Madrid, 23 de febrero de 1837
Calle del Carmen
La noticia corría como la pólvora por las calles de aquel Madrid de febrero de 1837; se hablaba de ello en las botillerías, en las tabernas, en las fondas y, cómo no, en los cafés-tertulia. La noticia llegó hasta los oídos de las lavanderas del Manzanares y hasta las posadas de la Cava Baja y la calle de Toledo, donde se solían alojar los arrieros que venían a Madrid. Lo raro era no haberse enterado aún del suceso.
Sin embargo, don Matías, un hombre de letras que vivía en la calle del Carmen, número 32, junto a su familia, conocía los hechos unos días después. Era el mismísimo sereno que tenía asignada la demarcación de la calle del Carmen quien se encargaba de informar a su convecino:
—¡Buenas noches, don Matías! ¿Ya está usted de recogida? —espetó con su característico acento asturiano.
—Buenas noches, querido Manolo, así es, ya me recojo. En la tertulia del Parnasillo1 de esta noche se ha recordado al bueno de Mariano José de Larra, hace ya una semana que nos dejó y estamos muy apenados. No había muchos ánimos, y mañana he de madrugar, tengo muchos quehaceres en el despacho.
—¡Hace bien, don Matías! Después de lo sucedido el otro día en casa de doña Vicenta, es mejor no andar mucho por la calle y estar en casa junto a la mujer.
—Manolo, ¿qué es lo que le ha pasado a la modista?
—¡Ah! ¿Que no se ha enterado usted? Si se habla de ello por todo Madrid, don Matías. Anda usted todo el día con sus libros y papeles y no se entera de lo que pasa en la villa. Pues verá usted, el pasado día 12 asaltaron a doña Vicenta Mormin en su propia casa. A la luz del día y en presencia de sus criados.
—¡Qué barbaridad, Manolo! ¡No hay decencia! ¡Pobre doña Vicenta! Mi mujer admira mucho su trabajo, dice que sus vestidos de percal con bordados son una auténtica maravilla. Se moriría por tener un vestido de su obrador, pero con eso de que lleva años sirviendo a la corte y confeccionando vestidos para las reinas, no le queda mucho tiempo para recibir otros encargos.
—Lo que no sabe usted, don Matías, es que fue la banda del mismísimo Luis Candelas quien perpetró el robo…
Lo que el sereno Manolo había relatado al vecino de la calle del Carmen, número 32, fue uno de los múltiples robos que el afamado bandolero madrileño Luis Candelas Cajigal y su banda acometieron en el mes de febrero del año 1837. De hecho, tal y como quedaba recogido por el cronista de la villa Pedro de Répide en su manual Las calles de Madrid, fue el último de los robos cometidos por Candelas y su banda:
Hay una casa en la calle del Carmen, la que hace esquina a la calle de la Salud, que tiene el recuerdo de haber ocurrido en ella uno de los más audaces y, por cierto, el último de los robos de Luis Candelas. Allí, en su cuarto principal de la derecha, vivía la modista de la reina, doña Vicenta Mormin, que el 12 de febrero de 1837, a las cinco y cuarto de la tarde, vio asaltada su vivienda por la famosa cuadrilla, que mientras se dedicaba a su natural ocupación, abría la puerta a las visitas que llegaban para la señora y, después de recibirlas con amabilidad, las iban atando cuidadosamente, como ya habían hecho con la dueña de la casa. Eran unos ladrones a quienes no les faltaba más que llevar unos violines y esbozar un aire de pavana, mientras sus víctimas les entregasen el dinero con una reverencia gentil2.
Lo cierto es que Répide no recogía los detalles del robo. Según las crónicas y la prensa del momento, Candelas se vistió de uniforme y, al llamar a la puerta de la modista, le dijo al criado de esta (que le atendía por la mirilla) que era correo francés y que traía noticias de la hija de Vicenta, que se hallaba en Francia. Con esta excusa se adentró en casa de la modista y junto con su banda desvalijó a Madame Mormin.
Meses después del robo, en concreto en el mes de septiembre, se abrieron las pertinentes diligencias, y aunque Luis Candelas pidió clemencia a la mismísima reina María Cristina de Borbón, el ladrón fue condenado al garrote vil siendo ajusticiado el 6 de noviembre de 1837.
Pero ¿quién era esta modista llamada Vicenta Mormin?
Vicenta Mormin o Madame Mormin fue la creadora de los vestidos y complementos que lucirán tres de las cuatro esposas de Fernando VII: María Isabel de Braganza (1797-1818), María Josefa Amalia de Sajonia (1803-1829) y María Cristina de Borbón (1806-1878).
La modista había nacido en París en el año 1775 3 siendo sus padres Vicente Mormin y María Guisenda, dos italianos oriundos de Nápoles que se habían afincado en Madrid y residían en la calle San Vicente. Tuvo una hermana menor llamada Cayetana, que nació en Madrid cuando la familia se había asentado en la capital. Desde que Carlos III emitió la Real Cédula del 2 de enero de 1784 por la que se permitía incorporarse a los talleres de confección y ejercer el oficio de la costura, ella, como otras muchas mujeres, aprendió en un taller4 en el que entró como aprendiza, después pasó a ser oficiala y prosperó abriendo su propio obrador, donde fue asaltada por el bandolero. En su taller, además de contar con un espacio para la confección donde trabajaba junto a sus empleadas, habría un espacio para recibir a las visitas y una salita destinada a las pruebas de las prendas.
