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No me siento preparada. Sé que no estoy preparada. El chico que está delante de mí baja de un salto los escalones del escenario de una manera que me confunde. No parece nervioso en absoluto. Es un día cualquiera para él. Toma asiento junto a la docena de niños que ya están sentados porque ya han representado sus monólogos.

Miro la aburrida sala de paredes blancas y sin decoración y las filas de niños sentados en las sillas metálicas apilables. Me pongo a hojear el papel que tengo en las manos, nerviosa. Soy la siguiente. Me puse última en la cola para tener más tiempo para practicar, una decisión de la que ahora me arrepiento porque mis nervios han tenido más tiempo para crecer. Nunca me había sentido así. Tengo el estómago revuelto por los nervios. «Adelante, Jennette», me dice un hombre moreno con cola de caballo y perilla que va a decidir mi destino.

Le hago un gesto con la cabeza y subo al escenario. Dejo la hoja de papel en el suelo para tener más libertad para usar las manos y hacer los grandes gestos que mamá me ha dicho que haga, y entonces empiezo mi monólogo sobre los caramelos de goma.

Al comienzo me tiembla la voz. La oigo muy fuerte en mi cabeza. Trato de silenciarla, pero sigue sonando más fuerte. Sonrío mucho y espero que Perilla no se dé cuenta. Finalmente, llego a la última línea del texto.

—¡… porque los caramelos de goma me hacen reír!

Me río después de la frase, tal y como me dijo mamá: «agudo y cursi, frunciendo un poco la nariz al final». Espero que la risa no resulte tan incómoda como me siento yo cuando sale de mí.

Perilla se aclara la garganta, lo que nunca es una buena señal. Me dice que lo intente una vez más, pero «afloja un poco, hazlo como si estuvieras hablando con una amiga… Ah, y no hagas esos gestos con las manos».

Tengo un conflicto. Los gestos con las manos son exactamente lo que mamá me dijo que hiciera. Si vuelvo a la sala de espera y le digo que no he hecho los gestos con las manos, se sentirá decepcionada. Pero si voy a la sala de espera y le digo que no he conseguido un agente, se sentirá aún más decepcionada.

Vuelvo a hacer el monólogo, evitando hacer gestos con las manos, y me siento ligeramente mejor, pero me doy cuenta de que Perilla no ha conseguido exactamente lo que quería. Le he decepcionado. Me siento fatal.

Cuando termino, Perilla anuncia nueve nombres, incluido el mío, y les dice a los otros cinco niños que pueden irse. Me doy cuenta de que solo una ha entendido que acaba de ser rechazada. Los otros cuatro salen de la sala como si fueran a tomar un helado. Me siento mal por ella, pero bien por mí. Soy una elegida.

Perilla nos dice a todos que a Academy Kids le gustaría representarnos para trabajos de fondo, lo que significa que nos pondremos en el fondo de las escenas de programas y películas. Me doy cuenta de que Perilla está intentando que las malas noticias suenen bien por la alegría excesiva que desprende su rostro.

Cuando nos deja ir a la sala de espera a contárselo a nuestras madres, Perilla dice el nombre de tres niños y les pide que se queden. Me quedo y trato de ser la última en salir de la sala para poder escuchar lo que les pasará a esos tres niños especiales, esos tres «elegidos» como yo, pero mejores. Perilla les dice que han sido seleccionados para ser representados como «actores principales», es decir, actores con diálogos. Lo han hecho tan bien en sus monólogos que no les van a representar como objetos de utilería humanos, sino como auténticos ACTORES oficiales y dignos de diálogos.

Siento que una molestia se está gestando en mi interior. Celos mezclados con rechazo y autocompasión. ¿Por qué no soy lo suficientemente buena para tener un papel en el que pueda hablar?

Salgo a la sala de espera y corro hacia mi madre, que está haciendo cuentas por cuarta vez esta semana. Le digo que me han elegido como actriz de fondo, y parece realmente contenta. Sé que esto se debe a que no sabe que podrían haberme elegido para un nivel superior. Me preocupa que se entere.

Mamá empieza a rellenar el papeleo del contrato de representación. Me señala la línea de puntos en la que se supone que debo firmar. Está al lado de otra línea de puntos en la que ella ya ha firmado; ella también tiene que firmar porque es mi tutora.

—¿Qué vamos a firmar?

—El contrato solo dice que el agente se lleva el veinte por ciento y nosotras, el ochenta por ciento. El quince por ciento de ese ochenta por ciento irá a una cuenta Coogan, a la que podrás acceder cuando cumplas los dieciocho años. Ese es todo el dinero que la mayoría de los padres dejan a sus hijos. Pero tú tienes suerte. Mamá no se llevará nada de tu dinero, salvo mi sueldo y lo esencial.

—¿Qué es lo esencial?

—¿Y ahora por qué me sometes a este interrogatorio? ¿No confías en mí?

Me apresuro a firmar.

Perilla sale a dar su opinión a cada uno de los padres. Primero se dirige a mamá y le dice que tengo potencial para hacer papeles principales.

—¿Potencial? —pregunta mamá con desaprobación.

—Sí, sobre todo porque solo tiene seis años, así que está empezando a una edad muy temprana.

—Pero ¿por qué hablamos de potencial? ¿Por qué no puede tener un papel principal ahora?

—Bueno, cuando recitó su monólogo, me di cuenta de que estaba muy nerviosa. Parece bastante tímida.

—Es tímida, pero lo está superando. Lo superará.

Perilla se rasca el brazo donde tiene tatuado un árbol. Respira hondo, como si se preparara para decir algo que le pone nervioso.

—Es importante que Jennette quiera actuar para que le vaya bien —dice.

—Oh, es su mayor deseo —dice mamá mientras firma en la línea de puntos de la siguiente página.

Este es el mayor deseo de mamá, no el mío. El día ha sido muy estresante y para nada divertido y, si me dieran a elegir, no volvería a hacer nunca nada parecido. Pero, por otra parte, quiero lo que mamá quiere, así que, en cierto modo tiene razón.

Perilla me sonríe de una manera que me gustaría entender. No me gusta cuando los adultos hacen caras o sonidos que no entiendo. Es frustrante. Me hace sentir que me pierdo algo.

—Buena suerte —me dice con cierta gravedad, y se aleja.