Controla el agua, pero no el fuego
Las clases de alquimia no son aburridas, pero Bahari se siente inútil con la manipulación de algunos elementos. Es frustrante ver cómo puede controlar el agua, pero no el fuego. En ocasiones, ocurre algo que permite a la muchacha encender una llama sobre la palma de su mano. No tiene ni idea de cómo lo hace, pero ocurre. Lo mismo pasa con el viento, mientras que a la tierra jamás ha conseguido controlarla.
Es cierto que la manipulación de los cuatro elementos es una habilidad muy compleja que no todos los centinelas llegan a dominar. La gran mayoría se especializa en uno de ellos, concentrando todas sus energías en poder dominarlo. Hasta cada uno de los Cuatro Sapientes, la máxima eminencia de todo Ídedin, tienen poder sobre uno de los cuatro elementos.
—No te presiones, Bahari.
La dulce voz de Docta Sena le provoca un sobresalto que la saca de inmediato del frustrante estado de concentración en el que estaba inmersa. Bahari no puede evitar sonrojarse ante la presencia de la Sapiente que más admira. ¡Tiene la inmensa suerte de que la mismísima Docta Sena, Sapiente de Ídedin y Patrona del Fuego, sea su profesora! Por eso se pone aún más nerviosa al no conseguir sacar una mísera llama de su mano para manipular las virutas de metal que yacen sobre la alargada mesa de madera que comparte con más compañeros.
—Hoy tiene la cabeza en otro lado —interviene Nabil, burlón.
Bahari propina a su mejor amigo un codazo por debajo del tablero y después vuelve a colocar sus palmas alrededor de los metales, formando un círculo abierto.
Enciéndete, enciéndete, enciéndete…
Pero, a pesar de sus desesperados y suplicantes intentos, ni siquiera consigue sentir el característico calor en el centro de su palma que anuncia la llegada del elemento.
Aprieta los dientes. Respira de forma agitada. Cierra los ojos con tanta fuerza que nota cómo la sangre se queda circulando por su cabeza, haciendo que el rostro se empiece a teñir de rojo.
—Bahari, para.
Aunque su actitud sea más autoritaria, la voz de Docta Sena conserva la suavidad y la calidez habituales. Su orden va acompañada de una dócil caricia en el hombro de la chica para que se relaje.
Sin embargo, la intervención de la Sapiente provoca un nuevo sobresalto en la muchacha. Sus palmas, de repente, se calientan y encienden en cuestión de medio segundo una llama ignífuga que funde las virutas de metal que tiene sobre la mesa.
Nabil se queda boquiabierto.
Bahari sigue respirando de forma agitada y nerviosa, como si en el último minuto se hubiera pegado la carrera de su vida. Una sonrisa triunfante se dibuja en sus labios.
—Bahari… —vuelve a insistir Docta Sena.
La chica se gira para mirar directamente a la imponente Sapiente. Sus largos y ondulados cabellos de color cobre descansan sobre la túnica blanca que caracteriza su estatus. Parece mentira que una piel tan fina y pecosa sea capaz de manipular el fuego de una forma tan espectacular y resista tan bien al eterno sol de Ídedin. El azul de sus ojos es tan hipnótico como solemne, siendo capaz de mirar de la forma más dulce, pero también de la más despiadada.
Pero, para suerte de Bahari, Docta Sena le tiene un cariño especial y es muy paciente con ella. Quiere que llegue a convertirse en la centinela a la que aspira y sabe que la joven es una de las mentes más prometedoras de toda la promoción.
—Mi querida Bahari —comienza la mujer con tiento—, el objetivo no es encender el fuego. El objetivo es controlar cuándo lo enciendes. ¿En qué piensas cuando trabajas con el agua?
—Pues… —La chica se toma unos segundos para meditar su respuesta—. En nada. Simplemente, me concentro, me relajo… Dejo la mente en blanco y…
—¿Y crees que eso te funciona con el fuego?
