3

He visto miles de fotos de este típico paisaje argentino.

—¡Sé dónde estamos: es La Pampa!

—Pampita —me corrige Saysa mientras cruzamos el campo vacío.

—Vamos a descansar unas horas —dice Cata—, y volvamos a reanudar la marcha por la mañana.

Tiago y yo miramos a nuestro alrededor para valorar la zona. Detrás de nosotros, el arboledo por el que hemos llegado es la única interrupción en toda la llanura. El sol se está poniendo en la distancia, acariciando con sus últimos rayos las siluetas de las casas bajas, los establos, las granjas y los gallineros.

—Podemos dormir bajo las estrellas —me susurra Tiago, mientras me roza con el codo.

Me mira fijamente y me paraliza por completo. No estamos solos desde las dunas de arena de Lunaris y la idea de estar entre sus brazos otra vez hace que cualquier otra preocupación desaparezca.

Comida.

Saysa le quita la bolsa de las manos a Tiago y se deja caer en un montón de hierba. Se pone a escarbar en el saco, hasta que saca una caja de bambú y un montón de servilletas.

Cuando por fin arranca la tapa y nos llega el aroma ahumado de los cuatro grasientos lomitos, los demás nos tiramos al suelo con ella. El rugido del estómago de Tiago retruena en el ambiente mientras las demás tomamos nuestro bocadillo de carne acompañado con lechuga, tomate, cebolla, un huevo frito y chimichurri. Ninguno de los cuatro abre la boca más que para devorar la comida. Cuando acabamos, uno a uno nos vamos tumbando en la hierba, con la panza a punto de explotar, mientras las estrellas centellean sobre nuestras cabezas.

Las canciones incesantes de los insectos nos envuelven, pero no veo ninguno cerca. En la distancia, me parece oír un leve rumor de diferentes llamadas de animales. La noche avanza rápidamente y de repente recuerdo con anhelo la luz brillante de los doraditos de El Laberinto.

—Necesitamos un plan —declara Cata.

—Say, mira a ver si alguien te ha dicho algo —le dice Tiago a su hermana.

—Ya te he dicho que Yamila ha difundido el rumor de que soy su nueva informante —dice Saysa y, por su voz, diría que está poniendo los ojos en blanco—. Ahora nadie confía en mí.

Por las miradas que a veces Cata y Tiago le dedican a Saysa, tengo claro que nadie ha podido olvidar lo que le hizo a Nacho, el hermano de Yamila, en la cueva de Lunaris. Cómo le presionó el pecho con las manos hasta que su piel se tornó gris y su cara se consumió hasta convertirse en un esqueleto…

—El Aquelarre nos encontrará —insiste Saysa, pero esa luz propia de Campanilla que alimentaba su pasión ha desaparecido.

—¿Otra vez con lo mismo? —se queja Cata y, antes de que pueda preguntar nada, me explica—: Es un mito, una manada de la resistencia donde nadie se juzga, todo el mundo puede ser como es y todos somos felices y comemos perdices…

—Sí, pero es de verdad —la interrumpe Saysa, con voz tajante.

—Si hace tantísimo tiempo que existe, ¿por qué nadie puede demostrarlo?

Antes de que la cosa se ponga más tensa, les digo:

—Creo que Yamila todavía no les ha dicho nada de mí a los otros Cazadores.

—Yo también —me apoya Cata, aliviada de haber cambiado de tema—. Me apuesto lo que quieras a que te quiere capturar ella.

Veo perfectamente a la Cazadora en aquella cueva, apretando contra su pecho y acunando en sus brazos a su hermano casi sin vida, y todavía puedo oír cómo sollozaba desgarrándose la garganta. Incluso en ese momento de desolación absoluta, el fuego que refulgía en sus ojos color sangre hacía que sus lágrimas se evaporaran.

Lo que sentía no era rabia.

Era odio.

—Y por eso mismo necesitamos un plan.

Al ver que Cata vuelve a repetir lo mismo y que lo hace con más seguridad de lo normal, me da la sensación de que quizá ya tiene uno en mente.

—A ver, dinos —le dice Tiago, como si él hubiera pensado lo mismo.

