PEQUEÑO TRATADO SOBRE CÓMO SALIR DE UNA LATA DE SARDINAS

Nómadas, las sardinas. Y, al final, enlatadas. Sin querer, son como las palabras: abundan enlatadas. Hay que saborearlas vivas. Pescadores de palabras, allá vamos, detrás de una sardina. A sacarlas de la lata.

Lata 1: Caigo en la cuenta de que nunca he visto una sardina viva. Antes de terminar este escrito, iré a verlas al mercado. Si no vivas, al menos las veré enteras. He abierto, como cualquiera de nosotros, la lata de sardinas de turno y, debidamente apiñadas, estaban allí, decapitadas, por supuesto. Esto me recuerda que en un documental de televisión, a la pregunta de unos niños sobre de dónde venía la leche, ellos respondían con toda naturalidad que del supermercado. Hemos perdido el contacto con lo real, se suele decir. Para compensarlo, centenares de cámaras y periodistas se lanzan a capturar la realidad más viva y recóndita, casi siempre escabrosa, para compensar el desfase. En realidad, lo que estamos a punto de perder es el contacto con nuestra propia experiencia. Así que, a partir de mi limitada experiencia, compruebo que solo he visto sardinas en lata. Sin embargo, ¿he visto algo más? Empecemos con la imagen de la sardina decapitada. Lo que es decir: no tiene rostro la sardina, no tiene identidad. Lo cierto es que tiene muchos rostros. Dibujemos algunos que creo haber visto, mientras me acerco a lo más difícil: dar con el sabor vivo de la sardina en la punta de la lengua.

Lata 2: El pez de Frank Gehry, decapitado también, que refulge al comienzo de la Villa Olímpica de Barcelona desde 1992, es una sardina. Puede ser cualquier pez: Gehry comprende el problema de identidad de nuestra época y abstrae sus perspectivas, de manera que sus formas sinuosas se adaptan a cada espectador. Yo, al ver su Pez sin cabeza, veo una sardina. Aunque sus tonos son dorados: sardina bronceada, feliz de estar a la orilla de una ciudad que ha aprendido a volcarse hacia el mar con gracia, con placer, y no solo como puerto comercial. Si el sol se clava en las escamas del Gehry’s Fish, es una herida de luz que la cocina a la brasa de manera fulminante. Símbolo derivado: los cuerpos en topless de doradas nórdicas y bronceadas mediterráneas cuyo rostro desaparece por protagonismo del cuerpo, de la gran curva sensual que ilustra la contorsión de la escultura de piedra, acero y vidrio del arquitecto que ha salpicado España con sus obras. ¿Qué habría opinado Pla?

Lata 3: Dichoso Josep Pla, que podía escribir a partir de lo que había visto en sus estadías por la costa del Ampurdán. Nosotros, urbanitas, conocimos a las sardinas en su lata de turno, abierta de prisa para el menú improvisado a última hora o los bolsillos escasos. No hay mucha diferencia. Pla, cuando no veía ni conocía de fuente directa, inventaba e improvisaba sobre la marcha. Aunque esto no lo decía. Hay mucho Pla, Pla, Pla en esto de escribir a partir de lo visto. Hay que tomarse muy en serio la falta de seriedad de Pla, y su reivindicación de la experiencia imaginada, de la experiencia reescrita. Y entonces disfrutaremos más de su prosa, improvisada sobre la marcha y luego debidamente atada con humor.

Lata 4: Cada vez menos prestigiosas, las sardinas sobreviven en el anonimato gastronómico. Algo de proletario hay en ellas, una fascinación que se puede saborear a modo de transgresión. La próxima vez que vayan a comer a los mejores restaurantes pidan un buen vino y una provocadora sardina. No las encontrarán. Al menos, en los restaurantes de moda. Puede que en uno de los menús les sirvan judías con sardinas de la costa (sugerencia: el Egypto, en Las Ramblas: encontrarán una —solo una— sardina yaciendo sobre un mar de judías blancas). La pequeña rebeldía del futuro en el que estamos instalados después de poner el pie en el siglo XXI puede empezar con una revolución que gustaría a los lectores posmodernos de Marx: la del sardinariado.

Lata 5: Seguro que también hay una sardina en la novela de Cervantes. ¿No hay acaso de todo en su gran novela, ahora que hay que dedicarse a saquearla para rendirle homenaje? Anda por ahí, en los refranes de Sancho o en las sentencias del Quijote. ¿Pero dónde, dónde está la sardina quijotesca? Antes de terminar este texto, me levantaré de mi escritorio, me pondré de puntillas, y sacaré mi viejo ejemplar de lo más alto del anaquel. Antes quiero dar inicio a mi diccionario de frases alrededor de la sardina.

