NINA

Nina no quería abrir la caja.

Leía las noticias a diario, como siempre había hecho. Observó con detalle a través de Twitter en busca de actualizaciones. Se dijo a sí misma que era el trabajo de siempre. Pero no estaba buscando historias.

Buscaba respuestas.

En Internet, las teorías que intentaban explicar el inexplicable origen de las cajas iban desde un mensajero de Dios hasta una agencia clandestina del gobierno o una invasión alienígena. Los más escépticos recurrieron a lo espiritual o a lo sobrenatural para justificar la repentina llegada de esas diminutas cajas, de apenas 15 centímetros de ancho y 3 de profundidad, en todas las puertas del mundo. Incluso los que no tenían casa, que construían sus casas en las calles, hasta los nómadas y los que hacían autostop, todos se habían despertado, esa mañana, con sus propios cofres, que esperaban en cualquier lugar en el que hubieran recostado sus cabezas la noche anterior.

Pero al principio, muy poca gente admitía creer que las cuerdas pudieran representar de verdad la duración de la vida de una persona. Era demasiado aterrador imaginar una entidad externa que tuviera una omnisciencia tan antinatural, e incluso los que profesaban la fe en un Dios omnisciente tenían dificultades para entender por qué su comportamiento, después de miles de años, podría cambiar tan de repente.

Pero las cajas seguían llegando.

Después de que la primera oleada cubriera a todos los adultos vivos mayores de veintidós años, cada nuevo amanecer traía una caja y una cuerda para cualquiera que cumpliera veintidós años ese día, marcando una nueva entrada en la edad adulta.

Y entonces, a finales de marzo, las historias empezaron a difundirse. Las noticias circulaban cada vez que la predicción de una cuerda se hacía realidad, sobre todo cuando personas que tenían cuerdas más cortas morían de forma inesperada. Los programas de entrevistas presentaban a las familias afligidas de veinteañeros perfectamente sanos con cuerdas cortas que habían fallecido en accidentes extraños, y los programas de radio entrevistaban a pacientes del hospital que habían abandonado toda esperanza, antes de recibir cuerdas largas y de repente eran candidatos para nuevas pruebas y tratamientos.

Y, sin embargo, nadie pudo encontrar pruebas concretas para confiar en que esas cuerdas fueran algo más que hebras de hilo ordinario.

A pesar de los insistentes rumores y de los crecientes testimonios, Nina seguía negándose a mirar su cuerda. Creía que Maura y ella debían mantener sus cajas cerradas hasta que supieran más sobre ellas. Ella ni siquiera quería que estuvieran en el apartamento.

Pero Maura era más aventurera e impulsiva que Nina.

—Vamos —se quejó—. ¿Te preocupa que vayan a prenderse fuego? ¿O que exploten?

—Sé que te estás burlando de mí, pero nadie sabe realmente qué diablos podría pasar —dijo Nina—. ¿Y si esto es como esos envíos de ántrax a escala masiva?

—No he oído que nadie enfermase por abrirlas —dijo Maura.

—¿Tal vez podríamos dejarlas en la escalera de incendios por ahora?

—¡Entonces alguien podría robarlas! —advirtió—. Como mínimo, estarán cubiertas de caca de paloma.

Así que se conformaron con guardarlas bajo la cama y esperar a tener más información.

Pero lo que más irritó a Maura fue la parte de la espera.

—¿Y si es real? —le preguntó Maura a Nina—. ¿Todo eso de la «medida de tu vida»?

No puede serlo —insistió Nina—. No hay forma científica de que un trozo de cuerda pueda saber el futuro.

Maura la miró con solemnidad.

—¿No hay algunas cosas en este mundo que no pueden ser explicadas por hechos o por la ciencia?

Nina no supo qué responder a eso.

—¿Y si esta caja puede decirte cuánto tiempo vas a vivir de verdad? Dios mío, Nina, ¿no te está matando la curiosidad?

—Por supuesto que sí —admitió ella—, pero sentir curiosidad por algo no significa que debamos lanzarnos al vacío. O bien no es real, y no vale la pena volverse loco por culpa de nada, o bien es real y tenemos que estar absolutamente seguras de lo que queremos hacer. También podría haber mucho dolor esperando en el interior de esa caja.

Cuando Nina se reunió con sus compañeros de edición y algunos reporteros en la mesa de la sala de conferencias para discutir el próximo número de la revista, el jefe corresponsal de política dijo lo que todos pensaban.

—Supongo que tenemos que desechar todo y empezar de nuevo.

Al principio, el número se había planeado como una serie de entrevistas con los nuevos candidatos a la presidencia, después de que la mayoría hubiera anunciado la campaña ese mismo invierno. Pero los acontecimientos de marzo habían eclipsado cualquier interés en una carrera presidencial que de repente parecía estar a años luz.

