No, decidí, inhalando una bocanada de aire fresco y limpio. El pequeño Jarien puede quedárselo todo, y de buen grado. Mi medio hermano pequeño, hijo de mi padre junto con su nueva esposa y, a través de ella, heredero de todo aquello que valoro, era una pizarra fraternal en blanco. Cualquier relación que pudiéramos tener algún día no estaba contaminada por la infancia que compartí con Revic y con Nathian y, aunque ese desagradable patrón pudiera reiterarse, no me sentía inclinado a adoptar tal preocupación de un modo tan preventivo.
Con esa idea asentada en mi interior, me encontré admirando las nuevas tierras vin Aaro (es decir, las antiguas tierras vin Mica) como lo haría un viajero, sin pensar en su mantenimiento ni en sus ganancias. Habíamos pasado por un pequeño pueblo antes y desde entonces habíamos ignorado los desvíos hacia caminos más pequeños, ocasionalmente señalizados, que supuestamente llevaban a las otras granjas y aldeas que ahora pertenecían a los dominios de padre. Antes de la locura de vin Mica, el comercio había florecido por esa ruta, las mercancías iban y venían de Tithena y Khytë a través de un único paso en las imponentes Montañas Nievadientes. Aunque los arrendatarios y comerciantes de aquí probablemente hubieran sufrido por la mala gestión del lord anterior, al menos la belleza física de la tierra permanecía intacta. El camino por el que viajábamos serpenteaba hermosamente a través de huertos frutales tardíos y suaves colinas con un brillante césped salpicado de flores. El cielo otoñal era de un azul pálido difuminado con lila alrededor de las relucientes cimas de los picos distantes, blancos a esas alturas del año. El agradable canto de los pájaros coloreaba el aire con su música.
Aunque Markel rara vez se dejaba impresionar por las vistas que carecían de arquitectura mortal, en esta ocasión se dignó a mostrarse impresionado por la obra de la naturaleza mirando a nuestro alrededor con curiosidad. Cuando llegamos a la cima de una suave subida, empujó a Grace, su yegua alazana, un poco más cerca de Quip y chasqueó dos veces los dedos indicando su intención de hablar.
Para cualquier otro sirviente habría sido una impertinencia y, de hecho, a menudo aquellos que no sabían que Markel era mudo lo malinterpretaban como tal. Elaboramos unas normas de etiqueta hace mucho y, aunque su chasquido todavía les parecía presuntuoso a ciertos tipos entrometidos, a nosotros nos funcionaba.
—¿Sí? —pregunté dándome la vuelta para observar sus signos.
Con las riendas enrolladas sobre la silla de montar, Markel dijo con señas:
—Es muy diferente de Aarobrook.
Resoplé.
—Tan diferente como un encaje elegante y el cañamazo, sí. —Entonces, añadí en lengua de signos para mantener fresca esa habilidad—: Deberíamos ver pronto la casa principal.
Markel sonrió y asintió volviendo a tomar las riendas. A pesar de mi tendencia a usarlo como audiencia cautiva (o tal vez precisamente por eso), era bastante agudo a la hora de escuchar lo que yo no decía: que pese a mis ansias por dejar la capital (y ¡lunas!, estaba muy ansioso), todavía no sabía por qué mi padre me había convocado aquí en primer lugar, por lo que no tenía ni idea de lo que nos esperaba. Su carta solo decía que deseaba verme cuanto antes para discutir «algunos asuntos familiares que se tratan mejor en persona». La ambigüedad de su mensaje me carcomía y la poca paz que había sentido al aceptar tranquilamente el futuro acceso de mi medio hermano a títulos y propiedades que de otro modo podría haber codiciado se desvaneció en un instante.
¿Se habría enterado padre de mis indiscreciones? Tanto recientemente como hacía tiempo había cometido tantas que no me molesté en intentar delimitar qué historias podrían haberle llegado y de qué fuentes. Mi vida en Farathel se había convertido en poco más que en una serie de ofensas contra la propiedad. Solo me arrepentía de algunas y por razones más complejas que la simple contrición, lo que no me hacía menos proclive a evitar sus consecuencias ni apaciguaba mi deseo de escapar, aunque fuera brevemente, de las circunstancias de su creación. Sin embargo, era igualmente posible que la citación implicara solo noticias agradables como un aumento de mi sinecura, el esperado nacimiento de un sobrino o sobrina o de (¡lunas!) otro medio hermano, o bien algunos detalles sobre la herencia, y cierto interés propio no me dejaría olvidarlo.
