Aquel que odia un trabajo de ensueño
Kai no ha pegado ojo en toda la noche. La pesadilla lo ha desvelado a las seis de la mañana y no ha podido volver a dormir. Entre la ola de calor que está sacudiendo a toda la ciudad y lo alterado que se ha despertado, no le ha quedado más remedio que dar vueltas en la cama hasta que suena la alarma.
Y solo estamos a miércoles… La puta semana se me está haciendo eterna.
Aprovecha para encerrarse en el baño antes de que alguno de sus dos compañeros de piso se adelante y luego vaya con la hora justa al trabajo. Cuando se quita la férula de la boca (sí, es de esos que aprieta mucho la mandíbula cuando se queda dormido y el dentista le ha dicho que o se pone la funda nocturna para proteger sus dientes o en unos años se quedará sin ellos), un regusto a arena invade su boca.
En serio, hombre. Se te está yendo mucho la cabeza.
El maldito sueño de la chica de ojos verdes se está repitiendo tantas veces que su cerebro decide retener sabores y olores aun cuando está despierto.
Kai suspira delante del espejo y se rasca la barba incipiente. Todavía puede aguantar un par de días más sin pasarse la maquinilla eléctrica antes de que su cara empiece a parecer una selva de pelos descontrolada. Se atusa el pelo, intentando peinarlo con el tupé que se hace siempre, pero reconoce que antes necesita un buen lavado. Se cruje el cuello y vuelve a estudiarse el rostro. En concreto, se centra en sus ojos. Se acerca al espejo. Están más rojos de lo habitual por el cansancio y las legañas permanecen ancladas en sus pestañas, pero lo que verdaderamente observa es el color que tienen. Verdes, con un aro marrón que bordea las pupilas y una diminuta mota negra en el iris del lado izquierdo.
¿Por qué cojones estoy soñando con una piba que tiene mis puñeteros ojos?
Kai chasquea la lengua y sacude la cabeza, intentando restar importancia a todas las películas que se monta acerca del significado que tienen los sueños. Se desnuda y entra en la ducha, dejando que una corriente de agua tibia caiga por todo su cuerpo. Se pasaría toda la vida metido en el agua. Quizá debería nadar más, piensa. Pero ¿de dónde va a sacar el tiempo? Da las gracias por poder escaparse a la piscina del gimnasio un par de noches a la semana para desconectar y hacer unos largos. Si sale a la hora estipulada, claro. Muchas veces se tiene que quedar en la oficina haciendo horas extras porque el estúpido de su jefe no sabe gestionar el tiempo.
Unos golpes en la puerta lo sacan de sus cavilaciones.
—¡Kai! —grita una voz femenina al otro lado—. ¡Date prisa, que me meo!
—¡Ya voy!
¿En qué momento le pareció buena idea ponerse a compartir piso con otras dos personas cuando la casa tiene un solo cuarto de baño? Kai apaga el grifo y se cubre con la toalla para no hacer esperar a Amber.
—Buenos días —saluda ella con una sonrisa forzada.
—¿Ya empezamos con problemas de vejiga? Si todavía no has llegado a los treinta —dice Kai, burlón.
—Soy una señora mayor, qué le voy a hacer —espeta ella, apartándolo para entrar en el baño con urgencia.
—Pensaba que la señora de esta casa era Yago —contesta Kai antes de que le cierre la puerta en las narices.
El piso no es grande, pero tampoco es un zulo en el que malvivan: tres habitaciones, un salón que usan también de comedor gracias al amplio espacio y una cocina con una pequeña despensa que hace también de cuarto de la lavadora. Además del único baño que han de compartir y un pequeño balcón que da a la calle principal. Al estar en una séptima planta (¡con ascensor, gracias a Dios!) las vistas que tienen de la ciudad son impresionantes. En el fondo, si el alquiler es un poco más caro que el resto de los pisos de la zona, se debe, precisamente, a esto y a la luminosidad.
Después de ponerse una camisa de cuadros remangada y un vaquero, Kai va directo a la cocina para desayunar algo rápido antes de agarrar su skate y marcharse a la oficina. En la mesa de comedor se encuentra a Yago, aún en pijama, trasteando con su iPad, mientras escucha música relajante y desayuna su habitual kéfir con avena, nueces y miel y un café bien cargado.
