DOS

Anna

Confesión: no me gusta hacer mamadas.

Probablemente no sea bueno pensar eso mientras tengo el pene de mi novio en la boca, pero aquí estamos.

Algunas mujeres disfrutan este acto, y me imagino que su disfrute las lleva a sobresalir en su oficio. Para mí, sin embargo, es una tarea agotadora y monótona, y dudo que se me dé bien. Mi mente suele divagar mientras estoy aquí abajo.

Por ejemplo, ahora mismo estoy repasando lo que Jennifer ha dicho hoy en terapia. Me gustaría que observaras lo que haces y dices, y si es algo con lo que no te sientes bien ni es fiel a lo que eres, si es algo que te agota o te hace infeliz, analiza por qué lo haces. Y si no hay una buena razón… intenta no hacerlo.

Mientras Julian me guía la cabeza hacia arriba y hacia abajo, pienso en que me duele la mandíbula y estoy cansada de chupar. ¿Se está concentrando siquiera? Ha sido un día muy largo, y después de sonreír y mostrarme alegre para él durante toda la cena, mi resistencia está hecha añicos. Pero sigo adelante. Se supone que su placer es mi placer. No debería importar que tarde una eternidad.

Por favor, no tardes una eternidad.

Naturalmente, esta línea de pensamiento hace que me acuerde de esa frase que toda madre les dice a sus hijos en algún momento de su juventud: Como sigas poniendo esa cara, te vas a quedar así para siempre. Señoras y señores, si se me va a quedar la cara de estar chupando el resto de mi vida, más vale que me matéis ya.

Termina por fin, y me siento, frotándome las arrugas que se me han formado alrededor de la boca. Se me han quedado clavadas en la piel, y sé por experiencia que tardarán varios minutos en desaparecer. Tengo la boca llena y me obligo a tragar, a pesar de que me da escalofríos. Cuando empezamos a salir, Julian me dijo que hería sus sentimientos que las mujeres no tragaran, que eso hacía que se sintiera rechazado. Como resultado, lo más probable es que me haya tragado litros de su semen con el fin de proteger su bienestar emocional.

Me besa la sien, no la boca. Se niega a besarme en la boca después de que se la haya chupado, y esta noche me da igual. Cuando me besó antes sabía a hamburguesa. Tras volvérsela a meter en los pantalones y subirse la cremallera, me sonríe, coge el mando a distancia para encender la televisión y se apoya en la cabecera. Es la viva imagen de la relajación y la satisfacción.

Voy al baño y me cepillo los dientes, asegurándome de usar el hilo dental y el enjuague bucal. No me gusta la idea de tener espermatozoides metidos entre los dientes o contoneándose por mi lengua.

Cuando vuelvo a la cama para ocupar mi lugar habitual junto a él, donde suelo mirar las redes sociales en el móvil mientras que él ve sitcoms, pone en pausa la televisión y me mira pensativo.

—Creo que tenemos que hablar del futuro —dice—. Sobre cómo queremos avanzar.

Me da un vuelco el corazón y se me eriza el vello de la piel. ¿Qué me está… proponiendo? Cualquier emoción que sienta ante la idea se ve superada por un terror absoluto. No estoy preparada para el matrimonio. No estoy preparada para los cambios que eso supondría. Apenas aguanto la situación actual.

—¿A qué te refieres? —inquiero, asegurándome de mantener la voz neutra para no delatar mi indecisión.

Se acerca y me da un apretón en la mano con cariño.

—Sabes lo que siento por ti, cariño. Estamos muy bien juntos.

Esbozo mi mejor sonrisa.

—Yo también lo creo.

Mis padres lo adoran. Sus padres me adoran. Encajamos.

Me acaricia el dorso de la mano antes de ver una pelusa en mi camiseta, cogerla y tirarla a la alfombra.

—Creo que eres la indicada para mí, con la que me casaré y tendré hijos y una casa, todo eso. Pero antes de dar el último paso y sentar la cabeza, quiero estar seguro.

No sé a dónde quiere llegar con eso, pero aun así sonrío y digo:

—Claro.

—Creo que deberíamos ver a otras personas durante un tiempo. Solo para asegurarnos de que hemos descartado otras posibilidades —explica.

Parpadeo varias veces mientras mi cerebro se esfuerza por salir de su asombro.

