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Conversaciones para aprender: fomenta su curiosidad para toda la vida

El motor del cuidado que le damos a nuestras criaturas no debería ser el deseo de hacerles aprender cosas, sino de que siempre mantengan viva la llama que conocemos como inteligencia.

MARIA MONTESSORI1

Una tarde poco después de que Sophie cumpliera los cuatro años, Philippe y yo tuvimos una reunión con sus maestras del parvulario de Brookline, Massachusetts. Me acomodé como pude en una de las sillitas de la clase pensando en que una hora antes había sido yo quien había hablado con los padres y las madres de la escuela donde trabajaba. Ahora me tocaba a mí estar al otro lado.

—No lleva muy bien eso de equivocarse —me dijo la primera maestra, una mujer amable de pelo canoso—. Es muy normal a esta edad. Es independiente y perfeccionista.

—Cuando se equivoca, culpa a los demás —añadió la segunda maestra—, y eso está afectando a sus amistades. Hablamos mucho sobre aceptar nuestra parte de responsabilidad, así que estaría bien que reforzarais la idea en casa.

—Vale, pensaremos en cómo lo podemos hacer —respondí mientras tragaba saliva, ya que yo también me había fijado en esa actitud.

Estuve muy atareada en el trabajo, así que no le di más vueltas al tema, pero, por la noche, mientras volvía a casa caminando, empezó a llover y la conversación regresó a mi mente. Cuando entré por la puerta estaba empapada y solo quería cambiarme.

—Estás mojada —apuntó Sophie, arrugando la nariz—. ¿No llevabas paraguas?

—No miré el tiempo antes de salir de casa —admití.

—Pues ya lo sabes para la próxima vez.

Mientras me quitaba los calcetines mojados noté que me hervía la sangre, pero entonces me vino una idea.

—Sí, yo hoy me he equivocado en eso —le dije—. ¿Y tú en qué te has equivocado?

—¿Qué?

—Que en qué te has equivocado —le pregunté mirándola a los ojos—. ¿Qué te ha salido mal o qué tontería has hecho hoy?

—Yo no me equivoco —me dijo, y se fue resoplando, pero, luego, a la hora de cenar, con un brillo en los ojos, le preguntó a Philippe—: ¿Y tú qué has hecho mal hoy? A ver.

—Olvidé ponerle el candado a la bici —le contestó—. La dejé en la calle.

—¿Y te la han robado?

—No, he tenido suerte —dijo aliviado—, pero la próxima vez no olvidaré el candado. ¿Y tú?

—Yo no cojo la bici si va a llover —nos dijo con una sonrisa socarrona—. No me he equivocado en nada.

Decidí cambiar de tema, pero al día siguiente, a la hora de cenar, nos volvió a preguntar en qué nos habíamos equivocado ese día. Philippe le dijo que había enviado un correo antes de tiempo y había tenido que llamar para aclararlo.

—¿Cómo has podido enviar un correo de trabajo sin comprobarlo antes? —exclamó Sophie.

—Iba con prisas, pero mañana intentaré ir más despacio.

—Ahora yo —nos dijo, y nos explicó que se había chocado sin querer con un niño en el patio y que, aunque él se había puesto a llorar, ella no le había pedido perdón.

—¿Y no le has explicado lo que ha pasado? —le pregunté.

—No ha sido culpa mía.

—No tenías que decirle «perdona por haberte empujado», pero ¿qué crees que habrá pensado?

—Seguramente que lo he hecho aposta —me contestó con el ceño fruncido—. La próxima vez se lo explicaré.

Esa conversación fue una pequeña revelación: mientras hablaba fue capaz de admitir que se había equivocado, pero sin dejar que eso la bloqueara. Sophie empezó a darse cuenta de que todos cometemos errores y que, si nos paramos a pensar, podemos encontrar una solución para la próxima vez. Ella misma llegó a esa conclusión gracias al diálogo participativo que creamos, no porque la regañáramos. Después de darle vueltas y de pelearse con la idea, por fin la compartió con nosotros y lo hizo con sus propias palabras. Verbalizar sus pensamientos y dar explicaciones ayuda a los niños y niñas a interiorizar mejor los aprendizajes. Cuando expresan una idea con sus propias palabras ganan más fortaleza y sensación de independencia, ya que lo han conseguido de forma autónoma. Para que nos entendamos, sería como montar un coche de juguete en lugar de aprender, en abstracto, cómo funcionan los coches.

EL DIÁLOGO CAMBIA CON EL TIEMPO

Durante las siguientes semanas, Sophie nos fue explicando sus errores: algunos días bromeaba al respecto, otros se mostraba más seria, y nosotros la acompañábamos. A medida que pasaban las semanas, vimos que su actitud iba cambiando: las profesoras nos dijeron que asumía responsabilidades y que estaba haciendo más amigos y amigas.

Cuando recordé esas conversaciones, me vino a la cabeza un término que emplea la psicóloga Carol Dweck: «mentalidad de crecimiento» o la idea de que la inteligencia no es algo fijo.2La mentalidad de crecimiento hace que los niños y las niñas sientan que con esfuerzo pueden mejorar. Esto no significa que el talento no exista o que no puedan tener habilidades innatas en ciertas áreas, por supuesto que las tienen.3Aun así, es importante que sepan que el trabajo duro y el apoyo de sus padres, profesorado y amistades también los ayudarán. En su trabajo sobre la mentalidad, Dweck defiende el uso de la palabra «de momento», por ejemplo: «De momento no sé multiplicar». Las habilidades se pueden desarrollar y equivocarnos solo nos dice que todavía tenemos capacidad de mejora.4

La idea de la «mentalidad de crecimiento» se ha hecho tan popular que se ha convertido en una expresión, casi en un lugar común. Y eso es importante. Como descubrió Dweck, las criaturas pueden desarrollar una mentalidad fija ya desde los tres años y medio,5que les hace pensar que los errores demuestran qué clase de persona son. Como mi hijo Paul, que, cuando tenía tres años, me dijo: «Soy malísimo jugando con los legos» porque vio a Sophie hacer una figura más complicada y él se sintió menos capaz. En cualquier caso, estas ideas se pueden cambiar mediante el diálogo, una estrategia que funciona con criaturas de todas las edades. Como comprobó David Yeager, un profesor de la Universidad de Texas, la mentalidad fija de los y las adolescentes puede convertirse en mentalidad de crecimiento gracias a la conversación, que hará que estén más motivados y obtengan mejores notas.6En un estudio con más de 18.000 estudiantes de catorce y quince años, descubrió que los que participaron en talleres de mentalidad de crecimiento después buscaban más retos. Así pues, la conversación los hizo actuar, ya que se ponían a prueba y aceptaban la idea de que cometerían errores.

¿Cómo podemos ayudar a los niños y niñas a aceptar esta realidad? El reciente trabajo de Dweck arroja luz sobre este tema. Como pudo comprobar, a veces, incluso teniendo una mentalidad de crecimiento, cuando vemos que nuestros hijos e hijas se equivocan o no consiguen algo, reaccionamos de manera que parece que creemos que no tienen remedio.7Si lo primero que nos sale es decir algo del estilo: «Bueno, no pasa nada si no se te da bien», la niña entenderá que es algo que no puede cambiar. En cambio, Dweck nos invita a celebrar las cosas que sí han hecho bien o su habilidad para resolver problemas. Cuando tu hijo se equivoque, demuéstrale que su error es simplemente una información que te está dando y pregúntale qué ha aprendido de la experiencia.

Como yo misma comprobé con Sophie, hablar de nuestros fallos es fundamental para el aprendizaje: nuestras charlas la ayudaron a entender que no pasaba nada por equivocarse. Si observamos nuestros errores con compasión, las criaturas sienten que pueden pararse a analizar por qué los han cometido, lo que les resulta muy útil para el futuro. Además, así también fomentamos la empatía: cuando Sophie nos contó que había empujado a un niño sin querer, pudo imaginarse cómo debió de sentirse el otro. Con conversaciones así, nuestros hijos e hijas cada vez tendrán más empatía y aceptarán con más naturalidad que no son perfectos. Cuando hablamos de nuestros fallos, las ayudamos a entender que tanto ellas como nosotras nunca dejamos de aprender. Este pilar de compasión alimentará su curiosidad y motivación, y no solo eso, pues estas conversaciones también las ayudarán a ver mejor los momentos que las han marcado y a darse cuenta de cuándo han hecho las cosas bien.

De todas formas, los fallos solo son uno de los miles de temas que podemos elegir para fomentar su aprendizaje. Como te decía antes, la cosa no va tanto de lo que hablamos, sino de cómo lo hablamos. Si te fijas, en nuestro día a día hay mil temas que podríamos aprovechar para ayudar a las criaturas a ver en qué momento se encuentran y a entenderse mejor a sí mismas y al mundo que las rodea. Las conversaciones de calidad las ayudan a detectar sus falsas creencias y a hacer algo por cambiarlas. Hablando con ellas también entendemos mejor su forma de pensar, lo que nos permite adaptarnos y guiarlas mejor. Cuando nuestros hijos sienten que tienen nuestro apoyo para hacer lo que les gusta, siguen su instinto y, con suerte, consiguen que lo que los apasiona forme parte de su rutina.

No te voy a mentir. Cambiar de verdad sus creencias no es fácil ni se consigue de la noche a la mañana, pero sí podemos ir puliéndolas poquito a poco mediante diálogos que evolucionan con el tiempo. Si queremos alcanzar esa meta, ayudar a nuestros hijos e hijas a aceptar sus fallos solo es el punto de salida. En este capítulo veremos dos maneras de estimular el aprendizaje mediante la conversación: la primera es despertar su curiosidad, es decir, animar a los niños y niñas a explorar ideas y a arriesgarse intelectualmente, y la segunda, ayudarlos a aprender cómo aprender. Reflexionar sobre nuestros pensamientos (capacidad denominada metacognición) es clave para aprender de forma estratégica. Así, en lugar de intentar esforzarse más, memorizar más contenido o dedicarle más horas, los niños descubren cómo aprender mejor.8Con esta capacidad les va mejor en el colegio y, lo que es más importante, se convierten en aprendices para toda la vida, con una sed insaciable de conocimiento y una perspectiva optimista sobre sus capacidades.

