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—Llegas tarde. Otra vez. —Aunque intenté entrar con discreción, mi jefa de equipo, de espaldas a la puerta, percibió mi presencia. Lo hace siempre, como si tuviera algún sensor de proximidad en el cerebro. Se volvió hacia mí.

—Qué cara traes, Thorion. ¿Has vuelto a dormir en el Mirador?

Asentí. No era una novedad. Mis colegas saben dónde paso gran parte de mi tiempo de Gozo. Saben de la existencia del Mirador, aunque nunca lo hayan visto. Da igual, en realidad, qué hagas o dónde estés durante tu Gozo. Mientras te regocijes convenientemente en agradecimiento por una jornada productiva, puedes hacer lo que te dé la gana. Ejercicio físico, sexo, religión, lectura, inmersiones recreativas… Incluso pasar la noche en el suelo de una sala que nadie en su sano juicio querría conocer.

Ferralla me trata más como a un simple trabajador que como lo que oficialmente soy: su hijo adoptivo. Los grupos de trabajo, pequeños, se forman por afinidades laborales, por especialidades técnicas y por lazos afectivos y de parentesco. Un modo de relación diseñado por DIOS cuando fue evidente, cuatro siglos atrás, que sostener el funcionamiento de la Takarabune no podría hacerse contando sólo con la rigidez de las jerarquías. Cuando hubo que decidir qué hacer, si volver o continuar, sí quedó claro que la nave iba a precisar de cuidados más allá de sus increíbles sistemas de autorreparación, previstos en principio sólo para una duración de quinientos años. Sistemas que ya llevaban en uso casi el doble. Y después de otros cuatrocientos años, también quedó claro que DIOS acertó con su diseño: los pequeños grupos son más eficientes y, además, parecen disfrutar del trabajo cuando los unen lazos familiares. Aunque esto último es bastante relativo… El disfrute depende de la tarea que se te asigne. Las programaciones mensuales son organizadas por Ganesha, otra de las personalidades virtuales de DIOS, y supervisadas por los mandos administrativos. El sistema es muy complicado, la verdad. No puedes quejarte, te toque lo que te toque, cuando te toque o donde te toque. Yo, lo que llevo peor son los turnos en Servicios de Asistencia Ciudadana, un extra aparte de tu trabajo diario. Odio tener que pasar un día al mes sirviendo en cantinas, comedores o, peor aún, limpiando retretes o conductos de ventilación. Y si intentas protestar, cosa a la que, por supuesto, tienes derecho según el Códice, el funcionario de turno, siempre un mando de Nivel Tres o Cuatro, de inmediato te muestra ese artículo que todo lo puede: «El ciudadano mostrará su conformidad y amor por el Sistema sabiendo que de su devoción gozará toda la Ciudadanía». Así que sólo puedes disfrutar del trabajo que te toque. O arriesgarte a perder un porcentaje de tus suministros en el siguiente Ciclo Productivo. Lo que no es recomendable si te quedas sin azúcar o tabaco…

Ferralla dio unos golpecitos insistentes sobre su datapad y me miró muy seria. Bueno, como siempre, en realidad. Siempre está seria.

—Lo siento de verdad. Sí, me quedé dormido. Y cuando me desperté… Bueno, te compensaré del modo que quieras. Acabaré mi turno más tarde.

Ella me dio la espalda otra vez para prestar atención a los datos de la interfaz mural del Centro de Mantenimiento número 1 de la amura de babor. La nave es tan grande que hay veinticinco centros de ese tipo por cada costado. El nuestro se ocupa de los cuatro primeros cuadrantes de ese flanco.

—No, Thorion. Te encomendaré otra tarea hoy.

Vaya, qué sorpresa. ¿No habrá reconvenciones ni charlas? Era la tercera vez que me incorporaba tarde a su turno en lo que iba de trimestre. Ferralla puede considerarme como a un hijo, pero es mujer de estricto sentido del deber. En la ocasión anterior me hizo copiar tres capítulos del Manual del Técnico Entusiasta que Ama su Trabajo. Por supuesto, durante mi tiempo de descanso y no en mi turno. Así que otra tarea. ¿Qué tarea de castigo había pensado esta vez?

Ferralla usó durante unos momentos la interfaz y luego, sin mirarme, tocó con un dedo su brazalete. En mi databand se iluminó el indicador de entrada. Activé el enlace neural y asimilé mis nuevas órdenes. Sonreí.

