sumerio, y es probable que se transmitiera por vía oral durante varias décadas o siglos antes de ser escrita en tablillas de arcilla. Las copias que nos han llegado se fechan en el 2100 a.C., cuando el rey de Ur nombró a un escriba para poner por escrito las hazañas de Gilgamesh. Este rey, llamado Shulgi, deseaba registrar las hazañas de Gilgamesh, de quien decía era uno de sus antepasados (lo que casi con toda seguridad quería decir que Shulgi fue un usurpador sin relación alguna con Gilgamesh).1 Estos poemas se fechan muy cerca de la propia vida de Gilgamesh, lo que nos permite suponer que los poemas narran al menos parte de las acciones históricas de este monarca.
La epopeya también lo hace, pero decidir qué partes de la epopeya son históricas y cuáles no, es una tarea difícil.
Consulte una copia de la epopeya en cualquier biblioteca; verá que está compuesta de seis historias enlazadas entre sí que funcionan como relatos breves que, juntos, conforman una especie de novela. En primer lugar encontramos la «Historia de Enkidu», en la que Gilgamesh traba amistad con el monstruo enviado por los dioses para domarlo; en segundo lugar, «El viaje al bosque de cedros», en la que Gilgamesh derrota a Humbaba. Le sigue «El Toro Celestial», historia en la que Gilgamesh enfada a la diosa Inanna y Enkidu sufre las consecuencias; en cuarto lugar, «El viaje de Gilgamesh», en el que Gilgamesh llega a la tierra del inmoral Utnapishtim, el Noé sumerio, que ha sobrevivido al Gran Diluvio; en quinto lugar se narra «La historia del Diluvio», que Gilgamesh escucha de boca de Utnapishtim; y por último, «La gesta de Gilgamesh», en la que Gilgamesh intenta encontrar sin éxito el secreto de la vida eterna o, cuando menos, de la juventud recuperada. Un breve post scriptum se lamenta de la muerte de Gilgamesh.
Esta versión en seis capítulos de las aventuras de Gilgamesh es ligeramente engañosa. La epopeya fue copiada en numerosas ocasiones sobre tablillas de arcilla, que se rompieron en fragmentos. Las tablillas, dispersas por todo el Oriente Próximo, están escritas en diferentes lenguas, desde el sumerio al asirio, y datan de periodos distintos que oscilan entre el año 2100 y el 612 a.C. Las copias sumerias más antiguas, fechadas en tiempos del escriba de Shulgi, contienen únicamente las dos primeras historias y el lamento final. Es imposible saber si las otras cuatro historias formaban parte del ciclo inicial y posteriormente se perdieron, o si fueron añadidas con posterioridad. Partes de las historias tercera y cuarta, «El Toro Celestial» y «El viaje de Gilgamesh», aparecieron traducidas al acadio en tablillas de arcilla junto con las dos primeras entre los años 1800 y 1500 a.C. El acadio, una lengua hablada por los habitantes que ocuparon la llanura mesopotámica a raíz del declive de las ciudades sumerias, fue la lengua que siguió al sumerio. Hacia el año 1000 a.C., trozos de las cuatro historias aparecieron dispersos por la costa mediterránea y Asia Menor. La historia del diluvio, de la que ya existían varias versiones mucho antes del año 2000 a.C., fue probablemente metida con calzador en la epopeya de Gilgamesh al menos mil años después de la muerte de éste; esta historia es claramente independiente del resto de historias que componen el poema («Siéntate y deja que te cuente una historia», le dice Utnapishtim a Gilgamesh antes de lanzarse a contar la historia del diluvio, como si nunca antes hubiera tenido oportunidad de hacerlo desde que descendiera de su barco). Finalmente, todo lo que podemos decir de «La gesta de Gilgamesh», en la que Gilgamesh encuentra y pierde la Planta de la Juventud, es que ya formaba parte de la epopeya hacia el año 626 a.C.
Ésta es la fecha en la que se data la copia completa de las seis historias más antigua. Procede de la biblioteca de Asurbanipal, el rey asirio con espíritu de bibliotecario. Asurbanipal subió al trono en el año 668 a.C. Durante los más de treinta años que duró su reinado, destruyó Babilonia, asesinó a su propio hermano (que se había convertido en rey de Babilonia) y tuvo que vérselas con un profeta hebreo de nombre Jonás que no paraba de gritar que Nínive, la capital de Asurbanipal, estaba condenada. A su muerte en el año 626 a.C., Asurbanipal había recopilado veintidós mil tabletas de arcilla en la primera biblioteca real del mundo. Doce de esas tabletas contienen la Epopeya de Gilgamesh aproximadamente en la forma en la que la conocemos hoy.
En consecuencia, únicamente las dos primeras historias pueden situarse con cierto grado de certeza cerca de la vida de Gilgamesh. Nos referimos a la historia que narra la tremenda energía de Gilgamesh y su efecto sobre sus súbditos, su viaje hacia el norte en busca del bosque de cedros y el lamento funerario. Son historias que, a pesar de estar distorsionadas, contienen parte de verdad histórica.
