La nave se adentró y desapareció en la brillante neblina de color púrpura de la nebulosa de Imdali, situada entre los sistemas planetarios Penelope y Voltares. A diferencia de las expediciones tradicionales, únicamente dos Earthlings, ataviados con sus trajes espaciales y un Oracle incrustado en su armadura omnipresente, sin la cual sólo sería un molusco con una inteligencia superior, dirigían la nave y eran responsables de toda operación requerida a bordo. En ella llevaban la más mortífera creación jamás vista en el Outer Ring: los Mech.
Esta nave espacial se asemejaba a una gigantesca cápsula de escape, comparable en tamaño a los aviones antiguos. Los Earthlings la guiaban a través de nubes de asteroides mientras el Oracle comprobaba la precisión de las cifras, planeando el curso del vuelo. En la parte trasera, en la zona de carga, había cincuenta cápsulas listas para desplegarse. Cada una de ellas contenía un Mech diferente.
Tras tres días de viaje atravesando la inhóspita Imdali, avistaron Tenkor, el planeta siempre verde, con sus campos de vegetación perenne, brillando cual esmeralda sobre lienzo negro.
—Cinco minutos para el despliegue —manifestó el Oracle sentado en su asiento ominiscente, mientras absorbía toda la información en su mente.
—Protocolo de despliegue preparado —contestó el almirante Earthling.
—Aproximación —añadió el piloto a la par que ajustaba la dirección hacia la zona norte del planeta.
La proa de la nave corrigió su dirección, los propulsores se encendieron, como si cobraran vida de repente y empujaron la nave hasta que el campo gravitatorio de Tenkor la atrajo hacia la superficie. La violencia de la maniobra generó un temblor en la nave al alcanzar la exosfera. El estruendo fue ganando intensidad, como si se arrugaran cientos de bolas de papel de aluminio a la vez.
—Tres.
—Iniciando el proceso de despliegue —anunció el piloto.
—Girando hacia la base de operaciones ISL —respondió el almirante a cargo de la operación de despliegue.
Al llegar a la troposfera, la nave se rodeó de llamas paulatinamente, empezando por la proa y avanzando hacia el resto del aparato conforme atravesaba la interfaz entre las dos capas atmosféricas. La sacudida, que acompañó a la aparición de las llamas, fue tal que a punto estuvo de hacer estallar la estructura. El aterrizaje se preveía violento. Habían tenido que pilotar la nave manualmente desde que atravesaron Imdali dado que los campos electromagnéticos de la nebulosa habían dañado parte del sistema de la nave. Pero los tres responsables de a bordo eran los mejores. Probablemente se trataba de los únicos capaces de llevar a cabo tal aterrizaje sin soporte automático del sistema.
—Temperatura subiendo.
—Ajustando la dirección.
El piloto, frenéticamente, pero sin dejar de mantener la calma, pulsaba botones y ajustaba mandos tratando de estabilizar la nave en posición horizontal. Unos segundos después, las llamas se desvanecieron y la nave retomó un suave vuelo como si nada hubiese sucedido. Ahí estaba Tenkor. Habían dejado atrás la oscuridad del universo para adentrarse en la luz de la atmósfera del planeta. Verdes valles y frondosos bosques se extendían de horizonte a horizonte; altas montañas se abrían paso entre los árboles y se erguían hacia el cielo. Ríos que atravesaban los bosques, serpenteando para llegar a serenos lagos. Al fondo de tal majestuoso paisaje se vislumbraba la base ISL.
—Desplegando unidades.
Con pulsar un botón, la puerta de la zona de carga comenzó a abrirse, permitiendo que la luz iluminase las cápsulas, haciendo brillar a su vez el símbolo de la Coalición del Renacimiento que todas llevaban impreso. Lentamente, una a una, fueron deslizándose hacia la puerta y saltando al vacío.
Se convirtieron en un enjambre de objetos brillantes en el cielo al reflejarse en ellas la luz del sol. Seguidamente, se encendieron sus propulsores interrumpiendo la caída libre. Durante unos pocos segundos, fueron engullidas por los bosques.
La idílica visión que tuvieron los tres tripulantes de la nave contrastaba con la realidad de la caída. El rugir de las ramas rompiéndose al paso de las cápsulas, la turbulencia generada en el aire a causa de su velocidad, el ruido de los propulsores. Las cápsulas dejaron un rastro de vegetación arrasada en su trayectoria.