Cuadrante de babor número 2, cuadernas 16 y 17. Revisión y reparación de cobertura estructural. Aplicación del protocolo de control de grietas y superficies de aerogel. Sustitución de antena de posición AE-35. Tiempo estimado en exterior: dos horas y quince minutos. Equipamiento: EVA estándar. Número de operarios: dos.

Así que el castigo iba a ser salir a la cubierta externa de la Takarabune. El cuadrante 2 quedaba casi casi en la misma proa, algo que te da la oportunidad de contemplar la nave en toda su longitud. Eso si miras hacia atrás, porque si miras adelante…

El vacío y la nada absolutos.

Bueno, no tan vacío y mucho menos la nada, pero no puedo evitar esos pensamientos banalmente poéticos. Si hay algo que me guste más que el Mirador, eso es salir de la Takarabune. Una tarea que poca gente aguanta. Ni siquiera entre los ingens, acostumbrados bastante más a la inmensidad del espacio que cualquier otra persona a bordo. Pero a mí me gusta. Disfruto cada vez que salgo. Disfruto de la experiencia de ponerme el traje extravehicular, que a mí no me agobia, a diferencia de otros. Me gusta el ritual de enfundármelo sabiendo que no tardaré en estar ahí afuera. Me gusta caminar en el silencio absoluto del exterior, sólo quebrado por mi propia respiración y las indicaciones por radio entre los miembros del equipo. Allá afuera, el campo de gravedad artificial de la nave es casi inapreciable, lo justo para no salir despedido, así que caminar es como flotar. Sales siempre atado a un cable de seguridad, por supuesto, y las botas magnéticas impiden que accidentalmente pierdas el contacto con la cubierta. Pero, aun así, la sensación es…

No sé cómo describirla.

Perderte. Alejarte. Flotar lejos y solo. El espacio no me da miedo. Es mi amigo. Mi aspiración. Me da paz, como ya he dicho.

—Nut ya está en la esclusa del cuadrante 2. Ella dará las órdenes. No la hagas esperar.

—Muy bien, jefa. Me voy.

—Espera, iré contigo.

Vaya, otra sorpresa. No le pregunté por qué, por supuesto. No me lo habría dicho. Tendría cosas que inspeccionar o controlar por esa parte de su feudo. Así que asentí y me dirigí a mi taquilla para sacar el equipo EVA, comprimido en una mochila de tamaño medio, y mi maletín de operaciones estándar. Tomamos la lanzadera magnética más cercana al Cuadrante 2 y recorrimos los siete kilómetros hasta allá en menos de un minuto. Detesto los magnéticos: se me taponan los oídos y me duelen. Pero es eso o recorrer a pie el dédalo de galerías, túneles de servicio y un montón de tubos Jefferies inacabables, así que mejor el dolor de oídos. En una nave de sesenta kilómetros de eslora no encuentras otro modo de desplazarte, vayas donde vayas. Hay decenas de tubos magnéticos que atraviesan y conectan toda la Takarabune, pero, al menos, los que usamos los ingens para tareas técnicas están mucho menos concurridos.

Vi a Nut al otro lado de la esclusa interna en el Centro de Mantenimiento del cuadrante 2, vestida ya y revisando el material. Saqué mi traje y me lo puse sin ayuda. Cuando tienes experiencia no te hace falta. Zas, zas, zas… y puesto. La escafandra cuesta algo más porque se guarda plegada en el maletín y, si no la montas bien, hay fugas de aire que hacen sonar las alarmas en tus orejas hasta dejarte sordo. Pero llevo años haciéndolo a solas. Yo ya tengo algo de antigüedad, por supuesto. No soy ningún chavalín.

Ferralla, como buena jefa, me inspeccionó antes de entrar en la sala estanca. Todo bien, por supuesto. ¿Qué se había pensado? Adopté el aire de suficiencia de un veterano y ella activó en remoto las alarmas de presurización de mi escafandra.

—¡Vale, vale! ¡Para, por favor! —imploré, incapaz de encontrar en ese momento el control de los avisos acústicos.