Diccionario de frases 1: Dar la lata, es decir, redundar en algo que no nos interesa, que ya conocemos o que simplemente no queremos escuchar. El señor Darlalata y la señora Darlalata no gustan de comer sardinas. Piden mero o salmón, comentan gustosos que el mero no es tal y que el salmón de granjas piscícolas —cada vez más democratizado— es cancerígeno. Los podrán ver a cada momento, facilísimo reconocerlos. El señor y la señora Darlalata han perdido el gusto por lo sencillo, pero se conforman con los sucedáneos.

Otras latas:

Hay otras, por supuesto. No hagamos elitismo de las democráticas sardinas. También hay anchoas, almejas, mejillones, entre otras. Hay una obsesión por enlatar en nuestro tiempo. Cada cual puede —y debe— escribir su pequeño tratado para salir de la lata de turno.

Diccionario de frases 2: La Ley de lata. Una ley sencilla y rebatible, que se consume en sí misma para abrir el diálogo. Su virtud consiste en sobrevivir reciclándose, prestándose al diálogo. Le falta esa potente P que exhibe un bíceps en lo alto de su grafía y que, con añadirla a nuestra frase, se convertiría en la Ley de Plata. De allí, pasar a la Ley de Oro, hay un paso y unas ganas soterradas de elevarse socialmente. Maleable, la ley de lata permite que la conversación siga adelante, sin quedarse exhibida en el armario de casa, en el juego de té de Plata, en la jarrita churrigueresca o gaudianamente comercializada, para que las visitas contemplen el alarde de un decorado burgués. Una ley de lata: busquemos lo provisional mientras podamos sentirnos vivos e inquietos.

Lata 6: Trazar la poética sardinesca de ciertos autores que rondan con perspectiva periférica. Escritores que resaltan detalles, minúsculos bordados y resplandores en la iridiscencia de la sardina que se agita todavía viva: Ceronetti, Pla, Felisberto Hernández, Julio Camba, Francis Ponge, Cristóbal Serra, Monterroso, Cioran. Si convocamos a una cena literaria, el plato de fondo tendrá un consenso anticipado: sardinas. Alzar una copa de vino por las sardinas y a brindar.

Lata 7: Puestos en cuestión de estilo, exploro el sabor. ¿Cómo definir el gusto que tiene una sardina? Saben a mar, dicen mis amigos. Solo que yo quiero más precisión. Pruebo una sardina y lo que encuentro al sacarla de la lata es un perfume de aceite de oliva. ¿Qué hay detrás? Agudizo el olfato, cierro los ojos, saboreo en la boca: un intenso salobre, acre, levemente pastoso, de oleaje lamiendo el casco negro y oxidado de un barco pesquero. Sabe a concentrado de sal y arena, a limo del fondo de los mares, aunque nunca he probado el limo del fondo del mar. ¡Cuántas libertades con las palabras! Las metáforas resuelven problemas de conocimiento con un alto riesgo de inexperiencia. Engullo la sardina y una estela de fuga acuática queda impregnado en mi paladar.

Lata 8: Finalmente vengo a visitar a las sardinas. Entro al mercado de la Boquería un atestado sábado, busco la zona de pescadería y observo. Es tarde. La mercadería escasea. Y luego de un buen rato doy con un letrero que me las revela. Ah, las sardinas reales. Son pulidísimas monedas de plata salpicadas de un azul profundo, auroleado de tonos lapislázuli. Sus escamas húmedas centellean sobre la base lechosa del hielo derretido. Por contraste, a su lado, los boquerones destacan por sus tonos rojizos. Identificada cada especie por su color, parecen jugadores de dos equipos de fútbol. La pescadera, a modo de árbitro, me pregunta: “¿Sardinas o boquerones?”. Solo observo, le respondo. Y la pescadera se retrae pensando en mí con el nombre de otro pez que mejor no menciono.

Lata 9: Canta, oh sardina, el viaje que nos espera a nosotros lectores desde la distancia de las ciudades.

Monólogo de la sardina precavida: Vivo en el mar, libre pero aterrada, en un estado de neurosis permanente. No puedo acercarme a la superficie. Hay un sobrevuelo de aterradoras gaviotas que nos destripan. No puedo nadar muy profundo. Los delfines nos devoran. Ni siquiera puedo hacer ruido: los ecosondadores nos rastrean por las costas y detectan nuestro menor movimiento. Vivo escapando. Quizá mi mejor futuro es la larga vida en conserva de la lata. Duramos más. Observen la fecha de caducidad de una lata de sardinas y se comprenderá mi precaución.

Monólogo de la sardina incauta: Sé huir, me confundo en el grupo, soy pequeña y hábil. Nadie me atrapará.

Monólogo de la sardina vanidosa: Colores iridiscentes los de mi piel, soy bella, por algo tendré estos colores. ¡A mostrarlos, que la juventud no es eterna!

Monólogo de la sardina símbolo: Soy la sardina eterna, la que no cambia, la que representa la vida del mar y a la ciudad de Barcelona. No he de hacer caso de la contaminación a lo largo de las costas. Soy la sardina imperecedera que todos comen y de la que ya no importa saber de dónde venimos ni a dónde vamos.

