En nuestra imaginación, la figura de la bruja deriva en gran parte de la imagen literaria, fruto de la mitología medieval aparecida a partir de la gran caza de las mujeres de Satanás. Pero, en realidad, no hay que olvidar que su origen debe buscarse en el mundo clásico.
En el mundo griego y romano la magia era muchas veces una mezcla compleja de prácticas provenientes de diferentes culturas, entre las que la tradición egipcia (especialmente para los latinos) ocupaba un lugar importante dentro de la variedad de formas rituales. Existen numerosas fuentes al respecto que nos permiten formar una idea muy clara de la difusión alcanzada por la práctica de la magia —en sus distintas formas y derivaciones—en aquellas culturas.
En la tradición clásica se distingue claramente entre la magia autorizada y la magia temida y represaliada (goeteia, «magia negra», cuyo nombre deriva de goos, «conjuro»); artífices de la magia negra, maleficius y veneficius, striges, sagae; estas últimas arquetipo de las conocidas brujas medievales.
Según Plinio el Viejo, las prácticas mágicas (magicae vanitates) eran la expresión de una ciencia temible y perversa, donde medicina, religión y astrología se amalgamaban en un saber único.
Para el conocido historiador romano, la magia era un producto de la cultura persa, difundida en Occidente por el mago Ostantes, que estuvo en el séquito de Serse durante sus expediciones a Grecia.
Frente a la goeteia de Plinio, San Agustín oponía la theurgia: el arte mágico positivo, practicado siempre con voluntad directa de aliviar al hombre de su lastre de problemas y angustias.

Amuleto romano en un grabado del siglo XVII
Junto a las magas por excelencia, Medea y Circe, la cultura clásica proponía un panorama de figuras a medio camino entre la realidad y el mito (las Lamias, las Erinias, las Furias, las Larvas, etc.), que eran parte integrante del sustrato cultural en que se enraizaban las diferentes formas de magia.
Probablemente, el primer autor clásico que hizo referencia a la strix fue el griego Teócrito. Sin embargo, las informaciones principales que nos dan la posibilidad de definir este ser a partir del cual ha tomado forma la bruja típica nos llegan del mundo romano.
Se creía que las striges eran capaces de convertirse en pájaro para cometer sus ignominias. De hecho, la strix era un pájaro nocturno, sediento de sangre y envuelto de un simbolismo inquietante. En muchos aspectos parecido al búho, se imaginaba como un ave de cabeza grande, ojos fijos y garras de rapaz. Su nombre derivaría de su siniestro chillar en medio del silencio de la noche.
Según estas fuentes, el país de origen de las striges era la región comprendida entre Tracia y Tesalia, mientras que en Italia los «lugares» de las brujas eran Etruria y Marsica. Horacio nos habla de estas mujeres demoniacas en Arte poética, en tanto que Ovidio las identifica en los Fastos como mujeres-pájaro, cuyo escondrijo estaría oculto entre los montes Sibilinos. Algunas tenían nombres propios, como Sagana, Veia, Folia y Canidia, que en una epoda de Horacio «tiene nudos de víboras entre la melena salvaje, plumas de lechuza y huevos de sapo untados de sangre, hierbas de Iolco y hierbas de Iberia fecundas de veneno, huesos arrancados de la boca en ayunas de una perra hace hervir sobre llamas de encantamiento».
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LAS MISTERIOSAS DEFIXIONUM TABELLAE
Paralelamente a la documentación literaria, tenemos una serie de informaciones obtenidas en las excavaciones arqueológicas que nos permiten reconstruir cómo eran las prácticas de la magia en la Antigüedad. Se trata de papiros mágicos y de objetos destinados a la práctica de magia negra, como tablas de plomo con fórmulas para sortilegios y maleficios. En estas tablas, llamadas defixionum tabellae, se grababa el nombre de la víctima acompañado de toda una serie de invocaciones y de fórmulas mágicas típicas de la goeteia, que tenían como objetivo causar enfermedad, muerte, desgracias y sufrimientos al destinatario del maleficio. La bruja clásica tenía el poder de: «[...] animar imágenes de cera [...] y de hacer descender la Luna del cielo con los hechizos, de resucitar a los muertos quemados en la hoguera y de preparar filtros de amor».
