El doctor Facilier era un hombre peculiar que vivía en Nueva Orleans. Con su amenazador aspecto y una sonrisa cruel en el rostro, todo el mundo sabía que era un hechicero vudú poderoso. Con una receta malévola salpimentada con polvos tenebrosos, el doctor Facilier podía cautivar, transformar, atormentar de mil maneras diferentes y hechizar. Con todo, el doctor Facilier no podía contenerse y le gustaba sembrar el desconcierto entre los habitantes de la ciudad. Él también necesitaba ganarse la vida. Por esa razón, poseía una tiendecita especializada en hechizos de todo tipo, al final de un callejón sombrío por el que apenas pasaba nadie. Pero, preocupado por proteger sus poderes extraordinarios, el hábil hechicero también era experto en el arte de estafar a sus clientes más inocentes…

—¿Desea que le lea su futuro amoroso en las cartas, señorita?

Y entonces comenzaba la actuación del doctor Facilier. ¡Qué fácil era impresionar a la gente! Una serpiente alrededor del cuello, una bola de cristal encima de la mesa, un par de chispitas en las puntas de los dedos y dos o tres sombras con garras que extendiéndose por las paredes de la tienda…

—Las cartas lo han dejado bien claro, señorita. En cuanto salga de mi tienda, se cruzará con muchos hombres. De entre todos ellos, uno, aunque no se lo diga, se fijará en usted.

La mujer estaba encantada, pues era justo lo que quería escuchar; y, tranquila, se marchó de la tienda después de haberle pagado una cantidad sustanciosa al charlatán. Sí, estaba claro que las cosas le iban bien al hechicero. Un día, mientras anunciaba sus servicios en la calle, Tiana se cruzó con él, de camino al trabajo. En cuanto la vio, el doctor Facilier se acercó a ella con una sonrisa cautivadora.

—Hermosa joven, ¡permítame que la ayude! Conozco su futuro. ¿Querría usted que se lo revelara?

Intrigada por las palabras del hechicero, Tiana se detuvo a escuchar las predicciones del doctor Facilier:

—Trabaja mucho para ganar dinero, ¿verdad? —preguntó el hechicero tras haber visto el delantal de camarera que se asomaba debajo del abrigo de la joven.

Tiana asintió, divertida. Las personas, en general, trabajaban para ganar dinero: ¡no se necesitaban poderes mágicos para saber eso! El hechicero prosiguió con su actuación:

—No se preocupe, puedo confirmaros que, a partir de esta misma noche, ¡sus riquezas aumentarán!

—¡No, doctor Hechicero, lo harán a partir de este mismo instante! —repuso la muchacha, riéndose—. ¡Porque soy demasiado avispada como para pagarle por una predicción como ésta, propia de un charlatán!