EL PIE

Descálcese y mírese el pie. Es una estructura alargada, que se extiende desde el talón hasta los dedos. En el dorso del pie tenemos el empeine. Los huesos del empeine que articulan con las falanges de los dedos se llaman metatarsianos. La articulación del dedo gordo con su correspondiente metatarsiano puede no ser recta, sino formar un ángulo que llamamos juanete y es doloroso. El hueso del talón es el calcáneo. En la planta del pie hay una concavidad, que en realidad es una media cúpula porque el lado de fuera está pegado al suelo mientras que el de dentro forma un arco a lo largo del pie. Le voy a pedir que toque el punto más alto del arco interno del pie: ahí sobresale un hueso que se llama navicular o escafoides. Comparados con los dedos de los chimpancés, nuestros dedos son cortos, y el dedo gordo... pues es gordo. Y además está alineado con los otros dedos, no separado y alejado de ellos como en los simios. La bóveda plantar sirve para absorber el peso del cuerpo, y por eso es hasta cierto punto deformable. Pero el pie tiene que ser también lo bastante rígido como para que podamos ponernos de puntillas, que es lo que hacemos cada vez que levantamos el pie del suelo cuando andamos. El pie humano es un prodigio de biomecánica. Como el resto del cuerpo. La mejor manera de saber cómo funciona, es decir, su fisiología, es andar sobre la arena mojada de la playa y fijarse en la huella.

CONTAMOS CON LOS DEDOS

Siempre me preguntan por qué los animales no han evolucionado como nosotros, y por qué se han quedado en animales para siempre. Yo intento explicar que todos los animales han evolucionado, porque ninguno ha permanecido tal y como eran sus antepasados de hace millones de años. El pie es un buen ejemplo, porque el pie humano está muy transformado si se mira de una manera, y muy poco modificado si se mira de otra. A ver si me explico.

Los primeros vertebrados terrestres, es decir, los primeros anfibios, tenían cuatro patas; o sea, eran cuadrúpedos. Y cada una de esas patas acababa en lo que los zoólogos llaman un autópodo, es decir, una mano o un pie, que es como hablamos cuando nos estamos refiriendo a un ser humano o a un mono.

El primer tetrápodo tenía básicamente los mismos huesos en las extremidades que tenemos los tetrápodos actuales, incluidos nosotros los seres humanos. Y entre esos huesos se encuentran los de las manos y los de los pies, con cinco dedos en los dos casos. Por este motivo las manos de las ranas nos parecen muy humanas.

Eso quiere decir que las manos de los primates (el orden de mamíferos al que pertenecemos los humanos) son bastante primitivas, puesto que se parecen a las de las ranas. Hay algunas diferencias importantes, por supuesto, con otros mamíferos, y la principal es que los primates tienen uñas planas en lugar de garras.

La forma plana de nuestras uñas es una adaptación a la vida arbórea, ya que sirven para aferrarse a las ramas. Los primeros primates no tenían uñas planas en todos sus dedos, pero los llamados «primates superiores», entre los que nos encontramos (faltaría más, teniendo en cuenta que somos nosotros quienes hacemos las clasificaciones), contamos con uñas planas en todos los dedos de las manos y de los pies. Algunos monos americanos (los titíes y tamarinos) llevan garras en todos los dedos menos en el gordo del pie, pero es una especialización que han desarrollado a partir de antepasados con todas las uñas planas. Han vuelto atrás.

Se suele llamar informalmente «primates superiores» a todos los que no son lémures, loris o tarseros. A estos últimos se los conoce informalmente como «primates inferiores», aunque en realidad los tarseros están evolutivamente más cerca de nosotros los humanos que de los lémures y loris. Los lémures solo viven en la isla de Madagascar, los loris en África y Asia, y los tarseros en Indonesia.

Los «primates superiores» son lo que se llama en biología evolutiva un «grupo natural», en el sentido de que todos vienen de un antepasado común, que es el fundador del grupo. Los «primates superiores» son llamados técnicamente «antropoideos». Unos viven en América, los platirrinos, y otros en el Viejo Mundo, los catarrinos, dentro de los cuales se incluyen los simios y los humanos, entre otras muchas especies.

El término informal «monos» (en inglés monkeys) comprende a todos los «primates superiores» que no son simios ni humanos. Unos son del Nuevo Mundo y otros del Viejo Mundo y casi todos tienen cola. Algunos macacos que la han perdido son la excepción.

En el lenguaje común son llamados «simios» (en inglés, apes) los chimpancés, bonobos, gorilas, orangutanes y gibones, ninguno de los cuales tiene cola.

Los gibones son los simios pequeños (lesser apes en inglés) y forman una familia con el siamang, que es una especie algo diferente. Todos ellos viven en el Sudeste asiático.

Los chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes son los grandes simios (great apes). Viven en África, salvo los orangutanes, que lo hacen en Sumatra y Borneo.

En realidad, los humanos deberíamos llamarnos simios a nosotros mismos, porque estamos más cerca de los chimpancés y bonobos que estos de los gorilas. Somos, como dice Jared Diamond en el título de uno de sus libros, la tercera especie de chimpancé, o en todo caso, unos simios africanos junto con chimpancés, bonobos y gorilas.

No podemos cambiar el uso que la gente hace del lenguaje, y a nadie se le ocurriría llamar simio a un ser humano porque resultaría ofensivo y habría que dar demasiadas explicaciones. Pero sí podemos cambiar, a la luz de los nuevos datos, la clasificación científica de las especies. Por eso, modernamente el término «homínido» abarca no solo a los seres humanos, sino también a los grandes simios: chimpancés y bonobos, gorilas y orangutanes, con los que formamos una misma familia zoológica. Cuando se incluye a los gibones en el grupo el término que se utiliza para todos juntos es el de «hominoideos», una superfamilia zoológica.

