Capítulo 1

Su hija de dieciocho años había desaparecido hacía una semana y la policía no tenía ningún indicio.

El 13 de febrero de 1917, Ruth, la hija de Henry Cruger, había ido a afilar sus patines y nunca regresó. A pesar de que las altas esferas les garantían que el caso era prioritario, la policía se había quedado sin pistas inmediatamente. Y por si eso no conllevara suficiente dolor, los periódicos estaban ávidos de sangre. ¿Una chica de una familia prominente y adinerada había desaparecido? Los medios de comunicación no podían parar.

Su mujer se lamentaba todas las noches. No es que él pudiera dormir tranquilamente. Pero Henry Cruger no era el tipo de hombre que se rinde. Era rico. Era poderoso. Y sabía que encontraría a su pequeña. Porque acababa de contratar al mejor detective que existía.

Este hombre no era un oficial de policía. El trabajo de este hombre había salvado recientemente a alguien de una sentencia de muerte. Este hombre era un maestro del disfraz. Era un exfiscal de distrito de los Estados Unidos. Y había hecho todo esto mientras se enfrentaba a la oposición y a los desafíos a los que ningún hombre en 1917 se enfrentó. Porque a principios del siglo xx, el mayor detective de los Estados Unidos no era ningún hombre.

Su nombre era Grace Humiston. Y no pasaría mucho tiempo antes de que los periódicos de Nueva York se refirieran a ella como «La Sra. Sherlock Holmes». Las comparaciones con ese personaje de ficción eran absolutamente acertadas, porque su vida parecía sacada de una novela policíaca. Grace solo vestía de negro. Aceptaba todos los casos sin cobrar. Como las facultades de Derecho de Harvard y Columbia aún no aceptaban mujeres, ella fue a la Universidad de Nueva York. Cuando se colegió en 1905, solo había mil abogadas en Estados Unidos.

Grace fundó su propio bufete, que representaba a los inmigrantes pobres, ayudándolos a luchar contra los jefes y los dueños de los tugurios que los explotaban. Recibía amenazas de muerte con la misma frecuencia con la que se recibe correo basura. Cuando los inmigrantes desesperados por trabajar empezaron a desaparecer en el Sur profundo, se infiltró allí y sacó a la luz una conspiración esclavista que condujo a un escándalo nacional. A los veintisiete años se convirtió en la primera mujer fiscal del distrito de Estados Unidos. No está mal para alguien que, siendo mujer, ni siquiera podía votar.

Pero con la investigación de Ruth Cruger, Grace tendría mucho trabajo. No solo el caso se había olvidado, sino también la historia. Los periódicos habían agotado sus escandalosas especulaciones y se habían centrado en la Primera Guerra Mundial, que hacía estragos en Europa. No tenía ninguna ayuda. Pero incluso Sherlock necesita un Watson.

Fue mientras trabajaba para el Departamento de Justicia cuando Grace conoció a «Kronnie». Julius J. Kron tenía fama de ser demasiado agresivo —y quizá demasiado honesto— para un trabajo gubernamental. Eso le venía muy bien a Grace. Había sido inspector de Pinkerton, tenía una profunda cicatriz en la cara, y nunca salía sin su revólver. Kronnie era bastante bueno asegurándose de que las amenazas de muerte que Grace recibía con frecuencia se quedaran en eso: meras amenazas. En cuanto al caso Cruger, Kronnie era padre de tres niñas. No necesitó que lo convencieran. Se pusieron a trabajar.

Los dos revisaron todos los hospitales y morgues de la ciudad, pero no encontraron nada. Lo único que se parecía remotamente a un sospechoso era Alfredo Cocchi. Era el dueño de la tienda donde Ruth había ido a afilar sus patines el día que desapareció. La policía lo interrogó, pero no descubrió nada. Lo habían eliminado de la lista de sospechosos. Dos veces, de hecho. Como inmigrante italiano reciente, Cocchi temía que una turba viniera a por él y lo obligaran a volver a su país de origen. No quedaba mucho por hacer. Pasaron cinco semanas sin siquiera una nueva pista.

