Capítulo Dos

¡Estupendo! Una amiga mujer. Es posible que seas la primera mujer atractiva con la que no he querido acostarme nunca.

—When Harry Met Sally

Michael había vuelto.

Puse los pies encima de la mesa de la cocina y hundí la cuchara en el bote de helado, aún fuera de mí por el entusiasmo. Ni en mis mejores sueños habría imaginado el retorno de Michael Young.

No creí que fuera a volver a verlo jamás.

Después de que se mudara, había soñado despierta durante años con su vuelta. Solía imaginar que estaba fuera, dando un paseo en uno de esos días de otoño gloriosamente fríos que traían consigo susurros de invierno, cuando el aire ya empezaba a oler a nieve. Llevaría puesta mi ropa favorita (la cual cambiaba cada vez que lo había imaginado, por supuesto, dado que esta fantasía había arrancado en primaria), y cuando doblara una esquina al final de la manzana, allí estaría él, caminando en mi dirección. Creo que incluso había algo de correr de forma romántica, porque ¿por qué no?

Había más de cien entradas descorazonadoras en los diarios de mi infancia que hablaban sobre cuando había abandonado mi vida. Los había encontrado unos años atrás cuando estábamos haciendo limpieza en el garaje, y las entradas eran sorprendentemente oscuras para una niña tan pequeña.

Probablemente porque su ausencia en mi vida había coincidido tan de cerca con la muerte de mi madre.

Al final, había aceptado que ninguno de ellos iba a volver.

Pero ahora, Michael que había vuelto.

Y era como si estuviera recuperando un pequeño trozo de felicidad.

No tenía ninguna clase con él, así que el destino no podía intervenir para juntarnos, lo cual era una mierda total. Quiero decir, ¿cuáles eran las probabilidades de que no tuviéramos ni una sola ocasión para interactuar de forma forzada? Joss tenía una clase con él, y Wes claramente también. ¿Por qué yo no? ¿Cómo se suponía que iba a mostrarle que estábamos destinados a ir juntos al baile de fin de curso y enamorarnos perdidamente y vivir felices y comer perdices si no podía verlo nunca? Canturreé al ritmo de Anna of the North (la canción del jacuzzi sexy de To All the Boys I've Loved Before), que sonaba en mis auriculares, y me quedé mirando la lluvia por la ventana.

La única cosa que estaba a mi favor era que era algo así como una experta en el amor.

No tenía un graduado ni había ido a clases sobre ello, pero había visto miles y miles de horas de comedias románticas en toda mi vida. Y no solo las había visto: las había analizado con la agudeza observacional de una psicóloga clínica.

Y no solo eso, sino que el amor estaba en mis venas. Mi madre había sido una guionista que había producido muchas comedias románticas increíbles para la pequeña pantalla. Mi padre había estado ciento por ciento seguro de que se habría convertido en la siguiente Nora Ephron si hubiera tenido algo más de tiempo.

Así que, incluso aunque no tenía nada de experiencia en la práctica, entre mi conocimiento heredado y mi amplia investigación, sabía mucho sobre el amor. Y todo lo que sabía hacía que estuviera segura de que, para que algo ocurriera entre Michael y yo, debía estar en la fiesta de Ryno.

Lo cual no iba a ser tarea fácil, porque no solo no tenía ni idea siquiera de quién era Ryno, sino que tenía cero interés en ir a una fiesta llena de atletas con las axilas sudadas y chicos populares a los que les apestaba el aliento a cerveza.

Pero necesitaba volver a ponerme en contacto con Michael antes de que cierta rubia terrible que no deberá ser nombrada se me adelantara, así que tendría que encontrar la manera de hacer que ocurriese.

Un rayo iluminó el cielo, y también el coche grande de Wes, que estaba acurrucado contra el bordillo frente a mi casa, con la lluvia rebotando con fuerza contra el capó. Ese imbécil había estado justo detrás de mí durante el viaje de vuelta del instituto, pero cuando había echado el coche hacia delante para aparcar adecuadamente en paralelo, se había deslizado justo en el Sitio.

¿Qué clase de monstruo aparca de cabeza en un sitio en la calle?

Le había pitado y gritado a través del chaparrón torrencial que caía, pero él simplemente me había saludado con la mano y había corrido hacia su casa. Yo había tenido que aparcar al girar la esquina, frente al dúplex de la Sra. Scarapelli, y para cuando atravesé de un empujón la puerta de mi casa, tanto mi pelo como mi vestido estaban completamente empapados.

Y no quiero ni mencionar los zapatos nuevos.

Lamí la cuchara y deseé que Michael viviera frente a mí, en lugar de Wes.

