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Kerana es una mujer y un lugar. La primera vez que escuché su nombre fue mientras aprendía sobre la historia de los guaraníes, el pueblo indígena de Sudamérica que fue masacrado por los europeos que colonizaron el continente. En sus historias, Kerana es la nieta del primer hombre y la primera mujer en la Tierra.

Según la leyenda de los Septimus, un demonio se escapó de Lunaris, violó a Kerana y la dejó embarazada, forzándola a dar a luz a una línea de hijos malditos. Desde aquel momento, todos los séptimos hijos nacieron lobizones y las séptimas hijas, brujas.

Cuando los primeros Septimus se reunieron para formar la primera manada, rastrearon su magia hasta las cataratas de Iguazú, las cataratas más grandes del mundo.

Iguazú también tiene su origen en la historia guaraní. La leyenda dice que una deidad quiso casarse con una mujer llamada Naipí y que, cuando huyó con su amante humano en una canoa, la deidad partió el río, creando así la cascada y separando a los dos amantes para siempre.

En Iguazú, los Septimus encontraron un mundo híbrido que existe entre la Tierra y Lunaris. Este mundo fronterizo fue lo que salvó a la especie de la persecución de los humanos.

Se convirtió en su tierra natal, así que lo llamaron Kerana.

Cambiamos los enormes campos de dientes de león y las formaciones rocosas de montaña argentina por una manada llamada Belgrano, una bulliciosa ciudad que había crecido en los troncos secos de gigantescos árboles violeta que se erguían como edificios. En todas las plantas sobresalían ramas desnudas que funcionaban a modo de plataforma de aterrizaje para los globos aerostáticos, que parecen ser el transporte favorito en esta comunidad.

Plagando las calles, entre los huecos que se crean entre los arbolificios, están las marañas infinitas de organismos gris azulado que de vez en cuando aparecen y desaparecen.

No pises los hongos.

Es la primera regla para viajar entre las manadas de Kerana, y, si Tiago, Cata o Saysa me lo recuerdan una vez más, de verdad que los mato. El mensaje me caló perfectamente cuando vi que la tierra se tragaba a una muchacha que había pisado uno blanco.

Aún boquiabierta, estiré a Cata del brazo para preguntarle dónde se había metido, a lo que me respondió con un simple: «El Hongo» y me chistó para que no volviera a hacer ese tipo de preguntas hasta que estuviésemos solas. Sin embargo, últimamente la intimidad no era algo que encontrásemos con facilidad.

Los cuatro reducimos la marcha al pasar por una apertura en uno de los troncos violetas, donde un aroma irresistible nos atrae para que nos acerquemos y lo inspeccionemos mejor.

Estudiamos el menú que hay colgado fuera de un establecimiento llamado Parrillada Paraíso.

—Tienen lomitos —digo con voz grave dejando claro mi deseo.

El estómago de Tiago ruge dándome la razón. Nos hemos gastado casi todas las semillas que tenemos, la moneda de los Septimus, así que esta podría ser la última comida decente que tengamos durante un tiempo.

Las semillas se recolectan en Lunaris y crecen en plantas cuyas hojas producen potentes pociones. Cuanto más extrañas son las semillas más valor tienen.

Hace tres días que cruzamos la frontera a Kerana y he aprendido que las manadas cubren las necesidades básicas de sus residentes (vivienda, comida, ropa y educación) y, a cambio, ellos deben aportar a la manada la mayoría de las semillas que ganan. Las familias que ganan más de la cantidad con la que deben contribuir se pueden permitir vacaciones, mejores ropas y casas más lujosas. Básicamente, la manada financia sus vidas y, con los ahorros, se costean su estilo de vida.

—Ya entramos nosotras, ustedes quédense aquí. —Últimamente el tono severo que usa Saysa al hablar es casi indistinguible del de Cata.

Tiago y yo nos limitamos a asentir con la cabeza. Sabiendo que hay orejas de lobo por todas partes, hemos adoptado un régimen comunicativo bastante minimalista.

Un destello de luz aparece sobre nuestras cabezas y veo a una Invocadora aterrizando un globo amarillo brillante como el sol. Sale de la cesta dando un salto mientras una manada de lobos transformados pasa a toda máquina, escalando por las ramas para llegar a las plantas más altas. No hay hojas que nos tapen las vistas, solo unos cuantos globos coloridos, y alcanzo a ver hasta el punto donde las copas de los árboles violetas acarician el cielo azul. Allí arriba ya no hay letreros de negocios y me pregunto si es que en esos niveles solo hay residencias.