En este libro, cuando uso la palabra «hominino» me refiero exclusivamente a aquellos fósiles de homínidos que pertenecen al linaje humano, después de que este se separara de la estirpe de los chimpancés y bonobos.

Por conservar los cinco dedos, aunque tengan uñas en lugar de garras, los primates pueden considerarse primitivos en cuanto a la anatomía de sus manos y pies. Mucho más han cambiado los mamíferos que tienen cascos o pezuñas o alas o aletas. De ellos sí que podemos decir que han evolucionado, y mucho, a partir del antepasado común de todos los mamíferos, que vivía en la era de los dinosaurios.

Considérese el caso de los caballos. Solo les queda ya el dedo central, que han alargado mucho y puesto vertical. Ese punto de apoyo tan reducido es el que les permite galopar velozmente. Los primeros équidos (la familia de caballos, asnos y cebras) tenían aún cuatro dedos en las patas de delante y tres en las de detrás, pero los fueron reduciendo en la evolución hasta que desaparecieron todos los dedos menos el central.

En la mano humana los dedos se cuentan desde el pulgar, que es el primero, hacia el meñique, que es el quinto, y en el pie se cuentan desde el dedo gordo (el primero) hasta el dedo pequeño (el quinto). Y no crea que la reducción del número de dedos de los équidos acabó hace mucho tiempo, porque los primeros équidos con solo un dedo son relativamente recientes en tiempo geológico, de la época de los primeros homininos. Es decir, los caballos, las cebras y los asnos han evolucionado tanto como nosotros, y al mismo tiempo, aunque en otra dirección.

Los dedos tienen tres falanges, menos el pulgar y el dedo gordo, que solo tienen dos. Pues bien, los caballos, cebras y asnos se apoyan solo sobre la falange más alejada, la que es portadora de la uña.

En los bóvidos (la familia de las vacas, ovejas y cabras), los dedos que permanecieron fueron el tercero y el cuarto, y también se apoyan sobre la última falange. Literalmente, los bóvidos y los équidos caminan sobre sus uñas (pezuñas y cascos, respectivamente) y por eso se los llama conjuntamente ungulados, aunque no pertenezcan al mismo linaje evolutivo, sino a dos estirpes distintas. Son mamíferos que han evolucionado por separado hacia un mismo tipo de locomoción.

LA HUELLA DEL PIE

En comparación con cambios tan drásticos, nuestra mano y nuestro pie han permanecido en estado bastante primitivo en cuanto al número de dedos, pero en los humanos los huesos se han modificado mucho, especialmente los del pie. No hay más que comparar nuestro pie con el de un chimpancé, un bonobo, un gorila o un orangután, es decir, con cualquiera de los grandes simios.

Lo primero en lo que nos fijamos es en el dedo gordo, que está separado de los demás dedos del pie en todos los primates no humanos. Técnicamente se dice que está abducido, es decir, que es divergente respecto del segundo dedo. Además, el dedo gordo es más corto que los otros.

Por el contrario, en el pie humano el dedo gordo no se separa y además llega tan lejos como los demás dedos, con los que se alinea. Es el pie humano el que ha cambiado, no el de las otras especies. ¿Pero cómo?

Aunque le parezca mentira, el dedo gordo humano no es de una longitud exagerada. Tiene la que le corresponde, aunque su grosor sí que es notable. Me refiero a que son los cuatro dedos laterales los que son pequeños en el pie humano. Cuando se compara la longitud de los dedos con la del resto del pie resulta que los dedos humanos son todos muy cortos, excepto el gordo. ¿Qué le parece? Pues añadiré que lo mismo pasa con el pulgar de la mano. Aunque grueso, su longitud es normal. Son los otros dedos los que se han acortado. No hay más que comparar la mano humana con la de un chimpancé para entenderlo. Pero volveremos sobre este tema cuando lleguemos a la mano.

Simplificando la comparación entre el pie del chimpancé y el pie humano, diríamos que mientras que el pie de los chimpancés nos recuerda a una mano (de hecho, tenemos que mirar con atención para distinguirlos en una foto o en un dibujo), el pie humano no se parece en absoluto a una mano, aunque tenga los mismos huesos que los pies de los demás primates.

No tiene por qué creerme siempre, pero el lector tiene una forma muy sencilla de comprobar si es cierto o no lo que digo en este libro. Consiste en mirarse a uno mismo, porque después de todo lo que pretendo es poner en práctica el consejo que estaba escrito en el templo de Apolo en Delfos, en la antigua Grecia: nosce te ipsum, conócete a ti mismo. Claro que también podemos mirar la anatomía de otra persona, o la de nuestros guías en este recorrido por el cuerpo humano: el Diadúmeno, la Venus del delfín o el Poseidón, entre otros.

Una manera que yo utilizo en conferencias y clases para reconocer la especificidad del ser humano es imaginando a unos chimpancés con este o aquel rasgo humano, y haré amplia utilización de este recurso didáctico en el libro. Podemos empezar por el pie. Nos llamaría inmediatamente la atención un chimpancé que tuviera un pie como el nuestro. Pero más nos llamaría la atención si lo viéramos en acción, porque ni los chimpancés ni ningún otro primate pisan como lo hacemos nosotros, ni apoya el pie al andar de la misma forma que los humanos.

Y la mejor manera de ver cómo se transmite el peso al caminar es fijándose en la huella que dejamos, algo que podemos hacer en cualquier playa. Sería conveniente que realizara el sencillo experimento de caminar sobre la arena mojada y se fijara luego en cuáles son las partes más hundidas de la huella, dónde se transmite el peso del cuerpo al suelo (figura Estos pies son para caminar).

