
Ariel y Flounder nadaban por la zona prohibida cuando, de repente, vieron un barco… ¡encallado en el fondo del mar!
—¡Seguro que se hundió ayer, durante la fuerte tormenta! —exclamó Ariel—. Venga, Flounder, vamos a explorarlo.
Los dos aventureros entraron por una de las ventanitas redondas del barco, que estaba abierta. No tardaron mucho en encontrar un camarote que estaba a rebosar de cuadros preciosos. Maravillada, Ariel se los llevó a su escondite secreto y los colgó en los muros de la cueva.
—Con estos cuadros tan bonitos… —dijo Ariel— ¡ya tengo mi propia galería de arte!
—¿Qué es una galería? —le preguntó Flounder.
—Es un lugar donde se exponen pinturas y los humanos van allí a verlos y admirarlos —le respondió la joven princesa a su amigo. Después, con aire pensativo, la sirenita añadió—: Me encantaría pintar mis propios cuadros y que la gente viniese a contemplarlos…
—Estoy seguro de que se te daría de maravillar pintar —le contestó Flounder—. ¡Venga, vamos a ver a nuestros amigos los pulpos! Son los que más saben de tinta y de colores.
Dicho y hecho, los dos amigos se dirigieron a ver a los pulpos, quienes recibieron a la pequeña princesa con gran alegría. Ariel pronto descubrió que tenía un gran talento para la pintura y enseguida tuvo acabada una colección entera de cuadros hermosos.
—Tendrías que exponerlos —dijo Flounder.
—Ya —le contestó la princesa—. Pero ¿dónde? No puedo guardarlos en mi cueva secreta.
Después de unos minutos pensando, dieron con el lugar perfecto para montar la galería de Ariel: ¡el barco hundido en el fondo del mar! Tras colocar los cuadros en su sitio, Ariel y Flounder invitaron a todas las sirenas del reino, quienes acudieron a admirar la exposición de la princesa. Pero, justo cuando las ruinas del barco estaban repletas de gente, la embarcación empezó a subir hacia la superficie. Todas las sirenas, asustadas, se marcharon a toda velocidad: ¡los humanos estaban utilizando unos ganchos para sacar el barco y así poder repararlo en el puerto!
—¡No! ¡Se están llevando mi galería de arte! —gritó Ariel.
Por desgracia, nadie pudo hacer nada para evitarlo.
Al día siguiente, la sirenita estaba en su cueva, muy triste, cuando llegó su amigo Flounder.
—Ariel, ven, rápido —dijo su amigo Flounder—. Tengo que enseñarte una cosa en el puerto.
Llena de curiosidad, Ariel siguió a su amigo hasta la superficie. Allí arriba, miraron a través de una de las ventanitas del barco que estaban reparando. Ariel descubrió, llena de orgullo, que sus cuadros seguían colgados de las paredes del barco… y ¡que un montón de personas se acercaban a la nave para verlos y disfrutar de ellos!
—¿Lo ves? —le dijo Flounder, entre risas—. Han expuesto los cuadros… Y ¡para mí, es la galería más bonita de todas!