(Horacio, Epodas, XVII, 76) |
Aunque, según el inquisidor Bernardo Rategno, el término strix derivaría del mítico río del infierno Stige, la relación entre la bruja y el pájaro nocturno fue, en cierto modo, «confirmada» con Ovidio:
En la Pallene hiperbórea viven hombres que, después de haberse sumergido nueve veces en el lago Tritón, se cubren de plumas ligeras. Yo no lo creo, pero se dice que las mujeres scitas son capaces de hacer lo mismo, untándose las extremidades con ungüentos mágicos.
(Metamorfosis, XV, 386)
Ovidio asimilaba las striges con las magas scitas, poniendo en evidencia la creencia según la cual estas mujeres tenían el poder de transformarse en aves rapaces:
Hay unos pájaros insaciables, no los que robaban la comida
de la boca de Fineo, pero vienen de ellos:
cabeza grande, ojos fijos, con pico rapaz y con plumas
blancas y las garras hechas a modo de gancho;
vuelan de noche y buscan niños que están sin niñera
los roban de las cunas y luego los despedazan.
Se dice que con el rostro desgarran las vísceras de los lactantes
y se llenan el buche con la sangre chupada.
Y se llaman striges, cuyo nombre deriva de esto:
que suelen de noche chillar horrendamente.
(Fastos, VI, 131)
Otras referencias concretas se encuentran en Horacio (Epodas, V, 20) con la figura de Canidia, o en las mujeres diabólicas de Propercio (Elegías, IV, V, 7).
Todavía en la Antigüedad encontramos la Empusa, un demonio femenino muy parecido a un fantasma que se aparecía cada vez con un aspecto diferente, gracias a lo cual conseguía llevar a cabo sus acciones malvadas; también podía adoptar el aspecto de un animal, aunque generalmente se manifestaba como la seductora que daba muerte a los hombres con quienes se acostaba chupándoles la sangre.
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EL DRAMA DE LAMIA
La joven y bella Lamia fue la amante de Zeus, con quien tuvo varios hijos. La mujer del señor del Olimpo, Hera, para castigar a la desdichada Lamia exterminó su prole y después la convirtió en un monstruo, mitad mujer mitad serpiente. Loca de dolor, Lamia empezó a matar a los niños de los demás con el deseo de saciar su sed de venganza. A esta figura mitológica, caracterizada por la maldad, se la puede considerar un antepasado de la bruja medieval. |
Igual que la Empusa, la Lamia (de Lamia, la mítica amante de Júpiter, que creía estar dotada del poder de convertirse en animal) estaba considerada una criatura del mal, que mataba hombres y niños y devoraba sus miembros. Su aspecto cambiaba continuamente y la noche era para ella el momento idóneo para llevar a cabo libremente sus fechorías.
La relación perversa con los niños aproximaba a la Lamia a la diabólica figura de Lilit, la «primera Eva»; en efecto, al igual que esta última, se alimentaba de niños todavía con pañales, insinuándose a escondidas en las casas envueltas por el sueño (Aristófanes, Pax, 758; Ovidio, Fastos, V, 131; Horacio, Ars poetica, 340).
En Luciano, la Lamia confirma la figura típica de la bruja:
Una horrible flaqueza excavaba las mejillas de la sacrílega, y el rostro, ignaro del cielo sereno, estaba horriblemente oprimido por la palidez infernal y grabado por el cabello descompuesto. Si las nubes oscuras ofuscan las estrellas, Tesala sale de los desnudos sepulcros e intenta capturar los relámpagos nocturnos. Allí donde pisa quema la semilla de una mies fecundada y con el aliento corrompe el aire que antes no era mortal.