—No podemos jugárnosla y volver a Lunaris la siguiente luna. Es demasiado pronto. Necesitamos buscar otra solución.

—¿Como por ejemplo? —la invita a seguir Saysa.

—Somos demasiado fuertes para sedarnos con Septis, pero podríamos probar a conseguir Anestesia. A nosotros el Septis solo nos sirve para aliviar un dolor localizado —aclara para que pueda seguir la conversación—, pero la Anestesia nos haría caer en una especie de coma medimágico. Tendríamos que inyectárnosla porque tiene que entrar en el flujo sanguíneo y solo se usa para operaciones y para someter a los presos en luna llena. Pero bueno… hay un mercado clandestino…

—¿Y con qué semillas vamos a comprarla?

La voz de Saysa es monótona, como un corazón sin pulso; ha estado así desde Lunaris. Se está esforzando tanto por hacer ver que lo que pasó con Nacho no significa nada que lo único que consigue es que sea aún más obvio.

—Podríamos trabajar en el transporte —propone Cata.

—Es la industria peor pagada porque la dominan las brujas —argumenta Saysa, descartando la idea—. Sería imposible conseguir el dinero a tiempo.

—Vale, pues, a ver, propón un plan mejor.

—Llevamos días sin dormir bien. Vamos a intentar descansar, chicas —intercede Tiago con su dulce voz, que parece una nana—. Saldremos por la mañana, ¿de acuerdo?

—A ver, gente, que casi no nos quedan semillas —recalca Saysa con su voz apática—. ¿A dónde quieren que vayamos?

—A casa.

Al escuchar la respuesta de Tiago, Saysa se yergue tan rápido que creo que ha tenido que ver a un Cazador, pero no deja de mirar a su hermano.

—¿Quieres que incriminemos a nuestros padres?

—Seguramente están preocupados —contesta Tiago, recomponiéndose y haciendo una mueca de dolor por la dureza de sus palabras—. Querrían ayudarnos y nos vendría bien verlos.

En realidad quiere decir que sería bueno para Saysa. No se lo dice directamente, pero no hace falta.

—¡Señoras y señores, ante todos ustedes, el Lobo invencible! —anuncia con teatralidad—. En cuanto la cosa se pone un poco fea, ¡huye con el rabo entre las piernas a que lo abracen mami y papi!

—¡Cata tiene razón! —ruge—. Lo único que haces es poner peros a nuestras ideas pero tú no propones ninguna alternativa.

Cata se incorpora al escuchar su nombre.

—No hay duda de que Yamila está vigilando su manada, así que es el último sitio donde vamos a ir.

—¿Vamos al lavabo? —pregunto mientras me levanto.

Cata y Saysa me miran sabiendo que lo que busco es acabar la discusión, pero estoy segura de que lo necesitan. No hemos ido desde Buenos Aires.

Las tres nos adentramos en la espesura de los matojos más altos para ocultarnos bien. Cata levanta un campo de fuerza por si acaso. Después volvemos a reunirnos con Tiago y nos lavamos en un pozo que probablemente es para animales. Por último, Saysa nos refuerza la inmunidad y nos desinfecta como cada noche.

Mientras Cata y Tiago exploran la zona en busca de hongos, Saysa me toma las manos y, de sus muñecas, nacen enredaderas verdes que trepan por mis brazos. Parpadeo y ya no están. Es lo mismo que le hizo a Perla cuando la fuimos a ver para su cumpleaños. Espero que ella y Luisita sigan cuidándose la una a la otra.

Noto un cosquilleo por la piel, lo que significa que Saysa me ha sacado unos cuantos gérmenes. Es un beneficio bastante genial de ser Jardinera, la verdad. Si yo pudiera hacerlo, creo que no me ducharía tan a menudo.

—Estoy preocupada por mi madre —confieso cuando me suelta las manos.

—Gael la protegerá —me dice, pero su voz sigue sin mostrar un atisbo de vida, como si no le importara lo más mínimo.

—Pero ¿qué pasa si Yamila la encuentra antes?

—Manu, estamos hablando de Fierro, es el Septimus más famoso de la historia. Se ha pasado la vida desafiando a los Cazadores. No le pasará nada.

