
«La moda reivindica el derecho individual de valorizar lo efímero.»
COCO CHANEL
A lo largo de la historia, la moda ha interesado a numerosos psicólogos, filósofos, sociólogos, escritores y antropólogos. Para todos ellos, ser consciente de cómo se va vestido es signo de modernidad y cambio.
No en vano, la palabra moda proviene del vocablo francés mode, que a su vez deriva del latín modus, que significa «manera o medida», por lo que se puede entender que este término se refiere a la «manera» de hacer las cosas en un momento dado.
El hecho de vestirnos posee, por un lado, un valor funcional, para proteger nuestro cuerpo de las inclemencias del tiempo, pero por otro también un sentido simbólico, ya que cuando nos vestimos, transmitimos quiénes somos y qué sentimos.
La moda es un lenguaje, un sistema de signos y, como tal, forma parte de la comunicación no verbal junto con el lenguaje corporal y gestual. A través de la indumentaria y eligiendo oportunamente las líneas, las formas, los volúmenes y los colores de las prendas, e incluso del peinado y el maquillaje, podemos cambiar y reinventar la propia apariencia, expresarnos, mostrar nuestra singularidad y manifestar nuestra individualidad y estilo.
Escoger cómo vestir todos los días equivale a pensar en el discurso que queremos transmitir.
En este sentido, en ocasiones, la adquisición de determinadas prendas no está motivada por su función, sino por sus beneficios, su valor percibido y lo que puede ayudarnos a manifestar.
«PUEDES TOMARTE LA MODA TODO LO EN SERIO QUE QUIERAS, PERO EN EL DÍA A DÍA SIEMPRE ES POLÍTICA, PORQUE SON PERSONAS EXPRESÁNDOSE.»
STELLA MCCARTNEY
Queda claro que a través de la moda podemos comunicarnos y, como si de un lienzo se tratase, nos permite expresar quiénes somos y cómo queremos que el mundo nos vea, sin necesidad de pronunciar una sola palabra.
Asimismo, en la indumentaria han ido interviniendo otros factores de tipo social, moral, religioso y sexista.
Desde la Antigüedad, vestirse de cierta manera era la forma de distinguirse de otros grupos humanos. Según los tejidos, los cortes y los accesorios se identificaban los estratos sociales, las clases religiosas y las posiciones políticas. Por ejemplo, en la Antigua Grecia, las mujeres tenían prohibido llevar atuendos en color dorado, a no ser que se tratase de su traje de novia, y solo las jóvenes casaderas podían llevar ropa de diferentes colores. Esto ha hecho de la moda el narrador de las diferentes épocas de la humanidad, mostrando la forma de vida, los gustos y las tendencias de pueblos enteros.
A lo largo de la historia, las tendencias en el vestir también se han convertido en formas de denuncia y rebelión, y han servido como herramientas de protesta para mostrar la disconformidad con el sistema establecido, e incluso como vía de liberación, especialmente en el caso de las mujeres.
La moda es un tema mucho más complejo de lo que aparenta, dado que es el reflejo de una parte de la historia de la humanidad, un lenguaje importante, incluyente y excluyente a la vez.
«LA MODA NO EXISTE SOLO EN LOS VESTIDOS. LA MODA ESTÁ EN EL CIELO, EN LA CALLE; LA MODA TIENE QUE VER CON LAS IDEAS, LA FORMA EN QUE VIVIMOS, LO QUE ESTÁ SUCEDIENDO.»
COCO CHANEL

Vivimos en un mundo amplio y plural en el que las personas gozamos de atributos que nos hacen únicas y especiales. Sin embargo, desde tiempos remotos, los cánones estéticos dictan lo que es supuestamente bello y perfecto en una colectividad en un momento dado, determinando quién o qué lo es según sus rasgos.
Ese canon ideal no es estático ni universal, y ha ido adaptándose a las características de la sociedad y a las circunstancias de cada época. La rapidez con la que se ha ido modificando también ha sido distinta. Si al principio de los tiempos las leyes que dictaban la belleza eran más reposadas, desde el siglo XX, y especialmente en el XXI, estas han ido mutando con más brío, en consonancia con los cambios sociales y la inmediatez distintiva de los tiempos en los que vivimos, donde todo pasa muy deprisa en todos los ámbitos.