La creencia en la existencia de un genio femenino del mal que rapta recién nacidos se difundió también fuera del mundo clásico, como se ve, por ejemplo, en las Mil y una noches, donde encontramos el demonio-vampiro Oneiza.
Según la tradición, si se lograba capturarla, se podía rescatar a los niños vivos arrancándolos de su vientre. Este argumento adoptó forma de drama en los escenarios de los teatros, convirtiéndose en símbolo del mal vencido por las fuerzas del bien.
La horrible criatura continuó siendo la expresión demoniaca en la Edad Media y adquirió connotaciones que, en cierto sentido, le aportaban un gran parecido a muchos demonios súcubos, agitadores del sueño de los justos.
En un fragmento de Giovanni Damasceno (siglos VII-VIII) se habla de mujeres (stryngai, gheloudes) que volaban alrededor de las casas en las que vivían recién nacidos, entraban en las habitaciones cuando se les presentaba la ocasión y los mataban.
El hecho de transformarse en ave nocturna para llevar a cabo acciones malévolas sin ser reconocida es una característica que se da también en el vampiro moderno, que posee el don natural de convertirse en murciélago.
En las fuentes más antiguas puede ocurrir incluso que la bruja y el vampiro acaben superponiéndose en parte, quizá reflejando la tradición de las strigoi eslavas, que reúnen muchas características del no-muerto con el modelo más extendido, de origen clásico, de la mujer diabólica, hija de la noche y entregada al mal por completo.
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LILIT: BRUJA Y VAMPIRO
Criatura de la oscuridad que atormenta el sueño de los hombres y bebe su sangre, Lilit es el fruto de una tradición mitológica fuertemente condicionada por la tradición de ultratumba mesopotámica. Una de las pocas referencias bíblicas sobre Lilit se encuentra en Isaías, que, describiendo el fin del reino de Edom y el consiguiente resurgir del caos primigenio, menciona el demonio femenino para indicar un ave nocturna, quizás un mochuelo o un búho:
Perros salvajes se encuentran con las hienas, y los sátiros acuden a la llamada; allí todavía vivirá Lilit, y allí encontrará reposo.
(Isaías, 34, 14)
El miedo antiguo de que Lilit, el demonio nocturno, atormentara el sueño de los hombres y diera muerte a los recién nacidos, se confirma en una fragmentada versión sumeria de un ritual exorcista (1500-1200 a. de C.):
Ya se trate de la muerte, o de un ladrón... o de un espectro malvado... o de Lilu o Lilitu, o de la sierva de Lilitu, que en la casa de [...], hijo de [...], se instalaron para derrotarlo o matarlo, y están atados detrás de la casa, trastornan el interior de la casa, cambian su intelecto, les arrancan y les aprietan los riñones uno contra el otro, en los ojos de las personas han aridecido las lágrimas.
Como Satanás en versión femenina, Lilit aparece en la noche de Valpurgis del Fausto de Goethe. La relación de Lilit con la noche ha vinculado este demonio de la oscuridad con la simbología astral; indica un misterioso asteroide (la Luna Negra), que gira alrededor de la tierra con un ciclo de 177 días, pero que es invisible por su proximidad al cono de sombra que hay entre la tierra y el sol.
Lilit |
El término strix, difundido en las áreas donde el latín ha proporcionado un sustrato básico en la formación de las diferentes lenguas, en Rumanía expresa toda su ambigüedad. Con el vocablo strigoi se designan criaturas nocturnas, muy temidas. Sin embargo, hay que hacer una distinción: aunque strigoi es el término que se encuentra con más frecuencia en la literatura folclórica, en la tradición local aparecen strigoi mort y strigoi vii. Los primeros son vampiros, mientras que los segundos pertenecen al universo de las brujas y los brujos que, después de morir, podrán convertirse de strigoi vii en strigoi mort y continuar así llevando a cabo su nefasto poder entre los hombres.
