LOS ORÁCULOS Y LAS PROFECÍAS
EN MESOPOTAMIA

 

 

BREVE PRESENTACIÓN DE LA CUNA DE LA CIVILIZACIÓN

 

Desde el punto de vista geográfico, Mesopotamia (de meso, «medio», y del griego potamos, «río») es un territorio de 1.000 km de longitud por 200 o 300 km de anchura. Se extiende desde la región de Mitanni, al sur de Turquía, hasta el «mar Inferior», o golfo Pérsico. Por el este, el territorio limita con Zagros, una región montañosa del sur de Irán, y por el oeste, con los desiertos arábigo y sirio. Estos desiertos están separados por una depresión cavada por los dos ríos que riegan aquellas tierras, el Tigris y el Éufrates, que desde siempre han dado unas buenas condiciones de vida a la región. En la parte norte se construyeron las ciudades de Assur, Nínive y Mari. En el centro, en el Tigris, se encuentra Ctesifonte, que más tarde sería Bagdad. Allí nació Mani, fundador del maniqueísmo, en el siglo II. Yendo hacia el sudeste, se atraviesa Babilonia y se entra en el territorio de Sumeria, cuyas principales ciudades fueron Shurupak, Uruk y Ur. Se trata del pueblo caldeo, instalado en el vasto y fértil delta constituido por las desembocaduras del Éufrates, en el oeste, y del Tigris, en el este. Este territorio constituye la parte oriental de la media luna fértil.

 

 

LOS SUMERIOS

 

Uno de los primeros pueblos que ocuparon Babilonia, desde Ctesifonte hasta el mar Inferior, fueron los presumerios, bastante desconocidos. Una de las pocas cosas que se sabe con certeza de ellos es que fueron invasores que procedían del este, posiblemente de Irán, y que no eran semitas. Los presumerios se instalaron entre los años 4500 y 4000 a. de C. y, poco a poco, recibieron infiltraciones por parte de los semitas. A partir del 3300 a. de C., unos pueblos del este, procedentes, se cree, de Anatolia, se instalaron en la Baja Mesopotamia y crearon una docena de ciudades-estado fortificadas, como Kish, Lagash, Ur, Sippar, Nippur, etc. Cada una de ellas honraba a sus propias divinidades y poseía un templo en su centro. Al parecer, ocho reyes reinaron antes del diluvio del año 3000 a. de C. El primer señor de la guerra que logró reunir varias ciudades bajo su dominio fue Etana, rey de Kish en el año 2800 a. de C. Posteriormente se reanudaron los conflictos entre ciudades, hecho que convirtió a Sumeria en una presa fácil para los conquistadores elamitas (del 2530 al 2450 a. de C.), y luego para los acadios de Sargón (del 2334 al 2279 a. de C.), que consiguieron unir todas las ciudades bajo un solo gobierno. La dinastía sargónida duró un centenar de años y, en tanto que nuevo modelo de gobierno, influyó en la civilización de todo el Oriente Medio. Después de esto, las ciudades-estado se independizaron y Mesopotamia, en su conjunto, fue conquistada por los amoritas (1900 a. de C.).

A los sumerios debemos la invención de la escritura y del sistema sexagesimal, una de cuyas consecuencias fue la división de la hora en 60 minutos, y del minuto en 60 segundos. También inventaron el torno de alfarero y los primeros códigos de leyes. Alrededor del año 3000 a. de C., un cataclismo histórico se cernió sobre el territorio: el diluvio. Los hechos históricos o legendarios referidos a esta época a menudo hacen alusión a este acontecimiento considerándolo una frontera, en el tiempo, entre periodos: antediluviano y posdiluviano. La tablilla WB 62, por ejemplo, enumera los nombres de los reyes antediluvianos («WB», del nombre del mecenas y coleccionista inglés Weld-Blundell). El apogeo de la civilización sumeria tuvo lugar durante la tercera dinastía de Ur (en el Éufrates) y los 48 años del reinado de Shulgi. Esta dinastía concluyó en el 2016 a. de C.

El arte sumerio situó la escultura en un nivel que difícilmente sería igualado después, en cuanto a su densidad, simplicidad y majestuosidad. También hay que citar las realizaciones arquitectónicas, como los zigurats, torres de varios pisos de superficie decreciente que se alzan varias decenas de metros afinándose hacia el vértice; uno de sus exponentes es la torre de Babel del Antiguo Testamento. En el ámbito religioso, el sistema estaba basado en un politeísmo ampliado, fundado en la adoración de unos dioses comunes a todo Oriente, y de otros propios de cada ciudad. Al frente de estas ciudades estaba el príncipe, que acumulaba el poder político y religioso.

 

 

LOS ACADIOS

 

El territorio acadio se extendía al noroeste de Mesopotamia, por encima de Ctesifonte (cerca de Bagdad).

Los acadios fueron un pueblo semita surgido en los desiertos de Arabia. Se sabe poca cosa de ellos, si bien forman un grupo dinástico de orígenes indeterminados, que aparece en la Baja Mesopotamia hacia el año 2300 a. de C., con Sargón, un personaje excepcional.