Asimismo, el modo de dar a conocer e imponer esos cánones a la sociedad ha variado a lo largo del tiempo. Al principio, el cine, la pintura, la escultura o la literatura eran el trampolín perfecto para propagarlos; posteriormente, fue la publicidad y, en la actualidad, son las nuevas tecnologías y las redes sociales, con su uso constante de la imagen, quienes se hacen eco de ellos. De este modo, han surgido distintas tendencias que han influido en cómo las personas deben vestir, peinarse o maquillarse para alcanzar un estándar marcado.
Aunque este modelo también se aplica a los hombres, desde tiempos lejanos la búsqueda de la belleza perfecta ha cosificado significativamente los cuerpos de las mujeres, que se han visto más afectadas y criticadas por su apariencia física.
En este sentido, el canon ha servido como mecanismo de control en una sociedad patriarcal, que ha exhibido a las mujeres como trofeos relegándolas a su función reproductiva, al cuidado del hogar y a la familia, y apartándolas así de los órganos de gobierno y de las responsabilidades sociales, que quedaban exclusivamente bajo dominio masculino.
Para poder entender mejor la volubilidad y la presión que se ha ejercido especialmente sobre el físico de la mujer, y comprender cómo el cuerpo femenino ha sido vestido a lo largo de la historia occidental, tendríamos que hacer un viaje al pasado.
PREHISTORIA |
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ANTIGUO EGIPTO |
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ANTIGUA GRECIA |
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ANTIGUA ROMA |
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EDAD MEDIA |
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RENACIMIENTO |
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BARROCO |
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ILUSTRACIÓN |
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REVOLUCIÓN FRANCESA |
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ÉPOCA VICTORIANA |
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BELLE ÉPOQUE |
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SIGLO XX |
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SIGLO XXI |
Esta búsqueda de la eterna perfección genera jugosos beneficios económicos en una industria que fomenta el culto al cuerpo y que enriquece a los sectores farmacéutico, de la moda, deportivo y de la belleza. En consecuencia, además de empobrecer y someter a las mujeres, también las controla y les resta libertad.
Por otra parte, vivimos en una sociedad visual que da excesiva importancia a la imagen y al aspecto físico. Si en el pasado el cine y el arte, y especialmente la pintura, servían para crear estereotipos en la memoria colectiva, hoy en día las redes sociales han ocupado el puesto número uno en el ranking.
Las redes nos permiten crear una representación virtual de nosotras mismas, unas veces más realista y, otras, más adulterada a base de filtros.
En Instagram, el culto al cuerpo es una constante, y las cuentas con contenido sobre moda, alimentación sana y deporte llenan la red social a diario con cuerpos y vidas perfectas. A todo ello hay que sumar el bombardeo publicitario y la presión sobre la mujer que impone la sociedad de consumo. Esto genera ansiedad por comparación entre quienes se consideran excluidas por no alcanzar el ideal de belleza.
Conseguir una piel sin poros, unos labios gruesos, una nariz pequeña y respingona o unas facciones más afiladas es posible en cuestión de segundos. Precisamente estos filtros permiten crear un espejismo que responde en poco tiempo a los cánones surgidos en internet y que, por desgracia, no han favorecido la inclusión ni la diversidad, ya que los perfiles con más éxito suelen ser los estereotipos de belleza hegemónicos, y los que muestran mayor diversidad tienen un menor alcance.
Por no mencionar que los cánones dominantes son los que se han ido dando especialmente en la parte occidental. No podemos olvidar que el mundo es más amplio y que, si echásemos la vista atrás y diésemos una vuelta histórica al globo terrestre, quedaríamos atónitos ante el ideal de belleza que existe o ha existido en las diferentes culturas. Lo que está claro es que a uno y otro lado del mundo, la presión por alcanzar esos patrones estéticos lastra la vida de muchas mujeres, con el objetivo de ser deseables y mostrar juventud y buena salud reproductiva hacia el género opuesto.
Durante diecinueve siglos, ha sido Europa la que ha dictado el canon de belleza y durante dos siglos ha convivido con el ideal impuesto desde los Estados Unidos tomando como características el peso, el tamaño de los pechos y las caderas o el color de la piel. En cualquiera de los casos, y a pesar de los cambios a lo largo de la historia, el dominio occidental ha privilegiado la belleza eurocentrista, que pone el foco en la mujer blanca de belleza caucásica.