La huella del pie del chimpancé es como la propia planta del pie, a la que reproduce fielmente en el suelo. En cambio, la huella humana —sobre un suelo blando, se entiende, como el de la arena mojada de la playa cuando se retira la ola— no es igual en absoluto a la planta del pie, a la que no reproduce fielmente: solo algunas partes se marcan, aquellas en las que se apoya el pie al caminar, empezando por el talón y terminando en el dedo gordo. En este libro se recomienda mirar y palpar el cuerpo (propio o de alguien que se preste a que lo exploremos) para conocer la anatomía, pero el estudio puede ampliarse a las huellas que dejamos porque son anatomía en acción (en movimiento), es decir, fisiología.

EL TALÓN Y LA SERPIENTE

Lo primero que se posa en el suelo, cuando adelantamos un pie, es el talón. Si da ahora mismo una zancada amplia lo comprobará al momento. El hueso que forma lo que normalmente llamamos talón se conoce en anatomía como calcáneo y forma parte de un conjunto de huesos que académicamente se denomina «tarso». El calcáneo es el hueso más grande del tarso y la parte que se apoya en el suelo se llama tuberosidad calcánea. De atrás hacia delante, el pie se compone de tarso, metatarso y dedos.

En la Biblia de Casiodoro de Reina (publicada en Basilea en 1569), Dios se dirige a la serpiente que tentó a Eva y causó su ruina y la de todos sus descendientes y la amenaza: «Y enemistad pondré entre ti y la mujer y entre tu simiente y su simiente; ella te herirá en la cabeza y tú la herirás en el calcañar». Según el diccionario de la Real Academia el calcañar es la parte posterior de la planta del pie. No deben de ser pocos los que a lo largo de la historia han recibido una picadura de serpiente en ese lugar cuando andaban descalzos, y por eso está en la Biblia.

El médico catalán Bernardino Montaña de Monserrate (seguramente nacido en Barcelona) llama al calcáneo «hueso del calcañar» en su Libro de la anatomía del hombre. Publicado en 1550 o 1551, es el primer tratado de anatomía humana escrito en castellano. El propio Montaña de Monserrate nos dice por qué no lo escribió en latín: «He holgado de escribir este libro en romance porque muchos cirujanos y otros hombres discretos que no saben latín se querrán aprovechar de leerlo. Y también porque hallo que en este tiempo los médicos están tan aficionados al latín que todo su pensamiento lo emplean en la lengua. Y lo que hace al caso, que es la doctrina, no tienen más pensamiento de ello que si no la leyeran». Gran tipo este Montaña de Monserrate, que puso el conocimiento de la anatomía humana al alcance de todo el mundo, y no solo de los pedantes aficionados a la latiniparla, más preocupados por el continente que por el contenido.

En aquella época los cirujanos y los médicos se encuadraban en categorías sociales y profesionales diferentes. Ganarse la vida sajando y cosiendo, recomponiendo huesos, sangrando y extrayendo dientes era un trabajo manual, y los nobles no trabajaban con las manos. Los médicos diagnosticaban enfermedades, recetaban remedios de la botica y ordenaban sangrías, pero ellos no tocaban a los pacientes. Por el contrario, los cirujanos eran de baja extracción social, no tenían estudios universitarios, y realizaban tareas manuales que los médicos consideraban impropias de su formación académica. Los cirujanos no sabían latín, en consecuencia, y por eso Montaña de Monserrate escribe su libro en lengua romance, para que lo puedan leer todos, cirujanos y personas interesadas, y no solo los médicos que habían cursado estudios superiores en las prestigiosas, pero clasistas, universidades españolas de la época. Hasta el siglo XIX no se unificaron en España los estudios de Cirugía y de Medicina en una sola licenciatura que lleva los dos nombres en el mismo título.

El gran anatomista castellano Juan Valverde de Amusco en su Historia de la composición del cuerpo humano (publicado, también en castellano, en Roma en 1556) se refiere al calcáneo como hueso del calcañar o zancajo. Esta última palabra se puede encontrar todavía en el diccionario de la Real Academia. Es el despectivo de «zanca», que significa ‘pierna humana’ o ‘pata de animal’ en lenguaje vulgar, y obviamente «zancada» viene de ahí. Además, el diccionario recoge la expresión «no llegarle alguien a los zancajos, o al zancajo, a otra persona». En este libro recurriré en muchas ocasiones a Valverde de Amusco para recuperar los nombres vernáculos de las partes del cuerpo.

EL SABIO DE LA TIERRA DE CAMPOS

Me voy a detener un momento en Juan Valverde de Amusco porque es un gran desconocido en su propia patria, lo que me parece de todo punto lamentable porque se trata de una de las mayores glorias científicas hispanas. Este médico nació en el pequeño pueblo de Amusco, actualmente provincia de Palencia, en la comarca castellanoleonesa de la Tierra de Campos.

Muchos médicos y cirujanos de los siglos XVI, XVII y hasta del XVIII, fueran de la nación que fueran, llevaban en el maletín su libro de anatomía, muy apreciado también por las bellas láminas que ilustran el texto. Los dibujos se atribuyen nada menos que a Gaspar Becerra, un gran artista del Renacimiento español que se formó en Roma y fue admirador del gran Miguel Ángel. La ilustración más conocida del libro de Amusco es un hombre despellejado, que sostiene con la mano derecha su propia piel y con la izquierda el cuchillo utilizado para la tarea. La finalidad del dibujo es que se vean todos los músculos del cuerpo humano, lo que consigue con gran limpieza y precisión. Pero además esta imagen recuerda la de San Bartolomé en el fresco del Juicio final de la Capilla Sixtina porque el santo también sostiene su propia piel y el cuchillo, aunque con las manos cambiadas. De Gaspar Becerra se conservan en el museo del Prado y en la Biblioteca Nacional dibujos del juicio final que son copia directa de los bocetos que iba haciendo Miguel Ángel antes de pintar el fresco.