Sargón era el hijo de una sacerdotisa del templo, a quien su posición prohibía la maternidad. Esta, por haberse librado al pecado de la carne, abandonó en aguas del Éufrates al fruto de sus entrañas, colocado en un cesto de caña con betún. Pero como los dioses velaban por el recién nacido, un guardián de los canales de riego lo recogió y lo educó. Más tarde, siendo el protegido de la diosa Istar, fue el copero mayor de la corte del rey, y finalmente ascendió al rango de príncipe. Al frente de un pequeño ejército de semitas sirios, Sargón derrotó hacia el año 2300 a. de C. al rey de Sumeria, sometió al país y fundó la ciudad de Acad. Desde entonces, toda su vida fue una guerra de conquistas sin tregua, con el objetivo de construir un imperio que desembocase en el Mediterráneo, que, sin embargo, era imposible de administrar con los medios de la época. De hecho, sus sucesores tuvieron que dedicarse a reprimir constantes revoluciones. El último rey incontestable de la dinastía fue Shar-Kali-Sharri, cuyo reinado duró hasta el año 2016 a. de C. Luego llegó la época de los asirios y, paralelamente, la de los babilonios. Los dos reinados tuvieron existencias paralelas, antagónicas o confundidas. La primera dinastía babilónica que reinó fue la amorita, cuyo principal representante, Hammu-Rabi, sexto rey de Babilonia (de 1792 a 1750 a. de C.), pasó a la posteridad por haber promulgado el primer código de leyes que regían las relaciones entre los hombres.

 

 

LOS DIOSES DE ORIENTE

 

ADAD

 

Era el dios del trueno, del relámpago y de la lluvia, reinaba sobre los acadios y los arameos y en todo el oeste semítico. Era Baal-Adad («el señor más poderoso»). A menudo se le representaba con barba, armado con un bastón del que salía el relámpago y con un sombrero que llevaba el cuerno del poder —el toro era el animal que lo simbolizaba—. Las grandes funciones divinas, la luna, el sol, el relámpago, no han cambiado nunca, pero sus nombres sí lo han hecho según la época y el lugar. Adad, también dios de la lluvia y de las siembras, a menudo era invocado para inundar las cosechas de los enemigos o llevarles la sequía y, por consiguiente, el hambre. Por eso, al igual que Shamash, dios del sol, era consultado por vía oracular para conocer el futuro.

La paredra de Adad (elemento femenino asociado a una divinidad masculina) era Atargatis, venerada en el santuario arameo de Alepo. Adad sustituyó a Ishkur, su homólogo sumerio. Atargatis se confundía a menudo con Astarté, en la cultura fenicia, y con la anatolia Cibeles, en el mundo griego. Normalmente se la representaba sentada en un trono llevado por leones, símbolo de su poder, y con un manojo de trigo.

 

 

SHAMASH

 

Shamash, dios sol del panteón babilónico, era representado con la forma de un disco solar ideograma.

Era hijo del dios luna Sin y hermano de Istar (Astarté), diosa del amor y de la guerra. Dos ciudades estaban especialmente consagradas a su culto, Larsa, en Sumeria, y Sippar, en Akkar. Al ser dios de la justicia y del derecho, fue quien dictó su famoso código al rey Hammu-Rabi, y en su nombre se juraba al iniciar los procesos. Se le consultaba tanto como a Adad para la adivinación oracular. Al principio, su paredra fue Aya, que, más tarde, se confundió con Istar.

 

 

ISTAR

 

En el mundo religioso babilónico, Istar era la primera personalidad femenina, a la vez diosa de la guerra y del amor sexual en lo que tiene en común con la violencia del celo animal. Ello explica que las prostitutas babilónicas la convirtieran en su patrona. Los campesinos, por su parte, le habían dado el rango de guardiana de los graneros. Según las mitologías, era hija o hermana de Adad o de Shamash. Su símbolo era una estrella inscrita en un círculo.

La relación es inmediata con Venus, la estrella del pastor. Su número era el 15 y el de su padre, Sin, el dios luna, el 30. Después del reino de Acad, Istar se impuso a los asirios, que la convirtieron en fuente de numerosas consultas oraculares.

Posteriormente llegó a la Siria aramea, en donde su nombre se transformó en Astart, más femenino. A continuación, avanzando siempre hacia el norte, se convirtió en Astarté para los griegos, y fue una de las diosas más veneradas del mundo helénico. Istar fue, sin lugar a dudas, la divinidad más universal de Oriente Medio.

Estas son, desde la Palestina que veneraba a Astarté, hasta Caldea, las tres grandes divinidades.

 

 

LOS ARAMEOS

 

El término arameos reúne una confederación de tribus que hablaban un mismo idioma semítico común, agrupada principalmente en el norte de Siria. Estas tribus, que habían emigrado de los desiertos de Siria, se dirigieron hacia las regiones cultivadas del oeste de Fenicia y del este de Babilonia. En las crónicas asirias a menudo se hace referencia a bandas de arameos y akhlameos dedicadas al pillaje. Estos últimos aparecen mencionados por primera vez en un documento del año 1375 a. de C., proveniente de Tell el-Amarna (Egipto), bajo el reinado de Amenhotep III, padre de Amenhotep IV (Aknatón). Este manuscrito sitúa a los akhlameos en el Éufrates medio. Dos generaciones después, fueron derrotados por los asirios.

