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Introducción

¿QUÉ ES EL ESTOICISMO?

Estoicismo es una palabra que a todos nos resulta familiar; el Oxford English Dictionary menciona la austeridad, la represión de los sentimientos y la fortaleza como características de la actitud estoica hacia la vida. Esta imagen popular del estoicismo se ha ido forjando a lo largo de los cuatro o cinco últimos siglos, a medida que los lectores se encontraban con las descripciones de la filosofía estoica antigua a cargo de autores clásicos tales como Cicerón, Séneca y Plutarco. Al igual que tantas otras concepciones populares, esta contiene un elemento de verdad, pero, como veremos, no nos cuenta toda la verdad.

En la Antigüedad, estoicismo hacía referencia a una escuela filosófica fundada por Zenón de Citio en torno a 300 a. C. Esa escuela se reunía informalmente en la Stoa Pintada, una columnata cubierta en el extremo norte del ágora (la plaza del mercado) de Atenas, y de ahí procede el nombre de estoicos. Fue aquel un período de intensa actividad filosófica en Atenas; la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles eran fuertes todavía, mientras que Epicuro, contemporáneo de Zenón, estaba estableciendo su propia escuela justo fuera de las murallas de la ciudad. Florecieron asimismo otros filósofos, en particular los cínicos, inspirados por el ejemplo de Sócrates, quien había muerto unos cien años atrás. Al igual que los cínicos —y en contraste con los miembros de la Academia, el Liceo y el Jardín epicúreo—, los estoicos no poseían ninguna propiedad escolar formal, se reunían en un lugar público en pleno corazón de la ciudad. Zenón atraía a un público numeroso y, tras su muerte, su discípulo Cleantes prosiguió la tradición. Cleantes fue sucedido a su vez por Crisipo, tradicionalmente considerado el más importante de los primeros estoicos. 

La tradición de enseñar en la Stoa Pintada continuó probablemente hasta algún momento del siglo I a. C. Por aquel entonces, Roma se había convertido en la potencia cultural y política más importante del mundo antiguo. Los romanos simpatizaban con muchas ideas estoicas y el estoicismo floreció en el seno del mundo romanizado. En el siglo I a. C., Cicerón presentó al mundo de habla latina varias síntesis importantes de la filosofía estoica. Los estoicos proliferaron en Roma durante el siglo I d. C., desde Séneca, Lucano y Persio hasta Musonio Rufo y Epicteto. El siglo II asistió a la culminación de la apropiación romana del estoicismo por parte del emperador Marco Aurelio, quien expuso su propia versión del estoicismo en sus Meditaciones.

Como podemos ver, el estoicismo atraía a individuos de una amplia gama de orígenes geográficos y estratos sociales: desde Diógenes de Babilonia en el este hasta Séneca, del sur de España, en el oeste; desde el antiguo esclavo Epicteto hasta el emperador Marco Aurelio; desde los inmigrantes de Oriente Próximo en Atenas hasta los miembros de la corte imperial en Roma. ¿Qué era lo que atraía a tan variopinto conjunto de admiradores?

Tal vez el primer factor destacable es que, como capta la imagen popular del estoicismo, la filosofía estoica no es meramente una serie de aserciones filosóficas acerca de la naturaleza del mundo, de lo que podemos conocer o de lo que es bueno o malo; es ante todo una actitud o una forma de vida. El estoicismo implica, en efecto, complejas teorías filosóficas en ontología (teoría de lo que existe), epistemología (teoría del conocimiento) y ética, pero estas teorías se sitúan dentro de una concepción muy particular de lo que es la filosofía. Siguiendo a Sócrates, los estoicos presentan la filosofía como primordialmente interesada en cómo deberíamos vivir. No obstante, los estoicos no eran los únicos que defendían este planteamiento, y lo mismo cabe decir de los antiguos epicúreos y cínicos, entre otros. ¿En qué difiere entonces el modo de vida estoico de los propuestos por las otras escuelas filosóficas de la Antigüedad? Desembocamos por esta vía en sus teorías ontológicas, epistemológicas y éticas —teorías que se asemejan en su forma a las propuestas por los filósofos modernos—, pues la actitud o forma de vida estoica se basa en esas aserciones teóricas. Por supuesto, examinaremos con cierto detalle los principios fundamentales del sistema filosófico estoico en los capítulos que siguen, pero, en síntesis, los estoicos proponían una ontología materialista en la que Dios impregna el cosmos entero como una fuerza material. Sostenían que la virtud por sí sola es suficiente para la felicidad y que los bienes y las circunstancias externos son irrelevantes (o al menos no son ni remotamente tan importantes como la mayoría de las personas tienden a suponer). Argüían que nuestras emociones son meramente el producto de juicios erróneos y pueden ser erradicadas mediante una forma de psicoterapia cognitiva. Esas diversas doctrinas convergían en la imagen del sabio estoico ideal, que sería perfectamente racional, desprovisto de emociones, indiferente a sus circunstancias e infamemente feliz, incluso al ser torturado en el potro.

Aunque el estoicismo perdió influencia a comienzos del siglo III d. C., su impacto filosófico no terminó por entonces. Pese a la pérdida de casi todos los textos de los estoicos atenienses fundadores, la escuela continuó influyendo en los filósofos posteriores, primero a través de los textos latinos fácilmente accesibles de Cicerón y Séneca durante la Edad Media y el Renacimiento, y más tarde mediante las colecciones de los fragmentos de los primeros estoicos recopilados a partir de una vasta variedad de autores antiguos que citaban sus obras ahora perdidas o referían sus concepciones. El estoicismo se reveló especialmente influyente durante los siglos XVI y XVII, y se erigió en una de las diversas influencias que contribuyeron a los importantes desarrollos en filosofía durante ese período. Pensadores que van desde Erasmo, Calvino y Montaigne hasta Descartes, Pascal, Malebranche y Leibniz estaban versados en las ideas estoicas. Los debates de la época acerca de la naturaleza del yo, el poder de la razón humana, el destino y el libre albedrío, y las emociones hacían referencia a menudo al estoicismo. Esta influencia posterior del estoicismo ha continuado hasta nuestros días, y el ejemplo reciente más llamativo puede hallarse en las últimas obras de Michel Foucault y en sus análisis del «cuidado de sí» y las «tecnologías del yo». Así pues, el estoicismo no solo fue una de las escuelas filosóficas más populares de la Antigüedad, sino que también ha estado constantemente presente a lo largo de la historia de la filosofía occidental.

La tarea de desentrañar el estoicismo en cuanto filosofía es compleja por varias razones. La mayoría de los textos tempranos se han perdido. Por consiguiente, hemos de basarnos en los informes elaborados por autores con frecuencia hostiles hacia el estoicismo, que a veces escriben en un clima intelectual bastante diferente. Los textos estoicos de los que disponemos son posteriores, y en ocasiones resulta difícil determinar hasta qué punto reflejan fielmente la ortodoxia estoica temprana y en qué medida encarnan desarrollos ulteriores. Todo esto puede tornar desconcertante la tarea para aquellos no versados en el tema. El resto de este capítulo inicial está destinado a servir de ayuda a quienes se inician en la materia, presentando a las principales figuras de la historia del estoicismo, así como a otros varios autores antiguos con los que es probable que se encuentre quien se acerque por primera vez a esta escuela filosófica. Concluye con algunas reflexiones acerca del motivo de que se hayan perdido tantos de los textos estoicos tempranos; reflexiones que, aunque especulativas, sirven de útil introducción al tema del capítulo 2. Algunos lectores pueden preferir comenzar ya el capítulo 2 y recurrir a la información contextual de este capítulo a medida que resulte necesaria. 

LOS PRIMEROS ESTOICOS

ZENÓN

Zenón, el fundador del estoicismo, nació hacia 330 a. C. en la ciudad de Citio, en Chipre. Según la antigua tradición biográfica, Zenón viajó a Atenas a los veintipocos años y, a su llegada, visitó un puesto de libros en el que encontró un ejemplar de los Recuerdos de Sócrates (Memorabilia) de Jenofonte. Mientras hojeaba aquel libro, Zenón preguntó al librero si era posible encontrar a hombres como Sócrates, o dónde podía encontrarlos; en ese preciso momento acertó a pasar caminando el cínico Crates, y el librero le dijo a Zenón: «siga a ese hombre» (DL VII.2-3). Así comenzó la educación filosófica de Zenón, con los cínicos.