La sensibilidad renacentista del artista que hizo las ilustraciones del libro de Amusco se manifiesta también en una lámina de una mujer preñada con el vientre abierto que adopta la postura de una venus púdica.

Las planchas de cobre de los grabados de la Historia de la composición del cuerpo humano fueron realizadas por el francés Nicolas Béatrizet, que también reprodujo el Juicio final de la Capilla Sixtina en diez planchas. Como las partes consideradas más irreverentes (o sea, el sexo) de los cuerpos desnudos del fresco del Juicio final fueron picadas y destruidas por Daniele da Volterra para luego pintar unas telas encima, estos grabados de Béatrizet son la única reproducción que tenemos del Juicio final tal y como lo dejó Miguel Ángel.

Lo que quiero decir, en resumen, es que las estampas de los estudios anatómicos del libro de Valverde de Amusco son, además de muy rigurosas científicamente, obras de arte renacentistas. El libro de Amusco es, en resumen, una maravilla del cinquecento.

EL ASTRÁGALO

El talón deja una impresión muy profunda en el suelo blando y húmedo de la playa, porque hay un momento en el que todo el peso del cuerpo se transmite al suelo por él. Sobre el calcáneo, en íntimo contacto, se encuentra el astrágalo, con el que a su vez se articula la tibia por arriba. Así que el peso del cuerpo se transmite al calcáneo a través de la tibia y el astrágalo. Bernardino Montaña de Monserrate se refiere al astrágalo simplemente como primer hueso del pie. Valverde de Amusco, en su libro, se extiende más en el vocabulario anatómico porque siempre cita la palabra latina y a veces la griega: «Es pues de saber que el primer hueso del pie llamaron los griegos astragalus, los latinos talus, que quiere decir el tobillo».

El astrágalo es el mismo hueso que en los corderos llamamos taba, con la que jugaban los niños españoles todavía en mi infancia. Lo venían haciendo por lo menos desde el tiempo de los romanos, si no me equivoco. El astrágalo es un hueso muy útil en paleontología y arqueología porque es diferente en un bóvido (como el cordero o la vaca), en un caballo y en un ser humano.

Una de las características distintivas del pie humano es la bóveda plantar. Ni los chimpancés ni ningún otro primate tienen nada parecido a una cavidad plantar. Sus pies son planos. He hablado ya del pilar posterior del arco, el talón, y ahora nos falta indicar cuál es el pilar anterior, que en inglés se llama «bola del pie» (the ball of the foot), y en español «almohadilla del pie».

NECESITAMOS PALABRAS PARA ORIENTARNOS

Pero antes déjeme que abra un pequeño paréntesis para explicarle que cuando en anatomía comparada hablamos de las extremidades utilizamos los términos «proximal» y «distal» para referirnos a la parte más cercana y a la más alejada del tronco. Y decimos «medial» y «lateral» cuando hablamos de la parte que está más cerca y de la que está más lejos del plano medio del cuerpo (figura Direcciones anatómicas).

Estos términos valen para las extremidades de todos los vertebrados, sea cual sea la postura que adopten y su tipo de locomoción. Los necesitamos si queremos comparar a un ser humano, que tiene una postura vertical, con un cuadrúpedo.

Cuando nos referimos al tronco, en cambio, distinguimos entre craneal, es decir, cerca del cráneo, o caudal, o sea, en dirección a la cola (o al cóccix en nuestro caso).

Y también usamos los términos «ventral» y «dorsal» para el tronco, pero no para las manos, donde decimos «palmar» y «dorsal», ni tampoco para los pies, donde se distingue entre «plantar» y «dorsal».

CORTAR UNA SALCHICHA EN LONCHAS

Para el tronco utilizamos en la descripción anatómica tres planos de referencia, que son perpendiculares entre sí. Uno es el transversal, que es fácil de entender. En realidad hay muchos planos transversales, tantos como cortes imaginarios queramos darle al tronco, como si fuera una salchicha. Cada uno de ellos lo divide en una parte craneal y otra caudal. Como los humanos somos los únicos animales verdaderamente bípedos, solo en nuestro caso podemos llamar plano horizontal a un plano transversal.

O sea, nuestro tronco es una salchicha vertical y el tronco de los cuadrúpedos una salchicha horizontal. Por eso hablamos del cilindro corporal en paleontología humana, y en este libro se discutirá cuándo este cilindro se estrechó en nuestra evolución. Algunos defienden que con el Homo erectus, pero yo sostengo que no ocurrió hasta la llegada del Homo sapiens. Un cilindro corporal estrecho hace más eficiente la locomoción bípeda, y recuerde lo que dije a propósito de la dificultad de perder peso haciendo ejercicio, pero tiene el inconveniente de que el parto se vuelve todavía más difícil.

UN ESPEJO EN EL MEDIO DEL CUERPO

El plano medio divide el cuerpo en dos mitades simétricas, la derecha y la izquierda. Cada una de las dos mitades es como una imagen especular (de espejo) de la otra mitad. El plano medio se llama también plano sagital.

Me temo que tendrá que aprenderse esta palabra técnica porque la vamos a usar. Hay en el cráneo una sutura entre los dos huesos parietales, en todo lo alto de la bóveda, llamada precisamente sutura sagital.

NUESTRO PECHO ES PLANO

Y para terminar, cualquier plano perpendicular al plano sagital y al plano transversal se llama plano frontal. En antropología, en particular, al plano frontal se le llama plano coronal por la sutura que hay en el cráneo entre el hueso frontal y los dos huesos parietales, pero yo no usaré aquí ese término.

