4

Solo con ver la cara de mis amigos sé que ellos también lo han visto.

El gentío rompe el silencio y empieza a comentar lo que acaba de ver. Yo, en cambio, no siento nada, ni siquiera el tacto de Tiago mientras me saca de allí. Cuando estamos lejos y llegamos a un mar de pasto dorado, Cata abre la boca para decir algo, pero me adelanto:

—Tengo que ir.

—Para un momento y piensa —me dice con una voz fría, como si la hubiese sacado del mismo bloque de hielo que su madre—. Si de verdad tienen una testigo, ¿por qué nos lo dicen antes de interrogarla? ¿Por qué adelantarse a la investigación? ¿Y por qué hace el anuncio Yamila en vez de alguien con un cargo más importante?

—¿Es que no has visto que Gael está aquí?

—Sí lo he visto, pero no tenemos ni idea de por qué…

—¡Me importa una mierda el porqué, Catalina! —vocifero de tal manera que incluso escupo saliva y, por un momento, incluso yo creo que estoy loca. Así que con una voz más tranquila y más pausada añado—: Si está aquí significa que mi madre está sola, así que tengo que encontrarla.

—Manu, estoy segura de que la ha dejado en un sitio seguro.

—¡Ah, bueno, pues si tú estás segura ya está! —le suelto de malas maneras a Saysa.

—Si yo fuera Yamila —vuelve a decir Cata apretando los dientes— y tuviese a tu madre en mi custodia, jugaría con esa baza en vez de probar algo a la desesperada como lo que ha hecho. Es obvio que es una trampa para que piques porque no tiene nada y los Cazadores la están dejando que lo haga todo ella por si el plan falla que no haya duda de quién es la culpable.

O sabe la verdad sobre Gael ¡y quiere torturarme un poco más antes de que pase todo! Quizá me está dando la oportunidad de entregarme para que lo deje a él en paz.

—Seguro, Pablo —me contesta Cata, supongo que queriéndome decir que estoy viendo conspiraciones donde no las hay—. Sin ánimo de ofender, pero Fierro es un premio bastante más gordo que tú.

—También es mi padre y tu tío. ¿No te importa o qué?

Se retuerce y hace una mueca como si le hubiese hecho daño y no me contesta. No nos ha dado tiempo a hablar del hecho de que somos familia, pero tengo mis dudas de si el hecho de saber que Gael es Fierro ha afectado su relación con él.

—Es una trampa —me asegura Tiago, pero en su voz no detecto el juicio que sí tienen las palabras de Cata.

—Me da igual, tengo que ir. Necesito saber que mi madre está bien.

—Sé que no te va a gustar escucharlo, pero tengo que decirlo —me avisa Tiago. Traga saliva y noto cómo se le reseca la garganta antes de seguir—: Si Gael está en custodia, no podemos hacer nada para salvarlo.

Noto la capa de sudor que cubre mi frente, pero intento no procesar lo que acaba de decir.

—Voy a ir igualmente.

—Pues entonces voy contigo.

Ya me lo esperaba, así que fijo la mirada en el pasto dorado, incapaz de mirarlo a los ojos al decirle:

—Sé que quieres ayudarme, pero llamarás demasiado la atención.

Le cuesta unos segundos reaccionar, como si no se hubiese esperado mi negativa.

—Manu, no pienso dejarte ir sola.

Levanto la cabeza de golpe, como si tuviera un resorte.

¿Dejarme?

—¿Dejarla? —salta Saysa, convirtiéndose en mi eco.

—¡Ya saben lo que quiero decir! —Tiago niega con la cabeza, frustrado—. La Rosada es la capital de Kerana, ¡es donde se reúne el tribunal y uno de los lugares más peligrosos para ti!

—Esto es por mis padres —la voz me tiembla con solo pronunciar la palabra—. Sé que quieres lo mejor para mí, pero la gente te va a reconocer…

—No, no podrán. —Los dos miramos a Saysa, mientras un atisbo de emoción ilumina su rostro—. No nos podrán reconocer a ninguno porque no podrán vernos las caras.

