El devenir de la democracia en México ha provocado fenómenos muy peculiares. Uno de ellos es el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), «el Verde» para los amigos, que no son pocos. Producto de la conjunción de un abigarrado sistema electoral, de una élite a la que unen más los pactos históricos, los vínculos familiares, las trayectorias compartidas y los beneficios secretos que su ideología o su filiación política actual, y de un matrimonio sólido entre el poder político y el económico, la historia de este partido —que tiene capítulos en cada una de las estaciones de nuestra transición y consolidación democrática— da cuenta clara de las fallas del sistema electoral nacional y de los grandes problemas de nuestro régimen jurídico-político.
En silencio, el Verde Ecologista ha sido el único partido en México que ha ganado en cada sexenio de forma ininterrumpida, incluso cuando no consigue la victoria en las urnas. De manera paulatina y constante, ha crecido de una organización civil testimonial a ser el único partido que, al día de hoy, ha logrado que el partido más poderoso actualmente decline una candidatura a gobernador en su favor. En lo que va de este siglo, ha obtenido sendos triunfos en el plano local en todo el territorio nacional y ha crecido en su intención de voto y sus escaños de forma constante. En un contexto de crisis mundial para todos los partidos políticos —crisis que, en nuestro país, se manifiesta en la desconfianza de la ciudadanía respecto a las grandes fuerzas políticas de la actualidad y a la mala fama con la que estas cuentan—, los del tucán se consolidan como una organización que, pese a su dudosa reputación, tiene cada vez mayor poder. ¿Cuál es, entonces, su secreto?
El PVEM, originalmente Partido Verde Mexicano, se fundó en 1986 bajo el patrocinio de Jorge González Torres, un expriista que tuvo la suficiente visión de crear un modelo de negocio a partir de la democracia. Y es que, en más de 35 años de vida, el PVEM ha participado en solitario únicamente en un proceso electoral presidencial. En los comicios, dicha agrupación siempre se ha caracterizado por hacer alianzas electorales, ya sea con el PAN, el PRI (su aliado político por más de 12 años) o, recientemente, con Morena. Sin embargo, sus pactos, tal parece, le han permitido ganar importantes negocios, pese a sostener un discurso oportunista y contradictorio donde caben tanto el apoyo a los proyectos extractivos del gobierno en curso como las iniciativas para la protección de los humedales en México.
Con todo y sus escándalos, que van desde la expulsión de Global Greens —la asociación mundial de partidos ecologistas—, pasando por asesinatos, drogas y tráfico de dinero, hasta sanciones electorales históricas e intentonas por perder el registro, hoy más que nunca resulta indispensable analizar a este partido político —mantenido, no sobra decirlo, a costa de recursos públicos—, poner el lente en quienes integran y conforman al PVEM, levantar acta de este peculiar fenómeno y, sobre todo y de una vez por todas, dejar en claro que no estamos ante otro inofensivo partido minoritario o satelital, ni siquiera ya parasitario, como muchos dicen, sino frente a una organización corrupta y mercenaria que, ante nuestros ojos, ha aprendido a vivir no solo en, sino gracias a la democracia mexicana.
Frente a su éxito, quedan muchas interrogantes: ¿Quién es su electorado? ¿En qué fundan su ideología? ¿Cómo se les ocurrió hacer negocio de la política a través de la causa medioambientalista y terminar convirtiéndose en un partido franquicia? ¿Cuál es su relación con los medios de comunicación, especialmente con la farándula? ¿Quiénes son sus cabezas visibles, sus máximos operadores? ¿Por qué resultan tan exitosas sus estrategias electorales? ¿Qué futuro les espera? ¿A quién le es redituable que exista el Partido Verde? ¿Por qué no se ha documentado sistemáticamente el fiasco que su existencia implica para la democracia? ¿Por qué es importante denunciar los múltiples abusos, trampas y tergiversaciones a la ley? ¿Por qué las demandas de la sociedad hacia la democracia no han apuntado nunca hacia el Verde?
Más allá de la aversión que provoca el PVEM en ciertos círculos de poder y espacios mediáticos, de su menosprecio ante su inocua e inocente fachada, lo cierto es que en lo sustantivo los verdes siguen consiguiendo votos de un sector importante de la población y se han mantenido, casi de forma ininterrumpida, en la plenitud —y la impunidad— del poder.
De manera histórica en México, el estudio de la vida organizativa de los institutos políticos se ha enfocado en análisis coyunturales que no permiten observar las trayectorias y los cambios que han atravesado los partidos minoritarios, no obstante, el Partido Verde, si bien ha jugado un rol como aliado de los mayoritarios, convirtiéndose en un factor clave para conformar mayorías legislativas, también parece ir conquistando una base electoral mayor que las de otros partidos otrora medianos e, incluso, ha obtenido distintas gubernaturas.
Este libro nace, primero, de una deformación profesional de quienes lo escribimos, dos personas que hemos estado desde hace más de una década en el análisis de los fenómenos político-electorales del país, y, segundo, de la necesidad de realizar un registro de la historia, más oscura que clara, de un partido que, a pesar de los escándalos, de las violaciones a la ley, del cinismo más transparente, de la impresentabilidad de sus personajes, campañas y propuestas, hoy es la cuarta fuerza política en el país y cuya existencia nos confronta con la visión más deforme de la pluralidad democrática.