Incapaz de decantarme por un sentimiento o por el otro, la esperanza y el miedo me formaban un nudo de ansiedad en la garganta que hacía que me sintiera como si estuviera mareado o borracho y, cuando llegamos a la propiedad y cabalgamos hacia el patio principal, tenía la espalda tan cubierta de sudor como secos tenía Quip los costados.
Se podían decir muchas cosas del difunto lord Ennan vin Mica (había mucho que decir, su fallecimiento no fue lamentado ni por aquellos que se habían unido a él), pero claramente amaba a sus caballos. La grandeza de los establos reflejaba este hecho y, si los mozos de cuadra estaban perturbados por su reciente cambio de librea, no lo mostraban en su entusiasmo. Apenas desmonté llegó un hombre nervudo y de aspecto capaz para quitarme las riendas de Quip, mientras que otro joven bajo hizo lo mismo con Grace para Markel. Parecían padre e hijo, o posiblemente tío y sobrino, puesto que sus ojos tenían el mismo tono gris alerta, mientras que sus narices compartían una característica curvatura. Su piel era más clara que el marrón rojizo de Markel y que mi propio tono aceitunado oscuro, un bronceado profundo que provenía en parte de la vida al aire libre, pero cuyos matices dorados sugerían más que una gota de sangre tithenai. Pareciéndome yo tan poco a mi progenitor, siempre me maravillaba ver tales semejanzas en los demás, aunque como ella había sido la más guapa de los dos, yo mismo lo decía, nunca había guardado rencor por la herencia de mi madre.
—Soy lord Velasin vin Aaro —dije redundantemente, ya que tuve la impresión de que me reconocerían, con parecido paterno o no—. Y este es Markel, mi ayuda de cámara. —Vacilé dirigiéndole mi habitual mirada interrogativa. Markel lo consideró, se tomó unos instantes y luego sacudió la cabeza indicándome que no, en esa ocasión no quería que les diera a estos sirvientes desconocidos el discurso de «mi ayuda de cámara es mudo». Llevaba una pizarra y una hábil pluma de tiza para hacerse entender ante los desconocidos que se mostraban enemigos del silencio o de la mímica, pero no siempre deseaba ser anunciado de antemano como una rareza (como él mismo había señalado una vez). Volviendo a los mozos, añadí:
—¿Está mi padre en la residencia?
—Sí, milord —respondió el anciano señalando la casa con la cabeza—. El mayordomo le recibirá enseguida. Observó las escasas bolsas que llevábamos atadas a nuestras monturas arqueando una ceja con sorpresa—. ¿Debo hacer que suban sus pertenencias, señor?
—Sí, te lo agradezco —contesté y continué adelante con Markel siguiéndome de cerca.
Estaba a tres pasos de la puerta principal cuando esta se abrió revelando a un mayordomo de aspecto agobiado, dos perros enormes y a la noble que era mi madrastra (solo por papeles, no por crianza), lady Sine vin Aaro, anteriormente Sine vin Mica. Era pecosa y de aspecto inteligente, apenas tres años mayor que yo, y llevaba el cabello rubio rojizo recogido en una serie de trenzas entrelazadas. El pequeño Jarien no estaba a la vista, pero, a juzgar por las manchas de saliva en el hombro de su vestido, no podía estar muy lejos. Solo la había visto brevemente una vez el día de su boda: se había mostrado educada pero comprensiblemente nerviosa y yo había estado demasiado distraído para observarla más de cerca.
Sin embargo, ahora me dirigió una sonrisa que me pareció auténtica y me extendió sus manos para que las besara, cosa que hice. Según los estándares de las mujeres de nuestra clase, había llegado tarde tanto al matrimonio como a la maternidad, pero, en la medida en la que yo estaba en posición de juzgar, ambas cosas le sentaban bien.
—Has venido rápido —comentó riéndose mientras los perros nos husmeaban. Dejé caer sus manos para acariciar las orejas de los perros y mi pánico se calmó en cierta medida con ese contacto—. No te esperábamos hasta la hora de la cena, aunque mi señor parecía dudar de que llegaras antes de mañana.
—Tengo un historial de retrasos —respondí—. Pero hace buen tiempo y la piedad filial me ha impulsado. —Necesitaba huir.
—Sin duda, escuchar eso complacerá mucho a mi señor —agregó lady Sine y, por un momento, su mirada fue tan astuta como la de Markel—. Aunque podría asombrarse por la ocasión.
