—Hace cuatro años que no pruebo esta cerveza, pero creo que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que sigue siendo igual de mala.
Dejo escapar media sonrisa al oír el comentario de Niall y cojo el botellín que me tiende Asher, recién separado del pack de seis. Me muerdo la lengua para no decir que pienso como él, porque decirlo en voz alta sería como una traición a Sarah y yo nunca dejé de ser el que siempre estaba de su parte, pasara lo que pasara. Pasara lo que pasara. Eso es lo que debería haber hecho, estar de su lado, aunque estuviera con el tío equivocado, y a lo mejor así ella no...
—Sabéis que su asquerosa cerveza favorita es el homenaje que ella querría, así que no nos queda otra que beber —bromea Asher.
Hago saltar la chapa del botellín con el borde del mechero que siempre llevo en el bolsillo, ya solo por costumbre, y luego se lo paso a Niall para que él pueda hacer lo mismo.
Hoy Sarah habría cumplido veintiún años. Y hemos quedado para hacer un brindis en su honor. Hemos salido de las casas de nuestros padres después de cenar y nos hemos reunido tras la caseta llena de trastos viejos del jardín trasero de Asher, como cuando éramos unos críos.
El mechero vuelve a mí. Me lo guardo en el bolsillo y los invito a brindar.
—Por Sarah.
Los dos repiten mis palabras y entrechocamos los envases antes de dar un trago. Soltamos unas cuantas palabrotas al unísono cuando nuestras papilas gustativas nos recuerdan lo mala que era de verdad esta marca de cerveza.
—¿Os acordáis del día que cumplió diecisiete y apareció aquí por la noche con la mejor botella de whisky de la bodega de su padre? Un whisky escocés de primera y era la noche de un martes... —recuerda Niall.
—Lo peor de todo es que la mitad de lo que se llevó a la boca lo escupió en mi camiseta —rememoro, con una risita—. Mi padre me olisqueó como un sabueso cuando volví.
—Y a pesar de que escupió más de la mitad, acabé teniendo que acompañarla a casa porque ya estaba medio borracha —aporta Asher—. Nunca he conocido a nadie con tan nula tolerancia al alcohol.
—Por eso bebía esta mierda de cerveza —bromea Niall—. Y su padre pensaba que éramos nosotros la mala influencia, cuando era ella la que le arrasaba la bodega para luego apenas dar dos tragos y que los malos fuéramos nosotros.
—¡No podíamos dejar que se perdiera aquella botella de whisky! —Asher finge estar indignado por la acusación.
—Ya, pero no sé si su padre se enfadó más por la botella o porque ella apareciera en casa casi a las dos de la madrugada de un martes y colgada de tu cuello —pica el otro.
—No lo estás haciendo bien con una chica si su padre no te mira mal ni una sola vez...
Mantiene la sonrisa en la boca, pero un tanto congelada. Le doy una palmada en el hombro y luego un apretón, porque sé perfectamente que está pensando en cuando Niall y yo nos fuimos y los dejamos solos y se comieron a besos entre estrella fugaz y estrella fugaz del espectáculo de las perseidas de una noche de agosto. Luego los tres volvemos a beber, para tragarnos los sentimientos.
—No sé si fue peor lo de los diecisiete o la fiesta de sus dieciséis, también os lo digo... —lanzo la siguiente anécdota para evitar la melancolía.
Pasamos un buen rato riéndonos a carcajadas mientras rememoramos los mejores momentos de cuando éramos una panda de cuatro críos que se creían lo suficientemente mayores para comerse el mundo. Todo era fácil y emocionante entonces. Antes de que la vida se nos complicara, supongo. Y antes de que pasáramos a ser solo tres.
A pesar de que no paramos de criticar la cerveza, abrimos la segunda ronda. Fumaría un cigarrillo ahora..., pero descarto la apetencia enseguida, en cuanto recuerdo por qué lo he dejado.
—Oye, Jayden, ¿es verdad que hoy pasas la noche en casa de tus padres, no porque hubieras quedado con nosotros para esto, sino sobre todo por el hecho de que alguien viene mañana a comer?
Niall se descojona en cuanto oye la malintencionada pregunta de nuestro amigo.
Solo la mención de que mañana viene alguien a comer con mis padres hace que mi estómago salte como en la primera bajada de una montaña rusa. Una de esas enormes, que desafían a la gravedad con un par de tirabuzones y la altura ridiculizando a la de la noria.