Pero Grace no se rendía. Estaba convencida de que la policía había pasado algo por alto. Ella y Kronnie se separaron para rehacer toda la investigación. Kronnie hizo gala de sus habilidades de «persuasión» para averiguar más cosas sobre Cocchi, mientras que Grace revisó todas las pruebas que había sobre el caso hasta conocerlo al más mínimo detalle. Hablando con los lugareños, Kronnie descubrió que había más cosas sobre Cocchi de las que la policía había descubierto. Su tienda había sido un lugar de encuentro para apuestas y delincuentes. Y a Cocchi le gustaban las chicas. Mucho. Se las llevaba al sótano para beber después de las horas de trabajo. Se rumoreaba que organizaba «encuentros» entre mujeres jóvenes y sus clientes. Y había habido agresiones. Nadie dijo nada a la policía porque no querían mancillar la reputación de sus hijas.

Mientras tanto, Grace revisó los expedientes policiales y descubrió algo que nunca había aparecido en los periódicos: cuando Cocchi habló por primera vez con la policía, tenía arañazos profundos en la cara y en las manos. Eso fue la gota que colmó el vaso. Nunca había visto a Cocchi, pero Grace supo que era él. Tendría que entrar en ese sótano para demostrarlo.

Pero la Sra. Cocchi no lo aceptaba. Se había resistido a que se registrara la tienda desde que su marido huyó. Incluso amenazó a Kronnie con un martillo. Como la policía ya había registrado la tienda, no había forma de que Grace consiguiera una orden judicial, así que en su lugar consiguió las escrituras. A través de un intermediario, compró la tienda de la señora Cocchi. Y no había forma de impedir que la nueva propietaria revisara su propia bodega.

Grace, Kronnie y algunos trabajadores bajaron por los fríos y oscuros escalones. Para ser un taller, estaba inquietantemente vacío. Había una única pieza de mobiliario: el banco de trabajo de Cocchi. Los trabajadores lo apartaron. Debajo, las tablas del suelo habían sido arrancadas.

Incrustada en el hormigón había una puerta. Kronnie la abrió y miró hacia la oscuridad. Era como mirar dentro de un pozo de tinta. No había forma de ver lo que había allí abajo. No dudó ni un momento. Kronnie saltó a la oscuridad y aterrizó sobre… algo.

Un cuerpo. Uno tan descompuesto que era imposible de identificar. Los miembros atados. La cabeza hundida. Y entonces Grace los vio… un par de patines de hielo. Con sangre seca.

Ruth Cruger. Grace ni siquiera conoció a Cocchi, pero sabía que era él y lo demostró. Debió de usar una deducción al estilo de Sherlock Holmes, ¿verdad?

No es así. Según Brad Ricca, autor de La Sra. Sherlock Holmes, Grace se rio de la afirmación y respondió: «No, nunca he leído a Sherlock Holmes. De hecho, no creo en la deducción. El sentido común y la persistencia siempre resolverán un misterio. Nunca hacen falta melodramas, ni Dres. Watson, si te ciñes a un caso».

Así que la persona real más parecida a Sherlock Holmes no necesitó la habilidad de leer a las personas para resolver su caso más difícil. Ni siquiera llegó a ver al autor del crimen. ¿Acaso la capacidad de evaluar con precisión a las personas solo existe en la ficción?

No, pero antes de aprender a hacerlo bien, tenemos que descubrir el secreto de por qué lo hemos estado haciendo mal…

* * *

¿Quién tiene que analizar la personalidad de las personas con muy poca información cuando es muchísimo lo que está en juego? ¿Cuál es el modelo que hay que seguir para cambiar el comportamiento de las personas cuando no se cuenta con su cooperación y hay vidas en juego?

Yo diría que es necesario analizar a los asesinos en serie para crear un perfil. No se ha invertido nada de tiempo, energía o dinero en la creación de este sistema de análisis de la personalidad. La Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI ha estado trabajando en este tema desde su creación en 1972. Parece un buen punto de partida para aprender a juzgar un libro por su portada, ¿verdad? Solo hay un pequeño problema…

La elaboración de perfiles no funciona. Es una pseudociencia.