La primera mención de los arameos data del reinado de Teglat Phalsar I, rey de Asiria entre el 1115 y el 1076 a. de C., que sostuvo contra ellos y los akhlameos 28 campañas entre Palmira (a 200 km al noroeste de Damasco) y el Éufrates medio. Pero esto no detuvo la expansión aramea, que se extendió, de modo más o menos pacífico, por todo el Oriente Medio, desde Palestina hasta Caldea.

La gran reacción llegó por parte de los asirios, con Assur-Massirpal II (884-859) y, posteriormente, con Salmanasar III. Este último, en el 836 a. de C., logró anexarse el territorio del Éufrates medio. Entre tanto, en el 838 a. de C., había tenido lugar la batalla dudosa de Karnar, contra una federación que agrupaba a los príncipes de Israel, Fenicia, Hamat y Haram. Con la muerte de Acab, rey de Israel, se rompió la alianza de este país con los reyes de Aram. En el 740 a. de C., el asirio Teglatfalasar III conquistó Siria del norte, Samaria en el 734 a. de C. y Damasco en el 732 a. de C. El golpe de gracia lo dio Sarón, su sucesor, en el 720 a. de C., destruyendo Hamath, el último bastión de los reinados arameos del oeste.

Los semitas caldeos resistieron más tiempo en sus ciudades. Merodach-Baladan reinó en Babilonia entre el 722 y el 710 a. de C. Cuando se consumó su caída, los asirios deportaron a 200.000 caldeos, y luego, en el 689 a. de C., destruyeron Babilonia. Dos generaciones después, en el 626 a. de C., un general caldeo, Nabopolasar, tomó el poder de la Babilonia reconstruida. Al poco tiempo se alió con los medos y los escitas (persas) y aniquiló Siria. A partir de aquella fecha, en el nuevo Imperio babilónico se fundieron caldeos, arameos y asirios.

La lengua aramea, semítica y próxima al hebreo, proviene del fenicio. Las primeras inscripciones conocidas se remontan al siglo IX.

El principal dios arameo era Adad, cuyo templo se encontraba en Damasco. La diosa más popular era Astarté, venerada en Hierápolis (Siria).

También se veneraba a Sin, el dios luna babilónico, y a Shamash, el rey sol. En el panteón arameo, a veces encontramos, además, a El, un dios de los cananeos —al que estos habían convertido en padre de todos los dioses— y a Yahvé, testificado en Hamm Ath; este último se encuentra nuevamente en Kadesh (a 150 km al norte de Damasco), en el río Oronte —es probable que en esta región volcánica fuera el dios de los volcanes.

 

 

LOS TAMIAS (ORÁCULOS) BABILÓNICOS

 

Los textos conocidos, de fuentes asirias y babilónicas, provienen principalmente de las bibliotecas de Assurbanipal. Assurbanipal, el último de los grandes reyes sirios (668 a 627 a. de C.), constituyó en Nínive la primera biblioteca organizada sistemáticamente. Los tamitus asirios son unas preguntas formuladas por el rey. En Babilonia, las preguntas provienen indistintamente del rey o de particulares.

 

 

EL APOGEO Y EL DECLIVE DE ASIRIA

 

RENOVACIÓN

 

Asiria, cuya fuerza no había cesado de declinar desde el siglo IX a. de C., reanuda sus conquistas gracias al efecto de reformas profundas y al talento de su rey Toukoulti-Apil-Esharra III —el monarca que en la Biblia aparece con el nombre de Teglatfalasar III—. Es el hijo menor de la familia real y alcanza el poder en el 745 a. de C. mediante una revolución de palacio.

El nuevo soberano, sabedor del descontento que suscita el reclutamiento entre la población, decide abastecer la infantería con esclavos y limita el enrolamiento de sus súbditos únicamente a la formación de tropas de elite, técnicos militares, carros y caballería. Gracias al contacto con los medos, sus vecinos y adversarios, había aprendido a montar a caballo sin silla ni estribos, que utilizaron solamente para los enganches de carros.

En el año 743 a. de C. Teglatfalasar se anexa el reino de Damasco y luego, en la frontera sudeste de sus Estados, ocupa Palestina para ir contra Egipto. A continuación, invade las inmediaciones del territorio medo, para procurarse caballos y adueñarse de las minas de oro.

Finalmente, se centra en Babilonia, un territorio controlado, cuya civilización y cultos ejercen una influencia creciente en los asirios. Allí se proclama rey. A su muerte le sucede su hijo Shoulman-Asharedou (del 726 al 722 a. de C.) y luego otro hijo, Sargón II (del 721 al 705 a. de C.), cuya fortuna no desmerece la del padre.

Mientras tanto, los problemas de sucesión de los asirios permiten que un reyezuelo caldeo, un arameo de la Baja Mesopotamia, entre en Babilonia. Es Mardouk-Apal-Iddin, que aparece en la Biblia con el nombre de Merodach-Baladan. El soberano se alía con los elamitas y la coalición derrota a Sargón II.