Los cínicos eran célebres por propugnar una vida en conformidad con la naturaleza, en oposición a una vida modelada por las costumbres y convenciones locales. Sostenían que aquello que es conforme a la naturaleza es necesario, en tanto que las cosas acordes con la convención son meramente arbitrarias. El cinismo defiende que deberíamos concentrar toda nuestra atención en conseguir aquellas cosas necesarias que son conformes con la naturaleza (comida, agua, refugio básico y ropa), sin prestar atención alguna a las normas, los reglamentos y los supuestos innecesarios y arbitrarios de la cultura particular a la que pertenecemos. Como veremos, la idea de «vivir conforme a la naturaleza» era una idea cínica que los estoicos adoptaron y desarrollaron.

Ahora bien, Zenón no deseaba en absoluto convertirse en un cínico ortodoxo y estaba ansioso por explorar las demás discusiones filosóficas que tenían lugar en Atenas en aquella época. Se cuenta que habría estudiado con el filósofo Polemón, a la sazón director de la Academia de Platón, con quien sin duda habría tenido la oportunidad de estudiar con detalle la filosofía platónica. También se dice que habría estudiado con el filósofo Estilpón, un miembro de la escuela de Megara —célebre por sus contribuciones a la lógica—, que en su ética simpatizaba con los cínicos. La combinación de Estilpón de la ética cínica con la lógica megárica allanó el camino para una mezcla similar por parte de Zenón que posteriormente se convertiría en el estoicismo.

Tras esta larga y ecléctica educación filosófica, Zenón comenzó a aprender por su cuenta, allá por el año 300 a. C. En lugar de intentar fundar una escuela formal, Zenón se reunía con aquellos que deseaban escucharle en uno de los pórticos cubiertos o stoas que bordeaban el ágora ateniense. Su sitio preferido era la Stoa Pintada del lado norte del ágora. Aunque sus seguidores eran conocidos a veces como zenonianos, pronto llegarían a identificarse como los que se reunían en la Stoa Pintada: los estoicos.

Es habitual que los estudiosos analicen lo que conocemos de las enseñanzas de Zenón comparándolo con lo que sabemos acerca de las doctrinas de sus diversos educadores. Aunque esa estrategia pueda resultar útil, a veces tiene la desafortunada consecuencia de presentar a Zenón como una suerte de urraca intelectual, que recoge ideas de aquí y de allá sin muchas aportaciones creativas de su propia cosecha. Aunque no cabe duda de que Zenón fue influenciado por los diversos maestros con quienes estudió, no deberíamos subestimar su propia contribución filosófica a la fundación del estoicismo, ni limitarla meramente a una síntesis creativa de doctrinas ajenas. Con solo restos fragmentarios de sus obras resulta difícil evaluar adecuadamente su contribución propia, pero a la luz de las evidencias conservadas parece claro que los fundamentos de las doctrinas centrales del estoicismo en lógica, física y ética fueron establecidos, en efecto, por el fundador de la escuela. 

La más importante de las obras conocidas de Zenón es su República. Esta obra de política utópica fue sumamente controvertida en la Antigüedad, tanto entre los críticos hostiles como entre los estoicos apologéticos posteriores. Los fragmentos conservados muestran que propugnaba la abolición de los tribunales de justicia, la moneda, el matrimonio y la educación tradicional. Se nos dice que se trata de una obra temprana de Zenón, escrita cuando este se hallaba todavía bajo la influencia de su mentor cínico Crates (DL 7.4). No obstante, esta puede haber sido una estrategia apologética estoica posterior, destinada a distanciar al Zenón maduro de los escandalosos contenidos de la República (examinaremos con más detalle la República de Zenón en el capítulo 5). Los títulos de algunas otras obras conocidas de Zenón reflejan temas fundamentales de la filosofía estoica, como Sobre la vida conforme a la naturaleza o Sobre las emociones (DL VII.4).

Entre los discípulos de Zenón figuran Perseo, Herilo, Dionisio, Esfero, Aristón y Cleantes. Los dos últimos serían los más relevantes. 

ARISTÓN

El discípulo de Zenón Aristón de Quíos centró su interés en la ética, prestando poca atención a la lógica o la física (véase DL VII.160). Su mayor fama obedece tal vez a su rechazo de la incorporación a la ética estoica de la idea de que ciertos objetos externos, conocidos como indiferentes, pueden ser preferibles a otros; por ejemplo, la riqueza podría ser preferible a la pobreza aun cuando ambas sean «indiferentes» en sentido estricto (véase al respecto el capítulo 5). Así pues, Aristón deseaba aferrarse a una perspectiva más austera y cínica que se remontaría hasta Sócrates (véase Long 1988). A la larga perdió la discusión, y los conceptos de ‘preferido’ y ‘no preferido’ llegaron a ser elementos corrientes de la ética estoica. Sin lugar a dudas, esto contribuyó al más amplio atractivo del estoicismo, en especial más adelante, cuando este fue presentado al público romano, por lo que la derrota de Aristón probablemente resultase beneficiosa a la postre para el estoicismo. No obstante, su posición heterodoxa sin concesiones fue bien recibida por el público en general de su tiempo, y sus lecciones habrían sido especialmente populares (DL VII.161).

CLEANTES 

Cleantes, al igual que Zenón antes de él y que muchos estoicos posteriores, llegó a Atenas procedente de Oriente, en su caso, de Aso, en Turquía. Estudió con Zenón y sucedió a este como director de la escuela, en torno a 263 a. C. Pasó a la fama principalmente como el autor del primer texto estoico extenso que conservamos (aunque no es excesivamente largo). Se trata del Himno a Zeus y se preserva en una antología de materiales compilados siglos después por Juan Estobeo. El Himno (traducido en LS 54 I e IG II-21) es decididamente religioso en el tono (como el título sugiere), por lo que no cuadra demasiado con el resto de lo que conocemos sobre la física estoica temprana. De hecho, Diógenes Laercio refiere que Cleantes tenía escasas aptitudes para la física (DL VII.170), aunque se le atribuyen dos libros sobre la física de Zenón y cuatro volúmenes sobre Heráclito. Las historias tradicionales sobre la física estoica citan con frecuencia a Heráclito como una influencia formativa, y puede que fuese a través de la obra de Cleantes sobre él como Heráclito imprimió su huella en el desarrollo de la doctrina estoica. 

CRISIPO

El tercer director de la Stoa de Atenas después de Zenón y de Cleantes fue Crisipo, originario de Solos, una ciudad de Cilicia, en Asia Menor. Sucedió a Cleantes como director de la escuela en torno a 232 a. C. y murió a los setenta y tres años, allá por 205 a. C. La importancia de Crisipo para el desarrollo de la filosofía estoica se resume en una frase de Diógenes Laercio citada con frecuencia: «Si no hubiera existido Crisipo, no habría existido ninguna Stoa» (DL VII.183). Fue especialmente importante para la continuidad de la Stoa debido a sus réplicas a los ataques de los filósofos académicos escépticos, tales como Arcesilao (véase Gould 1970: 9). Probablemente sea el más importante de los primeros estoicos y podría considerarse el más importante de todos los filósofos estoicos. Su contribución más significativa al desarrollo del estoicismo radica en la conjugación de las ideas de sus predecesores, incorporando sus aportaciones originales y estableciendo un sistema filosófico sumamente estructurado, que se convertiría en la base de una ortodoxia estoica. Así, por ejemplo, solo mirando hacia atrás después de Crisipo podemos juzgar a Aristón como heterodoxo; antes de Crisipo, las cuestiones no estaban resueltas.

Probablemente fuese más famoso en la Antigüedad por sus destrezas como lógico, pero también fue elogiado por sus habilidades en todos los ámbitos de la filosofía. Se le atribuye la autoría de unos setecientos cinco libros, y existe un catálogo sustancial de los títulos de sus obras. Lo único que se conserva, sin embargo, son los fragmentos citados por autores posteriores, especialmente Plutarco y Galeno, que escribieron sendas obras atacando a Crisipo. Perviven algunos otros restos que se han descubierto entre los rollos de papiros desenterrados en Herculano, como partes de sus obras Sobre la providencia y Cuestiones lógicas. Es concebible que puedan existir otras obras de Crisipo entre los rollos carbonizados que se han recuperado y que están a la espera de ser descifrados (véase Gigante 1995: 3). 