Mi respuesta no llegó por la aparición repentina del susodicho, seguido por una niñera que cargaba al bebé, Jarien. Las segundas nupcias claramente le habían sentado bien a padre, no lo había visto tan sano en años. Su barriga había desaparecido, nuevos músculos le reafirmaban los brazos y los hombros, tenía los ojos brillantes y la piel clara. Incluso antes de aquella horrible disputa que ahora llamaban la Disensión, una década más o menos durante la cual un grupo de nobles antagónicos había avivado la lucha política dentro de Ralia y que había terminado con la exposición de los planes de rebelión de lord Ennan vin Mica y el arresto, encarcelamiento o ejecución de sus diversos coconspiradores; la muerte de mi madre lo había agotado a un nivel que yo no había comprendido por mi juventud a pesar de que lo presenciaba a diario. Pero ni siquiera la paz civil lo había aliviado tanto como lady Sine, o tal vez fuera cosa de Jarien o la combinación de ambos. De cualquier modo, su transformación positiva puso en relieve mi propia trayectoria a la inversa y, si en ese momento él hubiera pedido la verdad, se lo habría confesado todo. Puede que incluso aquello que escapaba a mi culpabilidad.
Pero no preguntó, solo me dio una palmada en el hombro apretándome brevemente los huesos y me dio la bienvenida.
—Eres más oportuno de lo que crees —comentó. Entonces, con los ojos entornados, añadió—: Me alegro de verte, Vel. —No reconoció a Markel, pero era lo esperado.
Con su típica habilidad silenciosa, nos condujo a toda la comitiva al interior: esposa, sirvientes, perros e hijos más pequeños, y cerró la puerta detrás de nosotros.
Teniendo en cuenta el amistoso saludo, costaba imaginar que estuviera sufriendo una grave desgracia, pero aun así me cerebro traicionero se negaba a abandonar por completo esa posibilidad. Como tal, soporté las horas siguientes de sutilezas con una agónica tensión. No era que delatara mi estado más allá de una reducción de mi charla habitual, pero como yo era más a menudo el que escuchaba que el que hablaba, no fue algo incongruente. Me mostraron la propiedad, lady Sine me iluminó con varios rasgos y puntos de interés histórico, todo lo que había aprendido durante su infancia allí, mientras destacaba ciertas mejoras recientes como la adición de luces mágicas y, en el patio, una escultura artifex colocada dentro de una fuente.
Esto último me sorprendió mucho: mientras que padre sentía respeto por la hechicería como cualquier noble raliano, nunca había mostrado interés por el arte y la estética, y mientras que la magia que sostenía la escultura era realmente impresionante (una serie de cantrips incrustados que hacían que una gran serpiente de agua brillara, rugiera e incluso se moviera cuando se pronunciaban ciertas palabras de control), era poco útil. Me atreví a preguntarle a lady Sine para ver si había tenido que pelearse con él para adquirirla, pero solo se rio.
—En realidad a Varus le gusta bastante —respondió—. Considera que es una inversión. —Vaciló y luego agregó—: Hay planes de reabrir el Paso Taelic para comerciar con Tithena y, con un poco de suerte, eso también traerá el comercio de Khytë. Son famosos desde siempre por su artifex y por su pieles y, si todo sale bien, espera que la escultura deje una buena impresión en sus mercaderes. Y, bueno, le gusta que a Jarien le guste. —Rio.
Su sonrisa se suavizó ante la mención de su hijo y la conversación se desvió rápidamente para hablar de su desarrollo. Tanto entonces como más tarde, demostré toda la admiración por Jarien que puede sentir cualquiera que no tiene conocimiento real sobre la infancia por un bebé de seis meses; elogié la calidad de los aposentos que me dieron y la comida que me ofrecieron, ambos excepcionales, y, solo entonces, al final de la cena, padre me invitó finalmente a su estudio.
A pesar de que la habitación era extremadamente diferente de su predecesora en Aarobrook (que ahora pertenecía a Nathian, aunque me costaba imaginármelo), la disposición y los muebles se parecían tanto que, instantáneamente, algún sentido interno me hizo retroceder en el tiempo. De niños, Nathian, Revic y yo solo éramos bien recibidos en el estudio de vin Aaro en momentos de gran felicitación o reprobación, así que para nosotros contenía una especie de magia peligrosa, como una cueva de las maravillas. Era donde me había caído un castigo de vara por haber roto la ventana de un arrendatario mientras lanzaba piedras a un nido de avispas y donde me habían recompensado con el libro de padre que yo eligiera por haber sacrificado a un sabueso muy querido en lugar de haber delegado la tarea a algún sirviente.
Recordé la vara, el libro y el perro y, por segunda vez en ese día, sentí la urgencia de confesar.