—Las máscaras de Fierro —se me adelanta Tiago al entender la propuesta.

—Los seguidores de Fierro solían acudir a sus manifestaciones con una máscara blanca sin rostro y todos aseguraban ser él —explica Saysa—. El tribunal criminalizó la planta que se usaba para las máscaras, pero como es un ingrediente que se usa para otras pociones, sigue disponible, solo que cuesta un poco encontrarla. Creo que sé dónde podemos conseguirla, pero no es un sitio muy agradable.

—Qué sorpresa…

Cata lo ha dicho por lo bajo pero la hemos oído todos. Todavía está procesando que Saysa estaba metida en la venta ilegal de Septis.

—La vamos a tener que robar —nos avisa Saysa con los ojos clavados en Cata—, así que creo que es mejor que, ya que vamos a hacer algo ilegal, lo hagamos en un sitio que ya está fuera de la ley.

Cata no dice nada y Saysa se cruza de brazos para dejarnos clara su posición.

—No nos quedan más ideas ni semillas y necesitamos ayuda. Gael debe de tener otros contactos de cuando actuaba como Fierro. Si hay un experto en el Aquelarre, es él. Es arriesgarnos, sí, pero llevaremos las máscaras, podremos valorar la situación y, luego, ver qué hacemos. ¿Qué no te encaja?

—Si no descubren a Tiago de camino ni nos detienen por el robo de una planta que controlan con uñas y dientes —empieza a argumentar Cata, y la voz que usa nos deja claro que no está conforme con el plan—, llegaremos a La Rosada con las máscaras y no seremos los únicos. Como los Septimus que disponen de ese tipo de máscaras ahora ya son mayores, Yamila no nos buscará entre los rostros blancos. Quizá funcione.

Sin saber qué decir, Saysa se queda mirando a Cata, tan sorprendida por el giro final como nosotros. Empiezo a poder respirar un poco mejor ahora que Cata ha dado su aprobación, pero el nudo en el estómago se resiste.

No puedo perder a mi padre.

No cuando lo acabo de encontrar.

Kukú es un pueblo sombrío con adoquines oscuros, lleno de callejuelas y techos puntiagudos. En cuanto salimos del arboledo se me eriza la piel y cada parte de mi cuerpo quiere dar media vuelta, pero nos queda poco más de una hora antes de que mi… de que Gael…

—Ahí está.

Si Saysa no nos la estuviese señalando con el dedo, nunca me habría fijado en la tienda. Solo se ve un pomo de cobre que sobresale de la pared empedrada.

—Tú no puedes entrar —le dice a su hermano—. Solo brujas.

—No las voy a dejar a los dos solas —se niega él—. Dentro habrá seguridad…

—No van a estar solas —lo corrijo, y no me queda claro si ahora está más o menos preocupado.

—No llames la atención —Saysa le aconseja a su hermano antes de que crucemos la calle para entrar en la tienda.

El estómago me da un vuelco como si me he hubiese saltado un escalón, y quiero girarme para asegurarme de que Tiago sigue ahí, pero sé que no debo.

Cuando Saysa gira el pomo, una puerta camuflada se abre hacia dentro. Contengo mi escepticismo mientras entramos y nos adentramos en un bosque de árboles negros envuelto en una noche púrpura. La luna llena brilla en lo alto del cielo como un sol plateado.

Nuestros ojos brillan como las plantas fosforescentes, por lo que es fácil saber dónde estamos en cada momento, al igual que los productos. Me siento como si estuviésemos en el juego del Pac-Man cuando los fantasmas se vuelven azules.

—¿Con ustedes todo tiene que ser una aventura? —susurro.

—Todo lo que merece la pena.

Por la forma en la que lo dice Cata, Saysa la mira y se quedan mirando un buen rato, lo suficiente como para sentir que mi presencia sobra. Sigo avanzando, abriéndome camino entre los árboles negros como la tinta mientras vigilo si hay algún movimiento a nuestro alrededor. Mis amigas me siguen de cerca, inspeccionando el follaje cerca del suelo.