 

 

El siguiente director de la Stoa después de Crisipo fue Zenón de Tarso. Su sucesor fue Diógenes de Babilonia. Diógenes fue uno de los tres filósofos atenienses que acudieron en una embajada a Roma en 155 a. C., un importante evento en la introducción de la filosofía griega en el mundo romano.

LA STOA MEDIA

Las figuras que hemos presentado hasta el momento se conocen tradicionalmente como los primeros estoicos. Tras los primeros estoicos vienen los estoicos medios. La validez de esta división ha sido cuestionada por algunos estudiosos y es posible que tuvieran razones para ello (véase, p. ej., Sedley 2003), pero la distinción está bastante arraigada. Una de las supuestas características de la Stoa media que la distingue de la primera Stoa es un eclecticismo creciente, de suerte que los estoicos hacen uso de materiales filosóficos de algunas de las otras escuelas antiguas. Por consiguiente, con estos personajes hemos de preguntarnos en qué medida un filósofo puede desviarse de las enseñanzas de la primera Stoa y recurrir a otras tradiciones filosóficas sobre ciertos temas al tiempo que sigue siendo estoico en algún sentido significativo. 

Tal vez el primer estoico posterior a Crisipo con quien surge la cuestión de la ortodoxia sea Antípatro de Tarso, que sucedió a Diógenes de Babilonia como director de la escuela. Antípatro intentó resaltar el terreno común entre el estoicismo y el platonismo. Pero la cuestión del eclecticismo y la ortodoxia pasa a primer plano cuando consideramos al discípulo de Antípatro, Panecio de Rodas.

PANECIO

Panecio nació en Rodas en torno a 185 a. C. Estudió primero en Pérgamo y posteriormente en Atenas, bajo los estoicos Diógenes de Babilonia y Antípatro de Tarso. Más tarde pasó un tiempo en Roma, en el círculo de personas que rodeaban al famoso general romano Escipión el Africano. Se convirtió en el director de la Stoa en 128 a. C., sucediendo a Antípatro. Murió allá por 110 a. C. La relevancia posterior de Panecio obedece en no escasa medida a su influencia sobre Cicerón, quien utilizó ampliamente la obra de Panecio Sobre las acciones apropiadas (Peri Kathēkonta) a la hora de escribir su libro sumamente influyente Los deberes (De Officiis).

Se cuenta que Panecio admiraba tanto a Platón como a Aristóteles. Aunque permaneció fiel a gran parte de la doctrina estoica (lo suficiente como para ser capaz de conservar la dirección de la Stoa), había ciertos puntos en los que se desvió. Rechazaba la doctrina estoica de la destrucción periódica del mundo, afirmando en cambio la eternidad de este (véase DL VII.142). Puede dar la impresión de que diluye un tanto la ética estoica al negar que la virtud sea suficiente por sí misma para la felicidad (sugiriendo que también se requieren los bienes materiales; véase DL VII.128) y al desplazar el foco de atención del ideal del sabio a la gente común y corriente (véase, p. ej., Séneca, Ep. 116.5).

No obstante, pese a su heterodoxia en lo tocante a estas cuestiones y a su admiración declarada por Platón, se mantuvo fiel a la ortodoxia estoica al negar la doctrina platónica de la inmortalidad del alma (véase Cicerón, Tusc. I.79). Debería advertirse asimismo que algunas de sus opiniones «heterodoxas» ya habían sido adoptadas por algunos de sus predecesores estoicos; Diógenes de Babilonia, por ejemplo, ya había rechazado la destrucción periódica del mundo, por lo que, a este respecto, Panecio se limitaba a seguir el ejemplo de uno de sus maestros estoicos. 

POSIDONIO

Posidonio nació en Apamea, en Siria, en torno al año 135 a. C. Estudió en Atenas con Panecio (cuando Panecio murió en 110 a. C., Posidonio habría rondado los veinticinco años). En lugar de permanecer en Atenas, se trasladó a Rodas y fue allí donde enseñó filosofía. Esto pudo deberse al hecho de que la dirección de la escuela estoica de Atenas hubiera pasado conjuntamente a Mnesarco y Dárdano tras la muerte de Panecio. Mientras residía en Rodas, Posidonio hizo varios viajes por el Mediterráneo recopilando observaciones científicas y culturales en plena consonancia con el espíritu de Aristóteles. Es probable que su discípulo más famoso fuese Cicerón. Posidonio murió hacia 51 a. C., cuando era un octogenario. Por encima de todo, Posidonio fue un polímata que contribuyó no solo a la filosofía estoica, sino también a la historia, la geografía, la astronomía, la meteorología, la biología y la antropología.

Tradicionalmente se ha afirmado que la más célebre y llamativa desviación de Posidonio respecto de la ortodoxia estoica fue en psicología. Según el testimonio de Galeno, mientras que los primeros estoicos como Crisipo adoptaron una psicología monista (en la que la razón y la emoción no se consideraban dos facultades distintas), Posidonio seguía a Platón al proponer una psicología tripartita, dividiendo el alma en las facultades de la razón, la emoción y el deseo. Galeno se deleitaba enormemente resaltando esta contradicción en el seno de la tradición estoica en su tratado Acerca de las doctrinas de Hipócrates y Platón. No obstante, los estudios recientes han argüido que la distancia entre Posidonio y Crisipo puede no ser tan grande como Galeno afirma (véase, p. ej., Cooper 1999).

 

 

Panecio y Posidonio se apartaron de algunas de las doctrinas de los primeros estoicos. No obstante, esto no debería considerarse necesariamente un defecto. Si hubieran aceptado irreflexivamente todo lo aprendido previamente en la Stoa, entonces habrían estado más cerca de ser discípulos religiosos que filósofos. Parece obvio que Cleantes y Crisipo tampoco seguían ciegamente a Zenón, sino que más bien expandieron y desarrollaron los fundamentos de este de maneras que reflejaban sus propias tendencias filosóficas, haciendo cada uno de ellos su propia contribución individual al desarrollo de la filosofía estoica. Los estoicos posteriores a Crisipo hallaron una filosofía sistemática bien desarrollada. Si asumimos que estos estoicos poscrisipeanos eran, efectivamente, filósofos más que devotos de cada palabra de Crisipo, entonces deberíamos esperar, por supuesto, alguna desviación respecto de sus doctrinas. Si Panecio y Posidonio merecen el título de filósofos, es de esperar que llegasen a sus propias conclusiones filosóficas y que discrepasen de vez en cuando de los estoicos precedentes. No supone ninguna incongruencia hacer esto al tiempo que se afirma la filosofía estoica como la escuela filosófica a la que se profesa más simpatía intelectual. De hecho, si no fuera así, entonces la propia noción de escuela o tradición filosófica correría el riesgo de convertirse en una contradicción en sus términos. 

Adviértase también que aunque tanto Panecio como Posidonio exhiben admiración hacia Platón y Aristóteles, puede que no se trate tanto de un reflejo de eclecticismo personal por su parte cuanto de un reflejo del clima filosófico cambiante de la época. Mientras que los primeros estoicos pueden haber estado deseosos de afirmar su independencia filosófica con respecto a Platón, hacia finales del siglo II a. C., Platón puede haberse visto como una fuente de la que surgió el estoicismo, más que como un adversario filosófico. Este período asistió asimismo a un interés renovado en la filosofía de Aristóteles; este se percibía cada vez más como un filósofo de estatura preeminente que simplemente como el director de una escuela rival. En cuanto tal, cualquier aspirante a filósofo tendría que apreciar su pensamiento. 

AUTORES ESTOICOS POSTERIORES

El estoicismo de los dos primeros siglos de la era cristiana posee un carácter muy diferente del estoicismo de los tres primeros siglos antes de Cristo. Esto es debido simplemente a que para los estoicos de este período posterior disponemos de textos completos que podemos leer, en lugar de tener que basarnos en las citas preservadas por otros autores, con frecuencia hostiles, y en informes de segunda mano de sus ideas. Ha habido debates académicos acerca del grado de desarrollo de la filosofía estoica en esta etapa. Según la visión tradicional, los estoicos posteriores pierden interés en los temas técnicos, tales como la lógica y la física, y centran toda su atención en la ética práctica. No obstante, esta impresión puede reflejar simplemente la naturaleza de los textos que han llegado hasta nosotros, más que cualquier cambio sustantivo en las preocupaciones filosóficas. Los autores estoicos posteriores más célebres son Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, pero consideraremos asimismo figuras menores, como Cornuto y Musonio Rufo, así como Hierocles y Cleomedes. 

