El archivo online de vídeo de Radio Televisión Española contiene numerosas joyas accesibles de manera pública y gratuita. A menudo me gusta navegar por la web y ver qué nuevos materiales se ponen a disposición de la sociedad. En uno de estos pases virtuales me topé con el reportaje que grabó el Noticiario Español, uno de los primeros noticiarios cinematográficos sonoros editados en España, con motivo del llamado «Gran desfile de la Victoria en Madrid», celebrado el 19 de mayo de 1939, y en el que marcharon 120.000 hombres durante cinco por horas por el paseo de la Castellana. La grabación, que dura algo más de doce minutos, no tiene desperdicio, e incluye imágenes muy representativas de lo que las autoridades franquistas querían transmitir con ese acto. Aunque el evento es de sobra conocido, revisar las imágenes que grabaron las autoridades para la ocasión resulta tremendamente interesante. En lo que respecta a este libro, el documento en cuestión destaca por la presencia de numerosas referencias simbólicas y materiales que nos ayudan a entender mejor el rol que la capital iba a jugar en el nuevo régimen político franquista. Asimismo, es importante notar que esas referencias están salpimentadas por detalles que llevan al televidente a conectar el conflicto español con el contexto europeo de la época y, por ende, con la red transnacional de extrema derecha.1
En primer lugar, llama la atención el alto número de personas que aparecen con el brazo en alto, realizando el saludo romano típico de la Italia mussoliniana. Aunque el saludo fascista obligatorio se había aprobado por decreto desde el 24 de abril de 1937, queda claro que esas imágenes no solo buscaban promover un retrato de la población madrileña feliz y aliviada, sino también de una «mayoría» comprometida con la ideología del nuevo régimen, materializada en ese gesto. Además, es sorprendente el número de referencias, directas e indirectas, al papel desempeñado por las potencias fascistas durante la guerra civil. Obviamente, el reportaje recoge la presencia de la banda de los carabinieri luciendo el uniforme tradicional, así como de los batallones alpinos. También desfila la Legión Cóndor, definida por el locutor como «la infantería mejor del mundo». Finalmente, es imposible no fijarse en la presencia en el palco de honor de varias personas que llevan el brazalete nazi.
El reportaje permite identificar varios objetivos de carácter propagandístico. Por un lado, queda claro que el acto estaba destinado a perpetuar la victoria del bando rebelde en la memoria colectiva de los españoles; en palabras del mismo Franco al término del acto: «Los laureles de la victoria no se marchitarán jamás». Por otro lado, el objetivo era dar una muestra en frente de todo el mundo del proyecto político que estaba por venir y del que Madrid será pieza clave. En efecto, las constantes imágenes aéreas de la capital española en las que se pueden atisbar algunas de las partes devastadas tras años de bombardeos, junto con la panorámica de algunas de las zonas más emblemáticas —sobre todo la Castellana a la altura de la plaza de Colón—, se entremezclan con frases del tipo: «Toda la capital de España es un rotundo y unánime homenaje a Franco y un recuerdo a José Antonio. […] el desfile de la victoria en Madrid ha sido reflejo de la España poderosa que nace» (véase la foto 5 del primer pliego).
El esfuerzo propagandístico probablemente no dejó indiferente a nadie, provocando gran entusiasmo entre los falangistas más fieles. Como recordaba Fernando González-Doria en sus memorias, ellos se encargaron de mantener el ambiente festivo en distintas partes de la capital: «En el Ritz parecía que la Cruzada de Liberación no había existido. Mandos y jerarquías militares, camaradas y alegre jolgorio».2 Las celebraciones se prolongan varios días después del acto. Desde una perspectiva internacional, es importante señalar cómo se van produciendo distintas fiestas de despedida de las tropas extranjeras que entraron en la ciudad de Madrid y que, tras el desfile, empiezan a volver a casa. La desmovilización de algunos reemplazos se considera motivo de celebración. Es en este ambiente en el que se produce una gran confraternización, conscientes muchos de esos actores de que estaban defendiendo la misma causa en unas circunstancias verdaderamente excepcionales. Una confraternización que resultaría decisiva para la red transnacional de extrema derecha, ya que esta iba a crear lazos personales duraderos en el tiempo, incluso pasado el final de la segunda guerra mundial, como veremos en otros capítulos. Y para muchos de ellos va a quedar el recuerdo de ese desfile por las calles de Madrid, ahora centro neurálgico de la nueva España de Franco.
Sin embargo, para que Madrid se acabara de convertir en un símbolo franquista, no era suficiente un desfile militar por muy «grandioso» que fuese. Las autoridades del nuevo régimen sabían que tenían que resignificar todo el espacio urbano. Como explicábamos en el capítulo anterior, muchos eran los que aún asociaban Madrid con la «tumba del fascismo». Conscientes de este escenario, las autoridades del bando rebelde se lanzaron a la compleja tarea de labrar una nueva identidad para la capital española a medio y largo plazo. Y ese esfuerzo no se limitó a la esfera doméstica, sino que tuvo también un importante componente internacional. De hecho, entre 1939 y 1942 las autoridades franquistas dieron pasos decisivos para cambiar la forma en que Madrid era percibida, no solo por sus propios ciudadanos, sino también por una audiencia internacional, lo que a su vez ayudó a que la capital española ganara visibilidad dentro del universo fascista.
En las próximas páginas, pues, nos vamos a centrar en los inicios de ese proceso de transformación urbana en clave transnacional; este se manifestó de diversas maneras, pero nosotros vamos a tratar tres dinámicas: los actos multitudinarios —como el desfile del 19 de mayo que acabamos de describir—, las nuevas líneas maestras de las relaciones entre el régimen de Franco y las potencias fascistas, y la planificación arquitectónica y urbanística. En última instancia, estos tres pilares del cambio pretendían configurar y resignificar activamente la capital española, mostrando un espíritu fascistizante de innovación y regeneración que correspondía al nuevo Estado después de haber asumido una forma abiertamente dictatorial. Para entender mejor este proceso, nos apoyaremos en los estudios que han realizado sobre la resignificación de Madrid dentro del contexto nacional historiadores como Jesús Martínez Martín, José Enrique Otero Carvajal, Zira Box, Olivia Muñoz, Alejandro Pérez-Olivares, o Pedro Montoliú, entre otros, todos ellos complementados con fuentes de archivo y numerosas fotos y recortes de periódicos.