Pero entonces, una idea se iluminó en mi mente.

—Santo cielo.

Wes era mi forma de ir. Wes, que en primer lugar había sido quien había invitado a Michael a la fiesta, y quien obviamente iría a ella. ¿Y si podía conseguirme acceso?

Aunque… él no hacía nada solo para ayudarme. Jamás. La felicidad de Wes dependía de la tortura, no de la generosidad. Así que ¿cómo podría convencerlo? ¿Qué podría ofrecerle? Tenía que pensar en algo, algo tangible, que hiciera que me ayudara y mantuviera la boca cerrada al mismo tiempo.

Saqué otra cucharada de helado y me la metí en la boca. Miré a través de la ventana.

La respuesta era obvia.

—Vaya, vaya… —Wes estaba de pie dentro de su casa, tras la puerta mosquitera, observándome con una sonrisilla de superioridad mientras yo estaba de pie bajo la lluvia—. ¿A qué debo tal honor?

—Déjame entrar, tengo que hablar contigo.

—No sé yo… ¿Me vas a hacer daño si te dejo entrar?

—Venga ya —le dije a través de mis dientes apretados, mientras la lluvia me caía sobre la cabeza—. Me estoy empapando aquí fuera.

—Lo sé, y lo siento, pero de verdad que tengo miedo de que si te dejo entrar me pegues un puñetazo en mis partes por haberte robado el Sitio. —Abrió la puerta solo un poco, lo suficiente para que pudiera ver cuán calentito y seco estaba él con sus vaqueros y su camiseta, y añadió—: A veces das un poco de miedo, Liz.

—¡Wes!

La madre de Wes apareció detrás de él, y puso una expresión horrorizada al verme allí fuera, bajo la lluvia.

—Por el amor del cielo, ábrele la puerta a la pobre chica.

—Pero es que creo que ha venido para matarme —lo dijo como si fuera un niño pequeño asustado, y pude ver que su madre estaba intentando no reírse.

—Pasa, Liz. —La madre de Wes me agarró del brazo y tiró de mí con cuidado hacia dentro, donde se estaba calentito y olía a sábanas recién sacadas de la secadora—. Mi hijo es un fastidio, y lo siente.

—No, no lo siento.

—Dime lo que ha hecho, y te ayudaré a castigarlo.

Me quité el pelo mojado de la cara, lo miré directamente, y le dije a su madre:

—Me ha robado mi sitio cuando intentaba aparcar en paralelo.

—Ay, Dios, ¿te acabas de chivar a mi madre? —Wes cerró la puerta y nos siguió a su madre y a mí hacia dentro—. Bueno, pues si estamos acusando de forma aleatoria… Mamá, probablemente debería decirte que Liz fue la que llamó a la policía por mi coche cuando tuve neumonía.

—Espera, ¿qué? —Me frené y me giré—. ¿Cuándo estuviste enfermo?

—Bueno, ¿cuándo llamaste? —dijo, y se puso ambas manos sobre el corazón y fingió toser—. Estaba demasiado enfermo para mover el coche.

—Para. —No sabía si estaba de broma o no, pero sospechaba que no lo estaba, y me sentí fatal, porque por mucho que me encantara ganarle, no me gustaba pensar en que había estado enfermo—. ¿De verdad estuviste enfermo?

Me recorrió la cara con sus ojos oscuros.

—¿De verdad te importaría si así fuera? —me dijo.

—Parad ya, mocosos. —Su madre hizo un gesto para que la siguiéramos a la sala de estar—. Sentaos en el sofá, comed galletas y superadlo ya.

Soltó un plato de galletas con pepitas de chocolate sobre la mesa baja, fue a buscar un cartón entero de leche y dos vasos, y me lanzó una toalla. Le recordó a Wes que tenía que recoger a su hermana a las seis y media, y entonces nos dejó a solas.

Esa mujer era una fuerza de la naturaleza.

—¡Ay! —Estaban dando Kate & Leopold en uno de esos canales de televisión retro que solo veía la gente vieja, y me sequé el pelo con la toalla mientras el personaje de Meg Ryan intentaba escapar del carisma de un Hugh Jackman muy británico—. Me encanta esta película.

—Por supuesto que te encanta. —Me dirigió una amplia sonrisa que me hizo sentir incómoda, y se echó hacia delante para servirse una galleta—. Bueno, ¿de qué querías hablar conmigo?

Sentí que me sonrojaba un poco, principalmente porque me daba mucho miedo que, cuando le dijera lo que quería, se burlara de mí y se lo dijera a Michael. Me senté en el sofá y dejé la toalla a mi lado.