SÉNECA

Séneca es el primer estoico de quien sobrevive una considerable producción literaria; de hecho, su corpus es la mayor colección de textos conservados de un estoico. Cuando tenemos presente que el siguiente corpus de obras en extensión, el de Epicteto, fue escrito probablemente por su discípulo Arriano, y que las Meditaciones de Marco Aurelio poseen un carácter un tanto peculiar que las convierte en una clase de texto bastante diferente, las obras filosóficas de Séneca adquieren una relevancia adicional. Si queremos leer a un autor estoico directamente, entonces hemos de acudir a Séneca como el más importante, con creces, de los autores estoicos cuyas obras se conservan. 

Desgraciadamente, la reputación de Séneca ha sufrido. Por un lado, se le ha acusado a través de los siglos de hipocresía a raíz de la aparente incongruencia entre sus nobles preceptos morales y ciertos detalles de su vida (incluido su papel como tutor del tiránico emperador Nerón). Por otro lado, sus escritos morales han sido marginados con frecuencia en el estudio de la filosofía antigua (aunque esta circunstancia está cambiando en la actualidad), ya que no alcanzan las mismas cotas de rigor teórico que hallamos en Platón o en Aristóteles. También ha sido acusado de eclecticismo (véase Rist 1989), con la insinuación de que puede no ser siquiera una buena fuente de información acerca del estoicismo ortodoxo. Pero supondría un error juzgar a Séneca exclusivamente en función de su fidelidad a las enseñanzas de los primeros estoicos. Deberíamos tener presente asimismo que Séneca ha sido históricamente una fuente esencial para las generaciones posteriores de lectores y que ha sido, por ende, una figura central en la forja de la imagen del estoicismo en Occidente. Ello obedece en parte a la existencia de una serie de cartas entre Séneca y san Pablo que se consideraron genuinas (aunque hoy son desestimadas como falsificaciones), de suerte que tanto los Padres de la Iglesia como los lectores medievales y los humanistas renacentistas trataron a Séneca como un filósofo pagano cuyas obras estaban en sintonía (o al menos no en conflicto directo) con el cristianismo.

Las obras filosóficas conservadas de Séneca incluyen una importante serie de Epístolas morales (Epistulae Morales), dirigidas a Lucilio, que tratan un vasto repertorio de temas filosóficos, y una serie de Diálogos (Dialogi). Los Diálogos se hallan de hecho más próximos a los ensayos en lo que atañe a su forma literaria. Estos son: Sobre la providencia (De Providentia), Sobre la firmeza del sabio (De Constantia Sapientis), Sobre la ira (De Ira), Consolación a Marcia (Consolatio ad Marciam), Sobre la vida feliz (De Vita Beata), Sobre el ocio (De Otio), Sobre la tranquilidad del espíritu (De Tranquillitate Animi), Sobre la brevedad de la vida (De Brevitate Vitae), Consolación a Polibio (Consolatio ad Polybium) y Consolación a su madre Helvia (Consolatio ad Helviam Matrem). Además de estas, existen otras dos obras más largas en prosa que tratan de temas éticos dentro del contexto del liderazgo político: De los beneficios (De Beneficiis) y Sobre la clemencia (De Clementia). Se conserva asimismo un estudio de asuntos de física y meteorología, las Cuestiones naturales (Naturales Quaestiones).

Más allá de estas obras en prosa, Séneca escribió una serie de tragedias que se han revelado altamente influyentes en la literatura posterior, y cuyos contenidos han sido considerados por algunos un reflejo de su filosofía (véase Rosenmeyer 1989). También compuso una sátira sobre la deificación del emperador Claudio, titulada Calabacificación (Apocolocintosis). 

CORNUTO

Lucio Anneo Cornuto tuvo alguna relación con Séneca y posiblemente fuese en algún momento esclavo suyo o de su familia. Nacido alrededor del año 20 d. C., comenzó a enseñar filosofía y retórica en Roma en torno a 50 d. C. Entre sus discípulos figuraban los famosos poetas Lucano (sobrino de Séneca) y Persio, cuyas Sátiras habría editado al parecer tras la muerte de este. Como tantos de los estoicos romanos de aquella época, fue desterrado en un momento dado y no está claro si fue capaz de regresar a Roma alguna vez.

Cornuto es conocido sobre todo como el autor del Compendio de teología griega (Theologiae Graecae Compendium), una versión alegórica de la mitología griega tradicional. Escribió asimismo una obra (hoy perdida) sobre la lógica de Aristóteles y su interpretación por un estoico precedente llamado Atenodoro.

MUSONIO RUFO

Musonio Rufo fue un etrusco, probablemente nacido justo antes del año 30 d. C. Como miembro de la orden ecuestre, poseía un alto rango social, y su vida como profesor de filosofía estoica durante un período de inestabilidad política estuvo marcada por el destierro y el exilio en varias ocasiones. Fue exiliado a Siria durante dos años por Nerón y, a su regreso, fue desterrado posteriormente a una isla remota. Cuando Vespasiano expulsó a los filósofos de Roma en 71 d. C., Musonio no fue obligado a marcharse, pero fue exiliado por el mismo emperador en una fecha posterior por algún motivo desconocido. Durante su estancia en Roma enseñaba filosofía, y fue allí donde Epicteto debió de haber asistido a sus lecciones. Aunque no conocemos la fecha exacta de su muerte, se cree que murió antes del año 100 d. C. Encontramos informaciones sobre su vida en las obras de Tácito y Filóstrato. 

Las evidencias literarias de Musonio se inscriben en dos categorías: en primer lugar, una serie de lecciones preservadas por Estobeo, que probablemente sean apuntes de clase tomados por uno de sus alumnos (llamado Lucio); en segundo lugar, una colección de anécdotas breves y dichos recopilados en las obras de Estobeo, Epicteto, Aulo Gelio y otros. Al parecer, todos estos testimonios derivan de las enseñanzas orales de Musonio más que de cualesquiera obras escritas formales que hubiera decidido publicar. Al igual que Sócrates antes de él y Epicteto después, diríase que Musonio optó por no escribir. 

Aunque en los textos relativamente breves que se conservan se abordan algunos temas filosóficos de interés, incluida una importante discusión sobre la igualdad de género, la auténtica relevancia de Musonio es como maestro. Su discípulo más célebre es Epicteto y, a falta de más información sobre Musonio, resulta difícil determinar con precisión en qué medida la influencia de sus ideas y sus métodos modelaron la filosofía de Epicteto. Aparte de Epicteto, entre los alumnos de Musonio figuraban el orador Dión Crisóstomo y el estoico Éufrates de Tiro. Gozaba de una reputación considerable en la Antigüedad, y los estudiosos modernos lo apodaron el Sócrates romano. Su estatus como sabio estoico (aunque tal vez no en el sentido técnico), junto con su influencia como maestro de Epicteto, Éufrates, Dión y otros, ha llevado a algunos a sugerir que su significación fue tan grande que debería ser considerado el tercer fundador del estoicismo, después de Zenón y Crisipo (Arnold 1911: 117). Los contenidos de los exiguos testimonios literarios que conservamos pueden justificar el escepticismo respecto de tan grandilocuente afirmación, pero es obvio que Musonio gozaba de una alta reputación en la Antigüedad por su sabiduría. Mediante su influencia en Epicteto, quien a su vez influyó en Marco Aurelio, Musonio se sitúa, en efecto, al principio de una nueva dinastía de estoicos que configuraría la tradición estoica a lo largo de los dos primeros siglos de la era cristiana. 