—Siéntate, Vel —dijo padre señalando un par de sillones. Obedecí con cuidado de entrelazar las manos en mi regazo por temor a agarrarme al cuero y delatarme con los nudillos blancos. Un esfuerzo redundante, ya que las siguientes palabras que salieron de su boca fueron—: ¡Relájate, muchacho! Puedo ver que estás tenso, aunque solo lord Sol sabrá por qué. Bueno —se corrigió pasándose la mano por la barba—. Tal vez sea injusto por mi parte. Después de todo, no puedo culparte por preguntarte dónde estás ahora. Si Revic…
Se interrumpió y compartimos una expresión de cariño y dolor por todo lo que su ausencia suponía.
—Lo sé —murmuré suavemente y lo dejé ahí.
—Bueno —continuó padre después de un momento—. Entonces… —Se puso las manos en las rodillas y me miró a los ojos—. Voy a hablar con claridad. Aunque Su Majestad me concedió las posesiones de vin Mica con la condición de que su legado cayera en manos, no de mis hijos mayores, sino de Jarien y de cualquier otro niño con el que Sine pueda bendecirme… —Se sonrojó solo un poco, recordando supuestamente los esfuerzos realizados para conseguirlos y yo miré fijamente a la pared opuesta para reprimir mi risita avergonzada—. Aun así, mi ascenso aún podría beneficiarte.
—¿Te refieres a mi sinecura? —pregunté casi sin atreverme a albergar esperanzas.
—En cierto modo, sí. Me refiero a que te cases.
Ante su declaración, mis pulmones y mi cerebro olvidaron cómo funcionaba la respiración privándome de esa función durante unos segundos que me parecieron minutos. Mi expresión de aturdimiento debió haber sido la esperada; sin embargo, mi padre aguardó a que recuperara el aliento sin disgusto aparente.
—¿Cómo? —conseguí preguntar finalmente—. ¿Y con quién? Estoy seguro de que mi sinecura no puede incrementar tanto como para eso.
—No puede —sentenció—. No propongo que puedas ni que debas mantener a una esposa, Vel… De hecho, lo que sugiero es justo lo contrario.
—¿Quieres una esposa que me mantenga a mí?
—¿Y por qué no?
Lo miré fijamente.
—En principio no tengo ninguna objeción —respondí mientras mi corazón latía acelerado en contraposición con mi cuidado discurso. Era una mentira como una casa, tenía todas las objeciones del mundo, aunque no hubiera ninguna que me atreviera a expresar en voz alta—. Pero, padre, en la práctica, ¿qué buena heredera raliana me iba a querer? Y no lo digo por falsa modestia. No son criaturas tan abundantes como para no tener mejores perspectivas que un tercer hijo con una sinecura, sin importar tu ascenso. —No era que vin Aaro hubiera subido de rango per se, pero como sabe todo buen raliano, hay lores y lores y, desde que le fueron otorgadas las posesiones de vin Mica en las todavía recientes secuelas de la Disensión, padre estaba mucho más cerca de los segundos que de los primeros.
—¡Ah! —exclamó padre, complacido, como si yo hubiera dado en la clave de la cuestión—. No es una heredera raliana, no te obligaría a nadar en esas aguas en contra de tus inclinaciones. Se trata de una muchacha tithenai, Vel, ahí sí que tienes valor.
—Una muchacha tithenai —repetí débilmente. No lograba absorber el concepto más de lo que el agua puede absorber el aceite—. Pero… eh… te refieres a… yo…
—Velasin —me interrumpió padre amablemente—. Piensa. Esas tierras colindan con el Paso Taelic, no hay una ruta más cercana a Tithena al oeste de la capital. Pasa más comercio khytoi por Tithena que por Ralia. ¡Y también comercio nivonai! Ese idiota de vin Mica dejó que esas rutas comerciales se arruinaran dando paso al bandolerismo, incluso él mismo participó en incursiones fronterizas contra el Cuchillo Indómito, si se puede creer en las historias más duras y, si no es cierto, al menos las sancionó, pero ahora está muerto, que la Sombra lo mantenga, y Su Majestad está dispuesto a reparar aquello que se rompió. El lord reinante de Qi-Katai, tieren Halithar Aeduria, tiene una hija soltera de veintidós años y ha afirmado en sus misivas que está dispuesto a establecer una alianza. Irás con ella, Vel, y Qi-Katai es una ciudad comercial, de bibliotecas, teatro y artesanía, y sé que hablas el idioma gracias a esos amigos tuyos de la corte. Y, aunque no lo hablaras, sé que mucha gente de allí habla raliano. No te faltará civilización ni nada de nada y, si quieres visitar tu casa, la distancia no es tan grande.
