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—Una fila más de clips y habremos terminado —dice mamá, refiriéndose a las pinzas en forma de mariposa que está sujetando cuidadosamente en mi cabeza.

Detesto este peinado, los mechones de pelo apretados y sujetos con dolorosas pinzas que me lastiman el cuero cabelludo. Preferiría llevar una gorra de béisbol, pero a mamá le encanta este peinado y dice que me hace estar guapa, así que dejo que me ponga los clips de mariposa.

—Está bien, mamá —digo, sentada sobre la tapa del inodoro mientras muevo las piernas de un lado a otro. El balanceo de las piernas queda muy bien.

El teléfono de la casa empieza a sonar.

—¡Rayos!

Mamá abre la puerta del baño y se asoma lo más que puede para coger el teléfono que está colgado en la pared de la cocina. Todo esto lo hace sin soltarme el mechón de pelo con el que está trabajando, así que todo mi cuerpo se inclina en dirección a mamá.

—Hola —dice al contestar al teléfono—. Ajá. Ajá. ¿QUÉ? ¿A las nueve de la noche? ¿Eso es lo más temprano? Muy bien, supongo que los niños tendrán que pasar OTRA NOCHE sin su PAPÁ. Es culpa tuya, Mark. Es culpa tuya.

Cuelga el teléfono de golpe.

—Era tu padre.

—Me lo imaginaba.

—Net, de verdad, a veces ese hombre… —Respira profunda y ansiosamente.

—¿A veces qué?

—Bueno, podría haberme casado con un médico, un abogado o un…

—Jefe indio —termino por ella, ya que conozco muy bien esta frase suya.

Una vez le pregunté con qué jefe indio había salido, y me dijo que no lo decía literalmente, que era solo una forma de hablar, una manera de decir que en su momento podría haber tenido a quien hubiera querido, antes de tener hijos, que la ha hecho menos atractiva. Le dije que lo sentía, y me dijo que no pasaba nada, que prefería tenerme a mí y no a un hombre. Luego me dijo que yo era su mejor amiga y me dio un beso en la frente y, como si se hubiera acordado después, me dijo que en realidad había salido algunas veces con un médico: «Alto y pelirrojo, muy estable económicamente».

Mamá sigue peinándome.

—Con productores también. Productores de cine, de música. Quincy Jones una vez se volvió a mirarme cuando se cruzó conmigo en una esquina. A decir verdad, Net, no solo podría haberme casado con cualquiera de esos hombres, sino que debería haberlo hecho. Yo estaba destinada a tener una buena vida. A la fama y la fortuna. Sabes lo mucho que deseaba ser actriz.

—Pero los abuelos no te habrían dejado —digo.

—Es verdad, los abuelos no me habrían dejado.

Me pregunto por qué los abuelos no la habrían dejado, pero no digo nada. Sé que no debo hacer cierto tipo de preguntas, las que requieren respuestas que profundizan demasiado en los detalles. En lugar de eso, dejo que mamá comparta la información que quiera compartir, mientras yo escucho atentamente y trato de asimilarla justo como ella quiere.

—¡Ay!

—Perdona, ¿te he pillado la oreja?

—Sí, no pasa nada.

—Es difícil de ver desde este ángulo.

Mamá empieza a frotarme la oreja. Me tranquiliza inmediatamente.

—Lo sé.

—Quiero darte la vida que nunca tuve, Net. Quiero darte la vida que me merecía. La vida que mis padres no me dejaron tener.

—Vale. —Estoy nerviosa por lo que viene a continuación.

—Creo que deberías actuar. Creo que serías una gran actriz. Rubia. De ojos azules. Eres como les gusta en esa ciudad.

—¿En qué ciudad?

—Hollywood.

—¿No está muy lejos?

—A una hora y media. Por supuesto, hay que ir por la autopista. Tendría que aprender a conducir por autopista. Pero es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer por ti, Net. Porque yo no soy como mis padres. Quiero lo mejor para ti. Siempre. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí.

Mamá hace una pausa como cuando está a punto de decir algo que cree que forma parte de un gran momento. Se inclina para mirarme a los ojos, todavía con el mechón de pelo en la mano.

—Entonces, ¿qué dices? ¿Quieres actuar? ¿Quieres ser la pequeña actriz de mamá?

Solo hay una respuesta correcta.