
Cenicienta irradiaba felicidad: los ratones le habían confeccionado un vestido para que pudiese ir al baile del príncipe. Pero cuando la vieron tan guapa y arreglada, sus hermanastras, Drizella y Anastasia, le destrozaron el vestido. Cenicienta, entre lágrimas, corrió a refugiarse al jardín de la casa. Lloraba tanto que no se percató de la llegada de su Hada Madrina…
—Vamos, Cenicienta, deja de llorar y seca tus lágrimas. ¡Irás al baile!
¡Bibidi, bobidi, bu! Con un golpecito de su varita mágica, el Hada Madrina convirtió una calabaza en un hermoso carruaje y después transformó el vestido roto de Cenicienta en un lujoso vestido azul cielo, añadiendo unos delicados zapatitos de cristal.
—Pero, recuerda —la advirtió el Hada Madrina—: ¡El hechizo se romperá a medianoche!
—¡Muchas gracias, Hada Madrina! —exclamó la joven Cenicienta, y se montó en su precioso carruaje—. ¡Cochero, rápido, al castillo del príncipe!
Cuando Cenicienta entró en el salón donde se celebraba el baile, todo el mundo se fijó en su gran belleza. Aunque tan arreglada como iba, nadie la reconoció. Entonces el príncipe la invitó a bailar con él bajo la luz de la luna y los jóvenes se enamoraron el uno del otro casi al instante. Estaban a punto de besarse cuando… ¡sonó la primera campanada de medianoche en el carrillón del castillo! Cenicienta se marchó corriendo antes de que el hechizo se desvaneciese, perdiendo uno de los preciosos zapatitos de cristal por el camino. El príncipe lo recogió del suelo y decidió que se casaría con la joven misteriosa a la que le cupiese el delicado zapato. Su padre, el rey, ordenó al gran duque que recorriera todo el reino y encontrara a la joven en cuestión. Al final, el gran duque se presentó en la casa de lady Trémaine, la madrastra de Cenicienta. La malvada mujer le abrió la puerta y le indicó que le probase el zapato a Drizella y a Anastasia. Asimismo, al sospechar que su hijastra era la enamorada del príncipe, corrió a encerrarla en el granero. Pero Gus y Jaq, los leales ratoncitos, consiguieron liberar a su amiga Cenicienta, quien pudo por fin encontrarse con el gran duque. Muerta de rabia, lady Trémaine le puso la zancadilla al gran duque y a éste se le cayó el zapatito de cristal, que se rompió en mil pedacitos. Pero, entonces, Cenicienta sacó del bolsillo de su delantal el otro zapato de cristal, que había conservado después del baile. El gran duque se apresuró a probarle el zapato a Cenicienta: ¡le quedaba perfecto! Y, así, el príncipe se casó con Cenicienta, quien pasó de ser una sirvienta a la princesa del reino.