Haley vuelve mañana de Oakland. La semana que viene empiezan los exámenes de recuperación del semestre pasado. Y ya está preparada para volver a Los Ángeles. Para volver a la universidad. Para retomar su vida. O eso es lo que dice. Quiero pensar que es verdad. Ya hace casi seis meses desde que tuvo que salir de Los Ángeles y hace mes y medio que no la veo, pero hemos hablado mucho en este tiempo y cada día es un poco más la Haley que conocí de verdad —a pesar de conocernos desde siempre— cuando su padre me pidió que le enseñara el campus y estuviera «pendiente de ella». Esa Haley que se cabrea cuando la llamo enana y me tacha de insufrible ante mis tonterías de tío arrogante. La Haley que me gustaba... La Haley que me gusta.
Y Styles se largó de la ciudad a final de curso, de eso nos hemos asegurado.
—Se ha traído la ropa buena y la colonia de salir a ligar —sigue Niall.
—¡Míralo, pero si se está poniendo rojo! —acusa Asher, y me clava un dedo en la mejilla.
Lo aparto de un manotazo y los miro a los dos con cara de pocos amigos. Les encanta tener algo como esto para meterse conmigo. Tampoco se me nota tanto.
—Sois un par de payasos.
Solo consigo hacerlos reír a carcajadas.
—Quiero conocerla —exige Asher.
—Olvídalo. Y no vayáis contando estos cuentos de fantasía por ahí. —Miro a Niall.
—Si lo dices por Britt, tiene ojos y oídos, tranquilo.
Gruño otra vez. No me hace gracia. Primero, porque no quiero que nadie vaya hablando por ahí de lo que siento o no siento sin tener ni idea, y, segundo, porque Haley no está ahora para que nadie le diga: «Oye, ¿no ves que Jayden te está poniendo ojitos?». Haley necesita un amigo y no un cobarde que se asuste por lo mucho que le gusta cuando está cerca de ella.
—Jayden Sparks enamorado. A Sarah le habría encantado ver esto —medita Asher.
—Ya te digo —lo apoya Niall.
Ya te digo. Sarah estaría burlándose de mí mucho más que este par de tontos.
—No estoy enamora...
—Claro que no —me cortan los dos a la vez, con un tono que contradice sus palabras.
Pues claro que no.
La casa está a oscuras cuando llego de madrugada. Abro todo lo sigiloso que aprendí a ser en mi adolescencia, cuando lo último que quería era que mi madre me pillara con una copa de más. Está todo en silencio. Cierro despacio y luego doy un primer paso hacia las escaleras.
¡Miau!
El cuerpo se me tensa ante el susto. Ya me había olvidado de que a Piezas no hay nada que le guste más que delatarme... y provocarme una taquicardia.
—¿Quieres callarte, escandalosa? ¿No ves que vas a despertar a todos? —la regaño en susurros mientras la cojo en brazos.
Empieza a ronronear al instante y me hace cosquillas con los bigotes en el lóbulo de la oreja.
Cargo con ella y, una vez en mi cuarto, la lanzo sobre la cama. Solo me ha dado tiempo a quitarme las zapatillas, y oigo que se abre la puerta a mi espalda, despacio. Me giro de golpe y veo el pelo negro y revuelto de mi hermano asomando tímidamente.
—Jay —susurra.
—Pasa —doy permiso en el mismo tono—. ¿Qué haces despierto?
Entra y cierra tras él, sin contestar. Se acerca, se sienta sobre el colchón y acaricia a Piezas. Va en pijama y, por lo arrugado que está, parece haber dado muchas vueltas en la cama. Me dejo caer a su lado.
—¿Estás bien? ¿Qué pasa?
Sé que no es por mamá. No, porque mamá está bien y hemos cenado los cuatro juntos y todo iba estupendamente. Aún le quedan unas cuantas sesiones de radioterapia, pero está mucho mejor que antes y ya recuperada del posoperatorio, así que estoy bastante seguro de que no es eso lo que no deja dormir a Luke.
—Me he peleado con Alex.
Alexander es el mejor amigo de mi hermano desde hace un par de años. Su mejor amigo, sí, aunque yo sé que eso no es todo.
—¿Qué ha pasado?