—Vale —le dije—. La cosa es que… necesito tu ayuda, más o menos.

Enseguida empezó a sonreír. Yo alcé una mano y le dije:

—Nop. Escucha, sé que no eres alguien que ayude a otros porque sí, así que tengo una proposición que hacerte.

—Ay. Como si fuera un mercenario, o algo. Eso duele…

—No te ha dolido.

Lo admitió al encogerse de hombros.

—Vale, en realidad no me ha dolido.

—De acuerdo. —Hizo falta mucho de mi autocontrol para no ponerle los ojos en blanco—. Pero antes de que te diga con qué quiero tu ayuda, quiero que repasemos los términos del acuerdo.

Se cruzó de brazos (¿cuándo se le había puesto el pecho tan ancho?) e inclinó la cabeza.

—Continúa.

—Vale. —Respiré hondo y me metí el pelo por detrás de las orejas—. Lo primero de todo es que tienes que jurar discreción. Si le cuentas a alguien lo de nuestro acuerdo, se anulará y no obtendrás pago alguno. Lo segundo, si accedes al acuerdo, tienes que ayudarme de verdad. No vale que hagas un poco y después me dejes tirada.

Hice una pausa, y él me miró con los ojos entornados.

—¿Y bien? ¿Cuál es la recompensa?

—La recompensa será el acceso al Sitio de aparcamiento, sin oposición, las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana, mientras dure nuestro acuerdo.

—Guau. —Se acercó y se dejó caer en la silla que había frente a mí—. ¿Me darás EL sitio de aparcamiento?

No quería hacerlo, para nada, pero también sabía cuánto lo quería Wes. Su padre y él siempre estaban trasteando con su antiguo coche, principalmente porque nunca arrancaba, y las cajas de herramientas que usaban tenían pinta de ser increíblemente pesadas. Cada vez que yo me quedaba con el Sitio, tenían que arrastrarlas hasta el final de la calle para conseguir arrancar el coche.

—Así es.

Su sonrisa creció.

—Me apunto. Cuenta conmigo, soy tu hombre.

—No puedes decir eso aún… Ni siquiera sabes de qué trata el acuerdo.

—Me da igual, haré lo que haga falta.

—¿Y si lo que quiero es que atravieses la cafetería corriendo desnudo durante la hora del almuerzo?

—Hecho.

Agarré la manta que estaba echada sobre el brazo del sofá y me envolví con ella.

—¿Y si quiero que atravieses la cafetería haciendo volteretas desnudo durante la hora del almuerzo, y además mientras cantas la banda sonora de Hamilton entera?

—Cuenta con ello. Me encanta My Shot.

—¿En serio? —Aquello me hizo sonreír, incluso aunque no estuviera acostumbrada a sonreírle a Wes—. ¿Sabes hacer siquiera una voltereta?

—Sip.

—Demuéstramelo.

—Eres tan exigente… —Wes se levantó, apartó la mesita baja de en medio con el pie, y procedió a hacer la peor voltereta que jamás había hecho. Dejó las piernas dobladas, y no giró sobre su cabeza en absoluto, pero cuando aterrizó, lo hizo subiendo las manos por encima de la cabeza como un gimnasta, con una sonrisa que irradiaba confianza en sí mismo. Después, volvió a tirarse sobre la silla—. Ahora, cuéntamelo.

Tosí para ocultar la risa que estaba intentando no soltar y observé su rostro. Estaba buscando algún rastro de honestidad, algún tipo de pista que me dijera que podía confiar en él, pero me distrajeron sus ojos oscuros, y la forma en que estaba apretando la mandíbula. Recordé cuando, al principio del instituto, me había dado seis dólares para hacer que dejara de llorar.

Helena y mi padre acababan de casarse, y habían decidido remodelar la planta principal de la casa. A modo de preparación, Helena hizo una limpieza a fondo de los armarios y cajones, y donó todo lo antiguo… incluyendo la colección de DVD de mi madre.

Tuve un colapso emocional y mi padre le explicó la situación a Helena, y ella se sintió fatal. Se disculpó una y otra vez mientras yo lloraba desconsoladamente. Pero en lo único en lo que podía centrarme era en lo que le había dicho a mi padre: «Pensaba que nadie veía esas películas tan cursis».

Había sido una niña bastante capaz, y aún lo era, como demostraba el hecho de estar allí en casa de Wes en ese momento, así que solo me había hecho falta una llamada telefónica para averiguar dónde habían terminado las películas. Salí a escondidas, le mentí a mi padre diciéndole que tenía que ir a casa de Jocelyn, y fui con mi bicicleta hasta la tienda de segunda mano. Tenía cada céntimo que había ganado trabajando de niñera en el bolsillo, pero cuando llegué allí, no fue suficiente.