Mircea Eliade lo ha resumido perfectamente:
En rumano striga ha derivado en strigoi, que significa «bruja», tanto en el sentido de bruja viva como de bruja muerta (sinónimo, en el segundo caso, de vampiro). Las strigoi nacen envueltas en la membrana amniótica y, al llegar a adultas, se visten con ella y se hacen invisibles.
De ellas se dice que poseen poderes sobrenaturales. Por ejemplo, pueden entrar en una casa con las puertas cerradas o jugar sin peligro con lobos y osos.
No les falta ninguna de las características maléficas de las brujas: son portadoras de epidemias para los hombres y para el ganado, atan o desfiguran a los hombres, provocan sequías atando la lluvia, cogen la leche de las vacas y, sobre todo, echan el mal de ojo. Las strigoi pueden convertirse en perros, gatos, lobos, caballos, cerdos, sapos y otros animales.
(ELIADE, M., Occultismo, stregoneria e mode culturali,
Florencia, 1982, pág. 88)
La bruja de Endor, que aparece mencionada en el Antiguo Testamento, representa la imagen por excelencia de la bruja clásica, hábil con la magia, muchas veces con fines ilícitos.
En el Primer Libro de Samuel (28, 1-25) encontramos efectivamente la mujer «que posee el poder de evocar». Se trata de una nigromante que actúa al límite de la ley porque «Saúl había hecho desaparecer del país a los nigromantes y a los adivinos». Además, el texto bíblico nos aporta una información importante sobre la represión ejercida contra la brujería: cuando Saúl acudió a la bruja de Endor para evocar el espíritu de Samuel, la mujer opuso resistencia, temiendo ser objeto de un engaño y acabar sufriendo la pena reservada a magos y nigromantes. Pero cuando Saúl le garantizó la inmunidad, la mujer realizó libremente sus magias. A través de la interpretación de los Padres de la Iglesia, la bruja de Endor se convirtió en una especie de icono de la mujer malvada, entregada a la magia. Algunos la denominaron mulier hahens pythonem porque se la relacionó con la Pizia. De ahí se acuñó el término pitonisa, con el que se pasaron a designar a las mujeres que practicaban la magia con fines negativos.
Medea y Circe son las dos magas clásicas que, gracias a la fama alcanzada en la literatura, aparecen con más frecuencia en la tradición moderna de la brujería.
La historia de Medea es una historia dramática, hecha con dolor y muerte. Hija del rey de la Cólquide, hizo todo lo posible por ayudar a Jasón, por quien profesaba un profundo amor. Sirviéndose de sus conocimientos de magia permitió al héroe apropiarse del vellocino de oro, enfrentándose incluso a su padre y acabando con la vida de su hermano Apsirto. La magia está presente en la existencia de esta mujer, que realizó todo tipo de sortilegios por amor a Jasón, con quien se casó y tuvo dos hijos. Cuando el amado la abandonó para reunirse con otra mujer, Medea usó magia contra ella. Fingiendo resignación, regaló a la joven, hija del rey de Corinto, un vestido mágico que se convirtió en llamas en cuanto se lo puso y quemó a la prometida de su amado Jasón.
Medea desapareció en un carruaje tirado por dos caballos alados. Después fue a Tebas, a Atenas, a Italia y finalmente a Tesalia, patria de la magia y de los sortilegios. En todas partes ejerció su arte de magia, a la que su nombre permanecerá siempre unido.