EL PROPÓSITO DEL APRENDIZAJE

¿Para qué aprendemos? No es para sacar excelentes ni para entrar en la mejor universidad, aunque sea lo que nos viene a la cabeza cuando pensamos en educación. Ni siquiera lo hacemos para conseguir un buen trabajo que nos dé estabilidad. Lo que queremos de verdad es que nuestros hijos e hijas tengan las herramientas necesarias para seguir el camino que les apasione. El aprendizaje va mucho más allá de las notas: aprender a aprender bien es lo que marcará la diferencia en su bienestar mental y emocional. A medida que crezcan, sus aprendizajes les permitirán encontrar trabajos y aficiones que los llenen: perderse entre libros, imaginar nuevos mundos, inventar, crear y construir. «Conectar con lo que nos apasiona de verdad es vital para nuestro bienestar», como afirma Ken Robinson, autor de El elemento.9Cuando nuestras hijas consiguen conectar con lo que les apasiona, están más motivadas, y, con el tiempo, aprenden a persistir hasta superar las dificultades cuando estas surgen.

¿Qué pasa, en cambio, si entendemos el éxito solo como sinónimo de buen rendimiento? Pues que se obvian habilidades esenciales como el pensamiento crítico y la creatividad y, lo que es peor, hace que muchas criaturas pierdan la flexibilidad mental o la confianza necesarias para explorar nuevas ideas o no tirar la toalla ante situaciones difíciles. Por eso, cuando ampliamos la definición de éxito, animamos a nuestros hijos a que se vuelquen en sus intereses y eso les da fuerzas para seguir explorando y afrontar los retos con más naturalidad. Cuando las criaturas se implican en actividades de verdad, cuando entienden por qué las están haciendo, aprenden prácticamente solos.

¿POR QUÉ LAS CONVERSACIONES DIARIAS LOS AYUDAN A APRENDER?

Unas semanas después de hablar con Sophie sobre nuestros fallos, fui al parque de los trenes, un parque de Boston que está al lado de un punto por el que pasan trenes de cercanías y exprés. Allí vi a un padre con su hijo, que observaban desde la verja.

—A ver, ¿de qué color será el próximo tren? —dijo el niño.

—Mmm... puede que verde.

—Yo creo que naranja —apostó él. Esperaron en silencio y, al poco, pasó un tren verde a toda velocidad. El niño no se lo podía creer y preguntó dando saltos—: ¿Cómo lo has sabido? ¿Lo has adivinado?

—Sí y no —le respondió el padre, que se volvió para explicárselo—. Me he percatado de que siguen un patrón.

—¿Qué?

—En un patrón hay elementos que siguen un orden que se repite. Mira, aquí tienes un ejemplo —le dijo mientras le señalaba los pantalones de rayas que llevaba—: ¿ves? Verde, azul, verde, azul...

—En el cielo también —añadió el pequeño, levantando la cabeza—. Hay nubes y cielo azul, nubes y cielo azul.

—Exacto —confirmó el padre con una sonrisa—. Y lo mismo pasa con los trenes, dan paso a uno diferente cada vez.

—Para que sea justo —comentó el hijo.

Cuando se volvieron para seguir mirando trenes, oí a otra familia que tenía cerca, una madre y su hija, que tendría la misma edad que el otro niño. Se oyó un pitido muy fuerte y la niña dio un respingo, asustada.

—¿Es el tren lila? —preguntó con los ojos brillantes—. Es el más rápido, ya lo oigo. Creo que los trenes que van más rápido suenan diferente.

—Vamos a repasar el abecedario —le propuso su madre—. ¿Qué va después de la de?

—Pero no sé por qué el sonido es diferente...

—E, efe, ge —la animó la madre un tanto molesta—... ¿Y después?

La conversación se acabó al poco tiempo y, diez minutos después, la madre decidió que volvían a casa.

Estas dos conversaciones pueden parecer similares, pero no podrían ser más distintas. En la primera, el padre aprovechó la curiosidad de su hijo para enseñarle algo sobre el mundo. La pregunta de su hijo le vino bien para explicarle lo que era un patrón: un concepto interesante y la base para el conocimiento matemático.10Le dio un ejemplo con los pantalones, lo que ayudó a su hijo a entenderlo fácilmente, algo importante, teniendo en cuenta la edad del niño y sus capacidades. Además, también dio tiempo al pequeño para que hiciera su contribución, al crear de forma natural un diálogo activo para ambas partes y hacer así que el aprendizaje fuera práctico y tuviera sentido para el niño.

Aunque la segunda conversación no está «mal» ni es «incorrecta», no ha conseguido ninguno de los puntos de la primera. La conversación no era participativa; madre e hija no se estaban escuchando, cada una hablaba de una cosa diferente. La niña quería aprender, pero no lo que su madre quería enseñarle justo en ese momento. La conversación habría sido mucho más interesante si la madre se hubiera parado a escuchar lo que le decía su hija, porque la pregunta que hacía daba para mucho. ¿Por qué las cosas que van más rápido suenan diferente que las cosas que se mueven más despacio? Se puede decir mucho más sobre ese tema que sobre el abecedario y, además, invita a hacer muchas otras preguntas y a reflexionar. ¿Por qué el tono sube o baja cuando un sonido se acerca o se aleja, como pasa con las sirenas de las ambulancias? ¿Qué nos dice eso del sonido o de nuestro oído?

Quizá no podemos responder a todas esas preguntas o quizá ni siquiera a una, pero ahí está el quid de la cuestión: no saber las respuestas nos permite acompañar a nuestros hijos en esa aventura; exploramos, lanzamos más preguntas y quizá incluso hasta aprendemos algo.11Aprovechar y profundizar en estas preguntas les da a nuestros hijos e hijas una mejor comprensión de lo que de verdad significa aprender. Sí, saberse el abecedario es importante, pero aprender es mucho más que memorizar datos. La actitud es mucho más importante: hacer las preguntas difíciles porque son difíciles, dedicarles el tiempo para entenderlas y no contentarnos con la primera respuesta que encontramos.

APUESTA POR LO QUE LE GUSTA Y POR LAS METAS

A veces nos cuesta hacer que el aprendizaje sea práctico, sobre todo cuando nos empeñamos en que las criaturas tienen que aprender de una manera concreta. Cuando nos obsesionamos con los detalles de un trabajo o proyecto, perdemos de vista el objetivo real o el interés de nuestros hijos e hijas. El sistema actual de educación no ayuda mucho, por eso es normal que a veces se nos olvide lo que de verdad motiva a nuestras pequeñas y nos centremos en que hagan los deberes y los trabajos. Y es verdad, tienen que hacerlos, pero eso no quita que podamos buscar un abordaje más creativo.

A mí es algo que me quedó clarísimo cuando Sophie empezó a tener deberes. En segundo de primaria, las maestras les pedían que leyeran veinte minutos cada noche y, en ese momento, a Sophie no se le daba muy bien. Una noche, tumbada en la cama, empezó a pasar páginas de sus libros Las hadas del arcoíris y Henry y Mudge, y a quejarse enfadada.

—Quiero ayudarte a acostar a Paul —me dijo—. ¿Por qué no me dejas?

En otro momento, le habría insistido más para que siguiera leyendo, pero tenía un par de ideas que quería probar. Me di cuenta de que podemos aprovechar la energía que tienen: mi hija me estaba diciendo lo que quería, así que podía aprovecharlo para facilitar su proceso de aprendizaje y, a la larga, que disfrutara más con él.

—A Paul le gusta que le lean antes de dormir —le contesté, y le di un montón de libros—. Así que, si quieres ayudarme, eso estaría genial.

—¿De verdad? —me dijo con una sonrisa que le iluminó la cara.

—¿No te has fijado en que siempre lo pide? —Por suerte, era verdad.

Cogió los libros, se acercó a su hermano, se sentó y abrió uno de Jorge el curioso. Paul se acurrucó bien para escucharla y, media hora y cuatro libros después, tuve que convencerla para que parara.

Podemos perder tanto tiempo si nos empeñamos en forzarles a aprender de una forma concreta... Si hubiese seguido presionándola, seguramente Sophie no habría disfrutado de la lectura, se habría frustrado y eso no le habría dejado buen sabor de boca para el día siguiente. Sin embargo, aprovechando sus ganas de cuidar de su hermano, conseguimos el resultado que queríamos y ella, además, se lo pasó bien. Leer dejó de ser una obligación del cole y se convirtió en una manera de conectar, y ella misma vio los resultados: calmaba a Paul y se sentía más unida a él. ¿Y cómo llegamos ahí? Gracias al enfoque de la conversación.

Si volvemos a los principios de la conversación fértil, comprobaremos que mi charla con Sophie fue adaptativa: vi qué quería en el momento, su motivación, y adapté nuestra conversación gracias a este descubrimiento; también fue bidireccional, le lancé una idea y comprobé qué le parecía; y estuvo centrada en ella, ya que adopté su perspectiva sin perder de vista la mía.

Si lo acompañamos, dejar que un niño decida cómo o qué aprender o practicar normalmente hará que se quede con ganas de más. Es el efecto bola de nieve de la motivación: cuando mejoramos nuestras habilidades hacemos preguntas más interesantes y esto a su vez nos ayuda a mejorar aún más, y así la bola cada vez se hace más grande. Cuando aprenden a leer mejor, por lo general, quieren leer más porque les parece más fácil y lo disfrutan más.12Cuando dejan de encallarse con cada palabra, ganan más espacio mental para poder apreciar de verdad lo que están leyendo.13,14Sabiendo esto, puedes ayudar a tus hijos a decidir qué les interesa y qué preguntas explorar. Esto no quiere decir que no haya límites, evidentemente: los deberes se tienen que hacer, pero, como decíamos, dar la posibilidad a nuestros hijos e hijas para que decidan cómo aprender también es vital si queremos darles el apoyo que necesitan a la larga.

