La historia de la película

El dálmata Pongo y su amo, Roger, vivían en Londres. Al ver pasar por la calle a la bella Perdita con Anita, su dueña, Pongo tuvo una idea para escapar de su aburrida rutina cotidiana. En el parque, el dálmata se las arregló para que Roger y Anita se conocieran.

Su plan funcionó y Roger y Anita se enamoraron.

Y lo mismo sucedió con él y Perdita. Unos meses después, Pongo supo que iba a ser papá.

El gran día llegó y Perdita dio a luz a quince cachorritos. Pero la terrible Cruella, que adoraba las pieles, quería comprarlos.

—¡Quince perritos! —exclamó mientras entraba en tromba en casa de Anita y Roger—. No esperaba que fueran tantos.

No obstante, después de haberlos visto, añadió decepcionada:

—¡Os los podéis quedar! No tienen manchas.

—Las manchas aparecerán más tarde, hay que esperar —le explicó Nanny.

Entonces, Cruella reiteró la oferta, pero Roger la rechazó.

—¡No están en venta! ¡Nos los quedamos!

Cruella se marchó furiosa.

El tiempo pasó y los cachorros fueron creciendo, pero Cruella no se olvidó de los pequeños dálmatas. Una noche, mientras Roger, Anita, Pongo y Perdita habían ido a dar un paseo, Cruella mandó a sus esbirros, Horacio y Gaspar, a secuestrar a los cachorros. Todos los perros de Londres dieron inmediatamente la alarma.

El mensaje llegó a oídos del sargento Tibbs, un gato que había visto a los cachorros en la mansión de Cruella. ¡Los quince cachorros de Perdita y Pongo estaban con otros ochenta y cuatro dálmatas que también habían sido secuestrados por Horacio y Gaspar! En cuanto lo supieron, Perdita y Pongo partieron hacia la mansión de Cruella.

Mientras tanto, aprovechando que Horacio y Gaspar estaban viendo la televisión, el sargento Tibbs ayudó a escapar a todos los perritos.

—¡Rápido! ¡Hay que darse prisa! —les dijo el gato.

Sin embargo, los dos rufianes pronto se dieron cuenta de que los cachorros no estaban y salieron a buscarlos. El sargento Tibbs se los había llevado rápidamente y los había escondido debajo de una escalera. Por suerte, Perdita y Pongo llegaron justo a tiempo para rescatarlos.

Perdita, Pongo y los noventa y nueve cachorros partieron hacia Londres con Horacio y Gaspar pisándoles los talones.

Por la mañana temprano, un labrador se ofreció para llevar a los dálmatas en su camión.

—Pero ¿cómo vamos a llegar hasta el camión sin ser vistos? —preguntó Perdita preocupada.

—¡Nos revolcaremos en el hollín! —propuso Pongo.

Una vez disfrazados de labradores, los dálmatas fueron subiendo uno a uno en el camión. De pronto, un poco de nieve fundida cayó sobre uno de los cachorros y dejó a la vista sus manchas. Cruella, que se había unido a la persecución, se dio cuenta del engaño y fue inmediatamente tras ellos, pero no logró alcanzarlos.

Cuando por fin llegaron a casa, Perdita y Pongo fueron corriendo en busca de Anita y Roger.

—¡Oh, Pongo! ¿Eres tú? —dijo Roger con alegría.

—¡Todos los cachorritos están aquí! —exclamó Nanny mientras les quitaba el hollín.

Anita, Roger y Nanny se pusieron a contar todos los perros.

—Ochenta y cuatro, más quince, más dos… ¡En total, son ciento uno! —exclamó Roger.

—¡Ciento uno! —repitió Anita estupefacta.

—¡Compraremos una casa grande en el campo y cuidaremos de todos los dálmatas! —concluyó Roger.