—¿Estamos… rompiendo? —Solo decir esas palabras hace que el corazón me lata con fuerza. Puede que no esté preparada para el matrimonio, pero lo que tengo claro es que no quiero que nuestra relación se acabe. He invertido mucho tiempo y energía para que funcione.

—No, solo estamos poniendo nuestra relación en pausa mientras consideramos otras opciones. Empezamos a tener una relación cerrada cuando todavía estaba haciendo el máster, ¿te acuerdas? ¿Deberías comprar el primer coche que pruebes en el concesionario? ¿O deberías probar unos cuantos más para asegurarte de que ese primer coche de verdad es tan bueno como crees?

Niego con la cabeza, horrorizada por el hecho de que esté comparando el proponerme matrimonio con la compra de un coche nuevo en un concesionario. Yo soy una persona.

Julian suspira y se acerca para darme un apretón en la pierna.

—Creo que deberíamos separarnos un tiempo, Anna. No romper, solo… ver a otras personas.

—¿Durante cuánto tiempo? ¿Y cuáles son las reglas? —pregunto con la esperanza de que adquiera sentido si obtengo más información.

Se concentra en la imagen congelada de la televisión mientras responde.

—Unos meses deberían estar bien, ¿no crees? En cuanto a las reglas… —Se encoge de hombros y me lanza una mirada rápida—. Dejémonos llevar por la corriente y veamos cómo van las cosas.

—¿Vas a acostarte con otras personas? —Se me agolpa una sensación desagradable en el estómago al pensarlo.

—Aparte de contigo, solo he estado con otra persona. Si vamos a casarnos, quiero hacerlo sin remordimientos. No quiero tener la sensación de que me estoy perdiendo algo. ¿No tiene sentido? —pregunta.

—¿Te parece bien que yo me acueste con otra persona? —inquiero, dolida y sin saber por qué. Hace que parezca tan razonable.

Esboza una ligera sonrisa.

—No creo que te acuestes con otra persona. Te conozco, Anna.

Frunzo el ceño ante su confianza.

—¿Qué? No te gusta el sexo —dice riéndose.

—Eso no es cierto. —No del todo. He llegado al orgasmo con él dos veces (dos veces en cinco años). Y aun cuando no me gusta el sexo en sí, me gusta estar cerca de él, sentir que estoy conectada a él.

Hace que me sienta menos sola. A veces.

Sonriendo, me coge la mano y le da un apretón.

—Solo necesito saber qué más hay ahí fuera —dice, volviendo al punto principal de la conversación—. Porque cuando nos casemos quiero que sea para siempre. No quiero divorciarme dos años después, ¿sabes? ¿Entiendes a dónde quiero ir a parar?

Miro nuestras manos unidas. Sé que debería decir que sí o asentir con la cabeza, pero no me atrevo a hacerlo. Su propuesta me pone inexorablemente triste.

—Me voy —respondo, tras lo que aparto su mano de la mía y me levanto de la cama.

—Oh, vamos, Anna. Quédate. No te pongas así.

Me froto las arrugas que tengo alrededor de la boca y que aún no han desaparecido del todo.

—Necesito tiempo antes de… —Dejo de hablar cuando me doy cuenta de que no va a esperar a que esté preparada para llevar a cabo su plan. Nunca me ha pedido permiso. Ya lo ha decidido. Puedo estar de acuerdo o puedo perderlo—. Necesito pensar.

En contra de sus continuas protestas, me voy. En el ascensor, me dejo caer contra la pared, abrumada y al borde de las lágrimas. Saco el móvil y escribo un mensaje de texto a mis amigas más cercanas, Rose y Suzie. Julian acaba de decirme que quiere que veamos a otras personas durante un tiempo. Cree que soy la persona con la que quiere casarse, pero quiere estar seguro antes de sentar la cabeza. No quiere arrepentirse.

Es tarde, así que no espero que respondan de inmediato, sobre todo Rose, que está en una zona horaria diferente. Solo necesitaba pedir apoyo, sentir que tengo a alguien a quien acudir cuando las cosas se están derrumbando a mi alrededor. Para mi sorpresa, mi pantalla se ilumina al momento con mensajes.

¡¿PERO QUÉ MIERDA?! ME LO CARGO, contesta Rose.

¡¡¡¡¡MENUDO IMBÉCIL!!!!!, responde Suzie.