—Las vamos a vender como una colección, chica. No puedes comprarlas de forma individual.

Me quedé mirando la etiqueta del precio, y daba igual cuántas veces contara el dinero: me faltaban seis dólares. El imbécil de la tienda era inflexible, así que me fui a casa, llorando durante todo el camino en mi bici rosa fosforito. Me sentí como si acabara de perder a mi madre de nuevo.

Cuando estaba casi llegando a casa, vi a Wes botando una pelota de baloncesto en la puerta de su casa. Me miró con su expresión habitual, medio sonriendo como si supiera algún secreto sobre mí, pero entonces dejó de botar la pelota.

—Oye. —Lanzó la pelota a su jardín delantero y se me acercó—. ¿Qué te pasa?

Recordaba que no había querido decírselo, porque sabía que pensaría que era totalmente ridículo, pero algo en su mirada hizo que me rompiera de nuevo. Lloré como un bebé mientras le contaba lo que había pasado, pero en lugar de reírse de mí, me escuchó. Se quedó en silencio durante todo mi ataque de nervios, y cuando dejé de hablar y comencé a hipar entre bochornosos sollozos, se echó hacia delante y me limpió las lágrimas con sus pulgares.

—No llores, Liz —me había dicho, y parecía triste, como si también hubiera querido echarse a llorar. Pero entonces, dijo—: Espera aquí.

Me hizo el gesto de «un segundo» con un dedo, se giró, y corrió hacia su casa. Yo me quedé allí de pie, agotada de tanto llorar, y confundida por su amabilidad. Cuando salió por la puerta, me dio un billete de diez dólares. Recuerdo haberlo mirado y pensado que tenía los ojos marrones más amables que había visto. Debió de vérseme aquel pensamiento reflejado en la cara de algún modo, porque enseguida frunció el ceño y añadió:

—Esto es para que te calles, porque no puedo soportar escucharte llorar ni un minuto más. Y quiero mi cambio.

Volví al presente, al Wes que estaba en su salón. A Michael. El Sitio. Y a que necesitaba la ayuda de Wes.

Recorrí su rostro con la mirada. Sí, sus ojos marrones seguían iguales que en aquel entonces.

—Vale —dije mientras agarraba una galleta y le daba un bocado—. Pero juro por todo lo sagrado que contrataré a un asesino a sueldo si te vas de la lengua.

—Te creo, de verdad. Ahora, suéltalo ya.

Tuve que mirar a cualquier cosa que no fuera su rostro. Decidí centrarme en mi propio regazo, así que miré fijamente la textura lisa de mis mallas.

—Bueno, pues la cosa es… —empecé a decir—. Michael ha vuelto, y como que esperaba que… ya sabes, pudiera establecer contacto con él. Éramos íntimos antes de que se mudara, y quiero recuperar eso.

—¿Y cómo puedo ayudarte exactamente con eso?

Mantuve la mirada gacha, y tracé la costura de mis mallas con el dedo índice.

—Bueno, no tengo ninguna clase con él, así que no hay forma de hablar con él de manera natural. Pero Michael y tú ya sois amigos. Salís juntos. Lo invitaste a una fiesta. —Me atreví a mirarlo y añadí—: Tú tienes la conexión que quiero.

Se metió el resto de la galleta que se estaba comiendo en la boca, la masticó y se limpió las migas de las manos en sus pantalones.

—A ver si me queda claro. Aún estás haciéndole ojitos a Young, y quieres que yo te arrastre a la fiesta de Ryno para que consigas que se fije en ti.

Sopesé la idea de negarlo, pero en su lugar, dije:

—Básicamente.

Apretó la mandíbula.

—He escuchado que está interesado en Laney.

Uf, no. Incluso dejando a un lado mi interés personal en la situación, Laney Morgan no era la persona correcta para Michael. De hecho, darle un empujoncito para que se enamorara de mí sería hacerle un favor, puesto que estaría salvándolo de ello.

—No te preocupes por eso —le dije.

Él arqueó una ceja.

—Vaya, terriblemente escandaloso por tu parte, Elizabeth.

—Cállate.

Él sonrió.

—No puedes pensar que por solo ir a una fiesta, eso hará que se fije en ti. Habrá un montón de gente allí.

—Solo necesitaré unos minutos.

—Estamos muy seguros de nosotros mismos, ¿no?

—Lo estoy. —Ya había escrito el guion de la situación—. Tengo un plan.

—¿Y ese plan consiste en…?