Su compañero se caracteriza por utilizar unos looks bastante histriónicos que va combinando con el corte de pelo que se haya hecho. Ahora vuelve a tenerlo de un rubio platino por culpa de la decoloración que se hizo hace unos días. Eso significa que se lo teñirá de algún otro color o bien se pondrá mechas o cualquier cosa que, por supuesto, sorprenderá a Kai. El atuendo que luce es un pijama verde chillón con un estampado enorme de letras que reza: Don’t look at me like that. I haven’t fucked. Kai ya está curado de espanto, así que entra saludando sin mucho entusiasmo.
—Buenos días.
—¿Buenos? —contesta su amigo alzando la ceja—. Si esto son tus buenos días, no quiero saber cómo son los malos.
—No quieres saberlo, no —dice mientras abre la nevera e improvisa su desayuno—. ¿Quién se ha comido el yogur que había aquí?
—A mí no me mires. —Yago alza las manos, mostrando presunta inocencia—. Ya sabes que lo que me tomo es mi kéfir de leche de coco.
—¡Amber! —grita Kai hacia el pasillo—. ¿Te has comido mi yogur?
—Ay, chico —resopla Yago—. Pues claro que se lo ha comido ella. A no ser que tengamos un gnomo que abra la nevera por las noches y se coma vuestros yogures. O también puede ser que tengamos un cuarto inquilino que me estáis ocultando y…
—Yago, ya. Para. Cuéntale todo eso a tu editor.
—Oye, guapo —espeta su amigo—. Te relajas, ¿eh?
Kai resopla, exasperado. Agarra la botella de zumo de naranja concentrado (no sin antes olerlo para asegurarse de que esté en condiciones óptimas de ingesta) y se sirve un vaso junto a una taza de café. Después se procura un par de galletas y se sienta al lado de su amigo.
—Perdóname. Es que… he dormido fatal.
—¿Otra vez?
—No sé si es el trabajo, esta ola de calor o… yo qué sé —confiesa, derrotado—. Encima hoy me toca escuchar al hijo de puta de mi jefe hablar de objetivos y demás mierdas.
—Al hijo de puta buenorro de tu jefe —matiza Yago, burlón.
—¿Me llamabais?
Amber aparece con una toalla en la cabeza, envolviendo su melena rubia acastañada recién lavada, y un look tan casual que ambos amigos deducen que hoy le toca trabajar desde casa.
—Te has comido mi yogur —la acusa Kai.
—¡Oh…! Sí, es que caducaba hoy y como lo vi ayer ahí, tan solito, decidí cenármelo.
—Sabes que los yogures no caducan, ¿verdad? Tienen fecha «preferente» de consumo; no de caducidad. ¡Y más aún cuando son de soja!
—Bueno, no te preocupes que luego bajo al súper y te compro unos.
—¡No es por…! —protesta Kai—. ¡Tenemos baldas asignadas en la nevera por algo!
—Y también horarios de limpieza —añade Yago con un carraspeo.
—¿Esto es una especie de complot mañanero por parte de ambos? —contesta Amber, cruzándose de brazos.
—No, cari, pero…
Yago da por terminada la frase alargando la vocal final. El cabrón se queda callado, sin levantar la vista del iPad, como si no hubiera dicho nada.
—Pero ¿qué?
—Amber —dice Kai tajante y con decisión—. Sé que…
—Sabemos… —le corrige Yago por lo bajo.
—Sabemos que todo lo de Alex es una mierda. Y hemos sido bastante… permisivos. En cuanto a las normas de la casa se refiere, claro. Pero ¿no crees que ya es hora de empezar a volver a la normalidad?
—Hazte Tinder, nena —suelta Yago—. Lo de ese imbécil se soluciona echando un buen polvo.
—Mira… —dice Amber, buscando alguna excusa—. No estoy dispuesta a mantener esta conversación con vosotros a estas horas de la mañana y con estas pintas.
Los dos amigos se miran, confundidos.
—Solo estamos preocupados por ti, Amber.
La chica suelta una risotada amarga e irónica, mientras se agarra ese colgante con forma de bala que siempre lleva con ella y que, por alguna extraña razón, toquetea cada vez que está nerviosa.
—No, querido. A ti lo único que te preocupa son tus yogures, los horarios de limpieza y que nadie te moleste entre las once de la noche y las ocho de la mañana.
—Se llama «normas de convivencia» —suelta Kai con tono ácido—. Si quieres te lo deletreo.