No tengo muy claro si me da esa respuesta por la confianza que tiene en Fierro o porque el tema le importa más bien una mierda…

—¿Y a ti qué te pasa? —le pregunto—. ¿Por qué no hablas de lo que le hiciste a Nacho?

Las cejas se le arquean al escuchar la pregunta como si no se la esperase para nada, y sus ojos verdes se vuelven a perder en el infinito.

—Estoy bien.

Diría que no me ha mirado a los ojos ni una vez desde Lunaris.

—Saysa, eres mi mejor amiga —le digo con calma dándole un apretón cariñoso en el brazo—. Nada va a cambiar eso. No te voy a juzgar, ya hemos pasado mucho juntas.

Pestañea y me parece que lo que más siente en estos momentos es cansancio.

—Estoy bien —me vuelve a repetir.

—Hemos encontrado unas cuantas setas llao llao —anuncia Cata, y dejo el tema ahora que ella y Tiago han vuelto—. Podemos ver si tenemos algún mensaje en el Hongo cuando nos despertemos.

—El refuerzo de inmunidad me ha quitado el dolor de cabeza —le dice Tiago a su hermana, sorprendido.

La expresión de Saysa se relaja un poco, como si el comentario la hiciese sentir bien.

—Está claro que tus habilidades curativas son de otro nivel —afirma Cata, pero, a diferencia de Tiago, su comentario suena como si estuviera intentando compensar una crítica.

—No sé si darte las gracias o pedirte perdón —confiesa Saysa.

—Deberías estudiar en alguno de los mejores institutos de curación, como Los Andes, y no perdiendo en tiempo en El Laberinto.

—Eres mi novia, Cata, no mi madre.

Tiago entrelaza sus dedos con los míos y nos vamos de allí. Caminamos dando grandes pasos para asegurarnos de que dejamos bien atrás a Cata y Saysa, y para que no se tengan que preocupar de si las oímos o no. No es que vayamos a escuchar nada nuevo; desde que estamos en Kerana no han hecho otra cosa más que discutir.

Tiago me gira para que me ponga frente a él. No hay nada a nuestro alrededor y, mientras me pasa los brazos por la cintura, me permito fantasear que ha decidido escaparse conmigo. Como Ma lo quiso hacer con Gael.

—Esta noche hay un montón de estrellas —comento, ya que los nervios me hacen evitar su intensa mirada.

A falta de doraditos, el cielo de la noche está plagado de luces plateadas y soy capaz de encontrar un montón de constelaciones nuevas. Tiago se acerca un poco más e inhalo su olor a cedro y tomillo, con un toque salvaje y tentador que se te sube a la cabeza.

Estrellas, no brillen —me susurra cerca del cuello—: la luz no vea lo que mi negro corazón desea.

Cuando pensaba que no podía ser más increíble, el chico de película me suelta una cita de Shakespeare.

No le debo mi juicio a las estrellas —le respondo para seguirle el juego.

Tiago me mira sorprendido:

—Así que conoces bien a Shakespeare, ¿eh?

—Como la palma de mi mano —le digo, recordando los días que me pasaba en la azotea de El Retiro cuando tenía todo el tiempo del mundo para leer poesía.

—¿Me estás retando? —su voz melodiosa es tan peligrosa como la mirada pícara que me dedica.

Frunzo el ceño e inspecciono la zona a nuestro alrededor.

—¿Dónde?

La cara de Tiago me regala una de sus encantadoras sonrisas y noto una punzada en el pecho, como cuando estoy a punto de acabarme uno de mis libros favoritos, increíblemente feliz de poder disfrutar de algo tan maravilloso y a la vez destrozada sabiendo que no podremos compartir más que estos momentos.

A pesar de lo romántico que ha sido el sacrificio que ha hecho Tiago, en algún momento se dará cuenta de que ha perdido demasiado. Vivimos en realidades diferentes.

—¿Qué te parece si nos quedamos aquí, Solazos? —me dice con un soplido mientras me pone una mano en la espalda y me acaricia el pelo. Su olor es tan embriagador como los pétalos de una blancanieves.

