Academia Covenant
Principios de junio, dos meses antes

El aire del comedor parecía enrarecido.

Incluso los alumnos de cursos inferiores, de apenas seis años, que tenían a profesores pululando cerca para vigilar que terminaran la cena, estaban más callados que de costumbre.

Los exámenes finales asustaban a cualquiera.

Observé desde una mesa cercana cómo Liang Shelby bufaba y apartaba el plato de sí, aunque apenas lo había tocado. Su amiga Emma, que estaba a la izquierda con la cabeza metida en un libro de Alquimia, se sobresaltó con el ruido de los cubiertos. El Centinela de esta, un pequeño gorrión que dormitaba en su hombro, se despertó de golpe y soltó un gorjeo de enfado.

—¿Te marchas? —le preguntó Emma, sorprendida.

—Después de lo de esta tarde ni siquiera tengo hambre —contestó su amiga, empujando la silla hacia atrás. A Emma se le escapó una carcajada, y los rizos claros de su cabello se movieron al son de las risas. Liang frunció aún más el ceño—. Voy a suspender Alquimia. Ni siquiera sé hacer un maldito Homúnculo en condiciones.

—No seas exagerada —replicó, mientras su Centinela se posaba en la mesa para picotear las sobras—. Creo que el profesor Salow hizo esfuerzos para no reírse también. Fue increíble cuando a tu Homúnculo se le saltó el ojo y cayó al pupitre. O cuando la barbilla se resbaló hasta el pecho y la boca empezó a moverse con una voz extraña.

—No quiero detalles —gruñó Liang. Se puso de pie y agitó la mano con cierta impaciencia—. Nos vemos en el dormitorio.

Yo me apresuré a seguirla cuando comenzó a andar. Sin embargo, apenas llevaba un par de metros recorridos cuando la figura de un profesor se cruzó en su camino.

Aunque ella no se fijó en mí, estaba lo suficientemente cerca para ver cómo se estremecía, incómoda, y tragaba saliva con dificultad.

Era el profesor Salow, el encargado del departamento de Alquimia. Con su cabello gris, ralo, su túnica vieja y sus gafas ridículas.

—Espero que esté abandonando el comedor tan pronto para fabricar unos cuantos Homúnculos, señorita Shelby —comentó, con una ceja arqueada.

Las mejillas de Liang soltaron llamaradas.

—Siento mucho haber faltado a su clase —contestó de inmediato—. Pero mañana tenemos el examen de Magia Defensiva Avanzada y…

—Era una broma, señorita Shelby —la interrumpió el profesor, con una media sonrisa—. Entre usted y yo, sé de sobra que hay alumnos que tienen que esforzarse más que otros solo por no tener el apellido adecuado. Si hubiese estado en su lugar, quizá también lo habría hecho.

A Liang se le iluminaron los ojos.

—Entonces, ¿eso significa que me quita el castigo?

La sonrisa del profesor Salow se ensanchó.

—En absoluto. La espero mañana por la tarde para limpiar unos cuantos calderos. Sin magia —añadió, antes de sortearla y seguir su camino.

Liang suspiró, derrotada, y retomó su camino hacia las enormes puertas del comedor. Atravesó las filas de mesas que rellenaban la estancia, repletas de alumnos que variaban su atención de los códices a la comida, y salió al frescor del enorme vestíbulo, donde se comunicaban la mayoría de las galerías principales de la planta baja de la Academia Covenant.

En el exterior todavía quedaban rayos del sol, pero aquí todo estaba en penumbras. Los muros eran demasiado anchos y las ventanas demasiado estrechas para que la oscuridad no ganara.

Me quedé en una esquina, observando cómo atravesaba el recibidor, antes de que una súbita voz la detuviera.

—Shelby.

Ella se volvió de inmediato, sorprendida, para encarar a la alta figura que se le había acercado, cubriendo la escasa luz que se derramaba de los candelabros.

—Kyteler —murmuró.

Adam Kyteler, con sus ojos negros, insondables, la observó durante demasiado tiempo. Yo sabía que era la primera vez que se encontraba a solas con él, a pesar de que llevaban varios años compartiendo clase. Las pocas veces que se había dirigido a ella, había sido por su apellido. Nunca por su nombre.

Existía un abismo entre ellos, y no solo por la enorme diferencia de alturas.

—Quiero que te reúnas conmigo a medianoche. En el límite de los terrenos de la Academia, junto al acantilado.

La boca de Liang se abrió de par en par.

—¿Disculpa?

—Sé que no es la primera vez que sales de la Academia por las noches, así que imagino que no te será difícil —añadió él, con esa voz grave que parecía venir de uno de los Siete Infiernos.

—¿Cómo diablos sabes que…?

—Te esperaré —la interrumpió, a la vez que daba un paso hacia ella.

Vi cómo Liang vacilaba. Sus pies querían retroceder, pero ella se mantuvo erguida, devolviéndole la mirada sin titubear, aunque era evidente que no entendía absolutamente nada.

—Es importante que vengas.

Avancé, y el susurro que produje contra el suelo atrajo la mirada de los dos, que se apartaron de golpe como si los hubiese visto haciendo algo prohibido. Aunque ninguno me dirigió la palabra, verme los hizo reaccionar. Adam Kyteler le dedicó una última mirada a Liang y desapareció por uno de los corredores a toda prisa.

Yo lo seguí, pero me escondí tras uno de los pilares cuando salí del campo de visión de Liang.

Ella no se movió. Todo su cuerpo estaba en tensión. Pero, de pronto, unos brazos cayeron sobre ella. Los rizos de Emma le azotaron la cara cuando se volvió.

—¿Qué diablos haces? —exclamó Liang—. He estado a punto de hechizarte.

—¿Qué diablos haces hablando con Adam Kyteler? —preguntó Emma, con una sonrisa que pretendía ser traviesa, aunque se quedó solo en una mueca extraña.

Liang no se dio cuenta. Negó con la cabeza y se apresuró a contestar:

—Quiere que me reúna con él. A medianoche.

Emma pestañeó varias veces, mientras su Centinela no hacía más que revolotear alrededor de su cabeza. Intentaba sonreír, parecer curiosa, pero no lo lograba. Su mirada, la tensión que recorría su cuerpo, la delataba.

—¿Qué?

—Creo que solo es una broma de mal gusto.

Emma arqueó las cejas y echó un vistazo a la galería por la que había desaparecido el joven.

—No lo he visto hacer una broma en mi vida, Liang. —Ella se encogió de hombros mientras Emma apretaba los labios—. ¿Vas a ir?

Había una súplica escondida en esa pregunta.

Emma no se lo había contado a Liang. Quizá le había dado vergüenza, quizá creía que no tenía ninguna oportunidad (porque era verdad, no la tenía), quizá porque sabía que un chico como él no le gustaba a su mejor amiga.

Siempre había habido muchas miradas siguiendo la alta figura de Adam Kyteler; así había sido desde que había entrado tardíamente en la Academia Covenant. Su apariencia callada, la fama que se escondía tras el apellido, su aptitud ante cualquier manifestación mágica. Algunos lo comparaban con su ancestro: Marcus Kyteler.

Liang apretó los labios y sacudió las manos.

—Ni siquiera me cae bien —replicó. A Emma se le escapó un pequeño suspiro de alivio—. Venga, vámonos ya. Necesito repasar antes del examen de mañana.

Yo salí de mi escondite y las observé desaparecer en la penumbra de un pasillo adyacente. Su voz se convirtió en un eco lejano.

Solté el aire de golpe.

Aún no lo sabían, pero al día siguiente no se celebraría ningún examen en la Academia Covenant.