En el exterior, los guantes se adaptan a tu mano como una segunda piel. Sin embargo, en la atmósfera de la nave parecen ser de tres tallas más grandes que tus dedos, así que te vuelves bastante torpe. Ferralla alzó la comisura del labio en una sonrisa desganada. Pero es su sonrisa, y vale tanto como una carcajada. La estridencia desapareció. Yo saludé llevando el puño a la sien como hacen los milites, cogí mi mochila y abrí la compuerta.

Por el ventanuco vi su cara. Seria, distante. Si no la conocieras, podrías creer que está enferma o harta de todo. Pero no, es una ingeniera de estructuras de primer orden. Por su edad y categoría bien podría formar parte del Consejo Ciudadano que trata con la Auctoritas los asuntos referentes a todos los gremios. Sé que le ofrecieron el puesto varios años atrás y que ella lo rechazó con palabras educadas, y con el mismo gesto de cansancio de ahora. No supe por qué y no me atreví a preguntar.

Ferralla es cercana y distante a la vez. Guarda secretos, y es de esas personas que de verdad los guardan. Todos la respetamos, no sólo en mi equipo. Todos los equipos de Ingeniería Estructural la respetan. Es una leyenda.

Ella sacó a mis padres de la bóveda accidentada. Los sacó con vida, aunque no tardaron en morir. Fue un trabajo mal hecho y ella no era la supervisora. Hubo fallos que luego fueron depurados. Al responsable, como es habitual en negligencias de extrema gravedad, se lo condenó al exilio o a la eutanasia. Eligió eutanasia. Yo me alegré. Era un adolescente y me alegré. Me dijeron que tuvo la culpa del desastre, así que lo natural fue alegrarme de su muerte. Nunca supe su nombre y no quise saberlo. Él, simplemente, fue quien los mató.

Hace ya mucho tiempo que me arrepentí de mi alegría. La muerte de ese hombre no me devolvió a mis padres, sólo sumó más tristeza cuando comprendí que hay cosas que pasan y que no tienen… No sé, iba a decir explicación. No es eso, simplemente ocurren. Se encadenan unos eslabones a otros y ya está. Ningún accidente sucede porque sí. Siempre hay una cadena de causas. Te puede tocar a ti hoy, mañana tal vez. No miras bien, no recuerdas bien el orden de los interruptores, te equivocas al contar… En fin, el supervisor no era un mal hombre. Sólo se equivocó.

Ferralla me adoptó legalmente tras la muerte de mis padres y firmó ante la Auctoritas su compromiso como tutora y responsable. Ella tenía ya dos hijos, a quienes considero verdaderos hermanos: Racor, la menor, y Polonio, el mayor. Yo soy el más pequeño de los tres. El padre de ambos murió por un problema cardiaco hace muchos años; no lo conocí. A todos los efectos son mi familia nuclear. Y Ferralla para mí es mi madre, aunque jamás mostremos ante nadie la menor señal de familiaridad. Es como lo prefiere ella.

Tía Ferralla, la llamaba yo de niño. Hoy la llamo jefa. Sin más. La quiero mucho, no podría acabar nunca la lista de cosas que le debo. Me trató como a uno más de sus hijos. La Auctoritas le dio su venia, pues el acto de Ferralla cerraba un proceso que normalmente es largo, tedioso y triste. No es fácil que alguna familia adopte a chiquillos huérfanos, lo habitual es acabar en el Colegium hasta que llegas a la edad de la Formación Técnica. Para entonces te has vuelto un canalla o un tarado. Se dice que los castigos a los internos no son agradables…

Nut me dio un golpecito en el brazo.

—Hola, tío. ¿Listo?

Asentí con un guiño y el pulgar alzado. Todos conocen mi afición por salir. Cambio turnos siempre que puedo, sólo para hacerlo. He ganado azúcar y tabaco extra, del mejor que cultivan en AGREN, a cambio de turnos exteriores. Me aprovecho del miedo al vacío de muchos ingens, que prefieren reptar por conductos de servicio antes que estar ahí afuera. Yo soy un bicho raro. Tal vez porque descubrí el Mirador cuando más falta me hacía.

—A ver, Thor. Me sigues como punto uno, ¿ok?

—Sí, Nut. Correcto.