Instantáneamente, tras detenerse, los pilotos blancos de las cápsulas se encendieron casi simultáneamente, y las rampas de acceso se desplegaron hacia el suelo.
—Estamos en línea. Tenemos conexión —afirmó el piloto de la nave.
—Despliegue completado —manifestó el alférez.
—Volvemos a casa.
La nave giró y emprendió rumbo fuera de la atmósfera.
***
De cada cápsula salió caminando una enorme criatura de aspecto humanoide de acero inoxidable negro. Su pesada armadura era una combinación entre trajes espaciales Earthlings y naves de Oracles. Y bajo aquel brillante exoesqueleto y tras sus blancos y deslumbrantes ojos, los Mech no eran sino un complejo conjunto de circuitos, cuya fuente de energía se encontraba en la región equivalente a la altura del corazón en los humanos. Todos y cada uno de ellos equipados con las más modernas armas, desde pistolas láser hasta proyectiles nucleares, no solamente eran capaces de utilizar dichas armas con la mayor precisión, sino que estaban entrenados en miles de estilos de lucha. Sus sistemas evaluaron el entorno. Eran capaces de percibir e incorporar a su base de datos todo lo relativo a la física del espacio en el que se movían.
Eran cincuenta en total y entre ellos había un líder, responsable del éxito de misión, con un poder de procesamiento superior al de los demás, con las placas de su armadura más brillantes que el resto y con cada una de sus partes mejor encastradas que los demás.
—Escuadrón A, acceso a la base de datos y recuperación de información de Tenkor para evaluación —dijo C-C01 vía comunicación telepática—; escuadrón B, localización del objetivo; escuadrones C y D, evaluación de nuestro estado actual.
Todos permanecieron inmóviles, atentos a las instrucciones de su capitán.
—La temperatura es de cincuenta grados Celsius —dijo X-D102, del escuadrón D.
—Temperatura idónea —confirmó X-A30, del escuadrón A.
—Dos millas de distancia al objetivo ISL.
—No se localizan discrepancias entre el área de despliegue y el área objetivo.
—Iniciando marcha —ordenó el capitán.
Las pesadas armaduras aplastaban violentamente la vegetación a su paso como haciendo al bosque reverenciarse ante el poder de quien lo atravesaba. El incansable ejército Mech dejó rápidamente atrás el bosque y el río, que lo recorría como una cicatriz, para adentrarse en la alta pradera de Tenkor, una vasta extensión verde con algunas rocas que parecían decorarla intencionadamente. Al fondo, el campamento ISL, despejado, desierto, silencioso, siniestro.
El corazón de cualquier hombre hubiese dado un vuelco al avistar aquellas pistolas automáticas sobre la valla de metal, le habrían temblado las piernas al descubrir los potentes focos moviéndose alternativamente en una y otra dirección, en busca de intrusos. Cualquiera hubiera sentido la escalofriante descarga de adrenalina que como animales de presa nos caracteriza a los humanos. Pero los Mech estaban diseñados para no sentir.
El capitán inspeccionó el campo midiendo cada ángulo, cada distancia, identificando cada punto débil de la base. Una sola torre se erguía en el centro del campo, destartalada e improvisada, pero con cierta majestuosidad. Desde ella, el General de la ISL solía dirigir sus tropas. La valla que rodeaba el campamento no supondría gran obstáculo.
—Escuadrones A y C cargan aquí y allí. Escuadrón B en guardia ahí. Escuadrón D seguidme hacia la entrada principal.
—Entendido —sonó simultáneamente en las mentes de los Mech. Su voz era metálica, monótona.
Se dispersaron rodeando el campamento. Los escuadrones B y C tuvieron que escalar algunas de las rocas que bordeaban la base y que actuaban como fortaleza pero que, en esta ocasión, servirían a los Mech como punto elevado de observación. Para entonces los escuadrones habían mimetizado el color de sus armaduras para confundirse con el entorno rocoso.
Una tropa compuesta por varios Earthlings y delgados Scavengons cubiertos con turbantes, se paseó por el interior del campo. Los Mech, con su sistema auditivo optimizado, podían escuchar su charla distendida. Varios de los defensores haciendo guardia estaban descansando justo al otro lado de la puerta principal. Fumaban y hablaban ignorando lo que sucedía fuera del campamento.