Doblé las piernas debajo de mí misma.

—Te crees que te lo voy a contar…

—Nop. —Se levantó, se trasladó al sofá y se dejó caer junto a mí—. Tu plan es una mierda.

Yo me envolví la manta con más fuerza.

—¿Cómo vas a saber eso si ni siquiera te he contado en qué consiste?

—Porque te conozco desde que tenías cinco años, Liz. Estoy seguro de que tu plan consiste en algún tipo de encuentro forzado, un cuaderno entero lleno de ideas idiotas, y alguien cabalgando hacia el atardecer.

Se había acercado bastante, pero le dije:

—Estás muy equivocado.

—Seguro…

Dejé escapar un suspiro.

—¿Entonces qué…?

Lo único que necesitaba era que el Sitio le atrajera a Wes más que su determinación por contrariarme.

Wes se cruzó de brazos, y parecía estar encantado consigo mismo.

—¿Entonces qué de qué…?

—Ay, Dios mío, me estás torturando a propósito. ¿Me vas a ayudar o no?

Se rascó la barbilla.

—Es que… no sé si el Sitio vale suficientemente la pena.

—¿Si vale la pena el qué? ¿Dejar que esté en tu presencia durante unas horas? —Me metí un rizo mojado detrás de la oreja—. Apenas notarás que estoy ahí.

—¿Y si yo estoy intentando ligar con alguien? —La expresión que tenía en la cara era tan asquerosa, que sonreí muy a mi pesar—. Tu presencia podría estropear mi encanto.

—Confía en mí, ni te darás cuenta de que estoy ahí. Estaré demasiado ocupada haciendo que Michael se enamore perdidamente de mí como para acercarme a tu… encanto.

—Ugh, deja de hablar de mi encanto, pervertida.

Le puse los ojos en blanco y me giré hacia él.

—¿Vas a aceptar, o qué?

Me dedicó una sonrisa de autosuficiencia y subió los pies a la mesa baja.

—Lo cierto es que me encanta ver cómo te das el paseo de la vergüenza desde la casa de la Sra. Scarapelli. Es mi nuevo pasatiempo favorito, así que… supongo que te llevaré conmigo a la fiesta.

—¡Toma! —Me frené de subir el puño en señal de victoria.

—Bueno, cálmate. —Wes se echó hacia delante y agarró el mando de la televisión para bajar el volumen antes de mirarme como si oliera a rancio—. Espera… ¿esta película? ¿Te encanta esta película?

—Sé que el argumento es raro, pero te prometo que es genial.

—La he visto. Esta película es una basura, ¿estás de coña?

—No es una basura. Trata de encontrar a alguien que sea tan adecuado para ti que estarías dispuesto a abandonarlo todo y viajar a través de los siglos por esa persona. La chica literalmente abandona su vida y se muda al 1876. Quiero decir, eso es un amor poderoso. —Miré la televisión, y mi mente comenzó a recitar las frases del filme—. ¿Estás seguro de que has visto esta película?

—Completamente seguro. —Negó con la cabeza y la miró mientras Stuart le rogaba a la enfermera que le dejara abandonar el hospital—. Es una película predecible, edulcorada, y una basura llena de temas más que repetidos.

—Por supuesto. —¿Por qué iba a esperar que Wes me sorprendiera?—. Por supuesto que Wes Bennett es un esnob de las comedias románticas. No habría esperado nada menos.

—No soy un «esnob de las comedias románticas», sin importar lo que es eso, pero sí soy un espectador exigente que espera algo más que un argumento predecible con personajes insustanciales.

—Ay, por favor. —Puse los pies encima de la mesa baja—. Porque las explosiones y las persecuciones de coches no son nada predecibles, ¿no?

—Estás asumiendo que me gustan las películas de acción.

—¿Y no es así?

—No, sí que me gustan. —Lanzó el mando sobre la mesa y agarró su vaso—. Pero no deberías asumirlo.

—Pero tenía razón.

—Lo que tú digas. —Se bebió lo que le quedaba de leche y volvió a dejar el vaso sobre la mesa—. En resumidas cuentas: las películas de chicas son increíblemente poco realistas. Es como «ay, estas dos personas son diferentes y se odian, pero… espera. ¿Son realmente tan diferentes?».

Enemies to Lovers. Es un tropo clásico.

—Ay, madre mía, piensas que es fantástico. —Entrecerró los ojos, se acercó a mí y me dio un golpecito en la cabeza—. Pobre y desorientada amante del amor. Dime que no piensas que esta película está remotamente conectada a la realidad de ninguna forma.

Yo le di un golpe en la mano para quitarla de mi cabeza.