Hablaba con un tono enamorado, persuasivo, pero me estremecí ante las implicaciones. Había dicho «irás» y «no te faltará», no «podrías» o «te haría». Podría haber habido un albañil presente grabando las palabras en piedra por toda la imposición que sentí en ellas. Necesité cada pizca de autocontrol que pude reunir para decir con un temblor en la voz:
—Y esto… ¿ya está cerrado, entonces? ¿Lo has arreglado?
—Sí —respondió padre y, aunque se sintió incómodo admitiéndolo, al menos tuvo la cortesía de no apartar la mirada—. Siempre has sido un buen hijo, Vel… un buen tercer hijo. Has apoyado a tus hermanos y has sentido poca codicia por sus beneficios. Te he visto antes con Jarien y, a menos que me haya equivocado en mi juicio, no le guardas rencor, aunque muchos lo harían en tu situación. Sé que no buscabas el matrimonio. —Extendió la mano al decir esas palabras y apretó el brazo de mi sillón como si fuera el representante de mi mano oculta—. Pero no te lo propondría ahora, aunque complaciera a mi rey, si no pensara que es también una recompensa para ti. Algo apropiado para un hijo leal.
Quería gritar, pero no podía. Quería llorar, pero no me atrevía. Lo miré y, de repente, las terribles ironías de mi huida de Farathel (de por qué me había marchado y con qué esperanzas) se elevaron para ahogarme, vendavales de risa espantosa encerrados entre mis dientes. Mi sonrisa era una mueca. Incliné la cabeza y dejé que me atravesara otro recuerdo de reverencia infantil.
«¿Qué se dice, Velasin, cuando padre te da algo?».
—Gracias, señor —grazné.
Tomó mi ronquera como una señal de alegría y mi asombro como admiración. Todavía aferrándose a mi silla, habló del enviado tithenai que llegaría en algún momento del día siguiente con el contrato de matrimonio, de los arreglos que yo quería hacer, de que mis posesiones de Farathel fueran enviadas cuidadosamente a Qi-Katai, de si me llevaría a Markel conmigo, de tiera Laecia Siva Aeduria, quien iba a ser mi esposa, y de sus muchas virtudes aparentes. Lo escuché medio aturdido y no me percaté de los golpes en la puerta que interrumpieron el discurso de mi padre. En lugar de eso, vi directamente al mayordomo inclinándose en el umbral y escuché sus crueles y absurdas palabras:
—Lamento interrumpir, milores, pero hay un visitante preguntando por lord Velasin.
—¿Un visitante? —preguntó padre arrugando la frente con perplejidad—. No creo que haya llegado ya el enviado tithenai.
—No, milord. Nuestro invitado es raliano, lord Killic vin Lato.
El suelo se cayó bajo mis pies.
—Conozco la casa, pero no a él —contestó padre evidentemente ajeno a mi tormento—. ¿Es amigo tuyo, Vel?
Es un modo de decirlo.
—Sí, padre —respondí sin saber cómo pude mantener la voz firme—. No… no lo esperaba. Debe haberme seguido. —Por favor, por favor, echadlo. Pero no podía pedirles eso, no sin provocar preguntas, y ya me sentía demasiado estúpido para mentir.
—Entonces es más que bienvenido —afirmó padre. Añadió para el mayordomo—: Puede quedarse en la habitación de roble, Perrin, pero mándalo al salón de juegos mientras la arreglan. Lord Velasin puede reunirse con él allí. Y ofrécele una bandeja, por favor. A estas horas, probablemente estará hambriento.
—Sí, milord —dijo Perrin y se marchó.
—¡Bueno! —exclamó padre alegre e inapelable—. Podemos discutir los detalles mañana, pero ya que tu amigo ha venido hasta aquí, no debería alejarte de él. A menos que… —empezó al darse cuenta lentamente de mi incomodidad—. ¿Prefieres que me invente una excusa? El Sol lo sabe, entendería que prefirieras tomarte un tiempo para ti…
—No —contesté. Noté la palabra pegajosa y extraña en la boca, como un champiñón poco cocinado. Killic era persistente, por muy desagradable que me pareciera la perspectiva, era mejor ocuparse de él en ese momento—. Voy a verlo.
—Buen chico —alabó padre y, mientras los dos nos poníamos de pie, me dio otra palmadita en el hombro, esta vez más amable que antes—. Estoy orgulloso de ti, Vel. De todos nosotros.
No lo estarías si lo supieras todo, pensé.
—Gracias —murmuré, y lo vi girando a la izquierda por el pasillo hacia su esposa y hacia un hijo demasiado joven como para haberlo decepcionado ya.
Me quedé solo, como una criatura falsa y obediente, para ir a saludar a lord Killic vin Lato: el hombre que, hasta hacía apenas quince días, había sido mi amante en Farathel.