José Antonio Primo de Rivera fue fusilado a las 6.20 de la mañana del 20 de noviembre de 1936 en el patio de la cárcel de Alicante, donde había sido trasladado desde la cárcel Modelo de Madrid. El fundador y jefe nacional de Falange fue posteriormente enterrado en una fosa común de la cárcel de Alicante, desde donde dos años después fue trasladado al nicho número 515 del cementerio de Nuestra Señora de los Remedios. Hasta ahí, los hechos que aparecen narrados en multitud de obras sobre la historia de la guerra civil. Lo que quizá es menos conocido es el periplo de los restos mortales del líder falangista después de 1939. En ese sentido, una obra de referencia es la biografía escrita por el historiador Joan Maria Thomàs, en la que se explican muchas cuestiones referidas a la manera en la que el régimen decidió memorializar a José Antonio Primo de Rivera.3
Como nos explica el investigador mallorquín, al terminar la guerra las autoridades franquistas decidieron trasladar sus restos, esta vez a San Lorenzo de El Escorial, elegido como uno de los lugares clave en las nuevas políticas de la memoria. El 19 de noviembre de 1939, Primo de Rivera fue, pues, nuevamente exhumado. A partir de ahí comenzó el recorrido que vería el ataúd, cubierto de terciopelo negro, acarreado a través de distintas localidades españolas por falangistas que se turnaron cada diez kilómetros, entre salvas de cañón o de fusil. El itinerario hasta llegar a El Escorial estaba estudiado hasta el último detalle, con el fin último de transmitir una gran carga simbólica entre los asistentes. Por ejemplo, el tiempo que duró el traslado se decretó luto nacional, y se insistió para que el paso por las localidades se realizase entre el silencio de los vecinos y los saludos falangistas. En ese sentido, la entrada en Madrid era vista por los organizadores como una de las etapas más importantes en el periplo de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera. La idea era llegar a Madrid desde Aranjuez y recorrer las principales calles del centro, pasando por la Gran Vía, ya renombrada como avenida de José Antonio, hasta llegar a la plaza de España, donde la comitiva sería recibida por las autoridades. La Falange sería la encargada de decorar las calles y asegurarse de que el ambiente fuera el apropiado para la ocasión (véase la foto 6 del primer pliego).
Y es que, si las autoridades franquistas estaban empeñadas en utilizar su victoria para borrar todo rastro de izquierdismo y dotar a la capital de un nuevo significado, este proceso era particularmente importante para muchos miembros del partido. Después de todo, Falange se había fundado en el corazón de la capital española y su iniciador también nació allí. Como argumentó el abogado, escritor y publicista de extrema derecha, José Luis Jerez Riesco, el partido del yugo y las flechas tiene su «existencia política enmarcada en escenarios específicos de la capital». Tan es así que Riesco llegó a hablar de una «concomitancia» entre el partido y la ciudad. Dicha asociación entre Falange, José Antonio Primo de Rivera y la capital española la ejemplifica mejor que nadie el destacado periodista falangista Samuel Ros, en el libro A hombros de la Falange: historia del traslado de los restos de José Antonio, en el que se describe el desfile de los restos de José Antonio Primo de Rivera con todo lujo de detalles. En esta obra, Ros hizo hincapié en la ciudad de Madrid, que describió de la siguiente manera:
Madrid es el primer panfleto, el primer discurso, la primera llamada a la lucha, el combate a puñetazos, la primera sangre sobre el asfalto, el primer «¡Presente!» ante el primer «Caído». Madrid es también la primera victoria política de José Antonio […]. Madrid es la ciudad que crucificó a sus mejores camaradas y la capital donde con más furor fueron destruidos sus símbolos, aniquilados sus lemas y perseguidos los hombres que en ella creían. Madrid es también la ciudad que mantuvo viva la fe que encendió José Antonio, donde se aceptó con más valentía la muerte, donde los compañeros lucharon con más valentía en la clandestinidad, donde se entendió mejor la misión que implicaba a todos en la guerra. Todo esto es Madrid.4
Sin embargo, la transformación de la imagen internacional de Madrid como ciudad «fascista» no podía lograrse solamente a través de actos multitudinarios como el desfile de la Victoria o el entierro de José Antonio. Aunque ambos acontecimientos fueron conocidos fuera de las fronteras, lo cierto es que seguían siendo demasiado «locales». Era necesario organizar también eventos de naturaleza diferente, que atrajeran la mirada del resto de Europa. Afortunadamente para el falangismo, la capital española se iba a beneficiar de los efectos de la nueva política exterior del régimen de Franco, especialmente del acercamiento hacia las potencias fascistas que habían jugado un papel fundamental en la victoria durante la guerra civil.
Los detalles de ese acercamiento son conocidos gracias a la ingente labor realizada por historiadores como Javier Tusell, Ismael Saz, Paul Preston, Joan Maria Thomàs, o Gennaro Carotenuto, entre muchos otros. Por ello, no vamos a dedicar mucha atención a explicar los particulares de esta nueva política exterior franquista. En cambio, sí que vamos a tratar los efectos que el acercamiento a las potencias fascistas decretado por las autoridades españolas tuvieron en el futuro de la ciudad de Madrid, principalmente en relación con la red transnacional de extrema derecha. En ese sentido, es importante destacar que la aproximación sobre todo con la Alemania nazi y la Italia fascista iban a permitir la consolidación de lazos personales cruciales en el desarrollo de la red. Esto tuvo lugar en gran medida a través de los viajes de distintas figuras del fascismo alemanas e italianas que visitaban la capital española invitadas por una parte de las autoridades franquistas recién instaladas allí. En última instancia, esas visitas oficiales dejaban claro al fascismo europeo que la red transnacional podía extenderse también por la capital del régimen de Franco tras varios años de una presencia relativamente limitada.
Dos de los ejemplos más esclarecedores de los efectos de esa política exterior filofascista para la ciudad de Madrid fueron las visitas de Galeazzo Ciano y de Heinrich Himmler. En ambos casos, la dinámica fue similar: los líderes serían recibidos por los máximos representantes del régimen, visitarían los lugares más importantes de la ciudad y desfilarían por las calles del centro adecuadamente decoradas con símbolos fascistas. Este itinerario más o menos fijo se puede ver ya con la llegada del yerno de Mussolini, Galeazzo Ciano. Hombre de buenos modales, carismático, y con fama de vividor, el diplomático italiano aterrizaba en España para devolver la visita que Serrano Suñer acababa de realizar, con el objetivo de ahondar en ese frente fascista. Ciano recorrería la Península, visitando lugares en que las tropas italianas tuvieron algún protagonismo durante la guerra civil: Barcelona, Tarragona, Vitoria, San Sebastián —donde se entrevistaría con un Franco que gustaba de veranear allí—, Santander, Bilbao, Madrid, Toledo, Sevilla —donde sería recibido por el general Queipo de Llano—, y Málaga, desde donde regresaría en barco a Italia.