—Claro, porque creo que los viajes en el tiempo existen de verdad.

—No me refiero a eso. —Hizo un gesto hacia la televisión—. Lo de los viajes en el tiempo es probablemente la parte más realista. Hablo de las comedias románticas en general. Las relaciones jamás funcionan así.

—Sí que lo hacen.

Levantó las cejas.

—Ah, ¿sí? Corrígeme si me equivoco, pero no parece que te funcionara con Jeremiah Green o Tad Miranda.

Me tomó desprevenida que supiera tanto sobre mi historial romántico (o la falta de él), pero supuse que era inevitable cuando estábamos en el mismo curso, y en el mismo instituto.

—Bueno, pero pueden funcionar. —Me quité el pelo aún húmedo de la cara, y no me sorprendió que Wes pensara de esa forma. Nunca lo había visto ir en serio con ninguna chica, jamás, así que probablemente se podía dar por sentado que era el típico chico popular mujeriego—. Está ahí fuera, incluso si la gente cínica e insensible como tú es demasiado… cínica para creer en ello.

—Has dicho «cínica» dos veces.

Suspiré, y él sonrió ante mi enfado.

—¿Así que crees que, en la vida real, dos enemigos pueden superar por arte de magia sus diferencias y enamorarse perdidamente?

—Lo creo.

—¿Y crees que las conspiraciones, planes y engaños no son nada del otro mundo mientras se hagan para encender la chispa de un tipo de amor verdadero?

Me mordí el labio. ¿Era eso lo que estaba haciendo? ¿Engañar? El pensamiento hizo que se me retorciera el estómago, pero lo ignoré. Eso no era lo que iba a pasar aquí.

—Estás haciendo que suene ridículo, a cosa hecha —le dije.

—No, qué va. Es que es ridículo.

—Tú sí que eres ridículo. —Me di cuenta de que estaba apretando los dientes, así que me obligué a relajar la mandíbula. ¿Qué más daba lo que Wes pensara sobre el amor?

Él tenía una sonrisilla de nuevo en los labios.

—¿Has pensado en el hecho de que, si tus pequeñas ideas sobre el amor son reales, entonces Michael no es el chico adecuado para ti?

Nop; él era el chico para mí. Tenía que serlo. Pero, aun así, piqué.

—¿A qué te refieres?

—En este momento, Michael y tú no estáis enfadados el uno con el otro, así que estáis condenados. Todas las comedias románticas tienen al principio a dos personas que no pueden soportarse, pero que al final acaban enrollándose.

—Repugnante.

—En serio. You've Got Mail, The Ugly Truth eh… When Harry Met Sally, 10 Things I Hate About You, Sweet Home Alab

—Lo primero de todo, Sweet Home Alabama es una película con el tropo de segundas oportunidades en el amor, idiota.

—Ay, culpa mía.

—Y lo segundo, tienes un conocimiento bastante impresionante sobre comedias románticas, Bennett. ¿Estás seguro de que no las ves a escondidas?

Me dirigió una mirada.

—Estoy muy seguro.

Realmente que estaba impresionada; me encantaba The Ugly Truth.

—No se le contaré a nadie si eres un amante empedernido de las pelis románticas en secreto.

—Cállate. —Se rio y negó con la cabeza lentamente—. ¿Entonces, cuál es el tropo para ti y para Michael? ¿El tropo de «ella lo seguía a todas partes como si fuera un perrito faldero, pero ahora ve que el perrito tiene potencial como novia incluso aunque ya tiene una posible novia»?

—Eres un desagradable y un resentido del amor. —Aquello fue lo único que se me ocurrió para contraatacarle, porque de repente, Wes tenía la extraña habilidad de hacerme reír. Incluso mientras se burlaba de mí, tuve que esforzarme para no sucumbir a otra risita.

Pero, por fin, llegamos a un acuerdo. Nos intercambiamos el número de teléfono para que pudiera mandarme un mensaje después de hablar con Michael, y decidimos que me recogería a las siete al día siguiente para ir a la fiesta.

Mientras volvía a mi casa bajo la lluvia, no me podía creer que hubiera aceptado. No estaba muy segura sobre lo de ir a cualquier parte con Wes, pero una chica hacía lo que tenía que hacer en nombre del amor verdadero.

No me gustaba mucho correr bajo la lluvia o cuando estaba oscuro, conque, con ambas cosas a la vez, era una mierda total. Helena había hecho espaguetis para cuando llegué a casa de la de Wes, así que antes de marcharme tuve que sentarme y soportar una comida familiar a toda escala, completa incluso con la conversación de «¿qué tal te ha ido el día?». Mi padre intentó convencerme de que usara la cinta de correr que había comprado un día antes, dado que estaba lloviendo a mares, pero aquello no era una opción para mí.