Menos trágicas son las experiencias de Circe, que probablemente al principio era diosa de la muerte y, según algunas versiones, hija de Hécate, divinidad que en la Edad Media, como ya hemos visto, fue señalada junto con Diana y Herodías como una de las «guías» de las brujas en el aquelarre. Circe aparece en el ciclo de los Argonautas y en La Odisea. En el primer caso tiene un papel marginal, pero en la obra de Homero la maga tiene el poder de transformar a los hombres en animales. Ulises se salvó porque poseía un amuleto que le había dado Hermes, una flor blanca con raíces negras que sólo podían encontrar los dioses. Con esta protección el héroe no fue víctima de los sortilegios de la maga y logró que sus compañeros, convertidos en cerdos, recuperaran sus semblantes originarios. Sin embargo, Ulises permaneció un año en la isla de Circe y tuvo un hijo con ella.
Hay que destacar que ni Medea ni Circe corresponden a la imagen de la mujer perseguida, típica de la «caza de brujas» de la Europa medieval, ya que las brujas occidentales fueron acusadas, sobre todo, de practicar el culto al diablo, experiencia que, por motivos obvios, no formaba parte de las actividades de las brujas clásicas.
En realidad, Medea y Circe fueron magas capaces de alterar la materia, recurriendo a fuerzas oscuras que desde siempre aterrorizan a los hombres y a sus débiles certezas terrenales.
Una figura central de la brujería de todos los tiempos es la diosa egipcia Isis. Este personaje, que desde el Renacimiento hasta nuestros días ha estado relacionado estrechamente con cultos misteriosos y rituales esotéricos, es una divinidad enigmática y llena de fascinación. Sin lugar a dudas, Isis era la divinidad más familiar del olimpo egipcio.
Hermana y esposa de Osiris, concibió a su hijo Horus del cadáver descompuesto de su marido. Esta divinidad, emblema de la esposa fiel que supera los obstáculos de la muerte, se convirtió también en símbolo de la madre afectuosa, condicionando así la imagen de las sucesivas divinidades femeninas.
Al lado del aspecto más humano y terrestre, Isis posee una fuerte connotación mágica y se convierte en una dispensadora de milagros, en particular a favor de las mujeres y de los niños. He aquí lo que dice una inscripción clásica:
Soy la madre de toda la naturaleza, señora de todos los elementos, origen y principio de los siglos, suprema divinidad, primero de los habitantes del cielo [...].
Unos me llaman Junone, otros Belona, algunos Hécate, otros Ramnusia. Pero los pueblos de las dos Etiopías y los egipcios me honran con el culto que me es propio y me llaman con mi verdadero nombre: la reina Isis.
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EL BRUJO APULEYO
En el año 158 d. de C., Apuleyo, un joven filósofo platónico, fue obligado a comparecer ante el procónsul romano en África, Claudio Máximo, en Sabrata (proximidades de Trípoli), acusado de magia. Apuleyo asumió su propia defensa. Sus argumentos han llegado hasta nuestros días y se conocen como Apología o Pro se de magia liber. El filósofo fue acusado de haber atacado con la magia a una tal Pudentilla, madre viuda de su amigo Ponciano, y de haberla inducido a casarse con él (tenía treinta años, y ella, cuarenta), para aprovecharse de su suculenta dote. Apuleyo fue acusado de haber realizado filtros de amor (amatoria pocula) para obtener los favores de la mujer. La acusación era grave porque, según la Lex Cornelia, estaba castigada con la pena de muerte. En realidad, el asunto no estaba totalmente claro y en muchas ocasiones la declamación retórica del acusado se sirve de hechos no siempre fácilmente comprensibles. Cuando se le acusó de haber utilizado peces para efectuar trabajos, Apuleyo impugnó las acusaciones, afirmando que necesitaba aquellos animales para observaciones científicas. Es interesante señalar que Apuleyo consideraba su discurso no como una defensa privada, sino como la defensa de la filosofía: «Yo no defiendo sólo mi causa, sino la de la filosofía» (Cap. III). Apuleyo destacaba que la magia «es un arte apreciado por los dioses inmortales, a quienes sabe rendir honor y veneración, ciencia piadosa y divina, sacerdotisa del cielo» (Cap. XXVI). Se trata de una magia positiva, es decir, una magia que lleva al conocimiento, a la calificación de la relación entre el hombre y las fuerzas superiores, aquellas fuerzas que en la concepción platónica era posible percibir, conocer y mandar, a través de la mediación de seres intermedios:
Y sin embargo creo, con Platón, que entre los dioses y los hombres existen potestades divinas, intermedias por su naturaleza y por el espacio que ocupan, pero que gobiernan todas las adivinaciones y los milagros de la magia.