Probablemente tú mismo harías un trabajo igual de bueno, sin necesidad de ninguna formación. En 2002, el trabajo de tres investigadores, Kocsis, Hayes e Irwin, demostró que los estudiantes universitarios de Química elaboraban perfiles más válidos que los investigadores de homicidios con formación. ¡Ay! Un estudio de 2003 dio a un grupo de policías un perfil real hecho por profesionales, y a otro grupo un perfil falso de un delincuente ficticio. No, no fueron capaces de notar la diferencia. Y un metaanálisis de 2007 (una recopilación de todas las investigaciones hechas sobre un tema para poder obtener una visión global) concluyó que: «Los perfiladores no superan decisivamente a otros grupos a la hora de predecir las características de un delincuente desconocido».

El gobierno del Reino Unido analizó 184 delitos en los que se utilizó el procedimiento y determinó que el perfil era útil solo en el 2,7 % de las ocasiones. Tal vez te preguntes por qué un autor estadounidense cita estadísticas británicas. Pues porque el FBI se niega a proporcionar este tipo de datos. ¿Con qué frecuencia les funciona la elaboración de perfiles? No lo dicen.

A pesar de todo, la gente cree que la elaboración de perfiles es útil. De hecho, el 86 % de los psicólogos encuestados que intervienen en casos judiciales lo hacen. Vosotros seguramente pensabais que era útil hasta hace cinco minutos.

¿Cómo es posible que un sistema en el que se confía a tan alto nivel para algo tan grave como un asesinato sea casi inútil? ¿Cómo nos han engañado a todos? Resulta que no es una sorpresa tan grande como se podría pensar. Mucha gente se deja engañar por la astrología y los falsos psíquicos, ¿verdad?

Lo sé, probablemente estés pensando: «Eso es totalmente diferente». En realidad, no. Es lo mismo, exactamente lo mismo.

En psicología, esto se conoce como «el efecto Forer», o por su nombre más revelador, «el efecto Barnum». Sí, en honor a P. T. Barnum, el infame charlatán. En 1948, Bertram Forer, un profesor universitario, hizo un test de personalidad escrito a sus alumnos. Una semana más tarde, le dio a cada uno de ellos un perfil personalizado que describía su personalidad única basándose en los resultados. Forer les pidió que calificaran el perfil entre 0 y 5, siendo 5 el más preciso. La media de la clase fue de 4,3, y solo un estudiante le dio menos de un 4. Y entonces Forer les dijo la verdad… todos habían recibido exactamente el mismo perfil. Sin embargo, cada uno de ellos había mirado el expediente y había dicho: «Sí, eso es exclusivamente cierto para mí». ¿Sabes de dónde sacó Forer el perfil? De un libro de astrología.

Y el efecto Barnum se ha visto una y otra vez en distintos estudios. Es un error común que comete nuestro cerebro. El prestigioso psicólogo de Cornell, Thomas Gilovich, lo define así: «El efecto Barnum se refiere a la tendencia de las personas a aceptar como asombrosamente descriptiva de sí mismas la misma evaluación redactada de forma general, siempre que crean que ha sido escrita específicamente para ellas sobre la base de algún instrumento de «diagnóstico», como un horóscopo o un inventario de personalidad».

La cuestión clave aquí es lo que los estadísticos llaman «tasas base». En pocas palabras, las tasas base indican lo común que es algo en promedio. La tasa base de «haber hecho una llamada telefónica» es absurdamente alta. La tasa base de haber completado una caminata espacial para la NASA es extremadamente baja. Por lo tanto, saber que alguien ha hecho una llamada telefónica no es muy útil para reducir un grupo de personas, mientras que saber que alguien ha completado una caminata espacial podría permitirte evaluar a toda la población del planeta y reducirla a solo unas pocas personas.