Mi carrera diaria no tenía nada que ver con hacer ejercicio.

Me apreté el cordel de la capucha, bajé la cabeza, y comencé a correr por la acera. Mis Brooks gastadas salpicaban agua sobre mis mallas a cada paso. Hacía frío y era horrible, así que aceleré el paso cuando giré por la esquina al final de la calle, y vi el cementerio a través de la lluvia.

No me frené cuando atravesé la verja tras recorrer el camino de asfalto de una dirección que ya me era familiar, pasando frente al olmo retorcido. Desde allí, corrí quince pasos a mi izquierda.

—Vaya tiempo horrible, mamá —dije mientras me frenaba junto a la lápida de mi madre. Me puse las manos en las caderas y aspiré al tiempo que trataba de controlar mi respiración—. De verdad.

Me puse en cuclillas junto a ella y pasé la mano por el mármol resbaladizo. La lluvia incesante hacía que el cementerio pareciese más oscuro que de costumbre, pero me conocía aquel lugar de memoria, así que no me molestó.

Era extraño, pero aquel era mi lugar feliz.

—Bueno, pues Michael ha vuelto, aunque estoy segura de que ya lo has visto. Y parece tan perfecto como siempre. Voy a verle mañana otra vez. —Me imaginé su cara, como siempre hacía cuando estaba allí—. Este te encantaría —le dije.

Incluso si había tenido que ir a pedirle ayuda a Wes. Mi madre siempre había creído que Wes era adorable, pero que jugaba demasiado fuerte.

—Es solo que parece cosa del destino, como caído del cielo justo cuando estaba escuchando Someone Like You. Quiero decir, ¿qué otra cosa parece más obra del destino que eso? Tu canción favorita, de nuestra película favorita, ¿y nuestro exvecino adorable favorito simplemente aparece de la nada? Es como si estuvieras escribiendo este «vivieron felices y comieron perdices» desde donde estés…

Perdí el hilo e hice un gesto hacia el cielo.

—Allí arriba, donde quiera que sea.

Incluso la fría lluvia no pudo evitar que estuviera entusiasmada mientras le describía a mi madre su acento sureño. Me puse en cuclillas junto a su nombre tallado y divagué como hacía cada día, hasta que el móvil me vibró con la alarma. Aquel ritual se había convertido en una especie de diario hablado durante años, excepto por que no estaba grabándolo, y nadie me escuchaba. Bueno… Esperaba que mi madre sí que estuviera escuchándome.

Era hora de volver.

Me levanté y le di un toquecito a la lápida.

—Mañana te veo. Te quiero.

Respiré hondo antes de girarme y bajar la colina corriendo. La lluvia aún caía con fuerza, pero me sabía el camino de memoria, así que me resultó fácil no salirme de él.

Cuando pasé junto a la casa de Wes y giré hacia mi entrada, me di cuenta de que estaba más emocionada de lo que había estado en mucho tiempo.

—Liz.

Alcé la mirada desde mis ejercicios de literatura, y vi a Joss escalando por mi ventana, con Kate y Cassidy justo detrás de ella. Habíamos descubierto hacía años que, si escalabas al tejado de mi vieja caseta en el jardín, estabas lo suficientemente alto para abrir la ventana de la habitación y entrar al cuarto.

—Hola, chicas. —Hice que me crujiera la espalda y giré la silla de mi escritorio, sorprendida de verlas—. ¿Qué pasa?

—Venimos de una reunión para planear la novatada de fin de curso, pero no queremos irnos aún a casa. Mi padre me dijo que podía quedarme hasta las nueve, y aún son las menos veinte. —Cassidy, cuyos padres eran increíblemente estrictos, se dejó caer sobre mi cama y Kate la imitó. Joss se sentó en el asiento de mi ventana y dijo:

—Así que nos vamos a esconder aquí durante veinte minutos.

Me preparé para que me presionaran sobre la novatada de fin de curso.

—Ha sido básicamente treinta personas apretujadas en un Burger King, lanzando ideas a gritos sobre cosas que piensan que son graciosas. —Joss se rio y dijo—: Tyler Beck cree que deberíamos soltar como veinte mil pelotas saltarinas en los pasillos, y encima conoce a un chico que puede conseguírnoslas.

Kate se rio y añadió:

—Te juro por Dios que había conseguido convencer al grupo entero de que era la idea… Hasta que dijo que necesitaríamos dinero para hacerlo.