Los planos frontales dividen el cuerpo en dos mitades: la dorsal y la ventral. Aunque se encuentren en la espalda, nuestros omóplatos están en un plano frontal, porque es más o menos paralelo al de la frente o al del pecho. Pero solo es así en los humanos y en los simios, porque en los demás primates —como en los cuadrúpedos en general— los omóplatos son sagitales, ya que se encuentran a los lados del cuerpo, paralelos al plano medio. En otras palabras, los simios y los humanos tenemos el tórax comprimido de delante atrás, mientras que los demás primates y el resto de los mamíferos lo tienen comprimido de lado a lado. Mírese al espejo y verá cómo su pecho es plano. A eso me quiero referir.

LOS MÚSCULOS NO PIENSAN

Todo en la mecánica del cuerpo depende de las orientaciones de las palancas óseas, porque las cuerdas que tiran de ellas, como representaba a los músculos Leonardo da Vinci, producirán diferentes resultados según se dispongan los huesos y las articulaciones. Leonardo era un gran ingeniero además de un enorme artista y las leyes de la mecánica las conocía muy bien.

Aunque nuestro Valverde de Amusco hablaba de los oficios de los músculos para explicar su función, los músculos no tienen por sí mismos ninguna función asignada. Se limitan a contraerse cuando reciben un estímulo nervioso. Los músculos no piensan, obedecen a las leyes de la física. El movimiento que producen depende solo de su línea de acción, que está determinada por dos puntos: el origen del músculo en un hueso y su inserción en otro hueso. Entre medias hay una articulación o dos.

Existe una excepción, y son los músculos de la expresión facial, que van de los huesos de la cara a la piel, no a otros huesos. Gracias a ellos nos comunicamos por medio de gestos. En la actualidad esos gestos son los emoticonos. Cuando se trata de transmitir un estado de ánimo una imagen de la cara vale por muchas palabras.

Irá entendiendo todos estos conceptos conforme vayamos examinando el aparato locomotor. No se preocupe porque todo se aclarará poco a poco.

¡TÓCATE LOS PIES!

Ya conocemos dos huesos del tarso, uno encima de otro, que son el astrágalo y el calcáneo. Estos dos huesos son los más posteriores (proximales, técnicamente) del tarso, pero hay cinco huesos más en el tarso, que se sitúan por delante del astrágalo y del calcáneo. Se dice de ellos que forman el tarso anterior o, técnicamente, tarso distal. Los nombres de estos cinco huesos son fáciles de recordar porque hacen alusión a su forma. Tres se parecen a una cuña, y se llaman cuñas o cuneiformes. Hay además un hueso que tiene forma cúbica, y se llama cuboides. El quinto hueso está colocado por detrás de las cuñas y recuerda vagamente a una nave, por lo que se llama navicular (y también escafoides). 

Por delante del tarso está el metatarso, formado por los metatarsianos. Los metatarsianos son huesos alargados y hay uno por cada dedo del pie, pero no están separados (o libres) como los dedos, sino que forman la mayor parte del empeine, en el dorso del pie. El empeine completo llegaría hasta la tibia, e incluye también a los huesos del tarso. Cuando se juega al fútbol se chuta con el empeine si se quiere pegarle fuerte a la pelota y que vaya recta; para darle efecto se usa el interior del pie. Amusco lo llama «peine» y se refiere solo a los cinco metatarsianos. Si pone un poco de interés podrá tocar los metatarsianos uno por uno. Verá que el metatarsiano del dedo gordo es muy grueso.

LE PROPONGO UN JUEGO

Así pues, el pie puede dividirse en tres regiones:

  1. La región del tarso posterior (formado por el calcáneo y el astrágalo) o retropié.
  2. La región del tarso anterior (cuñas, cuboides y navicular), llamada mediopié.
  3. La región que forman los metatarsianos junto con los dedos, que se llama antepié.

 

Las cabezas de todos los metatarsianos pueden palparse sin dificultad en la planta del pie, y procede hacerlo ahora, ya que estamos descalzos. Facilitamos la tarea si hacemos una presa completa de los dedos de los pies y los doblamos hacia arriba realizando una flexión dorsal (una dorsiflexión). También podemos hacer la presa dedo a dedo para tocar las cabezas de los metatarsianos individualmente. Todas las cabezas juntas forman lo que los ingleses y americanos llaman «la bola del pie», pero también «las bolas del pie». En español se usa «almohadilla del pie» o «almohadillas del pie» con idéntico significado.

Si ejecutamos el ejercicio contrario, es decir, doblar los dedos (juntos o por separado) hacia abajo, realizaremos una flexión plantar que nos permitirá identificar las cabezas de los metatarsos en el dorso del pie, allí donde termina el empeine y empiezan los dedos.

Cuando se utilizan zapatos con tacones muy altos todo el peso del cuerpo descansa sobre las cabezas de los metatarsianos, es decir, sobre «las bolas del pie» o «las almohadillas», y se puede producir una metatarsalgia, o dolor en esa región de la planta del pie. Los corredores habituales también la pueden padecer porque absorbe muchos impactos.

Para terminar, un juego. En las figuras Estos pies son para caminar y La planta Susana Cid ha escogido una perspectiva poco habitual, la de mirar los pies desde abajo, por la planta. Como nosotros nos miramos nuestros propios pies desde arriba, es decir por el empeine, todo es distinto. Por eso le voy a poner un pequeño test. ¿Cuál es el pie derecho y cuál es el pie izquierdo en estos dos pares de pies? Mírese el pie y compare con las ilustraciones. Identifique los huesos, y láncese a contestar.

¡UNA BÓVEDA EN UN PIE!