A nivel personal, sabemos que se casó en 1796, siendo aún una oficiala, con Josef Ximenez con quien tuvo una hija llamada Isabel. Poco después enviudó se casó en segundas nupcias en 1802 con el violinista de la Real Capilla de Palacio, Francisco Balcaren, con quien tuvo a su segunda hija, Teresa. Tuvo algunos problemas de salud, sobre todo cuando era ya más mayor, lo que motivó que en 1829 su hija Teresa solicitase a la reina ocupar el puesto de su madre cuando esta tuviese que ausentarse por motivos de salud.
Vicenta debió de ser una modista muy reputada en la época; de su vivienda obrador de la calle del Carmen, no solo saldrían los vestidos de diario y de corte que ayudarían a conformar la imagen de la reina consorte, sino que también se confeccionarían prendas infantiles, mantos, vestidos para muñecas y las canastillas de los futuros infantes de la Corona. Además, dado su buen hacer recibió encargos para otras mujeres de la nobleza como la condesa de Fernán Núñez, quien le encargó vestidos, gorras y mantillas para ella, para su hija y también para sus doncellas5.
No es muy conocido el hecho de que a las modistas de la época se les permitía vender joyas y precisamente a otra de sus clientas, la condesa de Benavente, Vicenta le vendió varias como un pajarillo de plata realizado en filigrana6.
Con la corte mantuvo una relación bastante longeva, trabajó un total de dieciocho años y cinco meses, tal y como se lee en su hoja de servicios conservada en el Palacio Real:
Por un especial decreto de SM el rey NS don Fernando mi augusto amo, su fecha de 23 de octubre de 1816 que se me comunicó en Real Orden de 29 del mismo mes, fui nombrada batera y modista de la reina doña María Isabel de Braganza con el sueldo de 300 ducados anuales. Continué sirviendo después a SM la reina María Josefa Amalia en la misma plaza y con el mismo sueldo. Y posteriormente a SM la reina gobernadora mi augusta ama y señora María Cristina de Borbón, con el mismo sueldo que estoy gozando. Madrid 30 de abril de 18357.
Durante todos sus años de trabajo para la corona, Vicenta tuvo sus más y sus menos con la corte. Tras haber realizado varias prendas para la reina, en 1831, y enviar la cuenta correspondiente al encargo, Vicenta recibió una carta por parte de Palacio en la que se le pedía que revisase los precios y rehiciese la factura. Ante tal misiva, ella se sintió algo ofendida porque se le estaba cuestionando su buen hacer y respondió al librador de la Casa Real a través de una carta donde adjuntaba la factura de nuevo detallando los precios y matizando que lo que se había cobrado era lo correcto y que además había aplicado una rebaja8.
Fue una modista muy profesional, disponía de buenos tejidos, la técnica y contaba con un taller con varias oficialas. De sus manos saldrían prendas para las tres reinas anteriormente mencionadas, sabiéndose adaptar a las modas de cada momento y realizando desde los característicos vestidos sueltos de corte imperio en la década de los veinte del XIX, hasta los complejos y voluminosos trajes de la época romántica. Realizaba vestidos suntuosos de crespón bordado, de gros de Nápoles, de percal o de terciopelo, y asimismo ejecutó basquiñas, vestidos de gala, batas, pañoletas de encaje, mantos y complementos como tocados, gorras, capas, sombreros y turbantes.
Lamentablemente, no se han conservado prendas confeccionadas por Madame Mormin. Podemos imaginar las prendas que hacía para el atavío de las reinas a través de los documentos y retratos reales que han llegado hasta nuestros días.
A María Isabel de Braganza, la reina portuguesa a quien en parte le debemos la fundación del entonces Real Museo de Pinturas y Esculturas, hoy Museo del Prado, Vicenta le confeccionó con toda seguridad sus primeros vestidos de corte imperio y algunos mantos.
A la reina María Josefa Amalia de Sajonia le gustaba estar a la moda y seguía las tendencias a través de las revistas del momento. Por ese motivo, a lo largo de los diez años que estuvo desposada con Fernando VII, Vicenta Mormin y su taller le confeccionaron numerosos vestidos tanto de diario como de corte y complementos como turbantes, cinturones y sombreros. En 1829, tras el fallecimiento de María Josefa, Fernando VII desposa a la que sería su cuarta y última esposa, María Cristina de Borbón, con quien Vicenta seguiría teniendo buenas relaciones. Sin embargo la modista era ya mayor, tenía problemas de salud y se ausentaba de Madrid con frecuencia para reponerse.

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Aun así, en la corte seguían confiando en su valía profesional y se siguieron haciendo encargos, aunque en menor medida. Uno de los más importantes fue la confección de un manto en 1830 para la Virgen de la Almudena con ricos materiales, como encajes de oro fino.
Vicenta continuó recibiendo encargos de palacio hasta el año 1835 siendo después sustituida por otras modistas francesas y españolas que harían vestidos para María Cristina y para sus hijas, Isabel y Luisa Fernanda. Los últimos años de Vicenta transcurrieron en su taller de la calle del Carmen, donde siguió trabajando junto a sus empleadas y donde fue sorprendida por Luis Candelas en 1837. Tras el robo, quedó muy afectada y unos años después, en concreto en 1841, fallecía.