—¿Y seremos granjeros? —le pregunto mientras me besa en la mejilla.

—Exacto —me contesta con su voz melodiosa cerca de mi oreja—. Y nos susurraremos Shakespeare al oído antes de dormir cada noche bajo las estrellas.

¿De qué manada sos?

El lobizón me clava sus ojos negros, como queriendo desentrañar mis secretos.

Ojalá pudiera darle una respuesta, pero parece que mi mente ansiosa solo es capaz de traducir sus palabras.

Me arriesgo a mirar a Tiago, pero sus ojos color zafiro solo me hacen tener pensamientos aún más incoherentes.

—Te das cuenta de que hablás como un Cazador, ¿verdad? dice Saysa mientras va dando pequeños sorbos a su mate humeante.

Pablo tuerce el gesto. Aunque le está gruñendo, parece más un gótico que un hombre lobo.

—La Mancha —consigo decir, recordando por fin el nombre de la manada que anoche Cata me dijo que usara para mi historia.

La información consigue el efecto que había anticipado: silencio. Supuestamente es una de las manadas más problemáticas de Kerana, donde hay muchísima corrupción, así que la gente asumirá que intento rehuir el tema simplemente por vergüenza.

Saco una medialuna de la cesta de facturas y la pongo en mi plato, por hacer algo.

Pues ahora ya lo sabemos —dice Nico, que parece tan aliviado como yo de que el interrogatorio haya acabado.

Aún no me acostumbro a que sus iris plateados se entremezclen con sus pupilas; le dan un aire celestial.

Bueno, da igual —suelta Javier, con su mezcla imposible de cuerpo robusto y cara de niño—. ¡Ahora sos una bruja de El Laberinto!

Y se cuelga de mi hombro, dejándome como una balanza descompensada. Incluso Diego me dedica una sonrisa fugaz mientras lee su libro.

Por fin Pablo anuncia:

—Manuela de La Mancha.

Parece que lo dice en voz alta como para ver cómo suena, para ver si queda bien. A mí me suena rarísimo, un título así le pega más a una mujer antigua de la alta sociedad o a una actriz de telenovela.

Si vas a ser nuestra amiga continúahay algo que tenés que saber.

Sus ojos negro azabache refulgen, como si estuviera a punto de transformarse. Miro con recelo sus brazos de piel morena, adornados con sus brazaletes de cuero, esperando a que le nazca todo el pelo por el cuerpo y unas garras letales se abran paso entre sus dedos…

Se echa hacia adelante y, antes de que pueda defenderme, mi medialuna ya no está en el plato.

Aquí no hay límites que valgan sentencia mientras acaba de tragarse el delicioso dulce.

La risa que explota en mi garganta me hace atragantarme.

Una sombra cae sobre la luz dorada de la mañana.

Mis amigos y El Laberinto desaparecen, y vuelvo a estar rodeada de muros de piedra, atrapada en la penumbra. La claustrofobia se me engancha en la piel como un velo, pero el miedo no me invade hasta que no reconozco dónde estoy.

Uno de los sitios más peligrosos de Lunaris.

La montaña de piedra.

Doy mi primer paso sobre el suelo cubierto de plumas y busco mi sombra lobuna en la pared, pero estoy sola.

Una manita me aprieta la mía y, cuando agacho la mirada, me encuentro con los ojos marrones de Ma. El miedo me sabe a sangre, pero la adrenalina me ayuda a mantener la concentración. Me acerco un dedo a los labios para que Ma sepa que no puede hacer ruido.

Los graznidos retumban en el ambiente.

Una docena de monstruos alados chillan mientras forman una V y se preparan para abalanzarse sobre nosotras.

¡Corre! —le grito, pero es demasiado tarde.

Son demasiado rápidos.

¡MA!

Abro los ojos de golpe y tomo una bocanada grande de aire para recuperar mi respiración. Aún retumba en mi cabeza ese aleteo mientras escudriño el espacio a oscuras en busca de garras metálicas o picos de marfil; tengo la piel perlada de sudor.

Pero estoy en Pampita, tumbada en la hierba dorada junto a Tiago, y la luz del sol de la mañana empieza a brillar.