En este sentido, conviene aclarar que Madrid no era ni la única ni la principal referencia urbana para el fascismo europeo. De hecho, tanto el viaje de Ciano como el de Himmler nos muestran el interés que Roma y Berlín tenían por visitar otras localidades. En algunos casos, la relevancia está vinculada a la guerra civil, especialmente a alguna batalla donde voluntarios extranjeros jugaron un rol destacado en favor del bando rebelde. En otros casos, la importancia de la ciudad radicaba más en un punto de vista económico-comercial. Un ejemplo interesante es el de la ciudad de Barcelona, analizado en los dos libros recientemente publicados por Mireia Capdevila Candell y Francesc Vilanova i Vila Abadal, y por Manu Valentín.5 En ambas obras se pone de relieve la importante presencia del fascismo italiano y, sobre todo, alemán en la Ciudad Condal ya desde los años treinta y durante el primer franquismo. De hecho, estos dos sensacionales trabajos dan a entender que Barcelona fue probablemente uno de los principales puntos de referencia durante esos años, puesto que combinaba aspectos simbólicos, un gran potencial económico y la existencia de importantes redes ya afianzadas en la ciudad. En efecto, la evolución de la Ciudad Condal dentro de la red de extrema derecha también tendrá un impacto en Madrid, cosa que veremos con más detenimiento en el capítulo 9 de este libro.
Otro ejemplo comparable al de Barcelona es quizá el de Mallorca, un lugar tremendamente importante para el fascismo italiano, sobre todo durante la guerra civil. No debemos olvidar que las islas estaban en una situación ideal para el régimen de Mussolini, cerca de los puertos italianos y lejos de las zonas de conflicto más importantes de la Península, y a medio camino de las estratégicas rutas marítimas entre Italia, el Reino Unido y Francia y las colonias europeas en torno al mar Mediterráneo. Es por ello por lo que el Gobierno italiano se involucró sobremanera en la ocupación militar de las islas por parte del bando rebelde. En efecto, Mussolini decidió nombrar consejero militar al fascista Arconovaldo Bonaccorsi, enviándole a las islas al frente de una fuerza compuesta por camisas negras y oficiales del ejército regular. La idea era que Bonaccorsi ejerciera el rol de procónsul italiano en las Baleares y así afianzar la presencia italiana en Mallorca (véase la foto 18 del segundo pliego). Aunque la presión británica acabaría por forzar la salida de Bonaccorsi de Mallorca en otoño de 1936, este siguió desempeñando un papel importante en la red, como veremos en próximos capítulos. Asimismo, Manuel Aguilera Povedano nos recuerda la intensa labor realizada por Mussolini para extender la influencia italiana en la isla, convencido de que era una cabeza de puente para el futuro de la Italia fascista.6
Si bien es cierto que lugares como Mallorca y Barcelona llamaban más la atención del fascismo europeo en el año 1936, sí que podemos constatar un esfuerzo por parte de las autoridades franquistas por restañar una cierta jerarquía política para la capital española. Madrid había sido una de las últimas ciudades en caer, y eso se podía vender como el colofón a la odisea de los ejércitos franquistas asistidos por las potencias fascistas en su lucha contra el comunismo. La idea era convertir los vaivenes del frente de Madrid en una especie de gesta homérica que requirió un ingente esfuerzo pero que acabó valiendo la pena gracias a la recompensa final. En esa línea se expresaba, por ejemplo, el ABC en su edición sevillana del 16 de julio de 1939 —un día después de la llegada de Ciano—. Ocupando la portada en letras mayúsculas se podía leer: «En la culminación de un viaje triunfal, el Conde Galeazzo Ciano recorre el escenario de epopeya de Madrid».
Asimismo, la importancia que las autoridades franquistas otorgaron a la visita madrileña de Ciano también se puede observar en el nivel de las entrevistas que tuvo, así como en la atención al detalle con que se preparó la visita. Las crónicas periodísticas de la época así lo muestran, incluso desde el momento en el que el avión de Ciano aterrizó en Barajas procedente de Vitoria ese 15 de julio, a eso de la una del mediodía. A pesar del calor considerable, el régimen hizo una puesta en escena muy festiva ya en el aeropuerto, contando con la asistencia de las personalidades que «en Madrid tienen relieve», encabezadas por el ministro de Agricultura y secretario general del Movimiento, Raimundo Fernández-Cuesta. Por su parte, Ciano venía acompañado del general de brigada Gastone Gambara, una de las personas clave en la intervención militar italiana durante la guerra. Aunque no lo sabían por aquel entonces, Fernández-Cuesta y Gambara acabarían siendo actores centrales dentro de la red madrileña, sobre todo durante los años cincuenta. En cualquier caso, ambos pasaron entonces revista a las tropas allí presentes entre vivas a Mussolini y a Franco. Fue en ese momento cuando Ciano recibió un gallardete que le entregaban los representantes del Fascio italiano en Madrid. No debemos olvidar que las comunidades de italianos residentes en el extranjero llevaban tiempo organizándose a nivel político en estos Fasci all’Estero. El hecho de que pudiesen llegar hasta Ciano nos muestra que estos iban a tener cada vez más presencia en la capital española.
Una vez terminados los actos en el aeropuerto, Ciano se desplazó hacia Madrid en un coche descapotable; el objetivo era que desfilase por las principales calles de la capital como si fuese un héroe de guerra, entre vítores y aplausos. Finalmente, Ciano llegó a su destino, el Ministerio de la Presidencia, que en ese entonces estaba localizado cerca de la plaza de Colón. Desde allí, y más allá de los actos protocolarios típicos, Ciano presidió un desfile de 140.000 falangistas provenientes de las secciones local y provincial a través del paseo de la Castellana. Este desfile no era ni casual ni baladí. En efecto, esta era la mayor concentración hecha por Falange desde el desfile de la Victoria unos pocos meses atrás. Qué duda cabe de que el partido del yugo y las flechas quería sacar músculo mostrando a una de las máximas figuras italianas todo su potencial como movilizador de masas. Terminado el desfile, Ciano fue llevado a la Ciudad Universitaria, uno de los principales escenarios de la contienda bélica y que, como veremos en próximas páginas, se acabaría convirtiendo en un símbolo del nuevo Madrid. También pasaron por la plaza de España y la sede de la Escuela de Arquitectura, una vez más dando muestras de la importancia que los regímenes fascistas daban al urbanismo.
En resumidas cuentas, el viaje de Ciano a Madrid fue una primera prueba de fuego para la capital española, que demostraba que podía albergar visitas oficiales de la mayor relevancia política. Aunque es verdad que el viaje de Ciano tuvo otras paradas de interés, lo cierto es que su paso por la capital dejó varios elementos de relevancia. Y es que no solo la ciudad de Madrid mostró su cara más entusiasta con el yerno de Mussolini, sino que las autoridades franquistas la usaron para mandar un mensaje al fascismo internacional: la capital de España está lista para dejar de lado su pasado republicano y empezar de nuevo, siguiendo el ejemplo de otras ciudades del fascismo como Roma o Berlín. En palabras del mismo editorial de ABC:
La más eminente ciudad de España, prisionera durante tres años y tres meses en una red de barbarie y de violencia, podía comprender mejor que ninguna otra ciudad lo que en nuestra guerra de salvación había significado la asistencia, la amistad, y la fe de Italia. […] El Conde Ciano ha visto en Madrid una explosión entusiasta de afecto, que ponía la sonrisa abierta y clara, tras de las lágrimas. En los contornos de la ciudad y aun en su mismo corazón, pudo descubrir las bárbaras fuerzas que la conmovieron y desgarraron, y junto a esas imágenes recientes, la multitud aupándose sobre las ruinas, y dando timbres de fiestas a sus vítores de bienvenida.