—Si quieres me comes un rato el…
—¡Amber! —interrumpe Yago, escandalizado.
Kai se termina el café de un trago y deja la taza y el vaso en la pila del fregadero.
—¿No lo vas a limpiar o qué? —protesta Amber, cruzándose de brazos.
—Cuando saques el puto lavavajillas que deberías haber colocado anoche —contesta él—. Me voy al trabajo. Luego os veo.
Kai agarra su mochila, el skate y desaparece de la casa en un abrir y cerrar de ojos dando un portazo.
—¿Y a este qué le pasa? —le pregunta Amber a Yago.
—Que no ha dormido bien.
—¿Otra vez?
En sus auriculares suena Changes Are Coming de Daughtry; y a Kai no se le ocurre mejor banda sonora para empezar el día. Una de las cosas que más aprecia de vivir en la ciudad es la posibilidad de ir al trabajo en skate, compartiendo el carril bici con otros transeúntes, mientras escucha a sus grupos favoritos de música a todo volumen, sin que nadie lo moleste. Es un momento íntimo, de aislamiento completo, en el que solo están él, la música y la carretera. No piensa en nada. Deja que sus emociones fluyan como el viento que lo abraza, mientras surfea el asfalto de la gran ciudad. No le importaría que los casi treinta minutos de trayecto duraran el doble.
Las oficinas de ZeeYou se encuentran en uno de los rascacielos más altos de la metrópoli. Kai trabaja para una de las empresas más importantes del sector audiovisual: una famosa plataforma VOD (Video On-Demand) en la que los suscriptores tienen acceso a miles de series y películas pagando una cuota mensual. A ojos del mundo, ZeeYou es un gigante del entretenimiento que convierte en tendencia todo aquello que publicita. Sin embargo, para muchos de sus trabajadores es una máquina de fast food audiovisual que se prostituye a merced de lo que está de moda y produce todo aquello que tiene papeletas para convertirse en trending topic.
—¡Buenos días, Kai! —saluda el recepcionista de la oficina—. Oye, hoy van a hacer simulacros en el edificio. Así que no te asustes cuando suene la alarma.
—Vaya… Yo que quería sacar mi lado histérico… —vacila—. Gracias, Charly.
Kai pasa por los distintos departamentos de la oficina (tech, atención al cliente, financiero…) hasta llegar al suyo: el más importante de todos, el que, supuestamente, es también el más divertido: el de contenidos. El departamento de content es el eje central del proyecto. De él, no solo depende la producción del contenido original, también la compra de otros títulos a distribuidoras para incorporar al gigantesco catálogo.
De entre todos los cometidos interesantes y divertidos que hay en su departamento, a Kai le toca el más aburrido de todos: chequear que los capítulos estén en orden, con los datos correctos, el funcionamiento adecuado de los distintos idiomas y subtítulos, etc. Acaba tan saturado que cuando llega a casa, lo que menos le apetece es sentarse en el sofá a ver una serie o una película con Amber y Yago.
«Como se te ocurra destriparme el final de Movidas misteriosas…», lo amenazó una vez Yago.
«Oye, pero esto no se termina así, ¿no?», le preguntó Amber con la nueva película de Tom Hardy.
Kai odia su trabajo. Y odia más aún que sus amigos sepan dónde trabaja y lo traten como si fuera el responsable de lo que se ve en la maldita plataforma. Aunque una parte de él prefiere que piensen que gestiona todo ZeeYou a insistir en que solo es el chico de los subtítulos.
—¡Kaichi! —el agudo grito de Alba, su enérgica compañera de departamento, le perfora los tímpanos una mañana más—. ¿Te has enterado de la reunión?
—Sí… —responde él, seco e indiferente—. La de las doce, ¿no?
—¡Kaichi! —lo riñe—. ¿No has leído el correo que acaba de mandar Lucas?
—Alba, querida, ¿no ves que ni me he sentado? —suspira—. Yo sé que estás muy motivada con eso de llevarte el trabajo a casa, pero mi jornada laboral empieza a las 9 en punto y hasta esa hora no pienso abrir la bandeja de…
—Pues es que resulta —interrumpe la chica— que Lucas quiere hablar con todo el departamento para… —mira de reojo a los de marketing y después se acerca a la mesa de Kai, bajando el tono de voz—. Para anunciarnos que se va a hacer el spin-off de Movidas misteriosas.