Ella asintió con una sonrisa desdibujada por la máscara facial. En el equipo me llaman con un diminutivo de mi nombre. Alguien descubrió que el elemento químico Thorio se llama así por el dios nórdico Thor, alto, rubio y fuerte. Dado que no soy ni alto, ni tan rubio, ni… bueno, no tan fuerte, a todos debió de hacerles gracia acortar así mi nombre. No me importa, es un indicativo de trabajo tan bueno como cualquier otro. O mejor. El de Nut o el de Ferralla suenan más bien a chatarra…

Nut, como responsable de la misión, revisó otra vez nuestro equipo: trajes, herramientas, ganchos y cables de seguridad… Luego despresurizó la cámara y abrió la compuerta exterior. Con cierta torpeza ascendimos el corto tramo de la escalera vertical y salimos.

De nuevo sin palabras.

Y es que de verdad que no puedo describirlo. La esclusa del cuadrante 2 te deja en el castillo de proa, que cuelga literalmente sobre la verdadera proa, más abajo y más adelante, de forma que casi parece que estás en el borde de la nave. La sensación es como la del Mirador, pero mucho más auténtica. Más intensa. Primero, porque la perspectiva y la distancia ocultan la punta triangular de la Takarabune, y segundo, porque realmente estás afuera. Nada, salvo tu delgado traje y el cable de seguridad, te separa del abismo. Te sientes pequeño, irrelevante y muy poca cosa.

A tu alrededor, mires donde mires, sólo hay distancia.

Es lo más hermoso que he visto jamás. El espacio no es oscuro. Está lleno de luz, de franjas y manchas brillantes, de millones y millones de pequeños puntos que tu mente racional te dice que son otras galaxias en las que, a su vez, hay millones y millones de estrellas, pero que tu mente irracional sólo ve como un fondo sobrecogedor ante el que incluso la mole de la Takarabune es… nada. Y tú estás ahí, en su punta, diminuto, insignificante. Pero feliz.

Justo ante mis ojos, un lucero blanco algo más grande que el resto indica nuestra meta: una estrella que en los viejos catálogos estelares se llamaba Gliese 7574. Nunca se la consideró un objetivo primario, no al menos cuando se desarrolló el Proyecto Barco del Tesoro. Desde la Tierra no se la podía observar bien debido a acumulaciones de gases interestelares, y además estaba demasiado lejos y no parecía interesante, pero cuando llegaron a Destino, al primer Destino, y hubo que buscar alternativas, se descubrió que la mejor opción era un planeta en la zona de habitabilidad de aquel astro. DIOS calculó que su IST, su índice de similitud con la Tierra, era de punto noventa y cinco. Agua, oxígeno, nitrógeno, campo magnético, inclinación axial, dos lunas de tamaño suficiente… Un lugar confortable, al parecer, y muy parecido al ruinoso Destino I. La estrella, por su parte, es un poco más grande que el Sol, aunque la mayor distancia al planeta compensa ese hecho. No había muchas otras posibilidades, por lo que la decisión fue fácil. Y tuvimos suerte: encontrar dos planetas habitables relativamente cercanos resulta bastante improbable. La verdad es que, si no hubiera sido así, yo no estaría escribiendo esto ahora. Así que la Takarabune volvió a ponerse en marcha, aceleró durante los primeros quince años y aquí estamos ahora, rumbo a Ilión y a Destino II.

Ése fue el nombre que DIOS le dio a Gliese 7574. Por qué tal nombre…

Bueno, la mayor parte de la gente a bordo no lo sabe, y, además, le daría lo mismo, de saberlo. Aunque yo sí tuve interés por averiguarlo: Ilión es el nombre de un lugar mitológico. Una ciudad de la Tierra, más conocida como Troya. Aparece en varias historias antiguas, realmente antiguas. Lo que no sé es por qué DIOS las usó para nombrar a la estrella y a Destino II, pero la verdad es que son mejores que Gliese tal y cual. Porque al planeta no lo llamamos así, sino Ítaca, otro nombre mitológico relacionado con el primero. Como nombres, me parecen bastante más adecuados. Tienen más, no sé, magia. Suenan a aventura. A emoción.

Ítaca no es una ciudad, sino una isla, a la que el héroe de la historia regresaba desde Troya tras un larguísimo viaje en el que sufrió todo tipo de penalidades. Lo importante, según entendí, no fue tanto llegar a su destino como el viaje mismo. Así que cabe imaginar que nuestro DIOS tiene, además de sus prodigiosas facultades cognitivas, sentido del humor… si es que una inteligencia artificial puede tenerlo. Bueno, a fin de cuentas, guarda en su memoria todos los bancos de datos, tanto de la nave como de nuestro mundo de origen.