—¡Lo intento, pero…! —contesta, alterada. Bahari trata de recuperar la calma soltando un resoplido frustrado que sentencia cruzándose de brazos—. Me cuesta muchísimo más.
Docta Sena sonríe con ternura. Después, centra su mirada en el mejor amigo de la chica.
—Querido Nabil, ¿puedes encender una llama, por favor?
El orgullo de Nabil hace acto de presencia sacando a relucir su pose más seductora y orgullosa. Se relame los labios y, con un simple chasquido de dedos, provoca una tenue llama.
—Muy bien, querido. Ahora, por favor, necesito que empapes tus manos con gotas de rocío.
—Buff… —resopla él ante el reto, mientras agita las palmas y se concentra en traer el agua.
Con los dedos de su mano derecha, empieza a acariciar la palma izquierda en suaves círculos. Unas lágrimas comienzan a caer por sus mejillas. Al poco rato, un pequeño charco de agua se forma en el centro de su mano.
—¿Has conseguido traer agua del mismo modo que fuego? —pregunta Docta Sena.
—No —responde Nabil, mientras se sacude la mano con el líquido y se seca las lágrimas del rostro—. Qué asco… Odio controlar el agua.
—¿Por qué? ¿Qué sientes cuando invocas uno y otro?
Nabil se toma unos segundos para responder.
—El fuego viene… solo. Es decir, me siento confiado, feliz. Solo tengo que chasquear los dedos y… —lo vuelve a hacer y aparece de nuevo una llama en ellos—. Pero el agua… Solo consigo manipularla estando triste.
—No llores, tonto. Vas a ser un centinela estupendo —se burla Bahari, fingiendo un puchero.
Él le devuelve el codazo a la chica.
—Cada elemento fluye de manera distinta en todos nosotros —prosigue Docta Sena—. Mientras que, a ti, querida Bahari, te resulta sencillo manipular el agua en un estado de concentración, Nabil solo puede llegar a ella a través de la aflicción. Con esto quiero decirte que no intentes convocar al fuego por el mismo camino que al agua. Piensa en lo que te acaba de ocurrir, en lo que has sentido justo antes de encender esa impresionante llamarada. Solo así llegarás a controlar cada elemento, querida Bahari.
La chica se queda hipnotizada por los ojos de la Sapiente hasta que esta asiente y continúa su recorrido por el resto de la clase. No son muchos porque solo unos pocos consiguen llegar al Liceo Centinela, de ahí que el nivel del alumnado sea tan alto y los docentes sean las mentes más brillantes y exigentes de todo Ídedin. Que Bahari esté estudiando allí es un privilegio y un honor.
—Podrás con ello, ya verás —la anima Nabil.
—Para ti es fácil decirlo —farfulla ella entre dientes—. Ya podría manipular bien la tierra o el viento, pero… ¿el agua? ¿De qué me sirve saber controlar el agua en Ídedin? ¡No hay ríos ni mares ni…!
—¡Pues precisamente por eso! ¿Quién me va a conseguir agua cada vez que nos manden de expedición a las montañas o a la Gran Llanura? —responde, burlón.
—¡Estúpido! —lo reprende ella—. Así nunca voy a llegar al bautismo.
—Ey… —Nabil se acerca a la chica de manera íntima y confidente—. Eres la mejor aspirante a centinela que conozco. ¡Claro que vas a bautizarte!
Ella suspira mientras juega nerviosa con varias de sus pequeñas trenzas. La enorme y rugosa mano de Nabil agarra su mano, intentando tranquilizarla. A Bahari siempre le ha impresionado la delicadeza de las manos de Nabil, a pesar de que son tan rudas y masculinas. Su mejor amigo es un estupendo candidato a centinela, no solo por poder controlar los cuatro elementos de una forma básica, sino por el físico que tiene: aunque mide casi dos metros de altura y supera los cien kilos, Nabil no solo tiene una fuerza bárbara, también una agilidad tremenda que se intensifica con el espectacular manejo que tiene del viento.