«Si te atrapan, olvidate de mí. Reescribí tu historia».

Las últimas instrucciones de Ma retumban en mi cabeza, la pesadilla la ha vuelto a traer con más fuerza. Sus palabras bajan por mi garganta como cubitos de hielo y me hielan la sangre.

¿Eso es lo que he hecho? ¿La he olvidado?

«Esperé y esperé, pensando que vendrías a visitar a tu pobre y abandonada madre».

Es Yamila la que responde mi pregunta. Su voz es como un arma afilada lista para atacar, pero esta vez no me defiendo. He abandonado a Ma. He dejado que se pudra en un centro de detención mientras que yo hacía nuevos amigos…

«¿Sabes que apenas la alimentan?».

La pregunta de Yamila se me clava como un puñal.

«¿Sabes cómo la miran los hombres?».

Aunque la Cazadora solo me lo dijera para hacerme daño, no cambia los hechos: ella sí vio a Ma y sabe dónde está.

¿Y si Gael no llegó al centro de detención a tiempo? ¿Y si el motivo por el que Yamila no está persiguiéndome es porque está demasiado ocupada torturando a Ma?

Hago esfuerzos para reprimir un sollozo.

Mami.

Se pasó diecisiete años protegiéndome y ahora le he demostrado que su sacrificio no ha valido la pena. La vergüenza inunda mi mente mientras me doy cuenta de que yo no pertenezco a esta manada.

Debería estar con…

Oigo cómo unos pasos se acercan a toda prisa y todo mi cuerpo se tensa mientras me seco las lágrimas.

La cara de Cata aparece delante de mí. Viene con el pelo castaño claro encrespado y lleno de hojas y palos:

—¡Noticias!

Tiago se incorpora a mi lado y los cuatro nos ponemos a cepillarnos el pelo con los dedos mientras esperamos a que empiecen las noticias en la enorme pantalla acuosa que tengo clarísimo que no estaba ahí anoche. O, si lo estaba, no me fijé. Es como uno de esos paneles de anuncios enormes y brillantes con la palabra: «¡NOTICIAS!».

Nos quedamos apartados del resto de la gente, pero una pareja mayor se nos acerca con mate. Cada mañana nos ha pasado lo mismo en todas las manadas en las que hemos estado: nos ofrecen mate sin hacernos preguntas. Es algo que une a todos los Septimus, jóvenes y ancianos, ricos y pobres, brujas y lobizones. El mate consigue que la magia dure pasada la luna llena.

Las semillas que más se intercambian son las que sirven para cultivar la yerba que se pone en el mate para preparar esta bebida. Sin ella, los lobos no podrían transformarse cuando quisieran y las brujas dependerían totalmente de su magia.

—Están mugrientos —dice la bruja anciana, sin acercarse mucho.

Le pasa a Cata el mate de calabaza con un soplido de viento, y su marido se nos acerca para echarnos el agua caliente.

—¿De dónde vienen? —nos pregunta mientras nos olisquea.

—Una fiesta en Tigre y creo que tomamos demasiado —le contesta Saysa, fingiendo una risilla impensable en ella—. Ya nos vamos.

El lobizón asiente con el ceño fruncido como un abuelo decepcionado. Cuando me toca beber a mí, su mujer entrecierra sus ojos lavanda sin poder decir a ciencia cierta qué elemento soy. Me bebo todo el mate y nadie dice nada hasta que se van.

—¿Qué les parece si llamamos a Pablo y le preguntamos qué ha pasado? —sugiere Tiago en un susurro.

—¿Y cómo lo vamos a llamar? —le pregunto, sorprendida de por qué nadie ha planteado la idea antes si era una opción.

—Con una caracola pública.

—¿Con una qué?

—Son caracolas del mar de Lunaris —me explica Cata en otro murmullo—. Cada una es única y todas tienen una energía que está interconectada. Lo que pasa es que no nos dejan tenerlas en la escuela, así que la oficina de mi madre controla todas las llamadas. Nos localizarían enseguida.

Yo pensaba que la tecnología de El Laberinto sería primitiva porque estaba en las profundidades de un pantano, y que usaban la magia en su lugar, pero ahora que lo pienso…

—Pero entonces… ¿no tienen tecnología de ningún tipo? Cuando quieren buscar algo, ¿no pueden mirarlo en internet?