Lo de la isla sí que me impresionó: un trozo de tierra en mitad de un océano. Por supuesto, sé qué es un océano. Todos hemos visto imágenes de la Tierra. De sus mares, cordilleras, bosques y hielos polares. Gracias a las salas holográficas y a las recreaciones metaversales casi parece que estás allí, así que cuando descubrí lo que es una isla sólo pude pensar que la Takarabune es exactamente eso: una isla artificial propulsada por un agujero negro encapsulado que navega a través de un océano de estrellas. No parece una buena comparación, por supuesto, porque la correcta sería decir que los planetas son las islas y nuestra nave uno de los barcos que, allá en la Tierra, iban de unas a otras.

Da igual la imagen. Vamos hacia Ilión y a su mundo Ítaca. De alguna manera, también, como el héroe de la historia, volvemos a casa.

Como de costumbre cada vez que salgo, me quedé embobado mirando allá afuera. Nut, que me conoce bien, se me acercó para enganchar su cable de seguridad al mío. Procedimiento estándar PO 755/54A, Salidas extravehiculares en ausencia de gravedad artificial.

Vamos, soñador. Tenemos trabajo que hacer.

Sí, jefa. Te sigo.

Mi voz sonó chirriante en el circuito de comunicación. Tomé nota para registrarlo en el informe de la tarea. Algún fallo de modulación.

La misión consistía en revisar las junturas de las enormes cuadernas del casco en esa zona y reparar los daños causados por polvo estelar o partículas algo más grandes. A la velocidad a que nos movemos pueden hacer bastante daño. La cobertura del casco absorbe la mayor parte de los impactos, y las zonas más sensibles están protegidas por campos magnéticos que desvían partículas cargadas, y también por ventanas de plasma, que sólo se usan en casos de emergencia por su alto consumo de energía. Para los objetos más grandes, los sistemas de protección incluyen detectores de larga distancia y láseres excimer que crean una burbuja de seguridad delante de la proa. Antaño, durante la primera parte del viaje, el que llevó a la nave a Destino, nadie se encargaba de estas cosas. Todo era automático: había legiones de tecnobots de reparación. Con el tiempo, y dado que no se previeron esos sistemas para más de quinientos años, hubo que añadir personal humano al trabajo. Sin embargo, por muy impresionante que sea la tecnología de la Takarabune, es ya un navío muy viejo. De casi mil años. No es cualquier cosa, la verdad. Su diseño se hizo con cuidado y para durar, pero la necesidad llevó al límite todas sus capacidades. Nadie, en la primera parte del viaje, estuvo despierto. La tripulación y el enorme contingente de colonos permanecieron en estasis todo el tiempo. Todo cambió al llegar a Destino.

De repente, había que encontrar otra meta. Y los sistemas de estasis dejaron de ser operativos, por lo que los colonos no pudieron volver a la hibernación. ¿Cómo resolverlo? ¿Cómo organizar una nave entonces poblada por casi setenta mil personas, que iban a necesitar alimento, agua, vestimenta y todas esas cosas que hacen que una civilización sea lo que es? Los recursos eran limitados. No fue fácil.

El Director Interplexado de Ordenamiento Sincrónico, DIOS, se activó al iniciarse el Modo de Excepción, modo que se mantuvo activo durante los primeros años. Antes de DIOS hubo otra IA más elemental, creo que la llamaban DON, aunque no sé qué significan sus siglas. Y me parece que por entonces todavía no existía la Auctoritas. Al principio, de mantener el orden y evitar el caos se ocupó la tripulación, apoyada por el contingente de marines de a bordo, bajo el mando directo de la capitán. De ahí surgió luego la casta más alta en la jerarquía ciudadana: la de los mandos. Nuestra sociedad de castas, o de razas, como las llaman algunos, nació de la necesidad. No en ese momento inicial, sino después, cuando las cosas se torcieron. Porque no siempre se mantuvieron el orden y la paz. En estos casi cinco siglos del Segundo Viaje hemos vivido situaciones bastante malas. Bueno, no yo, claro: mis ancestros. Sé que hubo accidentes. Algún impacto meteórico grave, averías en los gravitadores, un fallo en AGREN que colapsó muchos cultivos hidropónicos y causó hambrunas…, incluso un intento de rebelión. Bueno, intento, intento… Fue algo más que un intento.