(Cap. XLIII) |
La fortuna de Isis no se limitó a la tierra del Nilo. Los testimonios arqueológicos nos confirman la enorme difusión de su culto, que se extendió, concretamente con la conquista romana, más allá de las fronteras de Egipto, alcanzando localidades muy lejanas. Apuleyo, escritor y filósofo latino del siglo II d. de C., se inició en los misterios de Isis y describió aquel ritual en el Asno de oro.
Isis aparece en numerosos tratados de magia, aunque generalmente son obras pertenecientes a la tradición renacentista, surgida sobre la base del redescubrimiento de la cultura esotérica egipcia.
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AQUELLOS DIABLOS DE DIANA Y HERODÍAS...
Según el jurista Alfonso Tostato (primera mitad del siglo XV):
No se niega el hecho de que las mujeres puedan ser transportadas por el diablo en la noche a través de espacios diferentes, pero está prohibido creer todo lo que ellas afirman, es decir, convertirse en seguidor de Herodías o de Diana, diosa de los paganos, y creer que Diana es una diosa, igual que los paganos creían en la existencia de más divinidades. Por tanto, afirmar que aquella Diana es una diosa no sólo es un error, sino un error de fe. [...] Son diablos, estas Diana o Herodías, que se hacen adorar como si fueran diosas. [...] Precisamente aquí está el error: que las mujeres digan que Diana es una diosa cuando Diana es el diablo. Por tanto, creer que el hombre pueda ser transportado por el diablo a través del aire no es creer en el diablo ni alejarse de la fe, puesto que las Sagradas Escrituras afirman cosas parecidas, por ejemplo cuando Cristo fue transportado por el diablo. |
Es diferente el caso del culto a Diana, una divinidad ligada a la naturaleza y acomodada en el universo salvaje de bosques y selvas. Quizá por esta razón Diana fue considerada por todos los que luchaban contra la brujería como la guía de las mujeres entregadas a Satanás, la Señora del Juego, de quien hablaremos más profundamente a continuación.
La antigua creencia sobre la denominada «Sociedad de Diana» (o «Compañía de Diana») se convirtió en uno de los motivos básicos que caracterizan la brujería medieval. Diana acabó asimilándose en casi todas partes con el diablo, expresión del mal absoluto. Por ejemplo, en la Vida de San Cesáreo de Arles (siglo VI) se menciona un diablo llamado Dianum.
Sabemos, por san Eligio (siglo VII), de la prohibición de «invocar los nombres de los demonios Neptuno, Orco y Diana». En cambio, en San Martín el diablo aparece bajo los restos de Júpiter, Venus, Minerva y a veces Mercurio. Tomás da Cantipr hace referencia a unos diablos ut Diana que transportaban a los hombres de una región a otra y que exigían ser adorados como divinidades.
Posteriormente, al nombre de Diana se sumó el de Herodías, lo cual daba a la guía femenina de las brujas una carga doblemente negativa: por un lado, la diosa pagana, y por el otro, el mito cristiano de la perversión.
A Diana se la identificaba con la Luna, un astro ligado a la mujer por su carácter cíclico; amaba la muerte y encarnaba, al mismo tiempo,
una de las formas de la triple Hécate, la diosa de la magia adorada con rituales misteriosos, encaminados sobre todo a excitar la imaginación. Hécate, honrada en Éfeso con danzas de mujeres, encarnaba los espectros y los fantasmas de la tierra, pero sobre todo le gustaba aparecer de noche con su séquito, almas sin sepultura o muertas antes de tiempo, en búsqueda de paz.
