I.
Zugun, tukulpan zugun.
La palabra y la memoria

Hablar de la lengua es referir a una parte del cerebro de la que sabemos tan poco. Un niño o niña antes de estudiar la gramática de su idioma está modelado o modelada por su lenguaje; esta es la razón por la que se puede comunicar con los demás. A mí me tocó ser una niña bilingüe de cuna, hablar mapuzugun y castellano al mismo tiempo; crecí con las dos lenguas y de niña jugué con ellas. Mi motivación para estudiar el mapuzugun siempre fue explicar su gramática. En la escuela muchas veces callé mi idioma mapuche porque ninguna profesora o profesor la conocía, más bien esta fue una lengua inexistente para los otros, solo yo la tenía. Cuando estudié inglés me di cuenta de que el mapuzugun se parecía en algunas normas gramaticales al inglés, por ejemplo en la construcción de la frase adjetiva. En mapuzugun decimos kuru txewa ‘perro negro’ al igual que en el inglés “black dog”; ambas lenguas usan la misma norma para hacer este tipo de frase: primero va el adjetivo y después el sustantivo, contrario a como se dice en castellano. Como en el ejemplo, las lenguas se parecen unas con otras y también se diferencian. Lenguas que nunca antes tuvieron contacto comparten rasgos y se diferencian de las más cercanas o viceversa; es que todas vienen del mismo lugar, del cerebro humano, lo que lejos de diferenciarnos nos acerca a nuestra propia condición. Por eso es tan importante estudiar las lenguas: además de comunicarnos con otras personas nos regalan la comprensión de la humanidad, de nuestra especie y nos enseñan algo más sobre el funcionamiento de nuestro propio cerebro. Prohibir una lengua u operar en contra de una de ellas es un asunto muy grave en materia de derechos humanos. Es silenciar a quien la habla, es negar su condición humana. Esta es la razón de mi compromiso con las lenguas, en particular con el mapuzugun y las lenguas indígenas. Las lenguas involucran una complejidad y nos hablan de ese espacio recóndito, conectado con el cerebro humano: el sistema nervioso. Además, comunica lo que está en el corazón, las emociones, el cuerpo y habla de nuestro ser en el territorio, como parte del planeta, de nuestro hogar, la Madre Tierra.

Aquí hablaré algo de la lengua, las palabras, la cultura y de la sociedad mapuche de donde provengo.

Mapuzugun: el habla de la Tierra

Las palabras con las que se inicia este texto mencionan las diversas hablas que los mapuche distinguen, la de los seres humanos es una más, como aquí se muestra. El idioma mapuzugun nos fue dado para cultivar el saber, para conversar, para que seamos respetados como personas, como seres vivos. En la visión de mundo mapuche la vida de toda la Tierra está ordenada con un principio importante, el küme mogen ‘buen vivir’, que significa mantener el equilibrio entre las personas y de las personas con la naturaleza; para entender esa relación debemos manejar nuestra lengua, saber mapuzugun.

El pueblo mapuche habita en Chile y en el sur de Argentina, posee una lengua única que se llama mapuzugun ‘lengua de la Tierra’. Se llama así porque en la visión de mundo mapuche la lengua es compartida entre los seres humanos y los seres no humanos que habitan la Tierra; las personas están hermanadas con los animales, el rocío, los pájaros, las montañas, el sol y entre ellos todos se comunican, es decir, todos tienen zugun ‘habla’, por eso el nombre mapuzugun ‘habla de la Tierra’. Como parte de la enseñanza de los mayores, se aprende que al perder la lengua también se pierde la comunicación con los demás y con los seres de la Tierra, porque la lengua, las palabras, son parte del aliento de la Tierra, la Tierra respira a través del zugun, de las palabras, los cantos, los sonidos y voces que existen en la naturaleza. Desde esta mirada, cuidar la lengua, revitalizarla, salvarla del exterminio es también salvar la Tierra y sus voces.

La fuente de los argumentos referidos al pensamiento mapuche deriva de mi conocimiento de la cultura, la lengua y de estudios etnográficos en comunidades, del conocimiento de la oralidad, del mapuche kimün o conocimiento mapuche y también de mis lecturas académicas.