EPICTETO

Con mucho, el filósofo estoico posterior a Musonio más importante es Epicteto. Nacido en torno al año 50 d. C. en Asia Menor, comenzó su vida como esclavo y entró al servicio de un romano de alto rango, Epafrodito, secretario de los emperadores Nerón y Domiciano. Sin lugar a dudas, Epicteto habría estado en el centro de Roma y habría tenido experiencia en la corte imperial. Siendo esclavo en Roma se le permitía asistir a las clases de Musonio Rufo, y posteriormente le fue concedida la libertad. Parece razonable suponer que Epicteto comenzó su propia carrera docente en Roma, tal vez como protegido de Musonio. No obstante, no permaneció en Roma mucho tiempo; en 95 d. C., Domiciano expulsó a todos los filósofos de Italia, un acto más en un régimen de persecución contra sus críticos. Como Musonio antes que él, Epicteto fue obligado a huir. Se trasladó a Nicópolis, en la costa occidental de Grecia, y fue allí donde fundó la escuela en la que dictó presumiblemente las lecciones que han llegado hasta nosotros. Murió hacia 130 d. C. Al parecer, muchos personajes importantes, incluido el emperador Adriano, acudieron a visitarle a Nicópolis, presumiblemente atraídos por su creciente reputación (existe un diálogo entre Epicteto y Adriano que, por desgracia, es sin duda espurio).

Han llegado hasta nosotros dos textos asociados con Epicteto: las Disertaciones (Dissertationes) y el Enquiridión o Manual (Enchiridion). Un aspecto que destaca inmediatamente en estas obras es la admiración que Epicteto profesa a Sócrates, el modelo filosófico supremo. Y al igual que Sócrates, hasta donde nos consta, Epicteto no escribió nada para el público en general. Por consiguiente, los textos de los que disponemos no son del propio Epicteto (aunque han existido ciertas discrepancias académicas al respecto; véase Dobbin 1998: xx-xxiii), sino que generalmente se consideran informes de las lecciones de Epicteto redactados por uno de sus alumnos. El discípulo en cuestión es Arriano, también célebre por su historia de las campañas de Alejandro Magno. En una carta introductoria a las Disertaciones, Arriano afirma que lo que ha escrito es, hasta donde le permite su habilidad y su memoria, un registro literal de lo que escuchó en las clases de Epicteto. De ahí que se disculpe por su estilo ligeramente tosco. En efecto, las Disertaciones exhiben un estilo bastante diferente al de otras obras de Arriano, y están escritas en un lenguaje menos literario y más corriente (el koiné o griego «común» del Nuevo Testamento). Aunque no tenemos ningún motivo para dudar de la sinceridad de Arriano a este respecto, resulta desde luego inevitable que lo que ha preservado para nosotros sea únicamente un informe parcial y perspectivo tanto de lo que Epicteto pensaba efectivamente como de lo que sucedía en sus clases.

Existen en la actualidad cuatro libros de Disertaciones. Las fuentes antiguas posteriores mencionan obras de Epicteto en ocho y en doce libros, y Aulo Gelio conserva un fragmento del Libro 5 de las Disertaciones, por lo que no cabe duda de que lo que ha llegado a nuestras manos no es ni tan siquiera la totalidad del informe inevitablemente subjetivo de Arriano. El Enquiridión también fue compilado por Arriano, según el testimonio del neoplatónico Simplicio en su comentario sobre esta obra. Se trata, en efecto, de un epítome de las Disertaciones, un compendio de sus temas clave. El juicio y la selección de Arriano son aquí obviamente fundamentales en la configuración del carácter y los contenidos de la obra (considérense los resultados radicalmente diferentes que podríamos obtener si pidiéramos a varias personas que seleccionaran pasajes clave de la Ética a Nicómaco de Aristóteles). No obstante, el resultado es una poderosa síntesis de la filosofía práctica estoica, y el capítulo inicial capta a la perfección la esencia de la filosofía de Epicteto tal como la conocemos: «De lo que existe, unas cosas dependen de nosotros, otras no. De nosotros dependen juicio, impulso, deseo, aversión y, en una palabra, cuantas son nuestras propias acciones; mientras que no dependen de nosotros el cuerpo, la riqueza, honras, puestos de mando y, en una palabra, todo cuanto no son nuestras propias acciones» (Ench. I.1).

La clave de la felicidad, sugiere Epicuro, estriba en analizar continuamente nuestras experiencias del mundo en función de esta división entre «lo que depende de nosotros» (eph’ hēmin) y «lo que no depende de nosotros» (ouk eph’ hēmin). Sostiene que casi todo el sufrimiento humano dimana de que las personas no comprenden la naturaleza y la significación de esta división, asumen que tienen un control de las cosas del que de hecho carecen, basan su felicidad en las cosas externas «que no dependen de nosotros», lo cual la torna sumamente vulnerable a las vicisitudes de la fortuna. En lugar de ello, deberíamos basar nuestra felicidad en aquellas cosas que «dependen de nosotros», en aquellas cosas que jamás pueden sernos arrebatadas. Si hacemos esto, nuestra felicidad será literalmente invulnerable.

MARCO AURELIO

El emperador romano Marco Aurelio (121-180 d. C.) fue un apasionado estudioso de la filosofía y un admirador de las Disertaciones de Epicteto, de las cuales tomó prestado un ejemplar de uno de sus maestros, y por el que se vio influido. Así pues, puede considerarse perteneciente a la tradición fundada por Musonio. Sin embargo, Marco no podría ser más diferente tanto de Musonio como de Epicteto.

Evidentemente, el emperador no era un profesor profesional de filosofía ni un sabio a tiempo completo en el mercado. Con todo, en los textos que llegan hasta nosotros bajo el título de Meditaciones (según la convención en inglés o en castellano; el título griego puede traducirse como «Para sí mismo») encontramos a alguien que claramente dedicaba mucho tiempo a la especulación filosófica. Marco aborda una gran variedad de temas de una manera no técnica, en textos no concebidos para una amplia difusión, según se asume habitualmente, pero tal vez escritos con un ojo puesto en la posteridad. Quizá el tema dominante sea la relación entre el individuo y el cosmos. He aquí un ejemplo: 

El tiempo de la vida humana es un punto, su esencia fluye, su percepción es oscura, la composición del cuerpo en su conjunto es corruptible, el alma va y viene, la fortuna es difícil de predecir, la fama no tiene juicio, en una palabra, todo lo del cuerpo es un río, lo del alma es sueño y un delirio. La vida es una guerra y un exilio, la fama póstuma es olvido. 

(Med. II.17)

Existen muchos otros pasajes similares a este en las Meditaciones y a algunos lectores pueden antojárseles excesivamente repetitivos. Pero quizá esto refleje en parte su papel como cuaderno filosófico en el que Marco trabaja consigo mismo con las ideas, volviendo una y otra vez sobre los mismos temas a fin de ayudarse a sí mismo a digerir las ideas con las que anda lidiando.

HIEROCLES Y CLEOMEDES

Las obras de Séneca, Epicteto y Marco Aurelio han gozado de una amplia difusión desde el Renacimiento (y Séneca era relativamente conocido en Occidente incluso con anterioridad, durante la Edad Media). Los estudios académicos recientes han arrojado luz, asimismo, sobre los textos de dos autores estoicos posteriores menos conocidos: Hierocles y Cleomedes.

Poco sabemos acerca de Hierocles. Este es mencionado por Aulo Gelio y algunos textos atribuidos a él se conservan en la antología de Estobeo. Probablemente vivió en el siglo II d. C. Es importante, sin embargo, como el autor de una obra titulada Elementos de Ética (Elementa Ethica), descubierta en un papiro hallado en Egipto y publicada por primera vez en 1906. Este texto ofrece una exposición muy interesante y valiosa de los fundamentos de la ética estoica. También es importante en la medida en que adopta la forma de un tratado escolar, en contraste con las obras morales populares de Séneca o Epicteto, por lo que nos permite hacernos una idea de cómo podrían haber sido los otros miles de tratados estoicos perdidos. Es «lo más parecido que tenemos a un libro de texto no contaminado o a una serie de lecciones sobre el estoicismo dominante a cargo de un filósofo estoico» (Long 1993: 94).