—Los de último curso somos graciosos, pero tacaños como los que más —Cassidy se tumbó sobre mi cama—. A mí desde luego me ha gustado la idea de Joey Lee de mandarlo todo a la mierda y hacer algo terrible, como volcar las estanterías de la biblioteca, o inundar la escuela. Dijo que sería «irónicamente gracioso, precisamente porque es tan terriblemente no gracioso», y que «jamás lo olvidarían».

—Eso desde luego es cierto —dije yo mientras me deshacía la coleta y me metía los dedos en el pelo. No quería mirar a Joss, porque sabía que, si me miraba una sola vez, sabría que había estado conspirando con Wes, así que seguí mirando a Cass.

—Deberías haber estado allí, Liz —dijo Joss, y me preparé para lo que vendría a continuación. ¿Quizás un sermón sobre cómo éramos estudiantes de fin de curso solo una vez? Se le daban muy bien. «Liz, simplemente hazlo. Solo nos quedan unos meses más de ser estudiantes de fin de curso del instituto».

Pero cuando la miré, ella me sonrió.

—Todos estaban proponiendo ideas, y entonces Conner Abel dijo: «Una vez llenaron mi casa de tenedores».

Abrí la boca mucho.

—¡No te creo!

—¿Verdad? —chilló Kate.

El año pasado, cuando me había gustado y mucho Conner, creíamos que sería divertido llenar su jardín delantero de tenedores un sábado por la noche, cuando no había nada más que hacer y todas se quedaron a dormir en mi casa. Sí, era una idea muy tonta, pero no sabíamos nada de la vida. Pero cuando estábamos a mitad de colocar los tenedores a medianoche, su padre salió para dejar que el perro hiciera sus cosas. Salimos corriendo hacia el jardín del vecino, pero antes de escapar, el perro consiguió hincarle el diente a los pantalones de pijama de Joss, y expuso su ropa interior a la vista de todos.

Joss soltó una carcajada.

—Fue divertidísimo, porque, ya sabes, soltó de verdad esa frase tan extraña: «Llenaron mi casa de tenedores» —dijo ella.

—No me creo que dijera eso —me reí.

Ella negó con la cabeza.

—Pero también fue muy gracioso, porque alguien le preguntó que de qué narices estaba hablando, y atenta. Dijo, y cito textualmente: «Un puñado de chicas clavaron tenedores por todo mi jardín el año pasado, y después una de ellas nos mostró el trasero mientras salían pitando. Os lo juro, chicos».

—¡Cállate! —En ese momento me morí de la risa, y me apoyé en los recuerdos de aquellos buenos tiempos. Eran, de alguna manera, puros y estaban intactos de mis problemas de ansiedad con todo lo relacionado con el último año de curso, que había manchado los recuerdos de este año—. ¿Te moriste un poco por no haber podido llevarte el mérito?

Ella asintió, se levantó y fue hasta mi armario.

—Y que lo digas. Pero sabía que pareceríamos unas acosadoras obsesionadas si lo confesaba.

La observé mientras ella ojeaba mis vestidos, y entonces preguntó:

—¿Dónde está el vestido rojo de cuadros?

—Es lana cuadriculada, y está en el otro lado —dije, y se lo señalé—. Con las camisas informales.

—Sé dónde están las cosas, pero había imaginado que estaría con los vestidos.

—Es demasiado informal.

—Por supuesto. —Ojeó el otro estante, encontró el vestido, y lo sacó de la percha para ponerlo sobre su brazo—. Bueno, ¿qué has estado haciendo esta noche? ¿Solo has hecho los deberes?

Me quedé de piedra y solo pude pestañear. Pero Cass y Kate no estaban prestando atención a lo que hablábamos, y Joss estaba mirando el vestido. Me aclaré la garganta y balbuceé:

—Sí, básicamente. Oye, ¿sabéis cuánto de Gatsby se supone que tenemos que leernos para mañana?

—Chicas, tenemos que irnos —dijo Cass.

—El resto del libro —dijo Joss a la vez.

—Gracias —conseguí decir mientras mis amigas se dirigían a la ventana y salían por donde habían entrado.

Joss estaba a punto de pasar la pierna por la ventana cuando dijo:

—El pelo te queda supermono así, por cierto. ¿Te lo has rizado?

Pensé en la sala de estar de Wes, y en cuán empapado había tenido el pelo cuando había llegado.

—No, eh… Es solo que me pescó la lluvia al volver de clase.

Ella sonrió.

—Imagínate tener esa suerte todos los días, ¿eh?

—Sí. —Pensé en Wes haciendo una voltereta, y quise poner los ojos en blanco—. Claro.