Los soldados corrieron hacia Jardred, que se vio sobrepasado y tuvo que retroceder hasta que llegó al borde de la colina donde se encontraban. Esquivó un espadazo, se tiró al suelo para evitar una lanza y, justo antes de que una flecha lo atravesara, saltó hacia uno de los soldados con los pies por delante. Este lo bloqueó con el escudo y, del impulso, Jardred cayó hacia atrás, rodó, rodó y… desa- pareció rodando colina abajo.
—¿Hace falta que lo persigamos, señor? —preguntó uno de los soldados.
—No, tenemos mucho trabajo por hacer y estas casas no se van a quemar solas —respondió el oficial.
Koa bajó a toda prisa la colina y se reunió con Jardred, que había llegado al final en una pose poco digna y con una buena colección de chichones.
—¿Estás bien? —preguntó Koa.
Jardred se levantó de un salto, estaba fuera de sí.
—Pero ¿qué se habrá creído esa reina? ¡Me va a oír!
Y comenzó a andar con paso airado sin hacer caso a su amiga.
—¿Adónde vas? —preguntó ella.
—¡A decirle cuatro cosas! Concretamente: «SUEL- TA-A-MIS-PADRES».
Koa se puso la mano sobre los ojos y pidió paciencia para sus adentros.
—Y yo que creía que empezabas a pensar antes de actuar —dijo mientras lo seguía apresuradamente—. Huir de los soldados colina abajo fue una buena idea, lo admito, pero ir a enfrentarte a la reina, no.
—¿Qué dices? Si no he huido. Me he caído —dijo Jardred sin dejar de caminar.
—¡Aaaaah, no es una calabaza lo que tienes ahí arriba, sino un melón! —gritó Koa desesperada—. Piensa un poco: en cuanto llegues al castillo, te detendrán.
—Eso será si me cogen.
—¡Ya está bien!
La gatita se interpuso en su camino, pero Jardred siguió como si nada y la empujó con el pecho durante varios pasos. Decidió cambiar de estrategia y traspasó el cuerpo de Jardred con su forma fantasmal.
—¡Ay, qué desagradable! —se quejó él.
—Eres tontísimo —dijo Koa sacándole la lengua—. Pues si no te gusta, tengo algo más sólido para ti.
Por el camino, las casas ardían a su alrededor. La gatita cogió algo parecido a una pata de silla quemada y se la arrojó.
—¡Ay! ¡Serás…! —aulló de dolor Jardred—. Me da igual lo que digas, no pienso quedarme de brazos cruzados mientras se llevan a mis padres.
—Yo no digo que lo dejes estar, solo que te pares a pensarlo, que tienes menos luces que esta dimensión.
Koa se acercó entonces a una estantería en llamas y le lanzó un libro tras otro.
—¿Por qué no te pierdes en tu bandeja de arena espectral y me dejas en paz? —dijo Jardred.
—Yo te daré bandeja de arena…
Un inodoro voló a escasos centímetros de Jardred.
—¿Estás loca o qué? Eres peor que enfrentarse a todos los soldados de la reina.
Koa ya no sabía qué más hacer. ¿Es que no entendía que ella no quería que nada malo le sucediera? Solo de pensar en lo que podría hacerle la reina, se ponía mala. Y eso fue lo que pasó: que se puso mala.
—Jardred —lo llamó mientras se cogía la tripa con las patitas. Estaba pálida. Para ser una fantasma, claro.
—¿Y ahora qué…?
Una enorme bola de pelo espectral salió disparada hacia Jardred y lo llenó de ectoplasma y pelos de gato.
—¡Aaaaaaarg! ¡Asquerosaaaaa! —gritó Jardred sin poder creérselo.
—¡Cretino! —le gritó Koa acercándose amenazadora.
—¡Metomentodo!
Chocaron sus frentes y se miraron con sus ojos sin pupilas. En los de Jardred había fuego; en los de Koa, un abismo.
—Hiissssss —bufó Koa.
—Grrrrr —gruñó Jardred.
Y así se miraron durante segundos que parecieron horas, ninguno dispuesto a ceder.
—Tienes un moco —observó Koa al final, y ambos rompieron a reír.
Tras tanta tensión acumulada, las risas les sentaron bien. Cuando terminaron, ambos estaban más tranquilos y un poco menos tristes por lo que había ocurrido.
—Estoy preocupado por ellos, Koa. No quería decir todas esas cosas. Tú también eres importante para mí.
—Y tú sigues siendo un melón, pero yo también te quiero y me preocupo por ti.
Unos gritos los sacaron de su ensimismamiento. Venían de unas carroprisiones que pasaron a su lado y se detuvieron poco después. Habían llegado al castillo.