(ABBIATI, S., A. AGNOLETTO y M. R. LAZZATI,
La stregoneria. Diavoli, streghe, inquisitori dal Trecento al Settecento, Milán, 1984, pág. 22)
La unión de Diana, Hécate y Herodías no cambió el papel negativo de la figura femenina que encabezaba la legión de mujeres de Satanás, y en las distintas localidades donde se consolidó, adquirió también otros nombres celtas o germánicos (Perchta, Holda, Unholda): su imagen no cambiaba sustancialmente y seguía estando considerada una criatura malévola y alter ego de Satanás.
Como señalaba Tartarotti en época más reciente:
El moderno Congreso Nocturno de las Brujas no es sino una mezcla de la Lilit de los hebreos, de la Lamia y de las Quelone de los griegos, de las estriges o brujas, hechiceras de los latinos, y de la brigada nocturna que, protegida por Diana o por Herodías, se suponía que vagaba de noche por toda Europa. [...]
En su sociedad, como Bartolomeo Spina, Gianfranco Pico, Delrio, Cardano y otros atestiguan, las preside a todas una reina con el rango de Magna Domina, o también Domina Cursus; y no es otra que la antigua Diana, es decir, un demonio que se dejaba ver antiguamente en forma de Diana y de Herodías. Ahora ha cambiado de vestido y de uniforme, pero no de oficio y de esencia.
(Del Congreso notturno delle Lammie, Rovereto, 1749)
Ya en una época previa a la caza de brujas, los inquisidores medievales señalaban en la cabeza de las manifestaciones de brujería (como, por ejemplo, el aquelarre) la que identificaban como Señora del Juego, una criatura cuyas características nos llevan a la imagen de la divinidad pagana.
Guillermo de Alvernia en su De Universo (1249) llama Satia a la Señora del Juego (cuyo nombre, según el propio autor, significaría «saciedad»), considerándola sinónimo de Domina Abundia, aquella que «aportaba saciedad a las casas visitadas». En este apelativo encontramos algunas referencias a la Bona Dea romana, a quien estaba dedicado el culto mistérico celebrado solamente por mujeres y relacionado estrechamente con la fertilidad.
Se cree que Domina Abundia es la forma latinizada del francés Dame Abonde (Señora Abundancia), que hallamos también en un poema alegórico francés del siglo XIII, el Roman de la rose.
Las fiestas romanas de la Bona Dea, como la Priapeia, tenían en la orgía un elemento dominante, que condicionó claramente la interpretación serena de la dimensión ritual del ludum, el «juego» medieval, cargado de un simbolismo ligado a los antiguos cultos agrarios. A partir de las declaraciones de las mujeres acusadas de participar en el «juego» sabemos que estos encuentros no tenían nada de diabólico. La fuerte carga negativa atribuida a la Bona Dea en el «juego de la buena sociedad» fue, sin lugar a dudas, un elemento que añadieron los inquisidores, turbados por las habladurías de las orgiásticas fiestas paganas que caracterizaban a los ritos clásicos.
Juvenal describía así los misterios de la Bona Dea, que se convirtieron, en la mente de los inquisidores, en el prototipo de los cortejos dirigidos por Diana en el aquelarre:
Bien conocidos son los misterios de Bona Dea, cuando la flauta excita [las cinturas,
y se mueven exaltadas por el sonido del cuerno y por el vino
y Menadi de Príapo, menean la melena y gritan.
¡Cuán impelente es, entonces, en aquellos ánimos el deseo de abrazar!
¡Qué voz cuando la libido se subleva!
¡Qué torrente de vino viejo corre por sus húmedos muslos!
(Sátiras, VI, 314)
De aquí a la demonización de la «mujer» no había más que un paso.