Mi nombre es Elisa Loncon Antileo. Nací y fui criada por mis padres y abuelos en mi comunidad, en Lefweluan, a ocho kilómetros de la ciudad de Traiguén, en la IX Región o Región de la Araucanía, Wallmapu en mapuzugun. Nací en la casa que me dieron mis padres, una casa de ladrillos y techo de tejas, con piso de tierra y una ruka de paja al lado, donde cocinábamos y comíamos; fue el 23 de enero de 1963, cuando el trigo estaba maduro y listo para ser cosechado, me contó mi padre. Fui recibida por una partera, su nombre era Próspera, me conversaba mi mamá. Mi madre en su embarazo recibió cuidado de dos mujeres, la señora Juanilla y Próspera, ambas parteras. Eran muy activas y Próspera tenía la mirada llena de vida, según mi madre. Me decía que yo tenía los ojos de Próspera por compartir su mirada intensa. Yo me preguntaba cuán importante habrá sido Próspera para mi mamá que hasta su hija se le parece; aunque no recuerdo haberla visto y mi deseo siempre fue parecerme a mi mamá, hoy les agradezco, es cierto que fueron muy importantes para ayudar a las mujeres en los partos que no ocurrieron en el hospital.

Mi nombre me lo dio mi abuela María Elisa Waykimil Keupu. Les pidió a mis padres que yo fuera su Laku, la nieta tocaya que le seguiría sus pasos. La abuela Elisa era nieta de Keupu, un konha de Kallfukura, el gran logko que resistió la ocupación militar en Puelmapu Argentina. A menudo cruzaba la cordillera y dicen que fue el mejor domador de caballo de Kallfukura.


De mi nacimiento no tenía más registro que la fecha en mi carnet de identidad, aunque mi madre me decía que había nacido un día sábado a mediodía; yo no le creía, había tenido tantos hijos que yo pensaba que me inventaba la hora para dejarme tranquila. Mediodía era una hora imprecisa. El año pasado, cuando fui electa como presidenta de la Convención Constitucional, un seguidor de mis redes sociales publicó el acta que registra el día y hora de mi llegada al mundo. Como no nací en el hospital, mi padre, para dar cuenta del nacimiento, debió ir al Registro Civil y presentar dos testigos, dos hombres de la comunidad, que firmaron el acta de nacimiento, don Ambrosio Pinoleo Pinoleo y don José Colipe Quintre. Conocí y compartí con don José en la comunidad pero no sabía esta historia que hoy agradezco gracias a que el documento existe en los archivos de nacimiento del Registro Civil.

Tuve la fortuna de nacer y aprender desde niña el habla de la Tierra, el mapuzugun, la lengua ancestral que heredé de mi pueblo. Nací en un hogar bilingüe y me hice bilingüe desde la cuna. Fui la cuarta de la familia, mi hermano mayor ya hablaba castellano además del mapuzugun. Él fue monolingüe de mapuzugun cuando niño, pero yo ya tenía las dos lenguas en el hogar. Mi abuela hablaba perfecto mapuzugun y solo un poco de castellano; con ella me entendía únicamente en mapuzugun, lo que nutrió mi lengua originaria. En mi hogar me inculcaron el amor por la lengua y cultura mapuche, el orgullo por mi identidad, por mi traje. Además aprendí de mi familia y de grandes personas de mi comunidad toda la historia oral de mi pueblo, pero no solo de lo mío; recuerdo haber crecido escuchando la radio, al almuerzo, en especial las noticias. Mi consciencia política viene de mi tronco familiar, küpalme se dice en mapuzugun, mis antepasados fueron parte de la primera línea de la resistencia a la ocupación del Wallmapu, y de la resistencia al despojo. Vengo del tronco Logkomil (o Loncomil) que significa ‘cabeza de oro’ o ‘cabello de color oro’. Mi abuelo Logkomil luchó junto al Toki Külapan contra la ocupación militar del Wallmapu y se acompañaron en la defensa de Temuco en 1883. Después del levantamiento mapuche y al imponerse el Ejército chileno, mi abuelo Logkomil regresó a sus tierras, pero esto tomó varios años y cuando llegó a su comunidad ya se habían implantado las reducciones, la radicación de las tierras ya había ocurrido, por lo que quedó sin nada de tierra. Para tener y dejar un espacio para sus descendientes, mi abuelo debió cambiar su apellido a Logkon ya que otro hermano de la comunidad de apellido Logkon compartió con él su tierra y para que estas fueran legales hubo que adoptar el apellido Logkon. El significado de logkon, castellanizado como Loncón, es ‘el que está en la cabeza’ o ‘cabeza ya formada’. El cambio en su apellido es parte del despojo que sufrió mi pueblo y mi küpalme, o tronco familiar, por parte del Estado.