—Ven, sígueme —dijo Jardred antes de ir hacia las puertas.
—Está bien. Si de todas formas vas a hacerlo, al menos te ayudaré.
El último carro ya había entrado y en breve cerrarían las puertas de la muralla. Dos guardias se plantaron frente a ellos impidiendo el paso.
—Si no vais dentro de una de esas —señaló la carroprisión—, no podéis entrar.
—¿Lo ves? —dijo Koa—. Venga, vámonos.
Jardred no se movió. Cuando los guardias ya se daban la vuelta, cogió aire hasta llenar el pecho.
—Oh, no… —suspiró Koa—. No me digas que lo vas a hac…
Y lo hizo. Un halo naranja se desplazó en zigzag entre los guardias, esquivándolos y pasando de largo. Era Jardred, que por un momento se había hecho tan veloz que prácticamente se teletransportó hasta el último carro y se subió al techo. Pero no fue lo suficientemente rápido.
—¡Eh! ¡Intruso! —gritó uno de los guardias cuando vio la estela de Jardred pasar por delante de sus narices.
En ese instante las puertas se cerraron, por lo que el otro guardia avisó por un comunicatubo, un ingenio de tubos que atravesaban todo el castillo y le permitía advertir de cualquier peligro.
—¡Atención, aquí Puertas! Tenemos un intruso entrando en el patio de armas. ¡Reducidlo a cenizas!
Mientras el guardia daba la alarma, Koa se preparaba para atravesar las puertas cerradas con su cuerpo espectral. Pero el otro guardia, que ya no podía hacer nada para detener a Jardred, se dio la vuelta.
—¿Eh? ¿Qué ha sido eso?
No la vio por los pelos fantasmales. Con todo el disimulo que pudo, Koa se escurrió entre sus pies y le provocó un escalofrío al rozarlo.
—¡Qué desagradable! —dijo con repelús, mientras Koa pasaba al otro lado sin ser vista.
Jardred la llamó con un gesto de la mano mientras saltaba de una carroprisión a otra. Empezaron a llegar al patio más y más soldados, que detuvieron los carros y buscaron al intruso por todas partes. Los comunicatubos alzaban la voz por todo el castillo.
«El intruso tiene chaqueta morada y cabeza naranja. Puede moverse muy rápido».
—En menudo lío nos hemos metido, Jardred —le susurró Koa a Jardred—. Todos los soldados del castillo están aquí. ¿Cómo vamos a salir de esta?
—Maldita sea, aquí tampoco están mis padres. ¿Dónde pueden estar? —se preguntó Jardred tras echar un vistazo al interior de la última carroprisión que le quedaba por mirar.
—¡Ahí están! —gritó un soldado cuando lo vio asomarse desde el techo del carro.
Todos los soldados corrieron por el patio hacia ellos y los amenazaron desde abajo. Por suerte, las espadas y las lanzas no llegaban hasta ahí arriba. Pero las flechas sí. Tres silbaron al lado de la cabeza de Jardred y una cuarta le hizo un agujero en la chaqueta. Otra atravesó a Koa, lo que fue terrible para ella. No por el daño, sino por las cosquillas.
—Tienes razón, Koa. Todos están aquí, lo que significa… —dijo Jardred mientras se agachaba y cogía aire. Después volvió a transportarse a toda prisa como un rayo— que el resto del castillo estará desierto.
Jardred cogió todo el impulso que pudo y saltó desde el carruaje hasta un tejadillo, se encaramó a un poste y trepó mientras los soldados lo buscaban en cada rincón muy confundidos.
—No tardarán nada en encontrarnos y volver a perseguirnos —dijo Koa cuando subió la muralla y llegó a su lado.
—Pues a mí me da que van a estar un poco liados.
Koa estaba a punto de contestar cuando escuchó un gran alboroto más abajo. ¡Los prisioneros estaban saliendo! Jardred no solo había estado buscando a sus padres en las carroprisiones: también había estado abriendo los cerrojos.
Sin todos los soldados detrás de ellos, Jardred y Koa llegaron al otro extremo del castillo por la muralla. El problema ahora era llegar hasta la reina.
—Mira, Jardred. ¿Qué es eso?
Koa le señaló lo que había fuera de las murallas. Era algo parecido a un campamento. Sin embargo, lo que llamó la atención de Jardred fue otra cosa.
—¡La reina está allí abajo!
Bajaron con cuidado para no ser descubiertos y se escondieron en unos arbustos. Desde su escondite, veían pasar carretillas con pócimas de todos los colores.