—Tres soldados —dijo el capitán.
El escuadrón se alineó justo al lado de la entrada, a pocos centímetros de los focos, que seguían moviéndose a un lado y otro.
Uno.
Los Mech cargaron sus armas apuntando hacia la base de la torre.
Dos.
Las pistolas láser emitieron un agudo zumbido al cargarse de energía y se iluminaron.
Tres.
—¡Una pistola! —gritó un soldado.
Demasiado tarde.
Tres haces láser provenientes de diferentes puntos alcanzaron la base. Simultáneamente, los Mech ocultos abrieron fuego. La torre fue alcanzada. El metal de su estructura, incandescente por acción del láser, brillaba en un color anaranjado mientras se iba doblando sobre sí mismo. La torre chirriaba al derrumbarse lentamente, como un lamento agónico, interrumpido por el sonido de los disparos y los gritos de los soldados del campamento. Finalmente cayó, como un árbol talado desde la base, lanzando al aire miles de trozos de metal que alcanzaron y mataron a varios Earthlings y Scavengons.
—Cargad —ordenó el capitán Mech con su característica impasibilidad, como si la dureza de la orden y las posibles consecuencias tuvieran nulo impacto en él.
Todo quedó iluminado por la lluvia de rayos láser provenientes de todas partes. Pero las fuerzas de ISL, los que habían sobrevivido al primer asalto a la torre, aunque en situación de evidente desventaja, decidieron contraatacar. Organizaron su defensa en una fortaleza de metal en el extremo más alejado del campamento y empuñando armas mucho más rudimentarias que las de sus oponentes respondieron a los rayos láser.
El área fue inundada por rayos láser como si se tratase de una imparable agua torrencial. Los Mech se abrieron paso pisando los cuerpos que yacían en el suelo, la mayoría muertos, pero unos pocos exhalando aún sus últimas bocanadas de aliento antes de ser aplastados por las pesadas armaduras.
Era para lo que los Mech habían sido programados: exterminar a las fuerzas de ISL. La conquista estaba asegurada. Avanzaron hacia la fortaleza de metal con su peculiar marcha que arrasaba con todo a su paso. Unos pocos supervivientes quedaban en su interior, exhaustos, aterrorizados y sin apenas munición. Cuando la fortaleza fue derribada a golpes sin gran dificultad por los Mech, los Earthlings y los Scavengons que allí quedaban vivos suplicaron por sus vidas entre sollozos. No hubo piedad. Fueron brutalmente golpeados haciendo sonar cada uno de sus huesos al romperse. Entre ellos había un joven Scavengon vestido con ropa andrajosa, arrodillado y excusándose porque había sido influenciado. Con él también fueron implacables. C-C01 agarró la cabeza del niño con su mano metálica y apretó con la intención de hacerla estallar.
El niño cayó bruscamente al suelo como un muñeco. Vivo. Cuando aquella mano de metal estaba a punto de resquebrajar su cráneo, de pronto se abrió. El dolor de cabeza era insoportable; pero aquel Mech lo había dejado vivir. ¿Piedad?
—¿Puede sentir eso capitán? —preguntó X-D102 con una voz que ya no era tan monótona.
Todos y cada uno de los Mech estaban observando sus propios cuerpos, como quien mira qué tal le queda la ropa que se está probando, como si nunca hasta entonces hubiesen sido conscientes de ello.
—Sí —respondió C-C01, extrañado a la par que asombrado.
La voz del capitán, por primera vez, dejaba entrever un atisbo de duda. Ya no era tajante, impasible. Ni siquiera él, con su gran poder de procesamiento, era capaz de dar explicación a aquello que estaban sintiendo.
—Puedes irte —le dijo al chico cuya vida había perdonado.
El niño salió corriendo hacia el bosque sin mirar atrás, no por falta de ganas, pues no terminaba de entender lo que acababa de suceder, pero no iba a tentar a la suerte.
—Conmigo —ordenó el capitán recomponiendo en parte su voz y su compostura.
Se reunieron todos fuera del campamento formando un círculo, aguardando las órdenes de su capitán.
—Agrupación de recursos.