En lo que sigue se brindará una síntesis reflexiva de la filosofía mapuche y de su anclaje en la lengua y con la Tierra. Una filosofía que hace un aporte a la diversidad del mundo por su cuidado y respeto a la naturaleza y a la Madre Tierra, inspirada y orientada hacia un buen vivir que permite la armonía entre las personas y entre el ser humano y los seres no humanos, entre la comunidad humana y la naturaleza, con sus ciclos y equilibrios.

Para nuestra cultura la oralidad, la narración, contar la historia, contar las enseñanzas a través de los cuentos, conversar, dar consejos, son bonitas formas de usar la lengua y constituyen formas fundamentales del traspaso de nuestra historia y conocimiento a nuestro pueblo y a las generaciones futuras. El relato oral y el canto forman parte de las prácticas tradicionales donde se aprende desde las palabras. En todas las culturas existen relatos cosmogónicos que explican cómo se creó la Tierra, los mapuche también los tienen.


El epew, como método de enseñanza

Epew es un ‘relato oral’ que narra la relación de los animales, los pájaros y de la naturaleza, en general, con los seres humanos. Algunos explican el origen del mundo, la creación de los seres humanos, las inundaciones, las sequías, la presencia de las energías positivas y negativas, el sentido de lo femenino, de lo masculino. Además de entretener enseñan la espiritualidad de la naturaleza y cómo debe interactuar la gente para mantener los equilibrios. Explican el sentido del ser humano, su vínculo con la Madre Tierra y con todos los seres que la habitan, con el mundo y el cosmos; explican y enseñan sobre el amor, la vida y la muerte, de manera didáctica. En los epew se encuentra el conocimiento o kimün de nuestros ancestros, de nuestra cultura milenaria que desarrolla una relación de protección y cuidado con la naturaleza, y de retribución y agradecimiento por sus ciclos, por su fertilidad. Esto nos permite vivir y alimentarnos con ella y junto a ella.

Por ejemplo, este epew, sobre la creación del mundo.

¿QUIÉN HIZO LA TIERRA DONDE VIVIMOS?

Antes, dicen que no había gente en el Naqmapu ‘tierra de abajo’. El universo estaba dividido en cuatro tierras, el Wenumapu ‘la de arriba’, el Ragin Wenumapu ‘la tierra del medio’, el Naqmapu ‘la tierra de abajo’ y el Miñchemapu ‘la tierra subterránea’. Kallfuwenu Kuse ‘la madre primigenia’ les pidió a los espíritus buenos que bajaran del Wenumapu a la tierra de abajo para crear la vida, pero las fuerzas negativas, envidiosas de no ser elegidas, se pelearon con las fuerzas positivas; de tanto pelear y con mucho poder cayeron como bolas de fuego a la tierra del medio, traspasándola hasta llegar a la tierra subterránea. Después de un tiempo, las fuerzas negativas salieron de las profundidades y formaron los volcanes, las fuerzas positivas quedaron colgadas en la tierra intermedia formando las estrellas; tanto lloraron, que con sus lágrimas formaron los ríos y mares.

La madre primigenia, al ver que la tierra de abajo estaba sola, decidió enviar a su hija para poblarla, la niña caminó sobre las piedras y estas le lastimaron los pies hasta sangrar; de ese sangrado nacieron el pasto, las flores, las plantas, las mariposas, y a su paso iba creando nuevas vidas. Para que no estuviera sola, la madre primigenia envió enseguida a un joven y juntos crearon una gran familia que fue poblando la tierra donde vivimos. La madre primigenia les dio la misión de no olvidar su origen, cuidarse entre ellos y cuidar la Tierra, hablar en mapuzugun y hacer ceremonias a la Tierra para tener un buen vivir.

El kultxug ‘tambor ceremonial’ tiene inscrita esta historia, allí están los cuatros orígenes de la familia sagrada, los cuatro territorios y los cuatro puntos cardinales.

De Maben ñi pvji, Espíritus femeninos (Loncon, 2019).