Este último, ocupado en asentar su poder en Siria, se anexa en el 722 a. de C. el reino de Israel y aplasta al pequeño rey de Hamath (Fenicia), a pesar de contar con el apoyo de Egipto. En los años siguientes, Sargón lucha en las fronteras del norte contra los levantamientos de los poderosos Midas de Frigia y Rusa de Urartu, y esclaviza todos los antiguos principados salidos de los hititas del otro lado del Éufrates (714 a. de C.). Finalmente, Sargón recupera Babilonia. A partir del 713 a. de C. se empieza a construir una nueva ciudad, Mur (actualmente Khorsabad), que acababa de ser inaugurada cuando Sargón murió, en el 705 a. de C., en una batalla librada en Anatolia.

 

 

LA GESTIÓN IMPOSIBLE DE UN TERRITORIO DEMASIADO VASTO

 

El imperio construido por Teglatfalasar y Sargón II, demasiado grande, es todavía más vulnerable en cuanto que permanentemente es el objeto de sediciones de dos poderosos vecinos: Egipto, que apoya las revueltas en Siria, y Elam, que hace lo mismo en la frontera este.

Sin-Ahé-Eriba, hijo de Sargón II, hereda el trono. Es el Senaquerib de la Biblia (704 a 681 a. de C.). Sus problemas empiezan, como siempre, en Babilonia. Coloca a sus príncipes, pero no son del agrado de las tribus arameas atrincheradas en las inmensas zonas pantanosas de los deltas, y uno a uno los expulsan, ayudados por los elamitas.

Sin-Ahé-Eriba se ve sobrepasado y destruye sus templos y los sepulta bajo las aguas del Éufrates que han salido del cauce (689 a. de C.). En Siria, fenicios y palestinos se sublevan, con el apoyo del faraón (701 a. de C.). Ante Jerusalén, la ciudad-estado de Judá, sufre una derrota que sólo los autóctonos pueden explicar, a falta de historiadores (aparición de un ángel exterminador). Sin-Ahé-Eriba muere en el 681 a. de C., asesinado por dos de sus hijos, hecho que se considera el castigo natural del sacrilegio cometido en Babilonia.

Después de dos años de guerra civil, en el 680 a. de C., le sucede su tercer hijo, Assur-aha-Iddina (del 680 al 669 a. de C.), que en la Biblia recibe el nombre de Assarhaddon. Su primer gesto es reconstruir los templos de Babilonia. A continuación debe contener los intentos de invasiones por parte de caballeros escitas que bajan del Cáucaso. Para acabar con las insurrecciones que los egipcios no dejan de provocar en Siria, Assur-aha-Iddina atraviesa el Sinaí y ocupa el delta del Nilo (671 a. de C.). En el 669 a. de C., antes de morir, divide el imperio entre sus dos hijos, adjudicando Babilonia al mayor. Shamash-Shoumoukin reina, siendo vasallo de su hermano menor, Assurbanipal (del 668 al 627 a. de C.). El joven rey de Asiria, a diferencia de sus predecesores, es un soberano culto que hace construir bibliotecas. En la de Nínive se conservan 6.000 tablillas, religiosas y profanas, procedentes de antiguas civilizaciones de Sumeria y Babilonia.

Sin embargo, a diferencia de sus predecesores, Assurbanipal no es aficionado a la guerra. Es una actividad que delega en otros, a pesar de residir en Nínive. En el 666 a. de C., una nueva expedición invade y somete todo el país del Nilo, y luego saquea Tebas (663 a. de C.). En el Elam caótico, Assurbanipal impone a un soberano, que en el año 652 a. de C. forma contra él una coalición con los sirios, los árabes del desierto y el rey de Babilonia, celoso de su hermano. La respuesta es sangrienta. Babilonia es tomada en el 648 a. de C. y el rey pierde la vida. Suse, capital del Elam, es saqueada en el 646 a. de C. y sus habitantes son deportados.

 

 

EL DECLIVE

 

La decadencia comienza con el final del reinado de Assurbanipal. Los egipcios recuperan la iniciativa e invaden Palestina. Sin embargo, el peligro está en el este, en donde surgen los caballeros medos y escitas.

El sucesor de Assurbanipal no tiene la envergadura de sus predecesores y se queda sin respuesta ante la revuelta del caldeo Nabopolasar, que se erige en rey de Babilonia (del 625 al 605 a. de C.)

En el 612 a. de C., los medos incendian Assur y Nínive. En el 610 a. de C., una última derrota en Harran confirma la destrucción del ejército asirio y el fin de esta civilización refinada y cruel. Con la supremacía babilónica, todo Oriente respira.

 

 

USOS Y COSTUMBRES ORACULARES

 

LAS TABLILLAS

 

Los escritos contemporáneos del periodo sargónida muestran la parte referida a la interpretación de los signos de todo tipo, fenómenos astronómicos, sueños, análisis de vísceras y otros, con fines predictivos.

Se ha descubierto un gran número de tablillas de archivos dirigidas a los reyes Assur-Aha-Iddina (Assarhaddon) y Assurbanipal por letrados de los círculos reales, expertos en distintos ámbitos de la erudición mesopotámica. Muchas tabletas daban al rey indicaciones sobre la manera de interpretar los signos según su campo de aplicación: política, religión, cultura, e incluso en lo referente a su conducta personal como representante de la humanidad ante los dioses.