—Quiero decir, tiene que ser por esas cuerdas, ¿verdad? —preguntó el corresponsal.

—Es lo único de lo que se habla, así que tiene que ser nuestra portada. Todavía queda un año y medio para las elecciones. ¿Quién sabe cómo estará el mundo para entonces?

—Estoy de acuerdo, pero si no tenemos hechos reales, entonces nos arriesgamos a sumarnos al ruido —dijo Nina.

—O a crear miedo —dijo otro.

—Todos tienen miedo ya —intervino uno de los redactores—. Algunas personas han intentado revisar las cámaras de seguridad de la noche en la que aparecieron las cajas, pero nadie fue capaz de ver bien lo que pasó. Se ve como una sombra, y luego, una vez que las imágenes se vuelven nítidas, la caja está ahí. Es una puta locura.

—Y todavía no han aparecido cajas para nadie menor de veintidós años, ¿verdad? Es la edad más joven de la que he oído hablar.

—Sí, yo también. Me parece un poco injusto que los niños no estén exentos de morir, solo de saberlo con antelación.

—Al menos vamos tan a ciegas como los demás.

—He visto un artículo sobre parejas que se han separado por sus diferentes creencias sobre las cuerdas.

—Somos un periódico, no un periodicucho de cotilleos. Y creo que la mayoría de la gente ya tiene bastante con su propio drama en este momento, así que no necesita leer sobre el de los demás —dijo Nina—. Quieren respuestas.

—Bueno, no podemos dar respuestas si no las hay. —Deborah Caine, la editora jefe, habló con el mismo tono tranquilo de siempre—. Pero la gente merece saber qué están haciendo sus líderes al respecto, y eso es algo que sí podemos decirles.

Como era de esperar, las oficinas gubernamentales a todos los niveles y en todos los países recibieron una avalancha de llamadas frenéticas desde la llegada de las primeras cajas.

Un grupo de líderes financieros de la Reserva Federal y del FMI, así como de los bancos y las empresas multinacionales más poderosas del mundo, se habían reunido de inmediato, pocos días después de la llegada, para sostener la economía mundial, con la esperanza de que una combinación familiar de métodos —bajada de los tipos de interés, reducción de impuestos, descuentos en los préstamos para los bancos— pudiesen evitar cualquier inestabilidad provocada por una amenaza muy desconocida.

Al mismo tiempo, los políticos, que se enfrentaban a un número de preguntas cada vez mayor, se dirigieron a los científicos en busca de respuestas. Y, como las cajas habían aparecido en todo el mundo, los científicos se dirigieron los unos a los otros.

En hospitales y universidades de todos los continentes se analizaron muestras de las cuerdas desde un punto de vista químico y, al mismo tiempo, se examinó el material de las propias cajas, cuyo aspecto era similar al de la caoba. Pero ninguna de las dos sustancias coincidió con ninguna materia existente en las bases de datos de los laboratorios. Y aunque las cuerdas parecían fibras comunes, eran increíblemente resistentes, no se podían cortar ni siquiera con las herramientas más afiladas.

Frustrados por la falta de conclusiones, los laboratorios pidieron que se trajeran sujetos voluntarios con cuerdas de diferentes longitudes para realizar pruebas médicas complementarias, y fue ahí cuando los científicos empezaron a preocuparse. En algunos casos, no pudieron encontrar diferencias discernibles entre la salud de los «cuerdas cortas» y los «cuerdas largas», que fue como empezaron a llamarlos. Pero, en otros casos, las pruebas de muchos de los cuerdas cortas revelaron resultados funestos: tumores que no habían sido descubiertos, problemas cardíacos imprevistos, enfermedades no tratadas. Aunque también aparecieron problemas médicos similares en los sujetos con cuerdas largas, la distinción era muy clara: aquellos con cuerdas largas tenían dolencias curables, mientras que aquellos con cuerdas cortas, no.

Uno a uno, como fichas de dominó, cada laboratorio de cada país lo confirmó.

Los cuerdas largas vivirían más tiempo, y los cuerdas cortas morirían pronto.

Mientras los políticos instaban a los electores a mantener la calma y la normalidad, la comunidad investigadora internacional fue la primera en enfrentarse a la nueva realidad. Y no importaba cuántos acuerdos de confidencialidad se firmasen, algo tan grande no podía ser contenido. Después de un mes, la verdad empezó a filtrarse por las grietas de las paredes del laboratorio, creando pequeños estanques de conocimiento que acabaron convirtiéndose en piscinas.

Al cabo de un mes, la gente empezó a creer.