Esta narrativa se consolidó con la segunda vista de calado, que tuvo lugar solo un año después; nos referimos a la realizada por el Reichsführer-SS y jefe de la policía alemana, Heinrich Himmler, en octubre de 1940, tanto para reforzar las relaciones bilaterales justo antes de la reunión franco-hitleriana de Hendaya como para inaugurar la colaboración de la Gestapo en la reorganización de la policía española. El 20 de octubre llegó por la mañana a la estación del Norte de Madrid, siendo recibido por una comitiva militar, el embajador alemán en Madrid y Serrano Suñer. En las calles de la capital, decoradas con banderas nazis, fue recibido por falangistas en uniforme y efectivos de la Policía Armada. Tras reunirse con Serrano Suñer en la sede del Ministerio de Exteriores, Franco lo recibió en el Palacio de El Pardo. Himmler asistió posteriormente a una corrida de toros que se ofreció en su honor en la plaza de Las Ventas, organizada por José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, figura relevante dentro del primer franquismo que acabaría siendo alcalde de Madrid y, por ende, personaje central dentro de la red. Aristócrata, abogado, militar y político español, Mayalde había además ejercido como embajador de España en la Alemania nazi entre 1939 y 1941. Germanófilo y pronazi, el conde de Mayalde aprovechó su nombramiento para establecer toda una serie de contactos con varios jerarcas nazis y también con algunos de los más famosos colaboracionistas con el Tercer Reich, destacando su amistad con Degrelle. La designación, además, coincidió con el envío al frente oriental de la llamada División Azul. Mayalde desplegó una gran actividad en torno a esta división, llegando a visitarla durante su estancia en Alemania y, posteriormente, yendo al hospital militar español de Berlín; hasta el punto de que el historiador Wayne H. Bowen explica que llegó a ser conocido como «el embajador de la División Azul».7 Para cuando Mayalde regresó a la escena política en 1952 como alcalde de Madrid, sus contactos con los representantes más famosos del fascismo europeo residentes en la capital —especialmente con Degrelle— le aseguraron un sitio de privilegio dentro de la red.
Serrano Suñer utilizó esta visita para impulsar su posición política en el régimen. Dado que no quedó satisfecho con la cobertura que hizo la prensa del régimen, dio instrucciones al director general de prensa, Enrique Giménez-Arnau, para que periódicos como ABC, Ya o Arriba estuviesen «a la altura de las circunstancias». Al día siguiente, Himmler se trasladó a El Escorial y a la ciudad de Toledo, donde recorrió las ruinas del destruido alcázar. Por la noche, el jefe de las SS asistió a una cena en el madrileño hotel Ritz que había organizado José Finat, y a la que concurrieron las principales jerarquías de Falange. El 22 de octubre, por la mañana, Himmler visitó el Museo del Prado, la sede de Auxilio Social y el Museo Arqueológico de Madrid, donde estudió con atención un mapa de las invasiones germánicas, y ya por la tarde dio un discurso en la Casa de Alemania (que estaba en el mismo edificio que la Secretaría General del Movimiento Nacional, y que fue clausurada al terminar la segunda guerra mundial, como se puede observar en la foto 9 del primer pliego), y la sede del partido nazi, situada desde febrero de 1940 en el número 17 del paseo del Cisne (hoy Eduardo Dato). En ese sentido, es curioso subrayar que el emplazamiento del partido nazi en Madrid estaba a pocos pasos de la residencia del embajador estadounidense, Carlton Hayes, y del Club Social Alemán: posiciones enfrentadas a escasos metros una de otra. Tras su estancia en la capital, la comitiva alemana se dirigió en avión hacia Barcelona.
En todo momento, Himmler encontró la ciudad de Madrid cubierta de banderas nazis, y se organizaron desfiles por diferentes barrios para celebrar la recién establecida amistad hispano-alemana. No deja de ser llamativo cómo la capital trató de involucrar a más madrileños organizando una de sus aficiones favoritas: la ya mencionada corrida taurina organizada para celebrar la visita. Por supuesto, esta corrida tuvo lugar en la plaza principal de la ciudad, Las Ventas, que también estaba totalmente cubierta por banderas nazis, como se puede apreciar en la foto 7 del primer pliego.
Claramente, estos eventos fueron mucho más allá de la esfera de las relaciones diplomáticas entre gobiernos; servían para enviar mensajes a la población, y también para promover una determinada imagen de la ciudad tanto interna como externamente. Además, mientras las autoridades españolas intentaban mejorar las relaciones con los países del Eje, también trataban de mostrar al mundo que una ciudad como Madrid se estaba fascistizando, convirtiéndose así en una sede adecuada para los líderes fascistas más destacados.
A medida que las relaciones entre la España de Franco y las potencias fascistas se iban consolidando, la ciudad de Madrid se iba convirtiendo en un destino cada vez más atractivo para los servicios de información del Eje. Al mismo tiempo, estos viajes permitieron crear una serie de vínculos personales cada vez más profundos con la ciudad de Madrid como escenario de fondo.
Pero la transformación de Madrid no estuvo exclusivamente motivada por estas visitas. El estallido de la guerra en Europa, y la posterior declaración de neutralidad española, no hacían sino aumentar la relevancia geoestratégica del régimen franquista y de su capital; no hay que olvidar que Madrid era la sede del gobierno central y que muchas de las decisiones importantes se tomaban allí. De esta manera, a partir del año 1939 Italia y Alemania empezaron a aumentar su presencia diplomática en la capital española.