Los relatos mapuche se han traspasado en la lengua mapuzugun. El anciano creador, la doncella creadora y el joven creador nos dejaron las palabras y esta lengua que se llama mapuzugun. La lengua ha sido tradicionalmente oral, aunque en los últimos tiempos transita a la escritura, pues hoy todos los mapuche leen y escriben, solo que en otra lengua, el castellano. Hay que entender que el castellano se impuso como la lengua de los conquistadores, por medio de la cual se realizó el proceso de colonización mental y cultural —que utilizaron la escuela y la educación formal— para despojar a los mapuche de su propia lengua y cultura. Hoy todas las niñas y niños asisten a la escuela porque se ha garantizado la escolaridad. Sin embargo, en los ámbitos de la educación, de la poesía y la narración se ha comenzado a escribir el mapuche kimün, importantes poetas y escritores producen su obra en mapuzugun, entre ellos Elicura Chihuailaf, Daniela Catrileo, Leonel Lienlaf, Maribel Mora, Ricardo Loncon, Graciela Huinao y muchos otros; aunque la cultura escrita es nueva y todavía foránea para los mapuche.

¿Por qué es importante el zugun, ‘el habla’, ‘la palabra’?

Es la herramienta y a su vez importante recurso para el aprendizaje. El zugun no solo es la expresión de la razón, del pensamiento o del intelecto, sino también la expresión de sentimiento y de la espiritualidad; las culturas indígenas cultivan la fuerza de las palabras en esta triple dimensión: razón (conocimientos), sentimiento y espiritualidad (Loncon, 2017).

El zugun, en tanto comunicación, es parte constitutiva del ser humano, y también de los otros seres que existen en la naturaleza, por eso el idioma se llama mapuzugun ‘la lengua de la Tierra’. A diferencia del resto de los seres, el humano puede cultivar el zugun en su triple relación de intelecto, corazón y espiritualidad para darle sentido a la realidad y hacer comprensible la naturaleza con toda su diversidad de seres, fuerzas y equilibrios. Por lo mismo, es fundamental en la crianza de los niños el cultivo de la palabra. Las niñas y los niños a través de diferentes prácticas sociales (consejos, conversaciones, cantos, o como mensajeros) aprenden el valor de la palabra; así el uso de la palabra, el zugun, implica no mentir, valorar el diálogo, dar la palabra, aprender a escuchar y atesorar el silencio. Los niños con este aprendizaje son capaces de comunicar sus pensamientos, de defenderse con las palabras, de expresar sentimientos, de amar y construir conocimientos con ellas; con las palabras aprenderán que hay ideas diferentes que hay que respetar. Que la vida, la historia, los cuentos, los cantos, las conversaciones son caudales desde donde nacen las palabras para convivir e interactuar en la sociedad. Se resalta el valor que tiene para la cultura mapuche el saber escuchar con respeto a las personas, principalmente a las mayores. Este es un elemento central que debiera alcanzarse a temprana edad y que es practicable en todo momento de la vida. Esto es muy importante para lograr el conocimiento de la realidad y madurez plena como personas. Porque así, las palabras, los valores, hacen a la persona.

La oralidad se basa en la enseñanza del valor de la palabra, escuchar las palabras, llevarlas, entregarlas, traerlas. Hay expresiones como müley zugu ‘hay novedad’; txipay zugu ‘salieron acuerdos’, amuy zugu ‘se comunican las palabras’. Es tan importante hablar como escuchar a otros, porque si no es así, el que no escucha se cree que él o ella es lo único que vale sobre los demás. Hablando y escuchando los niños y niñas, los adultos y los ancianos narran sus vidas, aprenden quiénes son, de dónde vienen y a dónde van. Una de las mejores formas de conocer la cultura mapuche es justamente a través de la palabra, la narración, la oralidad, el canto y cómo este cultiva la armonía y reciprocidad con la naturaleza. La palabra se cultiva mediante diversos tipos de discursos y textos orales. Ya hemos hablado del epew, pero ahora usaré de ejemplo un ül ‘canto mapuche’.

CANTO DE LA ABUELA ELISA

La abuela Elisa nos incluía a sus nietas y nietos en el trabajo cotidiano de la casa en la comunidad. En el verano cuando aún no se cosechaba el trigo nos invitaba hacer duchetu ‘descabezar espigas de trigo’, para luego desgranarlos en casa. La práctica se llama ñiwiñ kachilla ‘cosecha de trigo’: se amontonaban las espigas sobre unas mantas y encima nosotras, las niñas y niños lideradas por la abuela, bailábamos y cantábamos sobre las espigas, siguiendo el canto y ritmo de la abuela, girábamos en círculo hasta que todas las espigas estuvieran desgranadas con el peso de nuestros cuerpos. Así la abuela hacía su canto y cumplía la tarea, y su canción también cumplía una función social, entretenernos, traspasar los conocimientos a una nueva generación y darnos enseñanzas en relación con los alimentos y el modo colectivo de producirlos. Era un canto con ritmo de mazatun ‘danza tradicional’; su letra habla de la bandurria (un ave nativa del sur) que hace la función de machi, conocedora de la medicina, y la letra que cantábamos decía así:


Kiñe antü lalhu mogelkefin Tar tar tar.