EL APRENDIZAJE DE LA CONVERSACIÓN FÉRTIL EN ACCIÓN

¿Y cómo conseguimos darles ese apoyo? Para saber más, fui a una escuela de la que había oído hablar muchísimo, la Atlanta Speech School, que hace hincapié en el diálogo en el día a día.15,16La escuela tenía fama por su éxito a la hora de conseguir que niños y niñas con dificultades en el aprendizaje hicieran progresos y pudieran reincorporarse a los colegios públicos. La filosofía de la escuela se inspiraba en el trabajo de la doctora Maryanne Wolf, una académica especializada en alfabetización mundialmente conocida y profesora en la Universidad de California en Los Ángeles. Hacía muchos meses que yo había hablado con ella sobre su trabajo más reciente, dedicado a las dificultades que comporta intentar enseñar a los niños y niñas a leer con atención en un mundo digital.17Wolf me recomendó que consultara el impresionante trabajo que hacía la escuela de Atlanta para apoyar a las criaturas que tenían dificultades al leer. Es más, me dijo que allí no se priorizaban las prácticas ni las clases magistrales, sino que se fomentaba la conversación diaria centrada en los intereses y pasiones de los y las estudiantes.

Intrigada, llamé a la directora de la escuela, Comer Yates, quien, con una ilusión contagiosa, me invitó a que fuera a conocerla y yo acepté encantada. No tardé en escaparme a Atlanta, donde asistí a varias clases y a una «cata de libros» para toda la escuela, una fiesta de presentación de libros, con aperitivos especiales para la ocasión: regalices en forma de varitas mágicas inspirados en Harry Potter y cupcakes de El diario de Greg.

Más tarde, me reuní con un grupo de maestros para que me contaran sus experiencias. Una de ellos me contó que sus alumnos habían descubierto los innumerables errores que cometió Thomas Edison. En un momento de su trayectoria, Edison, al pensar que había fracasado, escribió que sentía que estaba en un valle, pero que si seguía avanzando, llegaría al éxito.18Los profesores llamaban a estos valles «abismos», un préstamo del libro de Seth Godin de 2009, El abismo.19«Ahora sí que estoy en el abismo...» recordó que le había dicho una vez un alumno riéndose, mientras resolvía un problema de matemáticas. Poder expresarlas así hace que nuestras dificultades se hagan más llevaderas, y, con el tiempo, si los niños y las niñas pueden hablar de sus problemas, afrontarán mejor las situaciones difíciles sin sentirse superados.

Como pude comprobar, en la Atlanta Speech School los fallos y la perseverancia no eran filosofías abstractas, sino que los y las estudiantes habían entendido la experiencia de Edison, la habían interiorizado y ahora formaba parte de su proceso mental. Ahora podían describir con palabras situaciones en las que antes se habrían rendido, lo que hacía que resistieran más. En esta escuela aceptaban y entendían el fracaso como parte del proceso de aprendizaje, y siempre observaban con curiosidad para aprender del error que cometían. Como muchos estudios han demostrado, los niños y las niñas que usan el discurso positivo (frases como «Lo voy a intentar otra vez») aprenden con mayor eficacia porque son capaces de gestionar mejor sus emociones y comportamientos.20Cuando no saben qué hacer, hablan en voz alta para buscar soluciones en vez de tirar la toalla o pedir ayuda. Incluso hay un estudio en el que se ve que alumnos y alumnas que se jalearon a sí mismos por lo mucho que habían trabajado sacaron mejores notas en matemáticas que los que no lo hicieron, y los efectos eran incluso mayores cuando las criaturas creían que no se les daban bien las matemáticas.21Eso es una prueba muy potente de que tenemos que animar a nuestros hijos e hijas a que se fijen en cómo se hablan y a reforzar que se expresen, porque funciona.

Para mí ese es el mayor aprendizaje: podemos abrir conversaciones que las ayuden a aprender en cualquier momento y hacer que nuestras hijas tomen las riendas de su aprendizaje y se sientan orgullosas de sí mismas. La clave está en cómo aprenden a expresarse y en cómo internalizan las cosas, no en las palabras que ponemos en sus labios.

LA TRIPLE E: LA PUESTA A PUNTO DE LA CONVERSACIÓN FÉRTIL

Vale, entonces, ¿cómo introducimos estas conversaciones en nuestra vida? Gracias a mi investigación sobre las interacciones entre niños y adultos, he empezado a usar el método que he bautizado en mi trabajo clínico como «Triple E». La Triple E se basa en una exhaustiva investigación sobre el desarrollo del lenguaje, el pensamiento y las habilidades sociales a distintas edades. Es la base de la conversación fértil, lo que os permitirá participar a ambas partes y os ayudará a marcar el ritmo. Me gustaría que lo vieras como un kit de estrategias que te irá bien tener a mano para sacarlas y usarlas cuando las necesites. Sin más dilación, aquí te las presento:

DESCRIPCIÓN DE LA TRIPLE E

Veamos los tres pasos por separado:

  1. Expandir. Consiste en elegir una idea de tu hijo y ampliarla: puedes hacerlo añadiendo frases o palabras, o aclarando algo. Cuando ampliamos de forma sencilla, damos pie a que se formen ideas más complejas. En un estudio se vio que, cuanto más ampliaban las madres, mayor era el desarrollo del lenguaje de los niños y niñas de entre dos y tres años. Si una niña decía: «Camión grande» y la madre le contestaba: «Es un camión muy grande», conseguía rápidamente expandir el comentario de su hija sin cambiar de tema y respetando sus intereses. Esa investigación en concreto se centró solo en madres, como la mayoría de los estudios sobre la interacción entre padres e hijos, aunque, afortunadamente, en los estudios más recientes también se está incluyendo a los padres. Ha habido otras investigaciones que han demostrado el gran impacto que tienen las conversaciones con el padre, sobre todo, en lo relativo al uso de vocabulario. Por ejemplo, en un estudio centrado en padres de comunidades rurales se descubrió que el nivel de vocabulario que usaban con sus criaturas de seis meses mientras les leían se veía reflejado en su desarrollo del lenguaje cuando tenían entre uno y tres años.22

    Imagínate que un niño dice: «Camión al suelo» y la madre contesta: «Sí, se ha caído porque lo has empujado contra la pared y ha chocado». Con esta respuesta, se ve que está hablando de lo mismo que su hijo. A esto lo llamamos «atención conjunta» y es la base que fundamentará el desarrollo social y de aprendizaje durante los próximos años. La madre comenta algo relacionado con lo que le interesa al niño, y así la respuesta gana relevancia. Además, le ofrece un modelo de lenguaje más correcto y complejo, que incluye vocabulario que puede ser nuevo para él, con el que aprende y llega a un conocimiento al que quizá no podría haber llegado por su cuenta.23

    Para empezar, puedes lanzar preguntas que ayuden a tu hijo a seguir hablando, como «Cuéntame más». Con las criaturas más pequeñas, sobre todo solemos hacer preguntas y comentarios para etiquetar, como: «Qué avión tan chulo», «Esta flor es muy bonita» o «¿De qué color es?». En cambio, cuando dices: «Cuéntame más», demuestras que estás presente y con ganas de escuchar qué otras ideas tienen.

    Las etiquetas, sin duda, son útiles durante las primeras etapas del aprendizaje,24pero, si nos centramos solo en esa estrategia, nos perdemos el pensamiento más profundo del que son capaces los niños y niñas, y su inagotable imaginación. Prueba con frases como: «Anda, qué guay. ¿Qué te parece?» o «¿Sabes qué es esto?». Si tu hijo te explica un poco y se calla, le puedes volver a preguntar: «¿Y qué más?», así invitamos mucho más a hablar que si les hacemos preguntas guiadas como: «¿Qué es eso? ¿Un árbol?». Intenta no asumir las respuestas que puede darte: siéntate, observa y escucha, deja que te lo explique él y que te sorprenda. Quizá descubras que lo que te parecía un árbol en realidad es un monstruo con solo dos dedos o lo que creías que era una casa resulta que es un satélite del espacio exterior o un nido para pájaros con las alas lilas.

     

  2. Explorar. Esta fase consiste en alejarse del entorno conocido de tu hija para hablar del pasado y el futuro, imaginar lugares lejanos y gente desconocida, y usar la imaginación para buscar respuestas. Si seguimos con el ejemplo del camión, podríamos decir:

    —¿Dónde quieres que vaya el camión?

    —Al espacio —te contesta tu hijo.

    —¿Y después? —lo animas, cuando ves que lo ha hecho despegar.

    O, si sigue moviéndolo por la mesa, otra opción sería plantearle algo como: «¿Qué podrías hacer para que no chocara?» o «¿A qué otros sitios puede conducir el camión?». Estas preguntas promueven el pensamiento abstracto y la creatividad, ayudan a plantearse nuevas ideas y a explorar diferentes situaciones que quizá tu hijo no ha vivido. Al igual que los libros los ayudan a ampliar su visión del mundo, estas oportunidades les abren las puertas para que imaginen y hagan suposiciones y predicciones.

