Es curioso que nos empeñemos en darles grandes noticias a los seres queridos que están en coma, como si el coma fuera algo que te ocurre porque te falta algo que te ilusione en la vida.
Mamá está en la UCI del hospital. El médico nos ha dicho que le quedan cuarenta y ocho horas de vida. La abuela, el abuelo y papá están en la sala de espera llamando a sus familiares y comiendo bocadillos de la máquina expendedora. La abuela dice que las galletas de mantequilla de cacahuete calman su ansiedad.
Estoy de pie, rodeando el pequeño cuerpo comatoso de mamá con mis tres hermanos mayores: Marcus (el sensato), Dustin (el listo) y Scott (el sensible). Le limpio las comisuras de los ojos cerrados con un trapo y entonces empieza todo.
—Mami —el sensato se inclina y susurra al oído de mamá—, voy a volver a California.
Todos estamos expectantes, ilusionados por ver si mamá se despierta de repente.
Nada. Entonces el listo da un paso adelante.
—Mamá. Eh, mamá, Kate y yo nos vamos a casar.
De nuevo, todos miramos esperanzados. Pero nada.
El sensible se acerca.
—Mamá…
No puedo oír lo que dice el sensible para intentar que mamá despierte porque estoy demasiado ocupada pensando en lo que diré cuando llegue mi turno.
Y ahora me toca a mí. Espero a que todos los demás bajen a buscar algo de comer para quedarme a solas con ella. Acerco la silla chirriante a su cama y me siento. Sonrío. Estoy a punto de sacar la artillería pesada. Olvida las bodas, olvida la mudanza. Tengo algo más importante que ofrecer. Algo que seguro que a mamá le importa más que nada.
—Mami, ahora mismo estoy… muy delgada. Por fin he bajado a cuarenta kilos.
Estoy en la UCI con mi madre moribunda y lo que estoy segura que conseguirá que se despierte es el hecho de que en los días transcurridos desde que fue hospitalizada, mi miedo y mi tristeza se han convertido en el cóctel perfecto para provocarme anorexia y, finalmente, he alcanzado el peso que mamá tenía como objetivo para mí. Cuarenta kilos. Estoy tan segura de que esto funcionará que me reclino completamente en la silla y cruzo las piernas de forma pomposa. Espero a que vuelva en sí. Y espero. Y espero.
Pero no lo hace. Nunca vuelve en sí. No le encuentro sentido. Si mi peso no es suficiente para que mamá se despierte, nada lo será. Y si nada puede despertarla, significa que se va a morir de verdad. Y si realmente se va a morir, ¿qué se supone que debo hacer conmigo misma? El propósito de mi vida siempre ha sido hacerla feliz, ser quien ella quiere que sea. Así que, sin mamá, ¿quién se supone que debo ser ahora?