Desde ese momento, Bella vivió en el castillo de la Bestia. Los primeros días fueron muy difíciles para la joven, pues el dueño de la mansión solía estar de muy mal humor. Pero, por fortuna para Bella, los objetos encantados que también habitaban el castillo la acogieron con mucha amabilidad. Con el tiempo, y siguiendo los consejos de sus sirvientes, la Bestia se esforzó mucho por controlar sus ataques de ira. Entonces, Bella y la Bestia, dos seres totalmente opuestos, poco a poco comenzaron a conocerse y el cariño entre ellos fue creciendo con el paso de los días. Durante una hermosa mañana de invierno, la Bestia, mientras observaba cómo Bella jugaba en la nieve con los objetos encantados, de repente sintió, en el fondo de su corazón, que el cariño había dado paso al amor verdadero. No obstante, la joven Bella, aunque estaba contenta con sus amigos, estaba muy triste porque no podía ver a su padre: lo echaba muchísimo de menos. Preocupado, la Bestia liberó a Bella para demostrarle sus sentimientos. Pero, cuando la muchacha se reencontró con su padre, apenas tuvo tiempo de alegrarse, pues se enteró de que los habitantes del pueblo estaban a punto de atacar el castillo de la Bestia. Los pueblerinos se habían enterado de la existencia de la Bestia y, guiados por el miedo, querían echarlo de la zona y enviarlo bien lejos de allí. Bella intentó explicarles que la Bestia, a pesar de su aterrador aspecto, podía ser encantador y muy atento. Pero los aldeanos no veían más allá de sus propios miedos, y no hicieron caso a las palabras de la muchacha. Encendieron las antorchas, cogieron las armas y se dirigieron al castillo a través del sombrío bosque.

«Tengo que darme prisa —pensó Bella—. ¡Tengo que avisar a mis amigos!»

Bella partió veloz de vuelta hacia el castillo. Sin embargo, cuando llegó ya era demasiado tarde, pues la Bestia, a pesar de haber demostrado gran valentía en la lucha, estaba gravemente herido y yacía en el suelo. Bella se arrodilló a su lado y le confesó su amor mientras lo estrechaba entre sus brazos. De repente, la Bestia se elevó en el aire, envuelto en un resplandor mágico; las heridas de su cuerpo se cerraron, sus colmillos y sus garras desaparecieron, y la Bestia se transformó en un hermoso joven: ¡el amor verdadero entre los dos muchachos había roto el hechizo! El príncipe recuperó su aspecto antes de que la rosa mágica se hubiese marchitado, y los objetos encantados volvieron también a su forma humana. Desde ese día, el sonido de las risas y las fiestas inundó cada rincón del castillo…, y pronto tuvo lugar la fiesta más feliz de todas: ¡la del compromiso de Bella y el príncipe!