Sobre el 40 aniversario de la publicación de La familia eterna
El tiempo, como las historias, solo se mueve hacia adelante.
Una vez que se abre un libro y se lee la primera frase —como ya se han leído las palabras con las que inicio este texto— ya no se puede desleer. Quizá se olvide hasta que se vuelva a leer otra vez, pero nunca se podrá volver al estado previo de desconocimiento.
Lo mismo ocurre con la narración de historias.
No sé a qué tipo de lectores me enfrento, pero yo soy de esos que intentan con todas sus fuerzas no leer las solapas de los libros. Esos párrafos atrayentes que a menudo desvelan la trama. También, siempre que puedo, evito leer las reseñas, las fajas que acompañan la portada, las sobrecubiertas y los prólogos. Prefiero explorar la historia por mí mismo, descubrir sus secretos sin que se me destripe nada.
Si nunca has leído La familia eterna y piensas como yo, ¿por qué no dejar que la autora de esta obra, Natalie Babbitt, comparta la historia que ella ha creado a su ritmo y criterio? Recuerdo lo mucho que significó acercarme a este libro por primera vez, sin tener noción de lo que encontraría en estas páginas; por lo tanto, tengo una idea.
Deja de leer este prólogo. Sáltate estas páginas y ve a leer La familia eterna. Esta historia es como una flecha de un arco tembloroso. Cuando la hayas terminado, vuelve a estas líneas, retómalas en los tres asteriscos que encontrarás a continuación y termina de leer estas palabras.
Quédate en la historia el tiempo que quieras y necesites. No hay ninguna prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo para que vuelvas a los asteriscos de abajo; lo harás antes de lo que te imaginas.
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Mientras que un lector nunca puede volver atrás y encontrarse con un libro como la primera vez, uno de los muchos milagros de la narrativa es el siguiente: una historia tiene un número infinito de posibilidades de lectura.
Piénsalo de esta manera. Imagínate que le das este libro —el que sostienes en las manos ahora— a tu abuelo, quien ha perdido sus gafas de lectura. Imagínate que le dices: «Acabo de terminar este fantástico libro y quiero compartirlo contigo. Escucha». Abres la primera página (de nuevo) y comienzas la historia otra vez, pero ahora ya con la idea de que el tiempo es un círculo sin fin. El tiempo es como una noria provista de todos los meses del año, que nunca altera el orden de su evolución (abril debe seguir a marzo) ni el ritmo al que avanza (el 4 de julio llega siempre, de forma precisa, cada 365 días. Excepto los años bisiestos, porque toda regla tiene una excepción).
Con qué imagen tan memorable comienza este libro: «La primera semana de agosto es la cima del verano, la cima del año...». Llevo recordando esa frase cuarenta años. Me he montado en la noria del tiempo cuarenta veces por lo menos, desde la primera vez que leí esta historia, y adoro lo de «la cima del año».
Después, te adentras en el primer capítulo, sobre «el camino que llevaba hasta Treegap», y luego en el segundo capítulo, sobre Mae Tuck preparándose para encontrarse con sus hijos, Miles y Jesse, quienes «lucían exactamente igual desde hacía ochenta y siete años». Tan extraño y maravilloso como es, sigues hacia el capítulo tres. Winnie Foster habla por primera vez con el sapo sobre la necesidad de estar sola por un tiempo, sin supervisión de nadie. Aquí llega algo curioso: tú, como lector que ya has leído el libro, te estás volviendo a encontrar a Winnie. Ya sabes lo que va a descubrir y a lo que va a tener que hacer frente, y ya te sabes sus quejas y sus conclusiones, pero tanto tu abuelo, que escucha atento, como Winnie inician la aventura como si nunca hubiera ocurrido.
En realidad, en una historia, el tiempo tiene dos talentos diferentes: el talento de suceder inevitablemente, como una flecha atravesando un prado hacia su objetivo, y el talento de volver a comenzar, como una noria girando sin fin.
