Se retorció en su estrecho asiento de clase turista, con los ojos cerrados contra el resplandor del ordenador portátil del pasajero que tenía al lado, mientras millones de cajas atravesaban el país como una niebla, once mil metros por debajo de él.
La conferencia de arquitectura de tres días que Ben tuvo en San Francisco había concluido a primera hora de la tarde, y había tomado un vuelo de vuelta a Nueva York antes de que cualquier señal de las cajas hubiera llegado a la bahía. Su avión partió justo antes de que fuese medianoche en el oeste y aterrizó justo después del amanecer en el este, ninguno de los pasajeros, ni de la tripulación, sabía lo que había ocurrido durante esas horas de oscuridad que hubo entre medias.
Pero cuando la señal del cinturón de seguridad se apagó, y los teléfonos móviles de todos los viajeros se encendieron a la vez, se enteraron al instante.
En el aeropuerto, se formó una multitud alrededor de los televisores gigantes, cada uno de los cuales ofrecía un enfoque distinto.
aparecen cajas misteriosas por todo el mundo.
¿de dónde vienen?
las cajas pretenden predecir el futuro.
¿qué significa de verdad su cuerda?
Todos los próximos vuelos se retrasaron.
Un padre que estaba cerca de Ben intentaba calmar a sus tres hijos mientras discutían por teléfono.
—¡Acabamos de llegar! —decía—. ¿Qué debemos hacer? ¿Volver?
Una mujer de negocios que miraba su iPad se dedicó a informar a sus compañeros pasajeros de las últimas noticias en línea.
—Al parecer, solo han ido a por los adultos —anunció en voz alta, a nadie en particular—. Hasta ahora, ningún niño las ha recibido.
Pero la mayoría de la gente gritaba la misma pregunta a través de sus teléfonos:
—¿Yo también he recibido una?
Ben seguía entrecerrando los ojos ante las pantallas de neón de arriba, con los ojos secos y doloridos por un sueño intranquilo. Para Ben, volar siempre era como burlar el tiempo, las horas en un avión estaban fuera de la línea de continuidad normal de la vida de abajo. Pero nunca antes había salido con tanta claridad de un mundo para volver a otro.
Mientras empezaba a caminar deprisa hacia el AirTrain para llegar al metro, Ben llamó a su novia, Claire, pero no contestó. Entonces, llamó a sus padres a casa.
—Estamos bien, estamos bien —le aseguró su madre—. No te preocupes por nosotros, solo vuelve sano y salvo.
—Pero… ¿las habéis recibido? —preguntó Ben.
—Sí —susurró su madre, como si alguien pudiera estar escuchando—. Tu padre las ha puesto en el armario del pasillo por ahora. —Hizo una pausa—. Todavía no las hemos abierto.
El metro hacia la ciudad estaba muy vacío, sobre todo para ser la hora punta de la mañana. Ben era uno de los cinco que iban en el vagón, con su equipaje de mano metido entre las piernas. ¿Nadie iba a trabajar ese día?
Se dio cuenta de que debía ser una medida de seguridad. Cuando algo catastrófico podía afectar a la ciudad, los neoyorquinos, nerviosos, evitaban el metro. Había pocos lugares que pudieran parecer peores para quedarse atrapado que un pequeño vagón de tren sin aire y bajo tierra.
Los demás viajeros estaban tranquilos, en vilo, sentados lejos unos de otros entre sí y absortos en sus teléfonos móviles.
—No son más que cajitas —dijo un hombre encorvado en una esquina. A Ben le pareció que iba colocado de algo—. ¡La gente no tiene que ponerse como loca!
La persona más cercana al hombre se apartó.
Entonces el hombre empezó a cantar delirando, dirigiendo una orquesta invisible con las manos.
Little boxes, little boxes, little boxes made of ticky tacky…
Fue entonces, al escuchar la voz áspera del hombre, la espeluznante melodía, cuando Ben empezó a preocuparse de verdad.
De repente, angustiado, se apresuró a bajar en la siguiente parada, Grand Central Station, y subió corriendo las escaleras, agradecido de estar de nuevo a nivel de calle entre la comodidad de la multitud. La terminal estaba mucho más concurrida que el metro, con docenas de personas subiendo a los trenes hacia las afueras. ¿Adónde van todos?, se preguntó Ben. ¿De verdad creían que la respuesta a esas misteriosas cajas estaba fuera de la ciudad?
Tal vez solo corrían para llegar hasta sus familiares.
Ben se detuvo junto a la entrada de una vía vacía, tratando de ordenar sus pensamientos. Alrededor de una cuarta parte de la gente que lo rodeaba llevaba cajas marrones bajo el brazo, y se dio cuenta de que aún más podrían estar escondidas en mochilas y bolsos. Se sintió sorprendentemente aliviado de no haber estado en casa cuando llegó, roncando en la cama sin darse cuenta, separado de la caja invasora solo por una pared superficial. De alguna manera, le parecía que la violación era menos grave si no estaba en casa.
En un día normal en la estación habría un montón de turistas pululando escuchando audioguías y mirando el famoso techo estrellado. Pero hoy nadie se paró y nadie miró hacia arriba.
La madre de Ben se las había mostrado una vez cuando era un niño, las constelaciones doradas y descoloridas de arriba, explicándole a la vez cada zodiaco. ¿También fue ella la que le dijo que las estrellas estaban pintadas al revés a propósito? Que estaba pensado para ser visto desde la perspectiva de la divinidad, más que de la humanidad. Ben siempre pensó que era una justificación que se inventó después, una bonita historia para encubrir el error de alguien.
—La medida de tu vida está en el interior —enunciaba un hombre a través de sus auriculares, claramente frustrado—. ¡Nadie sabe lo que significa! ¿Cómo diablos voy a saberlo?
La medida de tu vida está en el interior. Ben ya había recogido suficiente información, gracias a los desconocidos del aeropuerto y a su móvil en el metro, para reconocer que esa era la inscripción de las cajas. El misterio apenas tenía unas horas, pero algunos ya interpretaban que el mensaje significaba que la cuerda dentro de la caja predecía el tiempo que duraría su vida.
Pero ¿cómo es posible que eso sea así?, pensó Ben. Eso significaría que el mundo había cambiado, como si el cielo estuviera sobre él, y los humanos ahora vieran las cosas desde la perspectiva de Dios.
Ben se apoyó en la pared fría que tenía detrás, un poco mareado. Fue entonces cuando recordó el episodio de turbulencias en mitad del vuelo que lo había despertado, el avión se sacudió hacia arriba y hacia abajo, estuvo a punto de derramar la bebida de su compañero de asiento. Como si algo hubiera hecho temblar la atmósfera por un instante.
Más tarde, Ben se daría cuenta de que las cajas no habían aparecido todas a la vez, que llegaron durante la noche, cada vez que la noche caía en un lugar concreto. Pero allí, de pie en Grand Central, donde los detalles de la noche anterior seguían borrosos, Ben no pudo evitar preguntarse si ese cambio en el aire marcó el momento en que las cajas habían llegado abajo.