Me tiran de la mano y bajo la mirada para perderme en un horizonte aún más azul. Los ojos de Tiago se entrecierran un poco, tiene los párpados caídos por falta de sueño; asiento con la cabeza para hacerle saber que lo he entendido: se supone que tenemos que estar vigilando, no tener la mente en las nubes.

Ha estado sufriendo durante todo este tiempo, seguramente por lo que pasó con los agentes fronterizos. Resulta que, cuando Tiago me contó que era el único Septimus que se ha visto las caras con uno de los seis demonios de Lunaris y que ha sobrevivido para contarlo, se le olvidó comentarme que todo el mundo lo conoce por eso. Lo llaman el Lobo invencible.

Él había sido el motivo del alboroto en la estación subterránea cuando llegamos. En cuanto Tiago se identificó con su Huella, el agente lobizón se emocionó, avisó a los demás y entonces todo el mundo empezó a llamarlo por su apodo y a felicitarlo por haber ganado el campeonato de Septibol.

Seguro que Yamila ya sabe que estamos en Argentina y por eso hemos ido de un lado a otro, para impedir que dé con nosotros. No puedo evitar pensar en mis padres y en la huida que nunca llegaron a hacer.

«Me aposté fuera del centro de detención». Me clavo las uñas en las palmas de las manos mientras la voz envenenada de la Cazadora me vuelve a la cabeza. «Esperé y esperé, pensando que vendrías a visitar a tu pobre y abandonada…». Noto una punzada de dolor al penetrar la piel. Mientras la voz de la bruja de fuego me inunda la mente, me intento concentrar en los Septimus que tengo a mi alrededor.

Un lobizón se abre paso a zancadas con su traje azul eléctrico y hombreras de platino sobre sus amplios hombros, después me fijo en una Encendedora que lleva unas botas color pomelo que le llegan hasta los muslos y combinan con las llamas de sus ojos. Mis amigos y yo sin duda no vamos vestidos para la ocasión en esta manada.

Llevamos pantalones azules a los que llaman índigos; son como una especie de vaqueros pero más cómodos, y Cata, Saysa y yo llevamos camisetas a conjunto con el color de nuestros ojos. La mía tira más hacia ámbar amarronado, ya que el amarillo me delataría.

Un hilo de humo rojo me hace volver la mirada a Parrillada Paraíso, y las tripas se me endurecen aún más. Sé que Tiago se vuelve a tensar al ver que me giro hacia allí tan rápido, pero la bruja que está entrando en el restaurante tiene la piel y el pelo más oscuros; no es Yamila.

Al exhalar se me escapa un soplido y escaneo los nombres de las tiendas que hay alrededor: Vestidos de Victoria, El lobizón fino, Pociones para pequeños, Locura por los libros… Hay tiendas para todo tipo de productos. Cuando veo el cartel de los baños, vuelvo a notar el nudo en el estómago.

bruja

lobizón

No hay símbolos al lado de los nombres, pero no hace falta, las palabras ya dejan claro los géneros de cada grupo. El sistema binario está claro y no hay margen para la ambigüedad. En el vocabulario de los Septimus no existe la palabra brujo ni lobizona.

Por un momento, vuelvo a aquel momento antes del campeonato de Septibol, cuando me quedé mirando los dos vestuarios sin saber muy bien cuál era el mío. También recuerdo que la mirada coralina de Gael se derrumbó al suelo cuando elegí el de brujas; parecía tan decepcionado como yo me sentía por dentro.

Aún sigo sin creerme que haya encontrado a mi padre, e incluso me parece aún más increíble el hecho de que nadie sepa que también es Fierro, el Septimus más famoso que vive fuera de la ley. Me cuesta asimilar que todo el mundo lo conoce cuando yo sé tan poco de él.

Fierro solía organizar manifestaciones públicas que desafiaban el carácter binario y rígido del sistema, hasta que desapareció hace ya dieciocho años. Solo mis amigos y yo sabemos la verdad: estuvo a punto de fugarse con Ma, hasta que su hermana, Jazmín, la madre de Cata y directora de la academia El Laberinto, descubrió sus planes y lo traicionó.

No reveló su identidad, pero les dijo a los Cazadores que Gael estaba actuando por su cuenta para intentar capturar a Fierro. Al final los enviaron, tanto a él como a Jazmín, a El Laberinto por interferir en la investigación. Su castigo fue que no podrían volver hasta que capturaran a Fierro.

Para impedir que mis padres pudieran estar juntos, Jazmín mintió a Gael y le dijo que los Cazadores sabían que se había estado viendo con una humana. Convenció a su hermano de que matarían a Ma si volvía a ponerse en contacto con ella.