Las flores más brillantes deben de ser las plantas más potentes porque su resplandor proyecta sombras más densas a su alrededor. Me viene a la cabeza la primera clase con la señora Lupe, cuando nos pidió que arrancásemos un solo pétalo de una docena de flores, y me pregunto qué pasará si hacemos lo mismo ahora. ¿Se activará una alarma? ¿Cómo funciona esta tienda exactamente? ¿No debería de haber alguien atendiendo, clientes o etiquetas con los precios?

—Gira a la derecha —me pide Saysa con sus ojos iluminados por la magia, como dos lagos de clorofila en busca de la planta que necesitamos.

Cata se pega a mí mientras toqueteamos la tierra mullida, moviéndonos en zigzag por el bosque hasta que, por fin, Saysa se detiene delante de una planta que parece estar disecada.

Antes de que pueda abrir la boca, un par de ojos azules como el hielo se materializan en la oscuridad:

—Cien semillas —dice la Congeladora con acento inglés. Seguramente nos ha oído hablar.

—Solo estamos mirando —le contesta Saysa.

—Pues han elegido un camino bastante peculiar para solo estar mirando.

—Sí, es que me aburre ver lo de siempre.

—Cien semillas.

—Cien mierdas.

—¿Perdona?

—No le haga ni caso —dice Cata mientras se pone delante de Saysa y le lanza una amable sonrisa—, es que está de mal humor. Por eso queríamos traerla a su tienda, es tan bonita que habíamos pensado que la calmaría.

Detrás de Cata, los ojos lima de Saysa vuelven a ponerse en blanco.

—Aquí no se viene a pasear, si no van a comprar, fuera —dice la bruja vendedora, sin darse cuenta de que la planta disecada que tiene al lado está empezando a encoger.

—Ah, vaya —acepta Cata, fingiendo llevarse un disgusto. Veo que cuatro pétalos grandes y ondulantes se caen al suelo sin hacer el más mínimo ruido—. ¿Tiene algo que esté de oferta?

—Síganme —nos pide la Congeladora y, por un momento, me mira a los ojos intentando averiguar mi elemento, y luego a Saysa, que justo entonces da un paso adelante y deja de esconderse detrás de Cata. Sus ojos ya no brillan—. Os tengo que ver los ojos en todo momento —nos avisa la bruja, los suyos sí están iluminados por la magia mientras congela un camino de raíces bajo nuestros pies.

Después, se queda vigilando la planta disecada sin perder ojo de nuestras caras mientras pasamos a su lado por la alfombra de cristal que nos ha preparado. Aprovecho el momento en que pestañea para agacharme un segundo y tomar los cuatro pétalos caídos.

Como no me transformo, mis ojos no brillan. Aun así, la culpa hace que se me congele hasta la respiración cuando paso por su lado y veo cómo entorna sus ojos helados.

No he sido tan rápida como pensaba.

Me habrá visto…

—Eres Jardinera, ¿no?

Sacudo la cabeza para asentir, exhalando, y acelero el paso, deseosa de salir de aquí cuanto antes. Ya tenemos lo que necesitamos. No sé cuánto tiempo llevamos dentro. Pronto desenmascararán a Gael y tengo que estar allí. ¿Dónde está la salida?

El camino helado acaba en una parte del bosque que parece malnutrida o envenenada. Aquí los árboles no son negros, sino grises y, en contraste con el manto púrpura de la noche, parecen fantasmas. Las ramas sobresalen en extraños ángulos, que hacen parecer que están rotos.

—Aquí todo está de oferta —anuncia la Congeladora y se cruza de brazos—. Quince semillas o menos. Miren lo que queran.

Quieran —la corrige Cata y se muerde el labio, pero ya es demasiado tarde…

Ahora la bruja parece estar igual de molesta con ella que con Saysa, así que se gira hacia mí.

—Tienen cara de ir a la escuela.

—Sí… Nos lo dicen mucho.