    Cuando exploramos, solemos usar lenguaje descontextualizado, hablamos de ideas abstractas o de cosas que no tenemos delante. «Casa» es concreto, pero «arquitectura» es un concepto descontextualizado. Este tipo de lenguaje ayuda a los niños a reforzar su vocabulario, sus habilidades narrativas y el lenguaje que necesitarán en el colegio.25Los estudios sobre este tipo de lenguaje demuestran que la mejor manera para ayudarlos a construir una buena base es darles ejemplos.26Contarles historias siempre es una buena opción, y puedes hablar de ideas que hayáis visto en algún libro o simplemente hablar de cosas que no estén centradas en el presente. Para conseguirlo puedes hacer preguntas abiertas, que son las que no se pueden responder con un simple «sí» o «no». Una pregunta abierta puede ser tan fácil como decir: «¿Qué ha pasado?» o «¿Adónde crees que va?».27,28También puedes hacerles preguntas para explorar motivaciones o emociones, por ejemplo: «¿Qué crees que sintió el niño cuando se fue su amigo?» o «¿Por qué crees que no ha llorado?». Para que puedas distinguirlas, estas serían preguntas cerradas: «¿Crees que estaba contento al cambiarse de colegio?» o «¿Crees que volverá a su antigua casa?». Este tipo de preguntas pueden ser muy útiles en determinados momentos, sobre todo si tu hijo no entiende qué pasa o te dice que no lo sabe. Eso sí, recuerda que, si quieres alimentar su imaginación, la mejor opción es hacerle preguntas abiertas.

    En cambio, cuando tu hija sea pequeña, empieza con cosas concretas, centra tus preguntas en cosas que tanto tú como ella veáis. Poco a poco, ve aumentando la complejidad de tus comentarios y después comprueba qué tal va: qué ha aprendido, si sigue interesada o se aburre, si quiere saber más o se ha perdido. Cuando estés leyendo, explora las ideas que aparecen en los libros, no te quedes solo con el vocabulario. Los niños y niñas pequeños también pueden pensar de forma más abstracta con tu ayuda (el andamiaje) para elaborar ese tipo de pensamientos. Imagina que tienes un libro en el que sale un niño acariciando un conejito, de repente, empieza a llover y el conejo sale corriendo: «¡Ay, no, el conejito se ha perdido!», te dice tu hija y, al final, sale el arcoíris y vuelve el conejito. Un libro muy simple, ¿no? Pues eso no quiere decir que vuestra conversación tenga que serlo.

    Plantéate hacer preguntas como: «¿Por qué crees que ha salido corriendo el conejito?», «¿Adónde van los animales cuando buscan refugio?», «¿Y las personas, adónde vamos?», «¿Dónde nos sentimos más seguros?» o «¿Qué otras cosas crees que necesitamos tanto las personas como los conejos?».
    También podrías mirar fuera a ver si hay arcoíris y decirle: «Los arcoíris salen después de la tormenta» o «Nuestra casa es nuestro refugio, como los árboles lo son para los conejitos. ¿Qué te gusta de nuestra casa?».

    Una pequeña conversación como esta puede convertir la lectura de un libro la mar de simple en un debate sobre las necesidades humanas. Y lo bueno es que lo has hecho en un nivel que tu hija puede seguir, sin tener que forzarte a usar un vocabulario más difícil. Esa es la magia de las conversaciones, nos deja tomar a nuestros hijos e hijas de la mano y pasar de lo concreto a lo abstracto. Incluso si alguna pregunta parece demasiado difícil, intenta darle más piezas para ver si puede conseguirlo. No se trata de forzarlos, sino de ir dando pequeños saltos y comprobar que te siguen y cómo están.

    Este proceso hace que las niñas se involucren mientras construyen su conciencia de sí mismas y, además, reforzáis vuestra relación y te ayuda a entender mejor su manera de pensar, lo que te permitirá personalizar más tus preguntas la próxima vez que habléis. A menudo te sorprenderá que puedan tener pensamientos tan profundos o las conexiones que hacen. Estas charlas también te dan la oportunidad de aclarar malentendidos. Hace un mes, oí a un niño de cinco años que, después de ver un programa de astronomía, preguntó: «¿Por qué no nos mojamos cuando hay lluvia de meteoros?». Al hacerme la pregunta, le pude explicar que las lluvias de meteoritos no son como las de agua que cae de las nubes, y también pudimos hablar de las cosas que sí tenían en común: que las dos se ven en el cielo y que caen en grupo, ya sean gotas o meteoros.

    Por supuesto, podemos hacer lo mismo para hablar de cosas que no vemos en libros y para hablar con niños y niñas más mayores. Prueba con la construcción: «¿Qué pasaría si...?». Por ejemplo: ¿Qué pasaría si fuéramos pequeños como hormigas? Tendríamos que construir casas y coches más pequeños, quizá habría menos contaminación... Intentad explorar juntos estos efectos dominó.

     

  3. Evaluar. Anima a tus hijos a reflexionar sobre sus pensamientos, ideas, estrategias y planes con una mirada crítica. Con el ejemplo del camión, podrías preguntar: «¿Por qué se han roto las ruedas cuando lo has lanzado contra la pared?» o «¿Por qué no podemos arreglar el camión?». Lo importante no es tener la razón, sino dar respuestas a preguntas como: «¿Qué paso me falta en mi razonamiento?», «¿Qué no estoy viendo?» o «¿Qué necesito saber?».

    Déjale muy claro que a todo el mundo, tanto a mayores como a niños y niñas, a veces les cuesta entender algo, y que nunca dejamos de aprender, que es un camino constante. Si queremos que aprendan bien, necesitan tratarse con compasión, si no, la autocrítica puede acabar siendo dañina. «¿Añadir?», me dijo una niña que estudiaba primero de primaria, como respuesta a un crucigrama. Antes de que pudiera felicitarla, se dijo a sí misma: «No, qué tontería». Como muchos otros niños que he conocido, había aprendido a dudar de sí misma desde muy pequeña y eso hacía mella en su seguridad, lo que podía acabar saboteando su crecimiento intelectual.

    En esta fase de valoración, de reflexión, no queremos ser críticos de una forma negativa, sino positiva, para que las criaturas puedan observar los pensamientos y las emociones con más objetividad. Hay que tomarse estas preguntas como pausas para pararse a pensar. Después de reflexionar un poco, los niños y niñas pueden volver con preguntas e ideas aún más concretas, y así es como impulsamos el aprendizaje y profundizamos en él. Otro aspecto vital es reforzar la seguridad en sí mismos, ya que esto estimulará su autonomía con el tiempo.

LA TRIPLE E EN LA VIDA REAL

No tardé mucho en poner en práctica el método de la Triple E. Cuando conocí a Caroline, una niña que iba a sexto de primaria a la que le costaba hacer lluvias de ideas y dar su opinión, pensé que este abordaje le iría muy bien. Después de valorar su comprensión lectora y su capacidad de escritura, descubrí un retraso de dos años en el nivel de desarrollo de estas habilidades. Sobre todo le costaba mucho empezar a escribir: dudaba mucho de sí misma, de si sus ideas eran buenas o de si tenía algo de lo que escribir, y eso, al final, la acababa paralizando. Sin embargo, una vez cogía el ritmo, no tenía muchos problemas para acabar.

Durante el año escolar, las dificultades que tenía habían creado un efecto bola de nieve con sus emociones. En cuanto encontraba un obstáculo, empezaba la autocrítica: «Nunca podré escribir —me solía decir—. No sé escribir y punto, mis ideas son malísimas».

Esta mentalidad contribuyó a que sus dificultades para escribir le hicieran creer que era una persona que no podía hacerlo y que nunca podría. Durante mi proceso con ella, mi objetivo fue cambiar esta idea mientras la ayudaba a mejorar sus habilidades de escritura.

Una tarde recuerdo que Caroline estaba peleándose consigo misma para escribir un texto persuasivo. Le encantaban los animales y me dijo que debería haber un día especial para las mascotas, en el que los niños y las niñas pudiesen llevar sus animales al colegio.

—Los perros son lo mejor del mundo —me dijo llena de ilusión. Sin embargo, su humor no tardó en cambiar, agachó la cabeza y se quejó—: No tengo ni idea de qué escribir.

Para acompañarla a desarrollar sus pensamientos, empecé a hacer preguntas de expansión para ampliar la idea.

—¿Por qué crees que debería existir el día de la mascota?

—Porque sí.

—¿No hay ninguna otra razón?

—No sé —me respondió y me miró a los ojos—. Creo que sería divertido.

—¿Cómo crees que se sentirían los niños si hubiera animales en el cole?

—Bien.

—¿Y cómo se te ha ocurrido la idea? —Algo me decía que había más—. Es muy original.

Al oír mi comentario, se le iluminó la cara.

—Vi un programa en el que niños y niñas llevaban sus animales a casa de los demás. Al principio era un poco caótico, pero luego se lo pasaban muy bien.

—¿Y por qué crees que pasó eso? —le pregunté para pasar a la fase de exploración.

—Porque los animales nos hacen sentir bien, incluso los usan en terapia.

—Anda, qué interesante. Pues vamos a pensar más motivos.

Seguimos hablando para darle forma a sus ideas y, después, evaluamos si Caroline las recordaba y las entendía bien. Se trababa con algunas palabras, pero no desistía. Me sorprendió ver cómo un comentario tan simple, acompañado de una actitud curiosa, la había ayudado a hablar más. Con el tiempo, la niña empezó a hablar con mucha más soltura, a sentirse más cómoda para plasmar sus ideas en papel y a ganar seguridad en sí misma. Un día me sorprendió al decirme: «Hasta me lo estoy pasando bien». Y poco después me dijo: «¿Sabes qué? Le he leído a mi profesora lo que he escrito y le ha encantado, incluso se lo ha leído al resto de la clase». El proceso le había enseñado a cambiar la perspectiva que tenía de su trabajo y de sí misma, que resulta igual de importante.

Al cambiar la forma de pensar y de hablar de sí misma, Caroline también cambió sus capacidades. En un círculo propulsor, el hecho de hacer más la ayudó a sentirse más orgullosa de sí misma. A medida que avanzaba, podíamos tener más conversaciones sobre las que construir y se abría cada vez más al aprendizaje. La imagen más positiva que tenía de sí misma estaba basada en la mejora real de sus habilidades.

