El sol resplandecía en el cielo. Era un día precioso, y Pocahontas, acompañada de sus dos amigos, Miko el mapache y Flit el colibrí, decidió que quería subir una montaña. De repente, mientras ascendían, descubrieron que el camino se separaba en dos.

—Miko, ¿qué camino elegimos? —preguntó la princesa. El mapache señaló el camino más llano y Pocahontas se echó a reír.

—¡Mejor vamos por el otro! —le contestó, señalando el sendero más estrecho y empinado.

Los tres amigos siguieron subiendo y subiendo, y el camino se hacía cada vez más estrecho y más empinado y peligroso. Miko estaba nervioso, y hasta Flit parecía angustiado. El viento comenzó a soplar y Pocahontas recuperó el aliento. Las nubes ensombrecieron el cielo y empezaron a caer pequeñas gotas de lluvia.

—¡Vamos! —gritó Pocahontas, y echó a correr—. No podemos quedarnos aquí, y el camino está mojado y resbala demasiado como para dar marcha atrás. ¡Debemos seguir subiendo!

Aunque Pocahontas no lo demostraba, al ver cómo la cascada de agua provocada por la lluvia caía por la pendiente, comenzó a sentir miedo. No podían dar un paso sin resbalarse, y cada vez hacía más frío.

Entonces, la princesa se acordó de lo que le había dicho la abuela Sauce.

—Tengo que escuchar a los espíritus que nos rodean. Seguro que nos ayudan y nos guían.

Pocahontas aguzó el oído, pero con el ruido de la lluvia y el viento apenas pudo oír nada. Miko no dejaba de soltar pequeños gritos de angustia y el pequeño mapache se aferró a Pocahontas.

—¡Debo escuchar a mi corazón! —gritó ella.

Entonces los oyó. Los espíritus le hablaron. Le dijeron que tenían que subir un poco más, que no debían detenerse. Allí arriba, la joven y sus amigos encontrarían un refugio.

—Un esfuerzo más, ¡vamos! —animó Pocahontas a sus dos amigos, haciéndose oír por encima del estruendo de la lluvia y del viento—. ¡Sólo tenemos que subir un poco más! ¡Allí hay un refugio!

Tal y como les dijeron los espíritus no tardaron en descubrir una abertura en una gran roca; la atravesaron y llegaron a una pequeña cueva. ¡Qué calor hacía allí dentro! Los tres amigos excursionistas se resguardaron de la lluvia y se quedaron allí, con el sonido del agua y del viento de fondo.

Por fin la tormenta se apaciguó y el sol volvió a brillar.

—¡Venga! —dijo Pocahontas a sus amigos—. ¡Vamos a ver cómo es la cima de la montaña!

Subieron las últimas curvas del sendero y llegaron hasta el límite de una gran llanura. A lo lejos podían ver el bosque y, un poco más allá, el mar resplandecía bajo el cielo azul.

—¡Mirad! —exclamó Pocahontas—. ¿No os parecen unas vistas maravillosas?