—Alguien le ha dicho algo sobre mí y ahora ya no quiere que seamos amigos.
Me duele el corazón. Porque entiendo al instante cómo le está doliendo a él. Y además tengo una bola de rabia en el estómago que me hace apretar los dientes. Ese instinto de hermano mayor que te hace querer matar a cualquiera que se atreva a hacerle daño a tu hermanito.
—Alguien le ha dicho que... te gustan los chicos.
Levanta la vista de golpe para clavar sus ojos avellana en los míos. Se parece más a mamá que yo, pero tiene los ojos de papá. Y esa mirada desafiante de los Sparks de cuando nos ponemos a la defensiva al escuchar cosas que no nos esperamos. Frunce el ceño.
—¿Te lo ha dicho Haley?
Está contrariado, creo que incluso molesto.
—¿Haley? ¿Se lo has contado a Haley antes que a mí?
No dice nada. Sigue mirándome como si el enemigo fuera yo. Y lo peor es que me veo en la obligación de ser quien da explicaciones:
—No hace falta que nadie me diga nada, Luke. Eres mi hermano. Te conozco desde que naciste. Y, además, lo siento, pero, en fin, si Alex no se ha querido enterar antes de que te gusta él es porque está bastante ciego... Eres como un libro abierto.
—¿Qué? ¿Sabes que me gusta Alex?
—Eh, tranquilo. Vas a despertar a papá y a mamá.
—De verdad, eres increíble, Jayden —farfulla, enfadado, se levanta y da dos pasos hacia la puerta.
Me planto en su camino para cortarle el paso. No tengo ni idea de por qué de pronto está tan enfadado conmigo. Bueno, sí, entiendo que pensaba que tenía un secreto que le costaba horrores confesar y le acabo de decir, sin paños calientes, que no hacía falta que lo guardara tanto porque es bastante obvio. Se estará preguntando cuánta gente más lo sabe. Si lo saben nuestros padres, si lo saben todos sus compañeros del instituto...
—Oye, lo siento —trato de tranquilizarlo—. No es que lleves un letrero, ¿vale? Es que te conozco bien. Y siento no haber dicho nada antes o no haber intentado hablar contigo por si tú necesitabas hablarlo conmigo, pero es que esperaba que me lo contaras tú cuando quisieras, cuando estuvieras preparado para...
—¿Contártelo? ¿Esperarías también que te lo contara si me gustaran las chicas?
Oh, oh. Esta no es la discusión que yo debería tener con mi hermano pequeño.
—Esperaría que vinieras a contarme si te hubieras colado por una chica exactamente igual que esperaba que vinieras a contarme que te has colado por un chico, sí —le dejo claro.
Se queda callado. Se lo está pensando. En realidad, sé que solo está esperando encontrar algo muy bueno con lo que poder replicar.
—Ya. Igual que tú has venido a contarme cuando te has colado por una chica, ¿no? ¿O te crees que no te he visto babear por Haley?
—Pero ¿qué dices? —salto—. Yo no babeo por Haley.
—Y yo no soy como un libro abierto con Alex.
Levanto las manos en son de paz y él da un paso atrás y relaja los hombros, abandonando esa pose de animal acorralado a punto de atacar que había adoptado.
Vuelve a sentarse en la cama. Piezas se ha acurrucado hecha un ovillo, pero él la coge y la pone sobre su regazo.
—Me gustan los chicos —dice, en voz muy baja.
Me dejo caer a su lado.
—Muy bien. Pues vale —me limito a decir. Me mira de reojo solo a pequeños intervalos—. Me gustan las chicas.
Suelta una risita y yo sonrío al oírlo.
—Mentira —me lleva la contraria—. No te gustan «las chicas». Te gusta Haley.
—Me gusta Haley.
Es la primera vez que lo digo en voz alta y un estremecimiento extrañamente agradable me recorre la columna vertebral al tiempo que pronuncio las palabras. Nunca me había gustado nadie así. Y es una mierda. Porque no es, en absoluto, para nada, lo que ella necesita.
—Ya. Pues estamos jodidos los dos.
—¡Oye! No digas palabrotas —regaño—. Y no se te ocurra decirle a Haley ni una palabra de todo esto.
—Claro que no. El que tiene que decírselo eres tú.
Niego con la cabeza. Este crío no tiene ni idea de la vida todavía.