Ella, por su parte, ha intentado entrenar su cuerpo para ganar masa muscular, pero está claro que su complexión no le permite aumentar de peso. Sin embargo, goza de una mente privilegiada para la estrategia y el liderazgo.
El portón de madera del aula se abre con su característico crujido. No suele ser habitual que alguien interrumpa las clases. Todo el alumnado se pone en pie cuando hace acto de presencia Docto Essam, el más joven de los Cuatro Sapientes y Cacique de la Tierra. Su túnica blanca se balancea de forma agitada con cada paso apresurado que da hacia Docta Sena.
Susurra algo al oído de la mujer. La clase entera permanece callada, atenta y expectante a lo que pueda ocurrir.
—Querido alumnado —anuncia la Sapiente con su melodiosa voz, ocultando de maravilla la preocupación que se cierne en su interior—, las clases de hoy se dan por terminadas.
Un murmullo se extiende por toda el aula.
—¡Silencio! —grita Docto Essam.
Aunque sea el más joven de los Cuatro Sapientes, el Cacique de la Tierra tiene un aspecto severo y un carácter imponente. Luce un físico robusto que resulta más sobrecogedor al tener la cabeza rasurada y el rostro afeitado. Sus ojos, casi tan negros como el carbón, hacen que sea el más temible de los Cuatro Sapientes. No es de extrañar que Docto Essam sea el encargado de gestionar los asuntos de defensa de Ídedin.
Y es justamente por esto que a los alumnos les resulta mucho más terrorífico descubrir la preocupación en su semblante.
—Ya han escuchado a Docta Sena —continúa con su grave y rasgada voz—: Regresen a sus casas. Las clases continuarán mañana.
Con un par de palmadas, Docta Sena da por zanjado el asunto. Todo el mundo obedece las indicaciones de los Sapientes y comienzan a salir del aula.
—Uf, qué pena —ironiza Bahari—. Nos perderemos Gemología.
Cuando salen, bajo el ardiente e imperecedero sol de Ídedin, Bahari lanza un vistazo a la impresionante institución en la que estudia. Unas gigantescas columnas de piedra sostienen el peso de un edificio circular con una enorme cúpula que protege uno de los lugares más importantes de Ídedin: el Ubongo. Allí se encuentran los pilares fundamentales de la sociedad idediana, sus leyes, todos los fundamentos de las ciencias; protege la mayor biblioteca con los secretos mejor guardados y el trono desde donde los Cuatro Sapientes administran Ídedin. Además de albergar el Liceo Centinela: la honorífica institución educativa en la que estudian los aspirantes a proteger el reino de Ídedin, los llamados «centinelas».
—¿Qué crees que habrá pasado?
La chica se gira hacia Nabil, quien aguarda una respuesta con expresión preocupada e inquieta. Bahari se limita a silbar con fuerza.
—¡Virgo!
El brillante smilodón, también conocido como «diente de sable», aparece en un abrir y cerrar de ojos. Bahari acaricia a su fiel compañero felino, que siempre aguarda refugiado en la sombra de las escalinatas del Ubongo debido a la estúpida prohibición que solo permite a los humanos entrar en el edificio.
Tras un cariñoso lametón por parte de la bestia, Bahari acaricia sus colmillos, pega su frente a la del animal, se sube a sus lomos y abraza su melena.
—No me has respondido —insiste Nabil.
—Es imposible que te conteste a algo para lo que no tengo respuesta —sentencia ella.
Después, con un chasquido, el smilodón se pone en marcha y desciende de forma ágil las escalinatas que desembocan en la Plaza del Ubongo.
Le encantaría decirle a su mejor amigo que sí que sabe algo. Algo que la tiene preocupada desde hace varias noches.
Un secreto que guarda con miedo y del que Virgo es también testigo.
Pero hablar de ese secreto implicaría acabar para siempre con su futuro como centinela.
Y eso es algo que Bahari no está dispuesta a dejar que ocurra.