Como nos ha explicado la historiadora Mercedes Peñalba, en España comenzó a operar un formidable despliegue de la Abwehr —el servicio de información militar que dirigía el almirante Canaris— y una célula de información diplomática dependiente del ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, que en Madrid dirigía el consejero de la embajada Erich Gardemann. El responsable de la Gestapo en Madrid se llamaba Paul Winzer, y había cosechado una sólida experiencia y excelentes contactos con las autoridades policiales españolas y la Falange desde mediados de los años treinta. De hecho, Winzer había servido en los meses previos a la guerra civil como agregado policial en la embajada regresando al mismo cargo una vez finalizada. Dada la importancia de la península Ibérica para los intereses alemanes, Winzer era considerado un hombre de la máxima confianza del responsable de la Gestapo, Heinrich Müller, y del director del RSHA, Heydrich.8
Más que llevar a España al conflicto, los servicios de inteligencia alemanes se centraron en trabajar a partir de 1939 en la estabilización del régimen de Franco y en asegurar su constante ayuda en el esfuerzo bélico del Tercer Reich. Para hacer eso, el embajador en Madrid, Eberhard von Stohrer (que tenía su residencia oficial en el número 3 de la calle Hermanos Bécquer), logró colocar a Hans Lazar como jefe de todas las actividades de propaganda. Desde su llegada en 1938, Lazar amplió su red de contactos, estableciendo una estrecha relación con altos funcionarios del Gobierno español, la Falange y los editores de los principales periódicos.
Además, y según muestra el estupendo trabajo de Mercedes Peñalba, Lazar se reunía a diario con los directores de los principales periódicos de Madrid y entablaba amistades muy estrechas con destacados falangistas, en particular los vinculados al departamento de prensa, como el jefe general de prensa, Enrique Giménez-Arnau; el jefe general de propaganda, Dionisio Ridruejo, y José María Alfaro, miembro de la Junta Política de Falange que había ayudado ya a organizar el viaje de Ciano a Madrid. Entre 1939 y 1941, Lazar se aseguró de que la prensa española ofreciera una visión de la guerra claramente favorable a Alemania y destinada a fomentar la desconfianza hacia Gran Bretaña. Gracias a él, incluso algunos periódicos que anteriormente criticaban a Alemania cambiaron de opinión. En resumidas cuentas, y en palabras del historiador alemán Peter Longerich, Lazar logró construir el «aparato de propaganda más efectivo que Alemania tenía en el exterior», convirtiéndose en uno de los personajes clave de la red transnacional durante los primeros años de la segunda guerra mundial.9
Muy relacionados con el tema de la propaganda estaban en realidad la cuestión económica y, sobre todo, los suministros de materias primas esenciales para la guerra. Como muestran los estudios de Christian Leiz y Pierpaolo Barbieri, la utilidad de España para el Reich no se limitó, pues, a su potencial participación en la guerra. En este contexto es necesario destacar el papel desempeñado por SOFINDUS (Sociedad Financiera Industrial), un conglomerado empresarial de capital germano que prácticamente monopolizó las relaciones económicas entre España y Alemania desde su creación en 1938, y con las oficinas centrales sitas en el número 1 de la Castellana). Este edificio estaba solo a unos pocos metros de la embajada y el consulado alemán en Madrid (que también hacía de sede de la Gestapo), en los números 4 y 18, respectivamente. En el número 6 de la Castellana también estaba la Iglesia Alemana, a la que acudían regularmente muchos miembros de la colonia. Como se puede apreciar en el mapa 3, en escasos metros del centro de Madrid se concentraba una gran presencia alemana, la cual no podía pasar desapercibida ante los transeúntes madrileños.
Desde un punto de vista meramente financiero, y como nos explica el historiador Francisco Javier Juárez Camacho, ninguna empresa acaparó durante ese período tanto poder ni tuvo un acceso tan privilegiado a los dirigentes de ambos países. SOFINDUS representaba mucho más que una simple compañía comercial, del mismo modo que su máximo responsable, Johannes Bernhardt, no era únicamente un empresario de éxito.10 Parte fundamental de ese ascenso está relacionado con el tráfico de wolframio hacia Alemania: no debemos olvidar que SOFINDUS nació claramente como una herramienta para afianzar el control alemán sobre la economía española y garantizar el suministro de materias primas. El wolframio, escaso y revalorizado durante los años de guerra, resultaba vital para reforzar el blindaje de los tanques y se encontraba con relativa facilidad en explotaciones mineras de Galicia.
Bernhardt se convirtió en un actor crucial dentro de la red a través del emporio minero del wolframio, su explotación y posterior envío a Alemania. De hecho, se calcula que entre 1941 y 1943, España vendió a Alemania 1.100 toneladas anuales de wolframio, lo que representaba un 30 % de las necesidades de su industria militar, en parte gracias a la intervención del empresario nazi.11 Hasta el punto de que Francisco Javier Juárez Camacho asegura que «Johannes Bernhardt disfrutaba de un poder casi absoluto desde su despacho central de SOFINDUS en la avenida del Generalísimo 1 —actual paseo de la Castellana—, con acceso directo al jefe del Estado, y reconocido como el hombre de confianza de Göring en España».12 El constante contacto con la clase empresarial española y la diversificación de sus negocios obligaron a Bernhardt a contratar una mano derecha, en este caso el alemán Walter Mosig, que sería nombrado director del consorcio SOFINDUS, situado nominalmente por debajo únicamente de Johannes Bernhardt. De nuevo según el relato de Francisco Javier Camacho, su relación era tan estrecha que vivían en domicilios casi colindantes: el de Bernhardt en el número 3 de la avenida del Valle y el de Mosig en el número 4 de la calle de la Brisa (muy cerca del estadio del Metropolitano donde jugaba el Atlético de Madrid). En muy poco tiempo establecieron una red de informantes que sorprende por la entidad y posición de sus colaboradores: José Ungría, Ernesto Giménez Caballero, Manuel Fal Conde, Víctor de la Serna o Ramón Serrano Suñer.13 Las actividades de Bernhardt y de Mosig dejan bien a las claras cómo las relaciones económicas conducidas en su mayor parte en la ciudad de Madrid contribuían a fortalecer y extender la red transnacional de extrema derecha.
Pero no solo los alemanes daban pasos en el terreno económico. También los italianos movieron ficha en ese campo, especialmente a través de la Banca Nazionale del Lavoro (BNL). El banco italiano se convirtió en un actor relevante en los asuntos españoles desde el mismo comienzo de la guerra civil, en el verano de 1936. Dada la importancia de la ayuda militar proporcionada por Roma, esencial para que los ejércitos de Franco ganaran la guerra, Mussolini ahora tenía una influencia sin precedentes. Por eso, el Gobierno italiano decidió enviar una delegación a principios de 1937 para negociar ya una posible mejora del comercio entre Roma y el nuevo gobierno formado en Burgos.