El canon, visto así, parece un catálogo de despropósitos, de los que no está exenta nuestra cultura occidental, y lo que en una parte del mundo resulta atractivo, en otra es todo lo contrario. Queda fuera de toda duda que el prototipo de mujer hermosa ha servido como mecanismo de dominación patriarcal y ha subordinado al sexo femenino siglo tras siglo en las diferentes culturas.
La realidad es que las mujeres ya estamos cansadas de recibir órdenes sobre cómo debemos ser, vestir y comportarnos, bajo las expectativas de nuestra raza o en comparación con otras. Tenemos que ser capaces de vivir con libertad, sin que nuestro tamaño, nuestra piel o nuestro cabello sean examinados y vigilados.

«No deseo que las mujeres tengan más poder sobre los hombres, sino que tengan más poder sobre sí mismas.»
MARY SHELLEY
En resumen, a lo largo de la historia, la moda ha aportado muchísima información sobre las distintas épocas y ha sido el espejo en el que se han reflejado los comportamientos, los cambios y los movimientos sociales relativos a una sociedad en un momento determinado. Como hemos visto en la línea del tiempo anterior, se podría incluso decir que ha servido de narrador silencioso y nos ha permitido entender cómo se ha ido expresando el ser humano a lo largo de los distintos momentos históricos, en busca de reconocimiento y libertad. Nos ha ayudado a rebelarnos, a mostrar nuestra identidad y, por supuesto, a empoderarnos.

«Aunque parezcan vanas nimiedades, las prendas de ropa desempeñan, por lo que dicen, funciones más importantes que la de abrigarnos. Cambian nuestra visión del mundo y la visión que el mundo tiene de nosotros.»
VIRGINIA WOOLF
Estos últimos siglos han sido el escenario de los grandes cambios para la mujer y la lucha por sus derechos, en el que las tendencias se pueden leer con perspectiva de género, y la vestimenta se ha convertido en una verdadera forma de expresión que ha servido como arma reivindicativa y empoderadora. A lo largo del siglo pasado, la mujer ha conseguido incorporarse al mundo laboral, tener derecho al sufragio universal, acceder a la universidad, liderar puestos de poder, etc. Y la moda ha acompañado cada uno de esos momentos.
Desde los primeros movimientos hasta la actualidad, han existido numerosas ocasiones en la historia en las que las mujeres han reivindicado la igualdad y muchas de estas veces, la moda ha desempeñado un papel clave. En la medida en que las reivindicaciones del colectivo femenino han cobrado protagonismo, el vestido ha ganado también más relevancia como significante político.
A pesar de que el mundo ha evolucionado, a día de hoy, todavía existen algunos países con leyes represivas a este respecto.
La minifalda todavía sigue siendo una prenda que genera cierta polémica. En Suazilandia, por ejemplo, las mujeres no pueden llevarla libremente, ya que su uso está prohibido por considerarse una «prenda inmoral» que, además, «provoca a los violadores».
El pantalón es otra de las prendas que ha traído cola y es que, desde la Antigüedad, su uso ha sido único y exclusivamente permitido para los hombres. Por un lado, la moral religiosa no lo permitía y, por otro, estaba prohibido el travestismo, y por eso se negaba que las mujeres lo llevasen. En plena Europa, concretamente en Francia, la ley de la «ordenanza sobre el travestismo de las mujeres», aprobada en 1800 y que prohibía el uso del pantalón, no fue derogada hasta dos siglos después de su entrada en vigor. La norma se aprobó como reacción a la moda de llevar pantalón tras la Revolución Francesa. En 1892 y en 1909, se autorizó una enmienda que permitía a las mujeres usarlos excepcionalmente, tan solo mientras realizaban actividades como montar en bicicleta o a caballo. Desde entonces, las francesas se habían saltado alegremente la ley, hasta que se acabó formalmente con la prohibición en el año 2013.
No cabe duda de que a las mujeres todavía nos queda camino para alcanzar la libertad que nos pertenece y no se nos reconoce.
Por otro lado, la historia de la moda está ligada a la diferencia de género. Sin ir más lejos, la costura es un oficio muy antiguo que tradicionalmente realizaban las mujeres. Sin embargo, aunque este trabajo les permitió tener cierta independencia económica y luchar por sus derechos, tardaron en ser visibles y gozar de reconocimiento.