Lo que distingue el pie humano del de cualquier animal es que tiene una bóveda. Se puede decir que la bóveda del pie es rígida en el sentido de que no se deforma ni se hunde con el peso del cuerpo (y puede soportar muchos kilos) pero también tiene cierta elasticidad. Por eso es útil tanto para adaptarse a las irregularidades del terreno como para amortiguar el peso. No es una bóveda rígida como las arquitectónicas de piedra, sino que está formada por un conjunto de huesos, cartílagos, ligamentos y músculos que le confieren sus propiedades de consistencia y flexibilidad.

Para entender la bóveda del pie humano lo mejor es descomponerla en tres arcos. Dos arcos siguen la dirección del pie (son arcos longitudinales) y el tercer arco es transversal.

Empecemos por los arcos longitudinales, que están a lo largo del pie. Uno es interno (o medial) y otro es externo (o lateral). Si ahora recorre despacio con la mano el arco interno notará un saliente que se encuentra en lo más alto. Es imposible que se le escape. Lo que está tocando es la tuberosidad del hueso navicular.

Solo tiene que tocarse el borde externo del pie cerca del talón para notar un saliente (una apófisis o tuberosidad, por decirlo más propiamente). Corresponde a la base del quinto metatarsiano, el del dedo pequeño. Ahora, siguiendo hacia la punta del pie, podemos recorrer el quinto metatarsiano en toda su longitud, desde la base hasta la cabeza.

Como puede ver, los dos arcos longitudinales tienen su pilar posterior en el calcáneo, y el pilar anterior en la cabeza de un metatarsiano, sea el del dedo gordo (en el arco interno) o el del dedo pequeño (en el arco externo).

Ahora bien, el arco interno es mucho más alto que el externo, por lo que la bóveda plantar es en realidad una media cúpula. Cuando se ponen juntos (pegados por sus bordes internos) los dos pies, tenemos una cúpula completa. Véalo usted mismo. El arco interno nunca se apoya, pero el arco lateral, al ser más bajo, contacta con el suelo a través de los tejidos blandos de la planta del pie, y por eso se marca en la huella cuando se camina sobre un suelo blando. El que no se marca en la huella es el arco interno. Le recomiendo que lo compruebe en la arena de la playa.

El quinto metatarsiano y su tuberosidad, y el navicular con la suya, son dos referencias muy importantes para nuestro estudio del pie. Si las localizamos bien (y le pido que lo vuelva a hacer ahora) tenemos dominada la arquitectura de la bóveda plantar y podemos entender todo lo que viene a continuación. Por eso me he detenido en estos dos huesos en particular. Las otras referencias externas son fáciles: el calcáneo, el empeine (los metatarsianos especialmente) y los dedos.

UN SENCILLO EXPERIMENTO CON UN BILLETE DE BANCO

La importancia del arco transversal se la voy a explicar ahora mismo con un experimento de física recreativa que no requiere laboratorio. Sujete un billete de banco por un extremo haciendo pinza con dos dedos, manténgalo plano y deposite un objeto en el otro extremo, una moneda por ejemplo. Verá que a poco que pese el billete se doblará y el objeto caerá al suelo. Ahora abarquille el billete a lo largo, comprimiéndolo por los lados con los dos dedos, como si fuera una teja invertida. Comprobará que soporta mucho más peso, aunque el billete de banco sigue siendo el mismo en grosor y en elasticidad. La razón es que una lámina adquiere mucha más rigidez al curvarla transversalmente (de lado a lado). Ahora ya podemos entender por qué existe en los pies humanos una curvatura transversal. Es una adaptación para darle rigidez a la bóveda plantar,1que va —recuerde— desde el pilar posterior (el talón) al pilar anterior («la bola del pie»).

Los chimpancés y demás simios tienen la planta del pie plana, en cambio, y totalmente flexible, deformable, no rígida; no tienen un amortiguador plantar ni lo necesitan, porque no son bípedos. Tampoco se pueden poner de puntillas, como veremos pronto.

UN ARCO Y SU CUERDA

En el pie hay dos tipos de músculos: los que vienen de la pierna, es decir, desde fuera del pie, y los que son propios del pie, llamados músculos intrínsecos. Los músculos intrínsecos del pie pueden ser plantares y dorsales. Los dorsales son extensores de los dedos (tiran de ellos hacia arriba) y hay dos: el que tira del dedo gordo (m. extensor corto del dedo gordo) y el que tira de los otros cuatro dedos del pie (m. extensor corto de los dedos segundo a quinto). Los músculos equivalentes que vienen de la pierna se llaman igual, solo que en vez de «m. extensor corto», se dice «m. extensor largo»; sus tendones son los que tanto destacan en el dorso del pie, pero ya llegaremos a ellos en un capítulo posterior. «Extensión», por cierto, significa lo mismo que «flexión dorsal».

No entraré en detalles respecto de los músculos cortos de la planta del pie. Pero hay uno que no quiero dejar en el olvido porque contribuye a mantener la estabilidad de la bóveda plantar, de la que acabo de hablar. Se llama m. abductor del dedo gordo. Se origina en el talón (o sea, en el calcáneo) y se adhiere a la falange basal del dedo gordo. Este músculo, además de su trabajo ancestral de separar el dedo gordo de los otros dedos, en nuestra especie refuerza el arco interno del pie.

En la planta del pie hay también ligamentos muy importantes para esa función de mantenimiento de la bóveda plantar. De este aparato ligamentoso merece la pena destacar el elemento más superficial, y también el más conocido, que es la aponeurosis o fascia plantar, una banda de tejido conjuntivo que va de un pilar a otro de la bóveda: del calcáneo a las cabezas de los metatarsianos, del talón a la «bola del pie». Sus fibras longitudinales rígidas actúan como la cuerda de un arco a la hora de mantener la tensión de la bóveda plantar. Este mecanismo arco-cuerda es el que permite que el pie humano funcione como un amortiguador, es decir, como un muelle.

