
Para salvarse de la envidia de la reina, la princesa Blancanieves se refugió en una agradable cabaña en el bosque. Mientras esperaba el regreso de los habitantes de su nuevo hogar, la joven juntó las siete camitas que encontró, se recostó sobre ellas y se quedó dormida. Cuando despertó, Blancanieves se sorprendió al descubrir que había ido a parar a la casa de los siete enanitos: Sabio, Tímido, Dormilón, Mocoso, Bonachón, Mudito y Gruñón. Los enanitos también se quedaron pasmados cuando, tras volver de la mina de diamantes, ¡se encontraron con una bella princesa dormida en su habitación! Gruñón quería echarla, pero la princesa Blancanieves les suplicó:
—Por favor, os lo pido, dejad que me quede. Si no, mi madrastra, la reina, me matará.
Los siete enanitos decidieron proteger a la princesa, y, para darles las gracias, la joven Blancanieves les preparó una cena deliciosa. No obstante, les puso como condición que, antes de sentarse a cenar, tenían que lavarse muy bien las manos. Bailaron y cantaron hasta casi la medianoche, ¡se lo pasaron en grande! Por desgracia, en el castillo, la malvada madrastra se enteró por casualidad de que la princesa Blancanieves se escondía en la casa de los siete enanitos. Furiosa porque el cazador no había matado a su hijastra, la reina se encerró en su laboratorio secreto. Allí usó la magia negra para convertirse en una anciana; envenenó una sabrosa manzana y, por la mañana, emprendió el camino para llegar a la cabaña de los enanitos. Cuando los siete enanitos se marcharon a trabajar a la mina de diamantes, la malvada bruja fue a ver a Blancanieves y se hizo pasar por una dulce viejecita.
—¡Muerde esta rica manzana y tu deseo más anhelado se volverá realidad! —le explicó la bruja, con una sonrisa en el rostro.
Sin una pizca de desconfianza, la princesa hizo lo que la bruja le había dicho… y ¡cayó rendida en un profundo sueño de muerte!
La malvada reina comenzó a reírse de la pobre princesa y, antes de huir hacia el bosque, gritó victoriosa:
—¡Sólo un primer beso de amor verdadero podrá resucitarla!
Los animales del bosque corrieron a buscar a los siete enanitos, pero cuando éstos llegaron a la cabaña ya era demasiado tarde. Destrozados por el dolor, tumbaron a la princesa en un ataúd hecho de cristal, en mitad de un claro, y velaron su sueño con la esperanza de que un día despertase. Sin embargo, el príncipe azul pasaba por allí y reconoció a la joven de la que se había enamorado en el castillo. Emocionado, le dio un tierno beso y… ¡Blancanieves se despertó!