Mónologo de la sardina introvertida: ( ) y un largo rastro de fuga en las profundidades de lo no dicho.

Lata 10: Sardinilla como alusión a personas menudas. Sardina por pene. ¿Quién se ha tomado la libertad de extrapolar la figura de ese potente y pequeño pez que forma una de las biomasas acuáticas más amplias del mundo? Algo hay en la sardina que se sostiene en medio de la evolución de las especies. Quizá entender mejor esa idea darwiniana: el más fuerte no es necesariamente el más forzudo sino el flexible, el que sabe adaptarse, el que acepta los cambios. Así, las sardinas. Así, Barcelona, zigzagueante a tantos cambios y a tantas caras que muestra al mundo para fascinación del siglo XXI.

Diccionario de frases 3: Salir del armario, es decir, salir de la lata. A nadie le interesa ni importa el sexo de las sardinas. Aunque en español su género es femenino. Lo importante es que estén buenas y frescas. Habría que volver al armario, cerrarlo y tirarlo por la ventana. Salir más lejos, más allá todavía, salir de casa.

Lata 11: ¡Encontrada la sardina en el Quijote! Primera parte, capítulo XVIII. Sancho tiene hambre y le sugiere a Don Quijote que aplique sus conocimientos sobre hierbas, propio de los caballeros andantes, para al menos comer algo. Solo que esta vez es Don Quijote quien no se cree ni a sí mismo y daría oro por otro bocado:

“—Dese modo, no tenemos qué comer hoy —replicó Don Quijote.

”—Eso fuera —respondió Sancho— cuando faltaran por estos prados las yerbas que vuestra merced dice que conoce, con que suelen semejantes faltas los tan malaventurados andantes caballeros como vuestra merced es.

”—Con todo eso —respondió Don Quijote—, tomara yo ahora más aína un cuartal de pan o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques que cuantas yerbas describe Dioscórides”.

(Sí, hay de todo en el Quijote).

Diccionario de frases 4: Sardina que lleva el gato, tarde o nunca vuelve al plato, es decir, lo que es preciado por quien lo captura no lo recuperaremos nunca. La frase va perdiendo sentido porque el paladar de los gatos, sobre todo los urbanos, está anulado por la costosa comida comercial que se vende para ellos. Tiempos aquellos en los que un gato se saboreaba robar una sardina. Adiós a los gatos.

Lata 12: Me hablan del “entierro de las sardinas”, que incluso hay viejas plañideras, viudas de la sardina muerta. Enterremos el entierro. Además, ya van enterradas las pobres sardinas en esos pequeños ataúdes de lata ovoides. Algo de necrofilia hay en consumirlas. Sardinas zombie. Las sardinas, dios mediante, vuelven del más allá y se sientan en nuestra mesa. De ahora en adelante, sospechar de quien nos sirve un buen plato de sardinas en la mesa. Algo de médium hay en quien las invoca.

Lata 13: Asepsia de la sardina enlatada. Apenas la abrimos, con hambre casi siempre, entra por la nariz el aroma de aceite, su olor a olivas y ceniza que activan los sabores en nuestra memoria. Hay una sardina arquetípica en nuestro recuerdo: la primera que comimos. ¿Dónde y cómo la comimos? Imposible rastrearla: está allí, desde siempre, irrevocable. El sabor degustado es un énfasis en la vivencia repetida.

Lata 14: No solo las sardinas van en lata. También las películas. ¿Cine o sardina?, era la pregunta que al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante le planteaba su madre, por si prefería comer o ir al cine. “Nunca escogimos la sardina”, aclaró. De manera que el escritor, aunque merece estar en la cena literaria, discretamente se retira al cine como lo hacía desde que era un infante. Luego de la función, se meterá en la cocina para dar cuenta de la sardina rechazada.

Diccionario de frases 5 y final: echar otra sardina, es decir, incomodar cuando se llega a un nuevo sitio. La frase no ha sido muy popular. La explosión demográfica urbana echa tantas sardinas diarias que ya el fenómeno es considerado natural. ¿Nos quejamos por la llegada de inmigrantes a Barcelona o a otras ciudades europeas? Para eso Shanghái, sardino-preocupados: cada día llegan a la ciudad china cincuenta mil inmigrantes.

Lata 100 000 000: Corren sardinas por nuestras venas. Dato real: en España se consume una media de cien millones de latas de sardinas al año. Y aun así no es una especie en extinción. Al menos esta especie, a diferencia de la humana, no tiene el índice de natalidad más bajo del mundo. Hay mucho que aprender de las tácticas eróticas de la sardina. La primera de todas: discreción.

Lata final: Fuera de la lata, engullida, digerida, la sardina ideal sigue coleteando, un músculo vivo e inquieto que se nos escapa de las manos. Inasible, la sardina es nómada, libre como pez en el agua de nuestro paladar. Las palabras también. Saborearlas ambas, y no perder el contacto con la experiencia.