—Mierda…

La musicalidad de la voz de Tiago me sorprende de nuevo después de haber pasado tanto tiempo en silencio. Y tardo unos segundos en darme cuenta de lo que ha dicho.

Fijo la mirada en un grupo de jóvenes cerca de los arbolificios; están apiñadas entre ellas y lanzándonos miradas como si estuviesen intentando decidir algo. Al segundo escuchamos el famoso apodo entre susurros, el Lobo invencible.

—Entremos en esa, a ver —me dijo Tiago, intentando sonar natural, mientras me señala en dirección a la tienda que teníamos más cerca.

Sin embargo, no nos da tiempo, al segundo paso que damos, las brujas ya se nos acercan corriendo. Confundida, parpadeo un par de veces, mientras el grupito levanta los espejos con mango de piedra que tienen en la mano y los mueven de un lado a otro. Son como el que usó Zaybet para echarme una foto al falsificar mi Huella. Entonces, Tiago me toma la mano, tira de mí y sale corriendo.

Somos más rápidos que las brujas, así que, en un momento, conseguimos que un montón de árboles nos separen. Aun así, ellas tienen la ventaja de la magia.

Una molesta nube gris se crea sobre nuestras cabezas, como un marcador GPS que les indica en todo momento nuestra ubicación, y, al instante, unos gotarrones grandes como cubos empiezan a caernos encima.

Supongo que se creen que puedo protegernos con mi magia, pero como no soy bruja… Tiago y yo tomamos una nueva dirección, en un intento de escaparnos de la tormenta y no perdernos, mientras nos siguen torpedeando con bombas de agua…

Derrapamos al frenar de golpe, porque una chica de ojos rosas se interpone en nuestro camino. El vendaval que levanta Cata hace desaparecer las nubes y se lleva la lluvia con ellas, pero, a medida que su magia va desapareciendo, vemos que una tormenta aún más peligrosa empieza a despertarse en sus ojos. Saysa se planta a su lado, mira a su hermano con el ceño fruncido y le tira un enorme saco lleno de comida recién hecha.

—¿Qué han hecho ya?

—No tenemos tiempo que perder —dice, mientras se sacude el agua del pelo y yo me escurro la melena.

Los cuatro volvemos corriendo al arboledo, el transporte de árboles, con el que llegamos hasta aquí antes de que las brujas empiecen a difundir que Tiago está en la zona y que llegue a los oídos equivocados. Por suerte, las chicas no han podido hacerle ninguna foto.

Pasamos al lado de una bruja en la entrada del arboledo que está negociando un precio para llevar a un grupo de lobizones a su destino. Sus ojos marrones se cruzan con los de Saysa e intercambian un saludo con la cabeza casi imperceptible en señal de su unión como Jardineras.

Justo después, sus ojos se encuentran con los míos y pestañea, sin poder decidirse si me debe algo, ya que no sabe si soy una de ellas. Antes de que pueda llegar a una conclusión, ya nos hemos ido.

Dentro del tronco hay una estación cavernosa con paredes vivas de color marrón, donde no dejan de abrirse y cerrarse nuevos pasadizos a medida que los Septimus van llegando y saliendo. A la cabeza de cada grupo siempre hay una bruja de ojos amarronados o verdosos. Los iris de color lima de Saysa brillan aún más en contraste con el pasaje mientras se comunica con el sistema de raíces para llevarnos a una nueva manada.

Solo las Jardineras pueden controlar la dirección de los sistemas de raíces; las Invocadoras pilotan los globos aerostáticos; las Congeladoras pueden crear puentes a partir de cuerpos de agua, y las Encendedoras arrancar motores.

En cuanto se abre una grieta en la pared, nos adentramos en el túnel y el pasaje queda sellado detrás de nosotros a medida que las raíces se retuercen y se mueven por la tierra. Puesto que los caminos que abre cada bruja son exclusivos para ella, aquí podemos hablar con libertad.

—¿Qué demonios ha pasado, Tiago? —explota Cata, atacándolo.

—Estaba concentrado en los Cazadores, no en las colegialas

—¡Eso te pasa por subestimarnos! —le suelta Saysa.

—Ya es la segunda vez que montas un lío —le dijo Cata con un tono de advertencia—. Tienes que tener más cuidado o ya veremos.

—¿Ya veremos qué?

—Ya veremos si te puedes quedar con nosotras —dice su hermana para completar la frase.

El corazón se me desboca solo de pensar en la posibilidad de separarnos.

—No me voy a separar de ustedes —sentencia Tiago con un gruñido, lo que funciona como un bálsamo para mi corazón—. No pueden hacerlo solas, me necesitan.

—Si nos pones en peligro, no —lo corta Cata.