Nos fulmina con la mirada, sospechando aún más de nosotras.

—Muéstrenme las semillas que tienen.

—¿Que te mostremos qué? —le contesta Saysa.

—Demuéstrenme que me pueden pagar.

—Mire, déjelo —añade Cata, haciendo un gesto de molestia con la mano—. No vamos a comprar nada en un sitio donde nos traten así de mal. Nos vamos.

—Me temo que no va a poder ser.

La Congeladora inclina la cabeza y, del fondo del bosque, salen otras tres brujas. Es imposible que estuvieran allí hace un segundo, las hubiese visto.

Debe de haber puertas ocultas.

—Verán, hemos hecho un nuevo trato con los Cazadores —dice la Congeladora mientras se acerca a nosotras. Saysa y Cata dan un paso atrás, y yo tiro de ellas hacia mí—. Por lo general, nos dejan en paz y, a cambio, les avisamos si alguien extraño visita nuestra manada.

No tenemos tiempo para esto.

—¿Y por qué crees que somos una amenaza? —le pregunta Saysa mientras las otras tres brujas se van acercando y acorralándonos.

Sus ojos me informan de que cada una es de un elemento diferente.

Ya les gustaría ser una amenaza —rebate la Congeladora—. Solo me dan curiosidad.

Sus ojos helados se giran hacia mí.

—Y me da la sensación de que los Cazadores van a darme la razón.

Es lógico sentirse atraído por lo que no es natural.

Llamar la atención genera escrutinio.

Descubrimiento = Muerte.

Las advertencias de Ma me inundan la mente. Tenía razón, mis ojos eran demasiado interesantes para pasar desapercibidos en el mundo de los humanos y ahora me pasa lo mismo en el de los Septimus.

Los iris de la dependienta de la tienda se iluminan a la vez que los de Cata y los de Saysa, y yo me encojo mientras veo que se levantan cuatro paredes metafísicas y no me dejan ver nada.

Una pared chisporrotea humo rojo, la segunda es de nubes heladas violetas, la tercera de húmedo vapor gris y la cuarta es de polvo marrón.

Alargo el brazo para tocar el vapor, pero Saysa me da un tirón para que me esté quieta.

—¡No lo toques! Es puro poder.

—¡Nos están conteniendo! —dice Cata, mientras sus ojos rosas se encienden y se extinguen, como una cerilla intentando prender cuando no hay oxígeno en la habitación.

—¿Qué significa eso?

—Que están anulando nuestra magia —me explica Saysa, que parece haberse encogido. Veo que sus ojos también intentan brillar pero no lo consiguen. Los cortos mechones castaños de su pelo están empapados de sudor del esfuerzo que está haciendo por intentar invocar su poder—. Tienes que…

—¡No! —se adelanta Cata—. Manu no puede hacerlo, es demasiado peligroso. Si esa se entera, sabrá que estamos aquí y descubrirá nuestro plan.

Con «esa» se refiere a Yamila.

—Pues tú sabrás, eso o que nos arresten ahora mismo —le suelta Saysa.

—¿Cómo lo están haciendo? —les pregunto.

—Son poderosas, son más que nosotras y representan los cuatro elementos, así que pueden contenernos —aclara Cata. La palabra suena como si significara algo más—. Es una especie de jaula mágica que no dura mucho…

—Lo suficiente hasta que lleguen los Cazadores —acaba la frase Saysa.

—Vale, me transfor…

—¡No puedes! —repite Cata, bajando la voz como si temiera que las brujas nos pudieran oír—. Ya llamas demasiado la atención sin hacer nada más.

Mi mente me vuelve a llevar a la cueva en Lunaris cuando nos enfrentamos a Yamila y Nacho, pero esta vez no pienso en el poder de Saysa, sino en el mío.

Algo más pasó en esa cueva que ni siquiera mis amigos saben. Cuando Yamila intentó atarme las muñecas con las esposas de fuego, me libré de su calor antes de que pudiera quemarme. Fui capaz de anular su magia.