Lo que es particularmente interesante para este libro es que las autoridades en Roma acordaron de inmediato que la BNL debería ser la institución italiana a cargo de regular las relaciones comerciales entre ambos países, convirtiéndose así en una parte integral de las principales discusiones sobre las políticas económicas de Roma hacia el régimen de Franco. Para consolidar aún más la posición de la BNL durante las negociaciones, el Gobierno italiano designó un equipo de funcionarios experimentados y acordó con las autoridades rebeldes la apertura de dos oficinas controladas por el banco, una en Burgos y otra en Sevilla, bajo el nombre de «Banca del Commercio tra Italia e Spagna». El objetivo final era conseguir que la BNL cuadriplicara o incluso quintuplicara las operaciones en la balanza comercial hispano-italiana, dinamizando así los intercambios comerciales. Además, las oficinas de Sevilla, Burgos y posteriormente Madrid (sita en la calle del Príncipe, n.º 12, a escasos pasos del Teatro de la Comedia donde había sido fundada la Falange) también se utilizaron como servicios de propaganda, destinados a atraer a aquellos clientes italianos que deseaban establecer una relación comercial con el bando rebelde. La razón principal de estas nuevas responsabilidades adquiridas era, en palabras de los directivos de la BNL, que «cuantos más italianos activos y ricos haya en España, más presentes, partícipes y apreciados seremos», especialmente en un momento en el que el régimen franquista se estaba volviendo más proteccionista con su economía. Por ello, también fue crucial para la BNL reforzar las diferentes empresas italianas que ya operaban en España —FIAT, Pirelli, Olivetti, Montecatini, Ilva, Magona d’Italia, etc.—, antes de que el bando rebelde adoptara una legislación más estricta.
Como no podía ser de otra manera, el acercamiento entre España y las potencias fascistas también se materializó en el plano cultural. Ello ha quedado claramente reflejado en el estupendo libro de Jaume Claret El atroz desmoche, donde se explica cómo la enseñanza de idiomas y los intercambios de profesores y alumnos fueron utilizados tanto por el franquismo como por los países ideológicamente próximos —Alemania e Italia por supuesto, pero también Rumanía y Portugal— para intensificar sus relaciones.14 El ejemplo probablemente más relevante de esta dinámica fue la creación del Istituto Italiano di Cultura (IIC) situado en el Palacio de Abrantes, en plena calle Mayor. Antigua sede de la embajada italiana (que ahora estaba en la calle Lagasca 96), el IIC sería redimensionado al término de la guerra civil convirtiéndose en punta de lanza de la acción cultural italiana en España y, por ende, de la expansión ideológica del fascismo. Tal fue el despliegue del IIC organizando conferencias, exposiciones, intercambios o cursos de idiomas que cuando el primer embajador de la restaurada democracia italiana, Tommaso Gallarati Scotti, llegó a Madrid en 1945, se quedó asombrado por el agujero económico que causaba a las arcas del Estado. De hecho, uno de sus primeros cometidos fue el de reducir las actividades del IIC y moderar el gasto del mastodonte que Mussolini había creado.
Otro ejemplo de la dinámica acción cultural llevada a cabo por Mussolini es el Liceo Italiano, inaugurado en mayo de 1940 en la confluencia entre las calles de Ríos Rosas y Agustín de Betancourt. La idea era institucionalizar una escuela secundaria donde se diera preminencia a las asignaturas en italiano (Literatura, Latín e Historia), entre otras. Aunque el Ministerio de Asuntos Exteriores italiano había ordenado la apertura del colegio italiano el 27 de junio de 1940, el rectorado de la Universidad Complutense de Madrid no autorizaría su funcionamiento como centro de enseñanza de grado medio legalmente reconocido hasta el 24 de junio de 1941. Un día más tarde, el director general de Enseñanza Primaria daba el permiso oficial, en un acto formal, para la apertura de la Escuela Elemental Italiana como centro para la preparación al bachillerato oficial italiano y español.
Mucho más pedigrí tenía el Colegio Alemán de Madrid, fundado en 1896 en la carrera de San Jerónimo, aunque más tarde se trasladara a la calle Fortuny, 7, primero, y a la calle Rafael Calvo, 29, después. Lo que resulta más interesante para esta investigación es que tras la subida de Hitler al poder en enero de 1933, el Colegio Alemán fue utilizado como vehículo de propaganda del nacionalsocialismo en la capital. Tal era la identificación ideológica que en 1940 el colegio había decidido expulsar a todos los alumnos judíos. Asimismo, era habitual ver en las instalaciones de la calle Rafael Calvo toda la simbología nazi, incluyendo banderas, o incluso personas con el uniforme del partido. Como se puede observar en la foto 10 del primer pliego, que muestra la celebración del Día de la Madre en Madrid en 1941, los mismos niños no estaban exentos de participar en esa simbología. Es más, se convertían en vehículos para propagar las supuestas bondades del sistema nazi entre los padres, algo que también se pudo apreciar en el viaje a Madrid de las juventudes hitlerianas en octubre de 1941, y que dejó escenas tan llamativas como la que refleja la foto 8 del primer pliego. Esta actitud, sin embargo, no se daba en todos lados. En efecto, el radicalismo del Colegio Alemán de Madrid contrasta con el caso del Liceo Francés de Barcelona, donde la dirección del centro ofreció resistencia al control desde Vichy y acabó creando una escuela paralela.
Otro ejemplo de acción cultural lo encontramos en la inauguración del Instituto Alemán de Cultura en Madrid, el 27 de mayo de 1941. Aunque no tuvo el dinamismo de su homónimo italiano, Berlín trató de darle bastante bombo desde la misma ceremonia de apertura, que contó con la presencia de algunas de las personalidades más relevantes del momento, incluyendo al embajador alemán, el subsecretario de Educación del Reich Werner Zschintzsch, el ministro español José Ibáñez Martín, el presidente del Instituto Theodor Heinermann y el ministro plenipotenciario Fritz von Twardowski. Según nos cuenta Jaume Claret, Twardowski dedicó su discurso al «nuevo orden europeo» que había de surgir de la contienda bélica y que debía estar basado en «un fundamento cultural y común. […] La amistad renovada durante los últimos años en los campos de batalla, debe ser robustecida por el cultivo de estrechas relaciones espirituales, de modo que no pueda quebrarse jamás».15 La cultura y la educación como caballos de batalla para el fascismo europeo, por si cabía alguna duda.
Junto con los colegios y los institutos de cultura, las sociedades de amistad bilaterales también se convirtieron en poderosos agentes propagandísticos. No debemos olvidar que ya bajo la Segunda República habían aparecido las primeras agrupaciones —los Amigos de la Unión Soviética, por ejemplo— que se sumaban a las entidades de expansión cultural existentes desde el siglo XIX, como la Alianza Francesa o la Sociedad Italiana Dante Alighieri. Como recordaba el escritor falangista Juan Beneyto Pérez, «ya en Burgos, en 1938, la agudeza política de Ramón Serrano Suñer se dio clara cuenta de la utilidad que podían prestarnos tales mecanismos» y propuso fundar una asociación con el nombre de Cardenal Albornoz, agrupando en ella a cuantos estudiaron en Italia. La acción de esta agrupación se amplía de manera considerable con el traslado de su sede a la capital con el beneplácito de las autoridades franquistas. Por lo pronto, se le cede un local en el Palacio del Congreso de los Diputados, y un salón de comisiones para que los miembros pudieran reunirse, lo cual constituía todo un privilegio.16
La Asociación hispano-italiana debería ocuparse de propiciar intercambios, organizar conferencias, editar libros y dar a luz una revista, boletín o anuario. Según recuerda el propio Beneyto, «celebramos la primera fiesta patronal, el 23 de noviembre, día de San Clemente, en cena de etiqueta en el Hotel Ritz, con la presencia de los ministros de Asuntos Exteriores y de Educación, del Patrono de sangre del Colegio y generalmente con la excusa del Cardenal Primado en la ocasión».17 La asociación sirve para crear y profundizar contactos, entre los que destaca Ernesto Jiménez Caballero (que vivía en el número 41 de la calle Canarias, muy cerca de la estación de tren de Atocha) como una de las personas de referencia, que acabaría por ser miembro crucial de la red transnacional.