Ahora que lo habían visto, tendríamos que volver a irnos lejos de allí. Nos queda un largo camino por delante.

A diferencia de las paredes lisas de los túneles de Flora, este paso de arboledo está plagado de una red de raíces más pequeñas y hay partes en las que se entrelaza con telarañas algodonadas. El aire está denso y tiene un cierto aroma tostado que me hace pensar en café. Me vuelve a recordar la descripción que me dio Ma de Buenos Aires.

Lo primero que hice cuando cruzamos la frontera hacia Kerana fue preguntar a los demás cómo llegar a la parte humana de la Argentina desde allí. Sin embargo, como estamos en las cataratas de Iguazú, tendríamos que nadar o llegar en barco hasta allí, y la frontera está protegida celosamente por los Cazadores.

Cuando ya actuaba como Fierro, Gael tuvo que habérselas ingeniado para ir a ver a Ma a menudo porque él mismo era Cazador. Tengo que ponerme en contacto con él para saber si Ma está a salvo. Cata me dijo que las comunicaciones con El Laberinto siempre están vigiladas, pero debe de haber otra opción…

Tiago me agarra bien de la mano entrelazando sus dedos con los míos y me devuelve al presente. Cuando lo miro a los ojos de nuevo, me doy cuenta de que no solo está preocupado, está dolido.

—¿Te pasa siempre lo mismo cuando estás en Kerana? —le pregunto, mientras me aclaro la garganta. Prefiero centrarme en otra cosa que no sean mis pensamientos.

—Por eso hacía cinco años que no venía.

Me paro un momento para procesar lo que me acaba de decir; llevaba todo este tiempo sin volver y, ahora, ha decidido hacerlo por mí. No sé qué contestarle ante eso, así que me alegro al ver que sigue hablando:

—Tenía trece años cuando sobreviví al ataque del demonio y, en cuanto puse el pie en Lunaris, la prensa se abalanzó sobre mí. No podía ir a ningún sitio. Se escribían libros sobre lo sucedido, había Septimus que querían estudiarme e incluso invitaciones de manadas para ofrecerme un cargo de liderazgo si me iba con ellos…

—Al menos los políticos eran un poco más disimulados que los padres —intervino Saysa con amargura—. Me acuerdo que había algunos con tal desesperación por aparear a su hija con el Lobo invencible que querían que mami y papi accedieran a un matrimonio aunque fuera menor de edad…

—Me apunté a la academia en El Laberinto para escaparme.

La voz de Tiago tiene un peso de rotundidad absoluta, pero aun así no puedo evitar preguntarle:

—¿Y qué pasa cuando estás en Lunaris?

—Por lo general suelo estar con el equipo, así que Javier y Pablo se aseguran de que me dejan en paz. Además, allí soy mucho menos interesante.

—Pero si cuando llegaste a El Laberinto causaste todo un revuelo, ¿no?

—Al principio, sí. Supongo que eso fue lo que me unió a Cata, ella sabe lo que es que la gente quiera ser tu amiga por interés. Pero ahora ya todo el mundo pasa.

Esa afirmación no es muy realista teniendo en cuenta que Tiago es el hombre lobo más popular del colegio. Me apuesto algo a que no está nada mal ser una estrella de Septibol o parecer un actor de cine, o tener esa voz tan sexy de cantautor…

El estómago me da un salto cuando Tiago me aprieta la mano. A veces me parece que me lee sin esfuerzo, como si fuera su libro favorito.

—Si pudiésemos aprovecharnos de tu fama, nos quedaríamos en los mejores sitios —asegura Cata con tristeza—. Si al menos conociésemos a una persona que supiéramos con seguridad que no se lo diría a nadie…

—Con que se le escapara algo…

—Ya lo sé, ya… —lo corta.

En una especie que vive en manadas, no hay secretos. La advertencia sigue presente en mi cabeza, como las otras frases de supervivencia de Ma. No necesitamos más que un suspiro para que Yamila nos descubra.

—Deberíamos dividirnos.

La propuesta de Saysa pone punto y final a nuestra conversación. Anoche dijo lo mismo y también hizo que el ánimo cayera en picado.

Por el rabillo del ojo veo a Cata morderse el labio y hace que se me tensen los hombros, temiendo que vaya a darle la razón. Ya me cuesta horrores estar lejos de Ma y de Gael sin saber qué está pasando. No voy a poder aguantar también separarme de mis amigos.

Sin embargo, antes de que nadie pueda decir nada, la luz inunda el horizonte. Así, el comentario de Saysa queda en el olvido por segunda vez y avanzamos por un campo de pasto tan dorado como la tierra de Lunaris.