LOS NIÑOS Y NIÑAS NO NECESITAN UN ORÁCULO

La experiencia que tuve con Caroline se repitió con otros muchos niños y niñas, y confirmó lo que la investigación había demostrado sobre lo que implica hablar sobre nuestras ideas. Esta habilidad, conocida como verbalización, es una herramienta clave para fomentar el aprendizaje. Para mejorar y profundizar las capacidades de escritura y de lectura de las criaturas, Nanci Bell, autora del programa de lectura Visualizing and Verbalizing [Visualizar y verbalizar], les enseña a escribir películas en su cabeza y luego hace que las interpreten en voz alta.29Esto ayuda a los niños a visualizar lo que están leyendo o lo que quieren decir y a expresar después esas ideas con más detalle. Como muchos estudios han demostrado, el hecho de verbalizar ayuda a los niños y niñas a entender mejor lo que han aprendido y a recordarlo mejor. Es más, las criaturas que verbalizan sus ideas suelen tener actitudes más positivas y gestionar mejor los obstáculos.30,31,32,33Normalmente, no necesitan demasiada ayuda, solo que las animen e ir comprobando cómo van.

Para hablar con niños y niñas de cualquier edad, necesitamos una actitud que demuestre paciencia y curiosidad: haz una pregunta o lanza una idea y luego da un paso atrás y espera; deja que note que sabes que quiere hablar más del tema y que te encantaría escuchar sus ideas; fíjate en las cosas que le interesan a tu hija y, luego, explóralas con ella. Una amiga mía, Jae Cody, que también es madre y ahora profesora de alemán en un instituto de Minnesota, me contó una anécdota en la que esto se ve muy claramente:

—Una vez en el instituto fui como monitora con un grupo de estudiantes, y me llevé a mi hijo, que entonces iba a primero de primaria. En la caminata del día anterior se había chocado con unas zarzas con frambuesas y, cuando íbamos por un camino lleno de arbustos, me preguntó que por qué las plantas eran tan crueles y arañaban tanto.

Jae le preguntó cómo se defendían los animales, a lo que el niño le contestó que corriendo o usando las zarpas. Entonces, ella aprovechó para explicarle que, como las plantas no pueden correr ni atacar, usan sus espinas. «Qué listas», comentó el pequeño.

Jae pudo haberle contestado con un simple «Pues no lo sé» o «Para protegerse», pero aprovechó la ocasión para ampliar la conversación. Consiguieron crear una charla de calidad gracias no solo a la pregunta del niño, sino también a la respuesta de su madre en forma de pregunta, que lo animó a profundizar en la idea e ir más allá de la experiencia del momento. De una manera muy sencilla y rutinaria, ella amplió la pregunta de su hijo y consiguió así que el pequeño conectara de forma más profunda con el mundo que le rodea.

Es más, las conversaciones de calidad suelen hacer que cualquier persona de cualquier edad se involucre más. ¿No es más interesante pensar en cómo se protegen los animales o relacionar las armas de defensa con las espinas que responder directamente qué son las espinas? Pues las criaturas piensan igual.

Mucha gente cree que los niños y niñas pequeños no pueden tener pensamientos más profundos, pero no es así. Es verdad que, si solo les hablamos con frases sencillas y les hacemos preguntas a las que solo pueden responder con un sí o un no, nos darán respuestas simples. Sin embargo, incluso los niños y niñas más pequeños pueden (y normalmente quieren) explorar ideas y preguntas más complejas, y divertirse mientras lo hacen. Solo tenemos que darles la oportunidad y demostrarles que confiamos en ellos.34

HABLANDO LES DEMOSTRAMOS QUE CREEMOS QUE SON CAPACES

En el mejor de los casos, cuando hablamos, los niños y las niñas ven que pueden afrontar retos intelectuales. Mostrarles interés y que tenemos curiosidad es una manera muy eficaz de conseguir que se abran. Empieza con muestras de aprobación implícita, como «Ajá» o «¿De verdad?», estas palabras les hacen saber que estás participando en la conversación y que quieres saber más. Les estás dando tiempo para pensar y a la vez animándolos a que sigan explicándote cosas, y esto es lo que permite que las ideas se expandan.

Hace tiempo, me pasó algo parecido en casa. Una noche, Paul, que entonces tenía tres años, me preguntó mientras se subía al alféizar:

—¿Dónde está el mapache? —Hacía poco que habíamos descubierto que un mapache vivía en uno de los árboles de enfrente.

—No se ve —le contestó Philippe—, pero seguramente está despierto.

—Pero yo me tengo que ir a la cama —insistió Paul—, y el mapache también.

—Él sale a jugar cuando tú duermes —intervine yo—, y duerme cuando tú estás despierto.

—¿Se cansa? —me preguntó, incrédulo.

—Sí, pero no a la misma hora que tú. ¿Cuándo crees que descansa?

—Cuando hay luz. —Se acercó a la ventana—: ¡Despiértate, mapache! ¡Es hora de levantarse!

Con esa pequeña conversación, Paul entendió que para algunos animales el día puede ser todo lo contrario que para nosotros. Nuestros horarios no son universales. Podríamos haber usado palabras «complicadas» como «nocturno», pero no hacía falta y, así, pudo entender la idea a su manera. Ya habrá tiempo de enseñarle palabras difíciles más adelante, cuando surjan de manera más natural.

Lo mismo sucede con las observaciones concretas. Si comentas las cosas en las que se fija o las que señala, estás validando sus intereses y lo animas a explorar esas ideas. Imagínate que te dice: «¿Por qué las hormigas avanzan en fila?». Con ese inicio, podríais hablar de las diferencias entre los comportamientos de los insectos y los mamíferos o lanzar otras preguntas como: «¿Por qué los insectos siguen a un líder?», «¿Y las personas?».

Preguntas que parecen pequeñas pueden abrir la puerta a ideas mucho más grandes. Cuando los niños y las niñas expanden su conocimiento, les surgen más preguntas y esto les hace querer saber más: esa es la base para criar a personitas que sean aprendices toda la vida, personas que sepan que hay muchas cosas interesantes que aprender y que quieran aprenderlas. Puedes ayudarlas compartiendo las preguntas difíciles que te planteas tú, aquellas para las que no tienes respuesta. Esas preguntas son las que te hacen volcarte en la conversación y enriquecen tus interacciones. Para que nos entendamos, sería cambiar preguntas como «¿Cuál es la capital de Alemania?» por «¿Cómo se fundó el primer país?» o «Dime el nombre de las diferentes constelaciones» por «¿Por qué la mayoría de las estrellas solo se ve de noche?». Sabes la respuesta de las primeras preguntas o podrías buscarla fácilmente, pero las otras no son tan simples y te harán pensar de verdad.

Con esto no quiero decir que no se deban estudiar las capitales o que las preguntas «difíciles» sean mejores que las «sencillas»; como en todo, la clave está en encontrar un equilibrio. Lo que me propongo al explicarte todo esto es darte un toque de atención porque, a veces, nos centramos demasiado en hacer preguntas con respuestas claras y nos olvidamos de las más complejas u otras más ambiguas y abiertas. Para cambiar esta tendencia, te invito a que explores con tu hija, a que verbalices tus ideas y tus dudas, a que priorices las preguntas que te plantee ella, a que abras la puerta y, luego, des un paso atrás para ver qué opina. A las criaturas les encanta ver que las personas adultas no saben algo o que aún no lo han descubierto.

Dicho esto, soy muy consciente de que no siempre vas a tener la energía para darle algo más que una respuesta rápida que no dará pie a una conversación de calidad. Quizá, un día, cuando estés hablando con otro adulto, tu hijo te pregunte algo y tú no puedas pararte; ese caso en concreto puede irle bien para aprender cuándo puede o no puede hablar. De todas maneras, cuando sí tengas tiempo y ganas, recuerda que hablar así es vital: cada vez que tengas estas conversaciones estarás ayudándolo a crear hábitos que más tarde podrá poner en práctica por su cuenta.

PARA EL APRENDIZAJE DIARIO: EXPLORA LOS MOTIVOS Y LAS CAUSAS

El objetivo principal de estos hábitos es ayudar a las criaturas a entender mejor el mundo en el que viven. Desde una edad muy temprana, tienen el impulso innato de aprender. Cuando los niños y las niñas hacen la misma pregunta una y otra vez (las investigaciones han hallado que hacen, al menos, noventa y tres preguntas al día), quizá te parezcan pesados, pero lo más normal es que estén intentando quitarse el «gusanillo de la pregunta».35Cuando no consiguen una explicación que les satisfaga, es el doble de probable que vuelvan a hacer la misma pregunta.36Estas preguntas suelen hacerlos saltar de un tema a otro, lo que a nuestros ojos puede parecer algo sin sentido. Como me dijo Sophie cuando tenía siete años: «Tengo tres preguntas: ¿quién inventó la palabra “para”?, ¿por qué existen las estrellas? y ¿qué le pasa al cerebro cuando dormimos?».

¿Qué nos dicen los estudios?

En un estudio, niños y niñas de cuatro y cinco años recordaban mejor la información cuando se la daban como respuesta a una pregunta que hacían que si la recibían sin haber iniciado ellos la conversación.37En otro, cuando los padres y las madres hacían preguntas a las criaturas de dos años con los interrogativos «quién», «qué», «dónde», «cuándo» y «por qué», los niños y niñas usaban frases más complejas y palabras más difíciles. Cuando los padres hacían más preguntas de ese estilo, la capacidad de razonamiento de esos niños y niñas era mayor un año después.38

Solemos pensar que debemos saber todas las respuestas, cuando, en realidad, estas preguntas no tienen nada que ver con nosotros; eso es cosa nuestra, que nos preocupamos porque no sabemos cómo responderles o nos frustramos si las preguntas no parecen tener respuesta. Podemos hacerlo mucho más fácil y meternos más en la conversación si simplemente admitimos que no lo sabemos y luego les damos nuestra opinión y les preguntamos por la suya. Después, podemos explicarles el porqué de nuestro razonamiento. Cuando las criaturas nos oyen verbalizar nuestros procesos mentales, aprenden un modelo para elaborar los suyos y, además, se familiarizan con la idea de que no se puede saber todo.