Otro personaje de gran relevancia dentro de la agrupación fue el general Gastone Gambara, que para aquel entonces ya se había convertido en el primer embajador de la Italia fascista. No deja de ser llamativo que el hombre que había acompañado a Ciano en su primer viaje oficial por España en aquel mes de julio de 1939 se convirtiese en pieza clave para, por ejemplo, traer a España los noticiarios de LUCE (L’Unione Cinematografica Educativa), los cuales eran usados como instrumentos de propaganda adicionales.18
Dado el éxito de la hispano-italiana Cardenal Albornoz, Ramón Serrano Suñer sugirió la creación de una entidad cultural hispano-germana que imitara el modelo italiano. La asociación se establece en 1939 en la calle Pinar, 5, aunque en Juan Bravo, 6, está el despacho de su primer director, el consejero de la embajada alemana en Madrid Erich Gardemann. La Asociación hispano-alemana se relacionaba con los institutos alemanes de proyección cultural exterior bajo los auspicios del primer embajador alemán cerca de Franco, el general Wilhelm von Faupel. Remodelado prontamente y amueblado bajo el cuidado de la señora Storch de Gracia —madre del sociólogo y politólogo Juan Linz—, el chalé de Pinar, 5, sirvió para reuniones sociales, exposiciones y conferencias. Una de las primeras de estas la dio Ernesto Giménez Caballero que, vestido con el uniforme de Falange, se mostró esperanzado por la Europa prevista por Hitler.
El general José Moscardó también se involucró con la asociación, llegando a desempeñar las tareas de presidente. Desde esa posición, estuvo visitando los campamentos de la División Azul en Rusia y fue atendido en Berlín por el general Faupel, también presidente del Instituto Hispanoamericano. Es interesante añadir a este respecto que la División Azul se convirtió en otro elemento propagandístico de la Alemania nazi en España, no solo por el hecho de que la Falange estableciera un centro de reclutamiento en pleno centro de la ciudad, o que la salida de los soldados para Rusia se convirtiera en un evento de gran magnitud (como se puede observar en las imágenes 12 y 13 del primer pliego), sino por el añadido de que su mera existencia sirvió para estrechar aún más los lazos de amistad dentro de la red.
De hecho, no fue una coincidencia que a Moscardó le sucediera en la presidencia el antiguo jefe de la División Azul, Agustín Muñoz Grandes, aunque su rol en la agrupación fuera de un carácter mucho más discreto, ya que con el cambio de dirección en la guerra ya no cabía exaltar el fascismo de manera tan pública y abierta.
Esta red de instituciones se vería reforzada por numerosos actos culturales destinados a dar a conocer aún más la ideología fascista entre los madrileños. Entre ellos, el ejemplo más relevante tuvo lugar dos años después de la visita de Himmler, cuando se celebró en Madrid una exposición dedicada a la arquitectura nazi. Esta muestra fue organizada originalmente por Albert Speer con la colaboración del ministro español de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer, para acelerar la fascistización de España siguiendo el modelo alemán. Inaugurada por el propio Franco el 6 de mayo de 1942, a ella asistieron las más altas esferas del régimen franquista, el embajador de Alemania en Madrid, Eberhard von Stohrer, y el alcalde de Núremberg, Willy Liebel. A ellos se unieron los embajadores de otros Estados cercanos ideológicamente, como Italia, Croacia, Rumanía, Hungría y Eslovaquia. En definitiva, una impresionante reunión de personalidades destinada a dar a conocer un evento que contribuiría no solo a impulsar la transformación de Madrid, sino también a promover un cambio en la percepción nacional e internacional sobre la capital del régimen franquista.
La importancia de la exposición queda reflejada en las crónicas periodísticas de la época. Así recogía el evento el periódico ABC:
La arquitectura es una base firme de expresión de una cultura. […] Hoy Alemania e Italia, por ejemplo, le dan gran importancia a la arquitectura, que se convierte en un tema preferente y dominante en sus actividades, incluso en los difíciles tiempos que corren. En España también. El Caudillo se centró en esos temas desde que tomó el control político del gobierno. […] España puede estar orgullosa de las dos exposiciones inauguradas en El Retiro; y Madrid en su conjunto debería ir a visitarlos para comprender el grado de perfección que ha alcanzado la arquitectura actual.
Queda claro que, para los organizadores de la exposición, la historia de la arquitectura era intrínsecamente inseparable de la historia como tal y que era imposible ignorar los estrechos vínculos entre la arquitectura de la memoria y los acontecimientos contemporáneos de su época. Al mismo tiempo, la exposición nazi estaba pensada para proyectar, desde Alemania hacia el conjunto del continente, la obra hecha y la futura. En la mente de las autoridades franquistas estaba el plan de emular el desarrollo de Berlín y convertir Madrid en otro ejemplo de lo que sería la nueva Europa urbana. En efecto, la exposición nos muestra la última gran estrategia para transformar la capital española: la arquitectura y el urbanismo.
Como explicamos en el capítulo anterior, al final de la guerra civil española, los planificadores del naciente régimen político liderado por el general Franco tuvieron una oportunidad sin precedentes de rediseñar Madrid, la ciudad capital. En los admirables trabajos de Zira Box y Olivia Muñoz-Rojas Oscarsson queda claro que, a diferencia de los urbanistas fascistas y nazis que tenían que lidiar con el tejido urbano existente e intacto de la Roma y el Berlín de antes de la guerra para completar sus megalómanos proyectos neoimperiales, los urbanistas y arquitectos falangistas del Madrid de la posguerra se enfrentaron a una ciudad en ruinas, lo cual supuestamente debía facilitar —y abaratar— la realización de obras públicas.19 En este contexto se presentan numerosos proyectos urbanísticos para cambiar la estructura misma de la ciudad; muchas de esas ideas vienen del campo falangista, probablemente el más ilusionado con las nuevas opciones que se abren ante ellos. Los planes de los falangistas parten del desprecio por los principios urbanísticos liberales que, según ellos, conducían a formaciones urbanas anárquicas y disfuncionales, prefiriendo una ciudad orgánica, dividida jerárquicamente en zonas representativas, comerciales y residenciales, y compuesta por barrios autónomos.