Más aún: estas historias constituyen el núcleo indudable de la primera historia épica del mundo, en el que la muerte sobreviene como devastación y liberación.
En la primera historia, «La historia de Enkidu», el rey de Uruk gobierna sobre sus súbditos como un tirano, hasta que éstos empiezan a murmurar:
Gilgamesh llama a la guerra por diversión,
Su arrogancia no conoce límites,
Ni de día, ni de noche;
Arrebata a los hijos del padre,
Aun cuando un rey debiera ser el pastor de su pueblo.2
La monarquía que los dioses habían dado a Sumer, esa autoridad que había ayudado a las ciudades sumerias a sobrevivir, se había transformado en tiranía. Los habitantes de Uruk piden la ayuda de los dioses. Como respuesta, los dioses crean a Enkidu a partir del barro y lo envían a las tierras yermas de Sumer. Enkidu
No sabe nada de las tierras cultivadas
Ni de los hombres civilizados y su forma de vida.
Enkidu desconoce las ciudades amuralladas, que se habían convertido en el centro de la cultura sumeria. Es un hombre de aspecto fuerte, divino, pero actúa como una bestia, vagando por las llanuras y comiendo hierbajos. Convive con los animales. Enkidu es, de hecho, una caricatura de los nómadas que desde siempre habían estado enfrentados a los habitantes de las ciudades.
Cuando Gilgamesh se entera de la aparición de Enkidu, envía a una prostituta a seducirle con el fin de domarlo («Se desnudó», nos dice el poema). Conquistado por esta sencilla estratagema, Enkidu pasa siete días y siete noches satisfaciendo sus pasiones carnales. Cuando por fin se levanta e intenta volver a vivir entre los animales, estos le rehúyen: se ha convertido en un ser humano.
Pero, al ver a Enkidu, escapan las gacelas y las bestias,
salvajes se apartan de él [...]
Enkidu estaba débil, incapaz de correr como antes.
(Pero) había madu[rado].
¡Se había vuelto inteligente!
Ahora que piensa como un humano, Enkidu debe dirigirse a la ciudad, el lugar adecuado para vivir. La prostituta se ofrece a llevarlo a «la ciudad de Uruk, fuertemente amurallada, donde Gilgamesh gobierna sobre su pueblo como un toro salvaje».
A su llegada a Uruk, Gilgamesh está interrumpiendo una boda para reclamar su derecho de pernada, papel que lleva ejerciendo a gran escala durante años: «El rey de Uruk exigió ser el primero con la novia —nos dice el poema—, ejerciendo su derecho de nacimiento». Enkidu, indignado por este abuso de poder, impide el paso a Gilgamesh hasta el lecho nupcial. Los dos luchan; el enfrentamiento es duro, el más duro que Gilgamesh ha conocido hasta entonces. Y si bien es el monarca el vencedor de la pelea, Gilgamesh queda tan impresionado por la fuerza de Enkidu que ambos se juran amistad eterna. Los impulsos tiránicos de Gilgamesh quedan así apaciguados. Las gentes de Uruk respiran hondo, y la paz desciende sobre las calles de la ciudad.
La pelea es, naturalmente, algo más que una mera disputa. Ensartada a lo largo de la historia encontramos la ambigüedad sumeria relativa a la monarquía. La monarquía era un regalo de los dioses necesario para la supervivencia del hombre: se suponía que los reyes debían impartir justicia, impedir que los fuertes empobrecieran a los débiles y que estos murieran de hambre. Evidentemente, un rey que quisiera aplicar la justicia tenía que ser lo suficientemente fuerte como para poder imponer su voluntad.
Pero al mismo tiempo, esta fuerza era peligrosa en tanto que daba lugar a la opresión. Cuando así ocurría, el tejido de las ciudades sumerias comenzaba a romperse. En Uruk, el monarca era la ley, y si el propio rey se corrompía, la ley se distorsionaba.
La cuestión era lo suficientemente terrible como para que se tratara únicamente de forma oblicua: Gilgamesh no lucha contra sí mismo, sino contra una criatura procedente del exterior de la ciudad amurallada. La pelea, librada frente a la puerta de la novia, lo enfrenta con su propio yo sin civilizar. Después de todo, Enkidu había sido creado
A su imagen y semejanza
Como un segundo yo, igual a su tempestuoso corazón:
Dejad que luchen entre sí,
Y que dejen a la ciudad en paz.
La historia del viaje de Gilgamesh al bosque de cedros no es muy diferente. Aquí, nuevamente, Gilgamesh se muestra dispuesto a llevar sus deseos hasta las últimas consecuencias.
Conquistaré el Gran Vacío,
Para siempre estableceré mi fama...
Así habla Gilgamesh ante el consejo de ancianos de Uruk, que intenta poner freno a sus ambiciones:
Eres joven, Gilgamesh.