Mientras le daba vueltas a todo esto, y dado que poseo la habilidad de pensar en una cosa y hacer otra a la vez, utilizaba mi escáner portátil para revisar el área que me correspondía, buscando grietas u otras fallas estructurales causadas por micrometeoritos y cosas así.

Una tarea que, digo yo, resulta bastante absurda. La nave es muy resistente. Se hizo para durar. La mayor parte se compone de materiales cerámicos y metamórficos, supongo que porque en la Tierra no debió de ser fácil reunir tanto metal para una nave tan grande. Casi todo él se empleó en el casco exterior, que está cubierto de algo llamado aleación de alta entropía, una rama de la química que a mí se me escapa por completo. Sé de estructuras y de conexiones, se me da muy bien entender qué conecta unas cosas a otras, pero no entiendo mucho de qué están hechas. Ferralla dice que estudio poco, que así no llegaré lejos. Bueno, no estoy seguro de si llegar lejos importa mucho en una nave donde todo está medido y controlado. O de qué significa llegar lejos. Ésa es al menos mi opinión.

Pero, sobre mi opinión, Ferralla dice también que me la guarde en el mismo bolsillo donde llevo mi tuerca de la suerte. Hay que hacer el trabajo como lo exigen los protocolos de Mantenimiento Operativo y punto, así que daba pasos cortos y seguros para no distanciarme de Nut y no dejar nada sin comprobar. A mi derecha, Nut hacía lo propio. Tejíamos con una especie de danza para cubrir toda la superestructura del castillo de proa sin que nuestros cables se cruzaran. Paso adelante, escáner al frente, señales en verde. Paso adelante, escáner al frente, señales en verde.

Decía que, al cabo de unos treinta y tantos años de iniciado el Segundo Viaje, hubo una revuelta. Un motín que acabó causando enormes pérdidas en vidas y en recursos. Casi podría decirse que fue una guerra civil. Por entonces no existía aún la división de castas. No había etnias diferenciadas, sólo estaban la tripulación y el pasaje. Ya había descendientes, pero todavía quedaba con vida una parte de la población que embarcó en la Tierra. He leído algo acerca de cómo era el orden social antes de la promulgación del Códice. Y no me queda muy claro el modo en que se organizaban. Pero parece ser que los miembros de la tripulación, los que se corresponden con los actuales mandos, habían acumulado poder y prerrogativas que el resto no poseía. La Ciudadanía y los Cinco Distritos, AGREN, INGEN, MANDO, MILITES y SCIENTIA, nacieron después del caos y la destrucción que aquella rebelión causó a bordo. Rebelión Púlsar se la llamó, porque todo se desató por causa de un púlsar que obligó a desviar la trayectoria de la nave para evitar sus emisiones de rayos X, lo cual aumentó la duración del viaje.

Paso adelante, escáner al frente, señales en verde.

Una vez sofocada la rebelión, se expulsó a mucha gente al espacio. Otra mucha fue exiliada a las cubiertas inferiores. Desde entonces hay una casta por debajo de la base de la pirámide social: los indocumentados. Los proscritos. Los que no tienen databand y no pueden, por tanto, acceder a los servicios de la Takarabune. No son ciudadanos. Son parias. Supongo que no serán muchos. Eso pienso, y lo creen los demás. Más que nada porque sobrevivir en los sollados más lejanos de la nave no debe de ser fácil.

Paso adelante, escáner al frente, señales en rojo.

Me detuve tan bruscamente que mi cable tiró de Nut. Sus suelas magnéticas la retuvieron, pero imagino que fue incómodo.

¡Eh!, ¿qué haces, tío?

Mira esto.

El tono de mi voz debió de ser bastante claro. Se acercó veloz y observó lo mismo que yo. No había posibilidad de error: el material aislante de aerogel de grafeno bajo las placas del casco se veía a lo largo de las junturas, a través de una ancha separación entre ellas que no era la normal y no debería tener ese aspecto. Que ocurriera en un par de losas sería aceptable: defectos puntuales debido a las tensiones gravitatorias en la estructura principal. Que ante nuestros ojos y en toda la extensión del castillo de proa pudiéramos observar el tejido conectivo bajo las placas, suponía algo más.

No era bueno.