La fascitis plantar es una inflamación de la fascia que produce dolor en la zona del talón y tiene a menudo relación con un calzado inapropiado. Seguro que ha oído hablar de ella o la ha padecido.

JUANETE Y JUANETILLO

Y hablando de dolor en el pie, me imagino que se estará preguntando dónde encaja en la anatomía del pie el doloroso juanete, técnicamente llamado hallux valgus, sobre todo si lo padece. Por cierto, hallux es como se dice en latín dedo gordo y pollex el dedo pulgar. El problema del juanete consiste en que el primer metatarsiano se desvía y deja de estar alineado con el dedo gordo, formando la articulación un ángulo donde se sitúa la inflamación que causa el dolor.

En la articulación del dedo pequeño puede producirse una patología parecida, con su correspondiente hinchazón dolorosa, que se conoce como juanetillo o juanete de sastre, supuestamente porque los sastres de la Antigüedad lo padecían, tal vez porque se pasaban el día sentados en el suelo, cruzaban los pies y apoyaban la cabeza del quinto metatarsiano. Pruebe también a hacerlo y comprobará al instante como los cantos de los dos pies se apoyan en la cabeza del quinto metatarsiano. Volveremos a hablar de la postura del sastre cuando nos refiramos a un músculo muy importante del muslo que se llama sartorio. En latín, sartor significa «sastre».

Esa es la filosofía de este libro, estudiar el cuerpo humano como si fuera un documento que puede ser leído, porque ese documento nos cuenta la historia de los vertebrados, que tiene más de quinientos millones de años. Por lo tanto, usted mismo es un tratado de evolución. Y me gusta imaginarme a mis lectores con el libro sobre la mesa y tocándose el cuerpo para palpar (aún me gusta más la palabra «explorar») todo lo que se cuenta en el texto, y ojalá para compartirlo con otra persona. También me gustaría que el profesor se lo pidiera a sus alumnos, sean de párvulos o universitarios. Los españoles somos tímidos o más bien demasiado dignos y nos cuesta hacerlo en público, pero yo no veo nada vergonzoso o indecoroso en averiguar dónde se encuentra la cabeza del quinto metatarsiano. Este texto se acompaña de las originales ilustraciones de Susana Cid para facilitar la tarea y para disfrutar de ellas, y siempre podemos buscar otras imágenes en internet, pero no debe olvidar que la mejor ilustración es el propio cuerpo humano, empezando por el suyo.

DE PUNTILLAS

Hay que volver ahora a la anatomía. Ya hemos hablado de los arcos externo (o lateral) e interno (o medial) de la bóveda del pie y del arco transversal. En realidad hay solo tres puntos de apoyo de los huesos de un pie en reposo, que forman un triángulo: la base del calcáneo (la tuberosidad) y las cabezas de los metatarsianos de los dedos gordo y pequeño (el primero y el quinto), aunque los tejidos blandos hacen que la superficie de apoyo en «la bola del pie» sea más amplia, como se ve en la huella, donde también se marca el borde externo del pie, correspondiente al arco lateral de la bóveda plantar. Todo esto tiene que comprobarlo usted mismo. El método de Descartes consistía en la duda metódica, en no creerse nada, en comprobarlo todo, y así es como se ha construido la ciencia moderna. A base de escepticismo. No hay dogmas en ciencias, solo teorías. Los dogmas son inmutables, las teorías pueden perfeccionarse, o incluso echarse abajo completamente. La debilidad del dogmatismo es su aparente solidez, la fuerza de la ciencia es su provisionalidad.

Siguiendo con la locomoción, una vez que el pilar anterior (formado por las cabezas de los metatarsianos: «la bola del pie») está bien asentado viene la flexión dorsal o extensión de los dedos del pie, que se produce cuando el talón se levanta del suelo y el pie rueda sobre los dedos antes de despegarse del suelo. El mecanismo de esta articulación entre los huesos del empeine y los dedos se puede comparar con un torno.

Recordemos que la dorsiflexión consiste en aproximar los dedos al dorso del pie (llevar los dedos hacia atrás). O lo que es lo mismo, en aproximar el dorso del pie a los dedos (llevar el empeine hacia delante); eso es lo que ocurre cuando se levanta el talón del suelo. Recordemos también que la flexión dorsal es el movimiento contrario al de la flexión plantar (que es cuando los dedos se «doblan» hacia la planta del pie).

Esta flexión dorsal extrema, esta hiperdorsiflexión, solo la podemos hacer los seres humanos, y no los simios (grandes o pequeños), ni los monos, porque para ponerse de puntillas hace falta que la bóveda plantar mantenga su rigidez cuando el empeine se pone vertical. Pruebe a doblar un pie manteniendo los dedos apoyados en el suelo y levantando el talón al máximo y verá que puede conseguir una flexión dorsal de 90°. Por lo tanto, será importante que miremos este detalle en los fósiles para saber cómo era su marcha.

Una persona a la que le falten todos los dedos de los dos pies puede caminar, sin duda, pero no tan bien como si los tuviera. Pruebe a dar zancadas sin flexionar los dedos. O mejor todavía, con zuecos; mucha gente se mueve bien con ellos, pero no con la misma rapidez que con un calzado de suela flexible que permita la dorsiflexión. En otras palabras, se puede andar con zuecos, pero no recorrer muchos kilómetros diarios. Y la postura humana es para caminar largas distancias.