Desde etapas muy tempranas, a los niños y niñas les van muy bien las explicaciones y las preguntas causales, es decir, los conceptos de «cómo funcionan las cosas» y «por qué pasan las cosas». Estas preguntas, tenga tu hija dos o trece años, la ayudarán a explorar y a entender el mundo.

Hazle preguntas de «por qué» y «cómo», y responde a las suyas con todo el detalle que puedas. Pongamos, por ejemplo, la pregunta de Sophie sobre el cerebro mientras dormimos. Podrías decir algo como: «Pues supongo que se desconecta», pero ¿qué pasa cuando soñamos? ¿Funciona de otra manera? Contesta con lo que sepas: quizá has oído que los sueños nos ayudan a procesar lo que ha pasado durante el día, aunque también le puedes decir que no tienes ni idea. Otra opción es buscar en Google «El cerebro mientras dormimos» o preguntarle a ella qué siente cuando se queda dormida. ¿Recuerda sus sueños? Dale tu opinión, aunque no la tengas clara: «No creo que se apague, pero quizá se ralentiza, ¿no? Vamos a mirarlo».

Responder a las preguntas con sinceridad y aprovecharlas para crear conversaciones te ayuda a fortalecer la relación con tu hija y le hace verte como una figura menos controladora y más receptiva.39Empieza con las interacciones del día a día, y en vez de intentar esquivar la pregunta, prueba a profundizar aún más. Imagina que tu hijo de cuatro años se fija en cómo se juntan las nubes y tú le preguntas: «¿Qué significa que haya nubes?» y te contesta: «Que va a llover o a nevar». Amplía esta idea, dile que estáis a –12 °C y pregúntale si cree que va a llover o a nevar, por qué y si alguna vez ha visto una tormenta de nieve cuando hace calor. Pásatelo bien surfeando la ola que ha generado su curiosidad y, siempre que puedas, aviva también la tuya: tu curiosidad y tu energía alimentan la suya. Este consejo te sirve para niños y niñas de dos años o más. Vamos a ver dos ejemplos, primero con una criatura más pequeña:

Segundo ejemplo con una niña más mayor:

En ambos casos, el padre o la madre no lo sabían todo, la idea no era encontrar la respuesta perfecta, sino lanzar una pregunta para explorar más el tema. La conversación se convirtió en una invitación a buscar nuevas maneras de ejercitar la mente de la criatura: de enseñarle que todos tenemos preguntas y que no tener respuestas puede ser una oportunidad, no algo de lo que avergonzarse.

Puedes lanzar ideas o preguntas parecidas para criaturas más pequeñas o más mayores, la diferencia solo estará en el nivel de abstracción al que puedas llegar y el vocabulario que usarás. Pongamos que decidimos hablar de algo «tan difícil» como la gravedad. Si hablamos en un nivel básico, incluso un peque de tres años podría participar si le planteas: «¿Por qué las cosas se caen y nunca suben?». A una niña un poco más mayor podrías preguntarle: «¿Qué pasaría si hubiese menos gravedad? ¿Crees que todo flotaría o iría subiendo hacia el cielo?». También podrías lanzar preguntas con más matices para debatir, como por qué algunos objetos tardan más en llegar al suelo que otros. Lo importante es que, de vez en cuando, mientras habléis, vayas comprobando que está entendiendo lo que estáis diciendo: si no preguntamos, podemos asumir que se ha perdido o que lo está entendiendo, pero no lo sabremos con certeza.

PROMUEVE EL AMOR POR LA LECTURA CON LA TRIPLE E

Estas preguntas pueden hacer que la lectura sea una actividad más divertida con la que conectar, sin importar el tema. Lo importante aquí es la interacción, los libros solo son la excusa que la inicia y nos lleva a conversaciones más profundas. Sin embargo, lo normal es que no tengamos esa idea al pensar en lo que es la lectura. Cuando son más pequeños, intentamos leer la mayor cantidad de libros posible, quizá has oído decir que tienes que leerle veinte minutos cada noche o dos libros a la semana. En cualquier caso, nos imaginamos a los niños y niñas calladitos y muy atentos a lo que les leemos. Cuando crecen un poco más, les dicen que lo importante es el número de libros que leen, no lo bien que los entiendan o lo que les hayan gustado, y este abordaje complica su motivación. Muchos niños y niñas creen que leer es estresante o aburrido, sobre todo si les cuesta.

He oído a padres y madres decir a las criaturas: «No me interrumpas», mientras les leían algo, cuando en realidad las interrupciones son algo bueno. Así sabemos que la criatura está escuchando y sigue la historia, de hecho, como muchos estudios han demostrado, el nivel de participación es lo más importante en su aprendizaje, no se trata solo de lo mucho que lean.40La lectura dialógica, que está demostrado que ayuda a la comprensión, consiste en tener una conversación sobre un libro.41Lo primero es fijarte en qué le llama la atención a tu hijo, a continuación, le haces un comentario sobre su comentario (evaluar) y lo animas a que te diga algo más (expandir). Después, parafraseas lo que ha dicho, lo amplías y empiezas otra vez. De hecho, las criaturas que interrumpen y hacen preguntas durante la lectura aprenden más y alimentan su motivación y curiosidad. Para conseguirlo, te animo a que adaptes las preguntas teniendo en cuenta la evolución de sus habilidades, priorices las relacionadas con su mundo e incentives su pensamiento creativo.

Por poner un ejemplo, en un libro de Jorge el curioso, el mono se sube a un globo aerostático y no puede bajar. En este caso, podríamos preguntar algo como: «¿Qué harías tú?» o «¿Por qué crees que no puede bajar?». También podríamos evaluar y decir: «¿Te ha sorprendido cuando han rescatado a Jorge?» o «¿Qué es lo que te ha parecido lo más gracioso de la historia?».

Con estos pequeños cambios, ya habrás creado una conversación más rica que si hubieses seguido leyendo. Es verdad, puede que así no podáis leer tantos libros y quizá no acabéis ni uno, pero habréis aprovechado la lectura para comentar ideas y profundizar en ellas, y eso es mucho más enriquecedor para tu criatura.

Con los niños más mayores, pregúntales qué libros les gusta leer o cuáles están leyendo en clase, elige un tema con el que disfruten y busca libros y revistas relacionados. Sobre todo, cuando no les gusta leer, las revistas que hablan de sus intereses pueden ser un muy buen comienzo. Leed juntos en voz alta por la noche o conseguid dos copias para poder ir leyendo a la vez. Pregunta qué le ha sorprendido, qué le ha gustado y qué no, qué cree que pasará después o qué temas quiere explorar a continuación.

Consejo conversacional: disfrutad juntas del mismo libro. Léele en voz alta, haz que te lea ella a ti o escuchad audiolibros juntas. Pregúntale qué partes le han gustado más. Sobre todo si el libro es gracioso, deja que sea ella quien lea la historia. Si aún no sabe leer, anímala a que te vuelva a contar la historia mirando las imágenes.42

SÁLTATE LAS REGLAS DE LA LECTURA PARA FOMENTAR EL APRENDIZAJE

Por lo general, es mejor que los niños y niñas lean libros adecuados para su edad, pero he observado que, a veces, esta premisa se lleva un poco al extremo. «No le dejes leer ese libro», he oído decir a profesores y padres entre susurros: «No está preparado».

No queremos que la lectura se convierta en algo frustrante, queremos que sea una herramienta de aprendizaje. Sin embargo, si nos aferramos demasiado a las reglas, nos olvidamos de valorar la perspectiva personal de cada niño y niña, sus intereses y su perspectiva. Lo que motiva a uno puede aburrir a otro, así que te animo a que te centres en elegir libros, temas y objetivos que interesen a tu hijo o hija.

Una mañana, Sophie y yo fuimos a la biblioteca, ella tenía siete años, y cuando escogió un libro le dije:

—Mira a ver si es demasiado difícil.

Pusimos en práctica la teoría de los cinco dedos, una regla muy usada en los colegios que dice así: si encuentras cinco palabras por página que no entiendes, está bien, si hay más de cinco, es demasiado difícil, si las conoces todas es demasiado fácil y no aprenderás mucho. De hecho, practicar con libros «fáciles» suele ser divertido y ayuda a reforzar su seguridad. Leer el mismo libro una y otra vez, por muy pesado que se nos haga a nosotros, es una de las mejores maneras para reforzar sus capacidades y ganar fluidez en la lectura.43Si tenemos cinco palabras «muy difíciles» por página puede que las niñas se frustren y se rindan sin haber avanzado mucho. Da igual, el caso es que muchos profesores y profesoras siguen usando esta norma como si fuera inamovible.

—He encontrado cinco en el primer párrafo —me informó Sophie con un suspiro dramático.

—Vamos a buscar otro.

—Quiero este —insistió y me sentí tonta por querer forzarla, así que accedí.

Cada noche sacaba el libro y yo la ayudaba con las palabras que no entendía.

—Esto no es para tu nivel —me oí decirle.

—Me da igual.

Se pasó semanas leyendo el libro y nunca avanzábamos más de dos páginas por día.

—¿No podemos buscarte otro libro? —le pregunté de nuevo.

—No —me volvió a repetir, así que me rendí.

Y empezó a pasar algo muy gracioso, a medida que íbamos avanzando, Sophie leía con más fluidez.

—Qué tontería, ¿no? —me comentó. Cada vez me necesitaba menos y se sentía más orgullosa—. ¡Tiene cien páginas! Este libro es muy difícil...

Vi los avances que hacía en su lectura gracias a ese libro. ¿Era la mejor opción para ella? Puede que no, pero fue el objetivo que se marcó. Leer un libro «demasiado difícil» encajaba con su personalidad y su deseo de demostrar que podía. Además, como íbamos comentándolo, yo veía cómo estaba, si se frustraba o se agobiaba demasiado y, si veía que era así, dábamos un paso atrás.