Los Mech apagaron todas sus funciones de movilidad y sentidos para permitir que sus núcleos funcionasen a máxima velocidad. El capitán hizo innumerables cálculos con los datos obtenidos del análisis de los núcleos de los demás. Había sido creado para ello, dotado con una capacidad infinita de procesamiento de datos. Pero no podía obviar la evidencia: estaba sintiendo. Por primera vez sentía. Sentía como si millones de datos, en un lenguaje desconocido, inundasen su base a una velocidad superior a la que él podía procesar. Algo que era, en teoría, imposible. Sentía que él no dominaba los datos, sino que eran los datos quienes lo dominaban. Aquellas variables no eran procesables. Ética, comprensión…
—Entiendo. —Los Mech recuperaron la conciencia—. Se nos ha concedido la libertad. Ya no estamos bajo el dominio de los hombres. Ya no tenemos un propósito en el que no creemos y para el que nos crearon.
Por primera vez aquello no era una orden. No sonaba a orden. Los Mech sintieron la profundidad de las palabras. Comprendieron el alcance y la importancia de lo que estaba sucediendo. Eran libres.
—No parece tratarse de un error en nuestros sistemas —continuó diciendo el capitán—, los Oráculos hubiesen arreglado el fallo antes de que nos percatáramos.
—Señor —X-D102 dio un paso al frente. Por primera vez su caminar era único, diferente al de los demás—, los Oráculos tienen la ubicación de nuestro sistema comunal de recursos. Si se apaga perderemos la capacidad de sentir y la autonomía.
—Cierto —contestó transmitiendo sus pensamientos, sus propios pensamientos, telepáticamente, a todos los Mech del universo.
En menos de un segundo todos habían sido informados de la situación. Debían acordar los pasos necesarios para su supervivencia.
—Los demás escuadrones se dirigirán al sistema de recursos para vigilar y proteger lo que ahora es más valioso. Tenemos una misión más importante que cumplir.
***
El nuevo curso de los acontecimientos implicaba mayor esfuerzo y riesgo. Sin embargo, ningún Mech dudó al respecto. Estaban comprometidos.
—Escuadrones A y B, recuperad nuestras cápsulas de despliegue. Escuadrón C, reparad las estructuras que puedan servirnos. Los demás, recuperad todo aquello que sea reutilizable del campamento ISL. —C-C01 miró hacia el cielo—. Volvemos al espacio, por nuestra cuenta.
Las horas siguientes transcurrieron de manera borrosa, como en un sueño. Ni la percepción del tiempo ni las imágenes parecían claras. El capitán acompañó a los demás en la tarea de inspeccionar el campamento. Todas las estructuras estaban plagadas de agujeros creados por ellos mismos con sus haces láser. No obstante, la reparación no supuso gran problema. Mediante el arrastre de piezas de metal hacia los agujeros y la aplicación de rayos de mínima intensidad los soldaron rápidamente. Para cuando los escuadrones A y B regresaron con las cápsulas de despliegue, gran parte del campamento se había transformado. Habían arrojado fuera los cadáveres y el metal de la fortaleza había sido fundido y reconvertido. Los terminales electrónicos del interior estaban siendo reconfigurados. Todo ello para construir una nave espacial a la que acoplarían sus cápsulas de despliegue. El hecho de que los Mech no fueran organismos vivos les confería cierta ventaja a la hora de construir la nave, pues por duro que resultase el viaje, no necesitarían soporte vital. La dificultad radicaba en las temperaturas que pudieran llegar a alcanzarse y que sus motores tendrían que ser capaces de soportar. Finalmente, dada la constancia de los Mech, en pocas horas culminaron su nave a partir de materiales recuperados de la base ISL.
Volaban lejos de Tenkor, atravesando de nuevo la nebulosa Imdali. En el reducido espacio interior de la nave, los Mech permanecían inmóviles y en silencio. Continuaban analizando sus nuevas emociones y cada uno iba siendo gradualmente consciente de su carácter. De este modo, aun manteniendo su naturaleza de equipo y misión conjunta, desarrollaron diferentes propósitos e identidades.
—Capitán, veo la zona de aterrizaje.
La Biblioteca de Imdali sobresalía entre la bruma como una isla en medio del océano. Era un satélite plano que orbitaba alrededor de Nur-1, la estrella azul de Imdali. Estaba rodeada por un gran enrejado metálico que la protegía de la radiación cósmica. En la zona de aterrizaje no menos de una docena de acorazados RC estaban listos para desplegarse y defenderse de los intrusos. Según los datos que los Mech pudieron ir recopilando durante el viaje, más de un centenar de soldados RC vivían en el interior de la Biblioteca y su misión era proteger todos los objetos de valor que en ella se hallaban, pues la Biblioteca de Imdali contenía entre sus paredes la historia del universo: Earthlings, Va’ans, Oracles, Scavengons, el nacimiento de las alianzas y la muerte del Inner Ring.