Desde sus orígenes, los sastres monopolizaban el oficio siendo los protagonistas, recibiendo el prestigio y manteniendo bajo su batuta el control de la producción. Poco a poco, las costureras fueron ganando terreno, algo que se impulsó más tras la Revolución Francesa, cuando surgieron movimientos a favor de la mujer.
Durante el siglo XIX, la clase burguesa adinerada empezó a mostrar un gran interés por la moda en toda Europa, lo que permitió a las costureras desarrollar su oficio por cuenta propia. No es hasta la segunda mitad del siglo XIX que comienza a haber una producción a gran escala, gracias a la invención de la máquina de coser, que hizo posible la estandarización y la producción en masa.
La lucha de las costureras por obtener mejoras laborales a uno y otro lado del planeta siguió en aumento, porque tanto las mujeres como los niños eran la mano de obra más económica y, por tanto, la más utilizada en el sector textil, uno de los más pujantes y explotadores de la época. A finales del siglo XIX y durante la primera década del siglo xx, hubo una serie de huelgas en Europa y especialmente en Estados Unidos centradas en el ramo textil, en las que se exigían condiciones dignas de trabajo y unos salarios igualitarios.
En la actualidad, a pesar de que en las democracias capitalistas las políticas laborales están reguladas, las mujeres trabajadoras de este tipo de industria, que viven en países en desarrollo y que producen al servicio de las firmas norteamericanas y europeas, siguen sufriendo la explotación de un trabajo precarizado. Durante décadas, el sector ha dependido en gran medida de los bajos costes de la mano de obra para asegurarse ventajas en el mercado mundial. Sin embargo, no son pocas las firmas de moda rápida que lanzan camisetas con emblemas feministas y mensajes empoderadores, haciendo gala de su apoyo a la causa, algo claramente incongruente, teniendo en cuenta las condiciones de explotación a las que someten a sus empleados.
En este sentido, las mujeres no solo han tenido que conquistar su libertad a la hora de vestirse, sino que también han necesitado luchar por sus derechos laborales en un sector que, además de explotarlas como empleadas, les impone un discurso estético y se nutre de los ingresos que les proporcionan.

Además del género, existen otros tipos de presión sociocultural, como el mito de la eterna juventud. Vivimos en una sociedad que venera la juventud y condena la vejez, pero conviene recordar que el grupo social intermedio que hay entre la infancia y la vejez no siempre estuvo diferenciado y, menos aún, tuvo el poder y la atracción que ejerce hoy en día.
La sociedad actual fomenta la gerontofobia, es decir, el rechazo a la edad madura, porque esta se asocia a cosas negativas, como la muerte, la debilidad, la rigidez y la decadencia, en contraposición a la juventud, como fuente de vida, energía, entusiasmo y belleza.
No es nada nuevo. En esa búsqueda de la eterna lozanía, el elixir de una larga vida o la fuente de la eterna juventud, han invertido tiempo filósofos y alquimistas. Sin embargo, han sido los avances de la ciencia y los progresos de la medicina los que han permitido mejorar y alargar la calidad de la esperanza de vida de manera notable.
Hoy en día, la sociedad de consumo ha puesto en el altar la idolatría a la juventud y la belleza, dejando de lado la experiencia y el conocimiento. Este desprecio a la vejez es un síntoma inequívoco de decadencia cultural, y se ha convertido en un fenómeno generalizado que afecta a la salud de las personas y a la sociedad en general, tal y como recoge la OMS en su Informe mundial sobre el edadismo.
La publicidad y los medios están enfocados a un target en edad activa, con capacidad adquisitiva y vulnerable a los caprichos y demandas de una sociedad consumista.
Las industrias de la moda y la belleza no han tardado en capitalizar esta lucha contra el paso del tiempo, que se da especialmente en las mujeres, ofreciendo servicios como un lifting para quitarnos unos años de encima o productos «milagro» y tratamientos estéticos que prometen retrasar la aparición de las arrugas.
Hay una infantilización en la adultez, especialmente femenina, en la que el entorno decide por la persona lo que es o no correcto. Esto se ve constantemente en el ámbito de la imagen, con titulares que llenan las revistas indicando cómo vestir adecuadamente a partir de determinada edad. En este tipo de soportes, al mismo tiempo que se muestran cuestiones relacionadas con el trabajo, la sexualidad o la política, también hay artículos que aconsejan cómo adelgazar o disimular imperfecciones, mientras que la publicidad contenida difunde imágenes que evocan un tipo de belleza inalcanzable.