El dedo gordo no es más grueso por casualidad, sino por la importancia que tiene en la locomoción bípeda, que significa literalmente «(sobre) los dos pies». Al dedo gordo le corresponde dar el empujón definitivo al pie, que sale despedido hacia delante mientras el talón del otro pie contacta con el suelo (solo cuando corremos pueden estar los dos pies en el aire). Los otros dedos sirven para dar estabilidad al pie y para que no resbale mientras el dedo gordo da el impulso final (figura El impulso final del pie).

Así que se puede decir que dar un paso consiste en transmitir el peso del cuerpo a través de la bóveda hasta el dedo gordo del pie. Para eso los arcos a lo largo y a lo ancho de la planta tienen que mantener una cierta estabilidad (rigidez) y el dedo gordo tiene que ser fuerte y alinearse con los otros dedos, y ninguna de las dos condiciones se da en el pie de un simio, que no puede dar pasos como los nuestros.

La pierna, que queda ahora en el aire, realiza un movimiento pendular, que no requiere más esfuerzo que frenarlo (desacelerarlo) al final del viaje, cuando le toca ser de nuevo el pilar que sostiene el cuerpo a partir del momento en el que el talón se clava en el suelo.

Andar no es una cosa fácil desde el punto de vista biomecánico, aunque lo tengamos tan mecanizado que la máquina funciona sola.

DEPRISA, DEPRISA

Pero si quiere ver una expresión artística de lo que le estoy contando debe acudir, una vez más, al museo del Prado. Allí encontrará una estatua espléndida del dios Hipno que es una copia romana de la época del emperador Adriano de un original helenístico del siglo II antes de Cristo.

En la escultura del Prado el dios Hipno camina deprisa, con el tronco inclinado hacia delante, la zancada muy larga y el pie derecho retrasado, casi levantado del suelo, en el que solo apoya ya los dedos doblados (en extensión o flexión dorsal). Está a punto de dar el impulso final con el dedo gordo y empezar la fase de balanceo de la pierna derecha, en la siguiente zancada.

Aunque no las conserva en su integridad, la estatua tenía dos alas en la cabeza, como Mercurio. Sabemos por otras esculturas de Hipno que el brazo derecho, estirado horizontalmente, terminaba en un cuerno que derramaba gotas del líquido que adormece. La mano izquierda, al final de un brazo algo flexionado, portaba la planta adormidera, que se utilizaba en el mundo antiguo para fabricar esas gotas.

Así es como pasa el dios Hipno (en latín Somnus). Deprisa, deprisa, durmiendo con rápidas zancadas a los seres humanos, haciendo pesados sus párpados. Tiene mucho trabajo y debe andar rápido.

Pero no todos caen dormidos en un instante cuando pasa el dios griego. Los que no consiguen conciliar el sueño se ven obligados a recurrir a la versión moderna del dios Hipno y su equivalente romano, el dios Somnus, es decir, a los hipnóticos o somníferos. Claro que el dios Hipno tampoco hacía milagros, sino que se valía de una planta muy utilizada desde la Antigüedad: la adormidera o amapola real, que lleva un nombre científico muy apropiado: Papaver somniferum.

CORRER DE PUNTILLAS

Hemos hablado hasta ahora de andar, pero correr es otra cosa. Como es posible que usted sea un lector deportista no puedo pasar por alto un debate candente entre los especialistas sobre la forma más conveniente de correr para hacer mejores marcas en las competiciones y para castigar menos al cuerpo. Las posibilidades son tres, y se corresponden aproximadamente con las tres divisiones anatómicas del pie que ya conocemos: antepié, mediopié y retropié.

Veamos:

  1. Apoyar primero el talón y luego el resto del pie, como al andar, es decir golpear el suelo con la parte posterior del pie. En esta postura la punta del pie queda hacia arriba. Es decir, caer sobre el retropié, talonear.
  2. Apoyar primero «la bola del pie» y los dedos, es decir, la parte anterior del pie, quedando el talón en el aire. Es lo que se está popularizando ahora como tiptoe running o correr sobre la punta de los pies. Se trata, por lo tanto, de caer sobre el antepié, como hacen los velocistas. Mire en internet una carrera olímpica de cien o de doscientos metros lisos a cámara lenta y lo comprobará.
  3. Apoyar a la vez los dos pilares de la planta del pie: el talón y «la bola»; es decir, tocar el suelo con el pie en posición horizontal. A eso se llama en biomecánica del deporte apoyo de mediopié.

Hay además defensores, cada vez más, de no usar zapatos porque sin duda es la forma ancestral de andar y de correr. Lo que pasa es que muchos de nosotros llevamos demasiado tiempo calzados para prescindir ahora de los zapatos. Lo ideal sería usar zapatos de suela fina y flexible, sin tacón alto, ni suela acolchada ni soporte para la bóveda del pie. Es importante no perder sensaciones en la planta del pie para una buena transmisión del peso. De lo perjudiciales que son los zapatos de tacón alto no hace falta que diga nada porque ya se lo dice su cuerpo.

Se han hecho estudios entre personas que nunca han utilizado zapatos para ver cuál de las tres formas de apoyar el pie es la que usan en la carrera y ha resultado que sobre todo apoyan la parte anterior del pie (apoyo de antepié). En ocasiones pisan con el pie horizontal (apoyo de mediopié), pero casi nunca con el talón (apoyo de retropié).2

Sin embargo, como el tacón de las zapatillas de correr es grueso y elástico y está preparado para que absorba el tremendo golpe que damos contra el suelo, ¡que supera nuestro propio peso!, nos hemos acostumbrado a apoyar primero el talón.

La verdad es que no me he fijado en cómo apoyo yo mismo el pie al correr, y lo voy a hacer.

Los primates. Relaciones evolutivas.
Ilustración de Susana Cid en Vida, la gran historia, de Juan Luis Arsuaga.