Te dejas llevar por tu corazón.
El Gigante no es como los hombres mortales.
Sin embargo, frente a la insistencia de Gilgamesh, los ancianos ceden. Gilgamesh y Enkidu salen dispuestos a enfrentarse al gigante. Los ancianos encomiendan a Enkidu la tarea de proteger al monarca.
Gilgamesh viaja hacia el norte empujado por el deseo de alcanzar la fama; es el mismo deseo que le impulsa a llevar a su pueblo a la guerra. Pero una vez más, el peligro que se cierne sobre la paz en Uruk aparece representado como una fuerza exterior. El mal se aloja no en el alma del monarca, sino en los bosques situados más al norte.
Allí les espera otro peligro. En esta historia temprana, Gilgamesh ya muestra preocupación por la muerte. Aun antes de iniciar su viaje, el monarca reflexiona sobre su propia mortalidad. Parece resignado ante lo inevitable:
¿Quién puede ascender a los cielos?
Sólo los dioses viven eternamente.
Contados son los días de los hombres.
Pero aun si caigo alcanzaré la fama,
Y la fama será eterna.
Sin embargo, Gilgamesh contempla la posibilidad de morir en combate. De camino hacia su enfrentamiento con Humbaba el Gigante, tiene tres sueños. En cada uno de ellos, se despierta al grito de «¡Ha pasado un dios; mi carne tiembla!». El tercero de sus sueños es el más alarmante de todos:
Silenciado el día, la oscuridad lo ocupa todo,
Se oyen los relámpagos, comienzan los incendios,
Llueve muerte.
Gilgamesh está lo suficientemente asustado como para volver atrás, pero Enkidu lo convence para continuar la marcha. Entonces, justo antes de iniciar la lucha contra Humbaba, Gilgamesh cae en un sueño tan profundo que Enkidu apenas tiene tiempo de despertarle para la pelea.
Pese a los ominosos presagios, Gilgamesh evita la muerte. Al final de la historia, Uruk está segura y el Gigante Humbaba ha muerto. Pero la admisión del propio Gilgamesh de que sus días están contados, y los temores que ahora surgen de su propia mortalidad, se convierten en el centro de toda la época posterior. Siempre que se añade una historia nueva a la épica, la epopeya muestra una creciente preocupación con la muerte y una creciente determinación para evitarla. Gilgamesh inicia un viaje hacia el jardín de los dioses, con la esperanza de resucitar al fallecido Enkidu; Gilgamesh encuentra la Planta de la Juventud, capaz de retrasar cuando no de destruir a la muerte, pero después deja que una serpiente de agua le robe la planta. En su odisea para evitar la muerte, Gilgamesh elabora planes, viaja, suplica, busca [...] pero no consigue vencer.*
Enkidu, amigo mío [...]
Seis días y siete noches lloré sobre él,
Y no permití que lo enterraran
Hasta que un gusano salió de su nariz.
Para los sumerios, el fracaso de Gilgamesh fue positivo. El lamento funerario con el que concluye la epopeya forma parte de los primeros tiempos de la historia. No está incluido en la copia de Asurbanipal; aparentemente, los asirios pensaron que su sentido de finalidad era demasiado discorde respecto de las búsquedas de la inmortalidad que lo habían precedido. Pero el lamento resume en apenas unas líneas las preocupaciones de los sumerios respecto de la monarquía; aquí, la cuestión se examina de forma más directa que en cualquier otro lugar.
Se te ha concedido el papel de rey,
Tu destino no era la vida eterna.
Tenías poder para hacer y deshacer,
Supremacía sobre la gente,
Victoria en la batalla.
Más no abuses de este poder.
Trata con justicia a tus sirvientes en palacio.
El rey se ha acostado.
Ha ido hacia la montaña;
Ya no volverá más.
El enemigo que no tiene manos ni pies,
Que no bebe agua ni come carne,
Ese enemigo reposa ya pesadamente sobre él.3
En Sumer, Gilgamesh adquirió estatus divino muy poco tiempo después de su muerte. Pero su divinidad, ganada aparentemente gracias al tremendo esfuerzo desplegado a favor de su ciudad (después de todo, la protección de las ciudades para su engrandecimiento era tarea de reyes y dioses), se vio limitada por la muerte. Al igual que ocurre con la figura de Baldar en la mitología noruega posterior, Gilgamesh es divino, pero de alguna manera sigue sin ser inmortal.
De hecho, la energía tan tremenda de Gilgamesh hacía que su muerte fuera aún más necesaria. Aun cuando Gilgamesh hubiera seguido siendo malvado, su poder habría tocado a su fin eventualmente. Pero los monarcas más fuertes de Sumer morían: el enemigo que no tiene pies ni manos limitaba su poder, que podía ser utilizado tanto a favor como en contra del pueblo. En la primera epopeya de la historia, como en la propia Sumer, el rey Gilgamesh venció y fue capaz de persuadir con su retórica a todos sus enemigos, salvo al último de todos.