Las preguntas al dios sol Shamash formaban parte de la práctica normal de observación de las vísceras a cargo del sacerdote-adivino. Una vez que las preguntas habían sido formuladas, el sacrificador abría las tripas del animal (generalmente una oveja) y escrutaba el interior de sus entrañas, especialmente el hígado. A continuación transcribía sus observaciones y las hacía llegar al rey, para que las evaluara. Esto demuestra hasta qué punto era el rey quien juzgaba en última instancia.

Estos breves textos nos dan la medida de la importancia que los reyes sargónidas concedían, día tras día, a la predicción adivinatoria, y hasta qué punto pesaba en sus decisiones políticas y militares. Parece que esta dependencia alcanzó su punto álgido en el reinado de Assarhaddon (681 a 669 a. de C.). Pero ya en tiempos de Sargón II (721 a 705 a. de C.) había una especie de jurisprudencia, una nomenclatura exacta de signos requeridos y obtenidos, que servía de referencia.

El proceso que se seguía para obtener oráculos de los dioses asirios era diferente del que se utilizaba en Delfos, o del que dio lugar a la profecía bíblica. En lo que concierne a la denominada colección de profecías asirias, de hecho no es más que una colección de respuestas ocasionales realizadas por los dioses o las diosas locales con motivo de las peregrinaciones. Un ejemplo de ello son las preguntas dirigidas a Istar, diosa de la fecundidad, por miembros de la familia real. Las palabras de los dioses o diosas, en este último caso, estaban formuladas materialmente por intermediarios, hombres o mujeres, en estado de éxtasis.

 

 

EL ANÁLISIS DE LAS VÍSCERAS Y DE LOS ASTROS

 

Para establecer oráculos, la técnica de siempre (y la más tradicional) era el estudio de las vísceras. En el segundo milenio, los criterios de estos análisis estaban ya fijados en forma de cánones institucionales.

En el corpus de escritos mesopotámicos hay, en efecto, un tratado que establece una lista de todas las conformaciones posibles de las diferentes partes de un hígado de oveja, pudiendo ser consideradas cada una de ellas como positiva o negativa, según la pregunta que se hubiese formulado. El intérprete tenía la misión de evaluar la suma de los aspectos positivos y los negativos. Así era como se daba respuesta a la pregunta que el rey había formulado a Shamash, el dios sol.

Otra técnica de interpelación era la que se basaba en el conocimiento astrológico. Otro tratado del corpus mesopotámico precisa las modalidades de interpretación canónica. En el transcurso del primer milenio su importancia fue siempre en aumento, en función del conocimiento científico, hasta convertirse en preeminente. En este caso también, se estableció una lista de fenómenos a tener en cuenta y se promulgó un código de interpretación.

Estos dos modos de comunicación institucional no eran los únicos de que disponían los dioses para comunicarse con los hombres. Algunos hombres (ciertamente privilegiados, como el rey) eran visitados en sus sueños por los dioses. Una vez más, se han hallado dos tratados sobre la manera de interpretar este tipo de sueños.

También hay que destacar la posibilidad por parte del soberano de recibir, en directo y a título personal, las palabras del dios o de la diosa, sin tan siquiera haberlo solicitado. Un caso bien conocido es el de Assurbanipal en peregrinaje al santuario de Istar antes del inicio de una campaña bélica: según las palabras del propio monarca la diosa le animó y le aseguró que lo quería como una madre. Se trata de una respuesta muy adecuada para Istar, la diosa del amor y de la guerra.

Estos ejemplos prueban que los reyes sargónidas, antes de tomar cualquier decisión, se referían a consultas oraculares y hacían grandes demostraciones públicas. De este modo, los soberanos asirios de aquella época fueron a la vez la prueba de lo divino y su imagen. Sargón II, el más belicoso de la dinastía, poseía una rica edición de los Enuma Anu Enlil, en aquel entonces la obra de referencia en materia de predicción astrológica. Este libro fue hallado en las ruinas de la biblioteca de Nínive. Assarhaddon, por su parte, estaba tan volcado en la lectura y la comprensión de los presagios, que disputaba su interpretación con los sacerdotes. Assurbanipal se jactaba de haber aprendido la lectura y la escritura en las formas más arcaicas de la tradición oracular.

 

 

¿SE PUEDE IMPONER UNA RELIGIÓN?

 

La expansión materialista y sanguinaria de los soberanos asirios sargónidas culminó con la anexión de reinos extranjeros. La integración a este sistema colonizador se logró gracias a guerras y deportaciones, a veces de pueblos enteros. Incluso los dioses locales, al ser conquistados, fueron deportados a la capital asiria. Esta práctica sistemática generó en las poblaciones que quedaron en el lugar un desarraigo religioso.

Sin embargo, al final de una historia aparentemente tan negativa, resultó que la aceptación de una nueva religión impuesta no era incompatible con la mentalidad de la época, en la medida en que el vencedor, a imagen de un nuevo dios más poderoso, llevaba con él formas nuevas de devoción, en un proceso lógico, cuando no aceptable.