Cabe aclarar que esta primera biografía —segunda, si contamos algunos de los textos que consultamos para la elaboración de este libro— no tiene por objeto develar una investigación novedosa sobre el partido. No lo consideramos necesario cuando existe ya, a plena luz y sin necesidad de sumergirse en las páginas escondidas en un sótano, un listado tan vasto, variado y bien documentado de anomalías que, en otras latitudes, creemos, hubieran puesto fin a una institución como el Verde muchos años atrás. Si acaso fue esta una de las grandes incógnitas que nos movieron a escribir dichas páginas: tratar de encontrar la fórmula que le permite al PVEM no solo subsistir, sino triunfar a pesar de lo que nos dicen los teóricos de la democracia y el sentido común.
Así pues, el capitulado sigue un orden cronológico que inicia en la década de los ochenta para analizar los orígenes fundacionales de la agrupación, con la estrafalaria figura de Jorge González Torres, y sus primeras incursiones en la política partidista de aquellos años bajo el estandarte del antipriismo, para luego transitar hacia el estudio de su primer gran matrimonio electoral en el año 2000 de la mano del Partido Acción Nacional y Vicente Fox, con su respectivo desencuentro y posterior divorcio. Asimismo, resulta fundamental abordar el cambio generacional que se impulsó en el partido en torno al hijo del fundador; la incursión en primera plana de la política nacional de Jorge Emilio González Martínez, el célebre «Niño Verde», merece todo un apartado para poder dimensionar al personaje, así como a su círculo más cercano.
El segundo matrimonio del PVEM no solo minó la sensatez y la congruencia por las que se decía luchar, sino que también reveló la cara más perversa del partido, pues de la mano del Partido Revolucionario Institucional (PRI), se pensó en toda una estrategia que fuera redituable ante la crisis política que desató la elección federal del 2006 entre Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador. A partir de ese momento conviene revisar las extravagantes y, muchas veces, absurdas propuestas e iniciativas legislativas que los verdes desplegaron para abrirse espacio durante dicho periodo de la vida democrática del país, acciones como la pena de muerte, sus incipientes vínculos y relaciones con el mundo de la farándula, o el impulso involuntario a la paridad de género a través de las célebres Juanitas.
Antes del regreso del PRI a Los Pinos, existe un lapso en la vida del Verde que, aunque suele pasar desapercibido, y más bien se intenta obviar, sus implicaciones resultan fundamentales para ir forjando su identidad: la aparición de ciertos personajes turbios, así como el impulso que tuvo el PVEM en la discusión de la denominada Ley Simi, son prácticamente una nota al margen frente a la magnitud que cobró el escándalo del caso Galina Chankova, la extranjera que perdió la vida al caer de la terraza de un departamento en el piso 19 de un edificio en Cancún durante una fiesta en donde se vio involucrado el Niño Verde y demás militantes del Verde Ecologista. Sin embargo, como la memoria y la impunidad en México resultan un combo bastante redituable en el ámbito político, en el momento en que Enrique Peña Nieto llegó al Ejecutivo no solo se olvidaron muchos de los escándalos y corrupciones del partido del tucán, sino que estos volaron más alto que nunca, convirtiendo tales años en el sexenio de la delicia.
El final del libro empieza a vislumbrarse con el análisis de un fenómeno cultural que surge una vez que el Verde se encuentra en la cúspide del poder —donde lo burdo y lo indecente, simple y sencillamente, ya eran palabras sin ningún tipo de significado para sus dirigentes—: las célebres «mochilas verdes», una estrategia política y electoral enteramente efectiva, pero de corte asistencial y tóxica que, de manera paradójica, fue generando también lo que podría ser el mayor intento por que el partido del tucán perdiera de una vez por todas el registro gracias a un grupo de ciudadanos que decidieron poner manos a la obra. El último capítulo es ya prácticamente un lúgubre epitafio respecto a lo que ha sucedido con el PVEM en los últimos años y su nueva alianza electoral con el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Sin que los escándalos, la corrupción y las trampas cesen en algún momento, nos parece más que importante resaltar que la historia negra del Partido Verde no parece ver final. Que a pesar de las violaciones sistemáticas a la ley, de su indeterminación ideológica y sus múltiples traiciones, además de su propia constitución como un medio para alcanzar fines económicos, tristemente, el PVEM existe y está dispuesto a seguir consiguiendo votos a costa de lo que sea, con el aval de su compañero o compañeros en turno y, también, aunque nos cueste reconocerlo, con el de una ciudadanía que dejó de exigirle la más mínima decencia y lo ha dejado vivir, tal y como es, del presupuesto público.
Ojalá este modesto esfuerzo por recopilar y tratar de analizar su trayectoria en la política mexicana de las últimas décadas, más allá del morbo, el escándalo y los chismes que entraña su historia, sirva para hacer una mayor reflexión respecto al modelo de democracia que tenemos, de la forma tan vil y tan grosera en que algunos lucran con los derechos de las personas en aras de sus propios beneficios y de los verdaderos cambios que necesita la democracia mexicana para subsistir sin terminar por completo vaciada de sus principios y objetivos.
Claramente el Verde no va a desaparecer por la publicación de este libro, ni tampoco es probable que baje su porcentaje de votos en las próximas elecciones. Su desarticulación implica un trabajo muchísimo más arduo, complejo y colectivo. Un trabajo que, sin el respaldo —que se antoja complejo, dado el lugar que tiene hoy el PVEM— de los propios partidos mayoritarios, como lo han sido el PAN, el PRI y Morena, será bastante difícil completar. Por eso, precisamente, el título de nuestra obra, porque antes que los políticos se comporten civilizadamente como parte de una agrupación con fines electorales que anhela el bien común y lo mejor para México, se revelan como integrantes de una organización de criminales, es decir, como una mafia… Eso es lo que son. Ni más ni menos: La mafia verde.