Sin embargo, el entusiasmo inicial pronto se disipó. Además de la creciente impopularidad o inconveniencia de las concepciones ideológicas falangistas tras la derrota del nazismo y el fascismo en Europa, la realidad económica de la España de posguerra requería enfoques más pragmáticos para la reconstrucción. La planificación estatal acabó abandonándose esencialmente por una combinación de pautas de planificación pública y proyectos privados, lo que en la práctica significó que los intereses particulares predominarían en la reconstrucción y remodelación de Madrid en las décadas siguientes. Junto con el capital privado venían a menudo prácticas especulativas y corruptas, de las que faltan pruebas documentales. El resultado de todo ello sería el abandono de muchos de los proyectos más ambiciosos apoyados por Falange.
En ese sentido, la reconstrucción y ampliación de la Ciudad Universitaria representa el mejor ejemplo de una «decepción» urbanística que, sin embargo, dejó algunos lugares que acabarían siendo relevantes para la red de extrema derecha. Por un lado, aquel recinto académico que, como nos explica la historiadora Carolina Rodríguez López, había sido concebido como una obra trascendental y grandiosa, acabó quedando incompleto.20 La falta de finalización del monumento a los caídos y el cambio de rumbo arquitectónico al que se abrieron los mismos arquitectos que habían recurrido al historicismo en la inmediata posguerra dejaron obsoleta a la mole herreriana del Ministerio del Aire e hicieron imposible que la Moncloa funcionase en su totalidad como el enclave simbólico ambicionado en los momentos fundacionales del régimen. Por otro lado, y como sí se terminaron el Museo de América, el Instituto de Cultura Hispánica y el arco monumental —que ahora resulta tan problemático para el ayuntamiento—, el enclave del conjunto universitario pudo funcionar al menos parcialmente como un espacio litúrgico en el que exaltar al nuevo régimen victorioso. Así ocurrió en la magna inauguración que tuvo lugar en 1943, en la que se presentó el proyecto para el recinto académico, se abrió el nuevo curso escolar y se mostraron las primeras reconstrucciones de los daños causados por la guerra. El día elegido para celebrar el acto fue el simbólico 12 de octubre, Fiesta de la Raza y de la Hispanidad. En la explanada situada frente a la Facultad de Medicina, se colocaron las distintas fuerzas del Ejército, Milicias Universitarias, representantes del SEU y Frente de Juventudes, todos ellos actores decisivos en la red internacional (véase la foto 11 del primer pliego).
En realidad, el impacto de todos estos planes y proyectos urbanísticos y arquitectónicos que resulta más interesante para este libro tiene que ver con las percepciones de los fascistas europeos que visitaron la capital. Aunque no quedan demasiados testimonios directos, sí que podemos sacar valiosa información del libro escrito —pero nunca publicado— por Pierre Daye en 1947 en el que analizaba la vida en España. En él, el colaboracionista belga dedica dos capítulos a la capital española, comentando los aspectos positivos y también los negativos. Según Daye, Madrid siguió siendo una ciudad provinciana, con pocos monumentos y bastante artificial. Al mismo tiempo, el escritor rexista reconoció que la capital española también estaba cambiando gracias al actual régimen de «orden moral». De hecho, las autoridades franquistas estaban haciendo un esfuerzo por desarrollar y modernizar la ciudad «al estilo sudamericano».
No obstante, todos esos nuevos planes y edificios palidecían si se comparaban con los de la Ciudad Universitaria, lugar que visitó en 1944 junto con Javier Barroso, presidente de la Federación Española de Fútbol y también miembro del equipo de arquitectos encargado de la remodelación de la zona. Aunque el proyecto aún estaba inacabado, el escritor belga vio inmediatamente el potencial que tenía: un parque, un bosque, fuentes, flores, todo junto al «fogoso y trepidante Madrid». Daye concluyó que el conjunto transmitía una sensación de calma y sabiduría, algo que ni siquiera podía compararse con Oxford, Cambridge, Yale, París, Roma o Heidelberg; esto se vio favorecido en parte por el hecho de que la universidad estaba abierta a estudiantes de países de habla hispana en dos continentes diferentes. Aunque muchos de los edificios de la facultad estaban sin terminar cuando los visitó, Daye los veía «muy hermosos», llegando a la conclusión de que «la Ciudad Universitaria [...] constituye así una obra a la vez cultural y política. En el mundo de mañana se materializará el gran sueño de la hispanidad que mece la vieja patria». Queda claro la relevancia del conjunto dentro de la simbología franquista, así como de la red transnacional, a pesar de todas las limitaciones ya descritas. Es pues entendible que la Ciudad Universitaria fuera lugar de paso casi obligatorio para todos los fascistas que visitaran la capital española en años venideros, como ya quedó de manifiesto en los casos de Ciano y Himmler.
Así, entre 1939 y 1942, Madrid empezó paulatinamente a ganar presencia como ciudad importante dentro del universo fascista. Aunque todavía no podía competir en relevancia con Berlín o Roma, o ni siquiera con Barcelona o Mallorca, de hecho se estaba convirtiendo en un punto de referencia cada vez más relevante para los fascistas de todo el mundo. Esta tendencia, sin embargo, se ralentizaría a partir de finales de 1942. El cambio en el desarrollo de la segunda guerra mundial a favor del bando aliado convenció a las autoridades españolas de la necesidad de cambiar la política exterior española, acabando con la mal disimulada neutralidad benévola hacia el Eje. Esta nueva actitud se consolidaría con la sustitución como ministro de Asuntos Exteriores del fascista Serrano Suñer por Francisco Gómez-Jordana Sousa, conde de Jordana, un anglófilo que desde 1942 impulsaba en el seno del régimen franquista una política de estricta neutralidad, y, más tarde, con el hundimiento del régimen de Mussolini durante el verano de 1943. Estos hechos frenaron la fascistización del país y también la de la ciudad de Madrid. Sin embargo, los cimientos estaban puestos y la consolidación de la nueva imagen de la capital española ya estaba en marcha. Madrid había logrado desarrollar una arquitectura, llena de monumentos y emblemas de celebración, que podía transportar a los fascistas de todo el mundo a un período más feliz, trayendo recuerdos de victoria, no de derrota. Las ramificaciones de esta estrategia se harían aún más evidentes en los años inmediatamente posteriores al final de la segunda guerra mundial, cuando Madrid se convirtió en un punto nodal del fascismo gracias a las cada vez más frecuentes visitas de adeptos a la ideología fascista. La presencia de estas personas fue fundamental para el desarrollo de las rutas de escape para criminales de guerra perseguidos por los aliados a partir de 1945.