 

 

UN SIMBOLISMO FUERA DEL TIEMPO

 

 

En muchos ámbitos, nuestra modernidad contemporánea redescubre las especulaciones que los antiguos ya habían expresado. Este es el caso de los sueños: hubo que esperar 2.500 años para que Freud realizara un análisis que no fuera mera especulación, sino una realidad experimental. Otro caso es el de Demócrito, que, en el siglo V, afirmaba que el átomo era la parte más pequeña de la materia. Hubo que esperar hasta principios del siglo XIX para que los trabajos de Thompson y Rutherford lo confirmaran.

 

 

LOS PROFETAS DE MARI EN EL SIGLO XVIII

 

En Mari se han hallado más de 20.000 tablillas escritas, bajo las ruinas de un palacio real de 300 estancias (Alta Mesopotamia, en el Éufrates, en Siria, a unos kilómetros de la frontera iraquí). Dichas tablillas son un testimonio de la vida económica y política de este reino. Una cincuentena de ellas pertenece al ámbito profético, un número poco significativo, habida cuenta de la importancia del tema.

El mensaje divino de los hallazgos de Mari es de comprensión inmediata y, en consecuencia, no plantea ninguna interpretación. El rey no es el receptor único y obligado de la palabra divina, lo que implica la necesidad de la existencia de profetas. Sin embargo, la función del profeta no constituye un monopolio institucional. El mensaje divino puede tener distintas procedencias y ser comunicado al rey a través de varios intermediarios sucesivos. En cada caso, oral o escrito, la repetición del mensaje se hace en primera persona, en los mismos términos que ha usado el dios: «Yo digo que...». En Mari, la profecía, independientemente de donde provenga, debe ser referida al rey en tanto que información. Esto implica que no responde ni a una forma de profesionalismo legal, ni a un sistema elaborado de diálogo con lo divino. Las palabras del dios, las profecías, son casi puro azar. No se podría expresar mejor, en este caso, hasta qué punto el azar es la expresión de la necesidad.

Puesto que la profecía carece de ambigüedad, no necesita intérprete (esta es una diferencia fundamental con el siglo VI asirio). El mensaje divino puede caer en suerte en la oreja del más humilde, que tiene la obligación de informar a la autoridad.

De ello se deduce que la población tenía muy asumida esta verdad fundamental, lo que explica que, en algunos casos, el mensaje fuera transportado por varias personas antes de llegar al rey.

El primer deber del receptor elegido por el dios para transmitir su palabra es dar a conocer el mensaje. De no hacerlo, se expone al castigo divino, que puede ser en forma de enfermedad. Es preciso entender que, en aquellas sociedades, el mal que afecta repentinamente a un individuo es la expresión punitiva del descontento de un dios.

Lo significativo, en este estado de la naturaleza profética del siglo XVIII a. de C., es el consenso popular que reconoce en el primer llegado un posible transmisor de la palabra divina, receptor por azar, que será castigado por el dios si no cumple con su deber.

A falta de inspiración divina, se encuentra la inspiración provocada, que se usa con más frecuencia en tiempos de crisis, en los que la necesidad de conocer la posición política del dios resulta acuciante. No se sabe a partir de qué nace la inspiración: ¿del vino, al que se añaden algunas plantas fermentadas?

En el capítulo de la inspiración provocada en estado de trance hay que incluir los mensajes dirigidos a los dioses, leídos bajo su mirada y delante de los más nobles eruditos. Algunos han llegado hasta nuestros días, transpirando todavía una inquietud cuya forma alcanza a veces la belleza de un salmo. Por el contrario, no se conocen tan bien las técnicas utilizadas para aportar las respuestas y su contenido. En el recinto y alrededor de un templo como el de Dagan, en Mari, lugar de profecías y de éxtasis, vivía una población de desheredados de todo tipo, heridos en sus almas y en sus cuerpos. En este templo, como en todos los otros, había una sala, la cella, que servía de lugar de preparación para el éxtasis sagrado, es decir, tenía la función de sala de incubación. Los agentes más aptos para sufrir este trance profético eran los locos reclutados de entre las masas de mendigos. Desde siempre, los locos han sido considerados como los hombres más próximos a los dioses. Se sabe de gente que antes de entrar en trance comía cordero crudo. ¡Qué hambrientos debían estar! Después, a modo de confirmación, se examinaba el hígado del animal.

La ciudad de Mari se encontraba bajo la protección del dios Itur-Mer. Era lugar de peregrinaje, y su objeto, la curación de niños. El enfermo, la sala de sueño o de incubación, el mensaje dado por Itur-Mer, todo podemos encontrarlo en el siglo V a. de C. en el templo de Asclepio, en Grecia, y más tarde en Egipto. Cuando una práctica es buena, siempre se propaga, se conserva y se transforma.

En un último y exhaustivo análisis del hecho profético en el reino de Mari, a principios del segundo milenio, se llega a la conclusión de que el sentido del mensaje divino raramente se opone a la voluntad real.

 

 

LOS REINOS ARAMEOS Y TRANSJORDANOS

 

PROFETAS EN LA BIBLIA

 

Después de este viaje profético por el este de Oriente Medio, ahora consideraremos la cuestión en el contexto del oeste de Oriente Medio, en el periodo que va del siglo IX al VII a. de C.