Menos aún sabemos acerca de Cleomedes, el autor de un texto cosmológico estoico titulado Los cuerpos celestes (Caelestia). Este texto sobrevivió a la Antigüedad y fue transmitido mediante un manuscrito, pero por desgracia no conservamos ninguna otra información relativa a Cleomedes en ninguna otra fuente antigua. En general se cree que vivió en el siglo I o el II d. C, aunque no existe ninguna evidencia firme y podría haber vivido más tarde. Su tratado se ocupa de astronomía y cosmología (su carácter científico puede ayudar a explicar su supervivencia), y exhibe la influencia de Posidonio. Junto con las Cuestiones naturales de Séneca, destaca como un raro ejemplo de un texto estoico todavía existente que trata de temas físicos. Su existencia contradice la suposición tradicional de que los estoicos de los primeros siglos de la era cristiana estaban preocupados exclusivamente por las cuestiones éticas.

Los recientes estudios académicos sobre Hierocles y Cleomedes han contribuido significativamente a corregir la concepción tradicional del «estoicismo tardío». Según dicha concepción, el popular carácter moralizador de Séneca, Musonio y Epicteto, junto con las divagaciones del cuaderno de Marco, ilustraba meramente una escuela en declive, no interesada ya en los serios asuntos de la lógica y la física, ya no innovadora, ya no plenamente conocedora de la teoría estoica ortodoxa y que se contenta con beber de otras escuelas de una manera asistemática. Los tratados de Hierocles y Cleomedes nos ofrecen un atisbo de una prolongada tradición escolar que prestaba una considerable atención a la teoría ética y física estoica. Además, los estudios recientes sobre Epicteto han llamado la atención sobre su interés en la lógica y otros aspectos del currículo estoico tradicional (véase, p. ej., Barnes 1997). Los estudiosos son cada vez más sensibles a la naturaleza parcial de nuestra información referente a Musonio y a Epicteto, quienes bien pueden haber mantenido asimismo debates más teóricos en el aula acerca de todo el programa de estudios estoico. Gracias a los testimonios de Plutarco y Galeno, así como del propio Epicteto, sabemos que los tratados de Crisipo permanecieron en circulación y fueron leídos a lo largo de los siglos I y II de nuestra era. Por consiguiente, a la hora de leer a los «moralistas» estoicos posteriores, no deberíamos considerar aisladamente sus obras, sino más bien abordarlas dentro del contexto del complejo sistema filosófico de la Stoa temprana, dando dicho sistema por sentado. 

OTRAS FUENTES

Aunque estos últimos textos estoicos tardíos son valiosas fuentes de filosofía estoica, para obtener información acerca de las ideas de los primeros estoicos resulta necesario recurrir a los informes y las citas de otros autores, con frecuencia hostiles al estoicismo. Cualquiera que estudie la filosofía estoica se descubrirá inevitablemente leyendo obras (o pasajes extraídos de obras) de los siguientes autores antiguos. Es importante saber algo acerca de estos autores y de sus propias tendencias filosóficas con el fin de contextualizar sus informes sobre los estoicos. 

CICERÓN

Las primeras exposiciones sobre la filosofía estoica que se conservan son las de Cicerón, que datan del siglo I a. C. (y por tanto son incluso anteriores a Séneca). Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) fue un estadista romano con orígenes aristocráticos. Como tal, fue educado a una edad temprana en retórica y filosofía griegas. Estudió en Atenas y Rodas, asistiendo a las lecciones de Posidonio. Autor prodigioso, escribió un gran número de discursos, cartas y obras retóricas, amén de un importante conjunto de obras filosóficas.

De sus escritos filosóficos, los siguientes contienen exposiciones valiosas de las ideas estoicas: Cuestiones académicas (Academica), Sobre la adivinación (De Divinatione), Los deberes (De Officiis), Del supremo bien y del supremo mal (De Finibus Bonorum et Malorum), Sobre el destino (De Fato), Sobre la naturaleza de los dioses (De Natura Deorum), Las paradojas de los estoicos (Paradoxa Stoicorum) y las Disputaciones tusculanas (Tusculanae Disputationes). Admirablemente, muchas de estas obras fueron escritas en un solo año, hacia el final de la vida de Cicerón (45-44 a. C.). Colectivamente forman una de las fuentes más tempranas e importantes de la filosofía estoica.

Los estudiosos decimonónicos se mostraban a menudo displicentes con Cicerón como autor filosófico, saqueando sus obras en busca de fragmentos de pensadores griegos anteriores, al tiempo que prestaban escasa atención al propio Cicerón. Pero este estaba familiarizado personalmente con los filósofos más destacados de su época y hay pocas dudas de que poseía una mente filosóficamente capaz. Sus obras filosóficas, incluso cuando se abordan primordialmente como fuentes de información sobre el estoicismo, merecen ser leídas como ensayos bien elaborados y compactos, más que como meros compendios de opiniones ajenas.

La posición filosófica del propio Cicerón era ampliamente académica (esto es, escéptica), pero también inclinada hacia un cierto eclecticismo. Aunque ciertamente rechazaba la epistemología estoica, en ciertos lugares suscribe la ética estoica, o al menos admira el ideal ético de los estoicos. Pese a no ser él mismo un estoico, Cicerón es un espectador relativamente receptivo y bien informado.

PLUTARCO

Plutarco de Queronea (c. 50-120 d. C.), famoso por sus Vidas paralelas de griegos y romanos eminentes, escribió asimismo un conjunto sustancial de obras filosóficas, actualmente recopiladas bajo el título colectivo Moralia (Obras morales y de costumbres). Plutarco fue un platónico y, en comparación con Cicerón, era bastante hostil hacia los estoicos. A lo largo de las Moralia, los estoicos son mencionados con frecuencia, pero, en dos obras en particular, Plutarco centra toda su atención en el estoicismo. Estas son Las contradicciones de los estoicos (De Stoicorum Repugnantiis) y Sobre las nociones comunes, contra los estoicos (De communibus Notitiis Adversus Stoicos). En estos dos ensayos, Plutarco consagra sus esfuerzos a mostrar los problemas y las contradicciones inherentes a la filosofía estoica y, para alcanzar ese objetivo, cita profusamente a los primeros estoicos, en especial a Crisipo. Por consiguiente, Plutarco ha llegado a ser irónicamente uno de los reporteros más importantes de las citas directas de Crisipo y, por ende, una fuente relevante para nuestro conocimiento de la filosofía de los primeros estoicos. Existe un tercer ensayo de Plutarco sobre los estoicos (Compendium Argumenti Stoicos Absurdiora Poetis Dicere), pero es mucho más breve y, por lo tanto, de menor significación. 

GALENO

Otra fuente importante de citas directas de Crisipo es Galeno de Pérgamo (c. 129-199 d. C.), el célebre y prolífico autor de obras médicas. Galeno escribió varias obras que trataban de filosofía estoica —entre ellas un comentario sobre la Primera Silogística de Crisipo y un libro sobre Epicteto—, todas las cuales se han perdido por desgracia. No obstante, entre las obras conservadas figuran dos textos especialmente relevantes para el estudio del estoicismo.

El primero es Acerca de las doctrinas de Hipócrates y Platón (De Placita Hippocratis et Platonis). Se trata de un estudio detallado de fisiología y psicología que intenta combinar antiguas teorías médicas que sitúan el alma en el cerebro con la psicología tripartita platónica. En el camino, Galeno ataca tanto la tesis de Crisipo de que la facultad rectora reside en el corazón como su psicología monista. Para el segundo de estos ataques, Galeno se basa en la obra de Posidonio, a quien presenta como un estoico heterodoxo que rechaza la psicología de Crisipo. Galeno cita extensamente a estos dos estoicos y en el proceso nos brinda uno de los análisis más importantes de la teoría estoica del alma que perviven desde la Antigüedad. Asimismo, preserva algunos de los pasajes más largos de Crisipo que han llegado hasta nosotros.

La segunda obra de Galeno digna de mención es su Introducción a la lógica (Institutio Logica), que contiene algunos materiales útiles sobre la lógica estoica. No obstante, en cierta medida se limita a complementar la exposición harto más importante de Sexto Empírico. 