No te estoy diciendo que olvides las normas y dejes que tus hijos lean lo que quieran; la idea que quiero transmitirte es que las normas de lectura, y de cualquier área de aprendizaje, deberían entenderse como sugerencias que deben adaptarse a cada criatura. En los colegios no siempre se puede, aunque dividirlos en grupos pequeños y flexibles ayuda muchísimo, pero, en casa, deberíamos plantearnos este abordaje más personalizado.

LA SEGUNDA PUERTA: APRENDER A APRENDER

Después de esas conversaciones, Sophie empezó a fijarse más en el nivel de dificultad de los libros. Abría uno y decía: «Este va a ser un poco difícil, pero podría leerlo», y después otro: «Este ya se pasa». Sus comentarios daban pie a abrir una conversación sobre sus lecturas, y así la podíamos ayudar a valorar sus posibilidades con más precisión sin dejar de proponerle retos. Por ejemplo, le decía: «Ese tiene algunas palabras difíciles, pero creo que podrías leerlo» en vez de «Ese libro es para niños y niñas que van al instituto, así que mejor déjalo». Y todo este proceso, como el de muchas criaturas con las que he trabajado, demuestra que las conversaciones pueden ayudar a los niños y niñas a aprender a aprender. Hablar les permite reflexionar sobre sus pensamientos. Esta capacidad, conocida como metacognición, les permite ver lo que saben y lo que no, cuándo necesitan ayuda y cómo conseguirla. En las últimas tres décadas, el estudio de la metacognición ha florecido, ya que los investigadores han reconocido su importancia a la hora de criar aprendices capaces y resilientes.44

Reflexionar sobre nuestros pensamientos no es solo un proceso práctico, es incluso más eficaz cuando las criaturas aprenden a hacerlo de manera proactiva. Cuando los niños piensan con antelación cómo afrontar una tarea o proyecto, aprenden a planificar y a ir comprobando a medida que avanzan. Por ejemplo, una niña que va a hacer un experimento de ciencias, pero no tiene los ingredientes, se organiza para ir a comprarlos al salir del cole y también tiene en cuenta que los domingos la tienda está cerrada. Una vez en la tienda, ve que tienen todos los ingredientes menos uno. Al llegar a casa lee el enunciado: tiene que hacer un volcán y predecir si entrará en erupción. Empieza con el experimento, hace su predicción y escribe que cree que sí erupcionará.

Sin embargo, se dice a sí misma: «Bueno, me falta un ingrediente, quizá no debería asumir nada de momento. Quiero que entre en erupción, pero quizá ese ingrediente es fundamental». Ahora se da cuenta de que sus ganas de empezar quizá la hayan hecho cometer un error, así que busca más información para saber qué ingredientes se necesitan para la explosión y ve que el que le falta está en la lista. Sabiendo esto, cambia su predicción para que sea más precisa, lo prueba y el volcán no entra en erupción, entonces, decide probarlo otra vez cuando encuentre el ingrediente que le falta. Siguiendo estos pasos, no solo ha aprendido más, sino que ha logrado reducir su decepción cuando el experimento no le ha salido. Ahora la niña tiene una idea más clara de la causa y sabe qué cambios necesita para conseguir el resultado que espera.

Cuando una criatura utiliza la metacognición, hay un equilibrio y una conciencia entre el aprendizaje y las emociones. Si un niño está confundido o desmotivado, puede parar y cambiar lo que necesite, visualizar el proceso de una manera más completa, que le ayude a decidir los siguientes pasos que tiene que dar y dónde centrar su energía. Esto es especialmente importante para los niños y niñas más mayores, ya que cada vez ganan más independencia y necesitan tomar las riendas en su aprendizaje.45

Un estudio realizado en Stanford en 2017 puso a prueba a dos grupos de estudiantes universitarios que estudiaban estadística. Antes de cada examen, se eligió a un grupo al azar para que organizase un plan de estudio. Al final de la clase, ese grupo era más reflexivo, utilizaba los recursos de estudio con más eficiencia y sacó mejores notas.1 Patricia Chen, una de las autoras del estudio, explicó que muchos estudiantes pensaban que estaban mejor preparados de lo que estaban. Los que no reflexionaron siguieron sin avanzar como debían. En cambio, los que sí se pararon a pensar vieron dónde se estaban equivocando y aceptaron que tenían que estudiar más.2

LA METACOGNICIÓN TAMBIÉN ES COSA NUESTRA

Pronto me di cuenta de que estos empujoncitos les impulsaban en muchas áreas de aprendizaje e incluso en nuestra relación con ellas. Vi que el pensamiento metacognitivo era beneficioso tanto para los padres y madres como para las criaturas. Un día había quedado con Brianna, la madre de un niño de diez años llamado Jeremy, para hablar de sus avances con la lectura. Jeremy era disléxico y tenía problemas tanto para decodificar o leer las letras de un texto como para comprender lo que estaba leyendo. Aunque veía progresos en ambos frentes, notaba que estaba agotado: me explicó que cuando volvía de jugar al baloncesto se tenía que quedar hasta tarde haciendo los deberes. En nuestras sesiones se solía quedar dormido y sus profesores me habían comentado lo mismo, y les preocupaba que no estuviera durmiendo lo suficiente.

—Trabajamos durante horas —se quejó Brianna, cuando le pregunté cómo iban los deberes—. Quiero ayudarlo y no quiero que se equivoque en las respuestas.

—¿Y los acaba? —le pregunté.

—Claro que sí —me contestó—, me aseguro de que los haga siempre.

—¿Y cómo te sientes después de estar juntos?

—Parece excesivo —me dijo y se le escapó una risa sarcástica—. Sé que él lo pasa fatal, se agota y yo me enfado muchísimo.

—¿Y qué tal si le dices la verdad? —le propuse—. Dile que no entiendes cómo ha llegado a ese resultado, hazle las preguntas que quieras y así, quizá, al explicártelo, se dé cuenta de dónde se ha equivocado.

—¿Y qué pasa si no ve sus errores y la profesora lo regaña? —me preguntó—. ¿O si le ponen mala nota?

Era una buena pregunta, pero sabía que pocos profesores se iban a enfadar si la criatura se esforzaba. De todas maneras, aunque le pusieran una nota más baja, algo que nunca gusta, eso también tenía su parte positiva. He hablado con muchos profesores que ven que hay niños y niñas a los que les cuesta seguir la clase, pero luego entregan los deberes sin un fallo. Eso les dificulta mucho identificar qué puntos deben reforzar en sus clases. Cuando hay muchos alumnos que no entienden un mismo concepto, las profesoras se dan cuenta y buscan otra forma de enseñarlo. Como le comenté a Brianna, nunca está de más observar cómo estamos enfocando el aprendizaje. ¿Se ponía nerviosa o se estresaba al pensar que Jeremy no iba a acabar? ¿Conectaba el hecho de que su hijo no acabara los deberes con su papel como madre? Al reflexionar sobre estos temas, podría ver cómo afrontar mejor la situación: quizá valía más la pena dejar que lo hiciera él y que se gestionase solo o quizá sí necesitaba más ayuda para no frustrarse y tirar definitivamente la toalla.

Así pues, observar tus impulsos y reacciones ante el aprendizaje de tus hijos e hijas te ayudará a encontrar el equilibrio entre la ayuda que necesitan de verdad y el exceso innecesario. Además, también resulta muy útil hablar con sus profesores para saber qué les cuesta más o preguntar directamente a tus hijos. Haz hincapié en las estrategias que les hayan funcionado antes, sobre todo las que puedan hacer por su cuenta. Al hablar contigo de estas cosas, los ayudas a cerrar ese círculo entre el colegio y su casa. Además, esto también es genial para las profesoras, ya que les permite saber cómo van y cómo pueden ayudarlos mejor.

SÉ CONSCIENTE DE TU ACTITUD

Como he comprobado hablando con padres y madres de criaturas en edad escolar, encontrar un buen equilibrio en las conversaciones sobre su aprendizaje no es una tarea fácil, sobre todo en la actualidad. En Estados Unidos, desde la introducción de los parámetros educacionales de 2010, entramos en una nueva era de la enseñanza.46Estos estándares, diseñados para crear un conjunto uniforme de objetivos para todos los y las estudiantes, se adoptaron en más de cuarenta estados, aunque, más tarde, se dejaron de aplicar en más de veinte de ellos.47Aun así, estos métodos han cambiado drásticamente la manera en la que se enseña y en la que se aprende. Muchos de los métodos de enseñanza que siguen los profesores no encajan con aquellos con los que aprendimos nosotras cuando éramos pequeñas.48Por ejemplo, en matemáticas: en vez de aplicar fórmulas establecidas, ahora les piden que prueben diferentes métodos e incluso los animan a inventarse sus propias estrategias.

Esta nueva perspectiva sobre las matemáticas implica un impulso para que las criaturas desarrollen un conocimiento más profundo y se parece mucho más a los usos más habituales que damos a esta materia en nuestro día a día. Pongamos que tienes un billete de veinte euros para comprar algo que vale un euro con diez, para calcular el cambio, ¿sacas la calculadora o haces una resta en un papel? Lo más probable es que no. Lo más seguro es que hagas una estimación: «Un poco menos de 19» o la cuenta al revés «Noventa céntimos y dieciocho euros». Las nuevas matemáticas están diseñadas para enseñar estos procesos. La eficacia de este método aún está en debate, pero sin duda ha desconcertado a muchos padres y madres. «Tendría que ser capaz de entender las matemáticas que se dan en tercero de primaria, ¿no?», me han preguntado algunos, medio en broma, pero con un tono de clara preocupación.49

Cuando padres, profesores o cuidadores estamos nerviosos, se hace más difícil ayudar a los niños y niñas con su aprendizaje. Como se vio en un estudio realizado en 2015, las criaturas con padres o madres «estresados por las matemáticas» aprendían menos durante el año escolar. Cuando los ayudaban con los deberes, los niños y las niñas solían estresarse también con la asignatura.50,51Con esto no quiero decir que, si te pasa esto, no ayudes a tus hijos, pero date cuenta de cómo te muestras, sobre todo si percibes que empiezas a frustrarte o te encallas con algo. ¿Quizá tu actitud les está diciendo que las matemáticas dan miedo y son demasiado difíciles? Cambiar esos mensajes es importante, sobre todo para las niñas, que empiezan igual de bien que los niños con las matemáticas en los primeros cursos y, luego, en los últimos años de instituto, empeoran. Intenta tomártelo con más calma, céntrate en explorar y comentar ideas en voz alta; lo mejor es animarlos a que tengan una idea de cómo poner en práctica el contenido, con frases como «Puedo intentarlo de esta manera o así».52

Pídele a tu hija que te explique tanto las respuestas correctas como las incorrectas, al menos de vez en cuando. Eso la ayudará a interiorizar mejor los conceptos y sacará a la luz las ideas incorrectas. También es importante que no haya juicios, pregúntale: «Ah, qué interesante, ¿cómo has llegado hasta ahí?» o «Me gustaría saber cuál ha sido tu proceso mental» o quizá «¿Del uno al diez, qué seguridad tienes de que tu respuesta es correcta?». Otra buena opción, cuando sea posible, es que un niño más mayor también participe o que ella le enseñe a su hermano menor; explicar lo que ha aprendido le ayudará a consolidar las ideas y, además, se sentirá orgullosa de sí misma.