Ya hemos visto la necesidad de diálogo con los dioses, típico de todas las sociedades. También hemos constatado algunas diferencias entre los medios utilizados para este diálogo, según los lugares y las épocas.

Por esta razón, no será difícil entender que las diferencias principales, de un milenio a otro, residen principalmente en la relación entre la persona real y la profecía o, mejor dicho, en el uso que el poder hace de la profecía.

El concepto de profeta, y también de profecía, se ha confundido durante mucho tiempo con la historia bíblica. Es un contrasentido, ya que esta historia no deja de ser una faceta de la historia política y religiosa de Oriente Medio. Desde el punto de vista historiográfico, existe mucha documentación sobre los reinos sumerios, asirios y babilónicos desde el inicio del segundo milenio y, a veces, del tercero. Por el contrario, el corpus de escrituras del oeste semítico es poco significativo antes del primer milenio. Algunas estelas grabadas (del siglo VIII a. de C.), conservadas en el Museo del Louvre, transcriben oráculos dirigidos a los reyes de Aram (Damasco), pero en conjunto no son gran cosa. Además, en algunos casos, estos oráculos contradicen la Biblia. Así, si a pesar de todo se quiere hacer concordar los libros canónicos con los oráculos descubiertos, se está obligado a dar un giro a su sentido político.

 

 

DOS PROFECÍAS CÉLEBRES

 

En los años que preceden a las guerras de Teglatfalasar (745 a 726 a. de C.) se pueden realizar las primeras aproximaciones entre la historia bíblica y la de los reinos arameos. En aquella época, el asirio Teglatfalasar III invade el norte de Siria en el 740 a. de C., Samaria en el 734 a. de C. y Damasco en el 732 a. de C. El golpe de gracia lo dio Sargón II, su segundo hijo y sucesor, que destruyó Hamath y el último bastión de los reinos arameos del oeste.

En aquellos tiempos, Israel no era enemigo del reino de Damasco, sino su aliado y vasallo, conforme a la lógica. Los hallazgos paleográficos de estelas grabadas plantean un problema: ¿fueron escritas antes que la Biblia, concretamente antes que el libro de los Reyes, o bien después? La respuesta es bien conocida: la redacción de las profecías bíblicas es posterior al grabado de las estelas. Y por ello es lícito esperar que concuerden en el sentido. Aquí nos limitaremos a estudiar dos estelas: las piedras de Afis y de Tell Dan.

 

 

 

LA PIEDRA DE AFIS (SUROESTE DE ALEP, SIRIA)

 

Se estima que data del 790 a. de C. Cuenta la liberación de Zakour, rey de Hamath, y de su capital, Hazirik. En ella aparece grabado el texto siguiente: «Baal-Shamayin [el dios] me habló a través de videntes y me dijo: “No temas. Yo te he hecho rey. Estaré a tu lado. Te libraré de todos estos enemigos que te han sitiado”». Observemos que la coalición está dirigida por Bar-Adad, rey de Aram, hijo de Hazael. La formulación «No temas» se encuentra en todos los textos proféticos hebreos, al igual que muchos otros térmicos típicos del vocabulario profético habitual en el oeste de Oriente Medio.

 

 

LA PIEDRA DE TELL DAN

 

Fue descubierta en 1994, en tres fragmentos. Data del año 840 a. de C. En ella se encuentra un oráculo de Hazael: «Adad me hizo rey y caminó delante de mí».

También hace referencia al rey Joram de Israel (851-842 a. de C.) y al rey Achazyahu de Judá (852-841 a. de C.). Este oráculo —Hazael hecho rey por el dios Adad— se confirma en la Biblia. El Libro de los Reyes narra la visita de Eliseo a Damasco. Ben Adad, el rey de Aram, envía a su ministro a consultar a Eliseo, profeta de Israel, acerca del desenlace de la enfermedad. Eliseo proclama la curación del rey, pero comunica en secreto a Hazael que el rey morirá y que él, Hazael, reinará. En el Libro de los Reyes, Eliseo dice a este respecto: «Yahvé me ha hecho ver que tú serás rey de Aram». Ben-Adad murió a los pocos días.

La cuestión que se plantea es simple: ¿qué dios ha hecho a Hazael rey de Aram, Adad o Yahvé?

Y todavía hay más. Otra mención bíblica, también en el Libro de los Reyes, afirma que es el profeta Elías quien recibe de Yahvé la orden de resolver la sucesión: «Tú bendecirás a Hazael como rey de Aram».

Así llegamos al punto en donde dos versiones de la Biblia se contradicen, y contradicen, además, la inscripción de la piedra de Tell Dan.

 

 

PALABRAS DE DIOS Y PALABRAS DE LOS REYES

 

En el mundo semítico del oeste arameo, los reyes del primer milenio ya no son lo que eran en los primeros tiempos del mundo asirio. Después de haber sido casi dioses y luego semidioses, ahora son hombres, lugartenientes al servicio de su divinidad, tanto si esta es la más poderosa del panteón, como si es la única.

