—¡Papá! —grito en cuanto entra por la puerta. Corro hasta chocar la cabeza contra su vientre, como siempre hago cada vez que llega a casa del trabajo. Huele a franela, madera de pino recién cortada y una pizca de pintura fresca, su olor característico.
—Hola, Net —dice, con más suavidad de la que esperaba. Siempre cruzo los dedos para que se ría, o para que me revuelva el pelo, o para que me abrace, pero nunca lo hace, o al menos no todavía. Sigo esperando.
—¿Cómo ha ido el trabajo?
—Bien.
Estoy desesperada por tener algo más de qué hablar con él. Algún tipo de conexión. Con mamá no me cuesta. ¿Por qué todo parece tan difícil con él?
—¿Te has divertido? —pregunto mientras caminamos desde la entrada hasta la sala de estar.
No responde. Una mirada de preocupación aparece en su rostro después de fijar la vista en algo. Giro la cabeza para ver de qué se trata.
Mamá. Y por su lenguaje corporal y su expresión facial —postura erguida, barbilla levantada, dientes apretados, ojos bien abiertos— me doy cuenta inmediatamente de que no está molesta, no está enfadada, está furiosa. Está a punto de estallar. Ay, no. Tiene que haber algo que pueda hacer.
—Mark —dice, chasqueando los labios para enfatizar el enfado.
Es ahora o nunca, tengo que intervenir.
—¡Te quiero, mamá! —grito. Corro hacia ella. La abrazo.
Yo me encargo, puedo mantenerla calmada. Pero antes de que pueda pensar en qué decir a continuación…
—Mark Eugene McCurdy —dice mamá, levantando la voz.
Ay, no. Cuando dice «Eugene», sé que todo está a punto de estallar.
—He tenido que quedarme hasta tarde porque estaba ayudando a un cliente, no podía irme —intenta explicar papá. Parece asustado.
—Tres horas de retraso, Mark…
Miro a Dustin y Scottie en busca de ayuda. Están jugando a GoldenEye 007 para Nintendo 64. Si hay un momento en el que son inaccesibles, es cuando están jugando a GoldenEye 007 para Nintendo 64. Los abuelos están en el trabajo. Estoy sola en esto.
—Mami, ¿por qué no vemos a Jay Leno? ¿Quieres ver a Jay Leno? Lo dan esta noche.
—Silencio, Net.
Me ha dejado fuera. Mi madre ha hablado. Me ha silenciado. Pensé que mencionar a Jay funcionaría. La verdad es que soy más fan de Conan, pero ver a Jay es muy importante en nuestra casa. (Cuando comenté esto en la iglesia, la hermana Huffmire dijo que Jay es un poco atrevido y que no debería irme a la cama a las once y media de la noche, pero mamá me dijo que la hermana Huffmire es una criticona, así que puedo ignorar lo que diga).
Observo a mamá con atención. Tiene el pecho agitado. La intensidad aumenta. Las orejas se le ponen rojas. Se abalanza sobre papá. Papá retrocede unos pasos, lo que hace que mamá se caiga de las rodillas. Empieza a gritar: «¡Abuso! ¡Abuso!». Papá la agarra por las muñecas para intentar calmarla. Mamá le escupe la cara. Alguien gana la partida de 007. Un puño de celebración se eleva por el aire.
—Deb, llegué un par de horas tarde, ¡no es para tanto! —Papá intenta hacerse oír por encima de los gritos.
—¡No me maltrates! ¡NO ME DESAUTORICES! —Mamá se libera del agarre y comienza a abofetearlo.
—¡Vamos, mamá! ¡Tú puedes! —La animo como siempre hago en cuanto se me pasa el miedo.
—Deb, esto no tiene sentido. Necesitas ayuda —suplica papá. Oh, no. ¿No sabe que esa frase es un detonante para ella? Cada vez que él o el abuelo han discutido con mamá y han dicho «necesitas ayuda», se pone peor.
—¡NO NECESITO AYUDA, TÚ NECESITAS AYUDA! —grita mamá. Se va corriendo a la cocina. Papá empieza a quitarse los zapatos, pensando inocentemente que tal vez se haya acabado, que tal vez el humor de mamá haya cambiado y haya vuelto a la normalidad. ¿Cómo puede no saberlo? ¿Cómo puede no saberlo nunca?
Uno, dos, tres, cuento en mi mente. Faltan menos de diez segundos para que vuelva. Cuatro, cinco, seis, siete. Vuelve con un cuchillo de cocina, el grande que usa el abuelo para cortar las verduras.
—¡Fuera de mi casa! —grita—. ¡FUERA!
—Deb, por favor, no puedes seguir haciendo esto…
La última vez que mamá obligó a papá a dormir en el coche fue hace unos meses. Ha sido un plazo más largo de lo habitual: normalmente le echa una vez a la semana. Y con razón. Mamá dice que no ayuda lo suficiente a la familia, que siempre llega tarde del trabajo, que seguramente la engaña, que no se interesa por sus hijos, que es un padre ausente, etcétera. Haber aguantado tanto tiempo sin que lo eche es un milagro. Debería estar agradecido.
—¡FUERA, MARK!
—Guarda el cuchillo, Deb. No es seguro. Es un peligro para tus hijos.
—NO LO ES. NUNCA HARÍA DAÑO A MIS BEBÉS. NUNCA HARÍA DAÑO A MIS BEBÉS, ¡Y CÓMO TE ATREVES A ACUSARME DE ESO!
Las lágrimas corren por las mejillas de mamá. Tiene los ojos muy abiertos, temblorosos y aterradores.
—¡FUERA!
Vuelve a arremeter contra él. Él retrocede.
—Vale, vale. Me voy. Me voy.
Se vuelve a poner los zapatos y se apresura a salir. Mamá vuelve a entrar en la cocina y guarda el cuchillo en un cajón. Cae de rodillas y empieza a sollozar con un gemido de dolor. Me agacho junto a ella y la abrazo. Alguien gana la siguiente partida de 007.