Los perfiles policiales aprovechan (involuntariamente) afirmaciones con tasas base elevadas, al igual que el experimento de Forer. Si la mayoría de la gente quiere caer bien, decirle a alguien que quiere caer bien tiene una alta probabilidad de ser correcto, pero no es muy perspicaz. ¿Quieres hacer un perfil criminal que parezca legítimo? Toma algunos datos con tasas base elevadas (el 75 % de los asesinos en serie de Estados Unidos son caucásicos y el 90 % son hombres). Luego añade algunas cosas no verificables en las que no puedes equivocarte. («Tiene fantasías sexuales anormales, pero puede ser reacio a admitirlo»). Por último, añade algunas conjeturas al azar. («Todavía vive con su madre y siempre se viste de manera informal»). Si te equivocas en esas conjeturas, se pasarán por alto, pero si tienes suerte, parecerás un genio. Y un estudio de 2003 descubrió exactamente eso. Los investigadores crearon un perfil consistente en afirmaciones vagas para aprovechar deliberadamente el efecto Barnum. Los agentes de policía lo consideraron tan preciso como un perfil real.

Forer engañó a sus alumnos, y resulta que la elaboración de perfiles criminales nos ha engañado a todos. Cuando nos atribuyen alguna cualidad vaga con una tasa base elevada, eso transmite una historia interesante, y queremos que sea verdad. De hecho, buscamos pruebas para demostrar que es verdad. Y tenemos una tendencia profundamente sesgada hacia el recuerdo de las cosas que confirman nuestras creencias y hacia el olvido de las que no lo hacen.

La gente recurre a las bolas de cristal y a las cartas del tarot no en busca de respuestas concretas, sino de una historia que les dé una sensación de control sobre sus vidas. Los falsos psíquicos y los magos de escenario utilizan un sistema llamado «lectura en frío» que aprovecha el efecto Barnum y las tasas base para hacer creer que pueden leer la mente y predecir el futuro. Y nuestras mentes conspiran para que las historias que nos cuentan nos parezcan ciertas. El mentalista Stanley Jaks lo demostró leyendo la buenaventura de la gente y diciéndoles lo contrario de lo que les hubiera dicho una lectura de manos normal. ¿El resultado? No importaba. La gente se lo creyó igualmente.

Como explicaba Malcolm Gladwell en un artículo del New Yorker de 2007, eso es básicamente lo que es la elaboración de perfiles: una lectura en frío no intencionada. Laurence Alison, uno de los principales investigadores sobre la ineficacia de los perfiles, cita incluso un estudio sobre lecturas de parapsicólogos y las compara con la elaboración de perfiles: «Una vez que el cliente se compromete activamente a intentar dar sentido a la serie de afirmaciones, a veces contradictorias, que recibe del parapsicólogo, se convierte en un solucionador de problemas creativo que intenta encontrar coherencia y significado en el conjunto de dichas afirmaciones». No evaluamos objetivamente lo que oímos, sino que participamos activamente en el intento de hacer encajar las piezas del puzle. Racionalizamos. Explicamos. Aceptamos algo impreciso como «algo lo suficientemente cercano».

Tal vez pienses que cualquiera que crea en las cartas del tarot o en las bolas de cristal tiene un cociente intelectual de jugador de hockey, pero todos estamos afectados por este sesgo de un modo u otro. Hay una razón fundamental por la que los astrólogos superan en número a los astrónomos. Como explica Gilovich, los humanos son propensos a encontrar significado donde no lo hay. Emocionalmente, queremos tener una sensación de control sobre el mundo que nos rodea. Necesitamos desesperadamente que la realidad, al menos, parezca tener sentido. Y para ello nos hace falta una historia, aunque no sea cierta: «Oh, mi relación terminó porque Mercurio está retrógrado».

El verdadero reto al analizar a las personas a menudo no está en ellas, sino en nosotros. Sí, descifrar el comportamiento de los demás es difícil, pero el problema oculto, del que rara vez nos damos cuenta y nunca nos ocupamos, es que nuestro propio cerebro suele trabajar en nuestra contra. Creemos que el secreto para interpretar a la gente es conocer algún indicador mágico en el lenguaje corporal o en la detección de mentiras. Pero lo principal con lo que tenemos que luchar es con nuestros propios sesgos cognitivos. Eso es lo que realmente tenemos que superar…