Esa noche, el océano estaba agitado. Ariel nadaba cerca de la superficie y vio un barco que se tambaleaba por el movimiento de las fuertes olas. En la cubierta de la nave, había una joven con los cabellos dorados como el sol que intentaba mover un cofre pesado de madera. De repente, una ola lanzó al agua a la pobre muchacha y al cofre.

—¡Rápido! —dijo Ariel—. ¡Tengo que ayudarle!

La sirenita cogió a la joven, inconsciente por la caída, e intentó llevarla de nuevo al barco. Pero los marineros, demasiado ocupados intentando sobrevivir a la tormenta, no se dieron cuenta de lo que acababa de ocurrir y el barco se alejó hacia el horizonte.

—Conozco una pequeña isla a la que podemos ir —dijo Ariel—. Vamos, te voy a llevar allí.

Ariel llevó a la muchacha inconsciente hasta la isla, se escondió detrás de un peñasco y esperó a que la joven se despertara. Por la mañana, la chica se despertó desorientada:

—¿Dónde estoy? —se preguntó, con los ojos entrecerrados—. ¡Ay, no, mi vestido está hecho trizas y todas mis cosas están dentro del cofre de madera!

Ante las palabras de la joven, Ariel se zambulló en el océano.

«Quizá si le llevo otro vestido y algo bonito… Puede que eso la consuele un poco», pensó la joven princesa.

Ariel no tardó en encontrar el cofre, que se había abierto al chocar contra el fondo del mar. Eligió el vestido más bonito y un precioso collar de perlas. Entonces aprovechó que la joven le estaba dando la espalda para posar la ropa y el collar a su lado.

—¡Increíble! —exclamó la chica de pelo rubio al encontrarlo—. ¡Es mi vestido de gala favorito! Y ¡el collar de perlas que me regaló mi madre! —Después se quedó pensativa un par de segundos…—. Pero ¿cómo han podido llegar hasta aquí? Me parece que alguien ha tenido la amabilidad de ayudarme. ¡Voy a hacerle un regalo!

Así pues, la joven recogió varias conchas nacaradas y elaboró una pulsera refinada con ellas. Justo cuando le estaba dando el último toque a su obra de arte, vio que un barco se acercaba.

—¡Los marineros se habrán dado cuenta de que he desaparecido! —exclamó la joven con alegría—. ¡Vienen a buscarme!

Poco después, en la cubierta del barco, la muchacha hizo un pequeño gesto hacia el océano y murmuró:

—Querida amiga invisible, te he dejado un regalo en la arena. Jamás te olvidaré.

Ariel, encantada, se puso la pulsera en la muñeca y se marchó nadando a toda velocidad a su escondite secreto.

—Es el objeto más valioso que tengo —dijo riendo la sirena—, ¡pues es una pulsera de la amistad!