—Tenemos a Flora —dice Cata, como si con eso respondiera a mi pregunta—. Pero… ¿podemos esperar a que estemos en un sitio más privado para hablar de estas cosas?

—¿Te acuerdas de que te dije que la información vuela por el aire en Lunaris? —Saysa ni se molesta en bajar la voz; menos mal que estamos lejos del resto.

—Me dijiste que por eso en mis sueños podía usar palabras como la Ciudadela y las Sombras.

—Pues sucede lo mismo en Kerana. Técnicamente, el conocimiento se transmite por esporas.

—¿Esporas?

—¿Qué pensabas que era el Hongo? —me pregunta Saysa molesta.

—Es una red fúngica que nos conecta a Lunaris —aclara Cata— para comunicar las necesidades de las plantas y grabar nuestra sabiduría universal.

—Claro, no sé cómo no se me había ocurrido antes —contesto con tono molesto imitando a Saysa.

—Flora es parte de la red y así es como funciona su biblioteca —me sigue explicando Cata en voz baja—. Todas las manadas están conectadas a ella, por eso hay hongos por todas partes: son nuestra conexión, nuestro punto de acceso a la información. Nuestra World Wide Web es una red más literal que a la que estás acostumbrada.

Pero al nombrar el término me viene otro a la mente: la Wood Wide Web. Lo leí en uno de esos libros brillantes sobre árboles que me gustaba tanto ojear en la biblioteca de Miami. Los hongos forman redes bajo tierra a través de los micelios, los finos hilos que unen las raíces con las plantas que tienen cerca para intercambiar actualizaciones. Así es cómo averiguan qué nutrientes necesitan y cómo unen fuerzas para envenenar a una planta indeseada.

De repente, una imagen titila en la pantalla.

Segundos después se convierte en la cara que menos quería ver.

El rojo de los ojos de Yamila parece que brilla con más intensidad que hace unos días, o quizá es que ya no los recordaba bien.

Lleva un conjunto negro ajustado y botas altas, su pelo caoba recogido en una trenza y una bufanda escarlata alrededor del cuello. Podría pasear sin desentonar lo más mínimo en las elegantes calles de Belgrano.

No sé dónde está, pero debe de ser importante porque el símbolo de los Septimus está tallado en la pared de piedra que tiene detrás y, al fondo, se ven un par de filas de Cazadores como para dar la impresión de que habla en nombre de toda la organización.

—Septimus, hoy estoy aquí para darles noticias de última hora que cambiarán la historia —dice en español con su voz susurrante para añadir gravedad a la declaración—. Hoy desenmascararemos a Fierro.

El mundo se pone del revés y, si no fuera porque tengo a Tiago a mi lado, me caería redonda al suelo.

—Tenemos un testigo —continúa diciendo.

El pecho me aprieta tanto que no puedo respirar. Jazmín nos ha debido de traicionar. No debería haber dejado atrás a Gael, pero necesitaba que protegiera a Ma…

Ma.

Sin él, mamá no tiene nada que hacer.

—Dentro de dos horas iremos a La Rosada para que la mujer nos cuente la verdad.

Ha dicho que es una mujer. Yamila se retira y la cámara se queda ahí como si estuviera esperando a que alguien con más rango aparezca. Cuando esto no sucede, noto que la tensión del pecho empieza a aflojar.

No puede ser verdad. Si Yamila de verdad sabe quién es Fierro, ¿por qué no revelarlo ahora? Hago un par de respiraciones profundas como me enseñó Perla. Gael está en Miami con Ma. Saysa tiene razón: cuando era Fierro pudo con todo el sistema, así que no va a tener ningún problema para librarse de una Cazadora, por muy intensa y feroz que sea.

Alargo la exhalación todo lo que puedo para soltar mis preocupaciones y miedos, pero, cuando tomo aire de nuevo, me ahogo.

Entre los Cazadores veo un par de ojos coralinos bajo una mata de pelo castaña, igual a la de su hija y a la de su sobrina.

Gael está en Kerana.