SEXTO EMPÍRICO

Sexto Empírico —probablemente activo c. 200 d. C.— fue un seguidor de la tradición filosófica escéptica que afirmaba descender del filósofo helenístico Pirrón (por lo que se conoce como escepticismo pirrónico para distinguirlo del escepticismo académico). Puede que también fuese médico, como Galeno. Sus obras principales son las Hipotiposis pirrónicas (Pyrrhoniae Hypotyposes) y Contra los profesores (Adversus Mathematicos), la segunda de las cuales consta de hecho de dos obras diferentes. Los contenidos de estas dos obras se asemejan en cierta medida, repitiéndose (pormenorizadamente) el tema de los Libros II y III de las Hipotiposis en los Libros VII-XI de Contra los profesores

Sexto es una fuente importante para diversos aspectos de la filosofía estoica, pero es especialmente relevante en lo que atañe a la lógica estoica, toda vez que escasean las fuentes al respecto. Su exposición de la lógica estoica aparece en el Libro II de las Hipotiposis pirrónicas y en el Libro VIII de Contra los profesores

ALEJANDRO DE AFRODISIAS

Alejandro de Afrodisias ocupó una cátedra de filosofía peripatética (aristotélica) en Atenas en torno al año 200 d. C. Bien pudo haberse tratado de una de las cuatro cátedras de filosofía que habrían sido creadas por Marco Aurelio un par de décadas antes (el reciente descubrimiento de una inscripción en la Afrodisias natal de Alejandro respalda esta hipótesis). Alejandro escribió varios comentarios sobre las obras de Aristóteles, amén de un vasto repertorio de textos más breves. Hostil hacia los estoicos, Alejandro argumenta en contra de ellos y en el proceso expone algunas de sus doctrinas en varias de sus obras. Dos de sus escritos más breves destacan en particular como fuentes importantes del estoicismo: Acerca del destino (De Fato) y Acerca de la mezcla (De Mixtione).

El compromiso de Alejandro con el estoicismo sugiere que este seguía siendo una poderosa fuerza intelectual en Atenas todavía en 200 d. C. De hecho, junto con la cátedra de filosofía peripatética de Alejandro existía otra cátedra de filosofía estoica (estando las otras dos cátedras dedicadas a la filosofía platónica y epicúrea, respectivamente). Alejandro participaba presumiblemente en debates con el titular de la cátedra de filosofía estoica, y es probable que los estudiantes pudieran asistir a las lecciones de más de un titular de cátedra si así lo deseaban. Inevitablemente, esto es en buena medida pura especulación, pero la atención detallada que Alejandro prestaba a las ideas estoicas sugiere que el estoicismo distaba de ser simplemente un objeto de interés para los amantes de las antigüedades. 

DIÓGENES LAERCIO

Una de las fuentes más importantes del estoicismo es el Libro VII de las Vidas y opiniones de los filósofos ilustres (Vitae Philosophorum) de Diógenes Laercio. Desafortunadamente, nada sabemos acerca de Diógenes como individuo. Suele situarse en algún momento del siglo III d. C. A veces se ha supuesto que era un epicúreo, toda vez que el último libro de sus Vidas está consagrado íntegramente a Epicuro, quien es citado con profusión. Es posible que Diógenes concibiera ese libro final como la culminación de la historia de la filosofía que había presentado.

La exposición que hace Diógenes de los estoicos bebe de una fuente anterior que él mismo menciona: Diocles de Magnesia. Diocles se ha fechado en el siglo I a. C., si bien esta datación puede ser tan incierta como la de Diógenes.

ESTOBEO

Juan de Stobi o Estobeo (Ioannes Stobaeus), un pagano tardío que probablemente floreció en el siglo V d. C., compiló una vasta colección de materiales filosóficos y literarios como ayuda en la educación de su hijo. Esta colección, la Antología (como la han denominado los editores modernos), contiene una variedad de fuentes y fragmentos importantes relacionados con el estoicismo. Con creces, el más importante de estos es el Epítome de Ética Estoica de Ario Dídimo (del siglo I a. C.). No obstante, Estobeo es asimismo la fuente del Himno a Zeus de Cleantes y las Disertaciones de Musonio Rufo, por no mencionar una gran cantidad de otros fragmentos que refieren las opiniones de los estoicos.

SIMPLICIO

Las ideas estoicas permanecieron vivas en los debates filosóficos hasta el final de la Antigüedad. En 529 d. C., el emperador Justiniano ordenó el cierre de las escuelas filosóficas paganas que quedaban en Atenas. En esa época era sumamente improbable que hubiera existido durante algún tiempo alguna escuela estoica. No obstante, sobrevivía todavía una escuela neoplatónica dirigida por Damascio, y sus miembros sintieron los efectos del decreto de Justiniano. Según el historiador Agatías, Damascio y los últimos neoplatónicos huyeron a Persia, aunque no permanecieron mucho tiempo allí, y dónde fueron después sigue siendo un tema de controversia.

Un miembro de este grupo de neoplatónicos itinerantes fue Simplicio, autor de varios comentarios importantes de obras de Aristóteles. En dichos comentarios, Simplicio expone la doctrina estoica sobre un amplio repertorio de temas filosóficos (así como materiales de muchos otros filósofos precedentes cuyas obras, por lo demás, se han perdido en la actualidad). Simplicio escribió también un comentario sobre el Enquiridión o Manual del estoico Epicteto. Este comentario es excepcional, toda vez que es el único comentario sobre un texto estoico que sobrevive desde la Antigüedad. No obstante, el comentario mismo se preocupa más de desarrollar los temas éticos neoplatónicos que de explicar a Epicteto en sus propios términos. Con todo, atestigua el hecho de que Epicteto continuaba siendo leído en el siglo VI d. C.

Simplicio refiere asimismo una serie de doctrinas estoicas en sus diversos comentarios a obras de Aristóteles. Sin embargo, en su comentario a las Categorías de Aristóteles observa que la mayoría de los escritos estoicos no se hallan disponibles en su tiempo (in Cat. 334,1-3). Por consiguiente, parece probable que sus conocimientos del estoicismo más allá de Epicteto derivasen de informes de segunda mano, como los comentarios aristotélicos del neoplatónico del siglo III Porfirio, que, a decir de Simplicio, contenían mucha información acerca del estoicismo (in Cat. 2,5-9).

DECLIVE Y PÉRDIDA DE TEXTOS

Como hemos visto, la inmensa mayoría de los textos de los primeros estoicos se han perdido. De Zenón, Cleantes, Crisipo, Panecio y Posidonio lo único que conservamos son fragmentos citados por autores posteriores y testimonios indirectos de sus ideas. Más recientemente tenemos la fortuna de contar con nuevos textos de Crisipo que se han descubierto en Herculano, pero por lo demás se han perdido todos los textos de los autores estoicos anteriores a Séneca. ¿Por qué? ¿Y cómo cabe relacionar esta pérdida de tantos textos estoicos con el declive de la escuela estoica en la Antigüedad tardía?

Tradicionalmente, la decadencia del estoicismo a partir del año 200 d. C. aproximadamente se ha ligado al aumento de popularidad del neoplatonismo, cuyo fundador, Plotino, nació en 205 d. C. Pero esta explicación no resulta plenamente satisfactoria. No queda claro por qué a alguien que se sintiera atraído filosóficamente por el materialismo inmanente del estoicismo le resultaría igual de atrayente la metafísica sobrenatural del neoplatonismo solo porque esta última estuviese ganando popularidad. En lugar de buscar una razón externa como la competencia de otra escuela, podría merecer la pena considerar una causa inherente al estoicismo. Una posible causa puede hallarse en Epicteto. 

Epicteto es mencionado por varios autores del siglo II como el estoico preeminente del momento. Aulo Gelio lo aclama como el mayor de los estoicos (NA I.2.6), Frontón lo califica de sabio (en sus Epistulae II.52), en tanto que Celso cuenta que era más famoso que Platón (Orígenes, Contra Celsum VI.2). Sus textos habrían circulado ampliamente. Su fama en aquel momento se pone de relieve en una anécdota referida por Luciano en su diálogo contra los ignorantes coleccionistas de libros: 

Creo que sigue vivo el hombre que pagó tres mil dracmas por la lámpara de barro de Epicteto el Estoico. Supongo que pensaría que le bastaba con leer a la luz de esa lámpara para que la sabiduría de Epicteto le fuese comunicada en sus sueños, y para asemejarse a ese venerable sabio. 

(Adversus Indoctum XIII)

Al igual que sucede hoy en día con las estrellas de cine, los fans estaban dispuestos al parecer a pagar grandes sumas de dinero por artículos manejados por sus ídolos. Sin lugar a dudas, cualquier aspirante a estoico del siglo II habría buscado con ahínco las Disertaciones de Epicteto registradas por Arriano, o incluso por uno de los discípulos de Epicteto, si se hubiera dedicado a la enseñanza. Y el éxito póstumo de Epicteto bien pudo haber sido el factor decisivo en el declive del estoicismo antiguo como una tradición continuada. Con el fin de desarrollar esta sugerencia será preciso considerar la concepción de la filosofía defendida por Epicteto, así como su actitud hacia los manuales escolares precedentes.