A grandes rasgos, las prácticas son las mismas en todos los lugares. Se trata de consultar al dios nacional más poderoso —Adad, Kamosh— o único (según lo que dice la Biblia), como Yahvé, sobre los grandes proyectos en curso: sucesión, guerra, edificación de templos o de construcciones defensivas.

Para consultar a este dios, se recurre a los profetas. Pero consultar sólo a uno es arriesgado. Por tanto, es preferible, y práctico, consultar a varios. Siempre habrá uno o dos que coincidan con la voluntad real.

Esta competencia entre profetas —por decirlo de algún modo— no hizo más que acrecentar las rivalidades. La Biblia a menudo hace alusión a estos problemas y a los consiguientes enfrentamientos. La necesidad de establecer una verdadera profecía del dios, para poder utilizarla con fines políticos, distinguía de inmediato a los verdaderos profetas de los falsos.

Al parecer, la idea de la verdadera o la falsa profecía suscitó más problemas en las pequeñas ciudades-estado, como es el caso de Judá, que en otros reinos arameos dirigidos por reyes más poderosos, como los de Israel o Damasco.

En todas partes, el papel de los oráculos proféticos era importante. Sus acuerdos espontáneos con los reinos incitaban a los escribas reales a colectarlos y, muchas veces, a tomar nota de ellos, a modo de pruebas. Esta era la fuente a la que se recurría cuando era necesario grabar en bronce la legitimidad, a posteriori, de los actos reales.

Por lo tanto, es evidente que no debemos sorprendernos al constatar que una decisión o una guerra concuerdan con un oráculo previo, pero esto no significa que el tema deba ser restringido a lo más trivial, considerándolo mera propaganda.

 

 

¿LA LITERATURA PROFÉTICA ES COSA DE ISRAEL?

 

De modo excepcional, el ciclo de Eliseo se inscribe en la historiografía real de Judá en el siglo VIII a. de C. Hasta entonces, los grandes libros proféticos se habían escrito en paralelo. ¿Podría esto deberse a la intimidad existente entre el rey Joas (836-798 a. de C.) y su profeta? Sea como fuere, en este caso ya no es el rey quien se encuentra en el centro de la historia de Israel, sino el profeta.

Hasta hace poco tiempo, a falta de elementos probatorios, nos limitábamos a pensar que si el hecho profético era cosa de todos, la literatura profética era la invención propia de Israel. Hoy en día sabemos que esto no es así. En Transjordania (Moab) se ha hallado un texto profético que empieza con estas palabras: «Libro de Balaam, hijo de Beor, el hombre que veía a los dioses».

También se han descubierto otras visiones de Balaam, favorables a Israel, a las que hace referencia el Libro de los Números. Una parte de texto, extraído del Libro de Balaam, fue hallada grabada en un muro. La morfología de los signos y el idioma empleado son arameo arcaico anterior a su retranscripción, fechada en el 760 a. de C. De ello se deduce que los reyes arameos de Damasco controlaban el valle del Jordán a principios del siglo VIII a. de C. y que el Libro de Balaam fue redactado antes que los primeros libros proféticos de la Biblia. Esto explica el hecho de que este libro, en el que el profeta-vidente llora las desgracias de su pueblo, presente tantas similitudes con la fraseología posterior de Samuel. Asimismo, se aprecia algo todavía más turbador: se constata que los escribanos de Jerusalén, en el momento de redactar los primeros cánones de la Biblia, decidieron atribuir profecías a la gloria de Israel. Balaam tuvo que ser realmente grande para que todos le reclamaran como suyo. ¿Pero los escribanos hebreos podían hacerlo de otra manera? Nunca se inventa a partir de nada, aparte de que había un modelo que podía servir.

Balaam es un héroe honrado por la tradición antigua, tanto israelita como aramea. Adivino y profeta, es originario del oeste de Babilonia y, quizá, contemporáneo del éxodo de Egipto (siglo XIII). Es mencionado varias veces en el Libro de los Números, donde se cuenta, entre otras cosas, que acordó su bendición a la entrada de Israel en tierras de Canaán.

Dice la Biblia: «En aquellos tiempos, Balaam visita a Balac, rey de Moab, deseoso de oírle maldecir a aquella tropa belicosa llegada de Egipto e instalada en los límites de su reino. Yahvé, que no lo ve así, envía al encuentro del viajero a su ángel, quien, por tres veces, corta el paso al asno del profeta, a pesar de los golpes que recibe. Finalmente, Balaam se da cuenta de la presencia del ángel y, como mensaje, recibe de este la orden de actuar en Moab según las órdenes de Yahvé».

En el judaísmo, elaborado después del exilio, Balaam aparece con frecuencia, incluso hasta el punto de que se le puede considerar uno de los elementos no judaicos constituyentes del judaísmo, y más tarde del cristianismo. En efecto, de él nos llega la profecía original de la estrella que guía a los reyes magos hacia el Mesías. El principal profeta arameo no podía permanecer ajeno a la Biblia.

Para concluir este capítulo, cabe señalar que todo esto toma un sentido nuevo cuando se sabe que las nuevas tendencias de la crítica bíblica tienden a establecer que la literatura profética es de construcción tardía, contemporánea o posterior al exilio en Babilonia bajo Nabucodonosor (586 a 538 a. de C.).