En líneas generales, prueba a crear estos hábitos para priorizar las conversaciones que fomentan su aprendizaje:

Hábito conversacional n.° 1
La conversación del por qué: contestar preguntas causales

Para preguntas con «cómo» y «por qué», prueba las siguientes sugerencias:

Reconoce que no lo sabes. No tienes que saberlo todo de todo. Decirle a tu hijo que no lo sabes os permitirá buscar juntos la respuesta.

Comprueba lo que sabe. Imagina que tu hija te pregunta: «¿Por qué murieron los dinosaurios?». Podrías decirle: «Fue un meteorito», y empezar a hablar de la extinción, pero otra opción sería preguntarle qué sabe ella. Puede que te conteste: «Una roca los mató» o «¿Quizá unos coches los atropellaron?». Según lo que te diga, tú le tendrás que contestar una cosa u otra. La primera respuesta solo necesita que la pulas un poco, mientras que la segunda habría que cambiarla de arriba abajo.

Aprovecha sus comentarios y haz las correcciones necesarias. Por ejemplo: «Mongolia no es el país más grande del mundo, pero sí que es más grande que Francia».

Tómate en serio la pregunta de tu hijo y respóndele con información real. Pon que tu hijo te pregunta: «¿Por qué las plantas son verdes?» o «¿Cómo funciona una nave espacial?». De nuevo, intenta preguntarle un poco más. Si le contestas con un «¿Por qué lo preguntas?» o «¿Qué te ha hecho plantearte esa pregunta?», tendrás un poco más de tiempo para entender mejor su postura. Quizá te haga más preguntas o se dé cuenta de que te quería preguntar otra cosa. Cuantos más detalles te dé, más concretas y claras serán sus ideas.

Si no hay una respuesta obvia, investigad juntos, podéis preguntar a otros amigos, a la familia o a alguna vecina, incluso podéis consultar libros o internet. Ayúdalo con las respuestas y plantead nuevas preguntas, pensad dónde habéis encontrado la información y por qué. Daos cuenta de qué os ha sorprendido: quizá no sabíais que vuestra vecina era experta en botánica o que los mapas antiguos indicaban dónde crecían las diferentes especies de plantas.

Sé consciente cuando no tengas el tiempo o las ganas. No te fustigues por no estar siempre al cien por cien, porque eso es imposible y un ideal nada realista. Los niños y las niñas necesitan tiempo de descanso, tiempo para estar solos y tiempo con sus familiares, hermanos y hermanas, y amistades. Intenta dejarte una nota mental para recordar que sí quieres contestarle, solo que no ahora. Puedes convertirlo en un juego, por ejemplo: «¿Me lo puedes recordar cuando te vaya a recoger?» o «¿Puedes pensar cinco preguntas para la cena?». Así ganas tiempo para pensar y avivas el interés de tu hija durante el día. También puedes jugar un poco más: «La contestadora de preguntas ahora mismo no está disponible, por favor, vuelva a intentarlo en una hora. Si su duda es urgente, pregúntele a su hermano». También podrías hacer un concurso de hacer preguntas con amistades, familiares y hermanos y hermanas: ¿Quién puede hacer la pregunta más difícil o la más absurda? Anima a tu hijo a que haga una lluvia de ideas de respuestas, con unas superlocas y otras más probables, y que las puntúe para ver cuál le gusta más.

Si tu hija no deja de hacerte preguntas, apúntatelas en un papel o, si sabe escribir bien, pídele que lo haga ella misma. Mételas en un bote de cristal y saca unas cuantas cuando tengas tiempo. No te preocupes si no puedes responderlas perfectamente, divídelas por partes, en vez de: «¿Por qué podemos ver colores?», empieza con «¿Cómo funciona la vista?».

Hábito conversacional n.° 2
Conversaciones para englobar y conectar experiencias

Las rutinas y los rituales diarios son una manera estupenda de empezar este abordaje bien estructurado. Imagina que tu hijo de dos años tiene la costumbre de mirar por la ventana después de cenar y, una noche, ve a los bomberos rescatando a un gato que estaba atrapado en un árbol y te pregunta si el gato está bien. La noche siguiente, vuelve a mirar por la ventana en busca del gato.

Para aprovechar esta situación, por la noche, prueba un juego y dile: «¿Qué crees que vamos a ver hoy?». Ayúdalo a separar las ideas en grupos: «¿Qué será? ¿Un animal o una persona? ¿Pasará algo normal o algo interesante?».

Otro posible escenario sería que tu hija se diera cuenta de que atardece antes o se quejara de que es demasiado pronto para irse a la cama porque todavía hay luz. Aprovecha esos momentos y hablad de cómo los días en invierno se van haciendo más cortos, fijaos en lo tarde que llegan los atardeceres o, si estáis fuera paseando, intentad pisad la sombra del otro y fijaos en cuál es más grande. También puedes hacerla pensar sobre cuándo hay sombras y cuándo no. Cuando la vayas a recoger al cole, le puedes preguntar: «¿Crees que hoy hace más sol que ayer? ¿Crees que nos estamos acercando a la primavera?». Hazle que conecte sus sensaciones corporales con ideas: «En invierno, me dan escalofríos. ¿Qué otras cosas te pasan cuando llega el invierno?».

Explicar hechos sin más no nos une, no es algo que interese demasiado a los niños y niñas. Solo cuando los aprovechamos para plantearnos preguntas más grandes y los conectamos con nuestra vida vemos el gran impacto y lo bien que podemos pasarlo con estas conversaciones para el aprendizaje.

Hábito conversacional n.° 3
Practica la vista de águila

Para fomentar la autoconciencia: diviértete reflexionando sobre los pensamientos (metacognición). Aprovecha juguetes, momentos de juego y de descanso para ayudarte.55Imagina que estáis jugando al baloncesto: ¿qué va mejor para encestar: lanzar la pelota desde debajo de la canasta o desde un metro de distancia? Pon a prueba las ideas y comprueba si teníais razón. Comentad los resultados y evaluad cada estrategia de manera informal con frases como «la mejor», «no está mal» o «así no».

En los momentos difíciles, las conversaciones metacognitivas pueden ayudar a tu hija a gestionar y a aprender a autorregularse.56Si está muy nerviosa, la puedes ayudar a hacer una lluvia de ideas para pensar maneras de calmarse: darse un baño o respirar profundamente... Después, probadlas y hablad de cómo le ha ido cada una. Guíala para que se fije en todos sus sentidos: una manta calentita, el olor del pan recién horneado. Explícale y recalca que cada persona necesita algo diferente para sentirse bien.

Prueba la «autobservación». Cuando tu hijo se observa, fortalece la conciencia de sí mismo sobre su aprendizaje y, a su vez, te abre una ventana a sus fortalezas y necesidades. Prueba estas técnicas:

Después, piensa en el futuro. ¿Cómo puede mejorar el proceso para la próxima vez?

Para entender cómo aprende cada persona: zambulle a toda la familia en la metacognición. Una o dos veces por semana, hablad de vuestros «impactos». Un «impacto» es un hecho, momento o idea que te ayuda a entender algo nuevo, puede ser una noticia que has leído o una conversación con un miembro de la familia. Haced turnos para describir vuestros impactos y cuáles son sus efectos: «Yo antes pensaba que las cosas eran así _____, pero el impacto me ha hecho ver que ______. Ahora pienso/siento diferente». ¿Qué otras preguntas te han surgido? ¿Te ha sorprendido el impacto de alguien más? ¿Por qué sí o por qué no?

Quiero recordarte de nuevo que, aunque sea con la mejor de nuestras intenciones, cuando hablamos con nuestros hijos e hijas sobre su aprendizaje podemos hacer que se cierren en banda. A veces, nos empeñamos en intentar darles un montón de información y datos, lo que acaba convirtiéndonos un poco en bomberos apagando fuegos con la manguera a toda potencia. Sin embargo, las criaturas no necesitan todo ese chorro de palabras o información, sus mentes ya están llenas con sus propias preguntas y sus curiosidades, y nosotras solo tenemos que ayudarlas a que las saquen y las exploren. Ayudar a nuestros hijos e hijas a entender el mundo y a ejercitar su curiosidad son cosas mucho más importantes que prepararlos para los exámenes. Si fomentamos e impulsamos su sed de conocimiento, aprenderán a aprender de una manera más profunda y querrán seguir haciéndolo en el futuro. Y, ojo, eso no significa que para lograr una cosa nos tengamos que olvidar de la otra: puedes ayudarlos a plantearse preguntas importantes y nutrir sus intereses mientras aprenden habilidades que los ayudarán a que les vaya bien en el colegio. El objetivo es tener una actitud mucho más relajada que os permita explorar.