«DE JOVEN ERA DISCRIMINADA POR SER MUJER; HOY, POR SER MAYOR.»
MARGARITA SALAS
El prejuicio sigue existiendo, y ni siquiera las mujeres más poderosas del mundo se libran de las críticas por hacerse visibles, en una sociedad que hasta hace poco condenaba su osadía. Actrices como Sarah Jessica Parker o Julia Roberts han sido criticadas por su forma natural de envejecer, y otras como Madonna o Demi Moore han sido vilipendiadas por todo lo contrario.
La buena noticia es que, poco a poco, los perfiles sénior empiezan a tener cabida en la industria de la moda, y hoy es más habitual encontrar referentes de mujeres con canas, arrugas y piel curtida, todo un canto a la inclusividad; Catherine Deneuve, Andie MacDowell, Vanessa Redgrave, Carmen Dell’Orefice o Dafne Selfe son algunas de las mujeres maduras que han protagonizado campañas de publicidad de marcas del sector. Algunas de ellas triunfan en la esfera digital, como es el caso de Lyn Slater, una profesora de universidad que accidentalmente se ha convertido en referente para mujeres de todas las edades por su estilo vanguardista.
Hace mucho que las tallas dejaron de ser un mero referente para saber si la prenda nos sirve o no. Hoy en día se han convertido en un problema para algunas personas, y un objetivo más o menos frustrante para otras. A pesar de que en las redes sociales empezamos a ver poco a poco una belleza más plural, en las pasarelas todavía seguimos percibiendo una falta de diversidad étnica y morfológica. Es sabido que en ellas las modelos suelen lucir una talla reducida, que gira en torno a la 34-36, porque muchos creadores prefieren modelos delgadas y angulosas para mostrar sus diseños. Es curioso que algunas firmas apoyen con sus prendas mensajes feministas, cuando excluyen de su universo representativo una realidad estética plural y fomentan un canon que lo hace poco creíble e inalcanzable, estableciendo la talla 36 como referente al que aspirar.
A pesar de que fue en los años sesenta cuando se inició el florecimiento de las industrias de confección en los diferentes países, y apareció el concepto de tallas comerciales, a día de hoy no existe un sistema estandarizado en todo el mundo.
De hecho, en los años noventa, el caos en los nombres y medidas de las tallas eran tan grande que los Gobiernos de los países desarrollados tuvieron que intervenir creando reglas y códigos para su estandarización. Sin embargo, la confusión está en que muchas de las grandes marcas son producidas por industrias de ropa de países occidentales, que usan un sistema de medidas que no corresponde con el mismo sistema de medición de los países del sudeste asiático, donde fabrican. Además, como vivimos en un mundo globalizado, esas prendas son consumidas por personas de distintas partes del mundo, en cuyos países las tallas tienen nombres distintos y las medidas no coinciden por los aspectos antropométricos propios de cada zona.
Con tal variedad de sistemas de tallaje y la no obligatoriedad de adherirse a los mismos, las marcas han aprovechado para poner en práctica el polémico vanity sizing, o tallaje vanidoso, que implica etiquetar como una talla S una prenda que en realidad no lo es, con el objetivo de hacer «feliz» al cliente y que fidelice con la firma.
Encubrir el tallaje puede ser positivo en un primer momento, pero la obsesión por la comparación y la confusión que puede generar en los consumidores provoca problemas psicológicos, además de otro tipo de trastornos.
A día de hoy, algunas marcas empiezan a rebelarse contra este sistema tradicional creando prendas sin tallas, un auténtico reto, con el objetivo de apoyar la tendencia sizeless, que promueve una actitud positiva y amor hacia nuestro cuerpo por encima de un número.
«EL SOMETIMIENTO A REGÍMENES ALIMENTICIOS ES EL SEDANTE POLÍTICO MÁS POTENTE DE LA HISTORIA DE LAS MUJERES: UNA POBLACIÓN SILENCIOSAMENTE TRASTORNADA ES UNA POBLACIÓN MUY FÁCIL DE MANEJAR.»
NAOMI WOLF