Alba se muerde los labios, emocionada ante la idea de que la serie más famosa de la casa, cuyo punto final llega ese mismo verano, va a continuar con otros personajes e historias.
Kai resopla. No por la pereza que le provoca Movidas misteriosas, sino por tener una reunión con el gilipollas integral de su jefe fardando del producto que contrata.
—Joder, ¡pero si la reunión es ahora! —protesta cuando lee el correo.
—¡Te lo estoy diciendo, Kaichi!
—Alba, por Dios, cada vez que me llamas Kaichi, se muere un gatito —dice entre dientes.
El mote con el que lo ha bautizado su compañera es culpa de la cantidad de series y películas coreanas que ha tenido que revisar. Kai se negó a hacerse cargo de todo ese catálogo, pero Alba es una entusiasta del K-Pop y, por consiguiente, toda la mierda que venga de Corea. Revisa con gusto todo lo que venga de Oriente.
Mientras agarra su cuaderno y sigue a Alba hacia la sala de reuniones, Kai no deja de preguntarse qué cojones hace trabajando en un sitio como ZeeYou.
Estudió comunicación audiovisual porque le gusta el cine, sí. Pero, para él, la industria está saturada de superhéroes, remakes, reboots, segundas partes… ¿dónde están las ideas originales? ¿Es que nadie apuesta por lo sencillo? ¿Por lo clásico? ¡Claro que no! El mundo se ha convertido en un animal con un apetito voraz y su ansiedad por consumir películas y series es tan extrema, que las distribuidoras no tienen tapujo alguno en explotar cualquier idea que funcione hasta límites inmorales.
—¡Buenos días, equipazo!
La energía del hijo de puta de su jefe inunda la sala de reuniones en la que espera todo el equipo de content. Lucas deja su carpeta sobre la mesa, aparta la silla presidencial y se prepara para lanzar su intenso discurso, con una mirada tan penetrante que resulta ridículamente seria ante lo que va a anunciar.
—Sabéis que Movidas misteriosas llega a su fin. Los números que está haciendo la serie han sido siempre brutales, pero lo de esta última temporada… —hace una pausa dramática, con un suspiro de admiración que corona con una sonrisa orgullosa—. Bueno, qué os voy a contar, ¿no?
Entonces empieza a hablar del spin-off que se va a hacer, del cast que tienen pensado, de lo importante que es el trabajo que hacen allí y…
Kai vuelve a desconectar mentalmente de la verborrea que está soltando su jefe. Le importa un rábano todo lo que está diciendo porque él se limita a chequear las cosas que ya están listas, así que tampoco entiende qué hace perdiendo el tiempo en esa reunión.
Su mirada se cuela entre los edificios que sobresalen de las calles. Trabajar en la planta veintinueve de un rascacielos que llega hasta los doscientos cincuenta metros de altura tiene la ventaja de poder disfrutar de unas vistas que nadie, en el resto de la ciudad, puede ver. Siempre se ha preguntado qué habrá en los demás edificios, las empresas que habrá en cada planta… El sonido del caótico tráfico queda completamente ahogado a esa altura y los transeúntes de la calle se convierten en pequeñas hormigas sin importancia. Por encima, un inmenso cielo azulado, casi sin nubes, anunciando el inicio del deseado verano.
—Kai.
Su nombre en boca del jefe le saca de sus cavilaciones.
—¿Estás con nosotros? —pregunta.
El chico asiente.
—¿En serio? Pensaba que te interesaba más lo de ahí fuera —insiste Lucas.
Silencio. Kai se niega a volver a entrar en una estúpida discusión con él, así que se refugia en su cuaderno y hace como si apuntara algo.
—¡Hola, Kai! ¡Te estoy hablando! —reitera su jefe con burla.
—Sí, lo sé. Estoy aquí —contesta él.
—¿Puedes decirme qué te parece lo que he comentado, por favor?
Kai suspira. ¿Es que acaso ha vuelto al colegio y su jefe se ha convertido en el profesor que pregunta la lección?
—Me parece que poco puedo aportar a esto hasta que no me lleguen los materiales —contesta, indiferente.
—¿Eres feliz chequeando esos materiales, Kai? ¿Te gusta Movidas misteriosas?
Kai quiere gritar que no. Que odia ZeeYou. Que odia Movidas misteriosas. Que lo odia a él y, por consiguiente, a todo su puto trabajo.
Pero antes de que pueda contestar, un estruendo rompe los cristales de la sala.