La indignación instantánea que sienten en mi nombre me arranca una carcajada, y me acerco el móvil al pecho. Estas dos son preciadas para mí. Es un poco irónico, ya que nunca nos hemos conocido en persona. Entramos en contacto a través de grupos de redes sociales para músicos clásicos. Rose toca el violín en la Orquesta Sinfónica de Toronto. Suzie, violonchelo para la Filarmónica de Los Ángeles.

Me alegro de que os moleste, les digo. Ha actuado como si estuviera siendo muy razonable, y eso ha hecho que me cuestionara a mí misma.

NO ES RAZONABLE, asegura Rose.

¡No!, concuerda Suzie. ¡¡¡No me creo que haya dicho eso!!!

La puerta del ascensor se abre y me apresuro a atravesar el elegante vestíbulo del edificio de Julian (sus padres le compraron su apartamento como regalo de graduación cuando obtuvo su Máster en Administración de Empresas en la facultad de Empresariales de Stanford). Mando mensajes en el camino de vuelta a casa. Le pregunté si se iba a acostar con alguien y esquivó la pregunta. Estoy bastante segura de que eso significa que el sexo está sobre la mesa. ¿Soy una persona cerrada de mente por odiar eso?

A mí no me parecería bien en absoluto, responde Rose.

¡¡¡¡A mí tampoco!!!!, secunda Suzie.

No sé qué hacer ahora. Aparte de, ya sabéis, salir y tener sexo a modo de venganza con un montón de hombres al azar, digo.

Espero que se rían como respuesta, pero en lugar de eso, el chat del grupo se queda en un extraño silencio durante un momento. Los coches pasan, y sus motores son extraruidosos en la tranquilidad de la noche. Frunciendo el ceño, compruebo si he perdido la cobertura. Hay una pequeña barra. Alzo el móvil por si acaso eso me da una microbarra más de conexión.

Primero recibo un mensaje de Suzie. A lo mejor deberías aprovechar esta oportunidad para ver a otras personas.

Estoy de acuerdo con Suz. Se lo tendría bien merecido, añade Rose.

No estoy diciendo que tengas que acostarte con nadie, pero podrías darle la vuelta. Ver si ÉL es el adecuado para TI. Podría haber alguien que encaje mejor contigo, continúa Suzie.

Eso tiene mucho sentido, Suz. Piénsalo, Anna, dice Rose.

No puedo evitar hacer una mueca mientras escribo mi respuesta con los pulgares. Conocer gente nueva no es lo que más me gusta hacer en el mundo. Hace cinco años que no tengo una cita. Creo que se me ha olvidado cómo se hace. Si os soy sincera, tengo miedo.

¡No tengas miedo!, exclama Rose.

Salir con alguien puede ser divertido y relajante, afirma Suzie. No es una audición ni nada por el estilo. Solo estás viendo si tú y la otra persona encajáis. Si no te gusta o pasa algo vergonzoso, no tienes que volver a verlo. No hay presión. Cada vez que salía con una persona nueva, aprendía un poco más sobre mí. No hay nada que incite que intentes ser otra persona, ¿sabes a lo que me refiero?

Además, desde el punto de vista de alguien que lo ha hecho muchas veces, los rollos de una noche pueden ser empoderadores. Así fue como aprendí a pedir lo que quiero en la cama sin sentir vergüenza. 100 % recomendable, añade Rose, incluyendo el emoji del guiño al final.

Casi haces que me arrepienta de haberme casado, responde Suzie.

El consejo de Rose me toca la fibra sensible, aunque no sé exactamente con qué me siento identificada. Sé que esta es una de esas conversaciones que voy a repetir en mi cabeza durante días y a analizar desde diferentes ángulos.

Veo mi edificio de apartamentos antiguo, el cual tiene tejados victorianos y pequeños balcones de hierro con jardineras bien cuidadas. Mi hogar. De repente, soy consciente de lo agotada que estoy en todos los niveles. Hasta mis pulgares están cansados mientras escribo la última tanda de mensajes. Necesito pensármelo. Acabo de llegar a casa. Lo dejo por hoy. Gracias por hablar conmigo. Me encuentro mejor. Siento haberos molestado tan tarde. Os quiero, chicas.

No es molestia. ¡Te queremos!, dice Suzie.

¡Cuando quieras! ¡OS QUIERO! ¡Buenas noches!, se despide Rose.