—Esto no es un campamento militar —observó Koa.
—Es… científico.
En lugar de armas, armaduras y munición, lo que se almacenaba allí eran pociones, ingredientes y hornillos para cocer. Salvo unos cuantos guardias reales, los que corrían de un lado a otro tenían unas batas con un escudo bordado.
—La Orden de los Alquimistas —se dio cuenta Koa.
Jardred se acercó a un estante lleno de aquellas pociones de colores brillantes y luminosos. Estaban etiquetadas y leyó en voz baja:
—«Superfuerza», «superresistencia», «supervelocidad»… Adiós, adiós, ¡esto es una locura! Si hay hasta una poción de «supersoportar el agua». ¿Quién en su sano juicio iba a querer meterse debajo del agua?
—En la dimensión Origen, la gente que no es del reino del Fuego suele hacerlo —observó Koa—. Estas pociones deben de ser el arma secreta de la reina para la invasión.
—Hablando de su flamante majestad…
Más adelante, en una explanada, estaba la reina Raven. La rodeaba una barrera de ramas oscuras y espinosas. Era como un árbol macabro que diera por frutos bolas de fuego que bailaban y se agitaban con el movimiento de su dueña. En la cabeza llevaba el equivalente a su corona, roja y puntiaguda, donde en lugar de joyas mostraba un terrible y enorme ojo azul.
—La verdad es que da miedo —admitió Koa.
A su lado había un científico que tenía pinta de ser el jefe de la Orden de Alquimistas y se notaba que estaba bajo mucha presión, porque no paraba de sudar.
—Vamos —dijo Jardred, pero Koa lo agarró de la chaqueta.
—¡Eh, no podemos ir así como así! Nos atraparían antes de acercarnos a ella.
Jardred se rascó la barbilla, pensativo.
—¿Podrías crear una distracción? —preguntó.
—Por favor, soy una gata —respondió con malicia—. Claro que puedo crear una distracción.
Koa se acercó con total indiferencia a una mesa llena de pociones. Como con desgana, saltó sobre ella y miró una poción que estaba cerca del borde. Movió una patita despacio y… al suelo. Luego dio unos toquecitos a otra y… al suelo. Una detrás de otra, las pociones cayeron todas al suelo. Para cuando uno de los alquimistas se dio cuenta, ya era demasiado tarde, porque después de mezclarse tantas pociones rotas, todo estalló.
—Bien hecho, Koa —dijo Jardred al aire.
Avanzó hasta estar tan cerca de la reina que pudo oler su perfume a chamusquina y cenizas. Se disponía a salir de su escondite tras un carro de suministros cuando escuchó algo que captó su atención.
—No se preocupe, su flamante, las pociones estarán listas dentro de tres días para el momento de la invasión. Tenemos muchos «voluntarios» para probar sus efectos —dijo el científico aterrado tras ver la explosión.
—Más te vale, Morís, o te convertiré en carbonilla —dijo la reina con una voz llena de autoridad—. Debí hacerlo por esta imperdonable tardanza tuya con el portal.
Morís tragó saliva.
—Compréndalo, alteza, no depende de mí. Los cristales que sustituyen las fuerzas elementales para el transporte dimensional ya están listos y colocados estratégicamente. Y el portal que los activa, también. Podríamos salir de esta dimensión ahora mismo, pero si queremos volver a Origen, tiene que ser en el momento exacto, dentro de tres días…
—... Cuando las dimensiones del Origen y del Vacío estén de nuevo alineadas tal y como estaban en el momento del exilio —terminó la reina por él—. Estoy quemada de oírtelo decir, Morís. Ahora trae a toda esa chusma y prueba las pociones.
Jardred ya no pudo aguantar más.
—¡No te atrevas a insultar a mis padres y mis amigos! —gritó al salir de su escondite—. Y ahora mismo vas a soltarlos a todos.
De la sorpresa, Morís se cayó al suelo. La reina, en cambio, tras mirar a Jardred un segundo, comenzó a reír.
—Oh, claro —siseó ella como las brasas—. ¿Y qué más puede hacer la reina por ti?
—Devolvernos nuestros hogares. —Jardred apoyó sus palabras con un amenazador puño envuelto en llamas.
—¿Y cuándo quieres que haga eso? ¿Antes o después de acabar contigo a fuego lento?
La reina Raven se envolvió en un manto de llamas furiosas que incendiaron la bata de Morís.
—¡Jardred, ya vienen! —gritó Koa cuando llegó a donde estaban.
Jardred estaba encendido de rabia, pero cuando vio que la guardia real ya corría hacia ellos, se dio cuenta de que estaban perdidos.
