En el restaurante había tantísima gente que el jefe de Tiana se enfadaba con sus empleadas:

—¡Venga, daos un poco de prisa! ¡No vamos a terminar el servicio a tiempo!

—Pero ¡no podemos hacerlo más rápido! —protestó Tiana, con tres platos apilados en los brazos.

—Tiana tiene razón —coincidía Julia, la otra camarera del restaurante—. ¡Lo hacemos lo mejor que podemos!

El jefe frunció el ceño. Sabía que las chicas tenían razón, pero debían acelerar el ritmo de trabajo. Por suerte, conocía una forma fantástica para motivar a las dos jóvenes…

—Soy consciente de que os pido mucho —dijo—. Por eso, como recompensa, ¡la primera que aacabe con sus mesas recibirá un billete de cien dólares!

Tiana contuvo un gritito de sorpresa. ¿Cien dólares? ¡Ese dinero le vendría de maravilla! ¡Con eso podría comprar antes la vieja azucarera con la que llevaba soñando desde pequeña!

—¡Trato hecho! —exclamó la chica—. ¡Estoy lista para aceptar el desafío!

—¡Yo también! —se unió Julia.

Ambas muchachas respiraron hondo y… ¡se lanzaron en una competición con gran alegría! Tiana quitaba el mantel de unos clientes que acababan de irse antes de poner la mesa para los siguientes, mientras Julia servía los entrantes en la mesa redonda. Las dos trabajaban con mucho entusiasmo: iban y venían corriendo, de la cocina al salón, llevando todos los platos sobre un carrito con ruedas. Las reservas se sucedían una tras otra a gran velocidad. Los clientes no tardaban mucho en comer, pero a algunos no les gustaba sentir que les metían prisa por acabar…

—¡Tiana, Julia! —las llamó de repente el jefe—. Bajad un poco el ritmo, ¡es la segunda queja que recibo!

—¡A ver si se aclara! —dijeron las dos jóvenes, muertas de la risa, y se guiñaron el ojo entre ellas en un gesto de complicidad—. Nosotras queremos parar pero ¡vamos empatadas!

El jefe se encogió de hombros. ¡Sus camareras le estaban tomando el pelo! No le quedaba más remedio que declarar a las dos como claras ganadoras… y darles cien dólares a cada una.

—¡Bien! —exclamaron las dos amigas a la vez—. Ambas hemos ganado y, además, nos lo hemos pasado genial. ¡Vivan los concursos en el trabajo! ¿Cuándo repetimos?

—¡Jamás! —respondió el patrón—. ¡Sois demasiado buenas para la salud de mi bolsillo!