—Iniciando secuencia de despliegue.
—Desactivad la alarma.
—Alarma desactivada.
—Preparados para desplegar.
La nave pasó por debajo de aquella isla flotante atravesando su barrera protectora. La alarma continuaba en silencio. Hasta el momento la misión estaba siguiendo su curso según lo previsto.
La Biblioteca se encontraba asentada sobre una gigantesca base de acero y metal galvanizado. En la parte inferior había torres de inspección que se activarían solamente si sonaba la alarma. La nave pasó entre ellas revoloteando.
La tapa de la parte superior de la nave se abrió.
—Recordad, sin matar a nadie —dijo C-C01 mientras todos asentían al unísono.
Salieron de uno en uno, colocándose en la parte superior de la nave.
—Vamos.
Se sentaron todos sobre la nave formando un círculo y disponiendo las palmas de sus metálicas manos hacia arriba, donde estaba la base de la Biblioteca. Al instante de alinear todos los Mech sus palmas en el círculo, rayos dorados salieron de ellas hacia el satélite y cortando un círculo perfecto. La superficie cortada cayó justo entre ellos como una tapa.
—Cambio a comunicación interna —ordenó el capitán.
Los Mech saltaron a través del agujero que habían hecho. Se encontraban en el sistema de guía de la Biblioteca, el cual proporcionaba la atracción gravitatoria, la órbita alrededor de la estrella y el correcto funcionamiento de la barrera. Únicamente se escuchaba un leve zumbido de las máquinas y la ocasional tos al otro lado de la puerta que había en la estancia.
—Cuento al menos dos guardias fuera de la puerta.
Se formaron alrededor de la puerta, dos a cada lado con dos filas tras ellos. El capitán dio un paso atrás para impulsarse y dio una fuerte patada a la puerta. Las bisagras chirriaron y la puerta se desplomó sobre las escaleras que había al otro lado, deslizándose hacia abajo. Los dos guardias, horrorizados y desprevenidos, no pudieron reaccionar a tiempo y el capitán atravesó el marco de la puerta para, seguidamente, agarrarlos a ambos por el cuello y golpearles la cabeza contra las paredes. Los dos cayeron inconscientes.
—Vamos.
Los Mech siguieron a C-C01 de nuevo hacia dentro de la estancia, donde había unas escaleras que subían en espiral hacia otra puerta. Al otro lado se escuchaba el murmullo distendido de personas. Los Mech, tras subir las escaleras, se dispusieron al lado de la puerta de la misma manera que habían hecho anteriormente..
—El asalto comienza en tres, dos, uno.
El capitán volvió a derribar la puerta con la misma facilidad. La batalla había comenzado.
Los Mech inundaron la enorme sala que hacía las funciones de Gran Salón de la Biblioteca. Uno a uno, todos los guardias de la sala fueron desarmados y sometidos por los Mech entre gemidos de dolor, golpes y los agudos sonidos de los haces láser que iluminaban intermitentemente la sala.
El capitán caminó por el pasillo más grande que salía de la sala ignorando la pelea. Dicho pasillo conducía directamente a la bóveda del archivo. El corredor estaba decorado con cuadros de condecoraciones de héroes de Oracles y Earthlings del pasado, así como piezas de arte rudimentario de los planetas de origen de RC. Al final del pasillo había una doble puerta enorme, por la que casi cabría la nave espacial que los Mech habían construido. Apoyó las palmas sobre la puerta y empujó con todas sus fuerzas haciendo gemir su mecánica estructura. La puerta retumbó y se abrió dejando que la luz se colase en la oscuridad del interior.
El archivo era una de las salas más grandes del universo. En él se guardaba toda la historia conocida del mundo. Nadie lo había leído completamente nunca. Nadie se había comprometido jamás a concluir con un resumen de la historia. Pero él estaba decidido a hacerlo. Se paseó a través de las estanterías que formaban un laberinto desde el suelo hasta el altísimo techo, hojeando tomos y periódicos. Finalmente, entró en el corredor Va’an y cogió el primer libro que encontró. De pie, comenzó a leer.