La concepción de la filosofía de Epicteto confiere valor a las obras más que a las palabras. El auténtico estoico no es aquel que aprende meramente a recitar las palabras de Crisipo; antes bien, es aquel que es capaz de mostrar acciones en consonancia con esas palabras. La tarea de la filosofía consiste en entender la naturaleza, a fin de vivir conforme a esta y alcanzar de ese modo la felicidad o eudaimonía. A juicio de Epicteto, el estudio de las teorías filosóficas siempre se halla subordinado a este objetivo práctico. Por consiguiente, presenta la filosofía como un «arte de vivir», un arte (techné) que, como otras artes y oficios, estará orientado hacia un resultado práctico. Y, al igual que otras artes y oficios, no bastará con aprender los principios que apuntalan el arte de vivir, sino que también será necesario practicar o ejercitarse con el fin de aprender a poner en acción dichos principios. Dice:

A partir de haberlos digerido, muéstranos algún cambio en tu regente, como los atletas los hombros según lo que se ejercitaron y comieron, como los que han recibido las artes según lo que aprendieron. El constructor no viene y dice: «Oídme hablar sobre construcciones», sino que, una vez que acuerda la construcción de una casa, haciéndola demuestra que posee el arte.

(Diss. III.XXI.3-4)

El filósofo debería hacer exactamente lo mismo, sugiere Epicteto, exhibiendo sus habilidades no con bellas palabras, sino con hermosas acciones. Por consiguiente, no debería sorprendernos el hecho de que Epicteto muestre una actitud bastante ambivalente hacia los manuales escolares. De hecho, existen evidencias de que Epicteto utilizaba textos estoicos canónicos tales como tratados de Crisipo en sus propias clases, pero esas pruebas se hallan incrustadas en la mayoría de los casos en un pasaje en el que advierte a sus estudiantes que no se tomen demasiado en serio el estudio de dichos textos:

¿Es esto acaso lo grande y admirable, entender a Crisipo o interpretarlo? ¿Y quién lo dice? Entonces, ¿qué es lo admirable? Entender la voluntad de la naturaleza. Entonces, ¿qué? ¿La entiendes tú por ti mismo? ¿Y qué otra cosa necesitas además? [...]. «Pero, ¡por Zeus!, no entiendo la voluntad de la naturaleza.» Entonces, ¿quién la interpreta? Dicen que Crisipo. Voy y averiguo qué dice ese intérprete de la naturaleza. Empiezo por no entender lo que dice; busco quien me lo explique [...]. Porque tampoco necesitamos a Crisipo por él mismo [o a sus intérpretes], sino para comprender la naturaleza.

(Diss. I.XVII.13-18)

No deberíamos perder de vista la tarea filosófica que nos ocupa para perdernos en la interpretación textual, sugiere Epicteto. Tampoco deberíamos considerar la interpretación textual como una destreza digna de elogio:

«¡Coge el tratado [de Crisipo] sobre el impulso y mira cómo me lo he leído!» ¡Esclavo! No busco eso, sino cuáles son tus impulsos y tus repulsiones, tus deseos y tus rechazos, cómo te aplicas a los asuntos y cómo te los propones y cómo te preparas, si de acuerdo o en desacuerdo con la naturaleza.

(Diss. I.IV.14)

El dominio de los argumentos filosóficos sutiles y complejos no es el objetivo último de la filosofía: «¿Qué impide, aunque se resuelvan los silogismos como Crisipo, ser desdichado, padecer, envidiar; sencillamente, estar alterado, ser desventurado? Nada en absoluto» (Diss. II.XXIII.44). Por consiguiente, para Epicteto, la tarea del filósofo difiere bastante de la del filólogo. El estudiante de filosofía exitoso no malgastará el tiempo en el análisis de los textos; antes bien, concentrará su atención en la transformación de la dimensión rectora de su alma en conformidad con los principios filosóficos que haya aprendido. Por supuesto, el estudiante estudiará los textos filosóficos, pero solo como un medio para un fin. Los libros son, por tanto, señales o mapas que nos dirigen adonde deseamos ir; el viajero que dedica todo su tiempo a analizar mapas y jamás va a ningún lugar ha fracasado como viajero. El filósofo que invierte todo su tiempo en analizar textos y nunca pone en práctica sus contenidos es igualmente un fracasado. Para Epicteto, no es el prolífico autor Crisipo quien se yergue como su modelo filosófico; este es más bien Sócrates, quien expresa su filosofía en obras más que en palabras. Y, al igual que Sócrates, el propio Epicteto optó por no escribir, reservando su filosofía para su forma de vida. 

Los estudiantes estoicos que captaran exitosamente la filosofía de Epicteto centrarían toda su atención en la transformación de su modo de vida, en un arduo intento de aproximarse a la vida del sabio. Al igual que Epicteto, aspirarían a ser como Diógenes el Cínico y, sobre todo, como Sócrates. Pero lo que no harían es dedicarse a los estudios filológicos de los textos escolares ni a escribir comentarios sobre ellos. Esta actitud ambivalente hacia los estudios textuales y la redacción de comentarios, bastante diferente de los platónicos y aristotélicos del mismo período, puede ser una de las razones de que el estoicismo decayese tan deprisa y de que se hayan perdido tantos textos de los primeros estoicos. Y es que basta con que un par de generaciones de estudiantes presten poca o ninguna atención a la preservación de los textos escolares para que resulte literalmente imposible el estudio del estoicismo para las generaciones posteriores de estoicos potenciales.

Es evidente que esta actitud ambivalente hacia los textos no caracterizó a toda la tradición estoica. Los primeros estoicos como Crisipo escribían con profusión e incluso podrían haber redactado comentarios sobre textos de los estoicos precedentes, si su Sobre la República era en efecto un comentario sobre la República de Zenón. Cleantes escribió un comentario sobre Heráclito (DL VII.174), que fue una fuente importante de la física estoica y, posteriormente, el estoico Atenodoro escribió un comentario —o una respuesta polémica— sobre las Categorías de Aristóteles (Porfirio, in Cat. 86,22-24). Tal vez más significativamente, la enciclopedia bizantina conocida como la Suda incluye una entrada sobre un estoico llamado Aristocles, que escribió un comentario sobre la obra de Crisipo Cómo llamamos y concebimos cada cosa. Así pues, no todos los estoicos parecen haber tenido objeciones ideológicas a la forma del comentario en cuanto tal. Y estoicos posteriores más o menos contemporáneos de Epicteto, como Hierocles y Cleomedes, no parecían compartir el foco de atención de Epicteto en la filosofía práctica en detrimento del análisis más académico de temas filosóficos. Pero la actitud un tanto desfavorable de Epicteto hacia los textos, combinada con su popularidad posterior, puede haber sido la influencia decisiva sobre los estoicos a finales del siglo II y principios del III. Cualquier aspirante a estoico en ese período habría leído a Epicteto, el estoico más célebre de la época, y habría aprendido a no prestar excesiva atención a la interpretación de los textos escolares a expensas de los ejercicios filosóficos prácticos. Desde luego, no habría dedicado tiempo a escribir extensos comentarios sobre los textos de los primeros estoicos, a pesar de que Alejandro de Afrodisias cuenta que, en aquel tiempo, el comentario se estaba convirtiendo en la forma corriente de escritura filosófica (in Top. 27,13-16). El éxito de Epicteto en el siglo II —o, para ser más precisos, el éxito de la versión literaria de Arriano de las lecciones de Epicteto— bien pudo haber contribuido a la trágica pérdida de numerosos textos de los primeros estoicos y al inevitable declive posterior del estoicismo. Irónicamente, hemos de agradecer a rivales tales como Plutarco y Galeno su registro de materiales del corpus de Crisipo que, de lo contrario, se habrían perdido por completo. Más irónicamente aún, da la impresión de que deberíamos culpar al menos en parte a Epicteto (pero igualmente a Arriano) del declive del estoicismo y la pérdida de tantos textos estoicos.