Lo que pasa es que no sé cómo lo hice o ni siquiera si pasó de verdad. Además, aquí hay cuatro brujas, no solo una. Pero quizá no necesito combatir su magia; si consigo derrocar una de estas paredes, la jaula se romperá y, con suerte, el hechizo también.

Las raíces que atraviesan la tierra bajo nuestros pies siguen congeladas por la magia de la Congeladora. Me agacho y tanteo el suelo con las manos en busca de algo que pueda usar, como solía hacer en mis sueños durante la lunaritis. Aprieto los dedos con fuerza para agarrar una piedra pesada y grande como la palma de mi mano.

Entrecierro los ojos para examinar mejor el muro de vapor gris y logro distinguir la figura de la Congeladora. Le apunto al torso y tiro la piedra con todas mis fuerzas.

—¡Ah! —chilla como si le hubiese alcanzado en el pecho, y el neblinoso muro se disuelve a la vez que ella se cae al suelo.

El corte inesperado del hechizo hace que las otras brujas se caigan junto con ella, logrando que sus muros también se derrumben, lo que Saysa aprovecha para contraatacar. Sus ojos se iluminan y la tierra empieza a temblar. La cojo de la mano, a ella y a Cata, y salgo corriendo.

Cata lanza una ráfaga de viento a nuestras espaldas por si las brujas nos están siguiendo, y serpenteamos por el camino de troncos negros.

—¿Cómo salimos de aquí? —les pregunto.

—Tienen pasadizos ocultos…, pero no puedo encontrarlos —nos explica Saysa con la respiración entrecortada—. Tienen una especie de cerradura encantada.

Reduzco un poco el ritmo para no agotar tanto a mis dos amigas.

—Entonces ¿qué hacemos?

La Congeladora aparece delante de nosotras. Tiene el pelo lleno de hojas secas, la ropa manchada de tierra y su cara refleja una ira desatada.

Cuando sus ojos azules se iluminan, noto como si el invierno me recubriera el pecho, como si mi corazón se hubiese llenado de escarcha. Me contraigo de dolor y Cata y Saysa hacen lo mismo. Siento cómo se me empiezan a congelar los pulmones y sé que no tardaré mucho en ser incapaz de respirar…

Cata y Saysa se caen al suelo, parece que les falta poco para perder el conocimiento. Si yo también me caigo, estamos perdidas.

Me concentro e intento invocar a mi loba interior hasta que noto que la luz se me empieza a acumular en los ojos. El inicio de la transformación genera el calor suficiente en mis huesos para liberarme de mi parálisis y me abalanzo sobre la bruja antes de que mi cuerpo cambie.

Se vuelve a caer al suelo y, ahora que quedan liberadas de su hechizo, Saysa y Cata salen corriendo. Cata me levanta del suelo y la Congeladora también se levanta, pero los ojos de Saysa brillan con una luz cegadora mientras la agarra de la muñeca.

—¿Cómo salimos de aquí? —le exige.

La bruja no contesta y sus rasgos marrones empiezan a tornarse grises. Las venas se le empiezan a marcar exageradamente mientras la piel se le tensa en la cabeza.

—Para —le pide Cata, mientras se separa bastante de ella—. ¡Lo digo en serio!

La bruja parece que está más muerta que viva, pero a Saysa no parece importarle.

—Entonces, buenas noches…

De… acuerdo.

Las palabras no han sido más que un suspiro entrecortado, pero han servido para que Saysa apague la luz de sus ojos.

La Congeladora levanta la otra mano sin apenas fuerzas y sus ojos titilan a medida que una línea de hielo se crea en la tierra, que desaparece bajo la maleza. Oigo ruido que nos indica que las otras brujas se acercan y Cata corre hasta el punto donde el follaje se traga el hielo, se agacha y Saysa y yo corremos detrás de ella.

Cierro los ojos al notar los arañazos de las plantas en la cara.

Cuando los vuelvo a abrir, ha amanecido y la noche púrpura se ha convertido en un día soleado.