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Son las tres de la mañana del viernes siguiente a la firma con Academy Kids cuando mamá me despierta para mi primer día de trabajo en una serie titulada Expediente X. No tengo que presentarme hasta las cinco de la mañana, pero como a mamá le da miedo conducir por la autopista por primera vez, quiere adelantarse y salir con mucha antelación.

—Mírame, voy a superar mi miedo por ti —dice mamá mientras nos apiñamos en nuestro monovolumen Ford Windstar de 1999.

Llegamos a los estudios de la 20th Century Fox con una hora de antelación, así que caminamos un poco en la oscuridad. Cuando pasamos por el gigantesco mural de Luke Skywalker contra Darth Vader en el lateral de uno de los platós, mamá chilla de alegría, saca su cámara desechable y me hace una foto delante de él. Me siento avergonzada, como si no perteneciéramos a este lugar.

A las 04:45 a. m., mamá se da cuenta de que se acerca la hora de mi cita, así que nos registramos en la puerta del plató con un asistente de producción bajito y calvo. Nos dice que hemos llegado temprano, pero que podemos pasar por la zona de catering antes de la hora de ir al plató.

La zona de catering es un lugar genial. Es una carpa al lado del escenario repleta de comida. Cereales, caramelos, jarras de café, zumo de naranja y bandejas plateadas con cosas para desayunar: tortitas, gofres, huevos revueltos y beicon.

—Y es gratis —dice mamá con entusiasmo mientras envuelve varias magdalenas y cruasanes en servilletas y los mete en su enorme bolso de ocasión para dárselos a mis hermanos más tarde.

Hay un montón de huevos enteros en una bandeja. Mamá dice que están duros. Saco uno para probarlo. Mamá me enseña a hacer rodar el huevo sobre una superficie dura para romper la cáscara, y luego separarla de la clara. Lo espolvoreo con sal y pimienta y le doy un gran bocado. Me encanta. También cojo una bolsa de galletas de queso Ritz Bits. Podría acostumbrarme a esto.

Para cuando llego al último bocado del huevo, todos los demás actores de fondo (somos treinta niños en total) han aparecido, y nos llaman a todos a la vez.

Seguimos al director de fotografía calvo mientras nos guía hacia el escenario donde vamos a rodar. En cuanto entramos en el plató, me quedo asombrada. El techo es muy alto y está cubierto de cientos de luces y postes. Hay olor a madera fresca y se escucha el ruido de martillos y taladros. Pasan muchas personas con pantalones cargo por delante de nosotros, algunas con herramientas colgando del cinturón, otras con portapapeles en las manos, otras susurrando con urgencia por los walkie-talkies. Hay algo mágico en todo esto. Parece que están pasando muchas cosas.

Llegamos al plató y el director —un hombre pequeño con el pelo castaño claro lo suficientemente largo como para metérselo por detrás de las orejas— nos hace entrar mientras habla rápida y frenéticamente. Nos mira a mí y a los otros veintinueve críos y nos dice con entusiasmo que todos vamos a interpretar a niños que están atrapados en una cámara de gas y se mueren asfixiados. Asiento, intentando recordar todas y cada una de las palabras para poder transmitírselas a mamá en el viaje de vuelta a casa cuando me pregunte. Morir asfixiados, entendido.

El director nos dice a todos dónde ponernos, y yo estoy cerca de la parte de atrás de la manada de niños hasta que nos pide a los más pequeños que pasemos al frente, así que lo hago. Luego nos señala a cada uno rápidamente, uno tras otro, y nos dice que pongamos nuestra mejor cara de «miedo a morir». Yo soy la novena o la décima a quien señala, y después de hacer la cara, le dice al cámara que está a su lado que me haga un primer plano. No tengo ni idea de lo que significa, pero supongo que es algo bueno, porque el director me guiña un ojo después de decirlo.

—¡Otra vez, ahora más asustada! —me grita el director. Abro un poco los ojos, esperando que eso funcione. Creo que sí, ya que me dice—: ¡Listo, sigamos! —y me da una palmadita en la espalda.

El resto del día consiste en actuar en el plató y realizar los deberes escolares, que debemos hacer en el estudio, así que vamos de un lado a otro. Como mi madre me educa en casa, me ha preparado el trabajo escolar del día y ha reunido todas las hojas de tareas en un pequeño paquete. La niña de doce años que está sentada a mi lado en el aula no deja de darme codazos y decirme que no tenemos que hacer ningún trabajo escolar si no queremos porque somos extras, y a los profesores asignados a los extras no les importa cuántos deberes hagamos porque solo quieren enseñar a los actores principales. Hago lo posible por ignorarla y completar mis deberes sobre las capitales de los estados. Después de media hora de trabajo escolar, uno de los asistentes nos saca del aula para volver a representar la escena. La misma escena. Todo el día, la misma escena.

No tengo ni idea de por qué tenemos que seguir haciendo esta misma escena tantas veces, y supongo que es mejor no hacer preguntas, pero me doy cuenta de que, cada vez que vuelvo al plató, la cámara está en una nueva posición, así que tengo la sensación de que tiene algo que ver con eso. Y, bueno, al menos cada vez que me llevan al plató, puedo ver a mamá.

Cada vez que el asistente nos lleva de vuelta al plató, pasamos por la «sala de espera para los padres de los extras», donde todos los padres están metidos en un pequeño bungalow. Saludo a mamá, que me mira todas las veces. No importa lo absorta que esté en su revista Woman’s World, dobla la esquina de la página, me mira, sonríe y me enseña un pulgar hacia arriba. Estamos muy conectadas.

Al final del día, estoy agotada. Han sido ocho horas y media trabajando en el plató y haciendo los deberes y caminando desde el escenario hasta el aula y recibiendo instrucciones y escuchando simulacros y oliendo humo (había una máquina de niebla en el plató de la cámara de gas para mejorar el ambiente). Ha sido un día muy largo y no lo he disfrutado mucho, pero sí me ha gustado el huevo duro.

—Morir asfixiada —dice mamá con entusiasmo de camino a casa, mientras repite todo lo que le he explicado sobre el día—. Y en PRIMER PLANO. Eso demostrará lo buena que eres. Apuesto a que cuando esto se emita, Academy Kids te rogará que seas una actriz principal. TE LO ROGARÁ.

Mamá niega con la cabeza sin poder creerlo mientras golpea el volante con emoción. Parece tan despreocupada. Intento empaparme de su expresión todo lo que puedo. Ojalá estuviera así más a menudo.

—Vas a ser una estrella, Nettie. Lo sé. Vas a ser una estrella.