Esa es la verdad de todas las historias. Jill Paton Walsh, una escritora amiga mía, una vez escribió que solo necesitas abrir el primer acto de Hamlet para encontrar al fantasma del padre del protagonista acechando las murallas de Elsinor, y la ensangrentada melancolía de esta tragedia vuelve a comenzar. Todas las veces que se lea «en un agujero en el suelo vivía un Hobbit» entenderemos que la partida de Bilbo Baggins de la Comarca y su encuentro casual con Smaug está por sorprenderlo —a él, y también a ti.
Los finales de las historias siempre permanecen intactos, esperando a que los lectores lleguen a ellos. Por todos los «érase una vez» hay un «este cuento se ha acabado».
Bueno. Casi siempre. Esta historia puede que sea la excepción a la regla. Porque esta historia tiene un inicio absoluto, un «érase una vez», pero de entre todas las historias que he leído en mi vida La familia eterna es la única que no tiene un final absoluto.
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Cuando enseñaba a jóvenes que querían ser profesores de lengua y literatura, me di cuenta de que muchos de ellos no sabían la diferencia entre la trama y el tema.
Intenté ayudarlos. La trama, les dije, es lo que pasa. Incluye los nombres de los personajes y las acciones que llevan a cabo. Charlotte teje una telaraña con palabras para salvar a Wilbur de convertirse en tocino. Esa es la trama. Pasa en un tiempo y en una secuencia concreta: primero la amenaza; después, la solución de Charlotte; y, por último, el rescate. En ese orden.
El tema, les dije, cuenta por qué el autor escribió el libro. El tema es la ambiciosa idea sobre la cual un autor se sostiene cuando lanza la flecha de la trama. Debe ser explicado sin usar el nombre de los personajes o la descripción de los eventos que suceden.
En La telaraña de Carlota, un tema podría ser: «La amistad verdadera merece sacrificio».
En El Hobbit, un tema podría ser: «Incluso los humildes pueden hacer grandes hazañas».
En Hamlet, un tema podría ser: «Es esencial esforzarse por conocerse a uno mismo, pero puede ser un cometido imposible de conseguir».
En La familia eterna —este libro pertenece al resto de las grandes obras de la literatura— un tema podría ser: «Cada decisión que tomamos tiene una recompensa y un coste».
Los libros pueden tener más de un tema; ese es uno de los motivos para releerlos. Por eso se puede releer La familia eterna una y otra vez, aunque cuando vuelvas a leer que Winnie está en el jardín de su casa, sepas exactamente lo que le ocurrirá más adelante. Lo que no sabes es lo que significará revisitar la historia para ti, que te haces mayor año tras año.
La vida, la felicidad, la pena, la comprensión: todo ello cae sobre mí, cambiándome día tras día, año tras año. Cuando regreso al mismo punto de la noria que me lleva a recordar que ya pasé por ahí el año anterior, el lugar puede parecerse, pero yo soy el que, sin duda, ha cambiado. Tengo que volver a descubrir la mirada del autor para entender lo que me sugiere y lo que significa para mí ahora.
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Vale. Igual eres de esos lectores, como Winnie, que no siempre siguen las reglas. Si, llegados a este punto, todavía no has leído La familia eterna significa que no has seguido mi consejo. Igual has preferido llegar hasta aquí en mis palabras antes de entrar en la novela. Si es así, te aliviará saber que me he esforzado en no destriparte la trama. He dado pequeñas pistas de muchas cosas, pero lo he hecho de forma astuta. Después de acabar la novela, vuelve a leer esto de nuevo. Las palabras te serán familiares, pero tendrán nuevos significados para ti porque serás una persona diferente. Serás una persona que se habrá leído La familia eterna.
Natalie Babbitt es una lejana pero apreciada amiga mía. En el cuarenta aniversario de la publicación de esta celebrada y querida novela, tengo el privilegio de compartir estas palabras para darle perspectiva a su logro, lo cual no significa que necesite explicaciones de más, puesto que esta es la novela más concisa con la que jamás me he topado.
Esta historia vivirá por mucho tiempo. Quizá no para siempre —muy pocas cosas viven para siempre—. Sin embargo, si tuviera que hacer una apuesta sobre el valor duradero de este libro, apostaría por que La familia eterna seguirá intrigando a lectores, jóvenes y mayores, no solo cuando lo abran por primera vez, sino tan a menudo como este libro vuelva a ser leído.
GREGORY MAGUIRE