Epu antü lalhu mogelkefin. Tar tar tar.

Küla antü lalhu mogelkefin. Tar tar tar.

Meli antü lalhu mogelkefin. Tar tar tar.


Yo resucito al que ha muerto un día, tar, tar, tar.

Yo resucito al que ha muerto dos días, tar, tar, tar.

Yo resucito al que ha muerto tres días, tar, tar, tar.

Yo resucito al que ha muerto cuatro días, tar, tar, tar.


El ül ‘canto mapuche’ tiene su propia forma de realización, de alcanzar la belleza creativa del texto, de la sonoridad y de la armonía de su contenido con el mundo mapuche. Entre otros textos orales se encuentran el epew, el wewpin ‘historias sociales’, los kallfuwenu zugu ‘relatos espirituales’, el pewma ‘conocimientos de los sueños’. Todos son estilos cultivados en la oralidad y transmitidos de generación en generación.

EL WEUPIN QUE RECIBÍ DE MI PADRE

El weupin es la historia social oral mapuche. Mi padre fue un gran weupife y nos enseñó parte de la historia a través de este género discursivo tan particular en nuestra cultura.

Nos contó que la ciudad de Traiguén iba a ser fundada en mi comunidad en Lefweluan, a ocho kilómetros de la ciudad actual, y que mis antepasados no le permitieron esta conquista militar a Cornelio Saavedra, que conducía la invasión al territorio mapuche. Aun así, las tropas de Urrutia y Saavedra avanzaron hacia el sureste y los mapuche continuaron defendiendo el territorio. Llegaron a otra planicie, donde también había un cerro, el Ejército chileno cercó el lugar donde estaban los mapuche y los arrinconó en el cerro, la gente no tuvo otra alternativa que subir a la cima; allí pasaron días sin poder bajar y en su desesperanza se preguntaron: Chumayaiñ ¿qué vamos hacer?, ¿qué haremos, ahora que estamos acorralados? El ejército subió y allí fueron masacrados mujeres, niños, hombres, y el cerro quedó con el nombre de Chumay para testimoniar nuestra historia, la memoria mapuche. Precisamente, esto es parte de la historia de la ocupación del Wallmapu, liderada en ese entonces por el Estado de Chile. Así se fundó Traiguén, el poblado más cercano a mi comunidad, donde hoy ocurre la vida cívica chilena y también nuestra, allí están los servicios públicos como el hospital, correo, notaría, escuela y el regimiento que ya no existe en ese lugar y que yo conocí de niña cuando visitábamos a mi abuelo que estuvo varias veces preso por intentar recuperar las tierras.


Hablar una lengua indígena en mi país no ha sido fácil porque el sistema escolar y la institucionalidad chilena impusieron el castellano como lengua única y los mapuche no la conocían. Son muchas las historias de personas que fueron discriminadas por hablar su lengua, sobre todo cuando iniciaron el proceso de escolarización. Hace unos días, un taxista de origen mapuche me llevó al aeropuerto y me contó que él no hablaba la lengua mapuzugun porque su padre no le quiso enseñar el idioma, debido a los sufrimientos que él tuvo en la infancia. Me contó que su padre siempre recordó que cuando fue por primera vez a la escuela entró a la sala de clases y saludó a la profesora en mapuzugun, ella lo tomó de una oreja, lo sacó de la sala y le hizo entrar de nuevo para que la saludara en castellano. Como el niño no hablaba esta lengua, no pudo hacerlo. Lo avergonzó tanto que nunca les habló a sus hijos en mapuzugun, pues temía que ellos sufrieran lo mismo.

Testimonios parecidos abundan en los mapuche adultos mayores; el proyecto castellanizador y de chilenización aplicado a los mapuche dejó profundos traumas e implicó el desplazamiento del idioma materno. Hoy solo el 10 % de la población habla el idioma mapuche y nuestra preocupación es recuperar el idioma para que el pueblo recupere sus saberes y se cure de los abusos de la discriminación.